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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

¡Buenas, gente! Lo prometido es deuda y aquí les traigo otro capítulo.
Uff, qué decir. Este capítulo está lleno de emociones y venganzas. Creo que va a gustarles.

Yo disfruté bastante escribiéndolo :)

ALGUNAS ACLARACIONES A TENER EN CUENTA (para no dejarles colgados en la mitad del capítulo):

*La frase que dice Jesse en italiano significa: "Adios, hijo de puta"
*La frase que dice Scorpion en francés significa: "Te veo en el infierno"

   (Esto fue spoiler sin contexto)

*El BAUPRÉS es el palo/fierro horizontal que está en las proas de los barcos y que sirve para asegurar las velas.
*Un MASCARÓN es el adorno que está en las proas de los barcos. A continuación, algunos ejemplos, para que se hagan una idea:
Ejemplo 1: 
Ejemplo 2 (este es bellísimo): 


Fin de las aclaraciones. Espero disfruten el capítulo ;) 

 

Shark esbozó una sonrisa.

   —¡Cuidado, Scorp…! —intenté gritar, pero para ese momento, él ya se había movido. Shark atrapó la mano de Scorpion, justo cuando éste disparaba, y se inclinó hacia atrás para esquivar la hoja del cuchillo que pasó rozándole apenas la garganta.

   —¡Cabrón hijo de…! —Scorpion retorció el brazo e intentó liberarse del agarre—. ¡La luz, Reed! —ordenó. Me levanté como pude y corrí hacia la muralla para buscar el interruptor. Oí golpes; puñetazos a oscuras y mesas y sillas siendo arrastradas por todo el lugar.

¿Dónde diablos estaba el maldito interruptor?

Otro rayo de luz entró en la habitación, permitiéndome ver mejor a mi alrededor. Lo encontré, justo detrás de mí, a un costado de la puerta. Encendí la luz.

   —¿¡Dónde está!? —bramó Scorpion. Estaba sobre Shark; sujetándolo con sus piernas, sacudiéndolo por los hombros y golpeándole contra el suelo en cada entonación de cada sílaba—. ¿¡Dónde está Cuervo!?

Shark invirtió la posición en un movimiento rápido y brusco, se le montó encima y le puso el cañón de su revólver justo al centro de la frente.

   —No te preocupes —sonrió—. Te reunirás con él una vez estés muerto.

Busqué, con los ojos y casi sin moverme por miedo a que Shark sintiera la presión y disparara, mi rifle que había caído en algún lugar en medio de todo el desorden de esa, ahora, destrozada habitación.

Scorpion le dio una patada en la entrepierna y se lo quitó de encima. El líder de los cazadores se levantó, desenfundó una pistola y la puso sobre el pecho de Shark.

   —Más te vale que esté vivo todavía —gruñó, con ira e impaciencia contenidas en su voz que se oyó ronca, raspada y demandante—. Porque si él muere, irá a un lugar al que no podré seguirlo.

Shark soltó una carcajada.

   —Claro que no podrías —dijo, burlándose—. Tú estás condenado al infierno.

Scorpion dejó escapar una risa escalofriante

   —Y tú estás condenado a morir hoy —disparó, pero no le dio, no quiso darle e intencionalmente desvió el disparo para que éste se clavara a un costado de su cabeza, dejando una hendidura en el suelo que estaba bajo nuestros pies. Supongo que quiso asustarle, pero a Shark no le intimidaban las balas. A Shark no le intimidaba nada.  

Scorpion le dio una patada en las costillas y luego le enterró una de sus botas en la cara.

   —¿Dónde? —interrogó otra vez.

Shark no contestó.

   —¿¡Dónde lo tienes!? —gritó—. ¡Habla, maldita sea! —ordenó, dándole otra patada que le partió los labios a Shark.

La puerta se abrió de par en par y la fuerza con la que la empujaron me tiró hacia atrás. Caí sentado y, gracias a eso, logré encontrar mi rifle, tirado a un par de metros de mí, debajo de una mesa.  

   —¿¡Greco!? ¿¡Qué está pasan…!? ¡Oigan, ayuda! —Un hombre entró repentinamente a la habitación y se abalanzó violentamente contra Scorpion, haciéndole tambalear y logrando tirarlo sobre una mesa—. ¿¡Quién es este!?

   —¡Suéltame, hijo de perra!

Gateé hasta mi rifle y me preparé para disparar. Vi a Shark intentar ponerse de pie y cambié de opinión: corrí hacia él, le di un golpe en el mentón con la culata del arma mientras se levantaba y lo tacleé para mantenerlo en el suelo.

   —¡Scorpion! ¿Estás…? —quise preguntar, pero cuando miré hacia el rubio, vi al hombre de Shark sobre él, asestándole una serie de puñetazos que mantendrían al cazador, que apenas lograba cubrirse la cabeza, ocupado por un buen rato.

   —¿Para dónde estás mirando? —Shark me dio un puñete en la mejilla que me obligó a apartarme y retroceder un poco—. ¡Mata a ese cabrón, Micah! —le gritó a su hombre.  

   —¿¡Para dónde estás mirando tú!? —gruñí y disparé mi arma, casi sin apuntar. Le di en una pierna, justo como quería.

El hombre de Shark se distrajo con el disparo y Scorpion aprovechó la oportunidad para contraatacar y le dio un golpe en la mandíbula y le agarró por el cuello de la camiseta.

   —Tú sí me dirás dónde está él —dijo.

   —¿Quién? —Micah intentó limpiarse la sangre de los labios y parpadeó varias veces. Un sólo golpe de Scorpion pareció haberle dejado aturdido.

   —Cuervo —Scorpion le hizo una llave; posicionó su brazo en su espalda y lo acorraló contra la misma mesa en la que había sido lanzado antes. Aplastó su cabeza contra la madera—. No tengo todo el día. Dime dónde carajos lo tienen.

   —¡Ah, Cuervo! ¡Claro que sí! —exclamó Micah, medio riéndose. Vi, a través del espacio que dejaba libre la espalda de Scorpion, el movimiento que ese hombre hizo para intentar alcanzar el cuchillo que tenía atado a su cinturón. Quise advertirle al cazador, pero Shark se abalanzó sobre mí y me dio un puñetazo en el estómago que me estrujó las tripas—. Claro que sé dónde está. He estado jugando con él durante todos estos días.

Oí un golpe, seguido de otro, y otro, y esos sonidos no correspondieron a los golpes que Shark comenzó a dar sobre mí. Intenté cubrirme el estómago mientras él me pateaba con la pierna sana, justo en la boca del esófago. Intenté alcanzar otra vez él rifle, pero él me lo impidió.

   —Deberías preocuparte por lo que tienes en frente, Reed —rió, entre golpes—. O terminarás como tu hermanita, o como tu querida novia.

Quise gritarle que no se atreviera a nombrarlas, pero apenas podía respirar. Intenté alcanzar mi cuchillo entonces, pero él leyó mis movimientos, se acuclilló rápidamente y atrapó mi mano en el aire, estrujándome la muñeca y torciéndola como si nada. Me levantó del suelo como si fuera un saco de plumas.

Quise gritar de dolor, pero una silueta tras nuestro me hizo guardar silencio y casi dar un respingo de alegría.

Junté saliva y le escupí a Shark en la cara. Él, que todavía me tenía elevado en el aire y estaba a punto de arrancarme el brazo de su articulación, me dio un rodillazo en el estómago y se detuvo para limpiarse el rostro con la mano libre, mientras me veía con una sonrisa macabra que, en otro momento, bien pudo haberme dado centenares de escalofríos. Pero no hoy.

La sombra que había visto antes se escabulló sigilosamente, como un fantasma, por la espalda de Shark, levantó una silla y la estrelló violentamente contra su cabeza. El hombre puso los ojos en blanco y cayó inconsciente al suelo en un sólo segundo.

Caí al piso como peso muerto.

   —Y tú deberías vigilar tu espalda, malnacido —gruñí, con las manos sobre mi estómago, controlando las ganas de vomitar, y me limpié la boca con la manga de mi sudadera, para quitar los restos de saliva e intentar recuperar la dignidad perdida en la pelea. Una mano se estiró delante de mí y la tomé sin chistar—. Gra… —intenté decir.

Jesse me abrazó repentinamente.

   —¿Estás bien? —preguntó y, por un segundo, me dediqué a oler su cabello que siempre parecía estar limpio a pesar de las lluvias, la humedad y el agua marina. Justo a tiempo, él había entrado para ayudarme.

   —Estoy bien —me separé de él—. Me salvaste, creo que me habría matado de seguir así.

   —Vamos, no me des todo el crédito —rió y me sonrió en una mueca dulce y apaciguadora—. Tú también lo golpeaste fuerte.

Quise responder con una broma, pero en ese momento fui consciente de lo que aún pasaba a mi alrededor y ambos miramos en la misma dirección cuando oímos otro ruido. Scorpion golpeaba a Micah; tenía una mano alrededor de su garganta mientras la otra le daba puñetazos en el rostro sistemáticamente, repetitivamente y casi a un ritmo constante. El hombre de Shark no se movía y de lejos se notaba que ya estaba inconsciente. O muerto.

Jesse dio un paso hacia ellos. Quise detenerlo y le agarré del brazo.

   —Espera —susurré. Había algo alrededor de Scorpion, una especie de aura oscura o un mal presentimiento sobre él que me dio escalofríos y disparó todas mis alarmas. Ese hombre parecía tener la palabra “peligro” tatuada en la espalda.

   —Está bien, Reed —Jesse me calmó con un gesto y siguió caminando. Respiré profundo y le acompañé.

Scorpion no se dio cuenta de nuestra presencia cuando llegamos junto a él, estaba demasiado ensimismado golpeando a ese hombre. El rostro de Micah estaba todo hinchado, lleno de hemorragias internas, sangre pegada a su nariz y la mandíbula visiblemente fracturada. Sus ojos, muertos y abiertos de par en par, con una expresión de horror retratada en ellos, parecían estar fuera de sus orbes y unas negras inflamadas ojeras se formaron alrededor de ellos producto de una reciente asfixia.

A pesar de que ya lo había matado, Scorpion continuó la masacre durante los próximos quince o veinte segundos, asestando puñetazos contra su rostro; con una expresión impávida, la mirada azul vacía y perdida en algún punto del rostro deformado de ese pobre hombre y la ropa y frente salpicadas en sangre que no era de él. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete veces… parecía que no iba a detenerse hasta que todos los rasgos del hombre de Shark desaparecieran de su cara.

Di un paso hacia atrás para no seguir mirando. Entonces Jesse posó una mano firmemente sobre el hombro del cazador, haciéndolo despertar, de alguna forma, de esa especie de trance en el que había estado sumergido mientras golpeaba a Micah.

Scorpion reaccionó, soltó el cuello de ese hombre y aplastó su cabeza contra la mesa. Hizo una mueca y lanzó un escupitajo sobre los restos. La saliva quedó ahí y se esparció sobre la desfigurada frente.  

   —¿Cómo que has estado jugando con él, maldito hijo de puta? —preguntó, con voz fría y vacía, justo como lo haría un robot que todavía no procesa lo que acaba de hacer—. ¿A qué demonios te referías con eso? —volvió a estrellar su cabeza contra la madera y preguntó—. ¿Tienes un buen cuchillo ahí?

Jesse quitó la mano del hombro de Scorpion y le entregó un cuchillo militar enorme que tenía atado a su cintura. Entonces el cazador, sin siquiera contener la respiracción, tomó la cabeza de ese hombre y le rebanó el cuello, literalmente, separándolo de sus hombros. La sangre que salpicó hacia todas partes estuvo a punto de alcanzarme. 

El rubio soltó una especie de suspiro y volteó hacia nosotros

En ese momento, me di cuenta de que le habían apuñalado. Tenía un cuchillo pequeño clavado en el muslo.

   —Tienes… —comencé y apunté hacia su pierna.

   —Oh… —Scorpion, sin dudarlo un segundo, quitó el arma sin más e inspeccionó rápidamente la herida. Era profunda y sangraba, pero no era arterial y probablemente la adrenalina del momento lo mantendría lejos del dolor.

   —Va a estar bien —dijo Jesse.

   —Claro que sí —afirmó el cazador, quitándose la chaqueta para luego cortar, con el mismo cuchillo con el que le habían herido, una manga de su camiseta e improvisarse una venda, a pesar de que él mismo traía un botiquín en la mochila que cargaba. Supuse que no quería usarlo todavía. Quizás ese hombre tenía algo de consideración con sus camaradas que debían estar más graves que él, o con el mismo Cuervo. Cuando terminó, volvió a abrigarse—. No es nada.

Los tres caminamos hacia Shark.

   —Él no va a soltar la lengua, ¿verdad? —preguntó Scorpion.

   —No —Jesse y yo contestamos al mismo tiempo.

   —Deberíamos acabar con su miserable existencia, entonces —sugirió, mientras recogía su arma y el revólver de Shark también. Hice lo mismo y tomé mi rifle. No iba a titubear esta vez, ni un atisbo de duda asomaba en mi consciencia en ese momento. Quería venganza, eso es todo lo que sabía y todo lo que llenaba mi mente.

   —Déjenme hacerlo —pedí y apunté a Shark en la cabeza.

   —Oh, no, yo también quiero clavarle una bala en el pecho —refunfuñó Scorpion, levantando el revólver.

   —Yo debí haber acabado con él desde un principio —Jesse desenfundó una pistola y la inspeccionó, alzándola delante de su rostro; con una mezcla de curiosidad y desconfianza—. Pude haber evitado que llegara tan lejos, sin embargo, no lo hice —apuntó el arma también—. Prefiero los cuchillos, pero creo que esto estará bien.

Supongo que los tres teníamos motivos para acabar con él.

Shark abrió los ojos.

   —Uno… —comencé a contar en voz alta.

   —Dos… —siguió Scorpion. Shark sacudió sus manos en el aire con torpeza, mientras, entre balbuceos, intentaba formar una frase coherente. No alcanzó a pronunciar palabra alguna, pero me gustó creer que intentaba rogar por su vida.

   —Tres—sentenció Jesse. Los tres disparamos, al mismo tiempo y sin dudarlo un sólo segundo—. Addio, figlio di puttana —dijo.

   On se voit en enfer —masculló Scorpion, mientras el cuerpo de Shark se desplomaba contra el suelo.

No voy a mentir, no soy bueno en eso. Debo admitir que la sensación que me invadió cuando lo vi muerto, muerto de verdad, con los ojos vacíos y abiertos por la sorpresa, fue reparadora y casi sanadora. Me sentí como si media tonelada de un peso que había estado cargando por demasiado tiempo fuese retirada de repente, así sin más. Como si las cadenas que había estado arrastrando durante todos estos años; la frustración, el rencor y la ansiedad que su mera existencia me producía, hubiesen sido cortadas de un momento para otro, con sólo tres disparos. Esta vez sí, esta vez era real y podía verlo y casi tocarlo, no era una simple ilusión.

Ahora era libre. Realmente libre. Plenamente libre. Y se sentía espectacular.

   —Uf… —suspiré, dejando escapar todo el aire que inconscientemente mis pulmones habían retenido antes de jalar el gatillo—. Se siente bien.

   —Es maravilloso, ¿no? —rió Scorpion, mientras caminaba, y cojeaba levemente, hacia la puerta.

   —Estoy de acuerdo. Se siente bien —afirmó Jesse y caminó hacia el lado contrario—. Buscaré por las habitaciones continuas, estoy seguro de que debe haber más soldados listos para un contraataque. Ustedes deberían volver a la cubierta.

   —¿Ha pasado algo? —pregunté.

   —Estamos ganando —contestó.

Y después de decir eso, se perdió tras una puerta.

Alcancé a Scorpion en el umbral y casi choco con su espalda cuando él se detuvo en seco. Miré por sobre su hombro y me sentí asombrado.

   —Ese cabrón que asfixié… —comenzó el cazador—. Había pedido refuerzos, ¿no?

   —Ajá —contesté.

   —Ya se me hacía raro que no llegaran—dijo, casi riéndose—. Tu amigo es realmente peligroso, qué suerte que lo tienes de tu lado —levantó un pie para no pisar un brazo y siguió su camino. Yo me quedé un par de segundos más mirando el espectáculo: afuera de la habitación, al menos una decena de hombres de Shark había sido aniquilada. Estaban todos muertos, pero sin ninguna bala en sus cuerpos.

Jesse había dicho que no le gustaban las armas de fuego.

   —Diablos… —mascullé, levantando mis piernas también, para no sentir el contacto de los cuerpos. Seguí a Scorpion sin decir nada más.

Ahora todo estaba más silencioso que hace media hora atrás; ya no se oían disparos y las voces eran apenas perceptibles arriba. No podía oír frases ni oraciones, pero sí distinguir a las personas que conocía; gente de La Resistencia y cazadores dando órdenes, mujeres felicitándose entre sí y la inconfundible voz de Sam e Irina, o Ira, como le gustaba que la llamaran, gritar algo en la superficie. Parecía que Jesse tenía razón. Estábamos ganando.

Pero todavía dudaba. Había sido demasiado fácil. Shark debía tener un as bajo la manga.

La pregunta era: si había más soldados escondidos que esperaban el momento para contraatacar, ¿actuarían igualmente una vez supieran que su líder había muerto?

   —Oh, Jesús… —Cuando llegué a la cubierta, me di cuenta de que nada había sido tan fácil como lo había pensado. Corrí hacia un grupo que estaba sentado en el piso, en un rincón de la cubierta—. ¿Qué ha pasado? —Uno de ellos era Terence, sangraba del abdomen. Sam estaba con él.

   —Hola, labios de algodón —susurró el pelirrojo, con una sonrisa lánguida y los ojos empequeñecidos por el cansancio—. Te dieron duro a ti también, ¿eh? —rió.

   —Recibió una puñalada… —dijo Sam, que terminaba de vendarle justo en ese momento—. No es nada demasiado grave, ya he controlado la hemorragia, pero necesitará volver de inmediato a La Resistencia apenas acabemos con esto.

Estiré una mano para acariciar el rostro de Terence.

   —Eh, eh. Esa muñeca no está bien —me alertó Sam.

   —Estoy bien —la aparté cuando ella intentó tomarla. Rocé con mis dedos la mejilla del pelirrojo y él inclinó su cabeza hacia la palma de mi mano—. Preocúpate de los demás —dije, mirando a mi alrededor. Matthew había sido herido también y ahora estaba recostado siendo asistido por dos hombres de La Resistencia. Sabía que no había sido buena idea llevarlo.

Siete, Teo, Jack y Chris también estaban heridos. Todo el mundo lo estaba.

La pelea había sido realmente dura.

   —¡Fórmenlos en una línea! —oí la voz de Scorpion, tenía a un grupo de niños y adolescentes frente a él. Seguramente habían salido por los disparos, para intentar escapar o buscar a sus padres que peleaban en la cubierta. Cualquiera fuera el caso, habían caído en manos de los cazadores ahora—. Vaya, vaya. Miren lo que tenemos aquí, un montón de mocosos —Los recorrió uno a uno con la mirada, estaban formados en fila y los hombres de Scorpion le amenazaban con sus armas.

Me levanté del lado de Terence y me acerqué un poco a la situación que se formaba ahí delante, para actuar en caso de que fuera necesario. No, él no lo haría, ¿verdad?

Scorpion no mataría a todos esos niños, ¿verdad?

   —¿Qué voy a hacer con todos ustedes? —preguntó el cazador, acuclillándose frente a la última niña de la fila, una chica que no debía tener más de seis años—. ¿Les abandono aquí, les doy un tiro en la cabeza, los lanzo al mar, o…? —calló en seco. La niña le había pateado en las canillas. Scorpion rió en voz alta.

La pequeña salió de la fila e intentó escapar.

   —¡Ven acá, demonios! —Scorpion la agarró de la parte posterior del cuello de la chaqueta de mezclilla que llevaba puesta y la levantó casi dos metros sobre el suelo, hasta dejarla a la altura de sus ojos—. ¿¡Quién demonios te crees que eres, pequeña rata asquerosa!?

   —¡Suéltame! —gritó ella, con la boca bien abierta, vociferando como un animal rabioso y entonces le escupió en la cara. Vi el rostro de Scorpion cambiar de un simple enfado a la ira total. La sujetó más fuerte, la sacudió en el aire y caminó con ella hasta dejarla al borde de la baranda.

Todo el mundo gritó para que se detuviera. Él no escuchó a nadie.

Si él la soltaba ahora, la niña caería al mar.

La pequeña ni siquiera cerró los ojos cuando él pareció estar a punto de tirarla. Algo, había algo en esa niña que me causó escalofríos, cierta familiaridad que no reconocí enseguida, algo en la forma en la que el cabello oscuro se le pegaba al rostro sudado o la mirada salvaje de sus ojos azules.

Entonces, poco a poco, lo entendí.  

   —Scorpion, ¿¡qué haces!? —chillé, al darme cuenta, al reconocerla. Esa niña tenía la misma mirada de determinación que tenía su padre cuando me aseguró que moriría antes de poner en riesgo a su hija. Esa pequeña que Scorpion estaba a punto de tirar por la borda era la hija de Gael, el hombre que el cazador había torturado en las instalaciones de La Resistencia—. ¡Scorpion, no! —di un paso hacia ellos.

   —¡Quieto, Reed! —ordenó él y sonrió mientras se limpiaba con una mano la saliva que había caído sobre su rostro. Estiró completamente el brazo que sostenía a la niña en el aire, para alejarla todavía más del barco, pero él mismo acercó su cuerpo al borde para estar más cerca de ella—. ¿Cómo te llamas, pequeña rata? —quiso saber, una pregunta que bien pudo haber sido casi amable, pero que en la boca de Scorpion se oyó como una amenaza de muerte.

   —Amanda —contestó ella, sujetándose del brazo de Scorpion con sus dos pequeñas manos y con todas sus fuerzas, pero sin demostrar una pizca de miedo por caer al agua. Ella era muy pequeña para ser tan temeraria y demasiado inocente como para mirarle con esa cara; con esos ojos fijos como agujas sobre Scorpion, como si quisiera arrancarle la piel del rostro, como si supiera lo que él le había hecho a su padre.

   —Es un lindo nombre, Amanda. ¿Cuántos años tienes?

   —Cinco —contestó.

«Hijo de puta», pensé, «has dejado huérfana a una niña de cinco años.»

   —Vaya… —Scorpion soltó un silbido que denotaba asombro—. Ahora entiendo porque me miras así —se rió—. ¡Eres una hija del desastre! ¡Enhorabuena! No tienes idea de lo que es un McDonald’s o la música de Justin Bieber. ¡Tienes suerte!

Amanda no contestó, así que Scorpion continuó con su interrogatorio antes de lanzarla al océano. O no.

   —¿Dónde están tus padres, pequeña fiera?

   —Mamá murió y mi papá… —Silencio. No tenía una respuesta porque no estaba segura de ello. Pero yo sí. El hombre que tenía frente a ella lo había matado, cercenándole el cuello en un acto cruel y a traición—. No lo sé.

   —De seguro está muerto —le contestó él y enseguida estiró su otra mano hacia el rostro de la chica, como si fuera a acariciarle el cabello, pero en vez de eso, sacó una moneda rápidamente, la de diez peniques con la que hace algunas horas había estado jugando, y la puso en la oreja de la niña sin que ésta se diera cuenta; viejo truco barato que al parecer seguía funcionando con los niños incluso en estos días, porque la pequeña abrió los ojos de par en par y algo parecido al asombro se dibujó en su rostro.

Incluso si el mundo se había convertido un lugar sombrío, deprimente y plagado de muerte y sangre, la magia seguía causando el mismo efecto que antaño; esa maravilla ante lo desconocido, ese cosquilleo en el estómago al ver tus sentidos engañados y creer que acabas de presenciar algo imposible.

«¿De verdad tenía una moneda en el oído?», pareció pensar ella.

Y de la comisura de sus labios estuvo a punto de escapar una sonrisa.

   —Sáquenla de aquí y pónganla a salvo —ordenó Scorpion a sus hombres. Alejó a la pequeña del borde y la dejó sobre la cubierta nuevamente—. Saquen al resto de los niños también y preocúpense de dejar a una pareja viva para que los cuide. No quiero cargar con una masacre a mis espaldas —se agachó para entregarle la moneda a la niña—. Esto es tuyo.

La pequeña recibió la vieja moneda en su mano, pero no dijo nada. Siguió viendo a Scorpion con esos ojos furiosos, se podría decir que sus miradas incluso se parecían un poco. Esperó a que uno de los cazadores la agarrara del brazo y se marchó junto a él.

Esperé a que todo el mundo se dispersara de nuevo y me acerqué a Scorpion.

   —¿Lo notaste? —le pregunté.

   —¿El qué? —contestó. Tenía los ojos puestos sobre su nuevo revólver mientras lo limpiaba con su chaqueta y luego procedía a cargarlo.

   —La niña. ¿No te recordó a alguien? —inquirí. Scorpion abrió la boca para contestar, pero no le dejé y seguí—. Gael.

   —¿Gael? ¿Quién es ese?

   —El hombre que mataste en el sótano de La Resistencia —solté—. Esa niña es su hija y es la razón por la que él aguantó toda la mierda que le hiciste… —Scorpion no reaccionó, sus ojos no se despegaron de su arma y su cuerpo apenas se movió, pero aun así noté que algo de impresión le había causado la noticia; lo supe por la forma en la que su manzana de adán subió y bajó como un elevador cuando él tragó saliva con demasiada fuerza—. Dejaste huérfana a una niña de cinco años —le recriminé—. Espero que estés feliz.

   —¿Qué quieres que haga? —me preguntó—. ¿Qué le cuente la verdad? —No había rastros de remordimiento en su voz, ni un atisbo de culpa, nada.

   —¿Estás loco? —mascullé bajo, a pesar de que nadie nos oía—. Esa niña estuvo a punto de sonreír contigo. No vuelvas a cagarla. Y si te atreves a tocarla… —quise decir.

   —¿¡Estás loco!? —se rió. Esta vez él lo preguntaba—. ¡Esa pequeña zorra me escupió en la cara e intento patearme! ¿Cómo voy a hacerle algo? Es adorable. Además, ¿qué carajos vas a hacerme tú? Ni siquiera pudiste acabar con ese cabrón solo…

   —¡S-Scorpion! —Uno de sus hombres llegó corriendo hasta nosotros e interrumpió la conversación. El hombre tenía el rostro sudado y la ropa manchada con sangre.

   —¿Qué pasa?

   —No está —informó, mientras se inclinaba para apoyar las manos sobre sus rodillas y así recuperar algo de aire entre respiraciones forzadas. Se notaba que había corrido por varios minutos—. Lo buscamos por todas las habitaciones de los primeros tres pasillos al interior y…

   —Tiene que estar en algún lado —gruñó Scorpion.

   —Lo estábamos buscando, pero un nuevo grupo de hombres nos atacó y…

   —¿¡Qué demonios me importa eso!? —Scorpion le interrumpió, sin tomar en cuenta lo que su hombre acababa de decir y sin tomarle el peso a lo que sus palabras significaban. Lo había dicho, efectivamente había más soldados en el Desire que querían luchar, a pesar de que ya habíamos acabado con su líder. Teníamos que preocuparnos de eso. Pero también era verdad que necesitábamos encontrar a Aiden y a Cuervo rápido. Shark dijo que les había estado torturando, ¿siquiera seguían vivos? Necesitábamos saberlo ya—. ¿Dónde los escondería ese bastardo?

Si yo fuera Shark… ¿dónde mantendría secuestrado a un par de hombres potencialmente peligrosos?

No en las habitaciones, no. Eso era contraproducente. Podrían liberarse, podrían escapar o podrían convencer a alguien de la tripulación para que los ayudara.

¿Dónde…?

Shark los debió haber puesto en un lugar al que nadie entrara.

   —¡Está justo en nuestras narices! —grité, al darme cuenta de ello y me lancé en una carrera por la cubierta, que era enorme y extensa, buscando el punto exacto bajo mis pies. Demonios, ¿cómo no lo pensé antes? El único lugar al que nadie bajaba nunca era el mismo lugar donde antes Shark guardaba a sus muertos como trofeos y como su mejor arma. Tenían que estar ahí.

Tenían que estarlo.

   —¿Eh? ¿¡Para dónde vas!? —gritó una voz atrás de mí, pero no la escuché. Estaba demasiado concentrado buscando el atajo en el suelo. La cubierta de ese barco era realmente grande, pero yo conocía más o menos el lugar. No podría olvidarme de ello.

Pasando la segunda puerta que conectaba con el interior del barco. Antes, esa zona correspondía al dormitorio de los cazadores de Shark. Aún recordaba la noche en la que puse una bomba en sus escaleras.

Unos cuarenta o cincuenta pasos hacia el centro y…

La encontré, apenas visible en el suelo, la pequeña puerta de esa especie de sótano al que llamábamos “infierno”. La abrí sin vacilar y me lancé escaleras abajo. Oí una respiración que no era la mía y tuve un buen presentimiento sobre ello.

Tenía que ser una buena señal, ¿no? Este era el único lugar en el que podrían estar.

Tomé la linterna que siempre estaba colgada a un costado de las escaleras y apunté hacia el vacío. Me encontré con un cuerpo en el suelo y corrí hacia él, con el corazón en la garganta. Casi solté un grito cuando noté que no lo conocía, que debía ser un hombre de Shark.

Tenía marcas de cadenas en el cuello, como si lo hubiesen ahorcado con una.

Oí un quejido y apunté hacia el ruido.

   —¿¡Dónde está!? —El sonido de las botas de Scorpion tocando suelo luego de saltar hacia los calabozos casi me mata del susto. Me había seguido, y lo había visto incluso antes de que yo apuntara en su dirección; Aiden estaba a unos metros del cuerpo del cazador asesinado, con las muñecas esposadas y herido.

   —Espera, Scorpion —dije, corriendo hacia ellos. Él ya se le había acercado—. Tenemos que quitarle las… —intenté decir.

   —¿¡Dónde está!? —Scorpion se arrodilló a un costado del cuerpo de Aiden, que apenas había reaccionado cuando nos vio entrar. Estaba golpeado, magullado, desnudo y sangrando, tirado. Apenas parecía vivo. Scorpion le enderezó y le ayudó a sentarse en el suelo—. Dime que está vivo, Aiden —rogó. Aiden no contestó—. ¡Aiden! —chilló, mientras le zamarreaba levemente por los hombros para hacerle despertar—. ¿Dónde?

   —Lo colgaron… —susurró Aiden, apenas abriendo los ojos inflamados y ojerosos, y empezó a sollozar, así sin más—. Lo siento, lo lamento. Lo colgaron. Lo siento, lo siento —repitió entre balbuceos.  

Scorpion le soltó, como si el tacto de Aiden le quemara y cayó hacia atrás, aterrizando sobre su trasero. Se llevó las manos a la boca para cubrir un gemido.

   —¿C-Cuervo está...? —tartamudeó. Había empalidecido de repente.

Me acerqué a Aiden. Algo me dijo que no había terminado de hablar. Y es que conocía una particular forma de castigo a la que Shark llamaba “colgar”.

Dejé la linterna en el suelo para que nos alumbrara a todos.  

   —¿Dónde le colgaron, Aiden? —interrogué, y forcejeé con sus esposas que no cedían—. ¿Lo colgaron de la proa?

Él alcanzó a asentir con la cabeza antes de desmayarse en mis brazos.

Scorpion se levantó y salió disparado por donde habíamos entrado, sin decir nada. Pero a mitad de camino, volvió sobre sus pasos y se quitó la chaqueta.

   —Pónsela —me dijo cuando la lanzó hacia mí y entonces corrió hacia la puerta—. Y dispárales a los grilletes para liberarlo.

Me quedé alrededor de diez segundos paralizado, temblando, sin tener idea sobre qué iba a hacer.

En la proa, le habían colgado en la proa, como un mascarón. No conocía a nadie que haya sobrevivido a ello.

Un disparo trasmitió un escalofrío que recorrió toda mi espalda, obligándome a dar un respingo.

   —Aiden… —tomé mi rifle y apunté en medio de la penumbra. Scorpion dijo que debía dispararles a sus esposas, pero eso era más fácil de decir que hacer, sobre todo con apenas la luz de una linterna iluminándome—. Por favor, no despiertes ahora —le recosté en el suelo, posicionando sus brazos por sobre su cabeza y apunté—. Todo va a salir bien, ¿está bien? No te muevas —respiré, profundo. Debía darles a esos malditos grilletes.

Apreté el gatillo y el disparo salió. La cadena se rompió. Suspiré y me apresuré en tomar la chaqueta de Scorpion para cubrirle; Aiden estaba helado como un témpano de hielo y su cuerpo temblaba. Con la poca luz pude notar la cantidad de heridas que tenía en sus brazos; en sus piernas; en sus manos y en su cuello y eso sólo me puso en alerta. Debía llevarlo con Sam rápido.

Pero otro disparo se escuchó arriba en la cubierta.

La batalla había comenzado de nuevo.

Sin embargo, no podía dejarle aquí. Él necesitaba atención.

Cogí la linterna y colgué el rifle a mi espalda. Luego, cargué a Aiden sobre mis hombros y enredé su cuerpo en mi cuello para sostenerle. La adrenalina me mantendría lo suficientemente fuerte como para llevarlo ahí por un buen rato sin sentir molestia. Me dirigí a las escaleras y empecé a subirlas; primero un brazo, luego la pierna contraria, luego el otro brazo y la otra pierna. Debía hacerlo lento, si él caía al suelo por mi culpa, podría causarle heridas peores a las que ya tenía. Dios, apenas podía sentir su respiración golpear en mi cuello.

   —¿Reed? —Los ojos oscuros y vacíos de Ethan brillaron a la luz de la luna cuando me vio salir de los calabozos—. ¡Oh, por dios! —corrió hacia nosotros cuando se percató y me quitó a Aiden de la espalda apenas tocamos suelo de la cubierta de nuevo—. ¡Dios, Aiden! —abrazó a su novio inconsciente cuando lo tomó en sus brazos y besó su cabello sucio y maltratado casi de manera paternal, con cierta desesperación que me estrujó el corazón—. Mira lo que te hicieron…

   —Hay que llevarlo con Sam de inmediato —dije. Otro disparo se escuchó y, a lo lejos, vi a gente que corría hacia nosotros—. ¡Rápido! —me cubrí tras uno de los mástiles y tomé mi arma—. ¡Llévalo, yo los distraeré! —apunté y le disparé a uno de ellos.

   —Son demasiados, no vas a…

   —¡Llévalo! ¡Aiden podría estar grave! —grité, pero para cuando terminé de hablar, Ethan ya había dado un salto y se había elevado por sobre todas las cabezas de esos hombres. Uno de ellos apuntó su arma hacia arriba e intentó darle. No le dejé y le di un tiro en la cabeza antes de que siquiera pensara apretar el gatillo.

Retrocedí algunos metros en dirección a la proa, sin dejar de apuntar. Sabía que era peligroso, pero el apoyo de Scorpion quizás me serviría ahora.

Apunté otra vez y acabé con otro. Una lluvia de balas pasó muy cerca de mi cabeza. Eran demasiados. Veinte, veinticinco, tal vez.

Continué retrocediendo y disparando. Si me mantenía lo suficientemente lejos, quizás podría lograrlo.  

Disparé una vez más, y otra, y otra. Sólo necesitaba más espacio.

Había matado a cinco. Me quedaban siete balas y necesitaría recargar. Necesitaba hallar un lugar seguro. Disparé cuatro veces más y acerté todas las balas. Miré hacia atrás y vi la proa cerca.

No había más espacio. ¿Dónde estaba Scorpion?

Corrí hacia unas cajas de madera para refugiarme y recargar. En el camino, recibí un disparo en la pierna.

   —D-Demonios —me arrastré hasta cubrirme tras las cajas—. Demonios, demonios, demonios —tomé la última docena de balas que me quedaba e intenté meterlas todas en la recámara. Tres se me cayeron al suelo por el susto que me produjo recibir otra veintena de disparos sobre mí que agujereó todo lo que estaba a mi alrededor. Cerré el rifle y me cubrí la cabeza, paralizado por el terror de verme acorralado.

Aferré el francotirador a mi pecho y di un vistazo rápido hacia atrás. Al menos quedaban quince, y todos ellos venían corriendo hacia mí. Y atrás venían más.

Estaba perdido.

   —¡Eh, Reed! —Scorpion gritó mi nombre fuerte y claro. Le vi, estaba frente a mí, a unos metros de distancia, en el borde de la proa, con medio cuerpo balanceándose sobre el bauprés, con un brazo aferrado a las cuerdas de las velas, mientras con el otro abrazaba a un inconsciente y maltrecho Cuervo para que éste no se le resbalara de las manos. El pobre estaba herido, machucado y cubierto de sangre, arañazos, hemorragias internas y heridas que todavía parecían abiertas. Un escalofrío me recorrió la espalda y una angustia se alojó en mi pecho cuando lo vi. No parecía vivo, no. Él debía estar muerto. Nadie sobrevivía a ser colgado en la proa—. ¡Agáchate! —ordenó.

¿Qué?

Entonces vi que acercó su boca al brazo. Y en su mano, vi una granada. Quitó el seguro con los dientes.

Dios santo, no…

   —¡Cúbrete! —gritó, y se soltó y tambaleó sobre el bauprés. Entonces lanzó la granada y se dejó caer al agua junto a Cuervo. Me tiré al suelo y me cubrí la cabeza y los oídos. El ruido fue estruendoso e hizo vibrar el suelo bajo mis pies. Me quedé ahí, temblando y esperando el dolor de estallar en pedazos, esperando ver cómo mi cuerpo volaba por los aires o cómo simplemente se me extinguía la vida. Pero nada pasó, salvo el ruido y el olor a humo.

Abrí los ojos y levanté la cabeza.

Las cajas en las que me había resguardado estaban ahora hechas pedazos. Y todos los hombres que habían estado a punto de matarme habían sido alcanzados por la explosión de esa granada de mano.

Volví a dejarme caer y me mantuve ahí; recostado y jadeante por los nervios y el pánico. Temblaba por haber estado tan cerca de la muerte y me estremecía hasta los huesos porque seguía vivo, de alguna manera.

   —¿¡Qué diablos pasó aquí!? —Siete, Lee y otros cazadores corrieron hasta mi posición—. ¿¡Reed!? ¿¡Qué demonios fue esa explosión!? —El moreno se me acercó y volteó mi cuerpo, seguramente para asegurarse que estuviera consciente. Se lo afirmé con una especie de tos producida por el humo que todavía no se dispersaba en la atmósfera que parecía más pesada y cargada de humedad. Pronto se iba a desatar una tormenta, podía olerlo, lo sentía en las tripas—. E-Está herido, Lee. Cuidado.

   —Estoy bien —contesté, todavía tosiendo.

   —¿Qué fue ese estallido? —insistió Siete, mientras metía sus manos en mis pantalones rotos, rajando la tela alrededor para observar la herida.

   —Damon… —dije, medio riéndome. De pronto me sentía feliz de verle—. ¿Qué significa tu nombre, Siete?

   —Joder, está delirando —Siete me miró a los ojos y llevó una mano a mi frente—. Está helado. Alguien póngale una chaqueta encima. Tenemos que frenar esa hemorragia —Otro cazador se quitó la gabardina y me cubrió con ella.

   —¡Encontré restos de una granada, Siete! —Siete me miró.

   —¿Tú la lanzaste? —me preguntó.

   —No… —negué con la cabeza, con una estúpida sonrisa en el rostro. Me sentía mareado y dopado, el exceso de emociones, la herida, el cansancio y adrenalina me habían pasado la cuenta—. Fue Scorpion, él… —desperté al recordarlo. Me levanté bruscamente e intenté alcanzar el borde de la proa. Caí al suelo al segundo paso que di.

   —¡Tienes una bala incrustada en la pierna, hombre! —me regañó Siete.

   —¡Scorpion se lanzó al mar junto a Cuervo! —grité.

   —¿¡Qué!? —El cazador corrió hacia la proa y se apoyó en la barandilla—. ¿¡Scorpion!? —le llamó. No hubo respuesta—. N-No están —balbuceó.

   —Y la marea está muy alta… —mascullé, cansado, risueño y con frío—. Cuervo estaba muy… —callé. No pude continuar hablando.

   —¿Chico? —Lee se me acercó—. ¿Chico? ¿¡Eh, Siete!? ¡Lo estamos perdiendo!

Unos brazos me tomaron y me elevaron en el aire.

   —Vas a estar bien, ¡no te desmayes, Reed!  

Era peligroso. La marea estaba alta y pronto vendría una tormenta.

Siete me dio una bofetada que me hizo reaccionar un poco.

   —Mantente consciente, ya casi llegamos —estaba corriendo mientras me cargaba—. ¡Eh, muchachos! ¡Hagan un espacio! ¡Reed está herido!

Me recostó en el suelo.  

   —Vas a ponerte bien, créeme.

   —¿¡Dónde está Cuervo!? —preguntó una voz.

   —Scorpion se lanzó con él al mar —contestó un cazador.

   —¿¡Qué!? —Aiden, que apenas despertaba, intentó sentarse y fue detenido por varios chicos de La Resistencia que intentaban prestarle primeros auxilios—. ¡N-No! —balbuceó—. Ethan, Ethan, tenemos que…

   —Cálmate, Aiden.

   —T-Tenemos que buscarlos.

   —Shhh…  —Ethan intentó tranquilizarle—. Iremos por ellos, ¿vale? Pero quédate quieto. Necesitan curarte.

   —Eh, eh… —Terence se acuclilló a mi lado. Él también estaba herido y aun así había corrido hacia mí apenas me vio llegar en brazos de Siete—. ¿Estás bien? ¿Estás consciente? —sujetó mi rostro por las mejillas, suavemente, como si temiera tocarme—. Estás helado.

   —¿G-Ganamos, Terence? —balbuceé, mientras veía el cielo tras su cabeza escandalosamente roja. Las nubes parecían dar vueltas, giraban, se comprimían y estiraban delante de mis ojos, como una ilusión óptica

Los ojos de Terence buscaron con desesperación los míos. De pronto, sus orbes se habían tornado oscuros, como el firmamento sobre nosotros. Las nubes habían cubierto por completo la luz lunar y ahora todo lo que veía parecía ser pasado por un filtro negro.

   —Ganamos —contestó, sonriendo.

Era todo lo que necesitaba saber.

 

Notas finales:

Bueno, bueno. Hay mucho de lo que conversar. ¿Por dónde empezamos?¿Por la pequeña niña llamada Amanda? Escucho sus teorías sobre ella y su influencia en la historia de ahora en adelante. ¿Creen que Scorpion y Cuervo se salvarán de un ahogamiento inminente? ¿Si quiera creen que su cazador favorito sobreviva? Podemos hablar de la desesperación de Aiden al oír que Cuervo había caído al mar, o del susto que se llevó Scorpion cuando creyó que habían matdo a Cuervo, o de la deliciosa forma en la que murió Micah o Shark, o lo letal que resultó ser Jesse.

Los leo.

Críticas, comentarios, preguntas. Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review.


Insert "F" por esas botellas de alcohol perdidas en batalla. 

Abrazos :3


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