Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

What you left us por Kyu_Nina

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Disclaimer: Katekyo Hitman Reborn! No me pertenece ni sus personajes, todo es propiedad de Akira Amano

Advertencias: Universo Alterno. Personajes basado en 10 años en el futuro. Hibari un poco más tolerante y amable de lo normal, un Tsuna un poco más serio asemejando a su estado hyper. Posible OCC (Con tan solo ser emparejados ya es OCC asi que pss... yo diría que bastante de esto). Shonen-ai

Notas del capitulo:

Estaba pesando en aclarar algunas cosas antes de que comenzaran con la lectura (con respecto a la propia historia) pero luego de pensarlo un poco más llegue a la conclusión que es mucho mejor dejarlo para las notas finales. (=v=) Aunque no dire mucho, solo lo justo y necesario~ si les queda una o dos preguntas con gusto las responde en los rw 

Así que sin mas dejo las aclaraciones normales (=u=)/

 

Aclaraciones:

.

Flash Backs (Comienzan y terminan con un punto, además que se escribe todo con letra cursiva)

.


-"Pensamiento" - (Letra cursiva junto con las comillas)

-Diálogos normales - 

 

La mañana de ese día era en demás bulliciosa, sobre todo en aquella sala del aeropuerto, aglomeraciones de decenas de personas moviéndose de un lado para otro –comenzando por el personal obrero y terminando por el último pasajero que bien podría estar abordando un avión, esperando o arribando a la misma ciudad, como lo era su caso–. Cabe destacar que no le gustaban las multitudes, nunca en su vida le parecieron agradables, le sofocaban y sentía mareos de solo verlas, sí, nunca se llevó bien con sus compañeros de clase por este pequeño e insignificante hecho; incluso hubo una vez en que golpeo a varios de sus compañeros solo por estar “amontonados”, bueno luego de eso llamaron a sus padres y las cosas no terminaron muy bien para él pero esa es otra historia, muy vieja a decir verdad, y solo hace que el tema se desvíe.


La cuestión es que en ese momento tenía dolor de cabeza, el estar escuchando el llanto de los niños fastidiados, producto de estar alrededor en unas 12 horas de vuelo, le ocasionó una de sus peores jaquecas. Suspiró fastidiado, ¿Por qué no solo les metían sedantes antes de abordar? Posiblemente terminarían en la sala de detención por porte ilícito de drogas. Con tales pensamientos turbios logró escabullirse del mar de gente, tomar su par de maletas y tras contactar con un taxi de la línea del mismo aeropuerto partir al que sería su estancia en aquel país por al menos dos semanas, un hotel.


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


Flexionando las rodillas dejó caer su cuerpo sobre el colchón, bastante suave y cómodo, de su ahora habitación. Las maletas las había dejado en la entrada de la misma, una reposaba contra la pared y la otra yacía en el suelo puesto que no se había molestado en acomodarla. Extrajo el celular de su bolsillo, pasó el dedo sobre la pantalla táctil y busco inmediatamente en la carpeta “llamadas”, no fue necesario bajar mucho puesto que el número que buscaba era el primero en aquella lista. Deslizó el índice sobre el nombre de izquierda a derecha y llevó el aparato a su oreja, esperando que el venidero tono de la línea.


Uno.


Dos.


Tres segundos.


Ningún tono llegó, sin embargo la molesta voz de la operadora fue quien, en lugar de la persona que quería escuchar, le atendió. Frunció el ceño ante aquello, cortó la llamada y repitió la acción anterior recibiendo la misma respuesta. Apagó el celular con frustración, ¿Cuántas veces lo había intentado ya y el resultado era el mismo? Al principio solo repicaba incesantemente y luego de un tiempo la ya conocida voz de la operadora era lo único que aparecía, indicándole que el número al que marcaba no existía. Todo aquello tenía que ser un jodido mal entendido, solo eso. Iría, hablaría con ella y todo estaría arreglado luego de que confesara de que su celular se había dañado y obviamente no tenía otro medio para contactarle, simplemente eso. Posiblemente fingiría estar molesto por su repentina “desaparición” y finalmente terminarían la tarde caminando de un lugar a otro. Sencillo ¿Verdad?


Internamente se convencía a sí mismo de eso, pero un recuerdo asfixiante tapizó su mente, ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que contesto una de sus llamas? ¿Cuántas le había dejado después de eso? No estaba seguro, lo único que sabía es que desde la madrugada anterior hasta ese momento había marcado aquel número más de cincuenta veces.


Con fuerza apretó el aparato entre sus manos, tenía que dejar de pensar en cosas ridículas.


Guardó el celular en el bolsillo de su pantalón, se colocó el primer abrigo que encontró en una de sus ya olvidadas maletas –era invierno y el frió de aquel lugar le calaba hasta tal punto de sentir como sus huesos tiritaban–, y luego de buscar una dirección anotada en un viejo papel salió de su sitio de confort.


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


 


Alrededor de media hora fue el tiempo que le tomó llegar a su destino, e incluso fue innecesario el trozo de papel que guardaba recelosamente dentro de uno de los bolsillos de su abrigo. El número de calle, la ruta, los alrededores e incluso una que otra tienda de conveniencia cerca del lugar, todo estaba registrado cuidadosamente en su memoria de esa manera ninguna calle extra fue recorrida. Y, de hecho, el hotel al que había llegado fue escogido principalmente por la cercanía a esa dirección; ¿Desesperado? Posiblemente, los demás podían pensar lo que les viniera en gana –eso no quería decir que admitiría abiertamente que la ansiedad le estaba comiendo los nervios–, pero cualquiera que se encontrara en su situación estaría igual o peor que él. Eso pensaba y era su consuelo.


Respiro con toda la serenidad que le era característica y echo una nueva mirada a la fachada de la casa que se extendía frente a él. Recordaba muchas ocasiones en las que estuvo en ese lugar; no en el interior de la casa, no lo mal interpreten, él era un hombre que respetaba la propiedad ajena y si no tenía el permiso de todos los habitantes para entrar simplemente no lo haría. Se refería a todas las veces en las que estuvo frente a la residencia, como justo ahora lo estaba, luego de pasar una agradable tarde y dejar a su compañera en el hogar.


Frunció el ceño una vez más, sintió estragos en la boca del estómago producto de pensamientos indeseados. Pronto acabaría con la angustia que le martirizaba e incordiaba noche tras noche desde hace tres meses atrás.


Dispuesto a tocar el timbre; puerta, campana, dar señales de humo o lo que fuera para que le atendieran –el romper la puerta a tonfazos no era una idea que estaba del todo descartada–, avanzó a paso firme pero algo le sorprendió. Fue a él al que tocaron con golpes incesantes la puerta de su interés. Frenó en seco y se quedó observando.


De la puerta principal salía una persona, cabello alborotado en punta y ligeramente largo hasta un poco más arriba de los hombros de color castaño, contextura delgada pero sin rayar en lo escuálido y piel bronceada casi pulida por el sol, eso a simple vista. Una molestia punzó en su interior, no le gustaba lo que veía.


Aquel ser libre de cualquier pensamiento que se relacionara con su persona se alejaba con parsimonia cada vez más. Sin darse oportunidad a pensar algo más o buscar diferentes posibles teorías se apresuró en detener al contrario. Solo unos pocos largos pasos fueron los que necesitó para situarse detrás de la silueta ajena, no pronuncio palabra o sonido alguno, solo el fuerte agarre sobre la muñeca contraria fue lo que delató su presencia. Casi de inmediato –a Kyoya le pareció que estuviera automatizado– el cuerpo impropio torció de manera violenta su dirección para encarar a aquel que había parado su camino.


Las delicadas –ahora tensas– fracciones se acomodaban perfectamente en una expresión de duda y curiosidad, podía leerse también la conmoción que le había causado su manera de actuar o de frenarlo. El castaño bajó la mirada contemplando con escrupulosidad la forma en que sus dedos casi como garras cumplían la función de grilletes sobre su  muñeca. Al darse cuenta que la presión no era disminuida y mucho menos parecía que fuera a ser soltado, su entre cejo se frunció denotando molestia, elevó una vez más la azafrada mirada ahora con reproche en el brillo de esta.


— ¿Puedo ayudarlo en algo? — Esa voz perforó a través de sus tímpanos, y mando una descarga eléctrica a su cerebro. El rumor de un recuerdo distante le pegó de lleno, nublando el pensamiento y atrayendo consigo sensaciones indeseables. Reconocía esa voz, solo que ahora era más grave y monótona, no le gustaba para nada lo que estaba pasando.


Si afianzo un poco más el apretón jamás se dio cuenta, la inquietud y fatiga le estaban picando la cabeza y avecinaba una fuerte migraña.


— ¿Por qué te pareces a ella? — Soltó sin más. Sí, responder una pregunta con otra pregunta no era precisamente ser cordial, pero si algo le caracterizaba era esa personalidad tan hosca de ser.


El segundo parpadeó en desconcierto, finalmente relajó sus fracciones y desvió la tensión de su cuerpo.


— No sé qué quiere decir con eso, creo que está confundido. Tengo que ir a ocuparme de unos asuntos así que ¿Podría soltarme? — De nuevo esos ojos, ah, la incesante migraña.


¿Confundido? No, el tenía muy claro el porqué estaba ahí y esa persona frente suyo era igual a quien estaba buscando, si pretendían tomarlo por loco no iban a lograrlo o por lo menos no la tendrían fácil.


— ¿Qué clase de broma absurda es esta? Me molesta. — ¿Creían que era gracioso? Esa jugarreta era más que desagradable, y como no llegaran y acabaran con todo ese teatro de cuarta terminaría por golpear a alguien.


El de menor estatura entre los dos arqueo una de sus cejas, su semblante permanecía sereno y sin ningún atisbo de burla. Miró una vez más aquel lugar por el que era retenido en contra de su voluntad y haló buscando soltarse. Derrotado por la insistencia de los jalones abrió la mano liberando a su presa.


— Una vez más le digo que no tengo idea de lo que está hablando. — Con serenidad frotaba su muñeca con los dedos de la otra mano, estaba coloreada en algunas partes de rojo y unas cuerdas invisibles se extendían por todo el contorno dejando marcas de color blanco. Hibari utilizó más fuerza de la que había pensado. — Si eso es todo me marcho, ya mencioné que tengo algo de prisa. — Sin nada más que acotar giró sobre su propio eje y retomó el camino que antes se le había prohibido avanzar.


El pelinegro examinó como la espalda del muchacho se alejaba a cada paso, no le conocía y después de todo el asunto no era con él, sin embargo desde su interior algo le gritaba que sería la clave para despejar sus tormentosas dudas. Otra opción era dejarlo ir y tocar la puerta de aquella casa como había sido su plan original, incluso esperar a que se hiciera de noche y si era necesario que llegara el próximo amanecer. Una gran cantidad de hipótesis diferentes y sin sentido se anidaron en sus pensamientos, no obstante, solo una opción fue la vencedora entre todas.


— Tsunahime Sawada. — Soltó seco y pausado. — Es una mujer de 23 años, castaña, hace cuatro meses se residenciaba en este domicilio… — Una pausa, no muy larga pero si lo suficiente para dejarle pensar en si seguir o no. —… y físicamente es igual a ti. ¿Dónde está?


Por un momento considero que sería ignorado con las palabras en la boca, pero por el contrario –y para su sorpresa– el joven se detuvo. Pasaron unos cuantos segundos antes de que este mismo volteara medio torso.


— ¿Qué necesita con ella? — La sorpresa a su ser no tardó en llegar, sus ojos se ampliaron un poco y por un instante se arrepintió de preguntar. El sereno tono con que había sido atendido hasta ahora se desvaneció siendo suplantado uno hostil, distante y si se contaba con el tiempo suficiente para estudiarlo incluso lograría notarse la molestia.


Se permitió vacilar antes de responder.


— Hace cuatro meses le prometí que vendría a verla, pero no he recibido ningún tipo de respuesta de tres meses para acá. Tengo que aclarar las cosas y quisiera que… — Calló cuando una de las manos ajenas se levantaba en palma abierta, diciendo claramente que no quería que continuara hablando. Eso realmente le molestó.


— Si quieres saber dónde está Tsunahime no me opondré y te llevaré hasta ella, pero a cambio solo necesito que hagas una cosa. — Esa respuesta no era la que había esperado, incluso otro rechazo más fue considerado. Con un asentimiento de cabeza le indicó que escucharía su petición. — Durante el camino no hables ni hagas ninguna pregunta, si te arrepientes y dejas de seguirme lo entenderé, pero una vez lleguemos con ella y si aún te encuentras conmigo, responderé a todas las preguntas que desees. Solo bajo esa condición te guiaré con Hime. — Finalizó y calló. Esperando una respuesta por parte del recién llegado.


¿Cuál era el misterio? ¿Era tan difícil decirle en donde estaba? Siendo así el mismo habría ido a buscarla. Suspiró, no estaba en posición de exigir nada.


— No preguntar nada hasta llegar, entiendo.


Al decir aquello advirtió como el cuerpo ajeno se relajaba y –al igual que él había hecho antes– dejó escapar suspiro.


— Perfecto, espera unos minutos por favor. — De la chaqueta saco un celular, comenzó a buscar entre los contactos, o al menos eso es lo que Hibari se imaginó, y parecía estar en lo cierto puesto que el muchacho llevó el aparato a su oído –vaya deja vu estaba presenciando– esperando varios segundo en ser atendido. — ¿Reborn?— Hizo una pequeña pausa.


Hey inútil Tsuna ¿Todo bien? — Esta vez fue el turno de una grave voz al otro lado de la línea.


— Sí, todo bien…


—  ¿Vienes en camino? Ya todo el equipo te espera, tienen todo listo, son bastante útiles cuando quieren. Haru también está lista.


— Veras, sobre eso, ¿Puedes decirles que comiencen sin mí?


¿Por qué? ¿Sucedió algo?


— Tengo un pequeño inconveniente así que no podré asistir hoy, pero los demás saben hacer su trabajo así que por eso no te preocupes


Oye Tsuna… ¿Estás bien?


— Sí, estoy bien solo dame el día de hoy, por favor.


—… De acuerdo. Tsuna, sabes que puedes llamarme si algo sucede.


— Vale, te lo encargo, nos vemos después. Y gracias.


La llamada llegó a su fin, todo bajo la mirada del moreno quien se preguntaba si estaba haciendo bien en hacerle perder un día en su trabajo, pues realmente parecía –en lo poco que logró escuchar– que estaba tocando asuntos de trabajo. Intentó serenarse y quitar de su cabeza esas cuestiones que por ahora no lo llevarían a nada bueno, si lo pensaba bien fue el chico quien le ofreció aquel trato, por su parte solo había aceptado.


— ¿Nos vamos? — La pregunta lo sacó de sus cavilaciones, por supuesto que aparento el haber estado siempre pendiente de él. Con un leve asentimiento de cabeza empezó a caminar en dirección al castaño, quien al verlo acercarse emprendió camino dejando que lo siguiera a gusto. Por ahora mantendría las distancias tal cual estaban,  tal vez la condición le favorecía más de lo que imaginó. Socializar nunca fue su punto fuerte.


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


 


Durante todo el camino logró reconocer varios lugares, los había visitado con anterioridad junto a Tsunahime, la chica disfrutaba mostrarle lugares que solía frecuentar, algo que le gustó pues resultaban ser poco concurridos y muy tranquilos. Sus ojos se clavaron sobre el cartel de una vieja librería, conocía al dueño de aquel lugar, la chica se lo había presentado como un ‘abuelo’ que le regalaba uno que otro libro desde que era pequeña. Era un hombre agradable.


Entre divagaciones consigo mismo, el perderse con recuerdo de uno que otro lugar conocido y sacar prontas conclusiones del porque la pérdida total del contacto se paso una hora y un poco más.


El joven que le servía como guía freno su andar provocando que por fin levantara la vista del suelo, no recordaba en qué momento la clavo en el pavimento y desde entonces no había mirado a otro lado. ¿Dónde estaban? Frente a ellos una gran reja de metal se extendía, tenía enredaderas por toda su prolongación fruto de las, seguramente, décadas de años que tendría allí.


Un chirriante sonido le embargo, como cuando una tuerca oxidada intenta ser girada. Apartó su vista de la reja y allí se encontraba el ojinaranja abriendo la puerta para darle el libre acceso, esperó a que el más bajo avanzara primero y luego seguirlo como hasta ahora lo había hecho.


Desde que ingreso su ceño se frunció casi de inmediato, no importa hacía que lado mirara lo único que conseguía era enfadarse más. Sus puños se apretaron con tal fuerza que los nudillos se descoloraban hasta ser blancos. Se detuvo solo cuando el chico lo hizo; observándolo receloso hasta que unas palabras descolocaron todo su interior.


— Hola hermana, alguien vino a verte. — Aquello ducho fue como un murmullo, asemejándose casi a la voz del viento esperando no ser escuchado. Frente a él una solitaria y gélida lapida se alzaba con la inscripción “Tsunahime Sawada 1993 – 2016” rezando en la parte superior de esta.


Sintió como todo su cuerpo se entumecía, de nuevo ese dolor de cabeza regresaba haciéndolo sentir enfermo. Sus ojos no dejaban de ver aquella lápida y lo que estaba escrito. Era mentira, tenía que serlo, tenía razón desde el principio al pensar que le estaban jugando una clase de broma. Primero aquel chico igual a Tsunahime, luego todo el misterio, y ahora esto. Le estaban tocando los nervios hasta el punto no retornable, podían joderse como les diera la gana. Con furia redirigió la vista para gritarle y si de ser posible mandarle un golpe por jugar con cosas de ese estilo pero al observar el rostro del joven se dio cuenta. No era una broma.


Allí estaba, mirando únicamente a la losa, posiblemente hasta se había olvidado de que lo estaba acompañando. Dolor era lo único que podía mirarse a través del par de piedras ámbares.


Si alguien le preguntaba que sintió en ese momento no tendría como responder, porque lo olvidó todo. No sabía cómo había llegado allí ni los motivos que lo impulsaron, ya no recordaba todas las tiendas ni lugares conocidos que vio en el camino, esos recuerdos cálidos de cómo era arrastrado de un lugar a otro fueron rápidamente alojados en la puerta más lejana de su memoria, justo en ese momento dolían. Tan solo sabía que la mujer a la que amaba ya no estaba con él.


— ¿Cuándo? — Su voz salió espesa y distante.


No obtuvo respuesta al instante, no le importo, tampoco le importaría si no era respondida, no pregunto porque quisiera saber pues se hacía una idea solo fue algo que salió sin pensar.


— Dos meses. — Inspiro hondo, tanto que sus pulmones dolieron, pero ¿Eran los pulmones los que le dolían? Apretó los labios y permaneció en silencio otro rato, no pensaba en nada, solo miraba aquella piedra deseando que de verdad no estuviera allí. Entonces pensó que había algo que sí quería saber.


— ¿Cómo?


Por fin el joven salió de su letargo en el que había entrado desde que llegaron al cementerio. Lo encaro y pudo sentir como miles de agujas se clavaban contra su piel, ver tales orbes carentes de vida le oprimió la garganta.


— Un accidente de tráfico. — No dejaba de mirarlo y eso le estaba matando. — Un conductor se saltó la luz roja y ocurrió el desastre.


Asintió y no dijo nada más, no quería saber nada más.


— Bueno, ya te traje hasta aquí, debo irme. — Kyoya pudo revelar que aquella voz estaba al borde del llanto. Cuando pasó a su lado se detuvo por menos de un segundo — Gracias. — Y sin más partió por el sendero de piedras que antes le había guiado por aquel jardín repleto de arboles.


No se sabe cuánto tiempo paso, tampoco se puede saber si algo más se dijo luego de que la primera persona abandonara el lugar. Lo único que pueden contarte los arboles de aquel lugar es que aquella tarde la soledad fue la única compañía de aquel hombre, quien permitió que sus emociones fueran mostradas sin pudor. Y si alguien llegaba a verlo no podría decir nada, no podía juzgarlo porque como cualquier otro Hibari era un hombre, y todo hombre a veces puede permitirse ser débil porque al fin y al cabo era un ser humano.


Si esa tarde alguien le encontraba lo más seguro es que su corazón ardería, de la misma manera en que ardían sus mejillas.


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


Como un milagro no pedido sus piernas lograron llevarle hasta las afueras de aquel lugar sin derrumbarse en el camino, tenía ganar de vomitar, un terrible mareo sacudió todo su cuerpo y podía sentir como su pecho lentamente se acongojaba solo para volverse un gran y enredado nudo, el mismo que solo le impedía respirar con normalidad.


Con torpeza afirmó un barrote de la metálica reja, a cada segundo la gravedad ejercía una nueva presión sobre su cuerpo, podría caer de rodilla y no levantarse de allí quien sabe hasta cuándo. Y no solo eso, sus ojos quemaban; era doloroso y el detallar los alrededores comenzaba a ser una verdadera odisea, todo estaba nublado a su paso.


Contuvo el poco aire que aun guardaba y abriendo su boca exhalo todo, la calma regresaba a su cuerpo paulatinamente devolviéndole el derecho de respirar con la condición de que a cada bocanada que diera una aguja perforaría uno de sus pulmones. Pudo soportarlo. Notó como algunas personas de los alrededores le observaban detenidamente con ¿preocupación? Si, posiblemente su aspecto en ese momento era deplorable y luctuoso, por eso mismo sabía que aquellas miradas solo le dirigían pena y lastima. Quien lo viera solo podría imaginarse que un pronto desmayo ocurriría, sin embargo, se mantuvo firme.


Era cierto, dos meses no eran nada y la tristeza seguía en él tan presente como el mismo día en que su hermana partió de su lado o tal vez más, dolía mucho más. Con el pasar de los días únicamente entendía lo sólo que se encontraba, ¿Qué el tiempo cura las heridas? ¡Y una mierda! No curaba nada, porque los segundos solo se encargaban de recordarle lo miserable que se sentía. Cerró con fuerza los ojos y mordió su labio inferior en un vano intento de desviar el dolor, aunque fuera solo un poco, al lugar que ahora lastimaban sus dientes.


A los minutos recobró a duras penas la compostura, sacó una vez más el celular y marcó el primer número de su lista de últimas llamadas.


¿Cómo estás? ¿Necesitas algo? — La voz al otro lado de la línea asalto inmediatamente quitándole el derecho a decir algo o siquiera saludarlo. La misma voz grave de hace unas horas atrás, Reborn. Se notaba preocupado cosa que logró sacarle una diminuta sonrisa, ese jefe explotador troyano podía ser considerado a veces.


— Estoy perfecto, solo llamaba para decir que después de todo si iré al estudio, voy en camino.


¿Dónde estás? Voy por ti.


— No hace falta, pero gracias. Nos vemos cuando llegue.


Bien… ve con cuidado.


Llamada finalizada.


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


Bajo del auto y pago al chofer por el viaje, tomar un taxi posiblemente fue la mejor opción, sus piernas no estaban en la mejor de sus facetas como para llevarlo hasta el trabajo, además de que se habría tardado mucho más y eso implicaba pensar en cosas que por el momento mejor era dejarlas bajo llave. Sí, todo era culpa de sus piernas, quizás sus rodillas; si se trataba de Shoichi era totalmente seguro lo último era la opción correcta: <<“Y… ahí van mis rodillas de nuevo”>> o algo así siempre solía decir cuando estaba nervioso y sus rodillas lo mandaban al suelo temblando cual gelatinas. Era gracioso verlo en ese estado, pero no, él no era Irie y por ende atribuyo todo al mal estado físico de su cuerpo.


Luego de tomar el ascensor hasta el piso 5 del edificio, siendo saludado por varios empleados en el camino, fue directo al departamento de edición, montaje y fotografía. El background sinfín estaba montado, todas las cámaras en su lugar siendo manejadas por sus compañeros y frente a ellas una hermosa chica de castaños cabellos, sensualidad desbordante y carisma de ensueño posaba con gran energía, no pudo evitar sonreír al verla, había crecido mucho. La mujer que logro divisarlo entre tantos flash agrando su sonrisa y movió sus manos en un saludo.


— ¡Tsuna-san te estábamos esperando! — Tan escandalosa como siempre. Todos los presentes voltearon a verlo, y eso que había pensado que podría mantenerse oculto un poco más de tiempo. Al final aceptó la bienvenida de todos para comenzar a buscar sus cosas.


— Entonces si viniste, inútil Tsuna. — Brinco al sentir esa voz a sus espaldas, ahí estaba él.


— Uhm. — Fue todo lo que respondió mientras una cámara era colgada en su cuello. — Después de todo dije que lo haría.


— Te has tardado demasiado, ya casi terminamos.


— ¡Entonces solo terminen y ya! — ¡Ah! Como lo hacía enojar a veces, y lo peor es la facilidad con la que lo lograba. ¡Era desesperante!


El hombre de afilada mirada y patillas risadas tan solo sonrió de lado y con cariño colocó su mano sobre la mejilla del menor moviendo con suavidad su pulgar sobre esta.


— No cambias, en serio eres un inútil. — Vaya palabras de aliento, bueno así era él después de todo. Bufó molesto y desvió un poco la mirada. — Entonces ahora… ve a trabajar inmediatamente. — Y junto a esa sentencia un mazo inflable color verde, que sacó quien-sabe-de-donde, dio contra la coronilla de su cabeza haciéndolo chillar de dolor y maldecir al más alto por su brutalidad. Algún día se las pagaría ese jefe troyano.


Suspiró agotado al tiempo que bajaba las manos con las que frotaba su cabeza, sus ojos se quedaron fijos en el suelo, luego de unos segundos sonrió, no lo admitiría en voz alta pero todo aquello le hacía falta y sin duda le subía el ánimo.


 El resto de la tarde transcurrió sin ninguna novedad, una vez se incorporó en la sesión fotográfica su mente le permitió un descanso y segundos de paz, los cuales agradeció con el alma. Terminado su trabajo compartió un agradable rato de plática con Haru, Miura Haru, una conocida de hace muchos años que estaba incursionando en el mundo de la música y ahora la revista Vongola se encargaba de entrevistarla y sacar un álbum exclusivo de fotografías. Y claro, fue la mejor amiga de su hermana.


— ¡Hey Tsuna! — Dejó de guardar sus cosas y giró su rostro encontrándose con un joven de lacios y rojizos cabellos.


— Shoichi, hola. — Dibujo una suave sonrisa que agrego al saludo del director general de diagramación.


— ¿Te vas ya a casa? — Como única respuesta dio un leve asentimiento, y un “uhm” casi imperceptible. — ¿Sabes? Los demás chicos estaban pensando en ir a celebrar hoy con unas copas. — Ante eso realmente no comprendió del todo lo que quería decirle, estaba claro que era un invitación pero ¿Para festejar qué?; tal parece que Irie comprendió su expresión pues decidió sacarlo de la duda. — Recibiste una conmemoración por mejor fotógrafo del año ¿Cierto? Eso merece una celebración.


— Ah, eso… — Lo agradecía, de verdad agradecía todo lo que sus compañeros y amigos estaban haciendo por él, pero sus ánimos no eran del todo buenos y pese a que sería una buena excusa para olvidar todo, eso era algo que no quería. Sonrió, tan sincero como pudo. — Gracias, pero hoy me encuentro un poco agotado, lo aceptaré en otra ocasión ¿Está bien?


La decepción en la cara del más alto llegó, por un momento se arrepintió de rechazar la oferta, pero estaba seguro que solo estaría ausente y no prestaría atención a nada ni nadie. Escuchó como insistió un poco más tanteando con cuidado el convencerlo, sin embargo, decidió que lo mejor era ir a casa. Solo eso quería.


Se despidió de todos y partió a su hogar, pasando por la misma esquina de siempre, deteniéndose en el mismo semáforo de todos los días, leyendo el cartel descolorado y marchito de esa cafetería regular, visitando la siempre acogedora tienda de conveniencia, comprando de nuevo la cena, devolviendo una vez más la sonrisa a la adorable señora Nani y encargada, encontrándose al constantemente amable portero…


… saludando al eterno silencio de su casa.


Casi programado se adentro en la cocina, sirvió un vaso con agua el cual dejo sobre la mesa justo al lado de los alimentos que había comprado para cenar, también tomo un plato y cubiertos. Ya con la comida sobre el plato sus dedos sujetaron los utensilios, acomodo lo que sería el primer bocado sobre ellos e inesperadamente detuvo toda acción.


Sus pupilas yacían sobre el plato detallando cada rincón y al mismo tiempo no fueron capases de ver nada. Con los brazos apoyados sobre el borde de la mesa, las manos cerradas alrededor de los cubiertos, la espalda curvada ligeramente hacía el frente y su cabeza colgada y prácticamente hundida sobre el cuenco de alimento, así pasaron los segundos o minutos y quién sabe si fueron horas. Nadie podía saberlo, no podían saber nada.


“Justo ahora yo… ¿Qué estoy haciendo exactamente?”


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


Abrió sus ojos encontrándose con el imperturbable techo, parpadeo un par de veces alejando el aturdiendo y letargo del sueño para incorporarse con lentitud, a penas recordaba cómo había llegado a ese lugar. Bostezo cerrando sus ojos en el proceso notando como estos le dolían en las esquinas, podría jurar que estaban rojas e irritadas. Había llegado tarde, no recordaba a qué hora, pero para entonces el cielo ya se encontraba arrullando a todas sus luces y la luna se encargada de tocar una gentil melodía para no perturbar sus sueños.


Su celular estaba abandonado sobre la mesa de noche, recordaba una llamada que entro nada más llegar el hotel.


.


Desplomo su cuerpo contra la cama, estaba aturdido, cansado y sobre todo se sentía perdido. Cerró sus ojos buscando entregarse esa noche a los brazos de Morfeo, no se quejaría ni pondría peros, solo se dejaría llevar hasta que la mañana entrara por la ventana o lo obligara a recobrar el sentido.


Una canción estrepitosa inundo la estancia, la reconoció, claro que la reconocía, desde que estaba en la secundaria media había sido el tono de llamada de su teléfono cosa que logró que todos sus compañeros se lo recriminaran. Alargó su brazo hasta dar con el aparato, corto la llamada y lo regreso al mismo lugar, no tenía ganas de contestar pero la otro persona no parecía tener las mismas intenciones pues la canción sonó de nueva cuenta. Lo ignoraría, terminarían por cansarse o entender que no quería hablar con nadie.


Sonó, sonó, sonó y continúo sonando.


Jamás en su vida se le pasó por la cabeza que le fastidiaría aquella canción, si antes hubiese existido algún valiente  que si quiera insinuara aquello lo habría mordido hasta la muerte sin pensarlo, pero ahí estaba y pasaba, comenzaba a odiar esa melodía. Con el seño fruncido busco otra vez el celular solo para contestar de mala gana.


— ¿Qué? — Prácticamente escupió con odio.


— ¿Kyoya? Lo siento ¿Estabas dormido?


— ¿Importa? ¿Qué quieres?


— No pareces estar de humor. — Un suspiro se escucho por la bocina. — No llamaste para avisar si todo estaba bien, pero supongo que te hablare en otro momento, solo devuelve la llamada cuando puedas. — Sin más colgó. Sabía de ante mano que Hibari no le diría nada más, así que solo se adelanto en cortar la comunicación.


 Por su parte el moreno separó de su oído el celular que se quedo mirando por varios minutos. Finalmente se rindió al sueño.


.


No fue muy cortes, pedante sería la palabra exacta y comprendía que Dino no tenía la culpa de lo que estaba pasando pero ¿Qué podía hacer? Sentía como si todos sus puntos cardinales le hubiesen sido arrebatados, estaba molesto, dolido e incluso un sentimiento de traición comprimía su pecho, nadie tenía la culpa de la situación y aun así decidió lanzar su odio a aquel que era ajeno a todo. Suspiró, ya se encargaría de disculparse, a su manera –MUY a su manera–, pero lo haría.


La penumbra de la habitación confeso que seguía siendo de noche, madrugada, un largo día terminaba sin ton ni son y vendrían más igual a ese, muchos más.


°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°


Tic y un Tac, una aguja y luego la otra.


Abrigado entre las frías sabanas de su colchón, contando uno a uno los minutos sin dormir. No se escuchaba ningún otro sonido aparte de las manecillas del reloj que no tortuosamente no paraban su andar. Después de todo no terminó de cenar, no ingirió si quiera el primer bocado, guardo todo en la nevera convenciéndose que ese sería el desayuno.


Desvió la mirada del reloj, comenzaba a causarle pánico el solo ver los segundos, detallo cada pequeño lugar de su cuarto y con casi desesperación buscaba algo que le distrajera. Libros, papeles, fotos, viejos adornos, los muebles, su ordenador, no había nada allí, él no estaba ahí. De pronto la habitación se le hizo demasiado grande, ¡Dios, era enorme! Deslizó la sabana por arriba de su cabeza abrazando su propio cuerpo, se aterro ante un pensamiento, no era solo su cuarto.


A pesar de la inmensidad del espacio comenzaba a faltarle el aire, era como si las paredes se le echaran encima, tembló, tembló cual niño tiene una pesadilla. Flexiono sus rodillas llevándolas al pecho, acurrucándose y consolándose. Pronto no entraría en el cuarto de lo pequeño que era, la sala, la cocina, el pasillo y el resto del lugar serían imposibles de cruzar.


¿Desde cuándo su casa era tan grande?


 

Notas finales:

Como ven decidí dejar este capitulo hasta aquí, espero y realmente espero que lo hayan disfrutado~ prometo que actualizare lo más pronto posible!

Seguro ya se dieron cuenta o lo imaginaran y me diran: "ya que, no hace falta que lo aclares" pero aun así por si quedan dudas! He decidido representar las dos "personalidades" de Tsuna (la normal y su modo hyper) como dos personas, en este caso dos gemelos. El modo normal es Tsunahime, y Tsunayoshi lo veran como si estuviera en modo hyper, o lo más parecido a ese estado.

Un dato curioso de este fic es que por lo que tiene maquinado mi mente es que sera parte de un serie que estaria compuesta de la siguiente manera:

What you left us: Before Story

Story: What you left us

What you left us: After story

O eso es lo pensado~ ^-^ ¡En fin! los vere tan pronto como pueda en un nuevo capitulo

cya!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).