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49 Theurgy Chains por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Buenas,  Kaiku-kun de vuelta a la acción en el último fic en una temporadita (creo XD nunca se sabe cuando puede aterrizar una nueva idea) en el que, como siempre, me ha salido venazo fantástico. Tenía que ser un one-shot de unas 15-30 páginas de largo y así tenerlo listo en pocos días, pero mi mente me jugó malas pasadas y al final han llegado a ser 65 páginas XDD y como 65 páginas no caben en un one-shot (lo he probado, no me deja publicar XD) pues lo he dividido en seis partes, así no morís del susto, pobrecillos/as XD

El título viene de una canción de la banda Chthonic (de Taiwan), que habla de fantasmas malvados y cosas así, y me pareció guay. De hecho, escuché la canción y lo primero que vi en mi mente fue a Kirino yandere, así que... Puede considerarse que la canción 49 Theurgy Chains es la culpable de la existencia de este fic.

Notas del capitulo:

Este primer capítulo ha sido redactado con las siguientes canciones de inspiración, de fondo:

Chthonic - 49 Theurgy Chains (en general)

Jeremy Zuckerman - The Legend of Korra (primera escena)

Persefone - Japanese Poem (Segunda escena)

Las escenas estan separadas por asteriscos a este modo: *  *  *

Capítulo 1: Excesos


Encerrado de por vida con su peor enemigo. Sin apenas posibilidad de salir del templo, sin conocer a nadie más, sin aprender de la vida real. Solamente cuando sus fuerzas espirituales se vieran mermadas de alguna forma, otro pobre desgraciado ocuparía su sitio y podría salir al mundo. Pero eso no iba suceder hasta dentro de mucho tiempo. Su energía era demasiado (involuntariamente) firme. Iba a estar allí durante mucho tiempo.

Excepto… Excepto si su peor enemigo lograba escapar.

Ese peor enemigo era Kirino Ranmaru, un humano antiguo que desentrañó secretos divinos para hacerse más poderoso ante sus enemigos. Pero los secretos divinos discriminan mucho entre especies y metamorfosearon en contacto con ese humano. La naturaleza impura, vana, orgullosa y deseosa de poder de Kirino corrompió la fuerza divina que había conseguido liberar. Esa fuerza se infiltró en la mente del pobre humano y poco a poco se tornó una energía oscura que hizo de Kirino una persona despiadada, muy peligrosa y con ningún sentimiento positivo contra el que hacer frente al mal que se apoderaba de su cuerpo.

La muerte, la depravación, la destrucción, la guerra, eso era el pan de cada día en un Japón sumido en las tinieblas por culpa de la energía oscura que Kirino se esforzaba en dejar patente en cada rincón del país.

Pero, un día, de las montañas del centro del país bajó un monje con la cara tapada por un sello mágico. Iba envuelto en sellos de papel, invocaciones a los dioses esperando ser rellenadas, las teúrgias divinas. El monje hizo frente a Kirino, que llevaba sus ejércitos de depravación a sus espaldas. En combate singular, la energía destructiva de Kirino chocó con las numerosas teúrgias que el monje conseguía invocar en implantar en el cuerpo de su enemigo. Con cada teúrgia, una enorme cadena surgía de bajo tierra y sujetaba de una forma distinta a Kirino. Después de que el descontrol de Kirino devastara todo el campo de batalla, destruyera su propio ejército e hiriera de gravedad al monje, el último sello que le quedaba a éste era el que le mantenía con vida y le tapaba la cara. Se lo lanzó a Kirino, impactó en su corazón y en esa cuadragésimo novena teúrgia, Kirino perdió su forma humana, quedando su alma enterrada entre montones de cadenas que salían del suelo y agarraban ese poder con firmeza para que no escapara. Los ejércitos del humano maldito desaparecieron en una nube de sombra. El monje pereció allí, con su deber cumplido.

De eso hacía casi mil años ya. Al alrededor del alma encadenada se construyó un templo para entrenar a generaciones de monjes que evitarían que Kirino escapara de su prisión, otorgando la energía espiritual que ellos poseían a las teúrgias para evitarlo. Y después de todo ese tiempo, le había tocado a la generación de Shindou Takuto aportar su energía.

El que más había aprendido y más inalterable era de todos ellos era el propio Shindou. Firme desde muy pequeño, con buen corazón, cuidadoso con su meditación y su oración, con más energía espiritual que aportar y, lo más raro de todo, una de las pocas personas en ese milenio a la que el alma de Kirino había contactado voluntariamente. Sí, Kirino volvía a hablar con un humano después de cientos de años.

—Siento tu presencia de nuevo, monje —le decía una voz suave y mentirosa cada vez que entraba en el núcleo de cadenas, que estaba rodeado por un edificio descubierto y varias líneas de teúrgias centenarias atadas en cordel—. Sé que estás aquí.

Apenas era un susurro. A Shindou le parecía una brizna de aire contaminada con ceniza, una voz suave y agotada, cansada. Pero no podía sentir compasión de ese monstruo, pues esa era su táctica. Si la energía que transmitía Shindou a las teúrgias no era la adecuada, éstas se romperían, las cadenas caerían y Kirino sería liberado.

A Shindou le habían recomendado hablar con Kirino. El Maestro de Cadenas, el líder espiritual del lugar, y su consejo de ancianos conocían la historia de los otros pocos que habían hablado con el alma maldita. Todas ellas habían conseguido apaciguar levemente la ira de Kirino y habían mantenido increíblemente estable la energía de las teúrgias. Por ello, Shindou era el más indicado para permanecer al lado del alma maldita.

—¿Cómo es hablar con alguien tan poderoso? —le preguntó Hinano Kinsuke, uno de sus compañeros de generación. Siempre que podía, procuraba saber cosas del alma maldita—. ¿Da miedo?
—¿Cómo va a dar miedo? Está encadenado desde hace casi mil años. —Y ese era Anemiya Taiyo. Los tres procuraban pasar tiempo juntos, pues los otros compañeros procuraban no acercarse a Shindou por puro miedo.
—Pero me gustaría saberlo. ¿No puedo?
—No puedes —respondió tajantemente Shindou. Desde que le habló por primera vez Kirino, tuvo la estricta orden de ser intransigente con toda emoción, sentimiento, y no se le permitía hablar con el resto de lo que decía el alma maldita—. Lo sabes. Es una norma.
—No quisiera estar en tu lugar… —comentó de forma triste Anemiya.

A Shindou no le importaba mientras pudiera mantener a raya a Kirino. Tenía curiosidad por cosas a las que no podría acceder nunca, pero tenía lo que necesitaba que vivir y un propósito firme. Eso le bastaba.

—Voy a hacer mi turno en el núcleo de cadenas —dijo Shindou con la misma poca emoción.
—De acuerdo.
—¡Dale camorra a ese cabrón! —soltó Anemiya. Todos los monjes que había a su alrededor menos Shindou se giraron, sorprendidos por tal arrebato—. ¿Qué pasa? Era una broma.
—Te ha tocado demasiado el aire contaminado de la ciudad —le replicó Hinano.

Todo esto lo oyó Shindou, que simplemente negó con la cabeza para sí mismo. Ese par estaban enfermos.

Cruzó el patio del templo en silencio, serio, adaptando su energía a la transmisión que iba a realizar. Para cuando entró en el núcleo por uno de los laterales del edificio, Shindou ya estaba listo para una nueva conversación con Kirino.

—Así que el monje ha vuelto —dijo sin más Kirino. Sin retintines, sin chistar, solamente esa voz suave y mentirosa. Esa ceniza—. Hacía días que no me honrabas con tu presencia.
—Me llamo Shindou.
—Te pasarás la vida repitiéndome tu nombre y te seguiré diciendo que me da igual. —Esa calma y esa ligereza, pese a lo brusco que había sido, era lo que provocaba el engaño, una ilusión de confianza.
—Así sea. Cuando muera olvidarás mi nombre, pero seguirás aquí, encerrado. Donde tienes que estar.
—Eres como tantos otros. Pocas ganas de hablar, muchas ganas de recordarme porqué estoy aquí.

Kirino siempre se quejaba a su involuntario confidente de las penurias que pasaba encerrado entre las cuarenta y nueve teúrgias. No poder tocar a nadie, no poder sentir ni las buenas ni las malas emociones, no poder tener una visión de futuro, no tener ningún sentido físico de la realidad.

—Si pudiera sentir algo, mis palabras y mis maldiciones cobrarían algo más de sentido. Porque maldigo a aquél monje moribundo con todas mis fuerzas por lanzarme una teúrgia que me convirtiera en algo irreal. ¿Qué le costaba que me dejara conservar lo que fuera de mi persona?
—No lo mereces —dijo Shindou al cabo de unos minutos de silencio. Kirino era bastante hablador, en general. Algo que le sorprendió las primeras veces.
—Tienes razón. No lo merezco. Pero aquellos años que pasé haciendo mi voluntad como un dios fueron los mejores de mi vida. —La voz suave parecía como si por un segundo hubiera desprendido una chispa de satisfacción. Si Shindou había llegado a pensar eso, era un problema. La energía de las teúrgias no era pura y tendría que pasar más horas corrigiéndolo con su potente energía.
—Y pagarás esos años con la eternidad —le replicó, solamente constatando el hecho.
—O puede que no.
—Los pagarás.

Entonces Kirino hizo algo que en décadas había hecho: reírse. Fue una risa sencilla, corta, breve, limitada, suave, apenas perceptible para cualquiera. Pero a oídos de Shindou, era como si una bomba se preparara para estallar en su oreja. Una amenaza. Un peligro.

—Shindou, ¿has conocido el amor? —le preguntó Kirino. Eso era habitual, hablar de sentimientos positivos, lo que lo relajó un tanto.
—No lo he conocido —dijo, distraído, intentando poner más esfuerzo en su energía que en hablar.

Una sensación de peligro aumentaba en el castaño conforme pasaba el rato. Kirino se quedó en silencio, sin reaccionar a nada, lo cual permitía a Shindou recomponer su energía.

Shindou se disponía a acabar su ronda, después de horas sentado cuidadosamente transmitiendo energía y reparando los desperfectos en las teúrgias, Kirino habló, a modo de despedida:

—Escogí hablarte a ti porque no eres como todos esos aburridos o corrientes humanos, no te mueves como ellos, no sientes como ellos. Y me has mentido. Sí has conocido el amor.
—No tengo porqué mentirte. Ni puedes saber si te he mentido.
—Sí tienes. Porque percibo tu temor. Tantos años de pequeñas emociones controladas se han acumulado en el templo y las percibo. ¿Cuánto crees que aguantarán estas cadenas, Shindou? —dijo, poniendo un pequeño énfasis en su nombre, para destacar que no le había llamado “monje”—. Percibo qué hay más allá de estas paredes.
—No te hagas ilusiones. Por más que percibas de la gente, nunca saldrás de aquí.

Kirino no devolvió la pelota, momento que Shindou aprovechó para desaparecer.

Lo primero que hizo fue centrarse en sí mismo. Recuperar la compostura, buscar entre las palabras que ambos habían dicho un significado. Y, por desgracia, descubrió que sí había mentido. Había conocido el amor. Un amor a la felicidad y a la confianza que no entendía cómo podía existir, si no podía confiar en nadie. Kirino ya sabía eso. Lo había sabido antes que el propio Shindou.

Su risa suave. Su voz ceniza. Haber sentido su nombre en boca (si se podía decir así) de Kirino. Cada una de esas señales era un grito de libertad para el alma maldita y una alarma para Shindou. No dudó en apresurar el paso para ir a ver al Maestro de Cadenas, que estaría en su estancia con el resto del consejo, meditando o descansando.

—Maestro —le nombró, cuando llegó, a modo de petición.
—Dime, Shindou. ¿Cómo progresa tu conversación con el alma maldita?
—Se ha reído.

Esa frase simple fue suficiente para que el Maestro y todos los monjes de su alrededor se irguieran con nerviosismo.

—¿Se ha reído?
—Percibe más allá de su estancia. Me ha amenazado. Me ha llamado por mi nombre.

Ningún monje habló, ni tan siquiera cambiaron su cara, solamente miraban a Shindou. Todos ellos.

—¿Has conseguido restablecer la fuerza de las cadenas?
—Sí. Las he sentido como siempre —afirmó Shindou. Pero que el Maestro preguntara eso no era una buena señal.
—Mi ronda empieza en breve —dijo, más en calma—. Comprobaré lo que dices y me aseguraré de que todos los monjes cumplen con su obligación.
—Gracias, Maestro, por tu atención.

Ambos se inclinaron levemente y Shindou marchó a su cuarto con la sensación del deber cumplido y un tanto de inquietud por la voz de Kirino.
Ese ser malnacido estaba empezando a detectar lo que había a su alrededor en base a los sentimientos. Los que teóricamente no podía sentir por culpa de las teúrgias.

—Mierda… ¡Mierda, mierda! —gritó, cuando se acercó a su cuarto.

Gritaba por una razón simple: Kirino había sembrado la duda en el corazón de Shindou y lo primero que había hecho al respecto fue esparcir esa duda aún más contándola a todos los presentes cerca del Maestro. Ahora medio templo estaba con el corazón inquieto. Y la otra mitad lo sabría muy pronto.

Pero enfadarse solamente lo empeoraría. Si era verdad lo que decía el alma maldita de su percepción, detectaría su enfado y le ayudaría a debilitar las teúrgias. Debía relajarse. El Maestro de Cadenas lo podría todo en orden.

* * *


En otro punto del templo, otra acción importante estaba sucediendo. Otro granito de arena involuntario favorable a Kirino.
Anemiya y Hinano estaban en la misma habitación, como siempre, meditando. Bueno, eso no era del todo verdad.

A todos los monjes les decían que tenían que meditar siempre que pudieran para pacificar sus mentes y estabilizar la energía al alrededor del alma maldita. Y era lo que ambos amigos intentaban hacer, pero Hinano estaba solamente respirando pausadamente, con los ojos cerrados, preguntándose cómo era que fuera el único templo en muchos kilómetros a la redonda que no te obligara a afeitarte a la cabeza. Allí cada uno tenía el pelo que quería. Shindou con su melena casi rizada, toda recta, igual que su actitud. La de Anemiya, con ese color chillón y con forma de sol. La suya, la envidia de todo el templo, rubia y larga, tapándole un ojo… Era un templo de lo más raro.

Anemiya, en cambio, ni se molestaba en mantener sus ojos cerrados. Eso era lo peor para él, realmente, porque solamente que tuviera los ojos abiertos, lo primero que hacía era dirigirlos a su compañero rubio. Esa melena que le llegaba casi hasta el trasero… Sus ropas bien plegadas y firmes… Su cara serena… Hinano tenía un aire místico y un aroma que hacía que el pobre de Anemiya perdiera los estribos con frecuencia. Muchas veces habían sido las que el rubio había pillado por sorpresa a su amigo dándole un repaso agresivo con la mirada.

—Noto que me miras —dijo Hinano, firmemente, sin abrir los ojos.
—¿No puedo?
—No puedes. Tienes que meditar.
—Pero quiero mirarte.
—No digas tonterías —le replicó Hinano, enrojeciendo un poco. Casi tropezó con sus palabras.

El rubio notó el aroma de Anemiya más cerca de lo habitual y abrió los ojos, sorprendido. Tenía el rostro de su amigo muy cerca, demasiado cerca. Éste se inclinó con los ojos entrecerrados para besarle, pero Hinano se inclinó hacia atrás levemente, para esquivarle.

—¡¿Qué coño haces?!
—Te deseo, Kinsuke.
—¡¿Y quién te ha dado permiso para llamarme por mi nombre?!
—Quiero llamarte así… Sé que tú también me miras. Sé que también me deseas.
—¡Eso no lo sabes! —Anemiya se acercó un poco más—. Aléjate, por favor.

No gritaba porque estuviera enfadado. Gritaba porque estaba nervioso. Estaba reaccionando como su cuerpo le permitía ante la tremenda cercanía de Anemiya. Se notaba su cara tremendamente enrojecida de vergüenza y ya no estaba seguro de cuál era su posición allí, pues empezaba a notar que le gustaba esa cercanía.

Anemiya se detuvo. Estaba luchando contra sus propios deseos, porque sabía que les estaba prohibido ese tipo de contacto. El Maestro de Cadenas fomentaba el amor entre los monjes, pero repudiaba su consumación como un acto guiado por el mero instinto animal y perturbaba la estabilidad del templo. Según él, un amor de corazón, sin pasión física, como el que perpetuaban para los dioses, era lo más puro que podía haber.

—Lo siento, yo… me puedes —dijo el de pelo naranja con voz queda, retirándose a una distancia razonable. Hinano estaba entre aturdido e inexplicablemente algo decepcionado. Anemiya no dudó en decir lo que pensaba—: Es que no te ves… Estás sereno, meditando, tus ojos cerrados, tu pelo rubio descendiendo por tu pecho… Para mí eres como un deseo prohibido, siempre tentándome con tu cuerpo y tu sonrisa inocente. Llegará un día en el que ambos salgamos de aquí y… si tú quieres… quiero que pasemos nuestras vidas juntos, libres de amarnos como queramos.

Hinano se quedó sin habla. Estaba sorprendido, avergonzado y a la vez contento, porque… porque era todo lo que había imaginado de Anemiya y más. No esperaba para nada que empezara intentando acostarse con él por las buenas, pero después del susto inicial tenía que reconocer que le había gustado esa iniciativa.

Seguía con la boca medio abierta, tenía que decir algo, pero no se le ocurría nada. Simplemente se fue acercando un poco, con precaución y le cogió las manos.

—Puedes llamarme Kinsuke.

Anemiya sonrió enormemente y se abalanzó sobre Hinano para abrazarle. Los dos acabaron tumbados sobre los cojines de meditación, el rubio bajo el de pelo naranja y siendo besado con fiereza. Hinano no pudo evitar sentir de nuevo esa vergüenza, pero es que esta vez además notaba un bulto sospechoso tanto en las ropas de Anemiya como el que sentía él entre sus piernas. No podía creer que solamente con unos besos ya estuviera así…

—Anemiya, no deberíamos seguir… El Maestro…
—Llámame Taiyo, por favor. Y no pasará nada, no quiero hacer nada que tú no quieras.

Kinsuke tragó saliva. No se trataba de lo que él quisiera, se trataba de lo que se esperaba de ellos. No podían llegar tan lejos, ni deberían estar en la posición en la que estaban. Pero la prohibición estaba causando el efecto contrario en su cuerpo, y en el de Taiyo también, pues las manos de éste pasaban suavemente por el pecho del rubio, buscando una abertura en el kimono de Kinsuke para empezar a abrirlo. Cuando por fin sus dedos entraron en contacto con la piel de Kinsuke, éste supo que se les iría de las manos.

—Taiyo. Deberíamos… —Iba a decir “parar”, pero se veía totalmente incapaz de eso—. No quiero llegar hasta el final.
—Entiendo —dijo, sonriendo con calma, muy cerca de los labios de Kinsuke—. ¿Dónde quieres parar?

Kinsuke miró al alrededor de la habitación, hasta a su espalda. La puerta que había allí iba directa al baño termal, donde había programada su hora de limpieza en poco rato. Nadie molestaría nunca, porque siempre se ponía una señal de ocupado.

—So-solamente tocarnos —dijo, cuando se reencontró con los ojos de Taiyo.
—Y crees… ¿Que podremos aguantar? —le respondió con otra pregunta, poniendo una voz suave y sensual.
—No del todo, pero para eso… El baño —le señaló con la mirada Kinsuke, con una leve sonrisa, avergonzado de su propia actitud.

Taiyo se sorprendió un tanto y tuvo un flash de lo que siempre había imaginado y nunca había llegado a conseguir hasta ahora: ver a Kinsuke bañándose, con el agua llegándole hasta la barriga, de espaldas a él, su melena suelta por su espalda, con el vapor flotando en el aire… Era una imagen sugerente, muy sugerente y solamente tenía ganas de llegar a verlo.

Sus traviesas manos se acompasaron con la velocidad que empezaron a tomar los besos a partir de ese momento. Taiyo no dejaba de pensar en lo que estaba a punto de ver y eso hacía que se le manchara su propio kimono, pero también estaba agradablemente sorprendido de que Kinsuke fuera el que le robara la mayor parte de los besos. El de pelo naranja estaba más concentrado en empezar a desnudarle allí mismo. Abandonó los labios del rubio rápidamente cuando tuvo espacio en su pecho para besarle. Kinsuke suspiró de forma apasionada y sonrió, sorprendido de lo que le estaba gustando que Taiyo jugueteara con su pecho. Se sintió casi como en el cielo cuando notó la cálida lengua de su chico pasearse por sus pezones, irguiéndolos y dándole una buena descarga eléctrica cuando fueron succionados.

—Aah… —Fue casi un susurro, pero se le escapó ese gemidito.

Taiyo soltó una risita, complacido por lo que acababa de oír. Él seguía deslizando su mano entre el kimono del rubio para abrir un espacio hasta su entrepierna, pero frenó cuando quedaba poco. La razón era simple: Kinsuke le había sorprendido intentándole desnudar a él.

—¿Qué? No vas a ser el único que disfrutará del cuerpo ajeno —sonrió Kinsuke, sin preocuparse más de su vergüenza y su timidez.

Pero ese chico la sabía muy larga: cuando tuvo distraído a Taiyo con ese toqueteo, le levantó un poco y aprovechó para huir de él, abriendo la puerta en dirección al baño. El de pelo naranja se quedó muy quieto y sorprendido. Kinsuke, en cambio, se apoyó en la puerta corredera, como si posara para una cámara: una pierna y su espalda apoyadas en la puerta, su pelo suave descendiendo por su pecho medio descubierto y una sonrisa traviesa que haría perder la cabeza a cualquiera.

—¿Qué pasa, Taiyo? ¿No querías “amarme como quisieras”? —dijo con una risita, simulando una cara de timidez.

A Taiyo le habían cambiado su chico, jamás en sus miles de pensamientos pervertidos sobre Kinsuke habría pensado que el rubio se soltara tanto una vez perdiese la vergüenza. ¡Y no se quejaba! Por los dioses, que no se quejaba. El chico era una delicia y ahora comprendía mejor porque era tan prohibido.

Justamente cuando Taiyo se levantó, Kinsuke salió corriendo por el jardín, en un pequeño caminito entre los árboles que llevaba a una habitación pequeña (con letreros de ocupado por si acaso), donde había el baño termal, que quedaba algo cubierto por los árboles. El de pelo naranja no pudo hacer más que perseguirle desde la distancia, porque el rubio era más rápido que él.

Cuando Taiyo hubo entrado a los baños, fue como si su sueño se hubiera hecho realidad: la posición, el agua cubriéndole convenientemente, el vapor, su pelo, su piel clara y desnuda… Era imposible que se pudiera resistir a los encantos de Kinsuke. Le podía, ya lo había dicho, pero ahora aún más seguro estaba de ello.

Se quitó el kimono sin dejar de mirar al rubio y bajó las escaleras de madera un poco más despacio, para sorprenderle por la espalda.

Kinsuke sonreía con placidez, aunque su chico no le viera, porque muy discreto no había sido, pero pretendía serlo. Se dejó abrazar por la espalda y cerró los ojos cuando notó la boca de Taiyo mordisqueándole el cuello. Él posó los brazos en la extraña cabellera del de pelo naranja y se la acarició con suavidad, hasta que se giró un poco para llegar a los labios de Taiyo. Unos besos suaves precedieron a una serie de pasos que acabaron con el rubio acorralado en los bordes del baño y con Taiyo encima besándole en el pecho.

—Dijimos que no llegaríamos hasta el final, a hacerlo… todo —dijo Kinsuke, en un susurro. Esta vez, la timidez que mostraba era verdadera.
—Y no llegaremos, te lo prometo.

Kinsuke se abrazó al cuello de Taiyo sabiendo que debajo del agua, las manos de su chico le estaban cogiendo las nalgas con lujuria, para notar su suavidad y lo blandas que eran. Además, tal cercanía causaba que los miembros de ambos se acariciaran mutuamente, y eso sonrojaba a Kinsuke, pues era el propio Taiyo quien buscaba el contacto. Él parecía tan tranquilo y seguro de lo que hacía que le daba algo de miedo que se pasara, pero… el movimiento suave, acompañado del repiqueteo del agua contra las paredes del baño, era un afrodisíaco muy potente en esos momentos.

—¿Quieres que lo haga con la mano? —preguntó Taiyo. Kinsuke solamente supo asentir levemente—. Vale.

Taiyo se apartó un tanto para hacer espacio a su mano. El rubio cerró los ojos cuando empezó a notar el agradable masaje y no tardó en empezar a sentir el placer de nuevo. Era una mezcla entre calor y un cosquilleo intenso que le dejaba sin aire, sobre todo porque era Taiyo quien se lo estaba haciendo. Si era eso lo que ambos podían sentir, pensó Kinsuke, él también quería que su chico lo sintiera. Con un poco de disimulo y delicadeza bajó su mano del pecho de Taiyo hasta su entrepierna y empezó a acariciarle de abajo a arriba, en una posición algo más complicada. Tal movimiento se recibió con sorpresa y fue contraatacado con unos besos apasionados en el cuello, camuflados entre las pequeñas olas que salpicaban el cuello de Kinsuke.

—Mmmh… —soltó el rubio, intentando abrazar de nuevo a Taiyo—. Bésame. Quiero que me estés besando cuando no pueda aguantar más.

Los besos fueron concedidos. Taiyo aumentó la velocidad de su mano, distrayendo a la que le estaba dando placer a él. Pronto, las olas y los besos taparon unos gemidos discretos del rubio, que culminaron con una sensación de liberación y también notar el agua algo más calentita.

—Mmm… aaah… —suspiraba Kinsuke, contento y relajado.
—¿Te ha gustado? —le preguntó Taiyo amablemente.
—Cállate —le espetó, sin pararse. Luego se puso encima casi empujando al de pelo naranja. Cuando estuvo bien puesto y tuvo acorralado a Taiyo, le dijo—: Quiero que me mires y que imagines que me lo estás haciendo de verdad.

Taiyo no supo decir más. Tenía a su dios particular encima de él, con esas nalgas firmes y esas piernas sujetándole su miembro. Su cara de satisfacción y de timidez mezcladas le daban un aire tan adorable… y cuando Kinsuke empezó a moverse suavemente, Taiyo no pudo evitar moverse también, por inercia, por puro morbo, por sentir más ese roce que se iba acelerando conforme Taiyo miraba con más lujuria al chico que lo estaba montando.

—Por dios… Kinsuke, eres… Mmm…
—Hazlo. Córrete. No te aguantes, porque la próxima vez lo quiero dentro de mí.

Y el cuerpo de Taiyo obedeció al instante, ante tal lujuria en las palabras de Kinsuke. Taiyo solamente podía entrecerrar los ojos y mirar la cara divertida y erótica del rubio mientras toda su esencia se mezclaba con el agua. Cuando Kinsuke sintió que su chico había acabado, se inclinó sobre Taiyo, al lado de su hombro y le besó en el cuello, como pidiendo sus labios. Ambos se besaron, sonrientes y satisfechos.

Notas finales:

Espero que os haya gustado mucho el primer capítulo y me sigáis leyendo hasta el final de esta historia.

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