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Sinpalabras;Sinsentidos. por Baozi173

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Desde que Yixing fue joven vivió en Seúl, el centro del movimiento y actividad de Corea. Un extranjero que se asentó junto a su familia en la pequeña ciudad. Seúl era todo lo que conocía, había vivido ahí desde que tuvo memoria. Recordaba sobre todo los fines de semana comiendo en puestos callejeros a mitad de noche con su madre, como ella bebía pequeños tragos de soju cuando él aun tomaba de sus cajas de jugo. La tomaba de la mano para sentirse seguro por las obscuras calles. Llegaba a casa a ver a su padre, bebiendo un humeante café y leyendo el periódico del día. Él le preguntaba que había hecho, Yixing emocionado enumeraba las calles con sus nombres antes de dormir y esperar los siguientes siete días para que su madre volviera a sacarlo a dar vueltas por la capital y recobrar el sentido de la hermosa ciudad que de noche resplandecía.

Claro, eso fue hace años, Yixing ya no tenía seis años y no tomaba cajas de jugo. Cumpliendo los diecinueve años estaba mirando la tablilla de resultados para la Universidad Nacional de Seúl junto a varias decenas de personas más. La emoción y ansiedad se sentía a cada paso que daba para acercarse a los resultados. Y su nombre no estaba ahí, ni en ese, ni en el examen de admisión del siguiente año. Todo se fue en picada, los planes, los regalos y las felicitaciones. Yixing había perdido el norte, junto con su billetera para poder volver a casa en autobús.

Actualmente podía considerarse el escritor frustrado de la oficina. Y no hablo de que en realidad trabaje en una oficina, no trabajaba en con todo el sentido de la palabra. De hecho su vida no tenía rumbo en esos momentos. Escribir a oscuras y admirar las hojas en blanco era lo que llenaba sus días y los convertía en un revoltijo de mayúsculas, teclas, signos y un poco de yogurt de uva para variar.

 Él era muy arisco, o eso es lo que sus vecinos creían. Esa mirada despectiva que tomaba a los demás por sorpresa hacía que el resto diera un paso atrás. Pero la verdad es que Yixing solo estaba cansado, a veces no dormía bien por su insomnio y los ladridos de los perros desde la calle. Le aburría hablar con el resto del mundo, esos que solo representan un pedazo insignificante y poco trascendental en sus días. Yixing prefería muchas otras cosas. A los animales en la calles les pasa de frente, no era necesario frotarles la cabeza, así como tampoco saludar a la señora que servía café en la carretilla frente a su departamento.

A sus veintisiete años Yixing se dio al abandono; dejó de ejercer su trabajo como profesor de literatura salido de una universidad mediocre costeada por sus padres y vivía únicamente del pago mensual que una editorial le daba por corregir los artículos antes de ser publicados al día siguiente en periódicos y revistas.

Ahí, escondido en su departamento en Seúl, podíamos encontrar a Zhang Yixing, un hongo por naturaleza y amargado por elección.

—¡Apaguen ese puto estéreo de mierda de una maldita vez! —gritó el chino mientras bajaba las escaleras del edificio enojado y con la corbata mal puesta.

Estaba de mal humor desde que la mañana hubo iniciado, era lunes, y ya era de noche en realidad. Tenía que entregar su trabajo, los artículos editados y terminados; pero claro, el Internet se había caído como por arte de magia para molestarlo.

Yixing salió apurado del edificio, ignorando los gritos que se armaban por su comentario. La calle estaba fría, como el invierno había anunciado. Los buses iban llenos, el despertar de Seúl era cuando el sol se avecinaba por el horizonte, pero claro, Yixing ignoraba todo eso y a las ocho y media de la noche emprendía una carrera para entregar su trabajo. La gente acumulada en cada rincón lo estresaba. El ceño fruncido lo hacía ver mayor, al menos un poco, y buscando entre las esquinas se apresuró a ver como los carros se detenían. Empujando a algunas personas en el proceso, corrió por la calle. La editorial estaba cerca, pero las vueltas que tenía que dar con sus cortas piernas eran inmensas.

Estaba sudado cuando por fin divisó la entrada de puertas giratorias. Entró aprisa mostrando el carnet de empleado al hombre de la recepción con los pulmones reventando y las pantorrillas con un hormigueo indescriptible. Había llegado en tiempo record, siente minutos para ser exacto. El elevador no fue un sueño hecho realidad, la gente que salía de su trabajo estaba riendo y haciendo planes para el resto de la noche. Fastidió más el humor del extranjero que buscó ocultarse entre el tumulto y ser ignorado hasta que toda esa gente vaciara por completo el elevador. Estaba solo mientras los números que marcaban los pisos que se recorrían cambiaban; aflojó un poco la corbata que por sí sola se resbalaba de su cuello.

El «Ting» electrónico le indicó que había llegado a la planta correcta. Las puertas que se abrían automáticamente le mostraron un piso entero de gente en camisas blancas corriendo de un lado a otro con la intención de irse rápido a casa. Yixing pasó por en medio de ellas, buscando a su jefe con la mirada. No lo encontró, se apoyó en una de las paredes para esperar que apareciera y su respiración se regulara. Cerró los ojos, buscando el olor a tinta recién usada y hojas que apenas salían de su empaque, lo único que lo hacía sonreír cuando lograban que saliera de su casa para ir a la editorial.

—¿Nuevo por aquí, lindo? —una voz ronca interrumpió su ilusión, reventó la burbuja y lo haciéndolo abrir los ojos.

No, Yixing no era nuevo, tampoco el muchacho de los jeans que estaba ahora junto a él, pero ninguno de los dos lo sabía. El más alto deformó el rostro antes el disque cumplido, bufando y continuando su proceso de calmar la respiración. Ignoró al chico castaño, de ojos bonitos y sonrisa perfecta por completo. Agitó su mano frente a su cara, luego el folder y con su mano sobrante revisó que el pendrive siguiera en su bolsillo.

—Hey, ¿no vas a responder?

Arrugó la boca, mostrando los dientes. El muchacho era solo un poco más pequeño que él, pero Yixing se sentía insultado solo con que pareciera más alto puesto que su postura era casi siempre encorvada. Irguió el cuerpo y buscó nuevamente con la mirada a YiFan entre las pocas personas.

—Te pondré de humor, bebé —le dijo coqueto el muchacho, provocando un sonrojo en las mejillas del chino; eso y que este lo golpeara con furia en la canilla. Los papeles salieron volando, e ignorando la falta de educación de Yixing, los otros pasantes se centraron en el chico que caía adolorido

—Cada que vienes golpeas a alguien. —le dijeron mientras caminaba escondiéndose del tumulto.

Era YiFan quien le quitaba el folder de las manos y con los lentes puestos revisaba por encima las correcciones bien hechas de su editor estrella. Y sí, es que Yixing era uno de los mejores en el rango, y su jefe por encima de los demás le había tomado cariño al sentirse en confianza cuando notó su nacionalidad en la ficha de recomendación de la universidad cuando él llegó a pedir empleo. No era para nada falso lo que señalaban sus notas, era bueno en lo que hacía, aún era un misterio para YiFan la razón por la que había abandonado la educación, pero para mantenerlo bajo su brazo, permitía todo los berrinches de su trabajador. Quería una laptop, concedido, quería despedir a alguien, concedido, quería cambiar de autor, concedido, quería dejar de asistir a la oficina y trabajar desde casa, ¡Concedido!

—No es mi culpa que cada que vengo tengan a un nuevo patán sirviendo el café.

—De hecho, Junmyeon saca copias. —Se rió el más alto para agitarle el cabello— Lo terminaré de revisar en mi oficina, ya puedes irte y, Yixing… no ataques a nadie en el ascensor, por favor.

Asintió a la petición, y aunque no aseguraba nada, dio la vuelta sobre sus talones. En los pocos minutos que se había distraído, el tumulto se hubo disipado. Suspiró por el alivio de no tener que pedir disculpas a nadie. Volvió al ascensor, esperó a que este se abriera y entró cansado, recostando su peso en las paredes. Miró con los ojos caídos como las puertas se cerraban.

Se despidió cordialmente del vigilante, sintiendo nuevamente el golpe del viento contra su cuerpo, eso y un dedo que lo hincaba del lado derecho del cuerpo.

—Hola, lindo. —lo saludó el chico sonriente, el chico a quien Yixing había golpeado unos minutos antes y aunque lo disimulara, su pierna dolía tanto como para caminar cojeando.

—No me llamo lindo, idiota. —respondió al instante mientras avanzaba en dirección opuesta al muchacho, sin éxito, él otro le seguía el paso.

—Yo tampoco me llamo idiota. ¡Hey! Tengo una maravillosa idea, yo te digo mi nombre y tú me dices el tuyo, así dejamos las confusiones de lado. —dijo extendiendo la mano derecha, obstruyéndole el camino al chico. Yixing lo miró dudoso, recibiendo el gesto, serio como siempre.

—Soy Kim Junmyeon, saco copias desde el jueves pasado.

—Zhang Yixing, editor desde hace tres años.

Junmyeon pudo haber sentido un poco de vergüenza, pero solo siguió sonriendo y apretó su mano con alegría. Ese fue el principio de nuestro pequeño relato. Junmyeon lo siguió a casa, riendo él solo e intentando que Yixing hiciera lo mismo. No lo logró.

Y antes que iniciar una tediosa narración de cada instante prefiero contarles lo que pasó luego con pequeños saltos de tiempo. Insospechado, pero no fue la última vez que se vieron. La red en el departamento de Yixing no dejó de caerse, y como el deber mandaba, iba apurado por las noches a la editorial a buscar a su jefe, pidiendo disculpas y golpeando a los encargados de limpieza por intentar tocarle el trasero. Yixing no cambiaba, Junmyeon tampoco, y con todo descaro se permitía saludar al editor como si lo conociera de toda la vida. Una que otra vez le robaba un abrazo para más tarde igualmente acompañarlo a casa.

Era un secreto no tan secreto que Junmyeon tenía un interés bastante marcado por Yixing, aunque este se negara anotarlo cuando YiFan señalaba que el chico de las copias lo miraba de lejos. A  menudo cuando Yixing iba al edificio Junmyeon hacía un desastre, atoraba la fotocopiadora y dejaba caer muchos documentos mientras se distraía mirando al lindo extranjero. Claro, Yixing nunca se enteró.

Pero el mayor no quería seguir siendo la sombra de un posible interés futuro, buscó colarse en el departamento de Yixing un sábado por la noche con un par de botellas de soju en la mano. Este casi le cierra la puerta en la cara. Estaba enojado, ya tenía el pijama puesto y los patrones de peras en la tela estaban listas para un maratón de «Sex on the City». Eso hasta que Junmyeon irrumpió su privacidad y decidió que debían tener una noche de colegas.

Era extraño, Junmyeon entraba a su vida sin importar qué, Yixing no podía retenerlo más. Empezó a recibirlo en su casa los domingos para desayunar y como si fuera completamente normal se estaba acostumbrando a que sin previo aviso fuera a verlo después del trabajo.

—¿Por qué me sigues si yo siempre te trato mal? —se atrevió a preguntar una vez que Junmyeon lo había sacado a pasear, y por arte de magia, el destino o del universo, habían terminado en una de las pequeñas carpas callejeras donde servían deliciosa sopa casera.

Se sentía nostálgico y vulnerable. Torcía su sonrisa cuando veía que su acompañante tomaba otro trago de soju. Él no respondió, solo sonrió ante la pregunta e intentó tomarle la mano por debajo de la mesa. El contrario se estremeció y la alejó de inmediato, abrazando el plato humeante de sopa que tenía frente. Aunque claro, la noche se iba acabando y siendo domingo Junmyeon tenía que ir al día siguiente a sacar bellas y maravillosas copias.

—Voy a saltar dentro de esos ojos —susurró Junmyeon de regreso por la calle oscura. Detuvo el andar de Yixing tomándolo del brazo, colocando una mano sobre el pecho ajeno mirándole de frente, sonriendo tranquilo al ver como por primera vez desde que lo conocía su rostro era tímido— Tu corazón late al instante, ¿ves?

Las mejillas del menor se colorearon con violencia, el tenerlo tan cerca era extraño, como una explosión de granadas japonesas dentro de su estómago.

—¡Quítate de encima, estúpido igualado!

Junmyeon  se permitió reír en voz alta, continuando con su camino y tomando la mano ajena a la fuerza hasta que se hubo rendido y caminado con él hasta la puerta de su casa.

La jugada le costó una semana a Junmyeon, siete largos días en los que Yixing no le abrió la puerta después del trabajo ni los domingo para tomar yogurt de uva en el desayuno. Hasta el siguiente domingo el menor se dignó a soltar el cerrojo y dejar entrar a Junmyeon a casa. Estaba con las mejillas rojas y su pijama esta vez eran gatos por todos lados. El mayor sonrió y lo abrazó tranquilo porque por fin que podía verlo.

Relajó el cuerpo sintiendo el olor a canela de su piel y besó su hombro sin importar que lo vetara un mes por eso. Había sido una agonizante semana sin su amigo, aburridas mañanas, cena de viernes sin soju y desayuno de domingo sin yogurt.

Yixing también lo había pasado mal, aunque no se lo dijo.

Con una palmadita se lo comunicó de forma silenciosa. Ellos se volvieron el aire del otro, aunque no lo notaban. Y no eran nada para entonces, se buscaban con la mirada y recordaban en el aire. Yixing era estúpido al no notar que el otro estaba enamorado de él, pero Junmyeon era igual de imbécil al no ver lo mismo en el contrario. El amor silencioso que entre ellos nacía a base de paquetes de hojas en blanco como regalo y cenas en algún puesto callejero de Seúl.

—Dame cuerda, Yixing. —pidió un día acercando a su cuerpo y extendiendo sus dedos hacia el menor.

El mencionado no entendió que quiso decir con eso, quizás ni Junmyeon sabía a qué se refería. Pero Yixing se rió, tomó los dedos del contrario y haló de ellos hacia su torso. El mayo empezó a dar vueltas sobre su eje, imitando luego a un juguete mecánico con su forma de caminar, moviendo la cabeza rígida hasta terminar de acercarse a su menor. Sin que se diera cuenta, soltó su cuerpo, dejando de jugar y chocando su nariz con la de Yixing, sonriente.

—No hay nadie más que pueda amarte de esta manera. —le dijo bajito para dar vueltas sobre sus talones y seguir caminando.

Yixing no lo siguió, echó a correr. Hacia su departamento eran tal vez catorce cuadras desde ahí, con al menos cinco curvas, pero aun así corrió tan rápido como las piernas le dieron, asustado.

Se encerró en su casa por los siguientes cuatro días, con la puerta sonando y los vecinos quejándose por el ruido. No abrió hasta el lunes a la noche cuando Junmyeon se encontraba dormido junto al umbral.

El menor nunca había recibido esas palabras en la vida, con tanta inocencia, tampoco lo había dicho jamás. Era nuevo, y lo nuevo lo aterraba. Había abandonado tanto por no querer cambiar, su trabajo como profesor era tedioso pero sus colegas interesantes. Huyó cuando percibió el mínimo sentimiento encontrado hacia uno de ellos, pasó de editorial en editorial hasta sentirse cómodo y sin el extraño interés sobre él de sus pares. Yixing era cobarde.

Pero Junmyeon estaba dispuesto a ser valiente por ambos.

El tema no se volvió a mencionar. Las cosas fluyeron, sus manos se juntaron por debajo de la mesa por voluntad propia de parte de ambos. Junmyeon se quedaba a dormir los fines de semana y ahora Yixing compartía sus pijamas con él. La relación silenciosa, sabían qué pasaba aunque no lo decían en voz alta, por si Yixing se volvía a encerrar en su casa por el próximo mes. Junmyeon tenía cuidado, lo abrazaba como si se fuese a romper y besaba sus mejillas con la emoción del primer día que le tomó la mano.

—La diferencia entre la realidad y la fantasía es el final, Junmyeon. —mencionó el menor en una ocasión.

—Interpretaré eso a mi manera. —sentenció con seguridad.

Junmyeon tomó las mejillas del menor, estrujando su hoyuelo contra los dedos y besó sus labios con tal fuerza que le quitó el aire. Yixing arrugaba el rostro, abriendo los ojos sin querer y admirando al chico con la expresión relajada. Esa ocasión no corrió. Con los brazos temblorosos rodeó al contrario, atrayendo su cuerpo hacia él, separándose al cabo de unos segundos por falta de aire. Vaya, a Yixing le hacía falta práctica.

«Sí, sí quiero.» murmuró hundiendo su rostro en el cuello ajeno.

Como una pareja recién formada tuvieron su inicio de cuento de hadas, discutían de vez en cuando como cualquiera. Junmyeon reía y Yixing sonreía. Las puertas del departamento del menor siempre estuvieron abiertas a partir de ahí, e igual que las invitaciones del mayor al suyo iniciaron. Ahora Yixing iba al trabajo con más entusiasmo, buscaba a su pareja con la mirada e intentaba controlar el sonrojo que adornaba sus mejillas. YiFan se reía muy seguido de ellos, sorprendido por lo que estaba pasando. No era un secreto, los rumores se habían expandido por el edificio y hasta los hombres de limpieza habían dejado de buscar rosar el cuerpo de Yixing con las escobas por miedo a su novio.

Era todo como debió ser hace tanto, claro, si Yixing no se hubiera escondido en su departamento tanto tiempo y Junmyeon hubiera sido un poco menos desvergonzado en ciertos aspectos. Pero se toleraban, y como si siguieran siendo amigos, se llevaban bien.

Como si Yixing fuera principiante, sus manos temblaban cuando lo abrazaba y abría los ojos a menudo cuando lo besaba. Junmyeon era más romántico de lo que él esperaba, pegajoso a veces, pero él lo soportaba, porque con nadie más se hubo sentido tan bien.

«Los hijos se van, la economía mejora, los problemas se resuelven; al final lo único que te queda es el gruñón de tu esposo, cuídalo mucho, Yixing.» Le dijo su madre en mandarín con una sonrisa agria cuando su padre murió. El día que Yixing tuvo que ponerse un traje, la noche que lloró por horas en silencio junto al sillón que él solía ocupar en vida. Él nunca puso en práctica nada de eso, pero ya era hora de intentarlo, su momento había llegado.

—Yixing-ssi, revisa si el formulario de curriculum está en mi correo, lo he guardado como borrador, creo. —le dijo Junmyeon sirviéndose una taza de café una tarde en su departamento.

Sentado en el piso el mencionado haló la laptop con el correo abierto, buscando entre la bandeja. Junmyeon había estado buscando empleo en su rango, desde hacía algunas semanas. Aunque nada había aparecido aún estaba contento y esperaba con paciencia que algo pudiese aparecer.

Entre los mensajes en borrador y los recién llegados, uno en especial saltó a la vista. Lo abrió sin pensarlo dos veces. Como nunca se sintió curioso y falto de modales como para preguntar. Una editorial en Beijing estaba convocando a Junmyeon, lo había aceptado para un cargo de editor con inmediata incorporación al equipo.

La sonrisa se le avinagró, torciendo la boca e inclinando la cabeza de lado al sentir como un hincón en la punta de su estómago se hacía presente. Muchas cosas pasaron por su cabeza a la vez, pero sobre todo la idea de ver a Junmyeon partir le rompió algo dentro.

—Necesitarás buscar a alguien con quien salir en China, ¿no? —dijo el menor, serio.

—Si se trata de alguien que no seas tú, entonces no gracias. —rio sentándose a su lado.

—No estoy bromeando. —anunció volteando la pantalla hacia él.

Los ojos de Junmyeon se abrieron mucho, dejó su taza de café de un lado. Yixing se estaba levantando, él hacía lo mismo para detener su camino hacia la puerta.

—Yixing, espera, no te vayas, por favor. —Suplicó— No te dije porque ni siquiera consideré tomar ese trabajo. Mandé una solicitud mucho tiempo atrás, antes de conocerte.

Y Yixing quería creer que lo decía enserio, su pecho se hacía más estrecho. Pero no podía ser egoísta, no con Junmyeon. A pesar del fuerte agarre en su brazo avanzó hacia la entrada, poniendo la mano sobre el picaporte.

—Pediste ese trabajo porque querías ir, —le dijo sin mirarlo, no quería que viera como sus ojos se tornaban cristalinos— Me vas a odiar si no vas;

—¡Mi vida está en Seúl, junto contigo! —exclamó despertado el mayor.

El otro no deseaba decir nada. —Considera esta relación por terminada, Junmyeon.

Y Yixing salió. Junmyeon no lo siguió, lloró todo el camino de regreso. Caminó un rato hasta que el invierno hizo de las suyas y soltó la lluvia sobre su cuerpo, como había hecho toda la semana. El clima cada vez más helado le entumecía las piernas.

Fueron dos días lo que pasaron lento y tortuosos. Yixing no abandonó su cama, se puso el pijama y de ahí no salió. Junmyeon tampoco se apareció, la puerta no sonaba y él daba ahora todo por sentado. No había peleado con los vecinos desde aquella noche, tampoco abierto el computador ni guardado la ropa que había colgado recién lavada la semana pasada en su ventana.

La noche del viernes llegó con luna llena y la lluvia que parecía interminable.

El refrigerador estaba vacío, siquiera yogurt había. Nada, solo hojas en blanco sobre el escritorio. Yixing estaba recostado en el suelo, mirando el techo y la gotera que hacía caer agua sobre el balde que había colocado hace menos de una hora.

—¡Yixing! —se escuchó por la ventana.

Sus pensamientos se congelaron, deteniendo las manos que viajaban con la toalla sobre su cabeza. Quería seguir llorando, que sus ojos que ardían terminaran de volverse rojos por al menos esa noche.

—¡Yixing!

Esperaba que él se cansara, que la garganta se le partiera llamándole hasta dejarle en paz. Haciéndose a sí mismo un favor, Yixing estaba seguro que si hace un par de años le hubiera llegado una oportunidad parecida hubiera viajado lejos, tanto como le fuera posible. Hubiera abandonado a Junmyeon.

—¡Yixing yo te amo!

O tal vez no.

Salió corriendo, dejó el paño de un lado de su cama, saliendo al pasillo y bajando con apuro por la escalera, no importaba si estaba en pantuflas, ni que su pijama fuera de manatíes gordos y pequeños. Necesitaba agotar por completo la esperanza que se acumulaba en su pecho; junto a un quizás.

En la puerta del edificio lo vio, parado bajo la lluvia sin paraguas y con la misma ropa de hace unos días, cuando lo había dejado. No había pensado que decirle ni cómo actuar. Junmyeon por su lado hubo calculado cada segundo para poder tenerlo de vuelta en sus brazos.

—Me aburre la gente perfecta, no soy y no pretendía serlo hasta que te conocí, —anunció con los ojos empañados y la ropa cada vez más húmeda— No soy el concepto mundial de perfección y tú tampoco, pero nadie más lo ve como yo. Otros me dirán que eres malo, odioso, reservado y hasta roto. Y lo peor es que tienen razón —se rió agitando los hombros— No hay nadie más insoportable que tú… y eso me encanta.

Estaba sonriendo con las lágrimas por salir, una sonrisa agria por la agonía de su pobre corazón. —Tengo millones de razones para dejarte ir, Junmyeon. —habló fuerte para ser escuchado tras la cortina de gotas de agua que caían con más violencia.

—Y lo más valiente que puedes hacer es volver a amarme por la mañana, cuando solo quede yogurt de vainilla.

Dejar que siga solo bajo las gotas de lluvia que pintaban su suéter era egoísta. Yixing quería dejar de serlo, empezar a sonreír cuando las películas no tenían final feliz, la red se caía, perdía el autobús y lluvias como esa arruinaba la ropa que ponía a secar.

Echó a correr en dirección a Junmyeon, saltando sobre su cuerpo y abrazando con fuerza su torso. Estaba más dañado de lo que creía y por nada. ¿Qué si algo no le había salido bien cuando joven? Ahora tenía un buen empleo, un departamento decente y al chico de las copias.

—Estaba soñando con algún día darme la vuelta con faltas intenciones de retorno y que alguien que corriera hacia mí para pedirme que no me vaya. —le murmuró al oído con la voz cortada, aferrándose a su cuello.

Él aún temblaba cuando con un dedo levantaba su rostro y le plantaba un beso, temblaba mientras Junmyeon hacía florecer con discreción un constante deseo de mirarlo. Se encargaba de arrancar sus pétalos, aunque le doliera, quería adornar a Yixing poco a poco. Que sus sonrisas agrias se desvanecieran entre polen y dulce oxígeno. Borrar las penas del menor era la misión de Junmyeon, cubrir el pasado con caricias. Quería besarlo bajo millones de estrellas y que su ropa oliera a su perfume, que el aroma permaneciera en su camisa hasta antes de dormir. Si estaba lejos quería asegurarse de no perderle el rastro y encontrar la melodía de su voz en cada canción de la radio. Como la tecla que le faltaba al piano.

Kim Junmyeon, el chico de las copias, tenía el toque de oro.


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