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Escape a la libertad por Aya_Marise

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Notas del capitulo:

¡Hola! :D

Este es mi primer acercamiento que tengo al mundo de Harry Potter. En mi mente quería iniciar con un Drarry pero pos no se pudo. :v

Quiero aclarar que la historia se desarrolla en el mismo año y ciudad de la película. Salvo porque Percival (spoiler) no es un hombre malvado ni busca al niño como en la cinta; sino que es un hombre generoso que tras conocer la historia de Credence, quiere ayudarlo a ser libre.

Este oneshot nació justo después de que vi Animales Fantásticos. Si ya la vieron, entenderán mis razones. La historia de Credence en realidad se me hizo súper triste.

Mi corazón me dolía horrible cada que lo miraba, me hizo sentir mal. Les prometo que lloré. En mi mente me decía que sólo necesitaba amor y calor, de alguien, quien fuera.

Por eso decidí hacerle este escrito, a fin de que tuviera ese final feliz que se merecía, aunque fuera sólo en un fanfic.

Espero les guste la historia. :)

 

************************

DISCLAIMER.

Todos los personajes, lugares y mundo mágico pertenecen a J. K. Rowling.

Este es sólo una versión más de sus escritos, de fan para fans.

Abrió los ojos. El dolor constante y punzante en sus manos llenas de llagas le recordaron la constante pesadilla en la que vivía. --Ojalá nunca más despertara.-- se dijo con tristeza y haciendo un increíble esfuerzo se levantó de aquella cama dura que su "madre" le habia dado. Su cuerpo crujió, en realidad no sólo sus manos eran las que dolían como el infierno, todo él era una masa lastimada y sangrante.  La noche anterior había vuelto a casa diez minutos tarde. Diez minutos sólo por haberse quedado a admirar la luna llena. Pero "mamá" no aceptaba errores de ese tipo ni de ningún otro. Él lo sabía y por eso había sido castigado brutalmente. 


Primero con latigazos en las manos, después conforme su odio creció, donde cayeran. Así había conseguido esos rasguños en la cara que protegió para que nadie en las calles viera su sufrimiento, o en la opinión de su madre, su vergüenza. Porque él lo era. Él era una desgracia para esa familia que se oponía a la magia. Tras curar sus heridas lo mejor que pudo, bajó al comedor donde su hermana adoptiva Modesty cantaba esa canción sobre las brujas que le llenaba de terror. ¿Por qué hablaba de eliminarlas de formas tan terribles?  No desayunó, prefirió salir a la calle y entregar aquellos estúpidos panfletos. Al menos afuera, el aire y las personas extrañas le daban una sensación de libertad. Nadie lo conocía, sólo era el chico raro que repartía volantes. Y en sus condiciones eso era lo mejor que podía lograr.  


La semana pasó rápidamente. El dolor físico se había ido pero el del alma ese siempre estaba con él. Cada día le dolía más y más. 


--Ya saben que día es hoy.-- dijo su "madre" mientras desayunaban, silenciosamente él y el resto de niños que alimentaba y había adoptado, asistieron. 


Era viernes. Y eso significaba dos cosas. La primera era que repartirian volantes hasta después del ocaso, así que podría ver las estrellas sin temor a ser golpeado por retrasarse. Y la segunda cosa era la más importante. Cada semana la esperaba con ansia. Se reuniría con Percival Graves, su amigo, su tutor. Era un hombre, el único de hecho, que le trataba con gentileza y le hablaba de cosas agradables. Cada que estaban juntos los minutos pasaban demasiado rápido. Él conocía su tragedia y le había prometido ayudarlo a escapar, le daría esa ansiada libertad lejos de su "madre" adoptiva, lejos del dolor. Con esmero Credence se arregló lo mejor que pudo. No sabia por qué pero quería que lo viera fuerte, impecable, alguien digno. Por suerte los arañazos de la correa del cinturón habian desaparecido de sus mejillas casi en su totalidad, quedaban pequeños cortes que podría habérselos hecho con una de las maderas viejas y astilladas de la casa, o eso le diría; y en el resto de su cuerpo sólo tenía moretones. 


A la hora de siempre salió a la calle. Rutinariamente hizo su trabajo repartiendo volantes en silencio. Las horas pasaron demasiado rápido y cuando cayó en cuenta, el sol se estaba metiendo. Su corazón latió con mucha fuerza. Percival estaba en camino.  Cuidando que nadie lo viera, especialmente su "madre", se deslizó cautelosamente al callejón a unas tres cuadras de donde estaba. Esperó. 


--Credence.-- oír su nombre de aquellos labios lo hizo sobresaltarse a tal grado que casi se cayó de la caja de madera en la cual estaba sentado. Percival rió.


--Hola, señor Graves.-- saludó sin atreverse a mirarlo. Percival era un auror, alguien respetable y distinguido; a su lado él no era nada pero aún así disfrutaba esos momentos. Eran encuentros breves, charlas tranquilas y sobre todo, noticias sobre su próximo escape. Porque esa era la razón para verse. Seis meses antes Percival lo había encontrado justamente en ese callejón, retorciéndose de dolor; lleno de golpes producto de un castigo sin sentido de su "madre". Y por primera vez en su vida le escuchó decir a alguien que le ayudaría. A él. Al inicio estaba renuente pero el señor Graves le había seguido, buscado y convencido de que le contara la verdad de su situación. 


Sin saber por qué, le dijo todo un día en que otra paliza lo había dejado inconsciente durante algunas horas. Estaba harto y alguien se ofrecía a ayudarlo. 


Tal vez se estaba volviendo loco pero en cuanto vio a ese hombre supo que lo protegeria. Fue una conexión...mágica. Pero la magia era algo horrendo y prohibido. Prefería no pensar en ello porque en su interior ya sabía que él la poseía. Percival se lo había explicado a detalle y prometió enseñarle a controlar sus poderes. 


--No me digas así. Te dije que me llames Percival.-- le despeinó el cabello con dulzura. Credence solo se agazapo en su banco improvisado. No estaba acostumbrado a esos tratos delicados. --¿Cómo has estado?--


--Bien.-- Percival se sentó a su lado. Credence podía sentir su mirada penetrante encima suyo pero no volteó a verlo. Esos ojos le alteraban y ni qué decir de su voz. A veces temía ser anormal, más, por esas reacciones. Nadie se las hacia sentir como cuando estaba con él. 


--Te tengo buenas noticias.-- dijo Percival. El corazón de Credence dio un vuelco.


--¿Qué?--


--Casi está todo listo. Ya tengo un lugar donde esconderte por el momento y uno más muy muy lejos de aquí, será ahí el lugar en el que iniciaras una nueva vida..--


--¡¿De verdad?!-- la ilusión llenaba cada centímetro de su alma. 


--De verdad.-- Percival sonrió ante la carita iluminada de aquel chico que le miraba devotamente y que, en su opinión, merecía ser libre. En aquellas mejillas vio pequeños cortes. No preguntaría porque ya sabía la respuesta, se limitó a sonreirle gentilmente y en un impulso acarició uno de los cortes, borrándondolo al instante. Credence retrocedió visiblemente rojo. Percival cayó en cuenta de lo que había hecho. Ninguno dijo nada. Prefirieron dejarlo pasar, mandándolo al olvido. El reloj de la plaza de la Ciudad sonó.


--¿Qué hora es?-- lleno de pánico Credence preguntó. 


--Las ocho.--


--¡No!-- gritó. Debía haber estado en casa hacia veinte minutos. Salió corriendo inmediatamente, a sus espaldas escuchó la voz del señor Graves pedirle que esperara; que no se fuera, que huyeran de una vez pero el miedo lo hacia actuar, lo obligaba a volver a esa casa maldita. Corrió con todas sus fuerzas hasta que entró a la vieja casona de madera. Sus pulmones ardían por el esfuerzo físico y se detuvo en el marco de la puerta de la sala, jadeando.


--Llegas tarde.-- la voz de su "madre" le congeló la sangre en un milisegundo. --Dámelo.-- dijo. Él no se atrevió a alzar la cabeza, le estaba pidiendo su cinturón. Lo golpearia de nuevo. --Credence.-- 


--Madre...-- suplicó.


--No soy tu madre.-- 


Aquellas palabras terminaron de quebarlo. Ante el señor Graves podia fingir pero no ahí, no delante de esa señora cruel. Sin remedio subió las escaleras, siguiendo a su madre adoptiva al cuarto se quitó el cinturón y la mano ansiosa de la mujer lo tomó. Credence se puso en posición. Cerró los ojos sintiendo ya las lágrimas salir. El primer golpe llegó y detrás de él un sinfín más. Perdió la cuenta después del veintavo. Lo único que pudo hacer fue tirarse al piso hecho un ovillo y cubrirse la cara. La hebilla golpeaba su cuerpo a diestra y siniestra, le dolía tan intensamente que no dudó en que se desmayaría. "--Señor Graves, ayúdeme.--" rogaba en su mente, la cabeza le daba vueltas y sentía caerse en un vacío. Cómo deseaba que ese hombre al que amaba viniera en su auxilio. "--Por favor, ayúdeme.--"  


Un estallido se escuchó en uno de los costados de la casa y miles de astillas de madera salieron disparadas por el aire. Credence sólo se abrazó a sí mismo, su "madre" gritó histéricamente y los gritos se reprodujeron en otras partes de la casa. "--Mis hermanas.--" pensó el chico moreno un tanto aturdido. Imploró al cielo que nada les pasara. 


--¡Credence!-- se oyó su nombre. --¡Credence!-- repitió la voz.


--¿Señor...Graves?-- murmuró. Doliéndose, se arrastró por el piso. Con cada movimiento sentía como si sus huesos se rompieran.  Miró su casa. Lo que habia sido una pared era ahora un enorme boquete y humo salía de él.


--¡Credence!-- Percival estaba llamándolo a los gritos. Fuego encendió el interior del chico, sacó fuerzas de donde pudo e intentó ponerse de pie pero sus piernas simplemente no respondieron. Aquel hombre estaba ahí para rescatarlo. Nunca creyó que su salvaje sueño se volviera realidad.


--Señor...señor Graves...-- estiró su mano en dirección a la puerta. El hombre de abrigo negro echó a correr hacia la parte superior de la casa, justo en su dirección. --Señor...Graves...-- murmuró Credence. De la madre no había rastro por ningún lado, Percival subió los escalones saltando los escombros que él mismo había creado.


--¡Credence!-- gritó desesperado. Saberlo indefenso lo llenaba de tristeza. ¿Cómo alguien podía hacerle tanto daño? Para él era especial. Poseía una magia pura y poderosa, sí; pero su valor residía en lo que sentía por él. 


Percival estaba enamorado de ese chico noble, tímido y sensible. Lo había visto antes en las calles pero fue hasta que le encontró herido en el callejón que su interés aumentó. Y ni qué decir de cuando supo que lo maltrataban. Quería ayudarlo. Pensaba en él todo el tiempo y antes de darse cuenta, ya tenía fuertes sentimientos hacia él. Por eso lo había seguido, ya no quería que lo golpearan. No si podía evitarlo.


--Señor Graves...-- murmuró Credence aún moviendose hacia la puerta para salir y huir con ese hombre. Lo anhelaba tanto. A sus espaldas, la madre se levantaba bastante conmocionada. Lo miró y ese odio que tanto sentía hacia él se apoderó nuevamente de su mente, tomó una de las astillas de madera y dando tumbos fue acercándose. Internamente lo maldecia, cómo anhelaba acabar con su miserable vida. --Señor Graves...-- Credence volvió a susurrar, estaba cerca de la salida.


Pecival buscaba en una y otra habitación, necesitaba encontrarlo ya mismo. De pronto un grito de dolor irrumpió en el aire, provenia del último cuarto y corrió hacia él. La imagen que encontró fue aterradora. En el suelo, lleno de sangre, Credence convulsionaba. Atrás de él, la madre le clavaba una gruesa astilla de madera en la espalda. --¡Expulso!-- gritó haciendo volar por los aires a la madre, ésta se estrelló contra un muro y perdió el conocimiento. 


Credence tosía sangre y jadeaba anunciando que la vida se le escapaba de las manos. Percival se arrodilló a su lado, lo tomó entre sus brazos y recitó una serie de hechizos para curar sus heridas más profundas. No deseaba perderlo. No podría. Sus palabras hicieron poco efecto en aquel chico debilitado por años de malos tratos, afortunadamente la hemorragia producto de la astilla se redujo considerablemente. Comprendió que su magia había hecho cuanto podía y que dependía de Credence salvarse. Era un ser mágico después de todo así que confiaba en que su cuerpo resistiera. 


--Credence...-- murmuró con el chico aun medio convulsionándose. --Credence, no te vayas.-- peinó  los cabellos húmedos y ensangrentados a causa de una herida en la sien. --Quédate a mi lado.-- El chico abrió los ojos para mirarlo. De la comisura de sus labios escurria un delgado hilo de sangre y Percival se lo limpió.


--Se...señ...señor...--


--Shhh. No digas nada. Estoy aquí para salvarte.--


--Yo...--


--Credence...-- murmuró el hombre y le dio un suave beso en los labios. El chico se desvaneció víctima de su condición. Su cuerpo estaba más que debilitado.


--¡Hermano!-- una niña rubia entró corriendo a la habitación. --¡Qué le pasa!-- sus ojos azules se inundaron rápidamente.


--Hola.-- susurró Percival. --Estará bien.--


--Señor, ¿quien es usted? ¿Qué tiene él?--


--Ven aquí.-- la pequeña se acercó. --Soy amigo de tu hermano. Está muy grave...--


--¿Va a morir?--


--No. Pero tengo que llevármelo.--


--¿A dónde?--


--Muy lejos de aquí.--


--Pero...--


--Estará bien. Cuidaré de él. Sólo que...no podrá regresar nunca. Personas como tu madre lo buscarán e intentarán dañarlo. ¿Lo comprendes?-- la rubia asintió llorando amargamente. Entendía perfectamente lo que ese hombre le decía y aunque lo iba a extrañar horrores, sabía que era lo mejor para Credence.


--Prométame que lo cuidará.--


--Te lo juro.--  Percival se levantó del suelo con Credence en brazos. Miró a la niña, luego a la madre y antes de desaparecer susurró un "obliviate".  


 


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--¡Ah!-- un grito rompió la quietud del atardecer. Habían pasado dos días desde el ataque y Percival había cuidado de Credence con fervor. La magia y hechizos, así como las pociones lo sumergieron en un sueño profundo, ayudándolo a recuperarse pero ahora en un estado de total paranoía, Credence gritaba, lloraba y se removia queriendo escapar. Su mente colapsada revivia las golpizas que su madre le propugnaba, especialmente la última que casi lo había matado. La puerta de la habitación se abrió inmediatamente. Por ella entró Percival corriendo. --¡Credence!-- se sentó a su lado y lo abrazó para mantenerlo quieto. Su cuerpo aún estaba sumamente lastimado y el movimiento brusco le abriria las heridas que comenzaban a cicatrizar. 


--¡No, no!-- gritaba. Percival le decía palabras dulces al oído y depositaba dulces besitos en su frente. Así se estuvieron un rato y lentamente Credence fue recobrando sus cabales, la suave voz del hombre habia penetrado hasta lo mas profundo de su ser. Su llanto se detuvo al igual que las pesadillas. Sentía como alguien lo mecia suavemente, como si lo arrullaran. El calor de un cuerpo envolvía el suyo y un suave aroma a sándalo llenaba el ambiente.  Se sentía demasiado bien como para abrir los ojos así que se dejó hacer. "--¿Estoy muerto?--" fue lo primero que pensó. Recordaba haber estado con el señor Graves, llegar tarde a casa y a su "madre" golpearlo hasta que no pudo más. "--Sí, estoy muerto.--" se dijo y sonrió, era una sonrisa débil pero sincera. Por fin había dejado el mundo terrenal, era libre. "--Ya no más dolor, ya no más soledad.--" 


Extrañaría a sus hermanas, sí; pero era libre. El calor y ternura con que alguien o algo lo mecia le hacía pensar en que si así era la muerte, con gusto permanecería en sus brazos. De pronto el recuerdo del señor Graves inundó su mente. En medio de la golpiza creyó escuchar su voz. Qué feliz se había puesto al creer que lo salvaría, tal vez sí se presentó pero lo encontró muerto o en sus últimos minutos de vida evocó tanto su esencia que imaginó tenerlo ahí. "--Ya no importa.--"  


Cómo le habría gustado despedirse de él, agradecerle por su ayuda aunque no hubiera podido vivir para ver alcanzar su libertad y decirle sus sentimientos. "--Ojalá sea feliz.--" pensó.  Aquel ser continuaba meciendolo, tal vez era un ángel. 


--Credence.-- el ángel habló haciéndolo sonreír. --Credence.--


--Tiene la misma voz del señor Graves.-- se dijo tontamente. 


--¿Estás despierto?--


--¡¿Ah?!-- abrió sus ojos. Estaba en brazos del señor Graves. Fuego encendió su interior. ¿Cómo eso era posible?  Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué hacia ahí? Intento arrancar, correr lejos de la mirada penetrante del hombre que amaba pero apenas se movió, un tirón doloroso atravesó toda su espina dorsal, haciéndolo gemir.


--No te muevas. Estás muy herido.-- Credence se dio por vencido. No tenía caso luchar y huir de aquel pecho cálido que lo atajaba. 


--Señor Graves...creí estar muerto.--


--Nunca lo permitiría.-- esas palabras aceleraron su ritmo cardíaco más de lo deseado. Percival lo recostó de lado sobre una enorme pila de almohadas, ahí Credence recordó que algo había penetrado su cuerpo antes de caer desmayado. 


--Madre.-- susurró. No preguntando por dónde se encontraba aquella sino porque estaba seguro que ella había encajado algo en su espalda.


--Ya no puede hacerte daño.--


--¿Dónde estoy?--


--Te traje a casa.--


--¿Casa?-- como pudo, Credence miró la habitación donde estaba. Era espaciosa, de color blanco y azul. Estaba iluminada por un par de lámparas color ámbar así que vio los muebles lujosos, por supuesto que esa era el hogar de su tutor. La cama bajo su peso era en extremo cómoda y aunque tenía suficientes cobijas para pasar el invierno más crudo de la historia, lo que le calentaba el cuerpo y el corazón era la presencia del señor Graves. ¿Cómo había terminado ahí? ¿Cuánto tiempo transcurrió? ¿Dónde estaban sus hermanas? Esas eran algunas de sus dudas.  --Señor Graves...¿qué ocurrió?--


--Estás a salvo.-- 


--¿Y mis hermanas? ¡Ah!-- se quejó cuando movió sus piernas, también le dolían. 


--Con cuidado, estás...--


--¿Qué?-- Percival negó. Un mal presentimiento inundó el corazón de Credence, movió las cobijas con desesperación y pudo observar sus piernas. No pudo evitar llorar. Eran un despojo de carne inservible. Rotas claro estaba, con moretones y heridas por todos lados. Grandes lagrimones bajaron por sus mejillas olvidando que Percival le miraba. --No.-- susurró tocándolas. Sus dedos temblaban y ni qué decir del dolor que sentía. --No.-- lloró amargamente. Verse así le llenaba de terror. ¿Qué haría si no era capaz de volver a caminar?  Su mundo se desplomó tan sólo al imaginarlo. Siempre lograba salir adelante por más magullado que estuviera pero ahora eso no era una certeza. Percival miraba la tristeza en aquellos ojos ajenos. Su corazón dolía. Él había sido el único en notar la magia poderosa encerrada en aquel cuerpo frágil y maltratado. 


--Credence.--


--Dígame que volveré a caminar.-- suplicó el chico. --¡Por favor!--


--Sí, sí. Yo te curaré.-- lo abrazó de nuevo. Sus propios sentimientos le reclamaban tener a ese chico para siempre con él, nunca dejarle ir y suplir esos malos recuerdos con cosas maravillosas. "--Te amo.--" le dijo en silencio. Aquellas palabras llevaban encerradas tanto tiempo y aunque nunca pudiera expresarlas, permanecería cerca suyo.


--Señor Graves...dígame qué pasó.-- Percival separó al chico de sus brazos apenas unas centímetros. Limpio gentilmente sus ojos.


--Cuando saliste corriendo, te seguí tan rápido como pude pero me tomó tiempo encontrar exactamente el lugar donde estabas. No pude evitar que te lastimara, lo siento...--


--Pero...--


--Escuchaba tu llanto desde lejos. Desesperado irrumpi en la vieja casona, destruyendo parte de ella. Al entrar te vi tirado en el suelo, desmayado a causa del dolor. Tu mad...ella, intentó asesinarte enterrando un trozo de madera en tu espalda, la detuve antes de que causara más daño. Tu hermana...una rubia...--


--Modesty...--


--Nos vio. Le juré cuidar de ti para siempre pero para que no sufriera les hice olvidar todo de ti. Para ellas...tú no existes, Credence.--


La noticia fue agridulce. Eso significaba que así pasara delante de sus hermanas, no lo reconocerian pero tampoco su "madre" lo perseguiría ni mucho menos volvería a golpearlo. Percival intentó hablar con él pero se negó, estaba agotado y necesitaba dormir. Era libre pero tenía que pensar qué pasaría con él. ¿De qué iba a vivir, en dónde? Estaba solo por el momento no quería pensar en ello.   


 


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Tras un par de meses, Credence había vuelto a ser casi el mismo. La mayoría de sus heridas sanaron bien pero una leve cojera entorpecía su andar. Era cosa que el tiempo podía curar, eso le había dicho Percival con quien seguía viviendo. 


Él se encargaba de las tareas domésticas mientras el señor Graves trabajaba. Nadie sabía que vivían juntos, Credence apenas salía y era obvio que no lo buscaban. --Credence.-- Percival entró a la cocina. El moreno preparaba la cena para dos.


--Buenas noches.--


--¿Cómo estás?--


--Bien.-- respondió. Seguía siendo un tanto sombrío y no se acostumbraba a la presencia de aquel hombre. Su corazón latía muy rápido y la cara se le calentaba, por ello evitaba verle o hablarle con demasía. --La cena estará lista en cinco minutos.--


--Gracias.-- susurró Percival. Una ola de escalofríos recorrió su cuerpo. ¿Por qué ese hombre era amable con él? ¿Por qué lo ayudaba y mantenía a su lado? No lo sabía. 


Poco tiempo después se sentaron a la mesa. --Credence, es momento.--


--¿De qué, señor Graves?-- 


Percival frunció los labios. El chico continuaba con esa formalidad absurda pero tal vez él no correspondía sus sentimientos. --Vas a mudarte.-- el sonido de un tenedor cayendo sobre el plato se escuchó.


"--Es cierto.--" pensó Credence. Su estancia en aquella residencia era pasajera, el señor Graves le había prometido llevárselo lejos de ahí para que fuera libre. "--Lo olvidé.--" se reprimio duramente. De alguna forma bloqueó el hecho. --¿A dónde?-- optó por saber su destino. Eso era lo que había estado esperando toda su vida, ¿no? Irse de Nueva York y ser libre.


--Por ahora irás a Los Ángeles. El plan es sacarte del país pero necesito tiempo.--


"--Otro país.--" era posible que nunca más viera al señor Graves y la idea lo atormentó, aún así asintió obedientemente; nunca le diría que no a él. Sin apetito ya, se retiró de la mesa y con calma fue a su habitación. El corazón le pesaba pero para él ya era común sentir ese vacío. La noche la pasó en vela. ¿Qué haría en otra Ciudad? ¿Viviría solo o al cuidado de alguien? ¿El señor Graves lo visitaría regularmente o sólo lo volvería a ver cuando fuera el tiempo de sacarlo del país? Para su desgracia fue esta última opción.  


 


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Seis meses habían pasado desde el último ataque de su "madre". Todo parecía estar bien. Vivía solo en una bonita casa de una planta en el centro de Los Ángeles, trabajaba en una panadería local y aunque no ganaba mucho, le permitía pagar sus cuentas. Ocasionalmente recibia un sobre con algo de dinero, cortesía de su amado Percival pero él no lo tocaba. Sólo lo guardaba entre su ropa junto a los demás y daba por olvidado el asunto. Preferia no pensar en él, en su recuerdo. Era libre, vivía lejos del dolor y eso era lo que importaba. Qué más daba que estuviera solo en el mundo.


Una tarde tras regresar del trabajo, apenas abrió la puerta supo que alguien estaba dentro. Sus sentidos se alertaron, lo más probable es que fuera un ladrón. No sería raro. Precavidamente se deslizó hasta la sala, para su sorpresa encontró a Percival de pie, ahí. Apenas se vieron, una sonrisa atravesó el rostro del hombre que relucía en un traje azul real, se veía mejor que nunca. Credence casi se desmayó. Lo extrañaba más de lo que quería aceptar.


--¿No me vas a saludar?-- bromeó Graves notando como un par de mejillas ajenas se pintaban de rojo.


--Hola, señor Graves. ¿Qué le trae por aquí?-- Credence saludó tímidamente, bajando la mirada al suelo. Percival se sintió decepcionado, en su mente enamorada esperaba que aquel chico corriera a sus brazos. Tal vez era su culpa por dejarlo, pero lo menos que quería era estar a su lado sintiendo eso por él.


--Credence.--


--¿Sí?--


--Vine por ti. Te llevaré a...Asia.--


--¿Asia?-- así que allá lo abandonaría. El corazón se le rompió. El hombre que amaba lo alejaba, enviándolo literalmente al otro lado del mundo. --Bien. Iré por mis cosas.-- atravesó la sala para ir en busca de ellas.


--No.-- la mano fuerte de Percival le detuvo por el brazo. Un suave resplandor azul se produjo en la zona del contacto. --Me tomé la libertad de empacar todo.-- Credence juraba que estaba a nada de llorar, los ojos le picaban. Había hecho su maleta. ¿Tan ansioso se sentía por deshacerse de él?


--Entonces vamos.-- intentó girar pero el agarre permaneció sobre su brazo. --¿Señor Graves?-- por primera vez se atrevió a mirarlo a los ojos. A esa distancia tan corta el corazón casi se le salía, los ojos de su compañero lo miraban con cierto brillo que no supo interpretar. --¿Señor...?--


--Si no quieres irte, dímelo.--


--¿Eh?-- --Nunca discutes nada de lo que te digo.--


--Pero usted...--


--¿Qué? ¿Sientes que debes obedecerme sin importar qué?-- en cierto sentido Credence sí lo pensaba. --Cada que te digo algo sólo asientes pero no oigo tu opinión. ¿Acaso quieres irte? ¿Deseas permanecer en Los Ángeles? Dime...--


Credence temblaba. Alguien por primera vez le daba opción, alguien quería conocer sus deseos. Eso era tan importante como el hecho que quién se lo decía era el mismo hombre con que soñaba. Claro que no quería irse, tampoco planeaba estar en esa ciudad. Él lo que en verdad anhelaba era vivir para siempre con Percival, ser uno; que lo quisiera como a ningún otro, que fueran más que simple conocidos. Quería ser suyo de todas las formas posibles, que le cuidara amorosamente, que le viera con otros ojos. Ese era su más grande deseo.  --Credence...-- murmuró Percival. La magia del chico había hablado por él sin que se diera cuenta. El halo azul se había extendido por el brazo de ambos, atravesando el pecho, formando un lazo alrededor de sus cuerpo.


Percival reconoció aquellos sentimientos puros, Credence estaba enamorado de él. Una dicha inmensa regodeó su alma y sin importarle ya nada atrajo al moreno hacia su cuerpo, le tomó la cintura y selló sus labios con los suyos. Credence sintió las piernas temblarle pero cerró los ojos. A lo mejor alucinaba pero por una sola vez quería sentir un beso de aquel hombre. Los labios de Percival comenzaron a moverse delicadamente sobre los ajenos, apretó su cintura logrando que un par de brazos fueran subiendo lentamente hasta su cuello, donde se aferraron con ímpetu. 


El beso subió de intensidad hasta que ambos se devoraban mutuamente, Credence se entregaba por completo, quería soñar que así podrían estar para siempre. Percival lo apretó más a su piel, cambió los labios del chico por su cuello donde vio un par de cicatrices. Las besó con devoción. Bajó más hacia las clavículas, la ropa comenzaba a estorbar.


Se deshizo de tres botones y en moño con tal velocidad que seguramente había usado magia. Credence alzó el rostro para sentir su piel ser besada. Percival bajó por su pecho pero siendo insuficiente, se vio obligado a separarse de su amante. Con un tirón le abrió el chaleco y camisa, forzando los botones. A ninguno le importó. La blanca piel de aquel chico relucía con la luz de la luna que empezaba a elevarse en el cielo. La tocó suavemente con la yema de los dedos y fue retorándole la ropa de la misma forma. Giró a Credence y en su espalda encontró más cicatrices, una muy grande producto de cierta astilla de madera.


--Lo siento.-- dijo antes de depositar una serie de besos en ella. --Lo siento mucho.-- terminó abrazando al chico por la espalda. Credence lloraba. Su torso expuesto le recordaba su pasado lleno de tristeza, ahora un hombre maravilloso le susurraba esas palabras, dándole de besos en el cuello, la mejilla y su espalda. --Yo borraré cada recuerdo doloroso, amor.-- escuchó a Percival decirle. Su reacción fue voltearse bruscamente.  


"--¿Amor?--" pensó. ¿Lo habian llamado de esa forma? ¿A él? Percival sonrió.


--Si, te dije "amor". Oigo y siento cada uno de tus pensamientos, Credence. Así supe que me amas, que quieres vivir conmigo.-- los ojos del moreno se abrieron como platos. Eso era culpa de la magia, de esa maldita fuerza que... --No desprecies tu don.-- Percival tomaba su barbilla y le dio un besito en la nariz. Cierto, él podía leer su mente. --Credence, quiero que seas mío. Para siempre. Te necesito a mi lado pero nunca creí que tú sintieras lo mismo. Perdona si te evité, si te mantuve lejos...yo...-- resopló. Quería decirle tantas cosas e irónicamente las palabras no le salían. --Te amo.-- fue lo único que pudo articular. Credence se puso rojo y tembló con fuerza. Lo amaban, a él. --Te amo.-- repitieron. Cerró los ojos. Una mano lo jaló por la espalda y sintió su cuerpo pegarse a una suave tela de algodón. --No huyas, amor.-- susurraron en su oído. Los dedos de su amado señor Graves dibujaban círculos en la base de su cabello, repitiéndole una y otra vez que lo amaba. Credence lo abrazó por las costillas. ¿Era real? ¿Correspondían sus sentimientos? --Sí.-- el hombre le dijo. Le asustaba que podía leer sus pensamientos. --Esto no será siempre así, Credence. Tu magia habla por ti en ese instante pero se desvanecerá. Ya no podré leerte salvo que tú así lo desees. Con el tiempo aprenderás a controlar tu poder, yo te enseñaré. No temas, estaré a tu lado.--


Credence aspiró el aroma varonil que desprendía Percival, ese perfume le daba toda la seguridad del mundo. --Señor Graves...-- murmuró cuando se sintió valiente.


--¿Sí?--


--Lo amo.-- dijo Credence, el deseo tan poderoso de expresar sus sentimientos le quemaba las venas y no cesaría hasta hacerlo.


--Ya lo sé.-- Percival sonrió y le dio un suave beso en los labios. 


--Lo amo.-- El hombre trajeado volvió a sonreír, acomodo al chico entre sus brazos, ladeándolo un poco, se acercó y se besaron con calma, saboreando sus labios. Las manos de Credence subieron hasta sus hombros, se aferró cuanto pudo y disfrutó del encuentro. Sintió como lentamente Percival dada pasitos al frente, llevándolo al sofá cercano. Sus pantorrillas toparon con el borde acojinado, obligándole a sentarse. Percival lo fue recostando poco a poco hasta que se tumbó encima de él por completo. Él seguía abrazándolo por los hombros pero Graves comenzaba a tocarle el pecho desnudo. Su boca bajo otra vez a su cuello y siguió de largo hasta un botón marrón que no dudó en besar, chupar y morder levemente en la punta. --¡Ah!-- Credence gimió. Una lengua traviesa jugueteaba por su pezón derecho y pronto se escurrió al izquierdo. No tardó en sentir un intenso cosquilleo dentro de sus pantalones y un bulto semejante al suyo presionaba uno de sus muslos. --¡Uhmm!-- su voz salió cargada de deseo, ese hombre tocaba su torso con delicadeza y los besos eran dulces en extremo. Bajó la mirada para ver a Percival besar su ombligo, buscando algo más al sur. Credence enrojeció como nunca, un hombre, al que amaba, estaba por hacerle el amor. Lo supo y una oleada de calor lo llenó al igual que el miedo. ¿Le dolería? ¿Sería una experiencia agradable?


--Seré gentil, amor.-- le dijo Percival. Su magia seguía hablando por él. Notó como una sutil luz azulada flotaba sobre su piel y el cuerpo de su amante, era casi transparente pero podía verla. 


"--Soy yo.--" se dijo. Era el poder del cual hablaba Graves y la razón por la cual había sufrido.


--Pero ahora me tienes. Nunca nadie más te lastimará, Credence. Yo te amaré y te haré feliz.--


El moreno comenzó a llorar por milésima vez, creía en esa promesa de amor porque ya antes Graves había cumplido su palabra de liberarlo. Los besos se reaunudaron, primero en los labios, luego en los brazos, la cintura, el cuello y se detuvieron encima del pantalón. Con cuidado Percival los bajó arrancando pequeños gemidos del chico debajo de él, luego retiró su propia ropa hasta quedar sin nada y terminó de desnudar a su amante. 


Jugueteó un poco con la erección de Credence, besó la punta del glande y antes de que el moreno procesara lo que pasaba, se lo echó a la boca.  --¡AHHH!-- el chico gritó con fuerza. La boca caliente de Graves lo volvía loco al grado en que su mente se iba desconectando poco a poco. Percival le abrió las piernas y llevó sus besos a esa zona sensible. Credence dio un espasmo. El placer lo embriagaba.


--Te amo.-- le escuchó decir a Percival. Credence sonrió por primera vez en años, rodeó el cuello del otro y lo atrajo a él, se besaron con profundo amor.  Ambos se movieron lentamente, friccionando sus pieles, elevando su éxtasis. Se acariciaron mutuamente. Las manos del menor temblaban mientras recorrían los fuertes pectorales de Graves, era un total inexperto en el amor y más en el físico. Dejó que sus instintos guiaran sus dedos, bajó hasta el fuerte pene erecto de aquel hombre, se sentía como roca e imitando los movimientos que antes sintió, lo masturbó.


--Uhmmm.-- Percival gimió roncamente. --Lo haces bien.-- aplaudió su esfuerzo. Cerca de su orgasmo, alejó al chico; le dio un par de besos en la mejilla y se sentó en el sofá llevándoselo con él. Acomodó a Credence a horcajadas sobre sus muslos, deslizó su erección entre las nalgas del moreno, rozando deliciosamente su entrada.  --¡Ahhh!-- el delgado cuerpo de Credence vibraba de placer. Algo viscoso y caliente se movía atrás de él.


--Señor...--


--Percival, amor. Percival.-- le corrigió dulcemente. El moreno sonrió y asintió apenas. Reuniendo todo el valor del que era capaz, separó sus labios.


--Percival.-- dijo. El nombrado lo besó rápidamente. --Percival.-- volvió a decir, tan sólo pronunciar ese nombre sagrado le llenaba el cuerpo de alegría.


--Sigue diciéndolo, amor.-- susurró Graves, lo atrajo a su pecho y en el hueco de su hombro con su cuello, recargó aquel dulce rostro. Sus manos pasaron por debajo de los muslos para levantar las piernas y las caderas que ya se mecían por sí solas contra su palpitante miembro. Rozó con la punta y fue deslizándose dentro de su amante. Credence se puso tenso ante la intromisión. --Relájate. Todo estará bien.-- besó su oreja. Fue metiéndose despacio, sintiendo las paredes calientes, húmedas y estrechas del moreno. La sensación lo volvía loco pero se controló, no deseaba lastimarlo. Cuando todo él estaba dentro, esperó. Credence gemía despacio contra su piel y lloriqueaba. El dolor inicial iba desapareciendo rápidamente, sentía que algo faltaba pero no supo qué. Él mismo fue apretando sus paredes contra aquel pene, si eso era hacer el amor resultaba insuficiente. Era bueno, por supuesto; pero necesitaba más. Percival rió. --Me estoy conteniendo, amor.-- dijo. Credence lo abrazó escondiéndose por completo, su magia lo seguía traicionando. --Ahora, muévete.--


"--¿Moverme?--" 


--Hazlo así, cariño.-- Percival lo tomó por la cintura e hizo que su cuerpo se moviera hacia atrás y adelante, Credence gimió. Eso era mil veces mejor a sólo tenerlo inmóvil en su interior. --Así.-- pidió Graves, las caderas del chico encima suyo tomaron su propio ritmo, llevándolos al extásis. Aquel baile sensual aumentó en fuerza y velocidad, Credence no supo qué hacía pero su cuerpo lo entendía a la perfección y dejó que sólo se encargará de todo. Cedió por completo al placer y sin saber cuando empezó, se mantuvo brincando encima de Percival. 


Ambos sudaban gracias al esfuerzo. Credence se irguió y besó a su amante. Graves lo atrapó entre sus brazos y devoró los labios del menor. Continuaron así un rato. El final se veía venir. Percival amarró los brazos y piernas del moreno alrededor de su cuerpo, él le abrazó con fuerza y sosteniendo la cintura del otro para mantenerlo firme en su sitio, lo penetró rápida y profundamente, estrellándose con cada estocada. Credence gemía alto, Percival igual. Le dijo que lo amaba y se corrió en aquel interior caliente; el menor también lo hizo, manchando sus estómagos.


Jadeaban intentando recobrar el aliento, el esfuerzo había agotado sus fuerzas, sólo podían estar ahí en brazos del otro, luchando por tranquilizarse. Besitos fugaces fueron repartidos por todo el rostro de Credence. Al final, sus respiraciones eran pacíficas. El calor del momento se había esfumado pero no así el de sus sentimientos.


Graves rompió el abrazo, quería ver aquel rostro de frente. --Amor...--


--Te amo.-- le dijo Credence.


--Y yo a ti.-- se besaron. --Sabiendo esto, dime...¿qué quieres hacer? ¿Dónde deseas vivir? ¿Los Ángeles, Nueva York? ¿Te irás a Asia? Dímelo, Credence; dime tus más profundos anhelos y yo los cumpliré.--


--¿Lo prometes?--


--Claro, amor.--


--Quiero recorrer el mundo entero, contigo a mi lado. Después, juntos volveremos a Nueva York, compraremos una casa donde seremos sumamente felices. Yo te cuidaré y tú cuidarás de mí. Los años pasarán pero nuestro amor será igual de fuerte.--


Percival estaba maravillado con la propuesta salvo por un detalle. --¿Nueva York? ¿Estás seguro?--


--Muy seguro.-- respondió el moreno. Graves no dudó de la elección de su amado, sólo le intrigada saber por qué quería volver a una ciudad en la que, estaba seguro, vivían miles de malos recuerdos.


--Haremos lo que tú quieras, amor. Sólo...sólo respóndeme una cosa.--


--Sí.--


--¿Por qué volver? Pasamos todo esto para que finalmente fueras libre...para...-- un dedo encima de sus labios lo hizo callar.


--No. Tú me ayudaste, tú me liberaste de mi verdugo, de mi dolor. Tú fuiste mi escape a la libertad. Con tu amor, con eso lo hiciste; pero olvidaste algo.--


--¿Qué cosa?-- Percival repaso hasta el minimo detalle en su mente a una velocidad vertiginosa. Nada estaba mal.


--Ser libre significa que incluso puedes quedarte. Con todo, con los recuerdos, con las personas. Irme no hará que desaparezca mi pasado, en su lugar puedo enfrentarlo, superarlo y dejarlo atrás. Nueva York es sólo una ciudad y aunque haya vivido cosas atroces, ahí fue donde te encontré. Y eso no quiero olvidarlo jamás...--


--Credence...-- estaba maravillado por escuchar esas palabras. El moreno sonrío y se abrazó fuerte a su pecho.


--Nunca, Percival. Nunca.-- 


--Así será, amor. Para siempre.--  


 


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Notas finales:

Lloremos. ㅠㅠ


Perdonen mi cursilería, la verdad es que me gusta que al final, todos sean felices. No puedo ni me gusta ver que alguien sufre sin querer remediarlo.


Credence se me hace un chico super abandonado, el corazón me sigue doliendo. :'(


Déjenme saber qué les pareció. Personalmente me siento muy contenta por, al menos en un cuento tonto, mejorar la vida de ese personaje. Encontrando el amor y la libertad que merecía.


En fin.


Espero lo disfrutaran.


¡Abrazos! :) 


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