Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

[Reviews - 407]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

¡Buenas, gente! Lamento mucho la tardanza, se me juntaron demasiadas cosas la semana que pasó, al final, tardé lo mismo de siempre en actualizar. 

Pero, para compensar eso, les traigo un capítulo bastante intenso y emocionante. (Y creo que varios, incluyéndome, lo estábamos esperando) 

Que lo disfruten, bebés. 

Capítulo 89

 

 

   —¿Estás listo? —preguntó Noah, guardando un cuchillo en la funda que llevaba atada al cinturón. Tomó su arma y la inspeccionó delante de sus ojos, para asegurarse de que estuviera cargada—. ¿Necesitaré esto, o lo haremos silenciosamente, a la vieja usanza?

   —Llévala por si nos encontramos con alguna horda —contesté. Él me miró.

   —¿Para qué gastar balas si estás aquí?

Me mordí el labio inferior y busqué un cigarrillo en el bolsillo trasero de mi pantalón, pero entonces recordé que se me habían acabado. Joder…

   —Estoy cansado —fue todo lo que respondí.  

   —Puedo ir solo —comenzó a decir—. Cazo mejor cuando estoy…

   —No —solté y me adelanté, para empezar a caminar. Él no insistió y no tardé en oír sus pasos tras de mí.  

De todas formas, necesitaba esto. Necesitaba salir, despejarme, distraerme.

Estaba cansado y hambriento.

Estaba a punto de estallar.

En silencio, ambos comenzamos a adentrarnos un poco más en el bosque en el que habíamos caído. Aiden había escogido este lugar porque le pareció que estaríamos a salvo de las bestias, pero lo que él no sabía es que ellas estaban muy cerca y que en cualquier momento iban a encontrarnos. Podía oír sus jadeos y gruñidos a metros y metros a la redonda. Y eso sólo era una mala señal.

Normalmente no podía oírlos tan bien.

Pero no iba a mencionárselo, no quería preocuparlo más de la cuenta. Él ya tenía suficiente con lo que había pasado en estos últimos días.

El tiempo comenzó a correr y el bosque empezó a hacerse más denso a medida que Noah y yo avanzábamos. Ninguno de los dos lo pactó, pero al parecer ambos estábamos de acuerdo en cazar lo más lejos que nuestros pies nos llevaran. Si teníamos que usar las armas por alguna razón, era mejor no hacerlo cerca del campamento. Noah caminaba a unos pasos de mí, callado, intentando no meter demasiado ruido cada vez que sus botas aplastaban una rama o algún montón de hojas secas, y atento, listo para saltar sobre cualquier cosa que se le pasara por delante de los ojos. Recordé que antes, hace mucho tiempo, él solía ser una persona distraída y despreocupada; de esas que no miran el semáforo antes de cruzar la calle y a la que no les importa llevar una agujeta desatada.  

¿Qué fue exactamente lo que le ocurrió para hacerle cambiar así?

Giré un poco el rostro, para mirarlo de reojo. Hace un par de días le habíamos arrancado el brazo, hace un par de días estuvieron a punto de matarlo. Pero él seguía viéndose de esa forma, el seguía pareciendo fuerte.

Él seguía ahí, erguido como una torre.

¿Cómo mierda lo hacía?

«Convertirse en sus propios demonios», le había llamado él.

   —Oh… —su voz me hizo volver un poco a la realidad y concentrarme en lo que estaba pasando a mi alrededor. Entonces oí el murmullo del agua, en alguna parte—. ¿Oyes eso? —preguntó y se detuvo, yo también lo hice. Cerré los ojos y me centré en el sonido, intentando oírlo con más precisión. Sabía que había un río cerca, había visto parte de el en el camino hacia acá. A la izquierda, a unos cien metros.

   —Lo que me sorprende es que tú lo hayas oído… —contesté, comenzando a caminar en la dirección que mis sentidos e instintos me ordenaban. A veces les hacía caso y aprovechaba la condición que este virus me había dado. Pero no me gustaba usarlos demasiado.

A veces, sentía que algún día iban a superarme.

Estaban cerca de hacerlo.

   —No eres el único cabrón con buen oído —rió él, a mi espalda.

Lo encontramos, furioso y torrencial; un río ancho que pasaba delante de nosotros y nos cortaba el paso hacia el otro lado, que se veía más frondoso aún, con más vegetación y, muy probablemente, con más animales. Inspiré hondo, intentando sentir sus aromas; el olor de la carne de un ciervo, o la sangre de un jabalí salvaje. Todo pareció llegarme con más intensidad desde el otro lado.

   —Creo que encontraremos comida si cruzamos esto —dije.

  —Sí, sí, pero primero… —oí que dejó caer al suelo una de las cubetas que había estado cargando y su voz ahogándose contra algo y volteé para mirarlo. Se había sacado las botas y estaba intentando quitarse la camiseta, pero le estaba costando trabajo con un brazo menos. Me acerqué para ayudarle—. No, no lo hagas —dijo, terminando de desprenderse de ella—. No lo necesito.    

   —¿Por qué demonios te estás desvistiendo, No…? —me detuve cuando estuve a punto de decir su primer nombre. Entonces recordé que habíamos llegado a un acuerdo—. ¿Asier?

   —¿Por qué crees, imbécil?… —Él tiró su ropa al suelo y se desabrochó el cinturón—. No me doy un baño desde hace días.

Por un momento, me sentí maravillado por cuánto había cambiado su cuerpo durante estos años.

   —¿Qué miras? —gruñó y entonces se quitó todo, quedando desnudo frente a mí. Joder, él si había cambiado.

   —Dios… —mascullé.

Él pasó por mi lado.

   —Vamos, no actúes como si nunca me hubieses visto desnudo —dijo, medio riéndose y entonces se metió al agua—. ¡Ah, carajo! ¡Esta mierda está helada! —se zambulló de una sola vez.

   —Antes no tenías todos esos tatuajes —le dije.

«Ni una espalda tan ancha. O músculos más marcados que los míos»

   —¿Los tatuajes te intimidan? —se burló, con medio cuerpo fuera del agua.

   —Claro que no… —me quité la chaqueta. Tal vez un baño antes de cazar algo no me haría mal. Yo también llevaba días sin estar limpio. Me quité el resto de la ropa y me metí al agua junto a él—. ¿Pero, por qué tantos? —pregunté.

   —Uno por cada cicatriz —contestó y se hundió nuevamente, para dejarse llevar por la corriente y emerger un par de metros más allá—. Fue idea de Cuervo.

Sentí un revuelco en el estómago.

Siempre pensé que esa cantidad de tatuajes que llevaba era exagerada.

Le observé, refregándose el rostro con la mano para quitarse la suciedad y la arena y supe que definitivamente él no era quién había conocido antes. Pero tampoco era el bastardo que conocí hace cinco años atrás y que confundí con mi mejor amigo.

¿Quién demonios era él ahora?

Me sentí mal conmigo mismo, me sentí una basura y un hipócrita, porque sabía que debía odiar al cabrón que tenía delante. Debía hacerlo, porque conocía lo que había hecho, porque había visto con mis propios ojos el sufrimiento que le causó a otras personas, porque había vivido junto a Aiden las consecuencias de lo que él le hizo. Joder, debí haber acabado con la vida de este hombre hace mucho tiempo. Ahora mismo podría ir, saltarle encima y ahorcarle con mis propias manos.

Había una voz en mi cabeza que clamaba por justicia, gritándome que debía devolverle todo el daño que él había causado.

Y también había otra, una que sólo quería acercarse y hablar, como en los viejos tiempos.

¿A cuál se suponía que debía escuchar?

Él alzó la vista para mirarme y un atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro.

   —¿Qué carajos estás mirando? —volvió a preguntar.

Sonreí.

   —Me había olvidado de tus pecas.

   —Idiota —gruñó y se llevó la mano a la cara, para cubrirlas. Supongo que las había olvidado porque cada vez que le veía, él traía pólvora, sangre o mierda de zombie manchándole el rostro. Apenas eran visibles si estaba completamente limpio.

Recordé que antes solía mirarlas muy de cerca.

Joder, si seguía pensando de esa forma iba a volverme loco.

No podía seguir aferrándome al pasado, el Noah que tenía en frente no tenía nada del que conocí antes. Eran dos personas diferentes y, aún así…

   —Y yo había olvidado lo callado que te quedas cada vez que estás dándole demasiadas vueltas a algo —dijo él, hundiéndose en el agua hasta el cuello—. Deberías dejar de atormentarte tanto.

«Debería», pensé.

   —Es sólo… —me hundí en el agua yo también, dejando sólo mi cabeza fuera de ella, dejándome que el frío congelante me adormeciera el cuerpo y que la corriente me arrastrara un poco hacia Noah—. Se me hace muy extraño estar aquí contigo ahora.

   —¡Eh! ¡Qué galán! —rió.

   —No es una puta broma —gruñí.

Él se detuvo.

   —Sólo somos dos sujetos desnudos en un río, ¿qué tiene eso de raro?  

   —Sólo estoy desnudo en un río, junto al tipo que le destrozó la vida a la persona que amo y que, casualmente, ocupa el cuerpo de mi mejor amigo, otra persona que amé demasiado hace tiempo… —suspiré—. ¿Qué de todo eso no te parece extraño? —pregunté y él no contesto—. Joder, hombre… —sentí un nudo en la garganta—. Eras mi hermano, joder. ¿Por qué demonios tuviste que tocarlo?

   —No sabía que él era… —intentó decir.

   —¡Dijiste que, de haber sabido, le habrías hecho más daño! —le interrumpí antes de que terminara de hablar y no pude evitar alzar la voz—. ¡Hijo de puta!  

Él suspiró.

   —Es verdad —confesó—. Probablemente lo habría hecho.

   —¿¡Por qué!? —grité—. ¿¡Por qué demonios fuiste tan…!?

   —¡Porque te odiaba, joder! —vociferó él, clavando los punzantes ojos azules en los míos—. ¡Porque dejaste que esos bastardos me llevaran! —gritó—. ¡Y después continuaste con tu maldita vida como si nada! —pareció estar a punto de saltarme encima y atacarme, pero no lo hizo y sólo se me quedó viendo, apretando su puño bajo el agua y con la mandíbula tensa—. Tú no tienes idea, cabronazo. No tienes idea de lo que ellos…

Apoyé ambas manos en sus hombros y él calló en seco.

   —Quisiera saberlo… —susurré, apenas y sintiendo una terrible opresión en el pecho—. No sabes cuánto desearía saberlo.

Él apartó de un golpe una de mis manos, pero yo volví a dejarla ahí, insistiendo.

   —¿De qué sirve saberlo? —musitó, mirándome fijamente y me pareció que esos ojos buscaban atravesarme—. Eso no cambiaría nada.

Dejé escapar un suspiro.

   ­—¿Qué haré contigo, Asier? —le pregunté.

   —Sólo haz como que no existo. Trátame como a un desconocido, tal como yo lo he hecho contigo hasta ahora —contestó, sujetando mi brazo y apretándolo con fuerza. Aun así, le acaricié el cuello con la yema del pulgar y él no hizo nada por evitarlo—. No soy nada de lo que recuerdas, Ethan.

   —Pero tienes la misma cara del hombre que conocí antes… —dije, casi quejándome—. No puedo evitarlo, joder.

   —Te estás aferrando a algo que ya no está.

   —Lo sé… —negué con la cabeza. Él tenía toda la razón y aún así, yo no soltaba la imagen de Noah, asiéndome a ella con todas mis jodidas fuerzas—. A veces, siento ganas de matarte y otras me siento culpable de tu existencia… —declaré, revelando todo lo que me había estado guardando durante todos estos malditos años—. ¿Qué se supone que debo hacer con esta dualidad de sentimientos, Noah? —No me recriminó el hecho de haberle llamado por su primer nombre otra vez—. ¿Acaso tú no la has sentido nunca? —Él se apartó bruscamente, alejándose de mí, pero yo seguí interrogándolo—. ¿Nunca te has sentido atraído por tu viejo yo? —pregunté—. ¿Nunca has sentido que él tira de ti? —Él no contestó y sus ojos oscilaron entre los míos y el agua que golpeaba nuestros cuerpos—. ¿Acaso no te arrepientes de nada?

   —Yo jamás me arrepiento por algo —contestó él.

   —Antes solías disculparte por todo.

   —Eso fue hace mucho tiempo… —dijo y volvió a verme a los ojos—. Pero sí —continuó—. A veces lo siento —confesó—. A veces hago cosas estúpidas sin darme cuenta, cosas que ese Noah que tanto buscas en mí habría hecho.

«Está fragmentado», pensé.  

Me le quedé viendo y una especie de ansiedad se arremolinó en mi estómago. Era pura angustia por algo que pudo haber sido y no fue, por algo que pude haber tenido, pero que se me escapó de las manos y jamás pude, ni podría, recuperar.

   —¿Qué nos ha hecho este desastre? —le pregunté.

Él abrió la boca para contestar, pero su voz fue reemplazada por un pitido al interior de mi cabeza. Me llevé las manos a los oídos, intentando cubrirme.

   —¿Qué ocurre? —quiso saber.

   —Esa mierda… —mascullé, sintiendo el agudo sonido atravesándome la sien—. ¿No la oyes?

   —No escucho nada.

Entonces, los gruñidos y gemidos se hicieron más fuertes.

   —¡Zombies! —grité, alertándolo. Él corrió hacia la orilla, para recoger las armas y yo salí tras él, porque ellos estaban demasiado cerca e iban a alcanzarlo—. ¿¡Qué estás haciendo, idiota!? —grité, cuando ambos llegamos a la orilla y volví a tirarlo hacia atrás en el momento en que uno se le abalanzó encima e intentó morderlo—. ¿¡Quieres perder otra parte del cuerpo!? —chillé. Noah disparó mientras lo arrastraba lejos, logrando matar a uno de ellos.

Pero iban a faltarnos armas para derribarlos a todos.

Eran demasiados.

   —¿¡Qué carajos!? —El rubio retrocedió, adentrándose más en el río y miró de un lado a otro, contándolos mentalmente. A él siempre se le dieron las matemáticas mejor que a mí—. ¿Veintiocho? —preguntó, volviendo a levantar el arma y disparando otra vez—. ¿De dónde salieron tantos?

Entonces pensé en el pitido que acababa de oír. Y en la cosa que atacó a Noah y a Cuervo antes de que los encontráramos.

Y en lo que había encontrado después de pelear con el encapuchado misterioso.

Todo cobró sentido entonces.

Noah disparó otra vez.

   —¡Despierta, Eth! —me llamó y un cuarto disparo tronó en mis oídos. Uno de los muertos se desplomó frente a mí y yo alcancé a reaccionar, para sujetar a otro de ellos y aplastarle la cabeza con mis propias manos. Fue asqueroso—. ¡Ew! ¿A-Acabas de…? ¡Ew!

Retrocedí y mi espalda chocó contra la de Noah.

   —¿Cuántas balas te quedan? —pregunté. Él abrió la recámara de su revólver, con un movimiento de muñeca, y las contó.

   —Nueve —contestó.

   —Intenta usarlas todas —dije.

   —¿Por qué? —cuestionó, disparando de nuevo. Estábamos rodeados y ellos seguían acercándose, pero algunos perdían fuerzas y caían, para ser arrastrados por la corriente y perderse río abajo—. ¿Por qué simplemente no los mandas a volar con esa fuerza bruta que tienes?

No podía.

   —Estoy demasiado cansado —contesté, de nuevo.

   —Te estás poniendo viejo —se rió, disparando otra vez. Esperé a que dos de ellos se acercaran y los sujeté del cabello, para hundirlos en el agua, esperando encontrarme con alguna roca con las que golpearles las cabezas. Me hundí junto a ellos hasta el final y logré reventar sus cráneos contra el fondo del río. La sangre y la carne se esparcieron por debajo del agua y los cuerpos se perdieron gracias a la corriente. Di un salto para salir, encontrándome con otro par que no tardé en matar también. Estaba despertando, sentía la sangre, cargada de adrenalina, borboteando hacia todos mis músculos y eso era peligroso, porque la última vez que me sentí así casi pierdo el control, porque desde hace un tiempo que me estaba costando trabajo controlarme.

Me abalancé sobre otro infectado e hice estallar su cabeza contra una roca. Tomé a otro y le torcí el cuello hasta arrancárselo con mis propias manos.

Acabaría con todos.

Con todos ellos.

Salté hacia la orilla para arremeter contra otro, un segundo se me intentó abalanzar y forcejeé con ambos. Después de eso, sentí el peso de varios cayendo sobre mi espalda, intentando morderme y rasgarme la piel.

Acabé con los que estaban bajo mi cuerpo sin importar tener a esos bastardos encima.

No importaba cuánto mordieran, iba a cargármelos a todos.

Uno, dos, tres, cuatro… siete disparos pasaron muy cerca de mí y me despertaron de alguna forma, sacándome del oscuro lugar al que estuve a punto de ser transportado. Noah estaba al otro lado del río, jadeando y con los ojos muy abiertos. Él había disparado y me había quitado a los muertos de la espalda.

    —Cre…creí que… —balbuceó—. Creí que esos hijos de puta iban a comerte —dijo, retrocediendo sobre sus pasos y dejándose caer en la orilla contraria—. Joder… —suspiró, cansado—. Eso estuvo cerca. Te he salvado el culo, cabrón suicida.

Miré a mi alrededor. No quedaba ninguno.

Me dejé caer sobre la hierba e intenté bajar mis pulsaciones, calmar el temblor de mis muñecas y esconder las pequeñas venas que parecían estar a punto de estallar al interior de mis brazos y las palmas de mis manos. Respiré, una y otra vez, tranquilizándome.

Oí la risa de Noah desde el otro lado de la orilla.

   —¡Joder! —gritó y su voz hizo eco al interior del bosque y se perdió río abajo—. ¡Eso fue genial!

Al menos uno de nosotros disfrutaba despedazar muertos.

Tomé mi ropa, las cubetas y las cosas de Noah, que estaban esparcidas en la orilla en la que yo estaba, y las levanté por sobre mi cabeza, para que no se mojaran mientras cruzaba el río.

    —Vístete… —ordené cuando llegué hasta él, todavía con el corazón golpeándome contra la garganta, todavía con mi pecho subiendo y bajando por un cansancio que no podía manejar—. Tengo que mostrarte algo —le lancé la ropa al rostro y él se quedó ahí, con brazo y medio extendidos en la hierba y todas sus prendas encima, que no tardaron en comenzar a empaparse por el agua que escurría por su cuerpo. Me dirigí hacia los pies de un árbol y me vestí también, tironeando de mis pantalones que se me adhirieron a las piernas por tenerlas demasiado mojadas. 

   —¿Qué es? —preguntó y le oí luchando contra su ropa también—. Joder, esta mierda. Eh, Eth. Échame una mano.

Me reí, porque ahora sí, literalmente, la necesitaba.

Caminé hasta él y le ayudé a ponerse la camiseta otra vez.

   —No quiero que actúes impulsivamente —le pedí, antes de contarle.

   —Mira quien lo dice.

   —Es en serio… Asier.

   —Te estás acostumbrando —rió—. Ya, dime de una puta vez. ¿Qué es?

Le solté.

   —Ven conmigo —pedí y él me siguió. Volví hasta el árbol, donde había dejado mis cosas, y tomé mi chaqueta para buscar lo que había dejado en el bolsillo interior. Los ojos de Noah se abrieron, como si hubiera visto algo mágico, cuando me vieron sacando la pequeña tablet que se le había caído a esa cosa, a esa bestia, mientras peleábamos—. Esto se le cayó al encapuchado…

   —Encapuchada —me corrigió él—. Esa zorra tiene bizcocho, estoy seguro.

   —¿Bizcocho? —pregunté. Noah rodó los ojos.

   —Cierto que ni a tu madre se la viste… —se burló—. ¿Cuca? —preguntó. Yo negué con la cabeza, sin captarle todavía—. ¿La flor? ¿Papaya?... —se acarició la sien con los dedos—. Hablo de una puta vagina, imbécil.

   —¡Ew! —exclamé y él soltó una carcajada baja—. ¿Estás seguro de eso?

   —Segurísimo.

Ahora que lo pensaba, ese sujeto parecía algo delgado para ser un hombre con semejante fuerza.

   —¿Sabes si es una infectada? —me preguntó él, mientras yo encendía la tablet.

   —¿Cómo demonios puedo saber eso?

   —He oído que los Ceros pueden olerse entre ellos, ¿pudiste sentir algo en ella? —preguntó, mientras yo me sentaba, apoyando la espalda contra la corteza del árbol. Él hizo lo mismo.

   —No puedo hacer algo como “oler a la gente” —le recriminé—. Y no, no sentí nada.

   —¿Para qué tienes esos poderes si no los usas…? —gruñó Noah, en voz baja. Parecía que quería decir algo más, pero se detuvo cuando vio su imagen en el aparato que yo sostenía entre mis manos—. ¿¡Qué carajos es eso!? 

En la foto él se veía más joven, apostaba que había sido tomada al comienzo del Desastre. La primera vez que la vi, mi reacción fue similar a la suya, pero por una razón muy distinta; no podía creer que los asustados ojos, que miraban directamente a la cámara al momento de ser tomada la fotografía, fueran los mismos que miraban la imagen ahora. No podía creer que ese rostro perteneciera a la misma persona.

Él había cambiado tanto en este tiempo…

   —Esta foto la tomaron cuando ingresé a la guarida cuervo —explicó él, deslizando sus dedos por la pantalla, para acercarse a un cuadro de texto que aparecía en el costado. Allí podía leerse:

Nombre: Noah Asier Rousseau Lacroix

Estado: Vivo

Causas de búsqueda: Terrorismo, asesinato a personal calificado, vandalismo.

Peligrosidad: ROJA (90%)

Visto: Recientemente

Encargo: Muerto

   —¿Qué demonios es esta mierda…? —Noah me quitó la tablet de las manos y siguió bajando, pasando varios nombres que no reconocí. Parecía estar buscando algo. Hasta que lo encontró—. ¿Por qué diablos…?

Nombre: Branwen Lesath Haggel Dankworth

Estado: Vivo

Causas de búsqueda:  Desacato, traición, asesinato a personal calificado.

Peligrosidad: ROJA (85%)

Visto: Recientemente

Encargo: Muerto

   —¿Ese es Cuervo…? —dudé y él asintió con la cabeza inmediatamente—. Parece diferente… —En la imagen, el cazador lucía el cabello muchísimo más corto y todavía no llevaba un parche en el ojo. Se veía más joven. Y un poco más amargado, tal vez.

   —¿Pero por qué él está aquí? —Noah siguió bajando y mi fotografía apareció en la pantalla—. Tú también…. —comentó, leyendo—. Peligrosidad: Negra, cien por ciento. No jodas. ¿Es por el virus? —inquirió.

Me encogí de hombros.

   —Supongo.

   —Ellos te quieren para experimentar contigo, te lo aseguro —observó Noah. En ese momento, noté que, en mi fotografía, en la sección de “encargo” podía leerse: “vivo”.

   —¿Ellos quienes? —pregunté, pero me detuve. El dedo de Noah también lo hizo.

   —Aiden Alexander Rossvet Rider —El rubio leyó en voz alta el nombre que apareció en la pantalla, junto a una fotografía de Aiden, mucho más joven, quizás tomada antes de que nos conociéramos—. Peligrosidad: Amarilla, sesenta por ciento… —levantó la vista de la pantalla y me miró a los ojos—. Ellos lo quieren vivo también.

   —¿Crees que…? —quise decir, mientras tragaba saliva. No a Aiden, maldición.

Él afirmó con la cabeza.

   —E.L.L.O.S es el único que puede darse el lujo de tener esta tecnología durante estos tiempos. Y tener un sicario tan fuerte como esa zorra.

   —No puede ser.

   —Me sorprende que tu novio esté en la lista —comentó Noah, sin prestarle mucha atención a mi asombro—. Se supone que aquí deberían estar los más fuertes.

   —Aiden es fuerte… —le debatí, llevándome las manos a la cabeza.

   —Ajá. Fuerte… —se burló, pero se detuvo—. Oh, Mira esto…

   —Joder, no.

En la pantalla, apareció una fotografía de alguien familiar.

Nombre: Censurado

Estado: Vivo

Causas de búsqueda:  Para experimentación

Peligrosidad: NARANJA (72%)

Visto: Recientemente

Encargo: Vivo

Era una imagen de Reed, tomada hace poco. Apenas se le veía el rostro, ya que traía la capucha de una sudadera puesta en la cabeza, pero aún así lo reconocí. Era él, era su fotografía. Y ellos lo querían vivo.

Ellos lo sabían.

Sabían lo que la sangre de Reed podía hacer.

Tiré de mi cabello, enredándolo entre mis puños.

   —Joder… —repetí—. Ellos ya lo saben.  

El dedo de Noah siguió bajando por la pantalla. El nombre de Jesse apareció en ella y en “estado” podía leerse: “desaparecido/encontrado”. Marcaba una peligrosidad de 85% y un tal Cheyenne Blayd Andros Devonte aparecía inmediatamente después de él. Algo, un instinto, me dijo que los dos estaban relacionados de alguna forma; los dos estaban culpados por los mismos delitos y tenían el mismo nivel de peligrosidad.

Siete también estaba ahí, Damon era su nombre real, y algunos otros cazadores, Kat, varias de sus chicas y gente de La Resistencia, como Morgan, Steve o Yü. También me sorprendió ver una imagen de Regen ahí. Ellos no tenían su nombre y las causas por las que se buscaba también eran desconocidas, pero su peligrosidad ascendía hasta el 95%. Y ellos lo querían vivo o muerto.

¿Qué le había hecho el hombre de la máscara a E.L.L.O.S, para que ellos estuvieran ahora tras su cabeza?

La última imagen llevaba un retrato de Terence en ella. Un sólo nombre, un sólo apellido. Y la causa estaba cerrada.

Nombre: Cross Dagger (CERRADO)

Estado: Muerto.

Causas de búsqueda:  Desacato, traición

Peligrosidad: ROJA (95%)

Visto: Diciembre, 2014.

Encargo: Muerto

   —Buscan al pelirrojo por desacato… —observó Noah—. ¿Él era un cazador?

Suspiré.

   —Creo que sí.

   —¿Por qué no me sorprende? —preguntó, burlándose—. Pero para ellos está muerto —soltó la tablet y la dejó a un lado—. Déjame ver si entendí bien… —se acarició la sien con las yemas de los dedos—. E.L.L.O.S ha vuelto y ha hecho una lista con nuestros nombres en ella.

   —Sí… —afirmé.

   —A la mayoría nos quiere muertos y por eso han estado mandando a…

   —Personas como la encapuchada.

   —Y, aparentemente, esas personas no descansarán hasta vernos a todos bajo tierra… bueno, al menos a los que no somos como tú, claro.

   —Aparentemente —contesté, cerrando momentáneamente la conversación, poniéndome las botas, levantándome y tomando las cubetas, para seguir caminando. Él también acabó de vestirse y nos adentramos nuevamente en el bosque. Si teníamos suerte, no tardaríamos más de media hora en cazar algo y llevarlo al campamento.

Yo también necesitaba procesarlo y acabar de entenderlo. Se supone que habíamos vuelto a este lugar a crear una cura que ayudara a arreglar el desastre en el que habíamos caído hace cinco años. ¿Y por qué demonios E.L.L.O.S seguía esforzándose en joderlo todo? ¿Por qué seguían aquí?

Su plan de mierda no había funcionado en el pasado. ¿Qué es lo que pretendían?

   —Qu'est-ce-qu'on va faire? —pregunté, al aire, luego de varios minutos.

   —Faisons le brûler —contestó, con voz ronca. Él hablaba en serio.

   —No, no podemos ir contra E.L.L.O.S otra vez.

   —¿Esperarás a que esa perra mate a uno de nosotros para reaccionar? —Noah encarnó una ceja y me miró fijamente—. Podría ser uno de los tuyos, ¿lo has pensado?

Me llevé las manos a la frente y la acaricié, intentando despejar mi cabeza. No podía pensar en nada claramente en estos momentos. Mi mente era un lío.

   —Sólo hay que matar a la encapuchada y ya. Ahora que sabemos que nos busca, vamos a tenderle una trampa.

   —Como ella, deben haber más —siseó Noah—. Sí, le arrancaremos las tripas a esa zorra, pero también debemos armar un plan para lo que venga después.

   —¿Estás diciendo abiertamente que quieres trabajar en equipo? —inquirí.

   —No me queda de otra —se encogió de hombros—. La mitad de los hombres de Cuervo ya no está y mi gente está herida y cansada también. No podremos solos. Y ustedes nos necesitan.

Él tenía razón.

Nos necesitábamos mutuamente.

   —Así que, cuando volvamos al campamento, hay que…

   —No —le interrumpí, antes de que terminara la frase. Sabía perfectamente lo que quería decir—. No deberíamos contarle ni a Aiden ni a Cuervo sobre esto.

   —¿Y mentirle? —preguntó Noah.  

   —A veces, para proteger a alguien, tienes que mentirle —contesté.

Él me miró de reojo unos segundos y sonrío.

   —¿Así como tú has estado mintiéndole a tu novio sobre tus ataques de ansiedad? —masculló, mientras se tocaba los labios. Cabrón, se dio cuenta—. No me digas que te has estado mordiendo sin darte cuenta. Porque, claramente, esas marcas que tienes ahí no son de puñetazos —observó.

   —No sé de qué estás hablando.

   —¿Estás seguro de eso? —sonrió de nuevo, en una estúpida sonrisa de suficiencia, porque me había descubierto. Porque, a pesar de los años que habían pasado, él todavía podía leerme. Pero yo no a él—. Recuerdo que sólo te veía hacer eso durante los exámenes finales —soltó y encarnó una ceja, animándome a hablar—. Vamos, escúpelo.

Entendí que, ahora mismo, sólo podía confiar en él. Y eso era asqueroso.  

   —Es el hambre… —confesé, mirándole, y no supe en qué estaba pensando. Su rostro estaba en blanco, serio y sin expresión, así que seguí—: El hambre de….

   —¿Zombie? —adivinó él. Yo asentí—. Vaya, qué jodido estás —comentó.

   —Esa mierda me ha estado atormentando durante el último tiempo… —agregué. Era primera vez que hablaba de esto con alguien. Lo curioso es que Noah era la última persona con la que pensaba desahogarme—. A veces no me doy cuenta y estoy rasgándome la piel.

   —Necesitas carne —soltó él, con voz lúgubre. Yo negué energéticamente con la cabeza.

   —No, no la necesito —debatí. Jamás iba a necesitarla, había otras formas, formas que me habían funcionado bien durante todos estos años. No entendía por qué habían dejado de hacerlo ahora—. De vez en cuando tomo la sangre de algún animal que cazamos, eso me mantiene calmado.

   —¿Has estado bebiendo sangre de mapaches y zarigüeyas en secreto? —rió él y yo asentí—. ¿Y te ha funcionado?

   —Ya no tanto —dije y le miré directamente—. Siento que estoy llegando al límite y no sé qué…

Noah se detuvo de golpe, se quitó la chaqueta y tiró de la manga de su camiseta, para dejar uno de sus hombros descubiertos. Desenfundó el cuchillo que traía atado al cinturón y se cortó, justo en el espacio que formaban su hombro con su cuello.

   —¿Qué mierda? —me espanté, cubriéndome la boca—. ¿¡Por qué hiciste eso? —El olor a sangre me invadió las fosas nasales y el líquido rojizo no tardó en comenzar a brotar desde su piel.

Él tiró el cuchillo al suelo y tomó su revólver. Me apuntó. Retrocedí.

   —Toma —dijo, era una orden. Demoré varios segundos en procesarla.

   —¿¡Qué demonios ocurre contigo!? —solté y retrocedí otro paso, el olor se había impregnado al interior de mi nariz y eso comenzaba a matarme—. Tú no eres un jodido animal.

   —Por eso mismo —contestó él, mirando fijamente la sangre que había empezado a descender por su brazo, perdiéndose y siendo absorbida por su chaqueta, que le cubría el muñón de la extremidad que le faltaba—. Tiene sentido, ¿no? Que un poco de sangre humana te calme.

   —No —me negué otra vez. Este hijo de puta se había vuelto loco—. No puedo.

   —¿Prefieres perder el control en mitad de la noche y matarnos a todos? —inquirió él, moviendo el arma que estaba sosteniendo con cada gesto que hacía al hablar. Acababa de cortarse él mismo y ni siquiera parecía dolerle un poco—. Anda, hazlo entonces. Le ahorrarás trabajo a esa zorra encapuchada y, de paso, acabarás sintiéndote culpable por ello.

Tragué saliva.

   —Acabas de relamerte los labios —notó él—. Y no te has dado cuenta.

«Mierda…»

   —Tus pupilas se están dilatando, Eth… —observó, con voz capciosa e irónica—. ¿Vas a transformarte aquí o intentarás mantener el control?

«Joder…»

   —¿¡Qué demonios estás esperando!? —gritó y se acercó rápido y me agarró de la chaqueta para tirarme hacia él. Dudé, con las manos a punto de tocar su piel desnuda y los labios muy cerca de la sangre que corría por su hombro hacia abajo. No pude resistirlo. Pasé la lengua por el pequeño riachuelo de sangre que se había formado y se mezclaba con los tatuajes de su brazo.

Sentí el cañón del revólver de Noah apuntándome en la nuca.

   —Puedes tomar, pero no te atrevas a morderme o te volaré los sesos —advirtió.

Succioné. Él se estremeció, sólo un poco.

   —Y así es como Ethan Grey pasa de ser un zombie a un vampiro —rió, burlándose y, en respuesta, mordisqueé un poco su piel—. Eh, eh. Cuidado —La presión del arma en mi cabeza aumentó un poco más—. No me obligues a dispararte.

   —¿Por qué estás haciendo esto? —pregunté, separándome de él e intentando respirar profundo, para no volverme loco.

Todas mis células estaban revolucionándose con sólo ingerir su sangre.

¿Qué pasaría con ellas si me atrevía a morderlo?

   —Porque eres el más fuerte de los dos, pero te necesito cuerdo… —contestó y me acercó otra vez a él, para que siguiera. El aroma de su sangre tiraba de mí como un maldito elástico. No lo dudé otra vez y me abalancé sobre la herida, intentando beberla toda, intentando mantener el control, intentando no volverme loco. Quería desobedecerle, quería atacarle, quería morderlo.

Quería despedazarle la piel.

Quería devorar sus músculos y arrancarle las tripas.

Quería darme un festín con su carne.

«Apuesto a que sabe delicioso»

Le abracé la espalda, para asegurarlo a mí, para que no escapara. Él no hizo nada.

«Joder, ¿en qué estoy pensando?»

   —Medidas desesperadas para situaciones desesperadas… —gruñó él—. Hago esto sólo para que los mantengas vivos… —oí el gatillo, a punto de ser accionado. Él tenía el dedo sobre el, para disparar en cualquier momento—. Tan jodido como estoy ahora, apenas puedo proteger a Cuervo. No podría cargar con él, con ese estúpido chico y conmigo mismo…por eso… —gimió cuando lo estrujé entre mis brazos, tan fuerte que oí el tronar de sus vértebras. No iba a soltarlo. Iba a morderlo. Necesitaba hacerlo. Lo hice, sólo un poco. Estaba a punto de arrancarle la piel—. Ah, joder… Ethan —jadeó en mi oído y su aliento caliente sobre mi cuello sólo me alteró más.  Lo estaba dejando sin aire y no podía parar—. Al menos… hazlo… por ese chico —soltó.

¿Hablaba de Aiden?

Algo en sus palabras me volvió a la realidad bruscamente. Le solté y me aparté de él, como si su piel me quemara, y me limpié la boca con el dorso de la mano, que temblaba.

   —Y-Yo… —balbuceé, todavía estremeciéndome en terribles escalofríos, todavía con la adrenalina corriendo por mis venas, todavía con todas las células de mi cuerpo ardiendo como un infierno. Todavía saboreando su sangre—. L-Lo siento, yo…

   —No digas nada —me interrumpió él—. No digas una puta palabra y yo tampoco le diré a nadie sobre esto —guardó su arma y se subió la camiseta. Recogió su chaqueta y el cuchillo del suelo y me miró, directamente.

A veces, las miradas de Noah paralizaban.

   —Mantente cuerdo y fuerte… —me advirtió—. Y no dejes que esa mierda acabe contigo. 

Pasó de mí, como si nada, como si no hubiera estado a punto de perder el control frente a él y matarlo, como si no acabara de beber de su sangre, como si no hubiese podido acabar muerto en mis manos, como si yo no fuera una bomba a punto de estallar, y se adentró más en el bosque. Todavía teníamos que cazar algo.

   —Eres mi comodín en estos momentos, Eth… —susurró, antes de adelantarse y desaparecer en la oscuridad del bosque—. No te atrevas a fallarme esta vez.

Notas finales:

N/A: La conversación en francés que Ethan y Scorpion tuvieron fue: 

–¿Qué vamos a hacer? 

–Hagámoslos arder. 

---------------------------------------------------------------------------------

Los veteranos entenderán la referencia. ¿Qué otro personaje, en alguna de mis historias, llevaba el apellido Grey? 7u7 

Ya, fuera de bromas. Ethan está literalmente a punto de estallar (lo hace cada 80 capítulos, estadísticamente xD) y, sí, Scorpion fue atinado al hacer lo que hizo.

Por otro lado, esa discusión que tuvieron en el río era necesaria. Y creo que todos la estábamos esperando.  

¿Les ha gustado? Leo sus comentarios. 

 

Abrazos


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).