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Cárcel de Sueños por Tsundere Chisamu-chan

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Notas del fanfic:

No es mi mejor fic, pero lo intenté. Mucho éxito a todas y todos los participantes, que lo disfruten.

Cárcel de Sueños

 

¿Has escuchado hablar de aquellos asesinos? ¿Los psicópatas espontáneos? Son seres trastornados que surgen desde la nada, y sin tener ningún antecedente, historial de violencia o referencia negativa, enloquecen inesperadamente y vierten su ira en el instante menos oportuno. Siempre había escuchado esas historias en libros o la televisión, aunque nunca comprendí su teoría ni confié en su veracidad, hasta el día en el que me sucedió a mí.

            Ya han pasado algunos años desde ese momento, cuando me convertí en lo que soy ahora y todavía no puedo entender lo que pasó por mi cabeza cuando cometí semejante atrocidad. Lo cierto es que nunca he sido demasiado prudente, mi sentido común siempre rozó lo absurdo, y mi consciencia con frecuencia volaba impidiéndome discernir entre lo bueno y malo, aunque nunca me creí capaz de perder la cordura por un amor descomunal. No logro dormir, he extraviado mi esencia soñadora dando paso a un sentimiento mucho más escalofriante; la culpabilidad. Eso y el temor que arrastro cada hora de mi existencia por esa criatura feroz y repugnante que habita en mi interior.

            Todavía, de vez en cuando, escucho los susurros de mi alma suplicante solicitando paz, en el otro mundo. Y quisiera escucharla, pero no puedo. Existe alguien que me obliga a mantenerme con vida en este mundo, que me da fuerza y energía. Alguien más necesario que el oxígeno y el agua juntos. Es mi universo infinito y mi alma marchita, mi amor, mi héroe, mi mejor amigo. Kouyou ha estado conmigo desde mi infancia, es un chico listo, callado y gentil que discute todo el tiempo y siempre dice la verdad, sin importar qué tan innecesaria u ofensiva sea, aunque estoy seguro de que no lo hace apropósito. Lo conocí a mis 8 años, cuando su familia decidió recogerme del basurero en el que mis padres biológicos me habían abandonado. Fue el primer acto de bondad que había visto en mi vida, por lo que estaré eternamente agradecido.

            Pasaron apenas unos meses antes de que él y yo, nos hiciéramos amigos inseparables. El primer día me llevaron a una casa enorme, repleta de sirvientes, comida y lujos, justo como los castillos que había en mis sueños y Kouyou, el primogénito de la familia e hijo único, era el héroe del cuento. Un pequeño príncipe a quién obedecían sin cuestionar, el caballero místico, valiente y solitario que desempeñaba su papel de “niño consentido” a la perfección, nunca sonreía ni daba las gracias. Yo no podía ser como él, estaba agradecido de tener comida durante el día y ropa limpia para la noche, jamás me atrevería a exigir un capricho, por lo que el joven amo era una criatura extraordinaria para mí.

            Todavía recuerdo lo mucho que su actitud me desconcertaba al principio, creí que era arrogante, vanidoso y petulante. Casi nunca me miraba directamente, no decía “buenos días” cuando bajaba las escaleras con garbo, luciendo de forma impecable el uniforme escolar, ni tampoco le hablaba a sus padres con el debido respeto cuando estos le daban las indicaciones de su atareado horario; las clases de inglés, piano, las tutorías y el futbol. De ninguna manera lograba comprenderlo porque las prioridades de mi vida se basaban a ir a los cursos básicos de la escuela primaria y jugar con los costosos juguetes que nos obsequiaban nuestros padres para compensar la falta de atención. Pero cuando logré percibir en sus ojos, el mismo miedo que me asechaba cada día, me enteré de la verdad.

            Un día, en un festejo familiar lo vi leyendo en una esquina, huyendo del bullicio de sus familiares y sin pensarlo demasiado me senté a su lado. Él me miró un segundo y volvió a las páginas amarillentas de aquel libro que no me resultó nada atractivo, a diferencia de su portador. Me dediqué a admirarlo a él, porque me cautivaron sus refinados rasgos, empezando por el contorno de su cara que resultaba tan elegante como delicado, sus labios definidos, sus largas pestañas. Quedé absorto hasta que él me miró nuevamente con gesto de molestia y sin darle importancia a eso, le hablé con la pura e inocente curiosidad de un infante.

¿Qué te asusta?— le pregunté, él bufó y me sonrió, prendándome para siempre de aquel rostro que, hasta la fecha, me hace desfallecer y respondió en un hilo de voz.

—Me asusta todo. —Así que tomé su mano huesuda y fría sin toparme con ninguna resistencia y la apreté con fuerza, porque a mí me pasaba lo mismo, y sé que lo comprendió. Después de ese día, nos sumergimos en una adolescencia de aventuras, diversión y amistad. Descubrí que el niño caprichoso quién tanta curiosidad me despertaba, era tan sincero y leal como ninguna persona con la que yo hubiese tratado alguna vez. Inteligente, noble y tierno. Lo amaba con toda mi alma, aunque él no lo sabía. Fue en mi cumpleaños número quince, cuando me besó por primera vez, llevándome al cielo con un efímero contacto labial. Ocultos en un rincón de la enorme casa, nos declaramos amor eterno, y así fue.

            Un amor juvenil, sin límites, incondicional, irracional, irrefrenable, loco. Un romance descomunal que creció junto a una necesidad mutua e inconmensurable, porque sin importar la atención que recibiéramos de otros, solo nos teníamos el uno al otro. Poco a poco nuestro amor se convirtió en una pasión insensata que me llevó a cometer un grave error. Todavía lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Ocurrió un jueves como cualquier otro, había amanecido húmedo y caluroso, como es frecuente en esa época del año. Me encontraba buscando a Kouyou en la facultad que él estudiaba porque habíamos acordado ir a casa juntos. Caminé por uno de los pasillos de la universidad en la que estudiábamos y sin sospechar nada, entré a una de las aulas esperando encontrarlo, y no me equivoqué, aunque por primera vez su imagen me resultó repulsiva y me atravesó sin misericordia. Era el chico de mi corazón, en un encuentro carnal con uno de los compañeros de su clase.

            Ni siquiera se percataron de mi presencia. Estaban tan ensimismados en el acto sexual que el ruido de la puerta no pareció preocuparles. Me quedé unos segundos sin creerlo, porque él era el amor de mi vida y yo el de la suya, eso no podía estar sucediendo. Recuerdo que cerré los ojos mientras respiraba fuerte, porque solo pensé que necesitaba despertarme de esa pesadilla, pero no sucedió nada y únicamente mi interior fue flagelado provocándome un dolor indescriptible. Los quejidos roncos que salían desde su garganta me nublaron, y mis extremidades empezaron a vibrar con ímpetu, tiñendo de un tono rojizo y tenebroso la imagen que se encontraba ante mí. Solo reaccioné sin pensar. No me percaté del momento en el que derribé al impostor, pero en cuestión de segundos me encontraba tirado en el suelo propinándole fuertes golpes, y este inmóvil recibía el impacto en su irreconocible rostro. Cuando la racionalidad volvió a mi cuerpo, me detuve y me levanté del suelo, mirando a Kouyou que temblaba de la cabeza a los pies, con sus ojos clavados en la salvaje escena. Revisé mi propio cuerpo, sorprendiéndome al encontrarme salpicado de sangre y, alarmado, solté el trozo metálico que sostenía en mi diestra con la que había descargado mi ira.

            Todo sucedió tan rápido que no podía entenderlo. La estancia se colmó con un olor fuerte, a la vez que yo comprendía lo que había hecho. Sentí mi cabeza bullir ante la conmoción y miré al hombre que yacía inerte en el suelo, enterándome de que ya no despertaría más, pues la herida en su cabeza liberaba sangre con una velocidad extraordinaria. Giré, de nuevo, mi rostro hacia Kouyou y sus ojos cargados en pánico me contagiaron de desespero. Me había convertido en un monstruo y el terror me recorría. Sin pronunciar un solo sonido, le susurré un “te amo” desde los dos metros que nos separaban, pues no tenía la valentía para acercarme a él. Lo admiré indefenso, asustado, encogiéndose en una esquina, intentando ocultar su desnudez con prendas sueltas. Esperé a que me correspondiera, pero él solo volvió su rostro, rehusándose a contestar mis palabras de amor, justo como el primer día que hablamos en aquel festejo. Su miedo y rechazo me rompieron, y eso es lo último que recuerdo de ese día.

Quiero que sepas que amo la forma en que ríes

Quiero sostenerte en alto y llevarme tu dolor lejos

 

            Sé que hubo una detención, un juicio y una sentencia, pero siendo sincero, no recuerdo nada de eso porque su rostro abatido ha permanecido en mi memoria desde aquel día. Lo lamento tanto por todos. Lo lamento por el chico que asesiné, porque era un joven universitario como Kouyou o yo, con una vida por delante y sueños que alcanzar. Lo lamento por su familia que llorará su pérdida para siempre, por los testigos que se vieron envueltos en el suceso y que cargarán con el peso de la macabra escena, repitiéndose una y otra vez dentro de sus cabezas. Lo lamento por mis padres adoptivos, que me dieron todo con la esperanza de ayudarme a salir de un infierno sin percatarse de que las tinieblas se encontraban en mi interior. Lo lamento tanto por mi Kouyou, porque mi falta de atención lo hizo recurrir a otros brazos y sé que el desconsuelo lo consume al pensar que todo fue su culpa, causándole pesadillas y desmoronando de forma tortuosa cada uno de los aspectos de su vida. A pesar de eso, cuento los días esperando su visita mensual, porque el peso de su consciencia lo vuelve a traer hasta mí, los días 7 de cada mes, condenándome al castigo eterno por seguir aferrado a él.

 

            Espero sentado en el delgado colchón de mi celda, ansioso, mirando su fotografía, esperando su llegada. Escucho los pasos resonantes aproximándose y se me acelera el corazón. Es uno de los guardias, y se me va el aliento cuando se detiene en frente de las rejas sacando sus llaves.

—Tienes visita Suzuki…— pronuncia mientras manipula la cerradura y abre permitiéndome al paso hacia afuera.

Camino siendo escoltado por el mismo caballero de seguridad hacia el lugar de las visitas. Me encuentro tan emocionado que temo desfallecer. Entrando a la habitación acomodo mi ropa y peino mi cabello hacia abajo, como cuando era un adolescente. Kouyou continúa causando estragos en mi interior y entonces lo diviso. Se encuentra sentado al otro lado del cristal de una de las ventanillas, mientras se muerde las uñas. Respiro profundo antes de sentarme en frente suyo y cuando lo hago, él me devuelve la mirada. Sus ojos castaños tan dóciles siempre me han sometido con suma facilidad, y esta vez no es diferente. Me escalofrío mientras analizo sus rasgos faciales. En cada visita percibo su progresivo deterioro que me patea directo al estómago. Está más pálido, más delgado, se ve cansado y sin vida, sin embargo el amor en mi interior continúa floreciendo. 

            Me mira con ese brillo sinigual que todo el tiempo resalta en sus pupilas y me sonríe haciéndome sentir miserable. Porque el sufrimiento de verme allí, se le desbordaba por los poros y yo no puedo hacer nada para impedirlo. Me encantaría abrazarlo, besarlo, hacerle el amor, llevarme todo el desconsuelo que le provoca mi ausencia, tomar su desesperación con los dedos y guardarla en el baúl de los recuerdos, donde jamás pueda volver a atormentarlo. Tomo el aparato intercomunicador y él hace lo mismo, espero unos segundos de silencio mientras encuentro fuerzas para no llorar.

 

Guardo tu fotografía, y sé que me servirá bien,

Quiero sostenerte en alto y llevarme tu dolor

 

—¿Cómo estás? —pregunto y él suelta un suspiro pesado.

—Estoy bien. —Desvía la mirada convenciéndome de que miente, pero su voz me emociona tanto como el primer día que la escuché.

—¿Cómo va el nuevo trabajo? 

—Un poco mejor. Ya me estoy acostumbrando al horario, pero continúa sin gustarme el lugar. —Hago un asentimiento con la cabeza. Kouyou es tan transparente y fácil de leer, que puedo discernir sus mentiras con los ojos cerrados, y esta no es una de esas. Hace algún tiempo me relató los conflictos que mantiene con sus colegas y la infelicidad que le ocasiona esa situación. Lamento tanto no estar a su lado para darle ánimos cada vez que regresa a casa.

—Ya te acostumbrarás.

—No lo sé. No soy bueno haciendo amigos. —Lo miro con nostalgia.

—Eso es porque eres extraordinario. —Abre los ojos sorprendido y luego frunce su entrecejo exteriorizando su dolor.

—¿Por qué siempre dices cosas tan sentimentales? —Baja su mirada mientras yo trago grueso.

—Porque son verdad. —Me mira triste y yo coloco la palma de mi mano contra el cristal en un intento por sentirlo más cerca. Él hace lo mismo y coloca su mano frente a la mía. Maldigo con toda mi alma el grosor milimétrico del cristal que me impide tocarlo de verdad. Recuerdo la calidez de su piel, su tersura y la electricidad que emite a todo lo que lo rodea. Su pureza me doblega.

—Te extraño tanto —susurro y él cierra los ojos.

—Lo sé. También yo.

—Suzuki, el tiempo se ha acabado. —Permanezco con la misma posición unos cuantos segundos ignorando la indicación del guardia. Sus palabras y las mías continúan detonando en una corriente eléctrica que comunica nuestras miradas, como si nos estuviésemos besando con nuestras almas. Lastimosamente un momento tan hermoso no puede durar mucho, y siento el tosco agarre del policía en mi brazo. Cierro los ojos y exhalo.

—Volveré el próximo mes —pronuncia desesperado.

—Te esperaré. —Y con un fuerte jalón de brazo, me veo obligado a levantarme del asiento. Me alejo del cristal sin quitarle la mirada de encima. De lejos se ve aún más deplorable. Me pregunto qué habrá sucedido con el chico de mi fotografía, tan sonriente, tan jovial, tan fuerte y cómo fue que este se convirtió en el muchacho roto que me mira desconcertado, con su mano en el cristal y la bocina en su oreja. Las respuestas llegan a mi cabeza como proyectiles de pólvora; ya no existe esa persona desde el día en el que yo la liquidé. Esa persona que amo con locura, la que lucha por mantenerse en pie y sin embargo yo continúo derribando. Me odio tanto. Nadie sabe todo lo que daría por tener las fuerzas para dejarlo ir, para permitir que su vida siga avanzando y ya no se preocupe más por mí. Quisiera regalarle la paz de la que carezco, pero desgraciadamente no seré nadie si él se va, y sé que él siente lo mismo.

            El tiempo pasa tan lento que apenas logro sobrellevarlo, porque un mes parece una eternidad cuando lo extraño tanto, y el frío de este lugar se mezcla con la oscuridad que habita en mi interior, para terminar acobardándome por completo. Los conflictos diarios, las drogas, las violaciones, los golpes e insultos que abundan a mí alrededor y me asedian, se ven opacados tras la ausencia de Kouyou y la desolación que me derrota. Es solo que no puedo pensar en otra cosa, me siento vacío, no sé qué hacer. Paso horas viendo su fotografía, preguntándome qué estará haciendo en este momento, ¿me extrañará tanto como yo a él? ¿Se sentirá así de solo? Francamente, espero que no. Espero que tenga a alguien a su lado para que lo escuche, alguien con quien desahogarse, alguien que le brinde la compañía que yo no puedo darle desde aquí, que lo cuide, lo proteja, lo haga reír. Alguien que reemplace el lugar que yo estropeé y ahora envidio con todo lo que me queda de alma.

            Cierro los ojos, dejando que las lágrimas acumuladas en mis ojos resbalen por mis sienes y se pierdan en mi cabello, llegando hasta la desteñida y mugrienta colchoneta en la que me encuentro. Las noches tan frías me traen recuerdos dolorosos, de modo que me doy vuelta para guardar mi adorado retrato bajo la almohada, conservando especial cuidado por ser mi objeto más preciado en esta repulsiva vida. Me encojo de medio lado, intentando invocar un sueño profundo pero la memoria me mortifica. Pocas veces tengo la dicha de tener recuerdos tan nítidos, las escenas de nuestro profundo vínculo me sacuden hasta los huesos, reviviéndolo en frente de mí y me quedo sin aliento con la remembranza del sonido de su voz; tan áspera pero que pronuncia palabras tan dulces, su piel tersa y fría, sus elegantes movimientos, sus labios revoltosos y precisos, su forma tan apasionada para entregarse. El deseo de volver a esos tiempos es tan desgarrador como una puñalada directo en el pecho, una profunda, como las que estoy dispuesto a aguantar por él.

 

Porque estoy roto cuando estoy solo

Y no me siento bien, cuando te vas

 

             Su siguiente visita parece más tortuosa. Con los ojos cerrados, parece estar agonizando al otro lado del cristal. Me siento a observarlo mientras escucho su respiración pesada en el aparato intercomunicador. Me duele tanto mirarlo sufrir que casi no puedo soportarlo. Su rostro se encuentra demacrado, ha perdido la fuerza, la energía, la tenacidad que tanto lo caracterizaban en el pasado. Mi héroe, mi príncipe azul, mi rescatador se encuentra en la decadencia y yo solo puedo resignarme, porque es mi culpa, y lo más desgarrador es la impotencia que me invade al sentirme incapaz de ayudarlo. Permaneceré aquí por quién sabe cuántos años más y lo único que he hecho es arrastrar a Kouyou hasta el fondo del abismo junto conmigo, pero sin tener la posibilidad de ayudarlo a salir. Sus escasas y rasposas palabras continúan siendo tan tiernas como antes. El amor en su voz arde en mi torrente sanguíneo y mi cobardía me obliga a corresponderlo, ya que el suplicio de verlo extinguirse no se compararía con una eternidad sin él.  Soy tan egoísta.

            Regreso a mi celda a llorar como un niño pequeño. Maldigo a todos, empezando por mí mismo, me maldigo por ser tan débil, tan dependiente, tan enfermo e imbécil. Me maldigo por mirar a Kouyou en el suelo y continuar pisoteando su alma, por no tener ninguna intención de solucionar esta contrariedad, únicamente porque no deseo quedarme solo en este infierno, pero tampoco quiero verlo arder conmigo. No quiero pensar que mi orgullo es más grande que el amor que guardo hacia él, pero el miedo de perderlo sí que lo es y eso me devasta. Deseo morir. Me gustaría verlo despegar, tan libre como lo fue alguna vez, que deje de combatir contra sí mismo y piense un poco en su bienestar. Quisiera me abandonara en esta pocilga como el maldito asesino que soy y continúe solo, por su bien. Porque no puedo ofrecerle nada desde el fondo del abismo.

            Los días transcurren de forma pausada, las horas se queman lentamente y me consumen el espíritu. El día de hoy, sin motivo aparente, recibo una carta. Es extraño, ya que nadie me escribe, nadie me recuerda. La reviso superficialmente, dándole vueltas repetidas veces al sobre, sin encontrar ninguna pista que me mencione el remitente, pero con letra clara se indica mi nombre. Entorno los ojos y apreto los dientes al reconocer la refinada caligrafía de Kouyou en las letras que nombran al destinatario. La abro con desesperación y la desdoblo para revelar su contenido mientras aguanto la respiración. Las letras son pocas pero se encuentran ordenadas de forma pulcra en el centro del papel. Siempre fue tan meticuloso con su escritura que no puedo evitar sonreír de solo recordarlo. Dejo salir el aire de mis pulmones mientras deslizo mis pupilas vibrantes sobre los renglones, vuelvo a tomar oxígeno y cierro mis ojos llevándome el trozo de papel a mi pecho. Siento mi estómago vacío y un frío estremecedor me envuelve hasta el corazón. Miro arriba con lágrimas en mis ojos y camino hacia atrás temiendo desmayarme, cuando palpo la pared a mis espaldas me dejo resbalar hasta sentarme sobre el suelo y miro la carta nuevamente.

            Una despedida improvisada se expande por mi piel lacerándome por completo, al igual que la fluorescencia que expide la hoja de papel al reflejar los rayos solares matutinos tan agresivos, que llegan al deprimente patio de una asquerosa cárcel. Siento mi corazón quebrándose y leo nuevamente la última línea del texto convenciéndome a mí mismo de que todo ha terminado. “No volveré más”. El trazo irregular me hace pensar que lloraba cuando lo escribió y sé que cumplirá su palabra, porque él es así. Por eso lo amo tanto.

 

Lo peor ha pasado ya y podemos respirar de nuevo
Quiero sostenerte en alto, tú te llevas mi dolor lejos

 

La punzada de alivio que siento es más dolorosa de lo que predije, pero me hace sentir liberado. Como si una carga insoportable hubiese desaparecido por completo de mi espalda y ahora solo me queda la desolación en mi pecho, que me mata lentamente, envenenándome hasta la médula. La vida se me escapa por la boca y ni siquiera puedo llorar por ella, estoy débil y vacío, como si hubiese muerto hace tiempo pero no me había enterado. Justo lo que merezco, morir de soledad y angustia. Porque el culpable de realizar un homicidio tan atroz no puede solicitar compasión, yo no la tuve con aquel joven.

            Me encuentro mirando al cielo, preguntándome qué estará haciendo Kouyou en este momento, me pregunto si se encontrará desconsolado por haber roto el vínculo que nos unía o el renunciar a nosotros le habrá otorgado la calma que necesitaba. Quisiera poder orar por él, ojalá no tuviera el alma tan manchada y el Dios todopoderoso me escuchara cuando pido por la felicidad de Kouyou. Me gustaría despedirme, decirle lo mucho que lo amo, lo increíble que es como chico y ser humano. Contarle lo feliz que fui a su lado y confesarle que nunca olvidaré todo el tiempo que compartimos juntos, las risas, las travesuras, las penas y lágrimas. Ojalá todas las palabras de gratitud y de afecto que me ahogan, llegaran hasta él en un susurro de aire para que sepa lo mucho que me importa y así limpiar mi consciencia del adiós que nunca podré decirle.

            La vida se ha vuelto más insensata de lo que era, aun cuando creí que eso no sería posible. Todo parece tan tedioso desde aquí que incluso comer parece innecesario, necesito motivación para levantarme cada mañana y realizar mis actividades obligatorias. Quisiera desaparecer, porque el mundo sin él, es peor que el infierno. Lo extraño tanto. Han pasado cuatro meses desde la llegada de su carta y desde entonces, solamente lo he visto en mis sueños. Ese lugar paradisiaco al que escapo por las noches esperando reencontrármelo, pues todo es mucho mejor allí. Tengo tantas cosas que decirle que no me alcanzaría el resto de mi vida, pero no estoy seguro de que a él le gustaría escucharlas, no ahora que ha decidido lo mejor para sí mismo. Solo puedo rogar por su bienestar, porque su felicidad vale cualquier tormento existente.

Queda tanto que aprender y no queda nadie para luchar
Quiero sostenerte en alto y llevarme tu dolor

 

               Han pasado diez años y las cosas van de mal en peor. Las enfermedades y dolencias me atacan a pesar de mi juventud, distrayéndome de mi desesperación. No estoy tan seguro de cuánto tiempo más soportaré, tengo miedo. El dolor que habitaba dentro de mí se ha exteriorizado, manteniéndome despierto y trayéndome caos a la miseria que me rodeaba. Estoy confundido y temeroso de que el Kouyou de mi cabeza no me acompañe como lo hacía antes. Ya ni siquiera puedo verlo en mis sueños, se ha esfumado toda esencia suya, llevándose todo consigo. Me asusta cerrar los ojos y no escuchar su voz, empiezo a olvidar su olor y su rostro parece borroso. ¿Qué sucederá cuando lo olvide por completo?

               La voz de un viejo guardia interrumpe mis pensamientos cuando me dice por segunda vez que tengo visita. Lo miro desde el interior de mi celda, y frunzo el entrecejo intentando encontrar la broma dentro de  sus palabras, pues no pueden ser verdaderas. Pero no encuentro en su rostro ningún dejo de sarcasmo o burla, dice la verdad y la convicción es que utiliza sus llaves para abrir la cerradura. No sé cómo sentirme al respecto. ¿Será Kouyou? ¿Por qué ahora? Las dudas me asaltan mientras camino con lentitud por los pasillos de la cárcel. Reprimo el temblor que azota cada célula de mi cuerpo y el oxígeno empieza a escasear. El sudor se desliza por mi frente y los puntos de colores aparecen justo al momento de acercarme a la sala de visitas. Supongo que me desmayaré en cualquier momento, pero me mata la curiosidad por ver quién se encuentra del lado opuesto al cristal. Espero que sea él. Me encantaría ver su rostro una vez más. Contengo la respiración y, tambaleante, me asomo a la ventanilla que me indica el hombre armado. No es Kouyou, pero aquel rostro familiar me abofetea con fuerza. Es nuestro padre; Aoi.

             Tomo asiento con desgano, pues no es la persona que más ansiaba ver en este momento y la verdad es que nuestra relación nunca fue la más estrecha porque su trato indiferente se intensificó cuando cometí la aberración de enamorarme de mi hermano. Evado su mirada y levanto el teléfono.

—Akira —pronuncia con autoridad evocando mis años de adolescencia.

—Si —respondo con indiferencia y sonrío ante los recuerdos de aquella época.

—Kouyou murió. —Sus palabras borran mi sonrisa de inmediato y siento mi corazón rompiéndose en mil pedazos. Levanto la mirada para ver su rostro y percibo por primera vez, sus párpados hinchados revelando la prueba de un llanto impetuoso y prolongado. Me encontraba tan distraído cuando me senté que no me había percatado. Cierro los ojos resoplando, intentando formular una pregunta pero las palabras no me salen. Siento el espíritu escapándoseme, el sudor frío baña en unos cuantos segundos y el panorama se me nubla a la misma velocidad.

—No te creo. —Se me quiebra la voz al salir y antes de verlo venir, un sollozo acompaña mis palabras.

—Se suicidó hace tres días.

Empiezo a temblar y llevo mis manos hasta mis labios ya que más gemidos se abarrotan para escapar. No puedo imaginar mi rostro en este momento, pero estoy seguro de que nunca había tenido una mueca similar. No quiero creerlo, no puedo porque no lo soportaré. Kouyou no haría algo como eso, no después de que rehusarse a seguir con nuestra relación tóxica. No me abandonaría para luego arrepentirse, simplemente no lo puedo comprender.

 

Porque estoy roto cuando soy sincero
 Y no siento que sea lo suficientemente fuerte

        

              No puedo describir lo que siento. Es un dolor que ejecuta pero no mata, me ahoga, me aplasta, me consume, me devora. Escucho su llanto y me refugio en la tela maloliente que cubre mis antebrazos. La culpa se abre paso a través de mi mente como una bala infectada, asesinando cada rastro de esperanza y entonces lo recuerdo. Veo su rostro tan cristalino como el día en el que me besó por primera vez, su sonrisa espléndida, esos ojos pardos, maestros de seducción, su personalidad fría pero sincera y esa ternura que encerraba bajo un duro caparazón solo para no salir lastimado. Todo se ha ido para siempre y ha sido mi culpa. Por haberlo amado tanto, por lastimarlo, por arrastrarlo. Ahora lo puedo ver con claridad, todo el daño que le hice y que ya nunca podré remediar. ¿Cómo pude ser tan vil para dejarlo enamorarse de mí a sabiendas de que yo no tendría nada para ofrecerle? ¿Solo pretendía salvarme?, pero ¿quién lo salvaría a él? ¡Maldita sea! Seguramente estuvo muriendo de desolación todos estos años, se deterioró igual que yo, hasta que no pudo más y cedió ante los demonios que siempre lo asecharon.

—Ha dejado algo para ti —pronuncia mi padrastro después de un largo suspiro y yo solo lo escucho en la lejanía puesto que me encuentro incapaz de reaccionar a sus palabras. Golpea el vidrio en tres ocasiones solicitando mi atención y yo levanto la mirada, intentando con todas mis fuerza discernir el objeto que tiene adherido al vidrio. Me incorporo con rapidez cuando reconozco las letras escritas y tomo aire para leerlas. Es un trozo de papel, arrugado e improvisado con una única oración escrita con tinta negra.

“Aki. Hemos fallado. Empecemos nuevamente en nuestra próxima vida. Te amo”

            Parpadeo repetidas veces dejando salir las lágrimas que inundan mi visión. Sus palabras cargadas de pureza y amargura calan hasta lo más profundo de mi ser y me provocan un espasmo. Necesito ese trozo de papel para guardarlo en mi corazón, para sobrellevar lo que me queda de existencia. Para mirarlo cada noche y ahuyentar mis pesadillas. Para encender la llama de la esperanza y esperar con paciencia el momento de mi muerte, para encontrarme con Kouyou en un nuevo comienzo.

—Por supuesto mi amor —musité al aire. —Espérame… no tardaré.

Te has marchado
no me sientes más

Notas finales:

Gracias por leer...


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