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SCHOLOMANCE: La academia del diablo. por Elle Trancy

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Caminaba perdido en sus pensamientos, mientras el viento chocaba contra su rostro refrescándolo y alborotando sus azabaches cabellos.

 

 

Aspiro de aquel aire puro y lo dejo salir en forma de dióxido de carbono, para luego mirar a su acompañante quien no había parado de hablar desde que habían comenzado la búsqueda.

 

- ¡Eso no puede ser cierto! – Exclamo dando paso a un puchero - ¡No tiene sentido! ¿Qué te hace pensar que la encontraremos?

 

 

Exactamente lo mismo se había preguntado él hace unos días, cuando husmeando en la biblioteca de su abuelo había encontrado un curioso libro, viejo, desgastado y bastante grande como peculiar. Lo había tomado, y bajo la luz de una vela había leído su contenido, sorprendiéndose con lo que este le revelaba.

 

 

 

Aunque varios escalofríos no tardaron en recorrer su cuerpo, no se detuvo, tal era el contenido que le revelaba  aquellas páginas desgastadas que simplemente no le permitieron ni parpadear una sola vez. Paso hoja por hoja, leyendo detenidamente cuando era la medianoche.

 

 

 

Varios ulular de búhos se escucharon por sobre la espesa noche, uno que otro aullar de lobo sobresalto su corazón, acompañado con el siguiente párrafo que a sus ojos encantó:

 

 

“De manera que eran diez los jóvenes aprendices de magia que acudían a la escuela y una vez instruidos podían volver a sus hogares, pero uno de ellos, el décimo exactamente, se quedaba como pago al diablo.

 

 

Los otros nueve aprendices restantes son conocidos bajo el nombre de “Solomonari”, los cuales poseen los poderes del mismísimo demonio, así como su alma no posee pureza alguna y son desconocedores de la bondad. Según leyendas, se dice que estos eran hombres altos, de cabello rojo como la sangre y vestidos de blanco: Con una belleza similar a la de un Arcángel...”

 

Pasó la página desgastada y se encontró con una hoja despegada, quemada por la mitad y más pequeña que las exuberantes páginas de aquel libro negro sin portada.

 

 

La tomó e intento leer por sobre todos los medios, desde acercarse más a la luz, hasta achinar los ojos y esforzar la vista en sobremanera. El texto –casi ilegible–  poseedor de una hermosa letra cursiva parecía un escrito de algún diario personal...

 

Estaba escrita en un idioma casi perdido, y de no ser porque su abuelo, conocedor del tema y de varios otros curiosos contenidos, le hubiera enseñado; Jamás habría descifrado lo que el pasaje describía. Lo tradujo lo mejor que pudo, no fue fácil, pero transcribiendo palabra por palabra en una hoja limpia pudo, vagamente, comprender lo que aquella carta dictaba:

 

“...Como estoy en el tema de las tormentas, puedo también mencionar aquí el Scholomance, o la escuela supone que existe en algún lugar en el corazón de las montañas, y donde todos los secretos de la naturaleza, el lenguaje de los animales, y todos los hechizos imaginables encantos son impartidas por el diablo en persona. Sólo diez académicos son admitidos a la vez, y cuando el curso de aprendizaje ha expirado y nueve de ellos son liberados a regresar a sus hogares, el erudito décimo es detenido por el diablo como pago, y montado sobre un Ismeju se convierte en a partir de ahora el diablo ayudante de campo, y le asiste en "hacer el tiempo", es decir, en la preparación de rayos. Un lago pequeño, infinitamente profundo, hasta mentir en lo alto, entre las montañas al sur de Hermannstadt, se supone que es el caldero donde se elabora el trueno, y con buen tiempo el dragón duerme bajo las aguas... "

 

 

 

Sus brazos se erizaron, su corazón se aceleró y el sudor –a pesar del frío que azotaba en la habitación – inundó su ser, provocándole nervios y algunas arcadas por la emoción.

 

 

 

 

- Está aquí, en Hermannstadt, puedo encontrarlo... – Se dijo a si mismo mientras caminaba de un lado a otro y pasaba las manos por su liso cabello azabache. – Sé que puedo encontrarla...

 

 

 

Escucho unas pisadas resonar en el pasillo, dirigiéndose hacia la puerta de la habitación donde estaba. Pronto pararon frente a ella y la perilla comenzó a girarse.

 

Ciel sopló la vela y tomando el antiguo libro sin portada se metió bajo el escritorio de su abuelo.

 

La puerta de abrió y las pisadas resonaron alrededor de la espaciosa y  elegante habitación, observo unos zapatos masculinos que rara vez había visto. Aquel sujeto se acercó hacia el escritorio donde bajo él, el pequeño Phamtomhive se escondía, ocultando así su travesura.

 

Tapo su boca con ambas manos, mientras sujetaba con fuerza el libro entre su estómago y sus rodillas.

 

El sujeto dio un paso más firme, amenazando con agacharse y mostrar su rostro, sin embargo; retrocedió, saliendo así de la habitación, cerrando la puerta tras sí. Y Dejando a Ciel sólo en aquella oscuridad, con el corazón latiendo frenéticamente y miedo de permanecer un minuto más en aquel lugar...

 

 

 

 

 

 

- ¡Ciel! – Le llamo su primo – ¡Ciel!

 

 

 

 

 

Cuando salió del trance en el que había entrado, se encontró frente a su primo segundo: Alois Trancy, quien había accedido a acompañarlo en una ridícula búsqueda  entre las montañas de Transilvania, donde la localización de Scholomance seria cerca de un gran lago en las montañas de Los Cárpatos en el sur de Hermanstadt.

 

 

 

- ¿Qué? – Al fin respondió.

 

 

 

- ¿Me puedes explicar que es lo que estamos buscando exactamente? – Pregunto el rubio de ojos azules.

 

 

 

Ciel saco de su pequeño bolsito una hoja descastada y se la enseño a su primo.

 

 

 

- Esto. – En la hoja había una fotografía que mostraba un gran edificio antiguo con gárgolas de demonios con alas en la fachada.

 

 

 

- ¿Qué es esto? ¡Jamás he visto algo parecido nunca!

 

 

 

- Eso es porque jamás has escuchado de Scholomance.

 

 

 

- ¿Y cuándo se supone que se construyó esta cosa? Mi padre es que encargado de todas las construcciones por aquí, y jamás había escuchado de esto...

 

 

 

- Esa es también mi pregunta. No hay datos de su construcción, o algo...

 

 

 

- ¿Se supone que está por aquí? – Volvió a preguntar el rubio. Quien se estaba volviendo más fastidioso de lo normal.

 

 

 

- Así dice la leyenda. – Corto seco, dando por finalizada la ronda de preguntas.

 

 

 

 

Caminaron unas cuantas horas más, evitando las malezas del bosque, con solo unas pocas provisiones como; Agua, algunos dulces, una linterna y un pequeño mapa.

 

 

 

 

 

Al cabo de una hora y media,  Alois se dio por vencido y le dijo a su primo que ya tenía hambre y mucho cansancio, que en la mansión Trancy tenía mejores cosas que ver. Así, sin más se fue... Sin siquiera importarle dejar a su primito dos años menor que él sólo en la espesura de un bosque a las cuatro con cuarenta y cinco minutos de la tarde, cuando la niebla se hacía cada vez más espesa y los pocos rayos de sol adormecían cada vez más.

 

 

 

Ciel se encogió de hombros y siguió caminando, siempre en línea recta, mirando de vez en cuando las referencias de Scholomance y la carta que había conseguido dentro del gran libro misterioso.

 

 

 

 

Después de una larga caminata, y de un punzante dolor de tobillos, aparto una maleza con sus manitas y encontró un lago con una montaña de fondo. Miro su reloj de cadena y noto que eran las seis con cinco de la tarde.

 

 

 

Suspiro y camino hacia el lago, lo observo un momento y luego busco un árbol y se recostó de él. Cerró los ojos un momento y sin darse cuenta, el pequeño Ciel había caído en un profundo sueño...

 

 

 

 

 

 

.

 

 

 

.

 

 

 

.

 

 

.

 

 

 

Para cuando abrió los ojos, ya había oscurecido. Apenas podía ver su nariz por sobre la espesa y tenebrosa oscuridad la cual era débilmente interrumpida por los tenues hilos de luz que la luna desprendía.

 

 

 

Estando demasiado cerca de su rostro. Como si la hubieran halado hacia él. Era una hermosa vista, tanto que por un momento pensó en retratarla...Pero luego se dio cuenta que no era ni el momento, ni el lugar; Mucho menos la situación para ponerse a pintar. Estaba en un bosque, era muy tarde, estaba solo y en un sitio realmente aterrador y –porque no decirlo –  escalofriante.

 

 

Se restregó los ojos con la intención de ver un poco más que las débiles ondas en el agua del lago frente a él, las cuales dibujaban la figura de la luna en capas, como si ésta bailara bajo el agua.

 

 

 

 

Y se asustó. Porque a pesar de ser serio y reservado, Ciel aún era un niño, un niño curioso a su manera, que con sus once años sabia más de lo que debería y que podía tomar una situación seria y resolverla maduramente. Pero no en ese momento, en el que el miedo por encontrarse solo en aquel lugar, no.

 

 

 

Se levantó del suelo sacudiendo su ropita, tomo el pequeño bolso con lo que parecían provisiones e intento mirar un camino a la mansión Phamtomhive, o al menos a la Trancy –la cual quedaba unos metros más cerca – sabía que si encontraba a su primo Alois sus problemas estarían resueltos.

 

 

 

 

Pronto escucho unos pasos dirigirse hacia él. Se sobresaltó, y su corazón palpito más fuerte.

 

 

 

- A-alois... ¿Alois? – Pregunto con la voz levemente quebrada por el frío y el miedo.

 

 

 

Nadie respondió. En cambio los pasos se acercaron más hacia él.

 

 

 

Retrocedió tropezando en el proceso, cayó al suelo y se quejó por golpear su espalda baja contra un tronco en el suelo.

 

 

Una sombra se materializo ante él, mostrando en primera estancia una sonrisa malévola y unos profundos ojos rojos.

 

Ciel se quedó sin aliento. Quiso gritar, quiso correr... Pero sus músculos no se movían, simplemente se quedó allí.

 

 

 

 

La sombra ya materializada se presentó ante él como un hombre de un metro ochenta de altura aproximadamente, con el cabello negro y lacio hasta por encima de los hombros, y unos ojos cafés claros que la luna descubría, su piel era pálida y tersa, sin manchas, arrugas o imperfecciones.

 

 

 

 

Ciel se tranquilizó al ver que era una persona “normal” y “corriente”. Pero antes de levantarse del suelo para pedir ayuda a aquel chico el cual presumió que tenía unos veintitantos de años, volteo hacia el lago, sobre él descubrió que se imponía una torre bastante parecida a la de la fotografía que encontró en el libro de la biblioteca de su abuelo.

 

 

 

Saco la fotografía y comparo. Si utilizaba la lógica, aquello que veía era la parte de atrás de...

 

 

 

- Scholomance... – Susurro a la vez que sus ojos se ensanchaban lo más que podían en muestra de asombro. - ¡Scholomance! – Volvió a repetir poniéndose esta vez de pie, dándole la espalda al desconocido - ¡Le he encontrado! – Se dijo para sí mismo.

 

 

 

 

- ¿Buscabas Scholomance...? – Pregunto aquel hombre.

 

 

 

Ciel se volvió.

 

 

 

- Sí... ¿La conoces? – Pregunto tímido.

 

 

 

- Por supuesto. Estudié en Scholomance.

 

 

 

- ¿Qué? O sea que eres un... ¿Solomonari?

 

 

 

 

El hombre se carcajeo y dio varios pasos hacia el menor, rodeándolo hasta quedar frente al lago, dándole la espalda al pequeño Phamtomhive.

 

 

 

- No... – Respondió seco – Soy el décimo.

 

 

 

 

El corazón del joven se paralizo por una milésima de segundo, y de repente se sintió más emocionado que nunca. Sin embargo, no se inmuto físicamente.

 

 

 

- ¿Cómo puedo creerte? – Retó dando un par de pasos hacia el otro.

 

 

 

- No me hace falta demostrarlo. Tú estás perdido, y yo soy el décimo. Es lo que ves.

 

 

 

Ciel frunció el ceño.

 

 

- Bien, “décimo” ¿Cuál es tu nombre? Quiero saber el nombre de la persona que me ayudara a salir de aquí.

 

 

 

- ¿Qué te hace pensar que te voy a ayudar?

 

 

 

El ojiazul se sorprendió lo suficiente como para que se le notara en el rostro.

 

 

-“¿Quién se cree que es para hablarme así?” – Pensó Ciel, y dispuesto a reclamarle pero el otro le ininterrumpió.

 

 

 

- Además, no tengo nombre. En cuanto entramos a Scholomance, perdemos nuestros nombres y pasamos a enumerarnos desde “Primero” hasta  “Décimo”.

 

 

 

Ciel se le ocurrió una manera para descubrir al hombre.

 

 

- ¿...No se supone que los aprendices en Scholomance son pelirrojos y visten de blanco? Tú eres pelinegro, y estás vestido de negro...

 

 

 

El de ojos cafés se carcajeo y se dio la vuelta por fin para encarar al pequeño.

 

 

 

- ¿Quieres o no quieres salir de aquí? – Le pregunto con los ojos levemente rojizos.

 

 

 

- S-sí... – Respondió en un tartamudeo.

 

 

 

Una línea curva decoro el perfecto rostro del más alto en forma de sonrisa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

- ¿Puedo ponerte un nombre? Es incomodo llamarte “Décimo” – Rompió el silencio que se había formado entre los dos de camino a la salida de aquel bosque.

 

 

 

 

El otro dudo un momento, pero al fin y al cabo; dió su consentimiento con un asentimiento con la cabeza.

 

 

 

- Me gusta Sebastian – Dijo Ciel.

 

 

 

- ¿Sebastian...? ¿No se supone que debo tener un apellido también? – Recordó en tono burlón.

 

 

 

Ciel se llevó la mano a la quijada y lo pensó un momento.

 

 

 

- Michaelis, Sebastian Michaelis...

 

 

 

Sebastián sonrió.

 

 

 

- Bien... Entonces yo te pondré un nombre a ti.

 

 

 

- P-pero ya tengo nombre...

 

 

 

- Yo también, y sin embargo me pusiste uno. ¿Por qué no puedo hacer lo mismo?

 

 

 

Ciel se sonrojó.

 

 

- Vale – Respondió inseguro - ¿Qué nombre me pondrás?

 

 

 

Sebastian llevo una de sus manos a la quijada e imito a Ciel hace unos momentos con una pose infantilmente pensativa.

 

 

 

- Me gusta Ciel...

 

 

 

- ¿Eh? Pero... – Ocultó su rostro bajo su cabello y siguió caminando sin replicar. – “Ha adivinado mi nombre...”

 

 

 

 

Llegaron a la salida del bosque y fue  cuando el pequeño Phamtomhive se volvió para agradecerle a “Sebastián” por su ayuda, se encontró con la nada.

 

 

Sebastián había desaparecido...

Notas finales:

Continuará (?)


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