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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

HOLAAAAAAAAA  D_D

Actualización rápida, porque voy de salida. Me he desquitado con este capítulo que salió bastante largo (8,5 k de palabras) así que vayan por unas pallomitas! 

Mucho fanservice, drama y acción. 

Espero que les guste

IMPORTANTE: Para mejorar la experiencia, en este capítulo están insertadas algunas canciones (ya saben como funciona esto xD) si no pueden oírlas por alguna razón, dejaré los títulos aquí. 

1. Miss you love - Silverchair. 
2. Black Hole Sun - Soundgarden. 

Saludos! 



Capítulo 69

 

 

No podía apartar la mirada de esos ojos, inflamados y llenos de derrames, que me veían muy abiertos por el miedo y la sorpresa.

Y entonces él vino. Y su mano le cortó la garganta.

La sangre que saltó me cayó sobre los ojos y la cara.

Y todo se volvió rojo. Como la guerra y la furia, como el fuego y el odio… como la venganza y el dolor.

 

 

Abrí los ojos y respiré desesperadamente, como un pez fuera del agua. Una punzada me partió la cabeza y sentí el corazón palpitar contra mi cuello agitadamente.

Una mano cayó sobre mi pecho, justo donde algo estaba a punto de estallar.

   —¿Una pesadilla? —Terence me sonrió. Estaba sentado a mi lado. Él siempre parecía estar ahí mientras dormía—. Estás bien ahora —Su voz clara y suave me invitó a tranquilizarme.

Me reincorporé sobre la cama en la que estaba y miré hacia los lados para ubicarme. ¿Qué había pasado?

   —Te quedaste dormido y te traje aquí para que descansaras… —me explicó rápidamente, y sujetó mi rostro para que lo mirara. Eso fue lo que hice; me concentré en sus ojos tricolor, que parecieron cambiar de tonalidad justo cuando vi dentro de ellos. Me sentí menos perdido entonces.

   —¿Qué hora…? —intenté decir.

   —Las diez de la mañana, más o menos. Dormiste el resto de la tarde y durante toda la noche de ayer… —dijo. Abrí la boca para articular otra pregunta, pero Terence, quien parecía más despierto que nunca hoy, se adelantó a lo que iba a decir—. Ya quitamos el cuerpo. Los de La Resistencia decidieron enterrarlo en una tumba sin nombre, a unos metros del cementerio… —me informó y miró la hora en el reloj de plástico que colgaba de la pared, para asegurarse de estar en lo correcto—. Eso fue hace cuatro horas atrás. Me he quedado con sus cosas. Cuando llegué a buscarte hablaste de una fotografía. Imaginé que…

   —Gracias —le interrumpí. Apreté los párpados y me acaricié las sienes para intentar calmar un poco el dolor que me atravesaba el cerebro—. De verdad. Muchas gracias.

   —¿Estás bien? —me preguntó, y hundió sus dedos en mi cabello para acariciarlo—. Ayer parecías bastante afectado.

Sonreí.

   —Estaré mejor si me das un beso.

Me sonrió de vuelta, se inclinó hacia mí y me besó en los labios. El roce de su boca, siempre suave y deliciosa, me transportó por algunos momentos a un lugar muy lejano del que había despertado esa mañana; lejos de Gael y de las torturas que había visto. Lejos de mis dilemas internos y la violencia encarnada. No estaba bien, había tenido una pesadilla viva y horrible y me pregunté si acaso la tendría durante todas las noches restantes de mi vida: la misma escena, el mismo cuadro y los mismos simbolismos. O si, en cambio, la bloquearía, me olvidaría de ello y me desentendería de lo que mis ojos habían presenciado.  

Sinceramente esperaba que ocurriera la segunda opción.

   —Estoy mejor ahora… —susurré contra sus labios.

   —¿Terence? ¿Sigues ahí? —Una voz conocida se anunció antes de tocar la puerta y ambos nos separamos. El pelirrojo volvió a su silla y yo me reacomodé en la cama—. Voy a entrar… —abrió la puerta—. Creí que necesitarías comer algo antes de… —Mesha entró con un par de manzanas en la mano y sonrió cuando se percató de nuestras presencias—. ¡Oh! ¡Despertaste, Reed! Me alegro de que estés bien.

   —¿Cómo…? —Terence masculló, muy bajo, para que sólo yo le oyera—. ¿Estás seguro de que es ciego? —me preguntó en un susurro.

   —Segurísimo —contestó Mesha. Nos había oído—. Desde que nací —Terence me miró con una cara que lo delataba; no se creía que él le hubiese oído mascullar.

   —Te sorprendería lo que es capaz de hacer —le dije, sólo moviendo los labios.

Mesha tendió una manzana hacia mí. La tomé sin titubear y empecé a comer. Terence también cogió una cuando se la ofreció.

   —Gracias, amigo —Terence empezó a devorarla con desesperación—. Estaba hambriento, de verdad.

   —Ya lo creo… —Mesha se rió y Terence también, con la risa ahogada en la boca cerrada y llena de comida. Ambos parecían muy cercanos de repente.

Alcé una ceja.

   —¿Desde cuándo se llevan tan bien? —pregunté. No estaba celoso, sólo me causaba curiosidad el hecho de que Terence le sonriera a quién antes intentó espantar.

   —Desde hace un par de días… —El pelirrojo ya había acabado su manzana para cuando volvió a hablar—. Mesha se ha interesado por algunos libros de medicina, pero Morgan tiene pocos libros en braille, así que me ha pedido que los lea para él.

   —Me gusta su voz —explicó Mesha y se encogió de hombros para restarle importancia—. Es como la de un…

   —Narrador de cuentos de hadas, ¿no? —me reí. Él sonrió.

   —Exactamente.

Terence estaba rojo hasta las orejas.

   —Basta —pidió—. No tengo voz de narrador.

   —¿Conductor radial? —bromeó Mesha.

   —Telefonista de línea caliente —me aventuré. Mesha estalló en una carcajada y Terence aguantó las ganas de reír—. Hola, cariño… —bromeé e intenté imitar la voz de Terence. Pretendí reproducir el tono acalorado que usaba cada vez que hacíamos el amor y del cual no parecía ser muy consciente—. Estoy desnudo. ¿Qué quieres que hagamos esta noche?

   —¡Ay, por dios! —Terence se levantó de su silla y caminó hasta la puerta—. ¡Yo no sueno así!

   —¡Claro que sí!

   —¡Basta! —me apuntó con un dedo acusador. Estaba avergonzado—. Suficiente. Tenemos que irnos.

   —Dijeron que nos reuniéramos en quince minutos… —Mesha me revolvió el cabello hasta volverlo un desastre, más desordenado de lo que naturalmente era—. En el comedor.

Esas palabras me volvieron bruscamente a la realidad de la cual me había olvidado por algunos minutos. Scorpion debió haber informado sobre lo que Gael contó. Durante estas horas, los cazadores, los chicos y el pequeño grupo de La Resistencia que nos acompañaría debieron haber trazado un plan de ataque. Ya sabían dónde estaba Shark. Sólo debíamos ir por él y rescatar a los nuestros.

   —Bien… —me levanté de la cama. Me obligué a centrarme en nuestro nuevo objetivo—. ¿Dónde están mis zapatillas?

   —Allí… —Terence apuntó hacia una silla arrinconada en una esquina de la habitación—. Y también está su billetera y ese horrible encendedor.

   —Gracias.

Caminé hasta la silla, me puse mis viejas converse y guardé las cosas de Gael en mi bolsillo, sin saber muy bien qué haría con ellas después.

Los pasillos parecían más vacíos que otros días y tuve la incómoda sensación de que la gente de La Resistencia se escondía y se ocultaba de nosotros, porque sabía que iríamos directo hacia la muerte y ellos no nos acompañarían. Porque no era su problema y, aun así, se sentían culpables. No es fácil dejar que la gente corra directo hacia el suicidio en estos días. Hay algo que tira de nosotros; un instinto de supervivencia que nos obliga a rescatar lo que queda de humanidad y que nos lleva a querer salvar incluso lo que sabemos no podemos proteger.

Ellos podían ayudarnos, pero el miedo era más grande.

Y no les culpaba.

   —Cuidado… —Terence me agarró del brazo y se posicionó uno o dos pasos delante de mí cuando cruzamos el pasillo que nos llevaría al comedor. Un grupo pequeño de personas hablaba fuera, mientras se dirigía hacia la puerta de los comedores, a uno o dos metros de nosotros. Eran cazadores. Reconocí a Scorpion entre ellos—. Dejémosles entrar, luego vamos nosotros.

Asentí con la cabeza, y agradecí en silencio que nos detuviera. No quería cruzar palabra con ese desgraciado en varios días. Ni siquiera sabía si podría verlo directamente a los ojos.

   —Todavía me duele el rostro… —se quejó Siete, que también estaba dentro del grupo.

   —Te lo merecías —le contestó Scorpion.

   —¿Por qué? —El cazador se plantó delante de su líder, para cortarle el paso, y se cruzó de brazos. Ambos intercambiaron una mirada tensa y me pareció que de los ojos azules de Scorpion iba a salir humo. Creí que el rubio le golpearía en la cara antes de gritarle: «muévete, pedazo de mierda»—. ¿Es porque toqué lo que es “tuyo”? —desafío, mientras hacía comillas imaginarias con las manos—. ¿Es eso?

   —No habrá una octava vez, Siete —le amenazó Scorpion—. Déjate de bromas y muévete.

   —Vamos, hombre. ¡Fue sólo un beso y estábamos borrachos! —Contra toda lógica, Siete tuvo el descaro de apoyar una de sus manos sobre el hombro de Scorpion. Éste lo miró de arriba abajo, con los labios apretados y muy serio—. No merecía ese puñetazo, admítelo. No fue para tanto.

   —Hm…

   —¿O es que le das importancia a esas cosas? —Siete continuó y algo me dijo que esto iba a terminar pronto en una pelea—. ¿Qué significa un beso para ti, Scorpion?

   —¿Me estás jodiendo? —Scorpion encarnó una ceja y estrujó la chaqueta del cazador cuando lo agarró. Sonrió, con una de esas sonrisas que daban miedo, de esas que querían decir: “voy a arrancarte la piel”

   —No, voy en serio… —siguió el otro—. Dime, ¿te importa un beso? ¿Eres de esos? ¿Será que en el fondo eres un romántico? —rió y los tres cazadores que los acompañaban también soltaron unas carcajadas bajas, pero Scorpion miró hacia atrás y con tan sólo un gesto los mandó a callar. Los tres hombres se alejaron algunos metros de ellos, como si supieran que su líder estallaría en fuego de repente—. ¿O sólo tienes miedo? —Siete volvió a provocarle. Scorpion no contestó. Pero, para ese momento, yo ya estaba preparado para presenciar una paliza. Y para intervenir. Después de ver a ese lunático rebanarle el cuello a una persona, no tenía dudas de que sería capaz de hacer lo mismo con uno de sus subordinados—. ¿El amor es una mala palabra para ti?

Scorpion soltó aire bruscamente, en un gesto que indicaba que había perdido la paciencia.

   —Un beso es sólo eso —contestó por fin.

   —Exacto… —Siete sonrió, llevó una mano a la mejilla de Scorpion, la palmeó suavemente y, antes de que el líder de los cazadores pudiese reaccionar, lo besó en la boca. El rubio intentó apartarse y quitárselo de encima, pero Siete le agarró el rostro para inmovilizarlo—. ¿Ves? —río cuando se separó de él—. Es sólo un jodido… —Scorpion le agarró del cuello de la chaqueta bruscamente, lo empujó para hacerle retroceder sobre sus pasos y azotó su espalda contra la muralla. Entonces le devolvió el beso. Y esta vez fue uno que me hizo cubrirme la boca y querer mirar hacia otra parte, sin poder apartar por completo la vista de la escena. Un beso caliente, apasionado, de esos que devoran, como sacado de una película. Un beso que fue lo suficientemente bueno como para que Siete se estremeciera, soltara un jadeo ruidoso dentro de la boca de Scorpion, cerrara los ojos y envolviera su cuello entre sus brazos.

Scorpion cortó el contacto y volvió a empujarle contra esa pared para apartarlo de él. Me pareció que sonrió cuando volvió a mirar a Siete, que respiraba agitado y estaba rojo hasta las orejas.

   —Claro… es sólo un jodido beso —se burló Scorpion y se limpió la boca con el dorso de la mano. Luego golpeó la mejilla de Siete un par de veces, imitando lo que éste había hecho segundos atrás—. ¿Entonces por qué estás tan alterado, Siete? —rio y no se quedó a escuchar una respuesta. Tomó la manilla de la puerta y la abrió para meterse al comedor.

Todo el mundo guardó silencio. Y Siete se quedó ahí, pasmado, por varios segundos más. Todavía con la espalda apoyada contra la muralla, los ojos muy abiertos, jadeando y con una mano sobre sus labios, como si todavía pudiese saborear la boca de su líder. Parecía confundido. Pero entonces miró en nuestra dirección, se percató de nuestra presencia y dijo:

   —V-Vaya… —balbuceó, y dirigió una rápida mirada a su entrepierna—. ¡Maldición! ¡Vaya! —exclamó y rio; una risa nerviosa, y completamente derrotada. Él había querido jugarle una broma pesada a Scorpion, pero le salió el tiro por la culata—. Creo que no volveré a intentar besar a ese hombre.

Sus compañeros rieron un poco también, nerviosos y asustados. La situación bien pudo haber terminado en una golpiza, aunque creo que acabó peor. Estaban los puñetazos que sacaban sangre y te rompían la mandíbula y luego estaba esta clase de golpes.

Un puñetazo moral.

Los cazadores entraron y Siete se quedó sosteniendo la puerta para que nosotros también lo hiciéramos. Ninguno de los tres dijo algo sobre lo que habíamos visto y oído y, aun así, mientras cruzábamos la puerta, el moreno soltó una frase que bien pudo ser una amenaza.

   —Ni una palabra de lo que vieron a nadie, ¿me oyeron? —masculló con voz grave.

   —E-Está bien —obedecí.

   —Yo no vi nada —se burló Mesha. Terence rió un poco.

   —Hombre, yo tampoco.

   —Bien, chicos —Siete cerró la puerta tras de sí—. Calladitos están más bonitos.

Cuando entramos, todo el mundo estaba ahí. Algunos sentados sobre las mesas, afilando sus cuchillos o limpiando sus armas. Otros, los que estaban de pie, parecían más nerviosos y daban golpecitos en el suelo con sus botas, quizá a la espera de que alguien tomara la palabra. Terence, Mesha y yo nos dirigimos hasta donde estaban los nuestros, sentados en la misma mesa que habíamos usado siempre desde que llegamos a este lugar. Sólo que ahora no compartíamos un plato de comida ni una charla casual. Ahora sólo compartíamos miedo, angustia y ansiedad por el futuro incierto que teníamos por delante. Todo podía pasar.

   —Hola… —saludé cuando llegué.

   —Me alegro de que estés bien —soltó Ethan. Fumaba un cigarrillo que apagó contra la mesa en cuanto llegamos—. Él dijo que no soltaría una palabra hasta que todos estuviésemos aquí.

Miré a Scorpion. Mantenía sus brazos cruzados, el trasero apoyado contra una de las mesas y estaba bien metido en su chaqueta de cuero, que tenía cerrada hasta el tope. No miraba a ninguno de los suyos o los nuestros y ni siquiera subió la vista cuando Siete pasó cerca de él, para reubicarse junto a sus compañeros. Casi parecía tranquilo y misterioso en medio de esa masa de gente que hablaba en voz alta y todos a la vez, y volvía el ambiente ruidoso y molesto. Casi parecía pensativo, reflexivo o sereno, con los ojos fijos sobre el barro de sus botas. Ausente, lejos del ruido y de cualquiera dentro de esa habitación.

Me pregunté en qué estaría pensando.

Parecía muy calmado. Si le vieran desde afuera, y sin saber absolutamente nada de él y de lo que ha hecho, nadie pensaría que ayer había degollado a un hombre que era padre de una niña pequeña.

Esperó a que las voces callaran antes de empezar a hablar y, al cabo de unos minutos, todo el mundo estaba en silencio. Sólo entonces levantó la mirada y la clavó sobre la masa que estaba frente a él.

   —Los tienen en un barco —soltó. Ethan y los demás se sobresaltaron al oír esa información, seguramente porque entendieron inmediatamente de qué barco se trataba—. Lo he pensado bien... de seguro que ese bastardo al que llaman Shark nos está esperando. El grupo de Lee acaba de llegar, ellos fueron enviados a investigar la casa de La Hermandad. ¿Cómo les fue? —le preguntó directamente a uno de sus hombres.

   —La Hermandad no está ahí —dije, en voz baja y aun así los demás me escucharon. Scorpion me hizo un gesto para que continuara y, cuando vi varias miradas posarse sobre mí, me sentí obligado a seguir—: No la parte que nos interesa, al menos. Todos sus soldados y familias están en el Desire.

Scorpion miró a su cazador y esperó su respuesta. El hombre asintió con la cabeza.

   —El niño tiene razón —respondió—. No queda nadie en La Hermandad. Sólo un grupo de hombres que trabajan en su reconstrucción. Ni siquiera parecen estar armados.

Scorpion resopló y se paseó en silencio durante algunos segundos por el centro de la habitación.

   —Ochenta —soltó, mientras nos recorría con la mirada—. Y eso si consideramos a los heridos que todavía puedan luchar. El escuadrón de Cuervo sufrió muchas bajas en su último enfrentamiento, cuando él decidió lanzarlos a todos a la boca del lobo…

   —Cuervo sólo estaba intentan… —quiso decir Siete.

   —¡No me importa lo que intentaba hacer! —Scorpion gritó y la fachada tranquila que había tenido hasta ese momento se rompió y dejó relucir su verdadera personalidad; ese hombre explosivo y violento que no soportaba que lo interrumpieran o le objetaran algo—. ¡Lo importante es que acabó con tus compañeros muertos y ahora estamos jodidos! ¡Él está jodido! ¡Van a matarlo y estamos en números rojos!

   —P-Pero los de La Hermandad… —quiso decir un cazador.

   —Los de La Hermandad bordean las doscientas personas —le interrumpió Scorpion—. Y que no se te olvide que hay escuadrones de cazadores enteros ahí. Rezagados, bastardos miserables que se aburrieron de la vida que llevaban y quisieron sentar cabeza en lugares más pacíficos, pero que continúan siendo la misma escoria que tú y yo. Aún saben cómo disparar un arma o cómo matar a una persona a sangre fría.  

   —Y Shark les convencerá a todos ellos de que somos nosotros a quienes deben asesinar… —Jesse habló y todo el mundo volteó hacia él para oírle. Era uno de los tantos efectos que Jesse causaba sobre la gente; con el suave y seductor acento italiano que tenía, era difícil no prestarle atención—. Conozco a Shark de cerca, Scorpion. Es un estratega, es inteligente. Se las arreglará para que cada persona en ese barco pelee por él, y peor, quiera morir por él.

   —Ya lo creo.

   —De seguro ya ha usado la muerte de Steiss para alimentar la rabia de su gente. Cuando lleguemos, ellos…

   —Ya nos estarán esperando —dijo Scorpion. Jesse asintió—. Lo sé —levantó el arma que tenía atada a su cinturón y apuntó hacia la masa de personas que le oían—. Muchos van a morir y es por eso que les doy la oportunidad ahora de retractarse… —recorrió a cada uno de sus hombres con la mira—. No quiero arrepentidos. Si vamos por él ahora, vamos hasta las últimas.

Hubo un tenso silencio que duró varios segundos.

   —¿Nadie? Es la única oportunidad que daré —Scorpion dio un paso hacia ellos y apuntó a Siete directamente—. ¿Siete? —preguntó.

   —Moriría por Cuervo —le contestó él, y dio un paso al frente—. Y sé que todos en esta habitación piensan lo mismo.

Scorpion sonrió; una sonrisa torcida y peligrosa.

   —Bien —bajó el arma y volvió a guardarla en su lugar—. Muy bien —giró sobre sus talones y nos dio la espalda a todos. Se metió las manos en los bolsillos—. Qué bien que todos estén tan comprometidos con esto. Porque tengo una idea y tal vez no vaya a gustarles…

 

 × × × × × × × × × × × × × × ×

 

   —¿Alexa? —Terence se inclinó hacia adelante, para oír a Ethan más de cerca. Llevábamos unos veinte minutos viajando en el Movilizador Anti-Z y nos dirigíamos hacia algún lugar del que no nos habían informado. Lo único que sabíamos era que íbamos directo a la base de otros cazadores. Cazadoras, para ser más exactos—. ¿Puedes aclararme quién era?

   —Alexa era la antigua líder del escuadrón Viuda Negra. Era una mujer salvaje, sádica y violenta. Y odiaba a Noah.

   —Los polos iguales se repelen —bromeó Terence.

Y tenía mucha razón.

   —Alexa murió después de un enfrentamiento que tuvo con los escuadrones de Cuervo y Noah, en el que estuvimos involucrados. Después de eso asumió otra chica, que convenció al escuadrón viuda de ayudarnos a sabotear la base de E.L.L.O.S. Sin embargo, las cosas entre los cazadores y esas cazadoras nunca han estado bien.

   —Eso era hasta antes de que mis compañeros empezaran a salir con las chicas de Viuda… —interrumpió Siete y apuntó al grupo de cazadores que venía con nosotros. Éramos veinte en total, el resto nos esperaba en La Resistencia, listos para partir apenas volviéramos—. ¿Qué más podía pasar? En tiempos de crisis, el amor está a flor de piel. Y, aunque nuestros líderes se lleven mal y lo quieran ocultar, muchos cazadores se han involucrado con las viudas por años. ¿Verdad que sí, Lee? —bromeó. El hombre mencionado, un tipo alto de cabello oscuro y rasgos orientales, cubierto de tatuajes hasta la última uña y con un montón de anillos en la mano izquierda, se sonrojó hasta las orejas cuando oyó la pregunta. Carraspeó la garganta y asintió con la cabeza tímidamente—. No creas que no me he dado cuenta de tus escapadas en los últimos meses, hombre. —rió Siete.

   —No se lo digas a Scorpion —le pidió Lee.

   —Scorpion ya lo sabe —Siete se encogió de hombros—. Por eso los lleva a ustedes con él. En el peor de los casos, si ellas se vuelven locas y amenazan con matarnos, sus novias intervendrán —hizo una pausa para encender un cigarrillo. Dio una profunda bocanada y continuó—: Y en el peor, peor de los casos, llevamos a alguien de La Resistencia con nosotros… —dijo y apuntó a Teo, que dormitaba en una esquina del camión–. Ellos tienen buena relación con el escuadrón Viuda.

   —También Kat, la actual líder del escuadrón, es amiga de Aiden… —agregó Ethan.

   —Scorpion también debe saber eso.

   —Claro que sí —contestó el otro—. Ese cabrón usará todas sus cartas para conseguir ayuda de Viuda.

Carraspeé la garganta antes de preguntar:

   —¿Qué tan peligroso es ese escuadrón?

Ethan se rió, bajito. Casi parecía que le daba pereza sonreír por algo.

   —¿Tú tuviste una hermana, ¿no? —me preguntó.

   —Sí.

   —¿Viviste con ella?

   —Varios años —respondí.

   —Bien… —Ethan buscó otro cigarrillo en su chaqueta y lo encendió. Para ese momento, el interior del Movilizador parecía una humareda—. ¿Recuerdas lo histérica que era? ¿Recuerdas cuando te gritaba? ¿Cuándo te criticaba algo?

Las mujeres eran extrañas; no sólo mi hermana, también lo era Amber, mi madre y Ada. Aunque yo no las llamaría “histéricas”, como lo hizo Ethan. Para mí más bien eran sinceras, sin tapujos, hirientes y despiadadas. Sobre todo, las mujeres de estos días.

Si tenían que gritarte lo estúpido e inútil que eras, te lo vociferarían en la cara.

   —Ahora imagínate a cien hermanas. Ese es el escuadrón Viuda Negra.

Me reí.

   —Olvidaste agregarle que esas cien locas están armadas hasta los dientes y que no dudarán en dispararnos si lo consideran necesario —agregó Siete. Ethan asintió.

   —Olvide eso… —Un golpe seco nos sacudió de pronto y el camión se detuvo bruscamente, dejando tan sólo el sonido de la canción que, a pedido de Siete, se oía en la radio y que Scorpion había tarareado hasta hace segundos atrás; una canción que hablaba sobre extrañar a alguien y no saber cómo querer. Todo el mundo se quedó en silencio—. M-Mierda… —masculló Ethan, muy bajo, pero inmediatamente alzó la voz—. ¿¡Todo bien allá adelante!? N-Noah, ¿estás…?

   —¡No salgan del camión! —gritó Scorpion y el estruendo de un vidrio quebrándose me puso los pelos de punta—. ¡Mierda!

   —¡Noah! —Ethan se levantó. Los cazadores también lo hicieron.

   —¡No salgan! —volvió a gritar—. ¡Son demasiados! —disparó. Una, dos, tres y cuatro veces—. ¿¡Qué demonios!? ¡C-Cero!

¿Cero, había dicho?

No volvimos a oír a Scorpion.

Miré a Ethan y luego a Regen.

   —Hay que… —intenté decir, con la voz temblorosa. Pero Ethan reaccionó antes y corrió hacia la puerta del camión para abrirla. Regen también se apresuró en ayudarle. El resto de nosotros preparó las armas y apuntó. Al otro lado más de quince muertos nos esperaba, listos para lanzársenos encima. Disparé y una docena de armas disparó junto a la mía.

Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho… diez.

Disparé hasta quedarme sin balas.

   —¡Scorpion! —Siete saltó del camión y disparó hacia una segunda horda que se nos acercaba. Eran demasiados. Cuarenta, cincuenta… quizás un poco más—. ¡Scorpion! ¿¡Dónde estás!?

No hubo respuesta.

La lanza de Mesha pasó muy cerca de mis ojos cuando él la cruzó para atravesarle el cráneo a uno de ellos.

   —¿Qué esperas? —me preguntó en un gruñido. Tenía medio cuerpo inclinado hacia adelante y sus piernas, separadas a la anchura de sus hombros, lo anclaban muy bien al suelo y lo mantenían estable como una estatua. Por un momento recordé a David, en cualquiera de sus lecciones, mientras me enseñaba a pelear al interior de los calabozos del Desire—. ¡Sube al maldito techo y búscalo! —ordenó.

Obedecí. Me encaramé como pude por una ventana y subí al techo del Movilizador. Apoyé el rifle y lo busqué por todos lados.

   —¡No está! —grité, sin saber si alguien me había oído o no en medio de esa lluvia de balas, gruñidos y golpes que se daba bajo mis pies. Escudriñé con la mira entre los árboles, en la carretera plagada de muertos y en medio de cualquier acumulación de ellos, preparado para ver una imagen repulsiva y desagradable; la de Scorpion a medio comer, con las tripas fuera de su estómago o la garganta cercenada por un grupo de bestias hambrientas que se peleaban su carne con un hambre eterna e insaciable. En mi mente casi pude imaginarle bañado en su propia sangre, con la mirada vacía y sin vida.

Pero nada de eso pasó. Scorpion simplemente se había borrado.

Y “Cero” fue lo último que gritó.

Recordé al Cero hambriento que me había atacado, justo antes de encontrarnos con La Resistencia; recordé su aliento sobre mí, sus palabras, su rapidez y la fuerza que tenía. Scorpion era un hombre fuerte, pero no podría vencer a un Cero mano a mano. Si un Cero se lo había llevado, él…

Quizás para cuando llegáramos no quedaría nada. Quizás nunca le encontraríamos.

Un estruendo me espantó. Ethan había saltado hacia el techo del camión. Me miró, con los ojos enrojecidos por la emoción y la respiración agitada:

   —¿¡Lo ves!? —me preguntó, pero más bien se oyó como una orden: «Dime dónde está…»

No supe qué responder. Se había esfumado.

La voz del sujeto que cantaba ideas contradictorias y discordantes sobre el amor todavía se oía a lo lejos, rasgada y distante, con tan sólo las guitarras y una batería como compañía en una balada grunge bastante triste que, en ese momento, me pareció más sombrío y deprimente de lo que ya era:

«Te extraño, amor. Pero odio tener que amarte» era la base de la canción.

Negué con la cabeza.

   —¡Mierda! —Ethan me arrancó el rifle de las manos y lo cargó sobre su hombro para usarlo él mismo. Le vi, con cierta desesperación que me erizó la piel, buscarlo por los mismos sitios en los que yo ya había buscado; entre las masas de muertos y en la profundidad de un bosque que se alzaba delante de nosotros. Cuando entendió que él no estaba a la vista, soltó un chasquido con la lengua y bajó la mira—. Joder. ¿Dónde demonios se metió?

En ese momento se oyeron cinco disparos, lejos, más allá de la oscura densidad del bosque. Ethan no lo pensó y saltó del camión. Le seguí, por inercia y para ayudarle en caso de que la situación se descontrolara. Siete también oyó y se apresuró en correr en esa dirección. Un montón de muertos empezó a correr tras nosotros. También lo habían oído.

Ethan corría muy rápido y no tardó en sacarnos una distancia considerable mientras Siete y yo intentábamos limpiar a la horda que teníamos justo detrás. Pensé en los disparos e intenté recordar el arma que cargaba Scorpion antes de que se lo llevaran. La visualicé en mi cabeza; un revólver calibre 38 de disparo largo que podía almacenar hasta diez cartuchos.

Y ya había disparado nueve.

Entonces, justo en ese momento, lo oímos; el último disparo se escuchó más cerca y nos obligó a cambiar de dirección. De no haberse oído, nos habríamos pasado. Doblamos y nos metimos en medio de una especie de pantano que me cubrió de agua negra y barro hasta la cadera, y dejó atrapados en su interior a la mayoría de los muertos que todavía nos seguían. Mientras lo cruzaba, y apuntaba hacia el agua en caso de que algún bicho quisiera comerme una pierna, me convencía de que definitivamente fue un Cero lo que había traído a Scorpion hasta aquí. Si es que era él.

¿Era él quien había disparado, ¿no?

¿Y si todo esto era una trampa?

   —¡Noah! —oí la voz de Ethan. Lo había encontrado y eso me relajó por algunos segundos, pero entonces vi que Scorpion estaba inmóvil y tenía a alguien encima. Siete y yo corrimos más rápido—. ¿¡Q-Qué demonios!?

   —¡Scorpion! —Siete se me adelantó. Él también era veloz.

Cuando llegué ahí, noté que el desgraciado aún seguía vivo. Solté un suspiro y estuve a punto de dejar escapar una sonrisa. Scorpion tenía la cara y la ropa cubierta de carne y sangre. Tenía sobre él al Cero que se lo había llevado… o lo que quedaba de él. El infectado tenía la cabeza destrozada, literalmente; abierta, con trozos que se desparramaban por el suelo que dejaban un agujero considerable que me permitió verle la carne y parte de su cerebro que esparcía hacia afuera. La imagen fue asquerosa y repulsiva y el olor… nauseabundo.

   —Q-Quítenmelo —jadeó Scorpion, nervioso. Siete y Ethan tomaron de los hombros el cuerpo del Cero, ya que agarrarlo por lo que le quedaba de cabeza, o, mejor dicho, lo poco que todavía le colgaba del cuello, sería completamente inútil. Lo lanzaron hacia un lado.

Su rostro también había sido despedazado; allí no quedaban ojos, ni nariz, ni mejillas. Sólo un montón de carne abierta. Apenas sí se le veía parte de la dentadura bajo los músculos faciales destrozados.

Él le había vaciado el cargador a milímetros de distancia.

Scorpion rodó hacia un lado y vomitó.

   —¡S-Scorpion! —Siete intentó acercarse, pero el líder de los cazadores extendió una mano para detenerlo.

   —Quieto —le ordenó. Intentó ahogar una arcada y falló, quiso aguantarlo dentro de su boca, pero no pudo soportarlo y vomitó una vez más—. J-Joder —balbuceó apenas, entre toses y porquería, mientras intentaba quitarse la carne y sustancia gris de la cara. Ethan se acuclilló junto a él y tomó todo su cabello en su puño para que no se ensuciara.

   —Cómo en los viejos tiempos, ¿eh? —bromeó.

   —No empieces… —Scorpion acabó y se limpió la boca y el rostro con el cuello de la camiseta lo mejor que pudo. Manchó tanto la prenda que acabó por quitársela—. Ugh, qué puto asco.

   —¿Acaso nunca habías reventado un cráneo? —le preguntó Ethan cuando le soltó y se apartó de él para darle espacio.

   —No así de cerca y… —Scorpion miró su camiseta en el suelo; cubierta de asquerosidades que ni siquiera sabía que el cuerpo tenía y sangre oscura y coagulada, diferente a la sangre que corría por sus venas, por las de Siete o por la de cualquiera de nosotros. La sangre de infectado lucía ligeramente distinta—. Nunca me habían caído trozos de cerebro encima.

   —¿Estás herido?

   —Sólo mi ego. Un poco —Scorpion rió—. Ah, y creo que ese cabrón me ha mordido —Se quitó la chaqueta para descubrir su hombro; allí, ese Cero le había desgarrado carne y músculos. Todavía sangraba—. Suerte que estos no contagian.

   —Eso podría ser grave —dijo Siete. Ethan asintió con la cabeza—. Deberíamos… ¿volver?

   —Tú deberías volver —le dijo Ethan a Scorpion.

   —¿Están locos? —Scorpion se levantó. La herida se veía mucho peor de cerca y, si no la atendíamos luego, él iba a perder mucha sangre. Ese Cero le había dado unos buenos mordiscos—. Nadie va a volver. Seguiremos nuestro camino y llegaremos a la guarida de Viuda antes de que atardezca. ¿Me oyeron? —recogió su camiseta del suelo y comenzó a caminar, más lentamente. Arrastraba una pierna, de la cual ya comenzaba a filtrarse sangre a través de los jeans, y gruñía groserías en voz baja y en un idioma inentendible para mí—. ¡Vámonos! —ordenó—. ¡No nos queda tiempo!

   —Jamás lo había visto tan jodido —comentó Siete.

   —Una vez lo vi casi igual… —dijo Ethan—. Año 2010, fiesta de bienvenida universitaria. Antro local… toda la universidad estaba ahí…. —comenzó a explicar, mientras encendía su cuarto cigarrillo del día—. Noah se apuntó a un concurso de bebida y se tomó una jarra con un litro de Vodka Spirytus en su interior. Ya había tomado siete u ocho botellas de cerveza antes… —rió—. Se desmayó, estuvo inconsciente durante casi cinco minutos y luego no paró de vomitar en toda la noche.

   —Joder… —Siete sonaba realmente impresionado—. Creo que eso es peor que lo que acaba de pasar. ¡El Spirytus es casi 100% alcohol, amigo! —rió—. Definitivamente es peor que la mordida de un infectado que no puede contagiarte. Una vez oí el caso de una chica polaca que murió luego de beber varios shots de esa mierda. Salió en las noticias, ¿no la oyeron? 

Ethan pareció pensarlo seriamente.

   —Ahora que lo dices, recuerdo ese caso… Joder, él bien pudo haber muerto esa noche.

   —Es un bastardo duro.

   —Estoy de acuerdo.

   —¡Muevan esos culos más rápido! —gritó Scorpion, quien ya había atravesado el pantano—. ¡Tenemos que seguir!

   —Andando… —Ethan se adelantó—. Él tiene razón. No queda mucho tiempo.

El resto del camino lo anduvimos en silencio. Scorpion marchaba delante y nosotros le seguíamos el paso de cerca sólo por miedo a que de pronto cayera desplomado al suelo. Sostenía su hombro herido con una mano, mientras arrastraba la pierna contraria mecánicamente, seguramente para evitar el dolor. El infectado que le había atacado le había dejado realmente mal.

Y él aún quería continuar.

Eso me pareció casi admirable.  

El soplido, apenas perceptible, de un silbato surcó el aire. Estábamos a punto de salir del bosque y los tres aceleramos el paso para ver qué ocurría.

   —¿Qué está…? —quise preguntar. Pero en ese momento, una figura -una sombra o un fantasma, quizá- se cruzó delante de mí. Lo vi tan rápido que apenas pude reconocer en él rasgos humanos; dos brazos, dos piernas y un tronco y cabeza cubiertos por un poncho con capucha que le cubría hasta las rodillas. La silueta pasó raudamente, y se mantuvo tan sólo un par de milésimas de segundos frente a mis ojos, pero un escalofrío me recorrió toda la espina cuando le tuve cerca. Fue algo eléctrico y espeluznante.

Tal vez no fue la velocidad con la que pasó frente a mí, si no el efecto que causó.

Un flautista.

Cómo el de Hamelín.

Un montón de muertos, que todavía se encontraban ahí, corrieron tras él, como hipnotizados.

Se los estaba llevando.

Otros tantos se dispersaron y comenzaron a dar vueltas en círculos, como confundidos.

Scorpion chocó con mi hombro cuando intentó adelantarse y alcanzar a la sombra, pero ésta se había perdido en la multitud de muertos que le seguía a él y al sonido del silbato, sin siquiera reparar en nuestra presciencia. 

   —¡Espera! —gritó e intentó meterse en medio de la horda que pasaba delante de nosotros, pero Siete le sujetó justo a tiempo para detenerlo—. ¡Ella es la perra que saltó frente al camión antes de que ese Cero me atacara!

   —¿¡Qué!?

   —¡Rompió el puto vidrio! ¡De un puñetazo! —sacó su arma y apuntó en dirección al encapuchado, o encapuchada según Scorpion, y disparó.

Por suerte, su revólver ya no tenía balas.

Sólo pudimos quedarnos ahí a observar cómo la horda pasaba y se marchaba, como una manada de animales que migran hacia zonas más cálidas.

Cuando se fueron, un silencio pesado y extraño quedó sobre el lugar. Hubo algo allí antes, hace segundos, y de pronto ya dejó de estar.

   —¿Qué demonios ha pasado? —preguntó Terence, al fin—. Ellos estaban y de pronto él…

   —Esa zorra saltó sobre el camión y rompió el vidrio, ya se los dije —gruñó Scorpion.

   —¿Estás seguro de que era una chica? Digo… una mujer no podría.

   —Muy seguro. Me miró a los putos ojos y después hizo estallar el jodido parabrisas reforzado… —insistió Scorpion—. Luego ese Cero me saltó encima.

   —¿Habrá sido una Cero también? —dudé.

   —Los Ceros sufren más que los zombies con el sonido de los silbatos... —explicó Scorpion—. Tan sólo mira a Ethan… —dijo. Obedecí y miré hacia atrás para buscarlo. Lo encontré acuclillado en el suelo acariciándose las sienes. Escruté el área rápidamente y busqué a Regen, sólo para confirmar. Estaba sentado en la pisadera del Movilizador, con la cabeza entre sus piernas, mientras Dalian le acariciaba la espalda.

Al parecer, sólo yo me había percatado de que a él también le afectaba.

   —¿Entonces qué demonios fue eso? —preguntó Siete.

   —Si me hubieses dejado ir tras esa zorra, tal vez lo podría haber averiguado.

   —¿Estás loco? —Siete soltó una especie de risita—. Apenas puedes caminar erguido. ¡No ibas a alcanzarla nunca! —se adelantó—. Entra al camión, jefe. Tómate un descanso y cura esa mierda en tu hombro. Yo manejo.  

   —¿Qué te pasó? —Lee y otros cazadores se acercaron a Scorpion para intentar ayudarlo. Orgulloso, él no permitió que ninguno lo tocara y subió al camión solo.

   —Sólo denme algo de agua, un par de vendas y no pregunten, ¿bien?

 

  × × × × × × × × × × × × × × ×

 

El sonido lánguido y algo pesado de la música grunge fue lo único que se oyó por la próxima media hora. En ese momento, Chris Cornell coreaba a todo volumen “Black Hole Sun”, mientras Siete golpeteaba los dedos contra el volante rítmicamente y Ethan se fumaba el quinto cigarrillo del día. ¿Cuántos le quedarían en el bolsillo?

Scorpion dormitaba; cabeceaba y despertaba cada vez que el camión daba un pequeño salto al atropellar a un muerto que deambulaba en el camino. Me pregunté si realmente él quería dormir o si, por el contrario, era el cansancio el que le había ganado la batalla.

   —¿Y si la mujer que se llevó a los zombies era una chica de Alexa? —preguntó Teo, al aire—. Ellas usaban silbatos para controlar a las bestias que llevaban, ¿no?

   —Tendría algo de sentido… —asintió Ethan—. Pero no sé. Noah… —El líder de los cazadores abrió los ojos cuando Ethan lo llamó—. ¿Te dijo algo ese infectado?

   —Nada —contestó él—. No me dijo una palabra, pero se comportaba como un Cero. Quién sabe, tal vez sólo era mudo —se encogió de hombros, uno sólo, ya que el herido apenas podía moverlo, para restarle importancia—. Y ya has agotado el cupo de veces que puedes llamarme así. Una más y voy a reventarte la cabeza, justo como lo hice con ese hijo de puta.

Ethan no respondió a la amenaza y sólo preguntó, hacia nadie en particular:

   —¿Por qué las chicas de Viuda se arriesgarían a llevar Ceros con ellas?

Aquella pregunta quedó en el aire, flotando en el espacio como muchas otras que el resto y yo debíamos tener en nuestras cabezas y para las cuales no había respuestas. Un montón de infectados, una figura encapuchada que se los llevó en el mejor momento y un Cero que no dijo una frase antes de morir. ¿Era eso también efecto del silbato? ¿Qué hacía ese aparato, exactamente?

Me acaricié la sien con los dedos. Necesitaba entender… hallar una respuesta.

La mano de Terence me acarició el cabello.

   —¿Por qué no descansas un poco? —deslizó sus dedos por mi cabeza y mi mejilla. Cerré los ojos y suspiré profundo.

   —Quizás me venga bien una siesta.

Nos detuvimos de pronto.

   —E-Eh, chicos… —Siete se oyó nervioso desde la cabina del piloto—. Creo que tenemos compañía.

Me levanté de un salto y busqué mi rifle. ¿Más muertos? ¿Más ceros? ¿Más personas misteriosas?

   —¿Qué pasa, Siete? —preguntó Scorpion.

   —Tranquilas. Tranquilas, señoritas… —La voz le tembló al cazador—. Les juro que venimos en paz… ¡Auch!

La puerta corrediza se abrió y uno de los últimos rayos del sol, que estaba a punto de esconderse, me cayó en la cara y me encegueció por algunos segundos.

   —¡Manos arriba! —ordenó una voz femenina—. ¡Arriba, dije! —obedecí, confundido y aturdido por la luz. Entonces, cuando la vista se me aclaró, logré ver un montón de gente fuera del camión.

Todas mujeres.

Eran muchas y nos apuntaban directamente con toda clase de armas; escopetas, pistolas y ametralladoras. Incluso reconocí una francotiradora montada en un árbol. Alcé las manos.

   —¿¡Scorpion!? —gritó una de ellas al reconocerlo—. ¿¡Qué demonios hace Scorpion aquí!?

   —Vamos, chicas. Permítannos hablar con Viuda antes de acribillarnos —pidió él.

   —¡Todos abajo! —ordenaron ellas en respuesta. Todo el mundo obedeció y de un momento a otro nos vimos reducidos a un pequeño círculo. Arrinconados, todos juntos. De haber podido abrazarnos entre nosotros para comprimirnos más, creo que lo habríamos hecho. Ellas nos rodearon por completo, sin dejar ningún espacio para escapar o moverse y eso me hizo sentir desnudo, por alguna razón. La sensación de vulnerabilidad era asfixiante y aterradora.  

   —Cúbranlos.

   —No, no, esperen —Terence llevó las manos al frente para hacer un gesto y eso bien pudo haberle costado la vida—. ¿Por qué siempre tiene que haber una puta bol…? —El resto de su comentario se perdió dentro del saco negro que le pusieron encima. Cerré los ojos y sentí cómo me lanzaban uno sobre la cabeza también, lo amarraban a mi cuello y me arrebataban el rifle de las manos.

Alguien me empujó:

   —Muévete.

Hice caso y empecé a andar a tientas, con las manos en frente de mí para no chocar con nada, pero alguien las tomó, las dejó a mis costados y me agarró de la chaqueta.

   —Tranquilo —dijo la voz femenina—. Yo te guío.

Recordé la última vez que alguien me llevó a oscuras hacia una guarida. Aquella vez, un idiota rudo y desagradable casi me lanza a las vías y me hizo andar a costa de empujones e insultos. Esto era distinto; ella me detenía cada vez que estaba a punto de toparme con un obstáculo y me daba instrucciones de hacia dónde moverme. Tuve algo de esperanza respecto a nuestro objetivo en este lugar. Las mujeres de Viuda eran mucho más amables que los cazadores de Scorpion y Cuervo y quizás ellas nos escucharían con más benevolencia.

Era sólo una corazonada. Y esperaba que se cumpliera.

Alguien se sentó a mi lado cuando nos subieron a un camión.

   —¿Quién es? —pregunté, una vez el motor se encendió.

   —Soy yo —Mesha palpó el suelo dos veces antes de tomar mi mano. Me sentí un poco más tranquilo por tenerle ahí—. ¿Puedes creerme que ellas me cubrieron la cara igualmente?

Me reí. Estaba nervioso, la risa hacía bien en estos casos.

   —Si no fuera porque tus ojos te delatan, no parecerías ciego —admití.

   —Bueno, podría usar eso como ventaja —me dio una palmada en el hombro—. Para mí nada ha cambiado… —se acercó un poco a mí—. Y ellas están nerviosas —susurró—. Le oí decir a una que el novio de su amiga estaba en este grupo —dijo—. Quizás la idea de Scorpion de traer a los romeos de estas chicas funcione.

Sonreí dentro de la bolsa negra.

   —Eso espero… —moví mi cabeza de un lado al otro e intenté captar algo de todo el ruido que se oía a mi alrededor. Las chicas de Viuda mascullaban entre ellas, pero yo no podía entender lo que decían. Me pregunté si Mesha podría.

   —¿Las oyes? —susurré.

   —Un poco. Hablan del hombre infectado que llevan en el otro camión. Creo que se refieren a Ethan.

   —Debió haberlas asustado. Él tiene ese efecto.

Mesha rió.

   —Sí —confirmó—. Su presencia da algo de susto.

   —¡Silencio allá atrás! —gritó una mujer y un escalofrío me recorrió la espalda al sentirme aludido—. ¡No me hagan darles un golpe en la cabeza!

Tanto Mesha como yo no volvimos a abrir la boca.

El tiempo corre distinto cuando no tienes distancias con las que compararlo. Intenté contar los segundos varias veces, pero siempre acabé perdiéndome y tuve que volver a empezar. Así que no sabría decir cuántos minutos pasaron antes de que el camión volviera a detenerse. De hecho, ni siquiera le oí hacerlo y tan sólo supe que habíamos llegado a nuestro destino cuando una mano tiró de mí y me ordenó levantarme:

   —¡Abajo!

Cuando mis pies tocaron suelo firme otra vez, volví a sentirme nervioso.

Fue una sensación abrumadora.

Asfixiante.

Opresora.

Estaba ciego en medio de una multitud que podría dispararnos en cualquier momento.

No sé si fue por lo que oí de ellas antes de llegar aquí, no sé si fue porque estas mujeres no tenían motivos para dejarnos vivos más allá de un par de hombres, a los que perfectamente podían salvar mientras llenaba de plomo al resto de nosotros. No sé si fue por el hecho de ser simplemente mujeres; y es que todas las chicas que he conocido en mi vida, desde mi madre hasta mi hermana pequeña, me han parecido feroces y peligrosas. Pero de pronto ya no me sentí tan seguro de salir vivo de ahí.

   —¡Vamos, gente! ¡Ya saben cómo es esto! —Una de ellas daba las órdenes mientras el resto, a punta de pistola, nos obligaban a avanzar. La amabilidad que había visto antes parecía haberse esfumado y ser reemplazada por toda la hostilidad que sentí picar al centro de mi espalda, justo como lo hacía un mal presentimiento—. ¡Avancen!   

   —¿Qué haremos con ellos? —le oí decir a una.

   —Déjaselo a Viuda.

Sentí un cambio en el aire, algo en la temperatura. De pronto dejé de sentir frío y supe que habíamos llegado a un lugar con techo.

Me arrojaron al suelo y me quitaron la bolsa. Me quedé ahí, en el piso; con las rodillas y las palmas de las manos apoyadas en el suelo, apenas con el valor suficiente para levantar la cabeza y mirar a mi alrededor. No supe dónde estábamos. Era un lugar muy grande, con un techo que ascendía en punta, como una pirámide, y vi mucha información visual para mis ojos en ese momento. Había algo parecido a un ring al fondo del lugar, algunos instrumentos para ejercitarse, un saco de boxeo al que varias mujeres golpeaban y una corrida de gradas para sentarse. Miré el suelo sobre el que estaba apoyado. Un perímetro de rejas bajas nos rodeaba. ¿Estábamos sobre una pista de patinaje?

No importaba. No había tiempo para detenerse a mirar el paisaje.

Miré el lugar y las conté mentalmente. Al menos unas cincuenta mujeres nos rodeaban y nos apuntaban directamente a la cabeza. Una de ellas habló:

   —Tú, arriba —ordenó, y se acercó con su arma a Scorpion—. Vamos, levántate —El rubio la miró y la frustración se denotó en su rostro. Normalmente él era el que daba las órdenes, no quien las recibía. Pero ahora era diferente y supongo que él lo sabía muy bien.

Se levantó, erguido y pedante. La herida en su hombro estaba apenas cubierta y hace poco había dejado de sangrar. También tenía una pierna vendada y su cara estaba hecha pedazos. Y aun así él la miró con esos ojos, distantes vacíos y orgullosos, cuando se puso de pie. Levantó ambas manos en son de paz y miró a la multitud que nos rodeaba.

   —Vaya bienvenida que nos han dado —sonrió. Su voz se oyó con eco dentro del lugar.

   —¡Cállate! —La mujer le dio un golpe en la mejilla con la culata del arma. Scorpion perdió el equilibrio y tambaleó, pero volvió a su sitio enseguida—. ¿Qué demonios hacen tú y tus hombres aquí? —gruñó. La mano que la pistola le temblaba.

Le temía a Scorpion.

   —Quiero hablar con Viuda —exigió él.

   —¡Primero hablarás conmigo! —gritó ella y estuvo a punto de golpearle de nuevo, pero se contuvo. El resto de nosotros miraba la escena desde el suelo, todavía arrodillados y amenazados. Todos estábamos nerviosos. De entre todas las personas que pudieron haberse levantado para explicar la situación, Scorpion era nuestra peor elección.

   —Necesitamos su ayuda —declaró. La chica que le apuntaba sonrió y miró hacia el resto de sus compañeras.

   —Necesita nuestra ayuda—repitió, en tono de burla. Todas las demás le acompañaron en una carcajada, larga y ruidosa, que duró varios segundos en los que ellas parecieron relajarse, e incluso algunas dejaron de apuntarnos. Pero no tardaron en volver a la seriedad. La mujer que amenazaba a Scorpion le puso el cañón tembloroso contra la frente—. ¿Por qué deberíamos si quiera pensar en hacerlo?

   —Es por eso que la quiero a ella. Sin ofender, claro… —Scorpion se limpió los labios con la mano. Al parecer el golpe de esa chica le había sacado algo de sangre—. Digamos que… sé que ella querrá escuchar lo que tengo que decirle.

   —Puedes decírmelo a mi primero —insistió la mujer.

Scorpion suspiró, resignado, y se mordió los labios antes de continuar:  

   —Bien, bien.  Te lo explicaré: lo que ocurre es…

   —¡Espera un momento! —Una de las chicas salió de la multitud mientras Scorpion hablaba—. Un momento, un momento —se hizo espacio entre sus compañeras. Era una chica joven y bellísima, pero tenía algo en su desplante que le hacía parecer peligrosa. Llevaba unos guantes de box y, cuando se nos acercó y se los quitó, me percaté de que el saco que colgaba al fondo del lugar todavía se balanceaba violentamente de un lado a otro—. ¿Noah? —preguntó, y se acercó a Scorpion como si nada, como si él no tuviera fama de ser el psicópata más peligroso de la ciudad o como si una de sus compañeras no le apuntara directamente. La otra mujer se apartó cuando esta chica llegó—. ¿Eres Noah Rousseau, ¿no? ¿El sujeto número trece?

Mesha susurró a mi lado:

   —Creí que a este tipo le molestaba que lo llamaran por su verdadero nombre.

Scorpion la miró de arriba abajo y le lanzó una mirada fría y punzante que, por cada segundo que pasaba mientras la observaba, se hacía menos amenazadora. Finalmente abrió bien los ojos y la mueca dura en su rostro se quebró, dejando tan sólo la sorpresa en su lugar.

   —¿Samantha?

 

 

 

 

Notas finales:

Le doy diez dolares (imaginarios) a quién adivine quién es Samantha y qué relación tiene con Scorpion. 

Los escucho... 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo- review 

Abrazos


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