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Lazos por Whitekaat

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertencen punto.

 

Traigo un one-shoot del cual no estoy muy orgulloso decir que hace mucho tiempo que quería escribir algo como esto ajajja

Paso tambien dando agradecimientos y felicitaciones a gns por terminar "Luna Azul" el cual amé con el alma ajajaj

Espero les guste.

 

 

(SPOILER)Advertencias del fic: Delirios del autor, Incesto, encierro, complejo de Edipo.

 

 

LAZOS

 

—El oráculo nunca se equivoca, mi rey—La mujer permanecía con su cabeza agachada frente al trono, sabía de sobra que el hombre frente a ella estaba furioso, pero ella no podía hacer nada contra eso, ella era una simple sacerdotisa del oráculo de Delfos, ella sólo podía narrar lo que sabía, narrar el futuro y las profecías que se cumplirán y que ya se cumplieron.

— ¡Largo de aquí! — El castaño alzó su voz frente a la muchacha que no tuvo más remedio que salir a paso apresurado del gran salón dejando al monarca solo dentro de un mar de confusión.

Aioria cayó de rodillas al piso y con su manos golpeó las baldosas reiteradas veces hasta hacer sangrar su manos, la ira le nublaba el juicio además de inhibir el dolor físico, pero no aquel que sentía dentro de sí, se sentía asqueado de sí mismo, se sentía el ser más nauseabundo por lo que había hecho y por lo que seguirá haciendo, porque sabía que ya las ruedas del destino habían comenzado a girar y no había como detenerlas.

Las palabras del oráculo aún resonaban en su mente “Usted siempre fue el heredero al trono, usted es el hijo del antiguo monarca, el hijo perdido, el hijo que vuelve, el hijo que en la guerra recupera su trono, el hijo que mató a su madre, el hijo que ama a su padre” las voz de la mujer se escuchaba casi gritando dentro de su mente una y otra vez, mareándolo, moviendo el piso bajo sus rodillas.

Aioria se recompuso de su arrebato cuando ya sentía que todas sus emociones habían sido descargadas, se levantó del piso y camino hacía el pasillo del castillo, su capa ondeaba con gracia al caminar y el metal dorado hacía eco contra las paredes de piedra, el sonido nocturno adornaba su pesado andar, la luz de la luna llena se reflejaba en la fuente del patio interior del castillo, se escuchaba la brisa mover uno que otro arbusto pero nada de eso acallaba el estruendoso palpitar de su corazón.

El moreno caminó hasta más allá del baño principal, más allá de la biblioteca donde unos guardias custodiaban una gran entrada a lo que era su habitación, ambos inclinaron su cabeza al verlo frente a ellos y abrieron las puertas de sus aposentos para que el pasara, el ruido al cerrarse la puerta causó un escalofrío en su piel, Aioria caminó hasta posarse frente a un espejo y admiró su rostro, su cara no se parecía, tampoco sus cabellos, ni mucho menos su tono de piel, pero si recordaba a aquella mujer de piel dorada, cabellos castaños, aquella mujer que murió cuando su espada atravesó su pecho.

El rey renegó con la cabeza negando para sí mismo que él hubiese  atravesado el corazón de su propia madre, una sensación nauseabunda se apoderó de su garganta obligándolo a poner una mano en su boca para evitar que algo pudiese salir de ella.

Aioria alzó una vez más su rostro frente al espejo, no era la misma forma, no se enmarcaban de la misma manera, pero no podía negar aquel color idéntico, aquel color verde, aquel intenso verde que veía cada vez que su corazón se llenaba de una cálida sensación, aquel verde que lo volvía loco, aquel verde que lo estremeció y cambió sus planes desde el momento que los tuvo frente a él.

Escuchó unas pisadas acercársele por la espalda y poner sus blancas manos en sus hombros, al tenerlo frente a él no podía negarlo, sus ojos eran tan similares y a la vez tan diferentes, el oráculo no mintió y ahora él lo comprobaba con sus mismos ojos, Aioria se giró para tocar la blanquecina piel del rostro contrario manchándolo de aquel color carmesí en el proceso, su mirada se posaba directo a los ojos del otro mientras pensaba en qué diría el otro cuando supiese la verdad, ¿Qué diría cuando supiese que eran padre e hijo? ¿Lo seguiría mirando de la misma forma que en ese mismo momento? ¿Lo seguiría amando después de que se revelara la verdad?

— ¿Cuándo fue que dejaste de intentar de escapar? —la voz ronca del león se escuchó más despacio de la habitual, casi como un lamento que llegó a los oídos del de cabellos azules que parpadeó ante la pregunta.

— Cuando soltaste mis grilletes y me encadenaste el corazón— el hombre sonreía, mientras tomaba una de las manos del castaño y las llevaba hasta su pecho, manchando aquella tela blanca de la túnica con la sangre que aún salía por la mano del monarca.

— ¿Cómo te hiciste daño? —preguntó el mayor escuchando un gruñido  de respuesta por parte del castaño para luego sentir como su cabeza era obligada a apoyarse sobre el pecho de Aioria escuchando el acelerado retumbar de su corazón.

— Prométeme que jamás me odiarás, Saga— el león besó la coronilla de cabellos azulados mientras que con su otra mano acariciaba la espalda del geminiano.

— No te odié cuando me arrebataste el trono, no te odié cuando mataste a mi gente a y mi esposa, no te odié cuando fingiste ante todos haber acabado con mi vida, tampoco lo hice cuando me encadenaste  de pies y manos en el frío calabozo, ni cuando me dijiste que no me separara de ti y tampoco cuando me besaste por primera vez, jamás lo hice, Aioria y si con todo aquello no pude odiarte, no lo haré con nada que puedas llegar a hacerme. — Los brazos de saga rodearon el cuerpo del león colocando sus manos en la espalda del otro, Aioria sentía como su corazón se calmaba y aquel que calor que solamente nacía cuando Saga estaba cerca apareció.

El rey en movimiento rápido tomó el cuerpo del mayor entre sus brazos y lo llevó hasta su cama depositándolo con suavidad, miró como aquellos hermosos ojos verdes iguales a los suyos lo miraban con felicidad, vio las largas hebras de cabello azul esparcirse en el lecho, vio esa blanquecina piel brillar como la luz de la luna, Aioria se coló entre las piernas de Saga y acercó sus labios a los del otro como tantas veces ya lo había hecho.

Repartió besos en sus labios, en su cuello, en sus hombros y su pecho, marcando cada porción de piel como suya, Aioria comprendió que no le importaba la verdad, no le importaba que aquel hombre al que había conquistado, aquel hombre al cual le había arrebatado todo fuese su padre, no le importaba caer al mismísimo tártaro producto de su perverso amor, porque Saga valía todos y cada uno de los castigos que le esperarían, porque Saga era el hombre a quien amaba, era la persona a la cual le había entregado su amor, su devoción y su propia alma.

 —Tu sangre, mi sangre— pronunció el mayor al tomar la mano manchada del castaño y dar un beso en ella, Aioria sonrió frente a la ironía de aquellas palabras, sonrió frente al desconocimiento del otro, sonrió frente a aquella mirada esmeralda de Saga que no dejaría de amar jamás en su vida.

 

FIN

Notas finales:

No me odien por escribir esto y gracias por leer.


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