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Juliet's Dope por Higiri_

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No entendía porque tenía que involucrarse en estas cosas… Era su deber, claro está, pero la semilla de la duda llevaba  tiempo ya echando raíces en su mente. Koichi dudaba constantemente en el papel que debía cumplir en lo que él consideraba un juego de poderes sin sentido. Mas cualquier pensamiento de insumisión conducía a su familia, lo que habían sacrificado y en fin, todo lo que implicaba la alta posición social que ostentaban. No es que fuera egocéntrico ni materialista, solo que era el modo de vida que conocía, no se imaginaba de otra manera.

El criado terminó de arreglar el largo cabello rosa del joven para al final colocar el Kansashi, este constaba de volutas de plata rodeando delicadas flores de cerezo en seda y madreperla finamente adornando el accesorio. Al terminar, Koichi se levantó, el criado retirándose después de hacer una pequeña reverencia.

-Ryoga…- Dijo el pelirrosa deteniendo al chico antes de que cerrara la puerta corrediza.

-Sí, Koichi-sama?- Volteó agachando la cabeza ante el joven.

-Podrías traerme una taza de té verde de Ginseng? Calmará un poco mis nervios.-

-Sí, Koichi-sama- El chico sonrió levemente ante su amo, siendo correspondido con un gesto gentil por parte de este.

Al salir de la habitación, el sirviente no pudo evitar recordar el vínculo que poseía con su amo, se sentía afortunado, ya que la mayoría de los criados tan solo eran objetos para los grandes señores feudales y sus familias, y el hogar de la familia Yamane, no era la diferencia, excepto por él. Ryoga había llegado a la mansión hace casi una década y media, cuando apenas era un niño. Sirvió bien desde que llegó, haciendo todo lo que podía para seguir obteniendo un lugar donde dormir y dos platos de comida por día. Había sido vendido a la familia Yamane después de que sus padres, ambos prisioneros de guerra fuesen asesinados, y el niño, vendido como esclavo al mejor postor.

Unos meses después, le fue asignada la tarea de cuidar de los caprichos del segundo hijo de la familia, habiéndose este convertido en el consentido de la mansión tras partir su hermano mayor a la guerra. Al principio encontró al niño algo desesperante, ya que no paraba de ordenar cosas, comida, ropa y atenciones sin sentido, tales como peinarle por horas o entretenerle con algún juego o canto; pero al pasar los años, el joven Yamane desarrolló cierto apego hacia su sirviente, volviéndolo exclusivo para él, que solo atendiera sus órdenes, y a cambio, Ryoga ganó el favor de un amo benevolente, con algunos descansos, no tan severo como el resto de los dueños del lugar y sin castigos físicos, a menos de que así lo ordenara el señor feudal.

Ryoga vio a Koichi madurar con los años, ser más consciente de sus responsabilidades, y lo que conllevaba ser el que estaría a cargo de la familia cuando sus padres ya no estuviesen.

--

Koichi se quedó allí, sentado frente al espejo, solo viendo su reflejo. Se veía a sí mismo y no sabía que buscaba, si sentirse orgulloso, como le indicaba su padre, o confundido, como le indicaba su interior. Él siempre había sido una persona con gustos refinados, disfrutando de lo que su estilo de vida ofrecía y luciendo su estatus con estilos impecables y bien elaborados, pero ahora se observaba y por primera vez se sentía como un objeto.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de la puerta corrediza abriéndose. Creyendo que era Ryoga, volteó rápidamente, pero su gesto cambió al notar que era Meto, su hermano menor asomando la cabeza por entre el panel, apenas dejando ver un poco de su atuendo.

-Koichi…- Dijo con una voz entrecortada

-Sí, Meto?- Respondió volteando una vez más hacia su espejo, dejando ver su poco interés hacia lo que el menor tenía que decirle. El pequeño dirigió su mirada hacia el suelo, y ocultando un poco más su cabeza en el panel, continuó diciendo

-Nuestro padre dijo… que debes presentarte en el jardín principal… que el general Takefuchi esta… llegando…

-Está llegando?- Koichi sintió un nudo en la garganta al escuchar ese nombre.

Se puso de pie de inmediato, peinó su cabello rápidamente un par de veces más, dio una última revisión a su maquillaje y acomodó su Kansashi de manera que las flores resaltaran un poco más.

Antes de salir de la habitación, respiró profundamente para que los nervios no tomaran lo mejor de sí en el momento menos indicado. Se puso de pie y camino en dirección al jardín. Meto lo siguió de cerca, cabizbajo y con las manos juntas en su pecho.

Los pasillos de la mansión se hacían infinitos, mientras que los hermanos los recorrían, el mayor inmerso en su mente, en lo que sabía que vendría, en lo inevitable, y que justo en ese momento se dirigía a algo que no estaba seguro de desear.

Al llegar al jardín, la brisa de la llegada del otoño hacía que el ambiente tomara un aura sublime, ya que arrastraba consigo las doradas hojas que desprendían los árboles próximos a cubrirse de nieve en unos meses; y en conjunto con el sol de mediodía, auguraban un paisaje prometedor.

La familia Yamane estaba reunida en el hermoso lugar, expectante del invitado que en cualquier momento aparecería. Koichi junto a su hermano menor, y a la derecha de este, Yuichiro y Misano, el padre y madre respectivamente del pelirrosa.

Al pasar un par de minutos, llegó el momento de la verdad, al ver unas figuras acercándose desde los confines del camino, acercándose poco a poco a la mansión, y cuando estuvieron lo suficientemente cerca, al fin se distinguía bien los detalles de las siluetas. Los hombres se acercaban a caballo.

El grupo constaba de cuatro figuras, una más adelante e imponente que las otras, mientras que el resto le seguían. No tardaron mucho en arribar al camino principal de la mansión.

Yuichiro y Misano fueron los primeros en salir a recibir a los invitados, mientras que los hermanos le siguieron, Koichi más atrás, intentando inútilmente retrasar lo inevitable.

Los caballos azabache parecían que al igual que los uniformes de los soldados fuesen hechos de manera exacta para estos, sus patas, fuertes para recorrer largos trayectos y resistir duras batallas. Sus lomos eran adornados con sillas de cuero y hierro, la indumentaria haciendo juego con el forje de las armaduras de sus amos.

Al bajar de las monturas, los cuatro hombres aún tenían puestos sus cascos, no dejando ver nada de su rostro. Esto a Koichi le pareció en especial extraño, ya que en este lugar no servirían en ningún combate, además de haber sido un camino largo desde su campamento hasta la mansión, y el caso no se veía en teoría cómodo, pero de cualquier forma, Koichi nunca entendió la milicia, ni nada relacionado con esta práctica.

Uno de los hombres, dio un paso al frente, haciendo una pequeña reverencia hacia el señor feudal. En señal de respeto mutuo hacia el oficial de alto rango, Yuichiro correspondió el gesto. Ninguno de los miembros de la familia, además del padre al parecer, podía reconocer a nadie, ni su rango, ni su división, ni siquiera ver sus caras. El hombre tomó el casco entre sus manos, retirándolo de su cabeza, y dejando ver su rostro.

Koichi no pudo evitar fijar la mirada. El soldado poseía un rostro agraciado pero de rasgos fuertes y bien marcados, profundos ojos eran azules, tal vez demasiado claros, casi acercándose al blanco y piel blanca. Su cabello aunque desordenado, mantenía un estilo propio, con mechones hacia los lados y algunos en sus puntas con unos tenues reflejos dorados, de los cuales desconocía la causa de esa tonalidad. Uno de los más grandes caía sobre su ojo derecho, no dejando ver este por completo. De cierta forma no lo esperaba. Al hablar de un general, con experiencias de batallas incontables sobre sus hombros, venía a su mente una imagen totalmente diferente. Con un obvio juicio prematuro imaginó a un hombre de rostro tosco, entrado en años, ojos sin vida y un aura que indicaba haber vivido mejores días.

Sonrió con un gesto al señor feudal, mientras que este procedió a dar un paso a un lado, poniendo a su familia frente al oficial.

-General, es un honor presentarle a mi esposa, Misano, y mis dos hijos.

Al ser pronunciados sus nombres, los mencionados hicieron una pequeña reverencia.

El general simplemente centró su mirada en el mayor de los herederos, el pelirrosa. Y como no, era difícil no hacerlo, las criadas y Ryoga habían hecho un excelente trabajo en su cabello, accesorios y maquillaje, que junto con la elección personal de prendas de Koichi hacían que fuese el foco de todas las atenciones. Su largo cabello rosa permanecía atado y adornado con el Kansashi, dejando escapar uno que otro mechón, pero que en lugar de verse fuera de su lugar, enmarcaban sus facciones. Vestía un kimono de tonos fuertes en colores cálidos, combinando rojos carmesí con bordados amarillos y naranjas, que asemejaban las luces de un amanecer. En contraste, el Obi y demás prendas a juego en el traje constaban de negros y algunos grises, pero estos colores, más allá de restarle gracia, enfocaban la vista a los colores que primaban en el atuendo.

-General- Mencionó el señor feudal poniéndose de pie junto al invitado principal- Permítame presentarle a mi hijo mayor.- El padre miró fijamente a Koichi, indicándole con un leve movimiento de la cabeza que diera un paso al frente. Este obedeció.

Con una sonrisa cortés, pero una mirada que Koichi no pudo descifrar, el general se puso al frente y reverenciando dijo

-Yamane Koichi, es un honor conocerle- Y tomando su mano, acercó su boca y besó el dorso de esta.- Mi nombre es Tsuzuku Takefuchi.

--//--

La oscuridad de la noche era acallada por los incesantes faroles de la ciudad. El comercio y el bullicio propio de transitar entre uno de los barrios destinados a servir de escondrijo a quienes en sociedad negaban sus placeres, eran los agentes encargados de hacer que el sepulcral silencio de la temprana llegada del atardecer agonizara paulatinamente, sin embargo, las horas trajeron consigo una lluvia que de cierta forma regresó un poco de la calma perteneciente a la noche.

En una de las concurridas calles un hombre y una mujer caminaban. La chica sujetaba una Wagasa que apenas cubría de las gotas a su cabeza y su torso, dejando su elegante kimono expuesto al clima. A su lado, el hombre vestía de una manera mucho menos ostentosa, indicando que sus clases sociales marcadamente diferían.

Caminaba con las manos colgando a los lados, dejando que la lluvia le cubriese. 

-¿Simplemente insisto Shiki-san, no debería haber un método que nos expusiese menos?- Preguntó la mujer en un tono forzoso.

-Señorita Narumi, usted mejor que nadie tiene conocimiento de mis métodos, y aun así decidió cerrar nuestro acuerdo.

-Concuerdo con usted en la medida de que he dado mi palabra, pero es imposible para mi estar ciento por ciento segura. Cuido mis intereses.

-Y por ese mismo estamento es que le garantizo que no hay por qué alarmarse. Mis clientes podrán asegurarle que de todo su capital invertido, ni un solo yen se ha perdido.

-Con todo respeto Shiki, no deseo entablar conversación alguna con el personal objeto de sus negocios.

-Doy por entendido esto Señorita, una mujer de alcurnia como usted, no debe ser siquiera vista con alguien de mi… posición.- Replicó Shiki en tono burlesco, quitándose el sombrero y haciendo una pequeña reverencia ante su compañera.

La mujer no hizo esfuerzo en ocultar su desagrado, esbozando un gesto. Continuó diciendo,

-Solo confiaré en que mi inversión estará segura en sus manos Shiki. Sino la retribución para usted y su negocio no estará ni cerca de acercarse a lo que acordamos.- Al terminar esto, la mujer volteó, dejando al negociante, allí, de pie en la mitad de la concurrida calle.

El hombre, caminó hasta entrar a uno de los puestos del lugar, donde tras sentarse en la banda de madera en la recepción, de inmediato se acercó una chica con un kimono sucio, vistiéndolo sin Obi, la prenda apenas sujetándose en su lugar. Exhibiendo sus piernas hasta los muslos y con un escote pronunciado acarició el rostro del hombre y pregunto sin más cuantos yenes le ofrecía por acostarse con él una hora o dos. Aunque debía admitir que la oferta era tentadora, no estaba aquí para aliviar tensiones, sino en su lugar, crearse un par más, con obvias remuneraciones, claro está.

Antes de que cediera a la chica, vio con el rabillo del ojo un joven acercándose a toda prisa, corriendo entre la multitud en su dirección. Con esfuerzo despegó los ojos del pecho de la mujer y salió del puesto, yendo con el chico, que apenas podía transmitir su mensaje por la falta de aire producto de correr.

-Entonces…- Animó Shiki, ansioso de saber los datos de su informante- ¿Están ya todas las piezas en posición?

-Si… Shiki-sama…-

-Quiero detalles, necesito saber las condiciones-

-El general llegó hace unas horas a la mansión. No le acompañan muchos hombres, solo algunos de confianza.-

-Ya podemos tomar lo que nos pertenece?

-No aún señor. El acuerdo se llevará a cabo en un par de semanas.

-Un par de… maldición. Es demasiado tiempo. De cualquier forma…- dijo con resignación- Tendremos que esperar entonces.-

-Si señor.-

El mayor sacó un Kiseru de uno de los pliegues de su traje, y tras encenderlo, soltó una bocanada de humo.

-Te juro que cuando todo esté listo. Haré que el bastardo de Takefuchi  sufra un dolor indescriptible, y cuando pueda matarle, me sentaré en el trono del señor feudal y entregaré al hijo mayor de los Yamane como esclavo de todos mis hombres, quiero que le violen hasta matarle. Talvez también me divierta un poco con la pequeña zorra, el hijo menor. Entre más pronto termine con esto, más satisfecho estaré.


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