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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! 

Uf, casi no les traigo actualización. 

La verdad, la universidad me tiene HASTA LA PUTA MADRE D_D, esta y la próxima semana están resultando muy estresantes y encima el martes comienzo mi práctica :( no sé cómo lo haré para actualizar desde ahora, pero intentaré escribir en cualquier tiempo libre que tenga. No quiero abandonar la historia ahora, que está en su mejor momento
Capítulo relajado y cortito, con una  carga emocional considerable. Se supone que era más largo, pero he decidido dejar la otra parte para el próximo. Intentaré traérselas lo antes posible. 

Abrazos

Capítulo 70

 

   —¿Noah? ¿Eres Noah Rousseau?, ¿no? ¿El sujeto número trece?

   —¿Samantha?

Ambos se miraron fijamente durante algunos segundos, analizándose, reconociéndose, estudiando sus rostros. Entonces la chica sonrió.

   —¡Maldición! —Ella se le abalanzó de repente y le abrazó. Cerré los puños y apreté los párpados, esperando lo peor. En mi mente ya lo imaginaba: Scorpion la golpearía para sacársela de encima y entonces todas esas cazadoras reaccionarían disparando en nuestra contra. Todo acabaría con nosotros muertos.

Pero él no hizo nada. Nada de nada. No reaccionó.

   —¿¡Cómo has estado, hombre!? —Ella le soltó sólo para agarrarle un brazo y palparle los músculos con sus manos—. ¡Mírate! ¡Te has puesto tan fuerte!

Scorpion se rió, no con su típica risa maliciosa que acostumbraba a usar, no, ésta fue distinta; suave y jovial. ¿Ese desgraciado podía reír de esa forma?

Todo el mundo intercambió miradas desconcertadas entre sí. Mis ojos no daban crédito a lo que veían.

   —Tú también te has puesto fuerte —le contestó Scorpion.

   —Apuesto a que podría patearte el culo en una pelea —rio ella.

   —Inténtalo.

En ese momento, un grupo de las mujeres que nos apuntaba volteó a observar la llegada de una chica al lugar: una mujer joven de cabello castaño y unos grandes ojos azules que, sin saber absolutamente nada de ella y sin haber escuchado antes de cómo lucía, supe que le pertenecían a Viuda. Lo supe por la forma en la que caminaba, por la manera cómplice en la que las otras mujeres le rodearon, empezando a explicarle rápidamente la situación que estaba ocurriendo en ese preciso instante. Lo supe por la forma distante y fría en la que ella nos miró, como si lo estuviese examinando todo para emitir un juicio después.

   —Ya —La chica, Samantha, siguió, sonriendo y acariciando el hombro que no estaba herido de Scorpion de manera relajada. Ella al parecer no se daba cuenta que estaba frente a uno de los hombres más peligrosos de este lugar—. ¿Desde hace cuánto que no nos veíamos?

   —Desde que escapaste —respondió él.

   —Sí, sí. Lamento eso, de verdad —Samantha suspiro y se encogió de hombros—. Sabes… yo…no tenía opción —dio un pequeño respingo—. ¡Pero supe que tiempo después un sujeto mató a Cuervo! … ¿Scorpion, ¿no? —preguntó, con una sonrisa en el rostro. Varios de los cazadores que estaban ahí carraspearon la garganta y Scorpion llevó una mano a su cuello para sacudirse el cabello de la nuca. Ella tardó varios segundos más en darse cuenta, pero al fin lo captó—. Espera. No, no… —titubeó—. Espera… tú… ¿¡TÚ!? —miró hacia atrás, donde el resto de sus compañeras y su líder la miraban, casi tan desconcertadas como nosotros—. ¿¡Por qué no me dijeron!? —exclamó.

   —¿¡Cómo íbamos a saberlo!? —le contestó una.

   —¿Tú eres…? —la chica volteó otra vez hacia Scorpion—. ¿¡Tú eres Scorpion, el bastardo!? —preguntó. Él asintió con la cabeza lentamente y ella le dio un puñetazo en el brazo—. ¡Bien hecho, número trece! ¡Oí lo que pasó en esa guarida! ¡Ese hijo de puta se lo merecía! Dime… —se acercó a él. La forma en la que esa mujer se movía alrededor de Scorpion daba miedo. Era como si constantemente estuviese tentando a la muerte—. ¿Gritó de dolor? ¿Lloró? ¿Rogó por su vida? Dime que lo hizo, por favor.

Scorpion la miró fijamente, directo, parecía que quería atravesarle con la vista, pero la mirada gélida de sus ojos penetrantes no pareció perturbar en absoluto a la chica. Sonrió, levemente, apenas levantando la comisura de los labios.

   —Chilló como una perrita hasta desangrarse —respondió, ampliando su sonrisa.

   —¡Así se hace, joder! —La joven se volteó hacia sus compañeras, con la respiración agitada y una mano en el pecho, intentando contener una emoción que no fui capaz de comprender—. Es que ustedes no saben, chicas —explicó en un suspiro, queriendo recuperar el aire y calmarse, estaba exaltada—. Ese bastardo era malvado, un desgraciado, un ruin. Perverso de verdad —se dirigió otra vez hacia Scorpion—. Eres mi héroe, número trece —dijo, medio riéndose.

Encarné una ceja y varias personas dejaron escapar carcajadas vociferantes, incluyendo el mismo Scorpion.

¿Héroe?  

   —No, no. Olvídalo —contestó él, mientras negaba enérgicamente con la cabeza—. No soy el puto héroe de nadie.

   —No, claro que no —Ella fingió un tono de voz más grueso que el que tenía, supongo que intentaba imitar la voz de Scorpion—. Eres Scorpion, un asesino y un trastornado, el cabrón que mató a su ex captor y que entró a la guarida de Viuda sin avisar para desatar una guerra… —miró alrededor suyo—. ¿Por eso te odian aquí, ¿no? Desde que llegué que me han hablado mal de ti. 

   —¡Probablemente todo lo que te hayan dicho es verdad! —gritó Terence desde una esquina y yo le hice un gesto para que cerrara la boca.

   —¡Calla! —mascullé.

Pero Scorpion no hizo nada, ni en contra de la chica que había hecho una pésima imitación suya ni en contra de Terence. Sólo se encogió de hombros.

   —Probablemente —afirmó. Pero a esa cazadora no le cambió la mirada cuando Scorpion hizo esa aclaración; él se estaba declarando culpable de todo lo que le habían contado y aun así ella no borró esa sonrisa de su rostro y confesó:

   —Me alegra tanto que hayas sobrevivido —dijo. Scorpion no contestó y la chica le rodeó, parecía una niña dando vueltas alrededor de él, embelesada por algo inexistente y que no tenía pies ni cabeza. Todo el mundo tendía a alejarse de Scorpion, incluso sus propios hombres. Era peligroso. Era aterrador, estar cerca de él despertaba una auténtica intranquilidad. Pero esta chica parecía ser inmune a todo eso—. Vamos, señor Scorpion —rió—. Es aquí cuando me dices “yo también”

  —Ya basta, señorita Lam.

   —Anda.

   —Detente. Sabes que no tengo problemas en golpear una chica.

   —Y sabes que no tengo problema en patearte el trasero. Además, si me tocas, mis amigas dejarán ese precioso culo tuyo lleno de balas —se rió—. Anda, dilo.

Scorpion se llevó una mano a la cabeza para peinar su desastroso cabello hacia atrás.

   —No me alegra —contestó—. Sabía que ibas a hacerlo.

   —Aww. ¿No es la cosa más dulce que has dicho en tu vida?

   —Suficiente… —Scorpion apoyó una mano sobre el hombro de Samantha y miró hacia donde estaba Viuda, rodeada ahora de muchas mujeres—. No es lo más humillante que diré hoy, créeme —dijo y se mordió los labios antes de decir—: Buenas tardes, Viuda.

Ella nos recorrió a todos con la mirada pesada y fría.

   —Los demás… —dijo. Su voz, a pesar de sonar como la de una adolescente aún, se oyó tan dura como su mirada—. Pueden levantarse.

No dudé en obedecer y me puse de pie. Todavía nos amenazaban.

   —¿Qué les trae por aquí, Scorpion? —interrogó ella, avanzando entre sus cazadoras lentamente, caminando hacia nosotros—. No creo que hayan venido a sociabilizar.

   —Ya hemos pasado por esto, Viuda. Sabes a lo que vengo —Scorpion se encogió de hombros—. Necesito tu ayuda.

La chica infló las mejillas y sus ojos azules se achinaron un poco cuando ella intentó ahogar una carcajada al interior de su garganta. No lo soportó demasiado y comenzó a reír, volteando el rostro hacia el lado y cubriéndose la boca para que su risa no se oyera demasiado alta.

   —Espera, espera… —se quejó entre carcajadas y algunas de las mujeres que la rodeaban también rieron un poco—. ¿Nuestra ayuda?

   —Así es… —contestó.

La chica se cruzó de brazos y le sonrió con aires de suficiencia.

   —Debes estar muy desesperado para acudir a mí.

Scorpion chasqueó la lengua y soltó:

   —Se trata de Aiden —dijo.

La chica pareció estremecerse, pero su cambio fue apenas visible. No descruzó sus brazos y en cambio, preguntó:

   —¿Y de Cuervo también, ¿no?

Scorpion asintió.

   —¿Cuervo? —interrumpió Samantha, plantándose delante de Scorpion y cortando el contacto visual que había entre él y Viuda—. ¿¡De qué estás hablando!? —exigió, a la defensiva.

   —Cuervo… —comenzó Scorpion, pero se interrumpió así mismo—. Otro Cuervo, el que asumió después de la muerte de Cuervo. Argh, joder… —gruñó, presionándose las sienes con la yema de los dedos—. ¿Recuerdas a Brann?

   —¿Brann?

   —Demonios. Branwen —Ella hizo una mueca, sin saber todavía de quién hablaba Scorpion—. ¿Dankworth? —se aventuró él y la chica negó con la cabeza—. El tipo de las cicatrices —dijo finalmente. A Samantha se le abrieron los ojos con sorpresa.

   —¡Ah! —exclamó, en medio de una sonrisa—. ¿Tío Scar? —Siete y Lee estallaron en una carcajada cuando oyeron ese apodo—. ¿Qué pasa con él? —interrogó—. ¿Le has visto? ¿Está bien? —alzó las cejas de forma divertida—. ¿Sigue tan caliente como siempre?

   —Para ahí —le advirtió Scorpion, apuntándole con un dedo de manera amenazadora y se aclaró la garganta—. Él es Cuervo ahora. Y los de La Hermandad le tienen y van a matarlo.

El rostro de la chica pareció quedarse en blanco por varios segundos.

   —Imposible —masculló ella. Al parecer, la noticia le afectó—. Ese hombre no merece que lo maten.

   —No. No lo merece.

   —Y Aiden tampoco —interrumpió Ethan, a unos pasos de nosotros.

   —Sí, tiene razón —declaró Scorpion, mirando por sobre el hombro de su amiga para clavar la vista en los ojos de Viuda—. Él tampoco.

Viuda soltó sus brazos y los dejó quieto a sus costados. Miré sus puños, los tenía bien cerrados.

   —¿Cómo los capturaron? —preguntó.

   —Ellos se sacrificaron para que yo pudiera escapar —interrumpí antes de que Scorpion abriera la boca para contestar—. Me llamo Reed —me presenté, dando algunos pasos hacia ella antes de que cuatro armas me apuntaran directamente a la cabeza—. Y yo que ustedes no haría eso, señoritas —intenté sonreír, no pude. Me temblaba la boca—. Aiden dice que soy la cura andante.  

Scorpion masculló un insulto. De seguro estaba guardando esa carta para usarla en caso de emergencia.

   —¿Qué? —La chica no acabó de entender.

   —Llevo la cura en la sangre —confesé—. Puedes creerme o no, pero la única razón por la que Aiden volvió a esta ciudad fue para buscar a Morgan y juntos elaborar una cura que pueda ser usada masivamente. Pero le atraparon antes.

La vi tragando saliva, ella no podía creer lo que le estaba contando.

   —Es verdad, Kat —declaró Ethan—. ¿Ves al pelirrojo de allá? —apuntó hacia Terence—. Él llegó infectado a la isla, de donde vinimos, y mordió a Reed. Días después no había rastros del virus en su cuerpo.

   —Es cierto —dijo Terence.

   —Muy cierto —insistí.

   —¿Reed? —me distraje cuando oí una voz familiar. Giré sobre mis talones, a pesar de estar siendo apuntado, buscándola—. ¡Reed! —la escuché gritando en medio de toda esa gente.

   —Por dios, Ada —salí de la multitud sin importar si me disparaban o no—. ¡Ada! —corrí hacia su voz hasta encontrarme con ella. Estaba cambiada y eso que apenas llevaba una o dos semanas sin verla, pero algo estaba distinto; se veía más alta, más grande, más fuerte—. ¿Estás bien? —Nos abrazamos y yo llevé mis manos a su rostro para revisar cada centímetro, buscando heridas, marcas o lo que sea que me arrojara alguna señal de su estado. Pero ella estaba bien, estaba perfecta—. Sí que lo estás.

   —Te extrañé, Reed —susurró contra mi hombro y yo creí que se echaría a llorar, pero no soltó una sola lágrima, sólo me estrechó con más fuerza mientras yo buscaba marcas en sus brazos—. Estoy bien, demonios —gruñó.

Me aparté de ella.

   —¿Cómo que “demonios”? —fruncí el ceño y torcí la boca en una mueca que aparentaba mostrarse enfadada. Busqué a Lancer con la mirada y le encontré a algunos metros de nosotros apoyado contra una pared. Levantó una mano en señal de saludo. Hizo bien en no acercarse, porque en ese momento tuve ganas de arrancarle los dientes. Aun así, le sonreí, porque él había estado cuidando de Ada durante todo este tiempo—. Gracias —mascullé, tan sólo moviendo los labios. 

   —Demonios es mi nueva palabra favorita —rió Ada.

   —No —me opuse—. Tu madre no estaría de acuerdo.

   —Mi madre siempre maldecía por cualquier cosa —contestó—. Y decía que se sentía bien después de eso —rió. Yo también me reí. Era verdad.

Le abracé otra vez.

   —Parece que has crecido —comenté.

   —Aprendí a disparar un arma —confesó—. Y Lancer me ha estado enseñando a pelear y las chicas a cazar animales pequeños…

Una pesada sensación me oprimió el pecho en ese momento. Toda mi vida me había dedicado a cuidar de esta chica, a protegerla de los infectados y de los hombres, a resguardarla de los cazadores y de todos los peligros que había en esta vida. Incluso había montado un motín y había prendido en llamas un barco por ella.

Todo lo que había hecho hasta ahora había sido por ella.

Y ahora ella llegaba a mí para decirme que ya no me necesitaba. Que podía protegerse así misma.

¿Qué se supone debía hacer ahora?

   —Has crecido, Ada —confirmé.

   —No sabes cuánto.

Acaricié su cabello, como si fuera la última vez que lo hacía, como si me estuviese despidiendo de la niña pequeña y débil, de la llorona, de la que no podía defenderse, de la que sólo gritaba.

   —Natasha estaría orgullosa de ti.

   —¿Lo conoces, Ada? —le interrogó Viuda quien en algún momento se había aproximado hacia nosotros. Parecía apenas una adolescente. ¿Cuántos años tenía? ¿19? ¿18? Era muy joven para liderar a una manada de hembras furiosas y fatales.

Pero si hay algo que he aprendido en estos últimos años es que las apariencias engañan.

   —Es mi tío —contestó ella—. Y es verdad todo lo que dice. Él puede curar a los infectados.

Viuda me miró y, por primera vez, sonrió.

   —Pareces ser valioso —dijo—. Y entiendo por qué Aiden vino hasta aquí. Ese chico… —suspiró—. Siempre ha buscado hacer las cosas bien. Y mira en los líos que se mete… —volteó sobre sus talones para hablarle al resto—. Treinta —dijo—. Les daré sólo treinta chicas y una cena —alzó las manos para que todo el mundo le prestara atención—. Vamos, chicas, déjenlos. Esta gente será nuestra invitada por hoy.

Solté todo el aire que había estado guardando en mis pulmones en un suspiro. Ethan se nos acercó para agradecerle personalmente.

   —Gracias —tomó sus manos entre las suyas y casi parecía que quería besarlas—. No sabes lo que esto significa…

  —Sí lo sé —le interrumpió ella—. Lo sé muy bien, por eso les ayudaremos… —se soltó suavemente del agarre de Ethan—. Ven conmigo, hay que ponerse al día —dijo y luego gritó—: ¡Que alguien lleve a ese hombre a la enfermería! ¡Va a desangrarse!

   —Yo lo llevaré —Sam le agarró el brazo a Scorpion, sin importar los insultos que éste le dedicó a viva voz—. Será como en los viejos tiempos, ¿no?

   —Puedo andar solo, Sam.

   —A mi no me engañas, maldito desgraciado orgulloso. Estás por desmayarte.

Scorpion y Samantha desaparecieron tras una puerta y Ethan y Viuda se marcharon para caminar por el lugar y hablar entre ellos. Todo el mundo se dispersó y de pronto, de un momento para el otro, todo estaba en calma.

Una extraña y aterradora calma.

   —¿Estás bien? —preguntó una voz a mis espaldas—. Hola, Ada.

   —¡Terence! —Mi sobrina se le abalanzó y le abrazó—. ¿¡Cómo has estado!?

   —No tan bien como tú, al parecer.

Ella rió en voz alta y ambos empezaron a hablar apresuradamente. Lancer se me acercó por la espalda y me susurró:

   —¿Podemos hablar un momento?

 

 

 

   —¿Qué ha pasado? —preguntó, cuando ambos salimos del lugar. Miré a mi alrededor y me sentí confundido y fuera de mí por un momento. Fue como viajar en el tiempo, retroceder y volver al pasado. Estábamos en un parque de diversiones. Ahí estaban: la montaña rusa y la rueda de la fortuna, la atracción acuática y el castillo encantado. Todas y cada una de las atracciones estaban ahí, intactas y desérticas, limpias, pero desactivadas. Me pregunté cuándo fue la última vez que alguien las utilizó.

¿Las cazadoras vivían aquí?

   —¿Reed? —insistió Lancer.

   —Ah, sí, sí —volví rápidamente a la realidad, recordando que Lancer y Ada no sabían absolutamente nada de lo que pasó desde que La Hermandad nos atrapó—. Verás… —me crucé de brazos y me mordí los labios, intentando encontrar las palabras correctas, suaves; que dijeran la verdad de los hechos sin oírse demasiado crudas. ¿Cómo iba a decirle? «No sabes cuántos de tus compañeros han muerto en los últimos días. Ah, y capturaron a uno de tus líderes»

¿Cómo iba a…?

   —¿Cuánta? —preguntó.

   —¿Qué?

   —¿Cuánta gente ha muerto?

Suspiré. No habría caso con intentar mentirle.

Entonces le conté todo lo que sabía; que Cuervo había intercedido por nosotros para salvarnos de una muerte segura en La Hermandad, que era un viejo amigo del líder y de que habíamos estado a punto de aliarnos para ir a atacar a Cobra, pero que todo se fue al demonio cuando Cuervo decidió matarle. Le relaté, sin demasiados detalles, los motivos que tuvo para hacerlo, le dije que había oído que Steiss quería atacar a Scorpion y que Cuervo no soportó la idea. También le hablé de los hombres que murieron en el camino, no sabía cuántos eran, pero sí sabía que eran muchos. Y que las pérdidas dolieron.

Le hablé sobre la fiesta en La Resistencia y sobre la borrachera de Cuervo. Le informé sobre su situación actual; que nos habían emboscado y que él y Aiden se habían sacrificado para salvarme.

La historia sonaba horrible ahora que la oía en mi propia voz.

¿En qué momento todo se había ido a pique?

Lancer parecía preguntarse lo mismo:

   —¿Cómo…? —titubeó. Su voz temblaba a pesar de que su rostro estaba duro como una piedra—. Hace un tiempo atrás nosotros estábamos bien… ¿cómo fue que ocurrió todo esto?

   —Ah, y olvidé decirte que La Hermandad le prendió fuego a la estación de metro.

Se llevó las manos a la cabeza.

   —Joder… —masculló y por un momento creí que se echaría a llorar. Pero él no cambió la expresión de su rostro frío—. ¿Qué vamos a hacer ahora?

   —Eso déjaselo a Scorpion… —intenté tranquilizarle—. Él…

   —Él estaba jodido como nunca lo había visto. ¿No lo has notado? —suspiró, apoyando la espalda contra la muralla y apretando los ojos con fuerza—. Si esta situación le ha superado, entonces no sé que pensar… —me miró a los ojos, directamente—. Si él y Cuervo no han podido manejar esto eso significa que…

   —Vamos a solucionarlo —le animé—. Para eso vinimos aquí, para arreglar este desastre… —odiaba la idea, este chico no me caía bien, pero aún así apoyé mi mano en su hombro para confortarle un poco. Se lo debía, por todo lo que había hecho por Ada el último tiempo—. Y para encontrarlos a ustedes, por supuesto —le di algunas palmadas en el hombro—. Gracias por cuidarla.

   —Qué va… —se sonrojó, como un idiota—. Hice lo que tenía que hacer.

Presioné su hombro con fuerza, arrugándole la ropa dentro de mi puño.

   —¿Cuáles son tus intenciones con ella? —le interrogué.

   —¿I-Intenciones? —balbuceó—. No tengo… ¡Juro que no le hecho nada!

   —Eso espero… —amenacé.

   —Ya, ya, suéltame —me apartó la mano—. Sí me gusta, ¿vale? —confesó—. Me gusta tu sobrina.

   —Escúchame, maldito desgraciado —le agarré del cuello de la chaqueta y lo planté contra la muralla. Cuando se trataba de Ada, afloraba lo peor de mí—. Planeé un motín al barco de cazadores que nos mantenía secuestrados sólo para que el bastardo del líder no la tocara, no creas que no seré capaz de…

   —¡Cálmate, ¿sí?! —sujetó mis manos con las suyas para que dejara de ejercer presión—. Nunca le haría daño. ¿¡Qué clase de idiota crees que soy!? —alzó la voz, clavando los ojos sobre mí—. ¡Acepta que ahora hay alguien más que se preocupa por ella! ¡Cédeme esa maldita responsabilidad! —quitó mis manos en un movimiento increíblemente rápido y golpeó mi pecho con la palma de la mano, no lo suficientemente fuerte como para hacerme retroceder, pero sí lo suficiente como para hacerme reaccionar y espabilarme—. Y acepta que ella ahora sabe cuidarse sola —dejó la mano apoyada ahí, justo en el centro de mi pecho—. Debiste haberle enseñado eso antes, ¿no crees? De eso se trata cuidar a la gente, de darle herramientas para sobrevivir —me reprochó—. ¿Y qué si hubieras muerto en ese motín del que hablaste? ¿Qué sería de ella ahora?

Sus palabras hicieron eco en mis oídos por varios segundos, subiendo hasta mi cabeza y clavándose ahí, como espinas.

Él no sabía cuánta razón tenía.

   —¿Está todo bien? —La voz de Terence cortó el momento, justo cuando estaba a punto de admitir mi equivocación. Me aparté de Lancer bruscamente.

   —Todo está en orden —caminé hasta Terence para alejarme pronto de ahí. En ese momento, me critiqué a mí mismo por haber hecho las cosas de la forma en las que las hice, por no haber pensado antes en eso. Siempre creí que lo mejor para ella sería protegerla, resguardarla, esconderla de las atrocidades que este mundo tenía para ofrecernos.

Y es que nunca me imaginé lejos. Nunca pensé en que podría morir realmente, o que podría marcharme, o desaparecer.

Pero ahora todas esas opciones eran más que viables.

Y el joven cazador tenía razón. Yo debí haberle enseñado.

   —¿Qué pasó, labios de algodón? —curioseó Terence, cruzando su brazo por mi cuello para abrazarme. Le miré con una media sonrisa.

   —Nada, sólo una pequeña discusión —contesté. «Un niño me ha escupido una verdad en la cara y no sé cómo tomarlo sin enfadarme conmigo mismo» pensé para mis adentros, pero no lo dije—. Una estupidez.

   —¿Debería golpearle la cara?

   —Podría golpeársela yo mismo si quisiera, Terence —me reí y pregunté, para cambiar el tema de conversación, a pesar de que de eso mismo se trataba—: ¿Dónde está Ada, por cierto?

   —Se quedó hablando con Mesha —me explicó—. Hubieras visto su cara cuando lo vio, fue como si hubiese visto un fantasma, se puso pálida y estuvo a punto de llorar. ¿Qué pasa con eso?

   —Mesha se parece mucho a su hermano.

   —Ustedes le querían mucho, ¿no? —inquirió.

   —Era como un padre. Entiendo porque a ella le alteró ver a Mesha. La primera vez que lo vi yo reaccioné igual.

   —Me habría gustado conocerle… —dijo él, con una sonrisa en los labios—. ¿Crees que David me habría aceptado? ¿Sería un buen yerno para él? —bromeó.

Me lo pensé por algunos momentos y no tuve una respuesta completamente clara.

   —Probablemente —contesté al fin.

   —No te escuchas muy convencido.

   —Tú eres bueno para mí, Terence —dije, abrazándole por la cintura y caminando sin rumbo alguno. El lugar era increíble, increíblemente grande—. Con eso es suficiente.

   —No estoy tan seguro —soltó. Le miré de reojo y no contesté—. Este lugar es genial —siguió, para cambiar de tema y yo asentí—. ¿Crees que aún tenga electricidad?

   —Si ellas no han tocado los generadores… —respondí, pero en seguida solté una risa—. No lo creo. ¿Qué ser humano en esta tierra no haría uso de toda la electricidad de un parque de diversiones?

   —Siempre pueden echarlos andar mientras tengan combustible para hacerlo —dijo y yo noté que mantenía el puño apretado sobre mi hombro.

  Me detuve en seco y le miré a la cara.

   —¿Qué pasa, Terence? —pregunté.

   —¿De qué hablas?

    —¡Eh! ¡Reed, pelirrojo! —salvado por la campana, Terence volteó incluso antes de que terminaran de llamarnos. Siete caminaba apresuradamente hacia nosotros, con una efusiva sonrisa en los labios—. Demonios, ¿ya vieron el lugar? —preguntó, medio riéndose—. Dan ganas de quedarse aquí para siempre.

Me removí, incómodo y miré a Terence, a mi lado. Estaba extraño, no sé por qué, no sé cómo pude notarlo, pero lo sabía; algo en su comportamiento, algo en la forma en la que se movía, algo dentro de esos ojos multicolor suyos. Durante estos últimos días, quizás por la situación que todos estábamos pasando, le había sentido lejos. Y no sabía cómo llevar aquello. ¿Era mi culpa? ¿Él lo sentía así? ¿Necesitaba decirme algo y no hallaba el momento? No, de ser así habría hablado en el segundo en que le pregunté qué ocurría.

Cruzamos una mirada, cómplice, culpable, él sabía perfectamente lo que yo estaba pensando.

«¿Qué me estás ocultando?»

Siete hablaba delante de nosotros y yo no era capaz de tomarle la suficiente atención. ¿Había pasado algo en este último tiempo? ¿Algo de lo que debiera enterarme? ¿Por qué sólo no lo soltaba y ya?

Entonces recordé que Terence tenía la costumbre de esconder su pasado. De huir de él, de negarlo. De temerle.

¿Tenía que ver con eso?

   —Terence… —estuve a punto de preguntar, pero en ese momento me di cuenta que él ya no estaba a mi lado y que el escenario había cambiado. Había estado caminando inerte, como un muerto, demasiado ensimismado en mis pensamientos y paranoias que no me había dado cuenta cuándo fue que nos movimos. Miré a un lado y luego a otro, desorientado.

   —¿Crees que esté aquí? —le preguntó Siete a Terence. Ambos estaban delante de mí, habían estado caminando uno o dos pasos por delante.

   —Esto parece una enfermería —le contestó el pelirrojo—. Yo la pondría aquí.

Es cierto…Siete había mencionado algo sobre buscar la enfermería cuando llegó junto a nosotros.

Entramos en una atracción temática con forma de pirámide y nombre ininteligible. La entrada estaba oscura y, desde fuera, no parecía más que otra atracción abandonada, justo como el resto de juegos que estaban ahí. Estuve a punto de mencionar algo sobre su apariencia y sobre que el último lugar que yo escogería para instalar una enfermería sería ese cuando la luz de un foco me dio justo en el rostro y me hizo tragarme mis palabras.

Adentro estaba limpio, silencioso y olía a desinfectante de lavanda. Las murallas oscuras, cubiertas de pintura negra que probablemente en años anteriores sirvió para ayudar con el aire tétrico del lugar que exhibía jeroglíficos fluorescentes en cada esquina visible lograban una curiosa ilusión óptica que hacía parecer que las formas y figuras brillantes flotaban en el aire y en medio de la nada. La estatua de una momia, un poco más alta que yo, nos recibió y su mano señaló el camino a seguir por los corredores en penumbras.

No fue necesario seguir sus indicaciones. Unas voces se oyeron en algún sitio, cerca. El lugar era muy callado y la conversación podía oírse sin siquiera esforzarse en ello:

   —Cuéntame cómo murió —Era la voz de esa chica, Samantha. En ese momento, pensé que efectivamente en algún lugar de esa gran pirámide con pasadizos como laberinto debía haber una enfermería y que no era una idea descabellada instalarla aquí, después de todo. Terence, Siete y yo nos miramos en silencio y nos quedamos ahí, quietos en nuestros lugares—. ¿Es verdad que lo encerraste en una doncella de hierro?

   —¿Por qué estás tan obsesionada en saberlo?

   —Sabes lo que ese bastardo me hizo.

Se oyó un bufido y Scorpion se quejó: apenas un gruñido que hizo eco en las paredes triangulares del lugar.

   —¿Por qué me estás inyectando esa mierda? No me gustan las agujas.

   —¡Pero si estás todo tatuado! —rió la chica—. ¿Y qué tal si dejas de quejarte y me agradeces un poco? Perdiste mucha sangre. Es sólo suero.

   —No voy a morir por tener un poco menos de sangre corriendo por las venas.

   —Pero podrías desmayarte.

   —Vamos, Sam. Estás actuando como…

   —¿Cómo tu madre? —bromeó ella.

   —No —le cortó él, con la voz ronca—. Estás actuando como si yo fuera un jodido cachorro que acabas de recoger de la calle. Me estás cabreando.

   —Lo siento, Noah. Es sólo que…

   —¿Qué? —Scorpion soltó una pequeña risa, como si se estuviese burlando de ella—. Anda, Sam. Tú no eres así.

   —Todavía me siento culpable por dejarte solo en ese basurero de mierda, ¿está bien? —confesó Samantha—. No puedo evitar…

   —¿Por qué carajos te sientes culpable por eso? ¡No seas idiota! —Esta vez Scorpion sí rio, a viva voz y su risa estridente y algo escalofriante rebotó en las paredes internas de mis oídos—. Hiciste lo que tenías que hacer para salvarte, además… —carraspeó la garganta y tosió un poco para aclararse la voz—. No estuve completamente solo.

Samantha suspiró.

   —¿Es por eso que ahora vas por él?

   —En parte sí —declaró Scorpion—. Supongo que se lo debo. Ese hijo de pu…

   —Ese hijo de puta era un buen chico —le interrumpió ella.

Esta vez fue Scorpion quien dejó escapar un suspiro.

   —Supongo que sí… —admitió.

Hubo una pausa y yo estuve a punto de moverme para anunciar nuestra llegada, pero Siete estiró su brazo hacia mí y me detuvo con un gesto. «Espera» quiso decir.

Entonces Scorpion volvió a hablar:

   —Y sí, es verdad —afirmó de pronto—. Lo encerré en una doncella de hierro… —expresó y otro silencio abrumador envolvió todo por algunos segundos—. Ese día quiso lapidarme frente a todo el mundo. Forcejeamos y no sé cómo terminé lanzándolo dentro. Creo que tuve suerte.

   —Eso no es suerte, amigo —dijo ella, con la voz ligeramente ronca y seca—. Eso es instinto. Siempre lo has tenido.

   —Se desangró dentro de esa cosa… —continuó relatando Scorpion—. Gritó mucho, en eso no te mentí... —Miré a Siete, mantenía los ojos cerrados, intentando oír cada detalle de la conversación y, tal vez, imaginándosela, dándole forma en su cabeza, armando el escenario y los diálogos, las voces y la sangre—. Incluso el muy cabrón hijo de perra intentó pedir perdón.

   —Como si algo de lo que hizo fuera perdonable —susurró ella.

   —Como si pedir perdón sirviera de algo realmente —contestó él.

Terence y yo nos miramos, ambos igual de incómodos. Sabíamos que no debíamos estar oyendo esa conversación. Pero la curiosidad era más grande.

   —No voy a negarlo —siguió él—. Oírle pidiendo ayuda desesperadamente dentro de esa máquina fue…

   —¿Liberador? —preguntó ella, con la voz quebrada.

   —Iba a decir “una de las mejores sensaciones que he tenido”, pero sí, fue algo como eso… —hizo una pausa, tosió un poco y continuó—. A veces, cuando puedo recordarlos, tengo sueños con él —confesó—. Y joder, le escucho otra vez gritando y veo el charco de su sangre desparramándose a mis pies y… —se interrumpió así mismo—. Es como volver al día en que pasó.

   —¿No te arrepientes? —quiso saber. 

   —¿Arrepentirme? ¿Estás loca? —Scorpion rió—. Mataría a ese cabrón mil veces, todos los días de mi vida —exhaló, como quién suspira añorando un buen recuerdo y le dijo—: Ah, Sam, debiste haber estado ahí, debiste haberlo oído llorar y rogar por su vida. Debis… —parecía que Scorpion iba a seguir hablando, pero algo le hizo callar. Un gemido, un suspiro. Un sollozo.

La chica empezó a llorar; primero: suave, como un quejido ahogado, y luego ensordecedor, como si no pudiera controlarlo, estallando en un llanto quebradizo que me erizo la piel y me contagió de una sensación inexplicable y dolorosa que me llevó a cubrirme la boca y apretar los ojos para no llorar también. Vi que Siete y Terence reaccionaron de forma parecida.

No había mucho que adivinar, la situación era evidente:

En algún momento de esta historia alguien dañó mucho a una chica. En algún momento, esa chica intentó salvarse, huyendo con sus heridas y cicatrices abiertas.

En algún momento, alguien acabó con el autor de tanto daño; lo metió en una cárcel de púas, le cerró la puerta en la cara y esperó a que se desangrara, a que se le desgarrara la piel y el dolor le atravesara los músculos. Esperando, quizás, que en él se abrieran las mismas heridas con las que la chica se había marchado.   

Y por las que ella había estado sangrando durante todo este tiempo.

Y hoy, después de años enteros, esa chica por fin se permitía cerrarlas.

 

Samantha lloró un poco más, a voz viva y Scorpion no hizo nada por callarla ni volvió a abrir la boca para decir algo. Supongo que ese desgraciado no era lo suficientemente insensible como para no guardar silencio cuando era necesario, o como para no saber cuándo una persona necesitaba desahogarse.

   —Gracias, número trece… —gimió ella, mientras su voz luchaba por controlar los sollozos—. No tienes idea de lo que significa esto para mí.

 Siete nos hizo un gesto para que nos dirigiéramos hacia afuera. No había nada más que escuchar. Esperaríamos unos minutos y volveríamos a entrar, haríamos como si no hubiésemos oído nada y continuaríamos nuestra instancia aquí normalmente.

Salimos al exterior y ninguno de los tres dijo nada por los próximos minutos. Dentro de mí, me juré a mí mismo que jamás hablaría con nadie lo que había escuchado dentro de esa pirámide.

No me correspondía hurguetear en los recuerdos de nadie. Ni en los de esa chica, ni en los de Scorpion, ni tampoco en los de Terence.

Le miré de reojo: su rostro estaba pálido y serio, supongo que lo que acabábamos de presenciar le había afectado en algo, igual que a mí. Me pregunté si estaríamos pensando lo mismo.

El pasado era un lugar doloroso para todos.

 

Notas finales:

Bueno, bueno, si alguno de ustedes sospechaba que Samantha había sido compañera de cautiverio de Noah cuando éste estaba en la guarida Cuervo, estaba en lo correcto. Compañeros y amigos,más bien (la historia de ambos será mejor detallada en el spin off que estoy preparando para Noah y Branwen, antes de que Scorpion fuera Scorpion) 

¿Y el número trece? Lo pillaron, ¿no? ¿Recuerdan que los cazadores solían enumerar a sus prisioneros? Bueno, Noah tenía el trece. Curioso número para él. Ojo, yo no dejo nada al azar y el 13 es un número que le cae muy bien a Scorpion (y no estoy hablando sólo de la "mala suerte" con la que tan ignorantemente se le relaciona, sino de todo el simbolismo relacionado a ese número) 

PD: Como dato curioso, si Branwen tuviera un número, sería el 11. De hecho, es su número favorito. 

Espero les haya gustado. Tengan paciencia con las actualizaciones. Les estaré informando en facebook. 

Abrazos


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