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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente :) 

Lamento mucho todo lo que he tardado para actualizar. Estuve enferma (influenza) y estuve tirada en cama como una semana, semana en la que ni siquiera me dio para agarrar el pc y escribir un poco xD me sentía muy mal. 

Y he comenzado con la entrega de trabajos en la universidad, por lo que he estado un poco ocupada. 

Pero bueno, logré hacer esto

Espero que... les guste (?) 

Saludos

Capítulo 85

 

 

Me despertó la molesta vibración del motor y las ruedas que se sacudían con violencia, culpa del terreno irregular que atravesábamos. Abrí el ojo, el único que me quedaba, lentamente y la luz me dolió y punzó al interior de mi cerebro. Estaba experimentando la peor resaca de mi vida sin siquiera haber bebido una gota en días.

Miré hacia el lado, Scorpion manejaba. Estaba sin camiseta y, en silencio, me dediqué a observar las cicatrices que le cubrían todo el cuerpo. Todavía tenía la mancha de la quemadura que se hizo hace algún tiempo, ese día que me salvó la vida cauterizándome una herida. La cicatriz era casi tan grande como la que él me hizo, hace muchos años atrás, cuando encontró que sería divertido atravesarme la palma de la mano con un cuchillo.

Pero esos fueron otros tiempos… y los veía muy lejanos ahora.

Noté más quemaduras en la misma mano y también una nueva en la otra, además de heridas frescas en los hombros, una venda en su brazo derecho y algunos rasguños en su cintura y caderas que se desviaban hacia su espalda, rasguños de uñas humanas. Uñas que no eran mías.

Me tomaría el tiempo de preguntar por todo.

—¿Qué te pasó en el brazo? —pregunté. Él me miró por un momento, a modo de saludo, antes de pegar sus ojos en el camino vacío otra vez.

—No es nada —contestó, con voz monótona.

—¿Estás bien? —quise saber.

—No fue nada —repitió.

—¿Y esas nuevas quemaduras en tus manos? —seguí.

—Me… explotó una bomba muy de cerca —explicó, con toda la naturalidad del mundo. ¿Por qué no me asombraba? En Scorpion eso era normal. Bombas, fuego, destrucción. Caos. Todo tendía a estallar si él se encontraba rondando. Salir brutalmente herido era tan sólo una de las consecuencias de su gusto por verlo todo arder.

Aunque algo me dijo que esta vez, quizás sólo por esta ocasión, él no lo había deseado así.

—¿Y ahí? —continué interrogando.

—¿Ahí dónde?

—Tienes marcas de uñas en la espalda… y en tus caderas también.

—Habrás sido tú —dijo.

—Ese no fui yo —respondí, serio—. Y son marcas viejas.

—¿Celoso? —encarnó una ceja.

—Te ahorcaría si pudiera.

—Fue Reed… —contestó—. Fue genial, en serio —soltó una risa. Estaba recordando algo bueno—. Peleábamos contra una horda, ¡una enorme! —comenzó a relatar, repentinamente animado—. Y rompí el trípode de mi ametralladora y…

—¿¡Ametralladora!? —exclamé, o lo intenté. Mi voz no salió completamente bien de mi garganta, que todavía dolía como un millón de infiernos.—. ¿Dónde conseguiste una?

—¡Qué importa eso! —expresó, moviendo una mano en el aire, para restarle importancia—. El caso es que estaba en la mitad del enfrentamiento y Reed estaba en cuatro patas, porque es un imbécil que no sabe esquivar una bomba, y aproveché de usarlo como apoyo para cargar el arma… ¡le hubieras oído quejándose! —rió—. Estuvo a punto de mearse en los pantalones del susto.

Sonreí. Al menos uno de nosotros se divirtió durante estos días.

—Te ríes de ese chico por no haber esquivado una bomba y tú te quemaste las manos por culpa de una —me burlé.

—Lo mío fue distinto. Fue una trampa.

—Abusaste de ese niño —dije finalmente, conteniendo la risa.

—Vamos, no exageres. No ha sido para tanto… —sonrió, sólo un poco, pero luego estuvo a punto de estallar en una nueva carcajada y agregó—: Bueno, quizás le obligué a frotarse muy cerca de este paquete… —dijo, mientras soltaba una mano del volante y la llevaba a su entrepierna para acariciarla por encima de la ropa en un movimiento lento, relajado y pesado que me disparó el pulso y me obligó a tragar saliva—. Ya sabes, para divertirme un rato.

—Eres un jodido… —dije, sin despegar la mirada de su, ahora, notable erección—. Retorcido.

Él me miró y encarnó una ceja.

—Esa es mí línea.

—Mi culpa. Soy un ladrón… —sonreí y me acerqué un poco a él para ponerle una mano sobre el pantalón y comenzar a acariciarle distraídamente—. ¿Qué puedo hacer para compensarlo? —bromeé, con voz juguetona—. ¿Deseas que te ayude con este problema que tienes entre las piernas? —sujeté su erección con más fuerza y la estrujé un poco. Él se mordió el labio inferior en una de esas medias sonrisas lascivas y descarnadas que tanto me gustaban.

—¡Mierda! —Scorpion detuvo el auto en seco y yo también me aparté y volví al frente, sentándome correctamente y regresando mi atención a la carretera que repentinamente se había plagado de infectados—. Joder, justo ahora… —Scorpion apagó el motor y ambos nos mantuvimos quietos en nuestros asientos. Afuera, una horda inmensa, una de las más grandes que había visto durante todos estos años, cruzaba el camino. A veces hacían eso, se agrupaban en grandes multitudes y se movían en conjunto, como si tuvieran algún maldito orden, como si los hijos de puta pudieran comunicarse entre ellos. Pero eso no tenía sentido.

¿Pero por qué demonios había tantos reunidos? ¿Y para dónde diablos se dirigían?

—¿Para dónde van? —susurré.

—A quién carajos le importa eso —masculló él, imprevistamente malhumorado. Esto había pasado antes, un par de veces, y lo más cuerdo que podíamos hacer siempre era esperar a que la horda pasara. Y era eso justamente lo que Scorpion odiaba más en la vida: esperar—. No es como que vayan tarde a casa o algo así.

Me reacomodé silenciosamente en el asiento y suspiré.

—Parece que tendremos para un rato.

Él suspiró y se relajó un poco, deslizándose un par de centímetros por el respaldo.

—Nosotros tampoco vamos tarde a ninguna parte —soltó. Le miré de reojo y, en vista de que estaríamos parados varios minutos y la acción no podría continuar, decidí preguntar:

—Sobre eso, Scorpion… ¿cómo nos quedamos sin hogar?

Él volvió a acomodarse en su asiento.

—Quemaron toda la red… —contestó y presionó el volante entre sus dedos, con fuerza, hasta hacer crujir el cuero. Mierda, en su interior debía seguir quemando la rabia. A mi me hacía sentir enfadado y frustrado. Cuando encontrara a los culpables, iba a…—. Fue La Hermandad —escupió, sin más y con voz ronca.

Sentí un nudo en las tripas.

—A-Ah… —dije.

—¿Fue porque mataste a su líder? —inquirió él—. ¿A ese sujeto? ¿…Steiss?

—¿¡C-Cómo…!?

—Sólo lo sé —me interrumpió, haciéndome sentir repentinamente nervioso. Lo sabía. ¿Cómo diablos se había enterado?—. ¿Por qué lo mataste? —preguntó—. ¿Es cierto que fue por…?

—Me asusté —respondí—. Él dijo que iba a matarte.

—Muchos han dicho eso antes.

—Steiss era diferente…él te odiaba demasiado —dije y negué con la cabeza—. No creo que lo recuerdes, pero torturaste por un tiempo a ese hombre.

—¿Estuvo en mi guarida?

—Hace años —contesté—. Lo violaste.

—Ups… —se encogió de hombros y soltó una risa baja—. Quizás sí tenía motivos para odiarme.

—La última vez que mencionó que iba a atacarte, entendí que era imposible que ambos coexistieran en el mismo mundo…—comencé y un repentino escalofrío me obligó a abrazarme a mí mismo. Me pareció sentir que la temperatura bajaba, pero estaba abrigado y el sol me golpeaba en los ojos—. Steiss me obligó a tomar una decisión, Scorpion…

—¿Cuál?

—Tenía que escoger. Podía quedarme en La Hermandad y comenzar de nuevo…

—Eso suena bien… —me interrumpió él.

—Pero, a cambio de eso, tenía que dejar que te mataran… —continué y entonces, él me miró fijamente—. No soporté la idea de imaginarte muerto. Es por eso que, cuando lo vi tan convencido, sólo lo… —me detuve y estuve a punto de morderme la lengua al recordarlo—. Sólo lo ataqué cuando menos se lo esperaba, como un cobarde.

—Tú podrías ser cualquier cosa, menos un cobarde —señaló él. ¿Intentaba darme ánimos o algo así?

—Lo fui esa vez —dije.

—¿Te arrepientes?

—Sí —respondí. Él no contestó enseguida y entonces seguí, antes de que sacara conclusiones apresuradas—. Pude haberlo detenido de otra forma… —continué—. Pude haberlo encerrado para siempre, pude haberlo obligado a irse a un lugar donde nunca pudiera encontrarte. Pude… no lo sé. Tal vez había otra forma, pero él estaba tan determinado a hacerlo, que cuando miré sus ojos, supe…

—Lo siento —interrumpió, de pronto. Tardé en darme cuenta que nunca, en todos estos años, le había oído pronunciar esas palabras—. Siento haberte llevado a eso.

¿Él… me estaba hablando en serio?

Lo miré, confundido.

—¿Estás disculpándote?

—Sí, estoy disculpándome —gruñó—. Y ahora tú contesta… ¿follaste con él?

Sonreí.

—¿Estás celoso?

—No.

—Tú follaste con él —me burlé.

—Vamos, te hablo en serio. ¿Tuviste sexo con ese cabrón sí o no?

—Casi… —contesté—. Bueno, dejé que me diera una mamada, pero en mi defensa, debo decir que estaba drogado y atrapado en una antena de telefonía.

—¿Lo besaste? —siguió con su interrogatorio.

—¿Debo contestar eso?

—¿Lo…?

—Sí —contesté. Él dio un golpe sobre el volante y golpeó el claxon a palma abierta, haciéndolo sonar.

Todos los jodidos zombies miraron en nuestra dirección.

—Si no lo matabas tú, de seguro lo hacía yo —masculló, mientras echaba a andar el motor nuevamente.

Definitivamente estaba celoso.

—Pero no puedes, ¿verdad? El tiempo nunca ha ido para atrás…—solté, y vi cómo algunos de ellos comenzaban a correr hacia nosotros. Scorpion suspiró y apretó el volante con más fuerza.

—Cierto.

—¡Pero tú sí puedes volver, joder! —le grité. Los infectados estaban casi encima. Y él sonrió cuando los vio—. ¡Retrocede, Scorpion!

Scorpion soltó una pequeña risa y pisó el pedal a fondo para retroceder. Giró el vehículo rápidamente y aceleramos por el mismo camino por el que habíamos llegado. Ya encontraríamos otra forma de atravesar y seguir. Estas ciudades estaban llenas de callejones y calles olvidadas que podríamos usar.

Además, era mejor que esperar a que un eterno mar de zombies pasara.

Anduvimos varios kilómetros en silencio, hasta que él volvió a abrir la boca:

—¿Por eso actuabas tan raro? —preguntó de pronto—. ¿Por eso te comportabas tan extraño? ¿Te sentías culpable por haberlo matado al intentar cubrirme?

Supongo.

No contesté.

—Demonios, Cuervo… —siguió él—. Te has vuelto un blando.

Me reacomodé en el asiento del copiloto y posé, lentamente y sintiendo cada músculo acalambrado, los pies sobre el tablero.

—Mira quién lo dice.

—¿Yo? ¿Ablandarme?

—Estabas llorando cuando desperté en la playa.

—Creí que ibas a morir, idiota.

—¿Eso significa que me extrañarías si muero algún día? —me reí.

—¡Claro que…! —dijo y se detuvo enseguida—. No. Haré una puta fiesta el día en que te mueras.

—Aww, eres adorable.

—Estoy pensando seriamente en dejarte aquí tirado, Branwen. O devolvernos y lanzarte a esos zombies.

—Bien, bien… —levanté ambas manos en son de paz—. Lo siento, lo siento —me disculpé entre risas, pero algo interfiriendo nuevamente en medio de la carretera me puso en alerta otra vez y me volvió a la seriedad—. Eh, ¿y eso? —pregunté.

Tenía que ser una broma.

—¿Qué carajos? —Scorpion bajó la velocidad hasta los veinte kilómetros por hora y se inclinó hacia adelante, en un intento por agudizar la vista. Delante de nosotros, a unos treinta metros, había una barricada, hecha con un par de vehículos destrozados, neumáticos y madera, en medio del camino—. Mierda, no me jodas —gruñó—. Primero la horda y ahora esto.

—Esto es inusualmente extraño —solté. Scorpion detuvo el auto a un par de metros y miró hacia ambos lados, buscando a los culpables de haberla montado, pero no había nadie a la vista.

—¿Tú crees? —preguntó, atento.

—Nuestra suerte nunca fue tan mala —contesté.

—Últimamente pareciera que tenemos una puta nube negra sobre nuestras cabezas —Metió la mano en la guantera para sacar las armas. Tomó los dos revólveres y dejó un cuchillo sobre el tablero—. Iré a mover esos neumáticos para que podamos pasar —informó—. Quédate aquí.

—Yo también puedo disparar —gruñí.

Él entonces estiró un arma hacia mí.

—Por eso, quédate aquí —ordenó—. Quizás sea una trampa. Tal vez intenten robar el auto. No querrás perder tu nuevo Defender, ¿verdad? —preguntó, con una media sonrisa en el rostro. Cogí el revólver y revisé la munición. Estaba cargado al máximo.

—Suerte… —le dije y él me miró extrañado, como si no entendiera por qué se lo decía, como si él, durante algún momento en el pasado, hubiera necesitado algo como la «suerte». Yo tampoco lo entendí, no en ese instante, sólo lo dije y ya, como si mover un par de neumáticos y un vehículo a medio destruir, que molestaban a tan sólo algunos metros de nosotros fuera la gran cosa, o como si un par de imbéciles escondidos tras unos botes de basura, esperando a atacarnos, significaran algún tipo de peligro para él o para mí. Ninguno de los dos comprendió la razón de mis palabras, pero, de todas formas, Scorpion asintió con la cabeza y contestó:

—Sí. Cuidado tú también.

Asentí y tragué saliva.

Se bajó del auto y observé su espalda desnuda alejándose hacia la barricada. No ardía, sólo estaba ahí, jodiéndonos el paso. La tarea era simple: tan sólo quitar un par de cosas y volver, pero, por alguna razón, yo me sentía nervioso. Miré a un lado y luego al otro, intentando reconocer lo que iba mal. Sabía que había algo, algo que no cuadraba. Mi experiencia me lo gritaba, una y otra vez:

Todo había ido demasiado extraño hoy. La horda y ahora esto…

Lo supe entonces. Había algo, en alguna parte, algo que definitivamente no estaba bien.

Corríamos peligro.

Pero yo acostumbraba a almorzarme el peligro. ¿Por qué entonces me sentía inquieto?

Mi mente comenzó a jugar en mi contra, y me hizo ver cosas que no eran; sombras humanoides asomadas en los callejones de los lados, susurros en los alrededores, un silbido que bien pudo haber sido un pájaro, pero que mis oídos detectaron como amenaza. Falsos disparos que no venían de ninguna parte, falsos movimientos a mi alrededor.

Imaginé que alguien le saltaba por el lado de pronto. ¿Alcanzaría salir del auto y jalar del gatillo a tiempo para ayudarle?

¿Y si había alguien tras la barricada? ¿Quién? ¿Sobrevivientes de La Hermandad que habían varado aquí también? ¿Algún grupo perteneciente a una comunidad de esta ciudad?

Scorpion llegó al escollo y enfundó su arma, que quedó quieta en la parte trasera de su cinturón, y comenzó a mover las cosas. Volví a mirar hacia todos lados, mientras intentaba tranquilizarme. No había nada. Nadie. Esto era sólo un obstáculo, montado tal vez por personas que iban de paso antes, mucho antes de que nosotros pasáramos por aquí. No era la primera vez que veía una maldita barricada en mi vida.

Scorpion terminó e hizo el espacio suficiente para que pudiéramos pasar, y entonces volteó hacia mí y levantó el dedo corazón para indicarme que todo estaba en orden. Dejé mi arma reposar encima de mis rodillas y sonreí desde el interior del auto. 

Pero entonces apareció algo y fue tan jodidamente rápido que apenas logré seguirlo con la mirada: una silueta; veloz, fantasmal, que apareció de la nada. Scorpion apenas alcanzó a voltear el rostro cuando la sintió abalanzarse violentamente sobre él y lo tiró al suelo. Sujeté el arma de nuevo y bajé del auto, mis músculos respondieron más rápido de lo que habría imaginado.

—¡Scorpion! —grité, para hacerle reaccionar, porque la persona que lo había atacado estaba sobre él, a punto de clavarle un puñal y él sólo estaba ahí, como hipnotizado mirándola—. ¡Muévete! —chillé y disparé. Le di, estoy seguro, mi bala dejó un agujero en la capucha que le cubría desde la cabeza hasta las piernas. La figura se apartó y se perdió tras la barricada—. ¿¡Qué demonios te pasa!? —grité hacia Scorpion.

—¡Cuidado, Brann! —me gritó él. En ese momento, alguien tiró de mí e intentó empujarme. Un infectado. Más tras él. Me sujetó de la chaqueta y tuve que quitármela para que me soltara, mi arma cayó con ella al suelo. Corrí, lo más rápido que pude, hasta el auto y abrí la puerta. Uno de ellos me saltó encima y forcejeé con él para quitarlo. De reojo, vi a dos más intentando flanquearme.

Estaba jodido.

Scorpion llegó y saltó sobre ambas bestias. Los vi a los tres caer al suelo. Le doblé el cuello al imbécil que me estaba atacando y vi a Scorpion, con el brazo sobre su rostro, en un intento desesperado por protegerse y porque no le arrancaran los ojos. Y también vi a uno de ellos con los dientes clavados directamente en el.

—¡Mierda! —metí medio cuerpo en el auto para coger el cuchillo que había quedado sobre la guantera y me abalancé sobre el monstruo para acabarlo. Scorpion logró desenfundar su revólver y le disparó al otro—. Mierda, mierda, mierda… —aparté al infectado que le había caído encima—. Mierda, te han mordido.

—Está bien… —dijo él.

—¿¡Por qué demonios pusiste el brazo!? —le grité mientras me arrodillaba junto a él para revisar la herida. Era el brazo que tenía vendado. Él lo quitó cuando intenté tomarlo—. ¡Déjame ver!

—¡Está bien! —gritó y se sentó en el suelo—. Ya estaba jodido, de todas formas.

Sujeté su brazo derecho nuevamente y aparté las vendas.

—¿Q-Qué…? —balbuceé—. Esta mordida… estas…

—Ya estaba jodido… —repitió.

Ahí no sólo había una mordida, había varias y no sabría decir si todas eran humanas. Su brazo estaba destrozado por completo, rasgado, con la carne visible e infectada. ¿Qué diablos había pasado?

—¿Qué ocurrió? —pregunté y la voz me tembló—. ¿P-Por qué demonios no me dijiste?

—Pasó antes de que despertaras —explicó mientras se levantaba. Me puse de pie junto a él—. Una jauría de perros salvajes. Frené el sangrado en ese momento, pero la mierda se infectó y…

—Y ahora sólo se infectará más rápido —interrumpí, y una especie de nudo me apretó la garganta hasta tal punto que creí no podría volver a respirar—. Tenemos… —comencé, con los ojos fijos en la carne desgarrada de su brazo—. Tenemos que volver rápido con Reed para…

—Tengo poco más de dos horas antes de estar completamente jodido —dijo él—. No voy a lograrlo. Tendrás que… —se detuvo, de pronto—. Al auto —dijo.

—¿Qué?

—¡Al auto! —gritó y me empujó para obligarme a entrar. Cerró la puerta y quedó fuera. 

—¡Scorpion! —grité, forcejeando para volver a salir, pero él cargó todo su peso contra la puerta y me evitó el paso. A lo lejos, vi la misma figura encapuchada que nos había atacado antes acercarse rápidamente—. ¡Déjame salir, Scorpion! —chillé y me abalancé sobre la puerta, golpeándola con el hombro una y otra vez, hasta oír crujir mis propios huesos. No cedió y él tampoco tambaleó. Scorpion levantó su arma y disparó, pero las balas no lo detuvieron—. ¡Déjame…! —Esa cosa lo alcanzó y no vi cómo, pero lo hizo. Cuando pestañeé, él ya lo había apuñalado. Vi, con el horror llenándome cada maldito centímetro del cuerpo, la mancha de sangre que se formó contra el vidrio, bajo la espalda del hombre que contenía la puerta para no dejarme salir—. S-Scorp… —balbuceé su nombre, apenas. La garganta se me cerró cuando vi su cuerpo resbalar por el vidrio, ahora enrojecido por su sangre—. N-Noah…

Vi unos ojos, muy amarillos, mirarme bajo la capucha al otro lado de la ventana. Un rostro; medio femenino, medio masculino, duro e inexpresivo, como el de un animal, despertó en mí una especie de desesperación que llevaba años sin sentir. Me paralicé.

Levantó el puño y me aparté de la puerta, porque iba a destrozarla, estaba seguro.

Pero no alcanzó a hacerlo.

Algo se le abalanzó encima y lo alejó de mi vista. Joder, jamás en la vida creí estar tan feliz de verlo: era Ethan, y ambos comenzaron una pelea que no duró demasiado.

Ese monstruo de ojos amarillos no tardó en escapar.

Abrí la puerta.

—¡Scorpion! —lo busqué frenéticamente y estuve a punto de tropezar con él. Estaba a un lado del auto, tirado en el suelo, con una herida cortopunzante en el costado. Quieto, sin moverse ni quejarse. Joder, ni siquiera supe si estaba vivo o no en ese momento. Caí de rodillas a su lado y puse mis manos sobre la herida.

Recordé a Anniston y cómo su sangre se me escapaba entre los dedos.

—No, no, no, no, no, no… —balbuceé—. Hey, Scorpion, resiste…tienes que…

—¡Estará bien! —Ethan llegó a mi lado y, tras él, Aiden. Ambos cruzamos una mirada y hubo algo en sus ojos verdes que me tranquilizaron un poco, sólo un poco—. Déjame… —El moreno se quitó la camiseta y apartó mis manos para ponerla sobre la herida de Scorpion y presionar—. Estará bien… —repitió entre jadeos—. Armamos un pequeño campamento cerca, los estábamos buscando… —explicó rápidamente—. Lo meteré al auto. Aiden, maneja tú.

—S-Sí…

Me quedé con las manos en el aire, alrededor de las manos de Ethan, como si quisiera hacer algo y sin poder hacer nada realmente. Me temblaban los dedos, los brazos, los pulmones, no podía respirar. Miré a Scorpion y busqué una señal, una mirada o agún rastro de sus ojos fríos.

Nada, estaban cerrados.

Ethan lo levantó en sus brazos y lo alejó de mí. Y yo seguí ahí, sin saber qué hacer.

Pensé en Anniston una vez más. Y en lo rápida y súbita que es la maldita muerte a veces.

Pensé en todas las personas que había visto morir repentinamente.

No, no iba a soportarlo esta vez.

Aiden tocó mi hombro, sacándome del trance en el que estaba, de ese remolino de angustia que me llenó cuando Ethan se lo llevó.

—Ethan suele decir que Scorpion siempre ha sido un bastardo duro de matar… —dijo y me agarró la mano mano para obligarme a levantarme—. Vamos, hay que ser rápidos. Tenemos un botiquín… —informó—. No te preocupes. Él estará bien.

Nunca quise nada.

Nunca pedí nada.

Nunca anhelé nada tan desesperadamente como ver cumplidas esas tres palabras:

«Él estará bien»

 

Notas finales:

YA

VALIÓ

VERGA

 

Nah, mentira

Él va a estar bien

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Teorías sobre la cosa de ojos amarillos? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review. 

 

Él estará bien, chicos

 

Abrazos

 

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