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Estrellas por aries_orion

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Notas del fanfic:

Los personajes son de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia.

 

Aomine caminaba con cierta parsimonia. Sus ojos se movían de acá para allá. Su mente le había llevado a lugares que se volvieron especiales, no por su esencia, sino por los acontecimientos dados en el lugar. Comprando comida, siguió su caminata hasta detenerse en el mirador más alejado y alto de la ciudad, el sol comenzaba a caer, ignoraba el constante vibrar de su celular mientras la comida era ingerida y disfrutada de tal manera que las expresiones o sonidos generados por cada bocado deberían estar prohibidos, pues, era el erotismo en persona.

Su vista clavada y perdida en el infinito del cielo. Las variaciones de naranja y rojo eran hermosas, sublimes… mágicas como un par de iris conocidos.

Su mente se encontraba en una pequeña batalla por guardar silencio o desatar el caos. Batallas con olor a sangre, tierra y pólvora le invadían súbitamente, su pequeña sonrisa se desvanece para tonarse en una mueca indescifrable. Suspira. Más fuerza es enviada a su mente para callarla.

Harto de pelear una batalla sin piedad, toma su celular para conectarse a un mundo de adicción.

Suaves, delicadas cual pétalos de rosa acarician sus oídos. Se deja arrastrar en un mundo de éxtasis en compañía de una pequeña lucecilla en lo alto del firmamento.

Su universo personal es cortado por el tono de mensaje.

“En casa se te necesita.”

Nuevamente suspira. Se sostiene de sus rodillas mientras su cabeza se balancea a la batuta de las notas. Levanta la mirada y con ello sus piernas se presionan contra su pecho. Se pierde por momentos en los pliegues de su pantalón, se muerde el labio inferior como muestra de su indecisión. Un mal hábito, lo sabe, pero da igual si la persona que le amonesta por ello no está a su lado.

Otro mensaje que no leerá pues sabe su contenido.

Deseaba tanto poder dejar su mente en blanco y su cuerpo inmóvil en cualquier superficie, capaz de ignorar cualquier cosa que le rodeara pero aquello no ocurriría, no cuando tenía una familia que le necesitara… familia… a estas alturas de la vida se preguntaba si realmente tendría una o sólo lo aceptaban por lastima pues lo más seguro es que diera tanta ante la imagen moldeada por el desierto y el intenso entrenamiento.

Deslizo su mirada a su antebrazo para encontrar un pequeño tatuaje de mariposa, a su lado, un par de cicatrices por el roce de una bala y un cuchillo.

La pesadez era tal al igual que la cadena ardía en su tobillo y corazón. Otra sacudida en su bolsillo para levantarse de la banca. Estiró todos los músculos engarrotados, con movimientos circulares preparo sus tobillos, un suave trote comenzó mientras el sonido de la bolsa hacía eco en el fondo de la basura como sus sentimientos en casa.

Troto, el aire era expulsado y exhalado suavemente, su corazón comenzaba a tomar velocidad.

Al llegar a casa se encontró con música y la mayoría de las luces prendidas. Volvió a suspirar, entró, unos cuantos pasos cerca de la cocina y sus piernas fueron interceptadas por un cuerpo familiar. Le acaricio la cabeza, movió una pierna para ser liberado. Mensaje recibido. El pequeño cuerpo corrió hacia donde la algarabía yacía.

Un gran vaso de agua fue llevado a sus labios, un llamado le detuvo por instantes, miro pero siguió hasta que la última gota se encontrara recorriendo su garganta. Lavo el vaso. Clavo sus ojos en los contrarios para luchar en no dejar salir una pequeña risilla de autosuficiencia, pues, las expresiones contrarias le demostraban que aún le era atractivo.

–Solo cámbiate y sal, te esperan para cenar. – Una escaneada a su cuerpo para después salir al jardín.

Negó divertido, camino hasta su habitación para realizar la pequeña orden dada por la reina de casa.

El agua para él era un bálsamo pues le calmaba más que cualquier cosa. Deseaba tanto quedarse bajo el chorro más tiempo pero una orden era una orden. Cambio su toalla por ropa medianamente decente para salir.

¡Joder!

Deseo tanto poder girarse y correr lo más lejos posible de ese lugar. Desear era tan fácil pero difícil el cumplirlo.

En el jardín se encontraban algunos viejos amigos suyos, amigos de su pareja con sus respectivos hijos y parejas, y, sus suegros. Esos seres que le hicieron toda una odisea el poder estar cerca de su chico, donde le golpearon, gritaron, ofendieron y amenazaron con tal de que no se acercara más de la cuenta a él. Los odiaba como los amaba.

Inhalo tan profundamente como pudo para adentrarse en el circo.

Saludo a todos los que pudo, observo a sus hijos hablando con otros chicos pero ignorándole como sólo ellos podían. Tan evidente, tan infantil y tan hiriente. Con paso indeciso se acercó a su pareja que se encontraba hablando con sus padres y su… ex… Hijos de puta. Ellos sabían su poca tolerancia hacia ese ser en especial, pero no haría ni diría nada para malograr esa fiesta. Soportó las palabras de doble sentido de parte de sus suegros mientras se embriagaba con el olor emanado del cuerpo prisionero entre sus brazos. Hablo a medias. Cuando estuvo a punto de explotar reconoció una cabellera con la cual hacia mucho quería hablar. Sin decir nada se alejó para caminar en dirección a él, quien peleaba con la parrilla.

–La cocina sigue siendo tu debilidad renacuajo.

El hombre pego un brinco tal que de no ser por sus reflejos hubiera tirada un par de cosas de cristal.

– ¡Aomine cuantas veces debo decirte que no aparezcas de la nada! ­– El peliverde se agarraba de la mesa por tremendo susto. Su expresión era tan divertida que sin quererlo Aomine soltó una carcajada limpia. Dioses, ¿hace cuánto que no se reía así? ­– ¡Deja de reírte idiota! Casi me da un paro.

–Vamos verde, no es para tanto. – Dejó los recipientes en su lugar.

–Y una mierda. – Midorima trato de reacomodarse las ropas pero al final se desfajo la camisa y se desato la corbata para dejarla colgando libremente por su cuello.

–Y una mierda vamos a comer como sigas peleando con la parrilla.

–Pues tengo hambre. – Un pequeño puchero de parte del contrario hizo que nuevamente soltara una pequeña risilla, medio limpio el desastre que habían hecho.

– ¿No has comido?

–No, acabo de llegar igual que tú.

–Ya. – El moreno comenzó a poner carne, el olor a ambos les hizo rugir el estómago, mientras esperaban comenzaron a hablar de todo y de nada. Las risas no se hacían esperar, había extrañado tanto a uno de sus mejores amigos que a veces, por molestarlo, le daba palabras cariñosas o le hablaba tan aniñadamente que el otro respondía de igual manera o con golpes. Sabía que las parejas de ambos se deberían de estar muriendo de celos, aunque, quizá, sólo la de su amigo pues dudaba de la suya.

Sin embargo, un grito y un golpe en sus piernas le hicieron callar. Un pequeño ser de cabellos negros y ojos tan azules como el mismo cielo, le llamaba en árabe, lengua que ambos aprendieron por vivir un tiempo en Siria e Irak, reglamos y respuestas después tenía a un pequeño koala en su cadera y cuello.

– ¿Qué idioma es?

–Árabe con Kurdo. – Le miro, sonrió y volteo la carne y panes. – Lo aprendimos en la base, – Shintarou levanto una ceja para que se explicara mejor. ­– era eso o morirnos de aburrimiento.

– ¿No pudieron aprender otra cosa? – Una sonrisa de parte del moreno basto como respuesta. – ¿Estas bien cargando al pequeño mientras cocinas?

–Seguro, he cargado casi cuatrocientos kilos, veinte no es nada. – Le sonrió de lado para comenzar a voltear la carne.

–Presumido.

Las sonrisas de ambos eran de cómplices, de amigos que habían atravesado por mucho juntos para terminar en una hermandad, donde darían la vida por el otro. Lástima que sus parejas no supieran de ello, pues, ellos se negaban a contar un pasado que sólo les pertenecía, ya que, incluso en una relación se tiene derecho a guardar secretos, únicos para uno mismo o los implicados.

Sin embargo, la atmosfera se vio interrumpida por cierto chico de cabellera negra y ojos grises, al arrebatar la cerveza de un Shintarou enfurruñado.

–Si tanto querías una pudiste conseguir la tuya, – Apunto a la mesa mientras su mirada era de enfado. – ahí está la hielera al tope con cervezas. – Recibió un gruñido en respuesta.

–Mal día Yuki. –  Recibió la cerveza que le era dada por Midorima para después ambos soltar una risilla por el arrebato de Yukio. – Vamos Yuki no es para tanto, al menos nadie murió. – La risa que soltó Aomine por su propio comentario no les hizo gracia a sus acompañantes, quienes le miraron mal. – Que humor.

–El tuyo es mierda. – El peliverde le golpeo el hombro por su broma.

–Fue peor. – Kasamatsu suspiro para después reincorporarse y ayudar al moreno con la comida.

–¿Qué puede ser peor? – Aomine volteaba la carne y retiraba los panes de la parrilla.

–Pelear custodia de niños de matrimonios hechos nada. – Los tres no mencionaron nada pues sabían que ese tipo de casos, la mayoría, los niños quedaban con padres que no les prestaban atención o deseaban estar con ambos, pero se encontraban golpeándose con sus defectos y con lo que no hicieron. Patético y doloroso, ya que, quienes se llevan la peor parte son los niños y, aunque, no se quisiera eso terminaba afectando al abogado. En este caso a Yukio.

–Pobre de ti, en fin, iré a dejar a este diablo a su cama y cuando regrese quiero mi comida en mi plato.

–Tienes dos manos, úsalas. – Yukio se concentraba en la carne para que esta no se quemara.

–No, para eso los tengo a ustedes. – Aomine comenzó a caminar hacia la entrada de la casa.

–No somos tus criados Daiki. – Shintarou le aventó hielo.

–Pero no me han visto en meses y como me aman tanto lo harán, ¿cierto? – La sonrisa ladina y arrogante que el moreno les daba, lograba crisparles los nervios a ambos de tal forma que ni sus parejas conseguían, ni siquiera sus hijos, y eso, ya era mucho.

Cuando regreso de la habitación del menor se encontró con un par a carcajada limpia, Midorima apenas y podía mantenerse en la silla mientras Yukio se encontraba parado aferrado a su propio estomago junto con unas cuantas lagrimas corriendo por sus mejillas. Observo a su alrededor. Todos les miraban sorprendidos o extrañados por la conducta mostrada, incluso las parejas de ambos estaban tan sorprendidas que su cara apenas podía expresar tal sentimiento, ya que, era muy extraño que ellos rieran, sobretodo de esa forma.

Las caras de los hijos de cada uno eran tan graciosas que sin quererlo comenzó a soltar una risilla. Al mirarlo,  ambos hombres intentaron hablar, pero apenas decir una letra les causaba más risas, ignorándolos se acercó a su plato donde una hamburguesa le esperaba. El sabor era tan delicioso que soltó un pequeño gemido. ¡Dioses! Era la cosa más deliciosa que había probado en mucho tiempo. Siguió comiendo sin prestar atención a su alrededor, dejó salir cuanto sonido su garganta quisiera por cada bocado en su paladar. Disfruto como nunca una cena. Al término de la primera pieza elevo sus ojos en busca de más, no obstante, su trayectoria fue obstruida por el silencio a su alrededor. Elevo los ojos encontrando uno rostros en un rictus extraño, elevo una ceja con una pregunta muda. ¿Qué pasa?

–¿Hace cuánto no tienes sexo? – La pregunta de Midorima, directa y seria, provocaron la expulsión de la cerveza que ya tenía en la boca.

–¿Qué?

– ¿Siguiera escuchaste los sonidos que soltabas mientras comías? –Yukio le miraba de tal forma que no auguraba nada bueno para su persona.

–¿Debería?

–¡Joder sí!

–Joder es lo que no ha hecho Yukio. – Midorima le escaneaba de pie a cabeza. Ambos le miraban… no sabía ni como clasificarlo porque el sólo estaba comiendo.

–¡Pero es que él no estaba comiendo, estaba teniendo sexo con esa hamburguesa!

La expresión facial junto con la rigidez de su cuerpo les gritaba su nulo entendimiento ante su palabrerío. Aomine dejó la lata de cerveza para prestarles su total atención, mientras su cerebro analizaba sus palabras, aunque viniendo de ellos sabía que también debía comprender el doble significado de cada oración que saliera a partir de ahora sino quería quedar evidenciado. Porque desde su arribo, no había tocado a su pareja más que con besos o caricias superficiales, cuando él quería avanzar su esposo se echaba atrás, inventaba escusas o los niños le llamaban. A la tercera semana de su arribo, y, de no recibir bandera verde, dejó de intentarlo, justo ese día cumplía un año con dos meses de no tener nada de nada. Cero besos profundos, caricias atrevidas, una sinfonía personalizada y penetraciones bestiales. Nada. Nada recibía y mucho menos se atrevía a exigir algo.

–¿Y qué si le estaba haciendo el amor a mi comida? Es mía y puedo hacer lo que quiera con ella.

–¡Pero no eso idiota!

–Tiene un punto, – Midorima apunto a Kasamatsu. – pero no has contestado la pregunta: ¿hace cuánto no tienes sexo? – Un desvió de mirada bastó para los otros dos, quienes le miraron un largo rato con un ensordecedor silencio. – No jodas.

–No ha jodido. – La sonrisa formándose en los labios de Yukio no le gustaba nada.

–Paren ya, yo no ando preguntando sobre su vida sexual y mucho menos gritándola a los cuatro vientos.

–No… has tenido sexo.

–Shintarou. – La advertencia iba impresa en su voz, pero no fue escuchada.

 Los chicos se miraron balbuceando quien sabe qué, con intercalaciones al moreno, pero los minutos se le hicieron eternos a Daiki, fueron rotos por una nueva bomba de carcajadas de sus amigos.

–No puede ser… Aomine Daiki no ha follado.

–Al que teníamos que salvar de parejas furiosas por meterse entre las piernas de sus compañeros…

Ambos gritaron: –¡No ha jodido! – Las carcajadas después de eso fueron de mayor intensidad. Aomine parpadeo ante tal grito para después hacer un pequeño puchero como rabieta ante el desagrado de sus comentarios, fuera de lugar y de momentos. Por dios que estaban sus hijos y pareja, ¿no podían tener consideración?

Pararon unos instantes al ver la expresión del moreno, pero la fuerza de reírse les gano. Mientras Aomine los veía, sin darse cuenta, la risa comenzó a bullir en su garganta como un volcán, los tres terminaron riendo a carcajada limpia. Para asombro de quienes los veían, no podían creer que después de tremendas acusaciones se estuvieran riendo, pues, mínimo se esperaban un reclamo o golpe de parte del acusado, pero no, los tres reían y, para más sorpresa, los tres comenzaron a hablar en una mezcla de español, francés e italiano.

Nadie sabía que los hablaban; aquello superaba con creces el saber que Aomine no había tenido relaciones sexuales… aunque quizá eso todavía era superado por la imagen protagonizada por la triada alejada de todos.

No supieron cuánto tiempo paso, sus estómagos les dolían de tanto reír. Por el rabillo de los ojos notaron que algunas miradas estaban puestas sobre ellos, pero lo ignoraron, Midorima camino hasta la mesa donde yacían más hamburguesas para tomar tres platos con dos piezas, cada uno, entregándolos a los demás; Yukio arrastro la hielera de cervezas para ponerla bajo sus pies, Aomine se sentó de espaldas al resto, pero al frente y lado de Kasamatsu y Shintarou, comenzando a comer o beber, hablando y recordando. Decían cosas en una mezcla de idiomas que sólo ellos entendían ya que había ciertas anécdotas que sólo querían compartir o escuchar entre ellos.

El tiempo paso. Todos se encontraban tan relajados y medianamente felices por esa fiesta, de la cual, aún no sabía el porqué, Daiki intento preguntar, pero su cuestión moría al ser interrumpida por una acción o palabras de parte de los chicos. Por un momento se quedaron en silencio, escuchando el cuchicheo y la música a tono bajo rodearles. Aomine se sobresaltó un poco al escuchar las pequeñas lucecitas ser prendidas, los niños, jóvenes y algunos adultos comenzaron a jugar entre ellos con las baritas en mano mientras pequeñas luces salían haciendo dibujos momentáneos en el aire.

Los jóvenes, alejados un poco de los pequeños, prendieron cohetes o lanzaron otro tipo de pirotecnia que no reconocía, no obstante, algunos de los sonidos provocados por ello le ponían la piel de gallina pues se parecían mucho a las detonaciones de granas, minas o balas. Cuando fue suficiente para su vista, se giró para perderse en el infinito manto nocturno, detallo en su mente los rostros de sus hijos y pareja ante el juego de luces, como los pequeños corrían extasiados mientras movían los palitos de alambre en el aire, las sonrisas al correr de nuevo con su padre para que les prendiera otra.

Era hermoso y doloroso, pues, aunque quisiera no podía ser parte de aquello. Suspiro. A punto de volverse a perder en el manto y dejar su mente en blanco, un estruendo lo suficientemente fuerte lo sobresalto, se giró tan rápido olvidándose momentáneamente donde se encontraba. El sonido era como una maldita bomba lejana. Analizó a todos en busca de heridas, pero sólo el susto del momento para ser sustituido por las risas. El cohete había caído dentro del bote de basura de aluminio. Suspiro. Mocosos imprudentes.

Apenas lograba calmar su corazón cuando un fuerte grito lo detuvo. Se paró tan rápido como pudo, comenzó a recorrer el lugar en busca del origen, pero todos se habían quedado inmóviles en su lugar, contó y todos se encontraban ahí, excepto uno. Su corazón se volvió a oprimir al escuchar otro, más nítido y desgarrador llamándole. Su cuerpo quedo petrificado mientras su cabeza gritaba para que se moviera, pero fue en vano, delante de él, a lagrima vivía y en pijama se encontraba su niño de ojos cielo.

Podía ver desde su lugar los temblores de su cuerpo, las lágrimas recorriendo sus mejillas, una mano aferrada a un peluche y la otra limpiando sus ojos en un intento de ver mejor.

Esa imagen bastó para convertir a Daiki en una escultura de la confusión en carne vivía. Su mente se llenó de recuerdos con un niño similar pero un poco más bajito y de menos edad, sangre en sus ropas, brazos y rostro. El fuego tras su cuerpo, hombres gritando ordenes, balas siendo disparadas, autos derrapando mientras evitaban ser golpeados, granadas siendo detonadas y, por último, lluvia comenzando a caer.

–¡Papa!

El grito del pequeño le regreso sus cinco en su máxima capacidad. Busco al niño encontrándolo en los brazos de su pareja en un vano intento de tranquilizarlo, pues,  lo único que lograba era que este elevara su llanto y llamados. Con un brazo extendido le gritaba, le pedía ir en su rescate.

–¡Papa, quiero a mi papa! ¡Papa!

El ultimo llamado.

Aomine camino a grandes pasos hasta su pareja, le arrebato al niño sin importarle si le lastimaba en el proceso. El pequeño se aferró a su cuerpo como si su vida dependiera de ello, camino hasta el ventanal para ingresar a casa, pero se detuvo, no se detendría si se metían a un lugar cerrado, y, a como estaban las cosas él también terminaría alterado o asfixiado.

Busco un lugar oscuro pero que no estuviera fuera de los límites de la casa. El llanto del infante le desgarraban los oídos, giro y lo encontró, en medio de un árbol y un puñado de bambús, se encamino. Era lo más alejado que encontró, la casa misma les protegía de todos y de la luz, pero no así de la luna. Se detuvo a la mitad. Comenzó a revisarlo encontrando una pequeña cortada en su frente, quizá por el golpe al caer de la cama. El niño no soltaba el peluche y mucho menos al moreno.

Daiki, un tanto desesperado, lo giro para que quedara acunado entre sus brazos y pecho, le susurro palabras suaves, le dijo en todos los idiomas que sabía: Te amo, no pasa nada, estoy aquí, papa está aquí y no dejará que nada te pase. Lo repetía como un mantra, pero su mente se encontraba divida entre el recuerdo y el momento. Sin notarlo comenzó a mecerse muy delicadamente, como si el viento estuviera bailando con ellos; dejaba a su cuerpo moverse libremente, pero deteniéndolo cuando sentía que haría algún movimiento brusco.

El llanto había bajado, pero no detenido y mucho menos tranquilizado.

Y, como si fuera algo mágico, pero a la vez de una creciente urgencia, de sus labios comenzaron a brotar palabras, las cuales poco a poco se volvían fuertes pero apacibles y dulces.

 

Esta vez puedo ver 
los recuerdos me envuelven
 
la canción que escuche
 
una vez en diciembre.

 

Dóciles eran sus movimientos, como un vals de antaño. El niño le miro, pero de sus ojos seguían brotando lágrimas. Le sonrió, le beso cada mejilla sin detener su vals.


Me adoraban con fervor 
como extraños sentir amor
 
quien gozaba al bailar
 
un vals inmemorial.

 

Aomine no sabía si la cantaba para el pequeño o para el mismo, pero, dioses, necesitaba con urgencia calmarlo y tranquilizar su mente, los sonidos de las pirotecnias, a simple vista inofensivas, le habían afectado más de lo que hubiera deseado. Cerro los ojos dejando que la música en su mente y la voz a sus oídos hicieran su trabajo.


Me adoraban con fervor 
como extraño sentir amor
 
quien gozaba al bailar
 
un vals inmemorial.

 

Sonrió al sentir como el pequeño se acomodaba contra su pecho.

–Maya…

Lo beso. Continúo cantando, moviendo su cuerpo tan lento como su vals se lo permitía, mientras el agarre en su pecho se hacía más fuerte pues lo que tenía en ellos era lo último que le quedaba de aquella persona que amo locamente, que le metió en un sinfín de problemas y que le ayudo en otros. Ese pedacito de su alma y corazón, lo único que había dejado de ellos, a parte de los recuerdos, era lo que quedaba de una infancia feliz, de una adolescencia de locos y dolor.

 
Lejos fue, tiempo atrás 
poco a poco se pierde
 
lo que ame de verdad
 
más conservo en mi mente
 
la canción que escuche
 
una vez en diciembre…

 

Y por ello amaba el invierno. En aquella estación había encontrado a la mitad de su corazón, la mitad de su alma y un sinfín de momentos que atesoraba y cuidaba como un perro rabioso.

Canto y bailo hasta que su pequeño Maya cayó nuevamente en las tierras de Morfeo. Cuando por fin pudo respirar, miro el cielo salpicado de estrellas, giro para llevar al pequeño a su habitación, pero algo le retuvo y nuevamente canto. Sus ojos llenos de ternura por la cosita entre sus brazos le lleno de nostalgia y felicidad, por unos instantes deseo echarse a llorar sin importar si en el proceso lo despertaba de nuevo.

Cuando sintió que fue suficiente para ellos y su garganta, regreso a casa, su expresión relajada la vio reflejada en los iris fuego. Sin darlo anotar observo a todos los que pudo a su alrededor. Sus expresiones le dijeron todo. Sorpresa y duda. Enojo y ternura.

Sin prestar atención volvió a cantar pero en francés, su pequeño se removía como cachorro en busca de calor, la letra fluía sin poder detenerla como río. Por el silencio, se dio cuenta que su voz navegaba por toda ella hasta llegar el jardín, sonrió, al abrir el cuarto del pequeño noto las mantas tiradas por el piso al igual que las almohadas. El pequeño buro esgado, culpable seguro, del golpe en la frente de Maya.

La ultima estrofa fue tarareada mientras le dejaba en la cama, recogió las mantas para abrigarlo, le miro. La canción se volvió a repetir, alejó el buro, beso a su pequeño retornando al jardín.

Seguía la canción como disco rayado brotando de sus labios, repitiéndose en su cabeza. Había logrado calmar a Maya pero no a sus recuerdos. Fluían como cascadas sin consideración. Sintió la creciente necesidad de llorar, abrazar a su pareja mientras le decía tantos te amos como pudiera, pero aquello no sucedería. No mientras este no le dejara acercarse lo suficiente, incluso, ahora, dudaba que eso sucediera después del arrebato de su pequeño en brazos.

No miro a nadie. Camino hasta dejarse caer en la silla donde antes se encontraba, tomo una cerveza acabándosela de un solo trago, tomo otra, pero el frio que esta desprendía le detuvo. Cerró los ojos, llevó la lata a su frente mientras intentaba por todos los medios retener el llanto.

Deseaba abrazarse a su esposo. Deseaba tanto que le hiciera el amor como aquella vez en el mar. Deseaba… Deseaba no haber regresado de Siria. No para encontrarse como un incordio en la misma casa donde vivían sus hijos y él. No para ser tratado como un mero adorno. No para ver como perdía a su familia sin poder hacer algo, sus hijos le repudiaban, su esposo era frio. Ya no sabía qué hacer. Se sentía como un recluso recién salido después de años de prisión, no sabía en qué dirección seguir, su brújula estaba vuelta nada, el magnetismo que la estabilizaba se perdía. Su vida era un caos y lo único que pensaba constantemente era el de tomar sus cosas, a su hijo para regresar a cualquier cuartel. siquiera ahí si le respetaban, pero… aquello su pequeño no se lo merecía, bastante había padecido para agregar más cosas.

La opción de dejarlo era impensable y mucho menos cuestionable, pero… comenzaba a tomar fuerza.

– ¿Qué paso?

Esa voz.

Esa voz que con sólo darle una orden la acataría sin chistar. Esa voz que ahora se le acerca en busca de una respuesta que él no estaba dispuesto a esclarecer. No a él.

–Irak.

 

Notas finales:

Chan, chan, chan~

De ustedes depende si se queda como shot o lo continuo.


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