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Que nadie vea por Himiko Hirisashi

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen sino a Tadatoshi Fujimaki.  

Notas del capitulo:

Y esta es mi aportación en el mes del cumpleaños de nuestro querido Emperador, con una de mis otp favoritas del fandom! Y hecho con muchísimo amor para todas las que quieren a Reo Mibuchi!!

No había nadie en casa más que él y aquel sonido seco de tacones pisando la madera de caoba bajo sus pies.  Pasos temblorosos con aquellos zapatos de charol que le quedaban grandes, un intenso dolor en la planta delantera de sus pies pero una sonrisa que delataba el disfrute de aquel crimen que en silencio cometía.

Juntó sus labios maquillados de rojo frente al espejo dejando ver la perfecta mueca que asemejaba a una rosa a penas abierta; sus ojos plateados algo manchados por el rímel mal puesto reflejaban aquel brillo de quien ve un sueño cumplido; aunque fuera a escondidas.

Y en ese momento que nadie veía abrazaba con furor su muñeca de vestido fuscia, aquella que hacía dos años había encontrado en el parque un domingo por la tarde; aprendiendo con una bofetada que jamás debía pedir por aquellos juguetes en público puesto que el color rosa era como droga de la cual le habían obligado a alejarse, mientras en aquel parque todas las niñas lo usaban de pies a cabeza; como si se burlaran de él por aquel derecho que se le negaba.

En aquella mansión vacía, allí en donde nadie miraba aquel vestido de su madre con ganchos ceñido a su cuerpo, se miraba en el espejo y su reflejo le devolvía la sonrisa que solo él podía ver. Ésa era su pequeña venganza contra aquel golpe que hace años le había resquebrajado el alma pero ahora, con diez años y consciente de lo que sus padres decían qué estaba bien y qué  mal, comenzaba a dar vueltas en círculos por la enorme habitación mientras apretaba su muñeca con ambos brazos y dejaba su lacio y largo cabello danzar en el aire.

Y era entonces cuando esa sonrisa aparecía, tan efímera entre tanto llanto intentando descifrar qué es lo que le pasaba con él, porque por mucho que lo obligaron a jugar basketball, el tutu rosa que veía en danzas escolares lo llamaba aunque quisiera ignorarlo; y como aquella, miles de preguntas que se acumulaban cual nieve que en un par de años posiblemente terminaría siendo una avalancha de la cual no podría huir…

Doce años y aquel tutu robado de la clase de gimnasia seguía escondido en el fondo de su closet; al igual que un par de muñecas, el labial rojo que su madre nunca encontró y la esperanza de ya no volver a pensar en aquellos recuerdos que con el tiempo empezaron a gustarle más y más.  Una sutil trenza de cabello con una diminuta flor incrustaba había sido suficiente para que sus padres trasquilaran aquel manto negro como la noche e incrementara su duda de la rectitud con que actuaba; si se trataba tan solo de gustos, no comprendía a quién dañaba con aquellas pertenencias que esperaba nadie viera.  Volvía a llorar, mientras intentaba calmarse viendo el folleto de Rakuzan que lo sacaría de la cárcel en que vivía.

Dieciséis y el rumor estaba esparcido por toda la escuela, si desde su forma de caminar, todo en él delataba aquel tabú que nadie se atrevía a hablar y el ruido sordo de las voces que lo juzgaban ataladraban su cabeza cada vez más… entraba a su cuarto solitario, debido a aquel alumno que pidió su transferencia en cuanto vio los lienzos de oleo pintado de un vestido de novia con una cabellera tan negra y larga como la de su creador.  Y comenzaba a rayar en lo absurdo aquella muñeca que Reo aún abrazaba con fuerza cada noche que el peso de la soledad lo embargaba.

Inclusive había aprendido a controlar su vista, aquella que desviaba en los entrenamientos sin que nadie se percatara de ello, aquella mirada plateada que lejos de enfocarse en el balón pasaba por otras curvas que estaban tan lejanas a siquiera pensar.  Un sonrisa divertida y la treta que sus padres habían hecho para darle una pelota en vez de una barbie había fallado, porque aunque fuera uno de los Reyes sin Corona que tan afamados se habían vuelto, sus ojos se deleitaban en aquellos vestidores de gimnasia donde los jugadores se concentraban en el juego y él, en que nadie viera sus intenciones. Pero al regresar a aquel cuarto vacío se percataba que cada día el dolor de su corazón era un poco más fuerte que el día anterior.  Si hubiera sabido antes, que aquel sentimiento no era comparado con lo que estaba por suceder.

Diecisiete y acababa de conocer el dolor asemejado a la muerte, acababa de conocer el infierno de quien se enamora de alguien imposible.  Una mirada bicolor, una reverencia educada y una sonrisa cortés fue lo que vio en la puerta de su habitación.  A pesar de que aquel nefasto y cierto rumor seguía, Akashi Seijuro había decidido ser su compañero de habitación, y Reo se comenzaba a preguntar qué tanto dolía ver a una persona...  

Sus prohibidas pertenencias refundidas nuevamente en su closet, sus muñecas en una caja resguardada, sus pinturas bajo la cama, sus creaciones de óleo en el último rincón de la gaveta del escritorio en aquella elegante habitación.  A penas un mes desde aquella mudanza y se preguntaba por qué dolía más su indiferencia que el odio de los otros; y en la cancha, cuando fue nombrado el segundo al mando de aquel elegante personaje salido de tantas novelas de literatura que leía, su corazón se resquebrajó en mil pedazos que estaba seguro no podría volver a reconstruir.  Y cual máscara de teatro chino, dejaba mostrar su expresión feliz y relajada a quien tan cerca y tan lejos se encontraba. 

Piel tan blanca como la de sus muñecas de porcelana, labios rojos como si hubieran sido pintados con el labial que tenía escondido desde hace años, mirada fuego, como esas que hacían caer a cualquier mujer que posara su vista en aquellos ojos, músculos torneados como quien con disciplina logra lo que quiere, alma que no juzga, y respiración tan lenta y acompasada en aquella habitación obscura en que Akashi descansaba y las lágrimas de Reo se acumulaban una y otra vez viendo hacia su compañero de cuarto en la tenue luz de la luna que lo reflejaba, volviéndose a preguntar por qué dolía tanto ver a una persona.

Y lo inevitable tenía que pasar, si colegio de familias adineradas se trataba, no era de extrañar que Akashi pudiera toparse con más de una pretendiente para su futuro.  Y si de insistencia se tratase, la mirada observadora de Reo no podía desviarse de aquella mujer que había caído por el jugador estrella de Rakuzan, y que buscaba en cada pequeña ocasión que encontraba, forma de siquiera entablar una conversación con el futuro magnate que, cual caballero, volteaba su atención cada vez que la mujer se le acercaba.  ¿Qué tanto dolía ver a una persona? Y esos ojos rojizos que veían a la chica se convertían en óleo hermosamente detallado que parecía atravesar la pintura y mirar a Reo que volvía a limpiar con el dorso de su manga aquel rastro de llanto y dolor que con el tiempo comenzaba a acumular.  Uno, dos, tres bocetos de lo que a ojos de otros Sodoma se llamaba y a los suyos, amor; hermosos lienzos que rezaba nadie viera.

Y su rey cayó, la derrota de Rakuzan pareció haber destrozado a Akashi quien no pudo contener lágrimas frente a su contrincante y aunque había secado aquellas inmediatamente Reo sabía qué se sentía tener que ocultar sentimientos que el público tomaría como debilidad.  Las puertas del prestigioso instituto se abrían frente a los jugadores derrotados, y aunque los recibían con homenajes por el segundo lugar en el torneo de la Winter Cup; el semblante frío de Akashi no permitía que alguien le dirigiese la palabra y poco a poco; después del pequeño festejo que el prestigioso instituto les había preparado, la gente y el equipo se fue dividiendo, yendo a sus respectivas habitaciones haciendo que inevitablemente Reo y Akashi se encontraran solos en el pasillo que conducía hacia la habitación compartida.

El pelirrojo caminaba un paso delante de Reo quien solo podía observar la cabeza leventemente baja de su emperador. Hizo un amago de alzar la mano para tocar a aquella delicada figura que se movía delante de él pero detuvo su impulso y en cambio una cara femenina pasó por su mente.  Sus pestañas comenzaron a acumular lágrimas que no pudo ocultar, porque la razón de que Akashi estuviera así también había sido su culpa, porque por mucho que estuviera enamorado de aquel hombre jamás podría darle ninguna clase de consuelo, no como la persona que tenía en sus pensamientos.  Detuvo sus pasos y dio la vuelta sin entrar a aquella habitación que compartía con su amor platónico  y en cambio se vio tocando la puerta de la habitación de cierta castaña que, para variar, lo miraba con ojo crítico.  Una sonrisa fingida y un corazón roto era lo que le entregaba a aquella mujer, pidiéndole que fuera a ver al pelirrojo, sabiendo que con lo enamorada que esa chica estaba, no dudaría ni un segundo en tomar la oportunidad que el compañero de cuarto de Akashi le estaba ofreciendo.

El peso de tener que aparentar quien no era le seguía como cadenas colgadas al cuello mientras se dirigía hacia la biblioteca que, a esas horas seguro se encontraría vacía.  Su coqueto caminar seguía intacto, la delicadeza con que abría aquella puerta y con la cual tomaba los libros del estante seguía presente en él, sus largas pestañas y su cabello lacio y negro que despertaban dudas en aquel colegio permanecían dándole la belleza que lo caracterizaba, pero sus plateados ojos hartos de tanto llorar y su mirada ida en el libro sin leer delataban la muerte en vida que Mibuchi sentía al siquiera imaginar a su primer amor; el cual hace mucho debió de olvidar.

—Reo— y el aludido no pudo más que temblar ante aquella persona de voz aterciopelada que lo llamaba por su nombre y que suponía debería estar con aquella chica.  Su corazón como era costumbre palpitó mucho más rápido al verlo y sin darle tiempo a hablar, Akashi quitó de sus manos aquel libro que fingía leer y tomando asiento a la par suya deslizó un folder rosa que hizo a Mibuchi palidecer.

Sus manos comenzaron a temblar sin su consentimiento mientras abría aquel fólder que recelosamente había escondido en lo que creyó sería un recóndito lugar de la habitación compartida entre ellos y que ahora se encontraba en sus manos.  Cerró sus ojos por inercia un par de segundos y luego lo abrió viendo los lienzos con los que dibujaba; algunos bocetos a lápiz, otros bellamente pintados con acuarela y otros tantos más vívidos con pinturas hechas al óleo, pero todos ellos, sin excepción, reflejaban el rostro de la persona que tenía a la par y a la cual le rehuía la vista mientras sus lágrimas torrentosas volvían a salir adornando sus mejillas ya teñidas de rojo por la vergüenza que estaba sintiendo en aquellos momentos. Pasaba las páginas, implorando por no encontrar allí aquel boceto a lápiz que esperó nunca viera la luz del sol.  Sus finas manos seguían pasando aquellos papeles que previamente habían sido seleccionados por Akashi puesto que de todas sus obras, allí solo se mostraban aquellas en que su amor no correspondido se encontraba.  Llegó al último boceto; una habitación, dos cuerpos haciendo el amor, ojos fuego y plata, sábanas desperdigadas, manos entrelazadas, labios rosas y las sonrisas satisfechas en aquella imagen, tan contradictoria a la de las personas que estaban en aquella biblioteca vacía.

—Lo siento—susurró bajito en un hilo de voz con la voz quebrada cerrando fuertemente los ojos y levantándose de la silla para salir corriendo lo más lejos que fuera posible de no haber sido por una mano cálida que detuvo sus pasos de inmediato.  Intentó zafarse pero la mano lo apretó más fuerte, Akashi se levantó de la silla en la que estaba y con un pequeño tirón de brazo Reo cayó de rodillas frente al emperador.

Silencio.  El sonido seco de las lágrimas que vanamente intentaba contener y los gimoteos de Reo era lo único que se podía escuchar; sin embargo todo ruido ceso en aquel lugar cuando las yemas de los dedos del pelirrojo se deslizaron por la barbilla de Reo, limpiando aquel caudal de lágrimas que súbitamente habían parado.  Orbes platas y rojas se toparon, como en el lienzo; y viendo por primera vez fijamente a los ojos de su amor platónico, su corazón se detuvo por un instante.  Esa mirada la conocía; era la misma que él ponía al verlo…

Una habitación, dos cuerpos haciendo el amor, ojos fuego y plata, sábanas desperdigadas, manos entrelazadas, labios rosas,  sonrisas satisfechas, dos corazones palpitando al mismo compás y un mismo secreto, un mismo sentimiento compartido y correspondido que quedaría plasmado en aquellas dos personas que, en un mundo tan cruel, se habían encontrado. 

Notas finales:

PDT: fic basado en la canción de Arjona “que nadie vea”. 

Beso a todas! Gracias por leer y  hasta otro crack!

 


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