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Odiar no es sinónimo de amar. por Layonenth4

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Notas del fanfic:

Este Fanfic es original de pies a cabeza, no está permitido su publicación en otro sitio ni usar personajes, nombres, escenarios del mismo en otro fanfic sin consultarse primero.

Derechos de autor totalmente reservados. Se le aplicará justicia a quien rompa las reglas y habrá consecuencias.

 

Notas del capitulo:

Jojojojo este es mi primer fic original y estoy nervioooosa!

Quiero que sepan que esta historia tiene ciertos hechos reales, los morbosos más que nada y las parejas! 7w7

Al principio será un poco tedioso porque así paso en la vida real, pero ya después pondre de mis "merjunjes" para darle sabor a este caldo o3o!

Serán pocos capítulos la verdad, y no muy bien desarrollados que digamos en la narrativa, pero meeeeh. Sólo lo escribo porque quiero molestar a mi amiga y co-autora de esto jejeje.

Odiar no es sinónimo de amar.

~*~

 

Los estudios que generalizan las conductas románticas humanas te presentan estudios desde ciertas edades para evidenciar lo absurdo, patético y nada adorable que se ve uno al enamorarse. Lo usual es mostrar a infantes entre tres y seis años que se “enamoran” posiblemente de su profesor o peluche; la etapa de pubertad cuando el primer beso en la mejilla de diez a doce años provoca curiosos sonrojos tonos faro de transito; la famosísima adolescencia, donde se culpan a las malditas hormonas por no dejar de pensar en un individuo cuya cara puede estar llena de barros, pero para los ojos de amor es el ser humano más hermoso que haya pisado el planeta; toda la cursilería suele terminar entrando en la era universitaria, donde si bien el sexo puede ser una prioridad para la mayoría de la población estudiantil, el amor pasa a segundo plano cuando te preocupa más entregar el ensayo de doscientas hojas para el día siguiente que tener una cita.

A través de estas cuatro etapas estereotipadas por la sociedad, lo común es que las características fantasiosas suelen mantenerse durante el correr de los años, pero el rostro del personaje de los anhelos cambia. Debe ser así, porque el desarrollo para cada miembro es en ambientes diferentes, con personas diferentes, resumiendo en que absolutamente debe ser diferente.

Obligatorio. Legal. Imperativo. Preciso. Todos aquellos adjetivos cuyo significado sea el mismo deben ser respetados en éste mandatario. Claro que existen los rebeldes, lamentablemente.

Tres personajes diferentes son los responsables de formar parte de la minoría que rompe éste balance universal sagrado, volviendo sus vidas una verdadera aventura miserable. Si no hubiese sido por sus temerarias acciones, queriendo ir en contra de lo establecido, no estarían en ese momento despidiéndose de lo que pudo ser la mejor etapa romántica de sus vidas.

Fuera de un gran edificio antiguo picudo y victoriana, tres hombres con trajes de buena marca pero con cara desabridas, estaban sentados en los escalones de piedra del arcaico edificio únicamente ellos, con adornos de bodas sucios y desacomodados, el viento golpeando con fuerza mientras una tormenta se avecinaba para la noche. Aún no, era medio día, pero para ellos significaba lo mismo.

Los tres se pasaron de esquina a esquina una botella de whisky a su compañero de al lado y este al siguiente, los tres con caras derrotadas y ánimos por los suelos. Fernán bebió primero, Marcel secundo y Anniel miró la botella con asco, pero le dio el trago más largo. Qué asco de día, que asco de vida, todo lo que hicieron por nada.

Anniel miró al cielo gris con una enorme interrogante en su mirada y tristeza, preguntando a quien sea que estuviera arriba ¿por qué acababa de perder lo único que amaba? Estúpido, idiota y orgulloso fue su respuesta, pero no las aceptaba. Ninguno de los tres.

Dio otro tragó con rabia contenida, combinado esta vez con una lagrima desolada.

 

 

Pero eso fue después de dieciocho años, todo su drama romántico tuvo un curioso origen.

 

Anniel Marín tenía seis años cuando tuvo su primer flechazo, pero nunca se dio por enterado. Primer año de primaria a mitad del curso escolar, enero, un mal día para aplicar vacunas que el gobierno se obligaba a repartir para cada ciudadano dentro de las instituciones como “preventiva” ante epidemias que se desatan en épocas a finalizar invierno.

Anniel, era un niño pequeño y delgadito, castaño claro y de ojos dorados, pequeñas pecas adornaban sus mejillas sobre su tez acanelada, con un pequeño flequillo sobre la frente y largas pestañas, era un diminuto ser humano que siempre daban ganas de abrazar. Y con una salud terrible, cabe añadir.

Justamente ese día se sentía enfermo y aunque hizo todo lo posible por abrazarse a la puerta de su habitación cuando su hermano mayor lo intentaba sacar para desayunar, fue inevitable estar en la fila para vacunas antes del receso. No tuvo ganas de jugar con sus amigos en los columpios, su pulcro uniforme azul no hacía más que acentuar su palidez y no fue hasta regresar al salón que decidió marearse justamente frente a todos sus compañeros y dos maestros algo histéricos.

Por suerte su cuerpo fue sostenido, algo dramático, por el maestro más viejo que intentaba sostenerla con cuidado. La maestra se acercó para hablarle, Anniel escuchaba sus voces lejanas y sus parpados pesaban mucho, no fue hasta que alguno de los adultos le presionó la herida de la vacuna y abrió los parpados con susto y dolor, ¡por qué realmente le estaba doliendo mucho!

Pero el ardor no le duro nada, cuando pasando el pánico inicial sus ojitos chocaron con unos… muy raros. ¿Azules, verdes? El punto es que eran extraños y estaban muy cercas. Demasiado para su gusto, pero fue esa mirada lo que le relajó y sintió su rostro caliente antes de volver a desmayarse.

Se puede resumir que ese, fue sin saberlo, el primer flechazo de Anniel.

 

Sin embargo Anniel no lo recordaría. Inmediatamente fue llevado a su casa y ahí descubrieron su inusual alergia a la vacuna que aumento sus dolencias anteriores, dejándola en reposo dos semanas. Al volver se dio cuenta que una butaca al lado de su amigo Marcel estaba vacía, pero nunca se dio por enterada que uno de sus compañeros faltó a clases desde su regreso.

Sólo en sus sueños quedaba la profunda mirada de colores extraños y cálidos, pero estos se fueron borrando pasando los años y él restándole importancia, para que al final sólo formara parte del subconsciente enterrado en lo más profundo de sus memorias sin importancia.

Eso creía él, hasta que lo volvió a ver.

Anniel tenía catorce años cuando entro en segundo de secundaria el primer día de septiembre, con su uniforme oscuro y la camisa blanca fajada, un suéter encima haciendo juego con el pantalón y el escudo de la secundaria impecable. Anniel era guapo, no del atractivo típico de un chico popular pero tenía con qué defenderse, con sus cabellos castaños lacios cayendo sobre sus ojos dorados miel mucho más expresivos que nunca y su cuerpo en desarrollo siendo esbelto. También era simpático, una actitud relajada pero advertido cuando estaba entre sus amigos, así que la posibilidad de tener novia nunca era subestimada.

Si le gustaran las mujeres, claro.

Se dio cuenta el año pasado cuando por accidente la camiseta de un chico de tercero se levantó cuando este saltaba jugando volibol y los pantalones deportivos caían por sus caderas, mostrando un tórax perfecto que le hizo sentir un respingón allí abajo. Se sintió avergonzado y confundido un par de semanas hasta que una escena similar se repitió y ya no pudo ocultar que en verdad algo tomaba energía ahí abajo.

Ahora ya estaba superado y no le incomodaba, aunque tampoco lo andaba gritando a los cuatro vientos.

Estaba por llegar al instituto que de su casa no estaba nada lejos, pero a su paso de tortuga siempre llegaba rozando la hora de entrada. Su horario era vespertina, desde las dos de la tarde hasta las nueve de la noche, aunque salía siempre quince minutos antes por la bondad de los maestros, o porque los cansaban, daba lo mismo.

Apenas cruzó la puerta de entrada, la cual era oxidada y en donde se amontonaba la gente para pasar. Su escuela era de segunda, pero no podía quejarse a comparación de otras mucho más pobres en recursos, al menos aquí tenían tres patios para perder el tiempo, sucios y con grietas, pero servían para sus buenos motivos.

— ¡Anniel! — escuchó el grito detrás de él, una voz infantil a propósito y con mucha energía, después algo que se enrollaba en su brazo.  No tenía necesidad de voltear para saber quién era.

— Hola, Marcel. — saludo con una sonrisa.

— ¿Listo para iniciar un nuevo año de esclavitud educativa?

— ¿Me lo pregunta el mejor de la clase? — ironizó el ojimiel

— ¡Ser el mejor tiene su precio! — contestó el llamado Marcel, iniciando un berrinche que exasperaba al otro.

Marcel era el mejor de la clase sin mucho esfuerzo en realidad, aunque le gustase pasarse como el “humilde”, cumpliendo siempre con las tareas y exámenes intachables; siempre fue así desde la primaria, años que compartieron juntos pero la amistad apenas floreció en secundaria.  

A Marcel le iría mejor si dejase de ser tan respondón con los maestros y con medio mundo, peleando siempre; media cabeza más alto que Anniel, cabellos lacios negros como la noche aclarando los tonos de su piel, con el peinado levantado de atrás y un flequillo rebelde delante, recalcando su libre espíritu con la oreja derecha perforada con tres aros metálicos. Marcel era tal y como mostraba su físico, rebelde e indomable, casi nunca se guardaba sus pensamientos, con un gusto por molestar a las personas muy peculiar y su valor siempre salía a flote cuando protegía a los suyos; pero por dentro, y sólo pocos lo sabían, era la persona más noble y sensible que podía existir.

El pelinegro se pasó la caminata rumbo al salón hablando de lo martirizado que estaba por volver a clases, aunque Anniel sabía que no era cierto porque el chico era todo un ratón de biblioteca. Tuvieron que cruzar el patio frontal y el pasillo de los talleres para llegar hasta el fondo de la institución, donde lo que parecía ser una bodega pequeña con su portón blanco y una puerta lateral funcionaba como su salón laboratorista. Por dentro era mucho mas grande y limpio de lo que aparentaba, blanco por completo con mesas metálicas pegadas al suelo y sillas altas de madera, viejas pero cómodas.

En una esquina ya estaban sus conocidos compañeros comenzando con el buen ambiente, en otra estaban las “populares, bonitas y únicas”, en otra los incomprendidos y en la que seguía otra bola de mujeres que eran las “creídas populares, bonitas y únicas”.  Anniel se preguntaba seriamente si le tocó estar en el grupo donde todos famosos.

Y en la mesa del centro, solitaria y marginada, un humanoide que parecía una bola negra por sus ropas, ajeno a la vida, se encontraba con la cara escondida entre los brazos que tenía recargados sobre la mesa. Anniel suspiró incrédulo mientras Marcel ponía mala cara.

— ¡El primer día y éste ya está durmiendo!

— Da gracias que llegó temprano.

— ¡Que gracias ni que nada! — Anniel intentó detener a su amigo, pero Marcel con sus largas piernas llegó hasta la mesa y dejo caer la mochila con fuerza.

El ruido fue muy alto, pero nadie les prestó atención acostumbrados a los ataques de ira de Marcel. La pequeña bola negra apenas y se movió, levantando poco a poco el rostro dormilón de su escondite.

Una cara infantil y redonda se dejó ver, con un lunar bajo el ojo izquierdo y baba seca saliendo  de la comisura derecha de los labios gruesos rosas, recorriendo un camino sucio hasta la barbilla. Cabellera ondulada que tapaba sus orejas, con un castaño oscuro como el chocolate amargo igual que los ojos, pestañas pequeñas y ocultas bajo todo el cabello que tenía delante con las puntas curveadas hacía arriba, dándole un peinado desarreglado pero galante. Ese era Fernán Aldebarán, con su cara típica de sueño pese a que se la pasaba durmiendo en cada oportunidad.

— ¿Qué hay chamacos? ¿Cómo os trata la vida? — la voz de Fernán era gruñona y somnolienta, su sonrisa igual de floja.

— ¡No puede ser, hombre! ¡No van ni cinco minutos de entrada y ya estas roncando!

— Calmado moreno, que te saldrán arrugas.

— ¡Pero es antinatural que duermas tanto!

— Mi grasita necesita amor y dormir diariamente, es inevitable.

— ¡Tu grasita ni que ocho cuartos, eres un flojo!

— Envidias mi grasa.

El ojiiel rodó los ojos, esos dos si no se la pasaban peleando se la pasaban amándose entre golpes y burlas. Aun así se fijó bien en Fernán, notando que bajo su gigante sudadera negra ya no había tantos bordes como antes, suponiendo que dio un estirón recientemente.

Mientras Marcel y Anniel eran esbeltos con altura envidiable, Fernán era pequeño a comparación y gordito entre esos dos. No tanto para preocuparse pero si lo suficiente estar rellenito y parecer un como peluche del cual abrazarse.

Eso hizo Anniel cuando llegó a su lado, sentarse, dejar su mochila sobre la mesa, y recargarse sobre Fernán que le dio un par de palmaditas sobre su cabeza con cariño, antes de que ambos cerraran los ojos.

— ¡Son el colmo! — vociferó una última vez el pelinegro, antes de dejarse caer sobre su silla y sacar la libreta que utilizaría para sacar notas ese día. Como todo un nerd.

Anniel se sintió un poquito feliz con esa paz, disfrutando de la canción que tarareaba Marcel mientras escribía más la calidez que desprendía el cuerpo de Fernán, dejándose llevar por aquella tranquilidad que adoraba en su existencia y que deseaba que perdurara por siempre.

Su vida no era aburrida del todo, tenía dos buenos amigos con los que siempre estaba y se llevaba bien con el resto de sus compañeros, incluso con los de otros salones; tres hermanos y uno en camino, su mamá todo corazón y otra madre a la que quería, mucho, pero de preferencia a kilómetros de distancia. Su padre ya no estaba presente, pero siempre era un gusto recordarlo. Típica vida estudiantil normal, y no tenía pegas contra ello.

Aunque había un pequeño vacío, lo sentía, y no tanto como desesperado o temerosos de tener un hueco en el pecho, pero si un poco solitario. Anniel no sabía que era aquello pero no temía, porque desde hace un par de noches tenía el presentimiento de que algo bueno iba a pasar ese año, que su estancia posiblemente aumentará su alegría y la de sus amigos, esperando de todo corazón que tapase aquellas ansias de su ser.

Un pequeño shock cruzó por su mente y después deslumbró de forma rápida un par de ojos hermosos, cuyo color no sabía definir muy bien. Abrió sus ojos sorprendido en un principio, pero al no detectar nada que incomodara su burbuja pacifica, con sus amigos a su lado, se tranquilizó al pensar que sólo eran los nervios del primer día.

Aunque esos ojos los había visto antes. Pero bah, mejor le restó importancia y se ocultó de forma táctica bajo el brazo de Fernán para más comodidad y su pequeño compañero ni siquiera se inmutó.

Notas finales:

Gracias por leer!


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