Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

[Reviews - 407]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Poema citado en este capítulo: "Cuando amé de verdad" - Charles Chaplin 

Capítulo 82  

 

 

  —Eh, Cuervo… —una voz me llamó y resonó en mi cabeza—. ¡Cuervo!

Desperté otra vez.

   —¿E-Eh? —di un respingo ante el grito y me medio senté sobre la arena, ahora ya tenía la fuerza como para apoyarme en mis antebrazos—. ¿C-Cuándo me dormí? ¿C-Cuánto tiempo ha pasado?

   —Te dormiste hace más de una hora —contestó Scorpion, mirándome con una media sonrisa que sugería estaba a punto de soltarme una broma, pero enseguida agregó—: Queda un poco de carne de perro seca.

   —¿Perro? —pregunté—. ¿Por qué tienes carne de perro?

   —Tuve que hacerlo —contestó.

   —¿M-Mataste a un perro? Pero si a ti te encantan los…

   —¿Vas a querer o no? —gruñó.

   —No —contesté—. No se si sea recomendable meterle carne de perro ahora mi estómago —Y no se lo dije, pero tampoco me creía capaz de masticar carne seca en estos momentos—. ¿Podrías…podrías darme algo de agua?

   —Tienes suerte de que separé un poco antes de que dejara de llover… —dijo, dirigiéndose hacia la fogata que estaba a un metro de mí. Tomó un tarro metálico que puso a hervir bajo el fuego—. Demonios, tienes suerte de estar vivo.

¿Suerte, ¿eh?

Me acomodé mejor en la arena y noté que todo dolía un poco menos ahora. Ya era capaz de sentir los dedos de mis pies y la sal parecía haberse ido de las paredes de mi garganta. Los músculos tampoco ardían como antes. Fue como despertar de una terrible resaca.

Miré el cielo otra vez. La fiesta allí arriba parecía no querer detenerse.

«Meteoritos», pensé, «podrían caer en cualquier lugar y destruirlo todo»

   —Es fantástico… —le oí mascullar a Scorpion, se oyó asombrado.

   —¿Los meteoritos? —inquirí.

   —Lo que podrían causar si de pronto decidieran caernos encima… —contestó y ciertamente adivinó mis pensamientos. Chasqueó los dedos—. ¡Boom! Adiós nosotros y adiós esta maldita playa. Joder, ¿no es el caos lo más hermoso en la naturaleza? —preguntó y sonrió, no con su típica sonrisa fiera, fría y estática. Sonrió como lo haría Noah, el verdadero, el que creí haber visto morir hace mucho tiempo y, otra vez, algo revolvió el estómago al verle sonreír así. Le miré e intenté encarnar una ceja, y él soltó una pequeña carcajada grave, muy baja—. Después de todo, del caos nacen las estrellas —recitó, airoso y burlesco, una frase que yo conocía muy bien.

   —Charles Chaplin —adiviné y tuve que esforzarme para dejar de mirarlo y volver la vista al cielo. No pude evitar sobrecogerme un poco, estaba seguro que jamás había visto una lluvia de estrellas y verla tan de cerca, con el cielo tan claro y despejado, daba un poco de miedo, el auténtico y animal miedo de sentirme indefenso y pequeño, como una rata sobre el enorme pedazo de tierra en el que estábamos. Así de fácil era desaparecer—. Mi madre era fanática de sus películas… —comenté—. Y de sus poemas también.

   —Sí… —dijo, mientras quitaba el tarro del fuego, lo envolvía con las mangas de su sudadera para no quemarse y lo llevaba hasta mí. Lo dejó a un lado, enterrado en la arena, para que el metal se enfriara un poco y volvió a recostarse junto a mí, esta vez más cerca, tanto que nuestros brazos toparon, con la vista clavada en el cielo—. Supongo que fue un gran artista —se encogió de hombros—. A veces, cuando me aburría en casa, solía verme “El dictador” —explicó, medio riéndose—. Los domingos de invierno por la tarde, sobre todo. Cuando los domingos eran días tranquilos… —estiró una mano hasta a mí, me dio un toque en el hombro y preguntó—. Oye, ¿cómo era ella?

Un escalofrío me recorrió la espalda.

   —¿Quién?

   —Tu madre, idiota.

Sonreí.

   —Ella era un ángel.

Scorpion apoyó las manos tras su cabeza y se acomodó.

   —¿La extrañas? —curioseó. Le miré confundido al oír esa pregunta. Él definitivamente no sonaba como el Scorpion que conocía, el Scorpion que conocía nunca se interesó por mi familia, o mi pasado. Quizás sólo quería entablar una conversación para mantenerme despierto y evitar que volviera a desmayarme.

  —A veces —confesé, aunque la respuesta correcta habría sido «siempre». En ese momento, me di cuenta que jamás había hablado de mi madre con nadie. Y él tampoco—. ¿Tú extrañas a la tuya? —aproveché de preguntar. Él chasqueó la lengua—. ¿Qué?

   —Mi madre era una perra desalmada —dijo, riéndose. Aquello sonó más como algo que él diría y entonces comprendí algo; este sí era el Scorpion que conocía, pero también era el Noah que creí haber visto morir años atrás. Estaba hablando con ambos y no recordé la última vez que eso había ocurrido.

   —¿Tan maldita como suena? —inquirí.

   —No, maldita no —quitó los brazos de su cabeza y los extendió, como si quisiera alcanzar algo invisible en el aire, juntó ambas manos y las estiró hasta que sus huesos tronaron—. Tal vez pueda entenderla. Ella simplemente no estaba preparada para hacerse cargo de un niño. Apenas podía hacerse cargo de sus problemas.

 —¿Y tu padre? —seguí cuestionando. Debía aprovechar este momento. Por alguna razón, Scorpion se estaba abriendo ante mí.

   —No lo sé —torció el gesto—. No lo recuerdo bien. Era muy pequeño cuando ellos se separaron.

   —¿Padres divorciados, ¿eh?

   —Supongo —afirmó—. Él hijo de puta solía golpearla y mi madre sólo se escapó de él… —tragué saliva al escuchar la frialdad en su voz al decir eso, como si estuviera contando los recuerdos de alguien más, de alguien muy lejano a él mismo—. Recuerdo la noche en que ella llegó con los boletos, me sacó de la cama y me arrastró hacia el aeropuerto con el pijama puesto… —se rió—. Vomité en el avión, ¿puedes creerlo?

Yo también reí.

Scorpion tenía una facilidad para vomitar en lugares altos.

   —¿Así fue cómo llegaste a Canadá?

   —Sí… —dijo, en medio de un suspiro y se inclinó hacia un lado para alcanzar algo. El tarro metálico con agua ya había helado, y me lo tendió para que bebiera. Lo cogí, me senté sobre la arena y le di un sorbo. El agua nunca me pareció tan deliciosa—. Ese día fue el mejor día de mi vida —agregó.

Tomé todo el contenido del tarro y me recosté de nuevo. 

  —¿Te vomitaste encima y dices que fue el mejor día de tu vida? —me burlé.

   —No todo fue malo ese día —objetó—. Cuando íbamos por la carretera en el taxi que nos llevaría a la ciudad, nos topamos con un embotellamiento y un montón de policías y ambulancias por todas partes.

   —¿Y eso?

   —Un loco prendió en llamas una montaña —explicó—. Al principio, cuando le vi de lejos, creí que era un juego de luces que hacían las casas que estaban ahí, ya que la Navidad estaba cerca. Entonces vi a los policías y las ambulancias y me percaté que eran llamas. Fue todo un espectáculo.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando una imagen mental me vino a la cabeza.

   —¡El cuadro que pintaste! —dije, casi gritando, estirando los brazos hacia arriba y sintiéndome emocionado y repentinamente despierto por alguna razón. Scorpion asintió con la cabeza. El único cuadro que había decorado su habitación durante todos estos años lo había pintado él mismo y era una imagen de cuando era niño.

   —Joder… —suspiró—. Esa montaña en llamas es el recuerdo más hermoso que tengo de mi infancia.

Lo observé durante algunos segundos y pensé en sus palabras: «el caos es hermoso», había dicho. Nunca lo había visto de esa forma. Él era flamas y viento. Él era esa montaña que se consumía en llamas, él era ciudades enteras ardiendo bajo el fuego. Él era auténtico caos. Él era las estrellas que nacían de la colisión de cientos de planetas, de eternidades de destrucción.

   —Mi padre también era un bastardo abusador, pero mi madre nunca pudo escapar de él… —dije, comenzando a explicar lo que nunca antes me había atrevido a contarle a nadie. Él me miró, pero no dijo nada y entonces continué hablando—: Ella me adoptó cuando yo era un bebé y él siempre la castigó por eso. Por eso y por muchas cosas más.

   —Suena como un auténtico cabrón —comentó.

Entonces le conté todo. O bueno, casi todo. Le hablé sobre cómo Amanda me había encontrado gateando en un callejón desolado junto a mi madre biológica inconsciente por una sobredosis y le conté, sin pronunciar su nombre una sola vez, las razones posibles por las que Alger le permitió quedarse conmigo. Le conté las veces que llegó a casa borracho y todavía con rastros de cocaína en la nariz y cómo la golpeaba, hasta que yo decidí asumir su posición. Le hablé sobre mi adicción al dolor y cómo ésta nació, sobre la primera vez que mi padre me golpeó y él todo el tiempo me escuchó atentamente, con sus filosos ojos azules clavados en los míos y en silencio, oyendo, genuinamente interesado en lo que le estaba diciendo, escuchándome como solía escucharme antes, las pocas veces que me descargué con él y le hablé sobre algo importante, cuando ambos estábamos todavía en la guarida Cuervo. Le expresé lo que jamás le había dicho a nadie; que extrañaba a Amanda todos los malditos días y que guardaba una foto de ella en una vieja billetera de cuero que llevaba siempre conmigo pero que, por suerte, no traía el día en que La Hermandad me atrapó. Le conté que el hijo de puta de mi padre la había matado el día en que se desató el virus y que, a más de media década de su muerte, todavía me sentía culpable porque no pude defenderla de ese maldito.

   —Es ahora cuando me cuentas cómo mataste a ese cabrón mientras dormía o algo así… —dijo él, con voz ronca, cuando acabé de hablar.

Negué con la cabeza.

   —Nunca pude matarlo —confesé—. Supongo que no era más que un maldito cobarde en ese entonces. Alguien más acabó con él.

Él soltó una carcajada.

   —¡Te hicieron un favor!

   —Sí —asentí y le miré directamente a los ojos para seguir hablando. Quería que captara el mensaje antes de pronunciarlo—: Mi padre, que también trabajaba en E.L.L.O.S, se convirtió en el jefe del escuadrón militar en el que estaba… —comencé, quizás este era el secreto mejor guardado que tenía, el que siempre busqué ocultar—. Entonces se volvió mucho más cruel, mucho más violento y mucho más hijo de puta de lo que había sido nunca… —Scorpion abrió la boca para hablar, pero la cerró inmediatamente, seguramente para no interrumpirme—. Al principio, sus órdenes seguían la línea de las órdenes de todo el ejercito afiliado a E.L.L.O.S; debíamos mantener a la gente a raya para que no escaparan ni entraran al país y matarlos si era necesario. Pero no pasó mucho tiempo para que él desatara toda su naturaleza animal…

  —¿Tu padre…? —quiso preguntar. No le dejé.

   —Comenzamos a cazar gente para su disfrute y el de los otros altos mandos —continué—: Él era un maldito sádico que disfrutaba destruyendo todo lo que tuviese vida. Y le habían dado un poder, y él lo estaba usando para sus depravaciones.

Los ojos de Scorpion se abrieron un poco y sus pupilas se dilataron, sólo un poco. Se pasó la lengua por los labios y los mordió. Estaba a punto de entender de quién le estaba hablando.

   —Un día, arrinconamos a un par de idiotas que intentaban cruzar la frontera… —Su boca se entreabrió y entonces supe que ya lo había comprendido—. Nos llevamos al más débil y comenzamos su trabajo de destrucción. Pero mi padre se obsesionó con ese chico, que de alguna forma terminaba vivo después de cada tortura, después de cada humillación. Supongo que se obsesionó porque… de alguna forma nunca lo pudo destruir y nunca pudo hacerle enloquecer por completo. Ese chico no moría, pero tampoco se volvía uno de nosotros —quise reír un poco al recordar aquellos días—. Recuerdo que solíamos apostar entre los cazadores cuánto más iba a sobrevivir.

Callé y esperé que dijera algo. Scorpion tardó varios segundos en volver a hablar:

   —¿Qué le pasó a ese chico…? —preguntó y casi me pareció ver una mueca de inseguridad en su rostro. Él sabía lo que iba a decir.

   —Cuando mi padre se dio cuenta de la amenaza que suponía, quiso matarlo. Pero existía un hijo de puta más grande que mi padre y ese hijo de puta era ese chico. Él…ese chico que habíamos atrapado hace tan sólo un par de meses atrás terminó asesinando al líder del escuadrón Cuervo.

   —¿¡Cuervo era…!? —intentó decir.

   —Cuervo era el hombre que yo más odiaba en el mundo, Scorpion —giré el cuerpo de medio lado, estiré mis manos hacia él y tomé su rostro, tomando ventaja de su confusión—. Noah, el hijo de puta más grande que he conocido, lo encerró en una maldita máquina de tortura y se quedó a escuchar sus gritos y a ver cómo se desangraba hasta la muerte.

La expresión en su rostro se quebró por completo y su mirada se descompuso; abrió los ojos con sorpresa, empalideció e inspiró profundamente, como si le faltara el aire de repente.

   —J-Joder… —tartamudeó torpemente—. Cuervo era… —balbuceó—. Tú padre, tú… —cerró los ojos y apretó los párpados—. No sé qué se supone que…

   —Ver cómo moría ese cabrón en tus manos es el recuerdo más bello que tendré en toda mi vida… —declaré y tuve que sujetar con más fuerza sus mejillas para controlar una desconocida emoción que me hizo estremecer—. Nunca te di las gracias por eso —me acerqué un poco y lo besé en los labios. Él sostuvo mis brazos un momento, como si quisiera alejarme, pero no tardó en llevar sus dedos a mi cabello para sujetarlo con fuerza. Lo abracé, como estaba seguro jamás lo había hecho antes. Quise moverme y él me agarró de la camiseta para ayudarme a montarme sobre él—. Te amo, Scorpion —susurré contra sus labios, soltando la bomba—. Te amo desde el primer maldito día en que llegaste a la guarida… 

Él me agarró por los hombros y me empujó hacia atrás. Me enderecé, aún sobre él, intentando sujetar sus piernas entre las mías.

   —¿Estás seguro de eso, Cuervo?

  —¿¡Cómo no podría estarlo!? —alcé la voz, quemándome por dentro en el acto; mi garganta y los músculos de mi cuello dolieron al forzar demasiado el tono—. Te lo dije una vez —dije, más bajo—. Me enamoré de ti. Me enamoré del maldito monstruo que eres. Me enamoré de Noah, me enamoré de Scorpion. Me enamoré de… —tardé en reconocer qué es lo que había hecho hasta comprobar que era real: él se había alzado para alcanzarme y sus brazos rodearon mi espalda mientras hundía su cabeza en mi pecho. Una punzada de dolor me retorció las entrañas y me hizo sentir el hombre más feliz de la tierra.

  —Ya —susurró, apretándome contra él en un abrazo—. Lo sé. Lo sé.

Le rodeé con los brazos y besé su cabello para después apoyar mi mejilla contra la suya. Quizás esta iba a ser la única vez en que podríamos estar de esta forma; abrazados, sinceros y maltrechos. Sin trabas, ni secretos. Sólo nosotros, respirando contra la piel del otro, solos, en una maldita playa desierta, tan maldita como nosotros.

Notas finales:

Listo. ¿No fue pura diabetes estos dos capítulos Scorvo? Se lo merecían. Estos dos necesitan un poco de azúcar y sentimientos verdaderos en sus vidas. 

 

QUIERO QUE SE TOMEN UN MOMENTO para apreciar que en el capítulo anterior LITERALMENTE Amanda aprobó a Scorpion.

PD: Si encontraron algún error ortográfico, háganmelo saber. 

 
¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo todo en un lindo, o no tan lindo, review. 

 

Abrazos


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).