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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Buenas, gente! Ha pasado mucho tiempo! 

Les informo. Salí de vacaciones :D estaré libre hasta el 05 de agosto, no es mucho tiempo, pero es lo suficiente para avanzar un poco en esta historia
Pensaba subir dos capítulos en una sola actualización, pero se me estaba haciendo muy tarde así que subiré uno -un poco corto- mientras tanto llega el otro (Pero no se preocupen! no tardará demasiado) 

Podríamos llamarle a este un...¿Capítulo especial? Síp, capítulo Relian
Si hay admirador@s de estos dos dando vueltas por ahí, espero que lo disfruten
Un abrazo! 

Capítulo 51

 

(Dalian)


Había llegado el día... o la mañana, para ser exactos. Formados en dos filas, todos los que nos habíamos enlistado para esta pelea, subimos por las escaleras con pasos rítmicos y calmados «tap, tap, tap», uno tras otro. Éramos un ejército completo. O casi. Faltaba algo. O alguien.

Llegamos a la azotea y, cuando salí, el panorama no me pareció para nada alentador. Arriba, el cielo anunciaba mal tiempo.

   —Esto no puede verse peor —le susurré a Reed, quien estaba a mi lado junto a Terence. Los tres nos formamos en una fila que nos dirigía a la tirolesa, ese método tan ingenioso creado por La Resistencia para trasladarse; ellos se movían entre las azoteas de los edificios y aprovechaban las alturas para alejarse de los muertos que vagaban abajo. Era un sistema tan maravilloso como extraño y que, estoy seguro, jamás, ni en un millón de años se me habría ocurrido.

Fui delante de ellos.

Reed inspiró profundo, como si en vez de respirar quisiese tragarse el aire. Era algo que comúnmente hacía cuando los días estaban así de horribles. A veces, creía que al interior de sus fosas nasales se encontraba un pluviómetro o alguna clase de artefacto que le permitía adivinar el clima. Porque, demonios, él siempre acertaba.

   —Va a llover —comentó.

   —Una lluvia significa problemas —se quejó Terence.

  —No si somos lo suficientemente inteligentes —contestó Reed—. Podríamos aprovecharnos de la lluvia; los muertos son más lentos y nuestros pasos más sigilosos. Si tenemos suerte, podríamos entrar sin levantar alarma en la guarida de Cobra y acabar con esto rápido.

   —Claro, como tú no te resfrías.

Me reí y asentí con la cabeza para apoyar su idea.

   —¡Chicos! —Una voz nos llamó desde los últimos lugares de la fila. Los tres volteamos para ver a Aiden, quien nos hacía señas con sus manos para llamar nuestra atención—. ¿Han visto a Regen? —preguntó, más con la gestualidad de sus labios que con su voz, que apenas se oía entre todo el ruido de conversaciones que había a nuestro alrededor. Miré por sobre mi hombro y lo busqué. No lo había visto en la fila cuando nos entregaron las armas y, ahora que lo pensaba bien, no lo había visto desde anoche.

   —¡No sé, hombre! —le contestó Terence en un grito, para que Aiden le oyera a la distancia—. ¡No le he visto en todo el día!

Reed y yo cruzamos una mirada. A su vez, observé de reojo cómo Aiden también clavaba sus ojos en mí.

   —¿Dalian? —preguntó mi amigo, pero yo tampoco le había visto. Negué con la cabeza y me salí de la fila.

   —Iré a buscarlo —anuncié—. De seguro se ha quedado dormido por ahí—comencé a moverme—. Permiso, permiso… —intenté avanzar entre la multitud y volver justo por donde había llegado. Se sintió como nadar contra la corriente—. Nos iremos junto al segundo grupo —le dije a Aiden, cuando pasé por su lado—. No se preocupen, nos veremos allá.

   —¿Sabes dónde está? —me preguntó él.

   —Tengo una idea.

No había visto a Regen desde nuestra visita al cementerio de La Resistencia, la noche anterior. Y fue justamente a ese lugar al que decidí dirigirme una vez logré salir de la multitud y volver a bajar las escaleras para adentrarme por los pasillos, ahora completamente vacíos, de ese enorme edificio en el que estábamos y que parecía sacado de una mala película de ciencia ficción.

 No iba al cementerio exactamente, pero sí caminé en esa dirección una vez salí a los jardines. Anoche, mientras Aiden y los demás lloraban a sus seres queridos, vi a Regen con la vista clavada unos metros más allá, cerca de una puerta en ruinas que, imaginé, llevaba a otro jardín. Regen es un tipo curioso, de seguro quiso conocer más allá del cementerio.

Lo único que no entendía era por qué había tardado tanto en volver.

Él no me vio llegar. Se encontraba sentado bajo un árbol y miraba al cielo nublado, justo por donde, en teoría, debería salir el sol en unos minutos más. Pero allí arriba sólo había nubes que se extendían como una capa espesa que no dejaba ver más allá de su gris. ¿Pero, qué hacía ahí? Intenté descifrarlo. Era casi imposible, pero logré percibir algo por su postura corporal; mantenía las piernas estiradas en el césped y los bordes de sus jeans ya se habían mojado por el rocío de la mañana. Sus hombros estaban sueltos y relajados y sus manos recogidas sobre sus muslos. Estaba decaído y no supe por qué.

   —¿Qué miras? —pregunté y me senté a su lado. Él se sobresaltó.

   —Dalian… —se hizo a un lado para que yo me acomodara mejor—. No te sentí llegar —encarné una ceja. Definitivamente algo ocurría con él hoy. Me he dado cuenta de que, por lo general, Regen percibe las cosas antes de que sucedan; era como un sexto sentido extraño que al parecer hoy no funcionaba.

   —Quería asustarte… —mentí—. Y creo que lo logré. Ya estamos partiendo y tú sigues aquí. ¿Qué ocurre?

   —¿Dónde está Sophie? —preguntó él. No tenía que ser un genio para darme cuenta de que evitaba mis preguntas. A diferencia de otros días, los negros y vacíos lentes de su máscara no me miraban mientras me hablaba, si no que estaban anclados en el espacio, como si no vieran a ninguna parte.

   —Se quedará aquí. La dejé a cargo de una señora amigable —Sin preguntar, tiré de la manguera que estaba unida al respirador de su máscara y le obligué a mirarme—. ¿Qué pasa, Regen?

   —A ti no se te escapa nada, ¿verdad? —soltó un suspiro profundo y algo robótico por culpa de la máscara. Pensé en una broma con la que solíamos jugar ambos, en la que él mismo se comparaba con Darth Vader, pero contuve esa burla en mi garganta. No era momento de reír—. No sé si quiero ir contra Cobra —confesó.

Me sentí confundido por un segundo. Conocía a Regen lo suficiente para afirmar que no era un cobarde. De hecho, él era uno de los hombres más valientes que había conocido. Le había visto realizar hazañas suicidas y salir ileso de todas ellas. También me había enterado de la masacre de los apartamentos; Jesse me contó que Regen limpió solo una horda de zombies cuando llegó en su auxilio. Sabía… no, estaba seguro de que él no le temía a nada. ¿Entonces por qué?

   —¿Tienes miedo? —fui directo al grano.

   —No —respondió de inmediato—. No es eso. No es nada.

   —No me mientas.

   —Joder, no miento.

   —Maldición, hombre. No soy un imbé…

   —¿Por qué? —Él me tomó de los hombros y sus dedos enguantados presionaron con fuerza. Noté un repentino cambio en su voz, pero no supe descifrar si éste era bueno o malo para mí—. ¿Por qué simplemente no te quedas con lo que te digo?

Me reí.

   —Porque tengo la malacostumbre de fijarme en cosas que nadie ve.

   —¿Ah, ¿sí? —Regen dudó.

   —Sé que acabo de sacarte una sonrisa —declaré y él me soltó, sorprendido, de seguro—. Sé que algo ocurre contigo, aunque no sepa precisamente qué es. Pero el Regen que conozco es un hombre que, aunque no lo diga, adora estar en medio del desastre. El Regen que conozco no estaría aquí sentado cuando estamos a punto de ir a la guerra, no sin una buena razón.

Él retrocedió un poco, sin levantarse todavía, y se alejó de mí.

   —Hablas como si me conocieras —gruñó. 

   —Te conozco —alcé una ceja—. Sé que eres muy sarcástico, y siempre estás riéndote de algo o de alguien, aunque no todos puedan oír esa risa tras tu máscara. Y sé que, como yo, siempre estás observando, a pesar de que no te gusta involucrarte demasiado, principalmente porque tienes poco tacto con la gente —solté.

   —¿Poco…tacto?

   —Me refiero a que pareciera que temes cagarla cada vez que hablas. Pareciera que siempre cuidas tus palabras, como si éstas pudieran hacer algún daño —le guiñé un ojo—. ¿Eres de esos que piensan que las palabras son un arma? ¿Tienes una lengua venenosa, Regen?

Por fin, una risa escapó de la máscara de gas.

   —Demonios, Dalian. ¿Me has espiado todo este tiempo?

   —No te espío —refuté—. Sólo soy muy observador.

   —Ajá. Claro —se relajó, cruzó las manos tras su cabeza y las apoyó contra el tronco—.  ¿Qué más?

   —Ayer, antes de nuestra visita al cementerio, te sorprendí mirándole el culo a Aiden y a Cuervo. 

   —¡¿Qué?! ¡No! —estuvo a punto de gritar.

   —¿Los comparaste? —me burlé—. ¿Establecías algo así como un ranking de los mejores traseros del grupo?

   —Yo no… —intentó decir.

   —Vamos, Regen. A mí no me engañas.

   —No. No es lo que piensas.

   —Aiden tiene un buen culo… —insistí, apoyé mi cabeza contra el tronco también y estiré mis piernas en el césped—. Pero el de Cuervo está mejor.

Él llevó una mano a su pecho y exhaló aire, como si se hiciera el ofendido.

   —¡Claro que no!

   —¡Claro que sí! —me reí—. ¿Así es como me traicionas, Regen? —Esta vez fui yo quién fingió sentirse herido—. ¿Le das tu voto al trasero equivocado?

Regen comenzó a reír, como seguramente no lo había hecho en toda la semana. Se sujetó el estómago con las manos y no paró en un buen rato. Yo también me contagié. Nos reímos hasta doler, hasta que de mis ojos saltaron lágrimas y hasta no poder respirar correctamente.

Éste era el chico enmascarado que quería ver.

   —Bien, bien… —comenzó cuando por fin nuestras carcajadas empezaron a calmarse y a bajar su volumen—. Sí soy todo lo que dijiste. Pero también soy algo más que eso.

   —Lo sé.

   —¿Lo sabes?

   —Por Dios, Regen. Eres un tipo extraordinario con una máscara, ¿cómo no vas a ser algo más?

   —¿Eso no te asusta? —preguntó—. Podría ser un psicópata, podría ser un asesino. Podría haber matado a mi familia. Podría ser cualquier cosa.  

Me enderecé, volteé hacia él y le agarré del brazo para obligarle a cambiar de postura y mirarle de frente. Él cruzó sus piernas en posición india y yo estiré las mías en el espacio vacío que se formó entre sus muslos y sus manos, que apoyó sobre sus rodillas. Me acerqué más cuando crucé mis pies en su espalda y tiré para arrimarme a él.

Quedamos muy cerca el uno del otro. 

   —¿Te parezco asustado? —susurré.

   —Para nada —susurró de vuelta. Se quedó completamente inmóvil cuando tanteé por su máscara hasta desmontarla y apartar el respirador. Esta era la segunda vez que lo hacía, pero antes de esto siempre me vi tentado a quitarlo y quizás ahora era el momento. Sin poder evitarlo, anclé mis ojos en sus labios rojizos, y algo deformes por la carne expuesta, y en su mandíbula; las heridas no permitían ver la piel pálida que alguna vez estuvo bajo ellas y que a veces, sólo a veces, era capaz de observar por trazos bajo el cuello de su chaqueta cuando él olvidaba subir la cremallera hasta el tope. Con mis dedos, bordeé la superficie de sus labios y sonreí.

   —¿Te parezco asustado ahora?

Una fuerza bruta me empujó hacia atrás. En menos de un segundo, sentí mi espalda enfriarse por la humedad del césped que traspasaba mi camiseta. Fue rápido, demasiado como para haber intentado reaccionar. Regen estaba ahora sobre mí.

   —Deberías estarlo —vi su boca moverse para hablar y su voz, la real, me causó escalofríos; era más expresiva, juvenil y mucho menos ronca de lo que se oía a través de la máscara. Sonreí—. ¿Qué?

   —Pues creo que soy inmune a esta clase de sustos.

   —Dalian… —gimió, casi parecía que le dolía decir mi nombre.

   —Regen… —entrelacé con más fuerza mis piernas a su cintura e intenté atraerlo hacia mí. Quería traer una maldita sierra para cortar esa máscara y besar sus labios destrozados, que tenía a nulos centímetros, pero que no podía alcanzar. Quería devorarlo, justo ahora. En vez de eso, sólo le abracé. Ni siquiera sabía si él correspondía o no estos inevitables sentimientos que insólitamente había desarrollado por él. Era una ridiculez, estaba al tanto de eso, pero no podía ir contra ello. Ni si quiera entendía cómo había nacido esta atracción. 

   —No soy lo que tú piensas —susurró. El soplo de sus palabras, que acarició mi cuello, hizo que se me erizara la piel.

   —¿Si quiera sabes lo que pienso? —suspiré.

   —No. ¿Qué piensas?

   —Que nadie es quien parece ser.

El río. Su risa natural era deliciosa.

Sentí que me miraba a los ojos tras los lentes de su máscara. Por primera vez en todo este tiempo, me pregunté de qué color serían.

   —Estoy de acuerdo.

Le solté y él se enderezó un poco para tocar mi rostro, pero atrapé su mano en el aire y me las arreglé para quitarle el guante. La piel ahí también estaba quemada, lo que se había salvado de la palma se veía excesivamente pálido, casi níveo, al contrastarse con las manchas rojas que cubrían casi la totalidad de su mano, hasta la muñeca. Imaginé que las quemaduras seguían hacia arriba.

    —¿Qué…? —intentó quitar la mano, pero no le dejé y, en lugar de eso, besé su palma y froté mi rostro contra ella. El roce de sus dedos fríos lanzó un escalofrío que corrió rápidamente por toda mi columna. Regen soltó un suspiro y vi claramente cómo se mordía los labios—. ¿…Qué haces?

Era la primera vez que sentía su tacto.

   —¿Quieres que sea más obvio?

Él sonrió.

   —Pudiste haberlo pedido —Esta vez, sin que yo me moviera, me acarició la mejilla, rozó con sus dedos mi frente y su pulgar se deslizó lentamente por la superficie de mis labios. Sonreí.

    —Regen, yo… —Un trueno me hizo estremecer y me aferré a su chaqueta, fue puro instinto. Tres segundos más tarde, una cortina de lluvia caía sobre nosotros.

Las palabras que había estado a punto de soltar se detuvieron justo a tiempo.

   —Se nos hace tarde —sugirió, se levantó y enguantó su mano nuevamente para estirármela—. Tenemos un nido de cobras que incendiar.

Tomé su mano, le ayudé a poner el respirador de la máscara en su lugar nuevamente y me pregunté que si había de lógico en todo lo que acababa de pasar. Pero Regen era así, un chico que salía de toda lógica, un chico que parecía no calzar en esta historia, que venía de otro tiempo, de otro origen. Esa idea me gustaba

Porque a veces, yo tampoco calzaba del todo.

Retornamos en silencio y ninguno de los dos volvió a mencionar nuestro acercamiento, ni las palabras que estuve a punto de soltar, ni tampoco el motivo que le hizo dudar sobre ir a la pelea contra Cobra o no.

Era mejor así. 

 

Notas finales:

La lluvia...la lluvia siempre llegará en el peor momento posible. 

Se siente bien volver -3- 

¿Críticas? ¿Comentarios? ¿Preguntas? Pueden dejarlo en un lindo - o no tan lindo - review. 

Si le gustó el capítulo, atesorelo bien en su corazoncito. Ya desde el próximo comienza el sufrimiento y no parará por un buen rato. 

Abrazos


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