Frio, todo lo que sentía era frio. Un frio tan desolador que las lágrimas que bañaban sus mejillas había cesado. ¿Cómo había llegado hasta ese lugar? Vagos recuerdos sacudían su mente nublándola de más dolor. Dolor que se transformaba en sollozos y en espasmos. Quería gritar o ir con su madre y llorar en su regazo. El solo pensamiento de su madre hizo que el corazón se le estrujara tanto que dolía.
Su adorada familia ya no estaba más. Todo había sucedido tan rápido que no fue capaz de entender lo que sucedía hasta cuando ya era demasiado tarde. Los gritos desgarradores de su padre y el llanto de su madre pidiéndole que se fuera, que huyera de ese infierno. Que no volteara el rostro, que por nada del mundo se detuviera. Fue así como había perdido la noción del tiempo en que llevaba deambulando sin rumbo alguno, tiempo más que suficiente como para saber que no tendría un hogar a donde regresar.
La amorosa sonrisa de su madre no la vería nunca más y el rostro tranquilo de su padre junto a sus cariñosas reprimendas tampoco las volvería a ver. Eran ahora cuerpos sin vida y a pesar de la corta edad que tenía, lo sabía y no tenía duda de ello.
Era solo cuestión de tiempo antes que vinieran por él. Que le dieran alcance o que se cansaran de jugar con su cena. Era su fin y solo siguió adelante por la promesa que le hizo a su madre. Por honrar el sacrificio de sus padres de que viviera algunas horas más. Pero hubiera sido preferible morir con ellos a hacerlo solo en un bosque lejos de cualquier rastro de civilización humana.
Sus piernas no dieron para más y cayó de rodillas, el cansancio y las bajas temperaturas hicieron que su cuerpo sucumbiera. Ya no le quedaba nada más en ese mundo.
Dejo que las últimas lagrimas descendieran y que le dieran un poco de tibieza a su rostro. Como pudo con el dorso de la mano quito cualquiera rastro de ‘debilidad’, y observó el último lugar que vería con vida. Las orbes se abrieron más de los normal. Sus ojos borgoñas una vez llenos de vida, ahora estaban aterrorizados y llenos de lágrimas que no querían salir. Un lastimero sollozo escapó, desagarrando su pobre y lastimada garganta.
Frente a él se encontraba una imagen tan bella como terrorífica. Un paisaje blanco y puro, pero que estaba adornado por una pequeña laguna de un extraño color rojo. El color de la sangre. Eso fue más de lo que su pequeña y frágil mente pudo soportar.
-¿No piensas seguir huyendo, pequeño?
Una sonrisa cansada se formó en sus belfos ante tan inusual e irónica pregunta.
-¿Para qué hacerlo? No hay lugar al cual escapar de ti- Levantó el rostro para ver a la criatura en frente de él. Unos ojos color amatista lo veían con diversión.
-Cierto. Eres complemente mío y es hora de recordártelo, mi pequeño Kaname.