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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

REFERENCIAS:

"Imperial March", o la canción de Darth Vader en la saga Stars Wars

Imagen referencial de una torre de salvavidas (sólo vean, luego entenderán todo)

Insuflación: respiración boca-boca.

 

 

Catarsis:

«Purificación emocional, corporal, mental y espiritual, mediante la experiencia de la compasión y el miedo ante una situación trágica.

En psicología, la catarsis es la liberación de una emoción o recuerdo pasado reprimidos, a través del contacto entre la conciencia pasada y presente del individuo.»



Capítulo 78

 

“Haz las cosas bien, hijo…”, escuché su voz dentro de mi cabeza.

No preguntes cómo carajos lo hice, pero desperté. Siempre acabo despertando.

Abrí los ojos, atravesé la capa de agua, saqué la cabeza al aire y respiré con dolor y una presión en el pecho, justo como lo hace un jodido bebé al nacer. Así se sintió, al menos.

Y respiré.

La marea está alta y las olas parecen las de una maldita tormenta. Te siento hundido bajo mis manos, reacciono y te jalo hacia arriba con todo lo que me dan las fuerzas.

   —Joder…. —te cargo, a medias y nado hacia la orilla. Te ves horrible; tu piel está azul y estás más frío que mis propios huesos—. Joder, joder. Vamos. Qué pesado, maldición.

Estoy congelado. No siento los dedos de las manos y sé que eso está mal. Jodidamente mal.

   —Vamos, Cuervo —te hablo y te jalo con más fuerza para ver si así te dignas a abrir los ojos y despertar—. Échame una mano.

Pero ni siquiera pestañeas.

Mis piernas están entumidas, los brazos, la espalda e incluso mi maldito cuello. Pero no voy a detenerme ahora, no puedo. Nunca me detengo.

No logro sentir el tacto de la arena cuando damos con la orilla y eso sólo es una mala noticia. Mis tobillos tambalean al intentar levantarme y apenas logro arrastrarte lejos del agua.

No hay tiempo que perder. Si no hago algo ahora, simplemente me muero. Te suelto, me muevo, salto un par de veces, me lanzo al suelo y hago algunas flexiones de brazos. Aprendí a hacerlas correctamente cuando tu ex jefe me atrapó en la frontera, uno de los prisioneros me enseñó, lo recuerdo ahora y no sé muy bien la razón. Pero justo en este momento, le agradezco a ese idiota que debe estar enterrado a al menos unos veinte metros bajo tierra. Escupo un poco de sangre mezclada con agua salada. Me gustaría decir que lo hago en su honor y en su memoria.

Vuelvo a estar en pie y me quito la mochila, la sudadera y las botas que pesan el triple ahora que están empapadas de agua. Molestan, no van a servirme mojadas.

   —Despierta ya, maldición —te digo. Sigo saltando en mi lugar y poco a poco comienzo a sentir de nuevo; el tacto de mis dedos, la pesadez en mis piernas, el pulso en mi garganta. El calor—. ¿¡Piensas morirte ahí!?... ¡Cuervo!

Pero no contestas. No sueltas una puta palabra. Entonces decido acercarme.

Me agacho para tomarte y arrastrarte más lejos, hasta que ambos estamos sobre arena seca. Entonces te toco, estás helado como un maldito témpano de hielo, tanto que, por instinto, quito la mano enseguida al sentirte demasiado frío. Acerco mi rostro a ti, quiero sentir tu respiración y busco aire saliendo por tu boca. Pero no hay nada. Nada.

Poso dos dedos en tu cuello. Tu pulso está débil y apenas logro percibirlo.

  —¡Demonios! —me tiemblan las manos antes de sujetar tu mandíbula y nariz, todavía estoy tiritando por el frío, pero estoy más despierto que nunca. Jamás en la puta vida he hecho una reanimación cardiopulmonar antes, apenas recuerdo una charla en la universidad en la que hablaron de eso y, aunque no estoy nervioso, temo cagarla en grande. Acerco mi boca a la tuya y comienzo a exhalar aire dentro de ti. Una… dos veces—. Vamos… —te suelto, volteo tu cabeza hacia un lado y pongo mis manos sobre tu pecho, que está lleno de heridas abiertas y cicatrices nuevas que no reconozco. Me pregunto cuántas costillas romperé si aplico más fuerza de lo que es debido y, justo a tiempo, recuerdo que mi mano izquierda debe cubrir la derecha antes de empezar—. Vamos, Cuervo —empujo, con la base de mi palma sobre tu esternón, a un ritmo que intenta ser constante.

   —Uno, dos, tres, cuatro…

Tarareo en mi cabeza “La Marcha Imperial”, es un viejo truco que me enseñaron para lograr las cien compresiones por minuto.

«Da, da, da, da, da, da, da, da, da»

   —¡Vamos, hombre! —presiono con más fuerza al no notar cambio alguno y vuelvo a tu boca para realizar otra insuflación. Entonces lo intento de nuevo y presiono otra vez sobre tu pecho—. No piensas morirte aquí, ¿o sí? —empujo más fuerte y ya no me importan los daños colaterales que pueda causarte. No voy a dejar que te mueras. No hoy. Esos hijos de puta no van a acabar contigo.

«Cinco, seis, siete, ocho, nueve…» en mi cabeza, cuento mentalmente cada vez que hundo mis manos en tu pecho. «Diez, once, doce, trece, catorce…»

   —Quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve… —me monto sobre ti para estar más cómodo—. Veintitrés, veinticuatro, veinticinco.

Esto no está funcionando.

Sujeto tu mentón otra vez y vuelvo a practicarte respiración boca a boca. Dos insuflaciones, treinta compresiones. Vuelvo a tu pecho, aumento un poco el ritmo y continúo hundiendo mi palma en el, mientras continúo contando en mi cabeza. Iré más allá esta vez.

«Treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta…»

Un minuto. Nada ocurre. Voy de vuelta.

Dos minutos. Y otra vez.

Tres.

   «Noventa y nueve, cien, ciento y uno…»

¿Cuándo va a terminar esto?

Escucho un ruido, toses y me detengo. Comienzas a vomitar agua y giro tu cuerpo rápidamente para que la expulses toda. Apenas puedo respirar mientras lo hago. Cuando lo dejas, me dejo caer sobre la arena e intento recuperarme. Estoy cansado, mis brazos están tiesos y estoy alterado, por alguna razón.

Acerco mi mano a tu nariz y siento el aire pasando. Estás vivo.

   —Ya está… —te hablo, pero sigues sin contestar—. Despierta… —estoy mirando al cielo. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero apenas había llegado la noche cuando decidí lanzarnos de ese condenado barco y ya no está tan oscuro como antes. Tal vez el amanecer esté cerca, no lo sé con precisión. Las nubes arriba lo cubren todo y sólo me alertan sobre una lluvia.

O una tormenta.

Lo confirmo cuando una gota cae sobre mi rostro.

   —¡Joder! —me encantaría quedarme ahí recostado justo como tú lo estás haciendo, pero tengo que hacer algo con lo que está pasando aquí. Me levanto y miro a mí alrededor, buscando. Pareciera que fuimos a varar a la playa más desierta de todo el maldito planeta. A lo largo de toda la bahía sólo veo escombros, algunos baldes de plástico a medio enterrar sobre la arena y más y más arena. Y luego, nuestra salvación. Una vieja torre de salvavidas que apenas se mantiene en pie. La madera húmeda parece estar podrida y la estructura se ve endeble, pero es lo único con techo que veo en metros y metros a la redonda. Y no sé cuánto pueda soportar ese miserable tejado de paja que tiene, pero espero que resista al menos una lluvia.

Cargo la puta mochila que no he soltado en todo el día, mi ropa y luego te cargo a ti sobre mis hombros para llevarte hacia allá. La torre es alta, unos cinco o siete metros, tal vez. Claro, no debería ser nada, pero en el momento en que recuerdo esa herida abierta atravesándome el muslo, esos pocos escalones se me hacen jodidamente eternos. Los subo, apenas sujetándote para que no te caigas y así termine de matarte y cuando por fin llego a la cima, sólo veo algunos tablones de madera que crujen cuando los piso; húmedos por la brisa marina, trizados y a punto de quebrarse. Te dejo ahí, suavemente para no tirar todo abajo y por algunos segundos, me dedico a observarte.

Carajo, estás tan jodido.

Te mantuvieron atado, lo sé por las marcas rojizas e inflamadas que rodean tus muñecas y tobillos. Hay un grabado de asfixia en tu cuello, las huellas de soga son tan jodidamente visibles y oscuras, tan hundidas sobre tu garganta que estoy seguro estuvieron a punto de quitarte la vida. Pero eres un cabrón duro de acabar, ¿no? Siempre lo fuiste.

Intento convencerme de ello mientras noto cortes de cuchillos sobre tus hombros. Te golpearon con objetos punzantes y las pequeñas marcas, como puntos ensangrentados sobre tu piel, me hacen pensar que quizás fue una tabla con clavos lo que despedazó tu pecho y probablemente también tu espalda que debe estar más destrozada de lo que ya estaba. Y eso es mucho decir, pues te conocí cubierto de cicatrices y heridas y alguna vez me pregunté de dónde venían tantas.

Dijiste que algún día ibas a contármelo.

Te volteo con cuidado. Efectivamente, esos imbéciles fueron demasiado predecibles. Deslizo un dedo por tu espalda, palpando los daños y siento en la superficie de la yema cada relieve de cada herida sobre herida: sangre nueva bajo costras duras y sucias. Entonces me detengo en tus caderas y bajo un poco más, siguiendo el camino de sangre que todavía está fresca entre tus piernas.

Algo, algo me sacude por dentro y me retuerce las tripas.

   —¿Qué demonios te hicieron esos hijos de puta? —te pregunto. Ya sé que no vas a contestarme—. Demonios, Branwen… —No soy de aquellos que se arrepienten demasiado, pero esta vez me arrepiento de haber acabado tan fácilmente con todos esos bastardos. Ahora mismo quisiera volver el tiempo atrás para sacarle los jodidos intestinos del jodido estómago, desmembrarlos vivos y arrancarle cada uno de los dedos a cualquier imbécil que te haya puesto las manos encima.

Porque no tolero la idea de imaginar otras manos sobre ti que no sean las mías. Porque soy el único que se ha ganado ese derecho.

Lo hice, antes.  

Me detengo antes de seguir bajando. Tengo que hacer algo contigo antes de continuar revisándote; sacarte toda la suciedad que llevas encima, limpiar un poco esas heridas. Me muevo con cuidado en esa estructura que parece estar a punto de derrumbarse y gateo hasta alcanzar mi mochila. No he querido deshacerme de ella porque recuerdo haber metido un botiquín ahí, y un encendedor. Y es que necesito algo de fuego ahora mismo.

Cojo una botella de suero y dejo que el líquido escurra por la herida de mi muslo antes de vendar y así evitar que comience a sangrar otra vez. Tuve suerte hoy, ese cuchillo bien pudo haber dado a parar en una arteria. Te observo, mientras sostengo un algodón empapado en las manos y luego echo un vistazo a la botella.

Intentar curar esas heridas sólo con suero no va a funcionar.

Cierro la mochila de nuevo y la arrastro hasta ponerla bajo tu cabeza. Miro mis botas y mi sudadera empapadas y amontonadas en un rincón de la torre y sé que no es una opción volver a vestirme con ellas. Debo dejar que se sequen.

Aseguro la venda a mi muslo y comienzo a bajar las escaleras. Mientras sostengo en mis manos los tablones de madera, noto mi piel más pálida y percibo el temblor en mis dedos. Me estoy congelando, pero no siento frío. No todavía

La playa está desierta y devastada y, hasta donde mis ojos pueden ver, no quedan rastros de algo vivo o muerto que la haya pisado en los últimos años. Parece un puto desierto. El mar está bravo; las olas se levantan varios metros por sobre mi cabeza antes de explotar contra la orilla, salpicándome cuando me acerco demasiado a ella. Mis ojos están puestos en la arena oscura, estoy buscando cualquier cosa que nos sirva para sobrellevar esta noche, y las que te queden en esa torre de salvavidas a medio destruir. Pienso un poco más en tu estado y miro hacia allá. No sé cuánto tiempo logre mantenerte vivo.

No, no. Vas a lograrlo. Eres el cabrón más duro que he conocido. Nada puede contigo.

Y jamás voy a admitirlo, pero admiro eso de ti.

Toco algo duro con la planta de mis pies y me agacho para recogerlo. Enterrado bajo la arena y basura acumulada en la orilla, encuentro una cubeta de plástico. Va a servirme.

Sigo caminando y no sé por qué no puedo sacarte de mi maldita cabeza. Continúo mirando hacia atrás, para asegurarme que sigues ahí, sin moverte, que no has despertado y te has levantado. Para confirmar que todo está como debería estar.

Sería demasiado estúpido en tener esperanzas de verte de pie ahora.

Si él estuviera aquí, Anniston diría que estoy “angustiado” por ti. Pero esta no se siente como aquella vez que casi te quedaste como un jodido zombie, no. Aquel día, yo sabía perfectamente lo que pasaría contigo. Sabía que conseguiría esa cura y que ibas a recuperarte. Pero ahora…

Ahora simplemente no lo sé.

Lo que sí sé que todo sería diferente si ese viejo estuviera vivo.

Todo estaría bien.

Veo un pequeño destello brillando a algunos metros y me acerco. Es un tarro de leche en polvo vacío; todavía puede leerse la etiqueta de la marca en el dorso y es perfecto, porque podré hacer algo de fuego con esto. Lo meto dentro del balde y me alejo de la orilla para acercarme a la vegetación que cubre todo el lugar como un bosque. Las plantas y árboles se han apoderado de esta playa en gran medida y, lo que antes era podado y destruido para el propio disfrute de la asquerosa raza humana, ahora ha vuelto a su lugar de manera descarada, esparciéndose sin control ni orden por todo el suelo húmedo bajo mis pies. Se ve mejor así.

Todo cuadro parece un poco más hermoso si no hay humanidad en el. Y eso me incluye. Nos incluye.  

Pero aquí estoy, joder, a pesar de que no debería estarlo; recogiendo pequeñas ramas secas para intentar levantar un fuego que te mantendrá caliente.

Ni siquiera sé si será suficiente.

Y, como si el tiempo se esmerara en cagarme los planes, la lluvia comienza a caer con un poco más de fuerza, con más viento y con más frío. Arranco las últimas ramas y hierba rápidamente para no seguir congelándome cuando me doy cuenta que sigo temblando y que ya no sólo son mis manos; son mis rodillas, mis brazos y mis labios que siento secos mientras tirito sin poder controlarlo. Entonces corro hacia la torre y la subo otra vez.

Noto que sigues dormido, que no te has movido si quiera un centímetro y me acerco a tu cuello para tomar tu pulso de nuevo. Estás más frío que yo, y eso que ya casi te has secado.

   —No te atrevas a morirte aquí —gruño. Sé que en alguna parte de esa retorcida conciencia tuya me estás oyendo—. O no voy a perdonártelo.

Tu corazón palpita. Apenas, lentamente, pero lo hace.

Meto las ramas en el tarro vacío y busco el encendedor en mi mochila. He oído que cierta hierba que crece cerca de una playa es buena para hacer fogatas. Tú me lo dijiste, fue uno de tus tantos consejos ridículos de niño explorador que siempre das. Pero parece que hoy ese consejo nos ha salvado la vida, porque una llama se enciende y siento el corazón en la garganta cuando veo el fuego levantándose. Pongo más ramas en el y lo acerco a ti.

Me doy cuenta que te ves aún peor a la luz de las llamas. Muevo una mano para apartarte el cabello, que me parece más corto que antes, de la cara y noto que las hebras oscuras no se despegan de tu ojo izquierdo del todo. Y entonces reparo en ello. 

¿Qué diablos te hicieron esos cabrones?

Mis dedos no tocan la herida, está demasiado infectada; tienes cabello adherido a tu carne y no sé diferenciar la sangre antigua de la fresca.

El ruido del viento golpeando contra el tejado me pone en alerta. El agua cae sin piedad ahora.

La situación en la que estamos se me hace casi graciosa.

Esto ya no es una simple llovizna, es una maldita tempestad que está a punto de tirar nuestro refugio abajo. Aún así, cojo la cubeta y me decido a bajar las escaleras otra vez. Me duelen los putos huesos, estoy sediento, estoy cansado, pero lo más importante, estoy vivo. Más vivo que nunca. Abro la boca para beber algo de agua y, por un momento, la lluvia que cae sobre mi rostro se siente bien. Extiendo los brazos, porque se me antoja, porque estoy solo en este horrible lugar y porque hay algo relajante en estar ahí, luchando contra el viento que me hace tambalear y empapándome en la oscuridad durante una tormenta. Suelto un grito y echo fuera todo el aire en mis pulmones y me rio porque apenas soy capaz de oírme a mí mismo. Grito otra vez, entre carcajadas, y vuelvo a hacerlo. Grito hasta quedarme sin voz, hasta que me pitan los oídos y se me adormecen los brazos por mantenerlos estirados durante tanto tiempo. Ciertamente hay algo liberador en ello.

No, esto no es una tormenta.

Es el inicio de una catarsis.

Me desplomo sobre la arena sin darme cuenta.

Notas finales:

Sí, se desmayó. 

Bueno, bueno. Scorpion se ha dado cuenta que se le vienen cosas difíciles, y lo está asimilando y lo está viviendo. ¿Cómo va a reaccionar ante todo esto? Espero sus propuestas :) 

Algo que me siento en la obligación de aclarar:

La maniobra que Scorpion le realiza a Cuervo es conocida como RCP (reanimación cardiorespiratoria, o cardiopulmonar) y es utilizada en casos de paro cardiaco, paro respiratorio, o ambos. En el caso de Cuervo, él tuvo un paro respiratorio por toda el agua que había ingerido cuando Scorpion los lanzó al mar (y bueno, por otras cosas también, como la fatiga y el estado, muy cercano a la muerte, en el que estaba).

Para realizar un RCP en un adulto, no son necesarias las respiraciones boca a boca a menos que seas un profesional (yo las puse porque no mamen, es Scorvo y es como un beso indirecto. Pero las insuflaciones NO VAN en adultos, incluso últimos estudios han demostrado que son contraproducentes.) Así que, si algún día alguien se les desmaya cerca por un paro cardiaco, no realicen respiraciones boca a boca, sólo masaje cardiaco (que son las compresiones) que deben ir a un ritmo de 100-120/minuto. "La Marcha Imperial" y otras canciones como "Stayin' Alive" o incluso "La Macarena" son perfectas para alcanzar las 100-120 compresiones xD 

Les dejo más información en este link, por si las moscas

Bueno, ¿les ha gustado el capítulo? Críticas, comentarios, preguntas, dudas, pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

AH, CASI ME OLVIDO! Les traje el capítulo antes porque es muy probable que no pueda actualizar la próxima semana. Tengo casi todos los exámenes, por lo que dudo que pueda acercarme a escribir a una computadora a menos que sea para redactar un informe de cien páginas. Deseénme suerte :) 

Nos leemos pronto! 

Abrazos


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