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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa, gente! 

Lamento mucho la demora

Lamento también los reviews que no he respondido. Lo haré dentro de las próximas horas. 

 

Capítulo beio de Relian
Estoy inspiradísima! Así que aprovecharé esta primera semana de universidad (que no se hace mucho) para escribir lo más que pueda. 

Abrazos !

Capítulo 68. 

 

 

Caminé por los pasillos vacíos, buscándolo.

Últimamente tenía la incómoda sensación de que no podía estar lejos de él.

Se nos acercaba otra guerra y yo tenía dudas; no sabía cuándo iban a parar. No sabía cuándo íbamos a detenernos, no sabía cuántos más iban a morir ni cuántos más iban a resultar heridos. No sabía cuánto más podría protegerla.

Estaba cansado.

Caleb y Eobard salieron de la enfermería. Ambos cazadores habían dado mucho que hablar después del conmovedor espectáculo que habían montado en el comedor. Todo el mundo lo estaba comentando.

Les saludé con un gesto cuando clavaron los ojos sobre mí.

   —Eh… —Caleb me saludó, agitando su mano con ánimo en el aire mientras una mueca incómoda le cruzaba la cara—. ¿Cómo es que te llamabas? —preguntó.

   —Dalian —reí.

   —¿Ya comiste, Dalian? —quiso saber. Este hombre que debía medir al menos diez centímetros más que yo y pesar por lo menos ochenta kilos de pura musculatura se veía bastante gracioso cojeando mientras se acercaba a mí vistiendo una ridícula bata blanca de hospital, acompañado de su compañero que se veía todavía peor que él.

   —Aún no —les sonreí. Al menos ambos estaban vivos y eso era casi un milagro. Una historia como la suya no se contaba todos los días—. ¿Está bueno?  

   —Puré de patatas, carne enlatada y un huevo —Eobard me cantó el menú rápidamente, con un tono de voz alegre—… Llevaba años sin comer huevo —comentó. Vi a Caleb a la vez que él me veía y ambos cruzamos una mirada rápida, casi cómplice y me pareció que ambos habíamos pensado lo mismo, al mismo tiempo. Intenté contener una carcajada dentro de mis mejillas, pero no pude evitar controlarlo y se me escapó una pequeña risa. Necesitaba un motivo para reír ahora, de todas formas—. ¿¡Q-Qué!? —masculló Eobard y Caleb soltó a su lado otra risa escandalosa.

   —Comiste huevos hace poco, Eobard. Justo ahí, dentro de la enfermería… —se burló el pelinegro y entonces yo me eché a reír con ganas. El pobre cazador tardó varios segundos en captar la broma.

   —¡Ah! —gritó, avergonzado—. ¡Son unos cerdos! —le dio un golpe en el brazo a Caleb y levantó el dedo corazón en mi dirección—. ¡Hablo de los huevos que sí se comen, par de idiotas!   

   —Créeme —bromeé—. Los otros huevos también son comestibles… —Eobard me lanzó una mirada escandalizada y se puso rojo hasta las orejas y Caleb estalló en una risotada aún más sonora que las anteriores. No entendía muy bien a los cazadores de esta ciudad, los únicos que conocí antes eran los hombres de Shark y jamás vi a uno de esos bastardos sonrojado o riéndose a carcajadas. Supongo que la vida en tierra podía darse ciertos gustos, ciertos relajos que no podías permitirte en alta mar. Era eso o simplemente este grupo de hombres compartía un particular genio que yo era capaz de entender. Si les quitabas todas esas armas, esos tatuajes, esos piercings y esas fachas de tipos duros y forajidos, los cazadores de este lugar casi parecían gente normal y corriente. Estos dos en específico me caían bastante bien.

Y ambos comían huevos.

   —Tú… —me acusó el rubio, apuntándome con el dedo mientras yo intentaba no ahogarme de la risa ante mis propios pensamientos—. Eres un pervertido —dijo. Sonreí, encarné una ceja y me crucé de brazos.

   —Desde pequeño —bromeé.

   —Al menos alguien tiene sentido del humor en todo ese grupito… —Caleb me palmeó el hombro y su mano cayó débilmente sobre mí. Me pregunté qué tan mal estaba por la operación y cuánto intentaba ocultar para seguir manteniendo esa apariencia de hombre fuerte que tenía. No se lo mencioné, obviamente. No era de mi incumbencia de todas formas—. Encajarías bien entre nosotros, muchacho. En mi escuadrón, claro.

   —Nah… —Eobard me lanzó una sonrisita divertida—. Los rubios y guapos estamos en el escuadrón de Scorpion. Lo siento, Leb.

   —¿Me estás llamando feo? —se quejó él, riéndose.

   —Claro que no.

   —Espera. ¿Le has llamado guapo? ¿¡Le estás coqueteando a otro chico frente a mis narices, Eobard!?

Eobard rió un poco más.

   —Ya —intervine, para que esas bromas no se transformaran en una escena de celos de un momento a otro—. No intenten reclutarme por falta de personal. No iría con ninguno de ustedes de todas formas… —me acerqué un poco a ellos para susurrar, aunque en realidad nadie más estaba a nuestro alrededor—. Sus líderes asustan un poco. Sobre todo el tuyo, Eobard.

   —Scorpion es un buen tipo —le defendió él.

   —Lo dices porque eres su preferido —le debatió Caleb—. Le caes bien porque llevas el nombre de un personaje de cómic, sólo eso —dijo y poniendo una mano extendida a un costado de su boca para hablar todavía más bajo me susurró—: Pero ese nerd es un completo hijo de puta. Y todo esto que ha pasado con Cuervo le tiene como una cabra —Yo asentí con la cabeza, como dándole la razón y la ansiedad me llenó de inseguridades por unos momentos.

Aiden también estaba ahí.

Caleb pareció darse cuenta de mi estado y enseguida agregó.

   —Pero estará bien —dijo, rápidamente, captando mi atención de nuevo—. Mi líder y tú amigo. Estarán bien. Lo sé. Son tipos duros de matar.

   —Hierba mala… —bromeó Eobard. Caleb le dio un codazo—. Ya, ya —rió y ambos intercambiaron algunos golpes y risas que le pertenecían sólo a ellos y que nada tenían que ver conmigo. Carraspeé la garganta para que dejaran de coquetear frente a mí—. Lo siento —se disculpó—. ¿Iras a comer? —preguntó.

Enseguida recordé mi motivo para estar ahí, dando vueltas por un pasillo vacío.

   —No en realidad. Estoy buscando a Regen. ¿Lo han visto por aquí?

   —¿Regen?

   —El chico de la máscara.

   —¡Ah! ¡Ese muchacho extraño! —Caleb me dio otra palmada y me sacudió. En tan sólo algunos minutos, parecía haber recuperado algo de fuerza de la que se suponía que tenía—. Lo vimos afuera, en el jardín —aseguró—. Está jugando con las niñas.

¿Hablaba de Sophie y Dania?

   —Bien… gracias, chicos —quité suavemente la mano de Caleb de mi hombro y me despedí rápidamente de ambos—. Les dejaré ahora —pasé de ellos para caminar hacia el jardín—. Pueden seguir comiendo huevos los dos.

Caleb se rió y Eobard masculló un insulto.

   —Hijo de puta —soltó, medio riéndose.

   —Me cae bien —le oí decir a Caleb, antes de meterme por el pasillo que me llevaría al jardín más cercano—. Y en serio, encajaría muy bien con nosotros.

Quizás había algo de razón en eso. Nunca me he sentido completamente como uno de los buenos.

Y eso siempre me llevó a seguir a la gente equivocada.

 

Me quedé algunos minutos observándoles desde la seguridad del ventanal de la puerta. Regen y las chicas jugaban fútbol y las niñas saltaban y se abrazaban entre ellas cada vez que lograban anotarle un gol a un torpe y fingido Regen que interpretaba al mal portero, lanzándose en la dirección contraria en la que Sophie o Dania patearían, estirándose como un gato por intentar atrapar el balón y aun así fallando al atraparla. Sophie lucía feliz, riéndose tan alto que incluso yo podía oírla tras la puerta cerrada, a varios metros de ellos, reía con ese brillo en los ojos que no veía desde hace muchos años. Adoraba a esta niña y haría cualquier cosa por mantenerla a salvo, por protegerla y por verla feliz, justo como se lo prometí a su madre… a mi madre. Verla así de contenta, con una rodilla apoyada en el suelo y un dedo apuntando hacia el cielo, imitando la celebración de algún futbolista famoso que no podía recordar y que ya debía estar más que muerto, me conmocionó. Me alegraba el hecho de ver a más niñas de su edad correteando por aquí. Ella definitivamente lo necesitaba.

La escena que tenía delante de mí me conmovió. Cada cuadro, cada imagen me trasladó hacia alguna parte de mi infancia que creía olvidada. Mientras veía cómo ambas chicas corrían hacia Regen y se lanzaban sobre él hasta tirarlo al suelo al ver ganado el partido me pregunté si acaso él había tenido hermanos también alguna vez; un hermano mayor o una pequeña, un primo de su edad con quien jugar de esta misma forma o algún amigo del barrio con quien salir a andar en bicicleta los viernes por la tarde de verano. Me pregunté qué había sido de ellos, qué había pasado. Me pregunté cuánto tiempo Regen había estado sin ellos.

¿Les había llorado?

¿Cómo lucía el Regen que lloraba?

Él, como muchas otras veces, me sintió incluso antes de que me atreviera a tomar el picaporte de la puerta para abrirla y caminar hasta ellos. Incluso si no me estaba viendo, incluso si estaba distraído intentando quitarse a las chicas de encima, incluso si parecía que la última persona que pensaba ver aparecer por esa puerta sería yo, él levantó la mirada hacia mí antes de si quiera emitir algún ruido. Era una habilidad de Regen que no entendía. El siempre parecía estar oyendo y viéndolo todo.

Al verme descubierto por él, caminé hacia ellos.

   —¿Qué le están haciendo a ese pobre hombre, niñas? —pregunté al llegar—. Regen está cansado, mírenlo —fruncí el ceño, intentando mostrarme molesto. No sé si lo logré, pero las chicas le dejaron y se pusieron de pie entre pequeñas risas divertidas. Regen se quedó ahí, sentado y jadeando, fingiendo realmente estar cansado, como si quisiera reafirmar lo que yo había dicho.

   —Lo sentimos, Regen —dijo Sophie, dedicándole una sonrisa preciosa. Esta niña le adoraba y eso me encantaba. Regen bien podría ser otro hermano mayor para ella.

   —Sí, lo sentimos, Regen… —Dania se unió en la disculpa, pero enseguida agregó—: Pero deberías hacer más ejercicio, los infectados podrían comerte.

   —Prometo que comenzaré a ejercitarme todos los días desde ahora, para que así no me coman —declaró solemnemente Regen, levantando una mano y haciendo un juramento de boyscout.

   —Hablando de comer… —interrumpí—. ¿Ya comieron, niñas? —pregunté, acariciando el cabello de Sophie. Ya sabía la respuesta. No había probado un bocado y es que se la había pasado aquí toda la mañana jugando. Estaba toda sucia, de pies a cabeza, con las rodillas raspadas y el pelo desordenado y lleno de barro. Y se veía la niña más feliz del mundo—. Deberían ir antes de que se acabe… —dije y añadí—: El menú trae puré de patatas —aparté mi mano antes de que Sophie saliera disparada hacia la puerta. Ella era así, siempre disfrutando de las pequeñas cosas de la vida y cómo no iba a hacerlo, si antes del motín en el Desire se había acostumbrado a comer algas, ratas y pescado crudo todos los días de su vida. Ahora un plato de comida decente debía parecerle como saborear el mismísimo cielo.

Y le encantaba el puré.

   —¡Hasta más tarde! —se despidió rápidamente, agitando su mano sin volverse y agregó—: ¡Nos vemos en la noche, Regen! ¡Vamos, Dania! —Dania le siguió y se apresuró hacia la puerta para alcanzar a Sophie. Ella debía ser otra niña que seguramente había tenido una vida dura antes de llegar aquí y que ahora valoraba cada comida como si tragar fuera un ritual sagrado. Así eran los niños hoy en día. Sobrevivientes.

Las vi a ambas desaparecer tras el umbral.

   —¿En la noche? —pregunté y me crucé de brazos, todavía con los ojos pegados en la puerta ahora cerrada.

   —Le dije que la acompañaría a mirar las estrellas —contestó.

   —Oh…

   —Puedes acompañarnos, claro.

Asentí con la cabeza y guardé silencio. Debían ser pasadas las cuatro de la tarde y el cielo estaba gris y el aire húmedo y tibio, como si trasladara brisa marina con él. Pronto comenzaría a llover. No sabía si las estrellas podrían verse hoy.

   —No quiero imaginar lo que le ocurrirá al pobre diablo que la pretenda cuando crezca —dijo de pronto.

   —¿Disculpa? —no entendí.

   —A Sophie —explicó—. Se nota cuánto te preocupas por ella, todo lo que la proteges y la cuidas —dijo, como burlándose—. ¿Pero qué pasará cuando se convierta en una simpática y atractiva chica? Los chicos van a rodearla como buitres hambrientos —se rió—. ¿Qué harás entonces?

   —Ya tengo mi escopeta espanta buitres preparada —respondí.

   —Podrías hacer eso… —dijo, levantándose ágilmente, como si no hubiese recibido un disparo a quemarropa en el pecho hace tan sólo un par de días y empezó a caminar. Le seguí—. Pero no has pensado en… ya sabes… ¿enseñarle a usar la escopeta?

   —¿Entrenarla? —me reí—. ¿Qué le voy a enseñar? ¿A huir de una horda para no morir?

   —Huir es una buena idea —dijo, serio. Ni una sola de sus palabras se oyó en broma—. La mayor parte del arte de sobrevivir es saber correr.

Alcé una ceja.

   —¿Y tú corres, Regen? —lancé esa pregunta como quién deja caer un vaso de vidrio a propósito para que lo miren. En ella había una docena de dudas implícitas que sólo él podía contestar y esperaba que las captara todas. Sé que lo hizo, pero decidió ignorarme olímpicamente y continuar con nuestra conversación trivial antes de hablar algo sobre lo bien que se había recuperado su herida, por ejemplo.

   —Quizás no lo suficientemente rápido —contestó—. Podrías enseñarme a huir también.

«Mentiroso —pensé—. Corres más rápido que cualquiera de nosotros.»

   —…Así Terence no podrá atraparme la próxima vez —concluyó y soltó una risa. Lo recordaba bien, el día en que nos conocimos, el día en que Regen nos ayudó con la jauría de perros infectados y salvó indirectamente a Sophie con ese acto. Cuando intentó huir, Terence y los demás lograron atraparlo.

Pero siempre he pensado que ese día Regen quiso dejarse atrapar.

Quise recriminárselo, pero no lo hice.

   —Y yo podría enseñarles a pelear —agregó—. A ti y a Sophie. Dame algunas semanas y no tendrás nada que envidiarle a Terence, a Aiden o…

Me reí en voz alta y él guardó silencio.

   —¿Estás bromeando, verdad? ¡Pero si nunca he sido un buen peleador! —Regen se me quedo viendo tras los lentes oscuros de su máscara mientras yo me carcajeaba a toda voz. Sabía manejar un arma, sabía luchar, sabía como dar un golpe, pero mis capacidades físicas no eran las mejores. Era rápido, sí, pero era un debilucho. Estas manos mías no fueron hechas para machacar—. Para entrenarme necesitarás más de un par de semanas —afirmé, secándome una pequeña lágrima que estuvo a punto de saltarme de un ojo y reí otra vez—. Tendrías que darme clases intensivas de verano en la isla y… —callé y mis risas cesaron conmigo. Regen volteó el rostro hacia el frente rápidamente y supe que, aunque no le estuviese viendo la cara, debía tener la expresión de alguien a quien acabas de poner incómodo por soltar una frase que nunca debió salirte de la boca. Yo también me sentí así al darme cuenta que la había cagado—. Lo… lo siento, yo… —intenté disculparme—. Es decir. A lo que me refería… —balbuceé como solía balbucear en la secundaria cuando tenía que pararme frente a toda la clase a exponer, con mi cerebro completamente desconectado de mi lengua, intentando dar una explicación. ¿Pero cómo iba a explicarle que había dado por sentado que él volvería junto a nosotros a la isla? ¿Cómo iba a explicarle que había olvidado que él había vivido en esta ciudad durante los últimos años? ¿Cómo iba a decirle que a veces nos veía juntos, hablando en alguna orilla de la playa de Paraíso como si aquella imagen fuese lo más normal del mundo?

Cerré los ojos un momento, avergonzado de mí mismo.

¿Cómo iba a decirle?

   —No eres un mal peleador —Regen habló primero luego de que yo me quedara callado al no hallar las palabras correctas para salir de ese enredo. Siempre he pensado que el silencio es una buena forma de corregir errores monumentales como este.

«Hagamos como que no ha pasado y olvidémonos de esto, ¿te parece? No es necesario volver a tocar el tema nunca más.»

Pero precisamente ahora una voz descontrolada me gritaba en el oído:

«Díselo»

«A nadie le importará»

«No hay nadie aquí que pueda juzgarte…»

   —Regen… —comencé.

   —Sólo te falta confianza en ti mismo… —continuó él, hablando muy rápido. Estaba intentando evitar escuchar lo que yo estaba a punto de decir.

   —Regen… —insistí.

   —Eres rápido y ágil, puedes aprovechar eso y…

   —Regen —me detuve en seco y él también lo hizo.

   —¿Qué…? ¿Qué pasa? —preguntó.

«¿Cómo iba a preguntárselo?»

«Sólo hazlo»

Miré a mi alrededor por un par de segundos. Habíamos llegado ya al cementerio, no sé si él lo había planeado así o había sido algo tácito e inconsciente, de esas casualidades que poco tienen que ver con el azar. Respiré profundo y reanudé el paso, ya que estábamos allí pensé que sería buena idea dirigirnos a ese sitio apartado en el que le había visto el otro día; sentado bajo ese viejo y enorme árbol, mirando al vacío como si fuera lo único para ver. Tenía la sensación de que ese lugar le gustaba.

Caminamos en silencio y él no volvió a abrir la boca hasta que llegamos allí y nos sentamos uno al lado del otro. Mi proposición era sencilla, corta y la respuesta que buscaba consistía en tan sólo un monosílabo: «Sí» o «No»

Eso en el caso de haber preguntado directamente. Pero no lo hice.

«Vuelve conmigo a la isla, por favor» quería decir.

   —¿Nunca has pensado en salir de aquí? —pregunté en su lugar—. La gente en Paraíso es amable y el paisaje es encantador. Podrías visitarla. Podría gustarte.

Regen volteó su rostro hacia mí y pareció mirarme directamente a los ojos tras la máscara. Sin saber qué estaba pensando y tal vez por la forma en la que sus hombros parecieron relajarse, supuse que esbozó una sonrisa. Imaginé aquella sonrisa sin un rostro; sin nariz, sin ojos ni cejas, sólo unos labios y unos dientes iluminando un espacio oscuro y borroso. La sonrisa de Regen era simple, sencilla y no demasiado extensa, como la mueca en el rostro de una Mona Lisa exhibida en algún salón de arte en los altos suburbios de alguna gran ciudad; una sonrisa tímida que no era ni alegría ni disgusto y que podía ser ambos a la vez.

Apreté los puños y arranqué un montón de pasto de raíz mientras esperaba su respuesta.

«Me he enamorado de alguien que no tiene rostro y he imaginado un futuro con él. ¿Qué tan ridículo puede sonar eso?»

Regen miró hacia el frente otra vez y también sostuvo un poco de hierba entre sus dedos enguantados, pero no la arrancó. Me pareció oírle suspirar.

   —Pertenezco a este lugar —dijo por fin. No era ninguna de las respuestas que esperaba oír.

   —¿Por qué?

   —Siempre he estado aquí.

   —¿Siempre? —cuestioné—. ¿Desde que naciste? ¿Te criaste aquí?

   —No. Y sí.

   —¿Qué te ata a este lugar?

   —No puedo ir contigo, Dalian —aseguró.

Me levanté de golpe.

   —¿Qué le ves a este basurero? —le cuestioné—. Es una fábrica de muerte y destrucción. ¿No estás cansado de cuidarte las espaldas solo? ¿No estás cansado de dormir con miedo a una ataque de esas bestias? ¿No…? —me detuve. Claro que no, él nunca tuvo ni tendrá miedo. Porque él era diferente—. ¿Eres uno de ellos? —pregunté directamente. Los lentes oscuros de su máscara se clavaron sobre mí y contuve un escalofrío.

   —¿Por qué lo dices? —se puso de pie, frente a mí.

   —Vamos, hombre. Te sanaste de un disparo al pecho en apenas un par de días —dije, casi riendo por lo ridículo que se veía esa situación—. Morgan dice que tuviste suerte, pero yo creo que él también lo sabe.

   —Tuve suerte —insistió Regen. Me acerqué a él y le tomé por los hombros para mantenerle ahí, sujeto, sin poder evitar mis preguntas—. Oye… —puso una mano alrededor de mi muñeca y presionó firme, aunque sin llegar a lastimarme.

   —Has sobrevivido por demasiado tiempo —insistí—. ¿Eres un infectado, Regen?

   —Tienes la mala costumbre de fijarte en cosas que nadie ve, ¿no? —susurró y me acarició la muñeca con el cuero de sus dedos. Deseé que no los llevara puestos y así poder sentir el tacto de su piel otra vez—. Siempre captando lo que lo demás queremos ocultar.

Solté el aire en una especie de suspiro. Regen era un infectado como Ethan, como el hombre que atacó a Reed antes de que nos encontráramos con La Resistencia.

Ahora entendía muchas cosas.

   —¿Por qué no me dijiste? —cuestioné.

   —¿Para qué? —cambió el tono de su voz, volviéndose más áspero, más a la defensiva—. ¿Para que me bombardearas con tus preguntas? ¿Para que te alejaras? Tú mismo lo dijiste, Dalian —me soltó, pero yo atrapé su mano en el aire y enredé mis dedos entre los suyos. Él la miró, como si no entendiera qué era eso de tomarse de las manos, o como si nadie lo hubiese hecho en mucho tiempo—. Huyes de los infectados. Eres rápido. Esa es tu mayor habilidad…

   —No huiría de ti —dije.

   —Deberías.

   —No, no debería… —le solté la mano sólo para quitar el guante que la protegía. Rocé la piel manchada, irregular y con cicatrices imborrables con el dorso de la mano—. Te dije que no me asustas, Regen. Aunque seas un infectado.

   —Podría morderte —dijo e intentó retroceder. Le seguí y no le solté.

   —Muérdeme.

   —Es en serio. Podría descontrolarme, atacarte, matarte, partirte en trocitos y darme un festín contigo.

   —Cómeme, Regen.

   —Demonios, Dalian —alzó la voz cuando su espada topó con el tronco del árbol que tenía tras él. Atrapé sus manos en el aire cuando quiso alejarme—. Esto no es una broma.

   —¿Cuándo fue la última vez que te devoraste a alguien? —pregunté, acercándome más a él. Tenía el respirador de su máscara muy cerca. Quería arrancársela de un tirón.

    —Hace mucho tiempo —confesó.

   —¿Y cómo lo llevas?

Suspiró y apoyó su frente contra la mía.

   —¿Te contaron lo que pasó en el hotel? —quiso saber.

   —¿La masacre del hotel? —reí, aflojando el respirador de su máscara para removerlo. Él dejó que lo hiciera y que lo separara del resto de la máscara y lo dejara caer al suelo. Sonrió, con aquella mueca neutra y misteriosa—. Claro que me hablaron de ella —sonreí yo también—. Prácticamente entraste como un héroe a salvar a Chris y los demás.

   —Aquella vez fue la última vez que comí —declaró y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al comprender más o menos lo que trataba de decirme. Ninguno de los chicos había vuelto de ese enfrentamiento mordido o con un brazo menos. Sólo quedaba una opción, él lo insinuó y yo lo entendí; había comido carne de otros infectados.

Solté una risita. Estaba a centímetros de sus labios magullados, pero no podía tocarlos así. En ese momento extrañé su antigua máscara; el espacio que dejaba su respirador era más grande y podía meter mis manos en ella con facilidad.

Con esta me costaría un poco más de trabajo.

De todas formas, rocé sus labios con uno de mis dedos y los acaricié.

   —¿Me estás diciendo que eres algo así como un infectado vegetariano? —bromeé y reí en voz baja cuando él atrapó mi dedo entre sus dientes. Sentir su lengua en mi piel, aunque tan sólo fuese sobre una diminuta porción de mi mano, despertó todas mis terminaciones nerviosas y envió un escalofrío por toda mi columna que no fui capaz de controlar. Él se dio cuenta y lo lamió con más cuidado, encendiendo todas mis alarmas.

   —O un infectado caníbal, como quieras verlo… —dijo, aun sosteniendo mi dedo entre sus dientes y yo apenas escuché lo que dijo, demasiado absorto estremeciéndome y retorciéndome por dentro por lo que tan sólo un tacto suyo era capaz de hacer—. ¿Dalian?

Quité la mano para tomar ambos extremos de su máscara y me acerqué lo más que pude a él, arrimándome, juntando mi pecho con el suyo y pegando mi cadera contra él. Me pareció sentir una erección presionando dentro de sus pantalones. Contuve unas insoportables ganas de tocársela e inhalé profundo para respirar y llenarme con el olor que desprendía de su ropa para tranquilizarme.

Necesitaba sentirle cerca. Lo más cerca posible. Quería fundirme en él.

   —Déjame quitarte esa cosa y darte un beso —rogué. Si no lo hacía, sentía que iba a desmayarme.

   —No puedo… —se disculpó en un jadeo y me abrazó, metiendo sus manos bajo mi camiseta.

   —Me gustas —confesé en una especie de gemido. El toque de su mano desnuda acariciándome la espalda me causó una sensación electrizante—. Joder, no sé que pasa contigo, pero…

   —¿Estás seguro? —susurró sobre mi oído. Amaba su verdadera voz. Era hipnotizante—. Deberías estar huyendo, en serio.

   —Nunca huiré de ti —juré, hundiendo mi cabeza en su hombro—. Lo prometo.

Oí las primeras gotas de lluvia cayendo alrededor de mí, pero no las sentí en absoluto. Sólo podía sentir el tacto de sus dedos, la presión que ejercían sus brazos rodeándome, el ritmo de su respiración pegada a mi cuello mientras ambos nos sumíamos en el silencio y el latido de su corazón, golpeteando contra mi pecho.

Quise quedarme así por siempre.

Regen se deslizó por mi cuello, lentamente, dejándome sentir el calor de su aliento topando con cada centímetro de mi piel que su máscara rozaba. Soltó una risita suave y susurró en mi oído con su voz clara, grave y casi ronroneando:

   —Quizás Paraíso sea un buen lugar para mudarme.  

 

Notas finales:

¿Qué les pareció el cap? Debo confesar que adoro esta pareja. 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo - review

 

Abrazotes


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