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Te debo decir adios. por FruttiKouki

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Notas del fanfic:

Los personajes de Kuroko no Basuke no me pertenecen. Su autor es Tadatoshi Fujimaki. 

Los personajes aquí descritos, no son tal y como se presentan. Algunos han sido cambiados de género y/o personalidad. 

Notas del capitulo:

Bueno, primero que nada me gustaría aclarar que éste es mi primer fanfic Yuri y que jamás llegué a pensar que escribiría uno (que cosas ¿no? xD). 

Puede que al principio parezca que todo será hetero, pero no es así, habrá un poco, pero por corto lapsos. 

La razón de éste Fanfic, nació porque me enteré que mi crush (que no sabe que es mi crush y no creo decirselo nunca xD) estaba con alguien más. Me sentí mal, pero me deshague escribiendo, logrando crear el primer capítulo más largo que he hecho (x'D). ¡Me ayudo mucho!

¡Nos leemos abajo!

Mis manos temblaban y, podría asegurar, mi rostro mostraba la incredulidad con la que me hallaba al leer ese artículo en la página oficial de su trabajo. ¡¿Qué demonios se supone que eso significaba?! El coraje me inundo hasta la última de mis células llenando mis ojos con lágrimas que planeaba retener. No dejaría que nadie me viera de esa manera, mucho menos ella. El nudo en mi garganta apretaba y estrujaba con fuerza mis cuerdas vocales haciéndome sentir débil y sin ganas de ver a nadie.

Bloqueé mi teléfono y bajé en la estación donde se detenía el tren. Ya nada importaba, ¡que todo y todos se vayan al carajo! Pensé con ira contenida, apretando mi bolso de oferta y de marca desconocida. No sabía que debía hacer. Mi pecho dolía como nunca antes lo había hecho, como nunca antes me dolía el corazón.

Me sentía traicionada, burlada, avergonzada. Pero, sobre todo, me sentía impotente, ¿qué podía reclamarle yo a ella? Nada, después de todo, jamás le había comentado de mis sentimientos. ¿Cómo la miraría a la cara de ahora en adelante? Sinceramente no tenía idea, y no quería pensar en ello.

Caminé sin rumbo fijo para salir del lugar, choqué con varias personas, dos, tres cuatro, perdía la cuenta. Nada me importaba en este momento, mi cuerpo se movía casi en automático llevada por mis pies a una licorería que fácilmente pude encontrar. Al fin y al cabo, estaba en Shinjuku.

- Las vegas~ de Japón~ - canturree desde la banca del parque y recibiendo más de una mirada por parte de los transeúntes, cosa que me molesto. - ¡¿Qué mierda me están viendo?! ¡Malditos, hijos de p…! – mis insultos hacia una pareja se vieron interrumpidos por las ganas de vomitar que me golpearon con fuerza desde el abdomen. Rápidamente baje la cabeza entre mis piernas logrando desechar el almuerzo de esa tarde junto con un terrible mareo que casi logró noquearme. ¿Qué estaba haciendo? Sólo desahogando mis penas en el alcohol, tenía bastante sin hacerlo.

De pronto, y sin pedir permiso, ella se coló en mi memoria. La imagen de su rostro sonriendo con aquellos finos y elegantes labios mientras me mira, aquella cabellera rojiza que me gusta adular cada que tengo oportunidad, tan largo, tan suave. Mis ojos se humedecen al saber que no podré hablarle de la misma manera nunca más. Dejo caer la botella de whisky en la que he gastado parte de mi sueldo y, sin aviso ni vacilación, me echó a llorar. Dejó salir el desgarrador dolor que llena mi pecho y no parece querer soltarme.

¿Cómo he llegado a esto? ¿Cómo me permití enamorarme de esta manera? Es una estupidez. Una jodida estupidez.

- Akashi… Akashi… Akashi… - repito una y otra y otra vez su nombre a la vez que con ambas manos cubro mi boca y parte de mi rostro. ¿Por qué yo no era suficiente para ella? ¿Por qué tuve que nacer siendo tan imperfecta? ¿Por qué me enamoré de alguien tan perfecto?

Maldita vida. Maldita realidad.

A tientas busqué mi celular dentro de mi bolso, la observación de las personas había pasado a segundo plano, desbloqueé la pantalla y volví a verla. Se veía tan hermosa como siempre, con esa resplandeciente sonrisa que iluminaba mi día a día. Aquella sonrisa que me había salvado la vida hace algunos años y que ahora le pertenecía a alguien más.

Noviazgo de la futura heredera Akashi Sei

El título parecía burlarse de mí. De mí y mi tristeza. De mí y mi soledad. De mí y mi amor unilateral.

Ella no me amaba, desde el principio siempre lo supe. Sin embargo, nunca perdí la esperanza de que algún día ella se fijaría en mí. Quizá pensaba si logró hablar más con ella se dé cuenta de lo que siento. Y, así, me aferré a una ilusión que jamás sucedió y que jamás sucedería.

Con la mirada busque la botella que minutos antes había dejado caer a unos cuantos centímetros del suelo. Mi llanto se había tranquilizado, pero las lágrimas seguían corriendo por mis mejillas. Di un largo trago al líquido que pareció quemarme la garganta, ayudándome a olvidarme por cortos segundos de mi desdicha.

¿Qué debería hacer ahora? ¿Ignorarla? No podía, porque, aunque haya encontrado una pareja, aunque haya herido mi corazón, incluso si hubiera intentado apuñalarme toda mi vida, no podía dejar de amarla. Esa era la cruda realidad.

Entonces, ¿qué hacer ahora? ¿Cambiar de trabajo? Imposible, hace poco había gastado parte de mí, decepcionante, aguinaldo de fin de año para comprarle un caro perfume que estuviera más a su nivel, más a su estatus. No tenía el dinero suficiente para sobrevivir el resto de mi vida. Al menos que decidiera morir pasado mañana, entonces sí sería suficiente.

En ese caso, ¿qué hacer ahora? ¿faltar al trabajo por unos días? Probablemente, seguro que la jaqueca que me daría por la mañana, gracias a mi poca resistencia al alcohol, no me permitiría presentarme a mis labores. Pediría dos o tres días de vacaciones para lograr despejar mi mente, me iría donde mi hermano en Tokio y dejaría que me cuidará como tanto le gustaba hacer. Sería agradable.

- ¿Por qué? – la pregunta salió de mis labios que se movieron fuera de mi voluntad. ¿Por qué? La pregunta se repetía en mi mente como un disco rayado, como uno de esos comerciales de una hora que solo hablan de las ofertas que dan si llamas por teléfono en ese instante, como el repaso de un estudiante tratando de memorizar la guía para un examen de última hora. ¿Por qué?

- ¿Furihata-san? – escuché una voz que me llamaba, pero no estaba segura si era real o solo era mi mente embriagada que me jugaba una jugarreta divertida por la situación. Cerré y abrí los ojos reiteradas veces en un intento de ubicarme. Ahora que lo pienso… ¿Dónde carajos estoy? Mi memoria no me ayudaba en nada, todo estaba borroso a mí alrededor.

- ¿Furihata-san? – me volvieron a llamar un poco más cerca. Esa voz me parecía conocida. Miré a todos lados en busca de algo que ni yo misma sabía que era. ¿A quién estas buscando, Kou? ¿A quién? ¡¿A quién mierdas estas buscando?

De pronto, y sin aviso de anticipo, unas manos tocaron mi rostro. Frías, grandes y familiares. ¿Quién era? No lo sé y no me importaba. Sólo quería dejar salir el dolor que parecía estrangularme el alma. Mi pecho ardía, dolía, quemaba, pero nada podía hacer al respecto. Estaba sola, mi familia se hallaba en otro país y mi único hermano en otra ciudad. ¿Cómo había llegado a ser una persona tan sola? Sólo en ese momento me di cuenta de ello. A la única persona que quería a mi lado, con la única con quien me sentía completa, era con Akashi Sei.

Qué triste situación ¡Que triste! Tan empeñada en agradarle. Tan ilusionada en poder llenar sus expectativas. Tan perdidamente enamorada, que me cegué por completo. ¿Qué me quedaba ahora? Nada. Absolutamente nada. Que desalentador.

Aquellas frías manos, un poco más grandes que las mías, me acariciaron el rostro limpiando el rastro de amor dolido que había marcado mis mejillas. Me deje hacer, ¿qué más podía salir mal? Todo se había ido al puto carajo y no me importaba nada. Se sentían agradables las caricias, a pesar de que esas manos estaban un poco rasposas, seguramente por el arduo trabajo. ¿Quién sería? No tenía ni idea, pero algo era seguro, me conocía.

- Será mejor llevarte a casa. Tomaremos un taxi para que te lleve, ¿de acuerdo? – me avisó esa voz pasible, suave y varonil. ¿Un hombre? Al parecer eso era. ¿Y si trataba de hacerme algo? ¡Mierda! No había pensado en eso. Pero con mi estado actual sería difícil resistirme, sinceramente sólo quería dormir. Dormir, dormir y dormir para nunca más despertar.

- No… No quiero… ir – logré pronunciar. Mis ojos no podían enfocar bien al sujeto, pero podría jurar que me miraba como si estuviera loca. ¡Bah! Poco me interesaba. El tipo trato de levantarme subiendo uno de mis brazos por su cuello y con la otra mano me tomó de la cintura luego de recoger de la banca lo que, logre concluir, era mi bolso. – Que no… quiero ir – lloriqueé como niña pequeña. Me daba vergüenza de mí misma. Espero y el tipo haga como que nunca vio está faceta en mí.

- Tengo que llevarte, Furihata-san. Si te quedas aquí puede ser peligroso – me advirtió con severidad, pero sin cambio en su tono de voz. ¿Quién jodidos se creía para hablarme así? ¿Acaso no sabía que estaba hablando con una de las mejores jefas de marketing en todo Japón? Además, yo ni siquiera se lo pedí.

Trate de alejarme de él para evitar que me llevará a algún tipo de lugar extraño. Cabe decir que no fue buena idea, pues al hacerlo, un mareo ataco mi mente haciendo girar por completo mi entorno. Mis pies, que calzaban unas zapatillas negras de tacón de punta, se tambalearon sin cuidado en un vano intento por sostenerme. Puta borrachera. Puto alcohol. Puto sujeto desconocido.

Las mismas manos que me limpiaron el rostro, minutos antes, me sujetaron para evitar la inminente caída que parecía prometer hacerme recibir más humillación de la que tenía. Más de la que podía soportar. Mis ojos, brillantes y dilatados por la ebriedad, se abrieron ante la sacudida de mi cuerpo al ser detenido. Con ambas manos rebusqué las que me sostenían, hallándolas fuertemente afirmadas en mi delgada, y sin chiste, cintura. ¿Quién era este sujeto?

- Está bien, no te llevaré a tu casa, pero tampoco te dejaré aquí – me habló con voz suavizada, inundada de una paz que desconocía en ese momento, y que quizás nunca antes había sentido. Asentí, o al menos eso intenté, y él me jaló hacia su cuerpo. No era muy alto, sólo unos cuantos centímetros más que yo, usando tacones claro está.

Al verme rodeada de tanta calidez por aquel cuerpo y aquellos brazos, me volteé para verle a la cara, no lográndolo de manera exitosa, pero intentando enfocarlo al tiempo que le daba una sonrisa, o una mueca que se intentaba asemejar a ello, estúpido alcohol. Me sentí relajada bajo la observación de ese hombre y, sin pensar en las consecuencias, me recargué en su pecho abrazándole por el cuello. Sentí su cuerpo tensarse, pero no dijo nada, sólo se quedó ahí parado sosteniéndome con sus manos por la cintura. Tan callado y silencioso, que me invitó a cerrar los ojos y quedarme dormida sin saberlo.

Sin importarme nada.

Dejándome hundirme en mi dolor.

Abrí los ojos con lentitud. ¿Dónde estaba? Miré alrededor, pero a causa de la obscuridad de la habitación no lograba ver realmente nada. Me senté con cuidado y lentitud, mi cabeza dolía como si hubiera sido golpeada con un martillo o mazo, como si un pájaro carpintero picoteará dentro de mi cabeza en busca de hacer su nido. Sentí las sábanas y cobijas bajar por mi pecho. ¿Dónde estaba? La pregunta resonó en mi mente y, por un momento, creí que también por toda la silenciosa habitación.

A ciegas toqué mi cuerpo para asegurarme que aún traía mi ropa puesta. Menos mal. Con la palma de mis manos intenté reconocer mi entorno palmeando sobre la cama y luego sobre la cabecera, donde choqué con algo helado que cayó sobre mí mojándome por completo la camisa blanca de vestir que traía.

- ¡Mierda! – grité/susurré ante la sensación fría y mi torpeza para pasar desapercibida. Siempre había sido torpe, toda mi vida. Incluso, aún me parecía increíble que hubiera conseguido tener un puesto alto en una de las mejores empresas del país. Parecía una fantasía bastante enigmática el pensar que alguien como yo lo lograría, sin embargo, lo hice. Logré mi objetivo, pero al mismo tiempo fue mi perdición. Me enamoré de mi jefa.

Cerré los ojos ante el intenso repiqueteo que recibió mi cabeza en el momento que alguien abrió la puerta, como si atravesaran mi cerebro con alguna grande aguja, lento, pausado, doloroso. Con mi mano izquierda cubrí mis ojos para evitar que la luz diera de llenó en ellos, me ardían y no sabría decir si eran por la falta de sueño, por el alcohol de anoche o por las lágrimas que solté en mitad de la calle.

- ¿Quién eres? D… ¿Dónde estoy? – pregunté intentando sonar firme, pero me reprendí a mí misma por permitir que mi testaruda tartamudez de lela volviera en el momento más inoportuno. Parpadeé un par de veces para que mis pupilas se amoldarán al resplandor de afuera y, cuando lo logré, observe la silueta de una mujer, una mujer delgada que me veía desde la puerta. - ¿Quién eres? – volví a preguntar sintiéndome un poco nerviosa y es que no tenía idea de dónde jodidos estaba.

- Has muerto. Bienvenida al inframundo – me dijo con voz forzada para sonar como de ultratumba. Alcé una ceja, incrédula, a las palabras que me decía. ¿Qué mierda? Me pasó por la cabeza y con lentitud retiré mi mano de enfrente para ver aquella cabellera negra y corta que conocía desde hace años.

- ¿Hiromi? – le llamé recibiendo una sonrisa en respuesta, la cual luego pasaría a ser carcajadas ante lo deplorable que, seguramente, me veía en esos momentos. Me levanté con calma para evitar que un nuevo mareo me atacará o que algún pinchazo intentará entrometerse en mi cerebro. - ¿Eres idiota? Deja de decir estupideces y ve a hacerme un café – dije riendo bajo y quedo, evitando algún dolor en mí cabeza.

- Hiromi, ¿ya despertó Kou? – hablaron desde afuera con una voz masculina que reconocí casi de inmediato. Alcé la vista a mi amiga que me ayudó a ponerme de pie para salir del cuarto, me sentí tan avergonzada por mi aspecto que logré ver cuando cerramos la puerta de la habitación, en el espejo de cuerpo completo de éste.

Mis pantalones de vestir, de color negro con ligeras rayas blancas en forma horizontal, estaban arrugados y maltratados. La camisa blanca que traía se había mojado por mi culpa, pero me hacía tener más frío al ser mitad del invierno. Mi cabello podría compararse con facilidad con un nido de pájaro o casa de castores. Soy un asco me dije mientras era llevada al baño.

Me lavé la cara con agua fría para poder despertarme, cosa que funcionó, aunque mis dientes castañearon un poco por las bajas temperaturas, siempre he sido friolenta. Usando el cepillo para cabello de Hiromi, me intente peinar o al menos aplacar el cabello que se había enredado como si lo hubieran revuelto con alguna de esas máquinas para hacer trenzas y que te hacían tener todo tipo de nudos menos trenzas. Salí del baño para acercarme a la pequeña cocina azul a unos pasos de la entrada.

- Así asustas menos – me comentó Hiromi tras una mirada de soslayo y con una sonrisa divertida mientras estaba sentada en la mesa tomando un café. A su costado, frente a la estufa gris de acero inoxidado, se encontraba Koichi, el prometido de Hiromi. A ambos los conocía desde la preparatoria y ambos desde entonces andaban juntos, sigo sin entender cómo es que terminaron de esa manera al ser tan distintos, pero es más que claro que se aman.

Fukuda Hiromi es bastante extrovertida, dice lo que piensa sin verse limitada por las percepciones y características que debe tener una joven. Si a su mente le llega una frase obscena, la dice sin pensarlo, eso me agrada de ella. Además de que le es fácil socializar, no importa con quien esté, ella le puede hacer plática hasta a las piedras, si se llega a ver limitada a eso.

En cambio, Kawahara Koichi, es un hombre tranquilo, respetuoso, piensa antes de actuar o decir algo. Su semblante calmado es un contraste completamente opuesto a Fukuda. Su rostro es apacible y te brinda una confianza que se ve plasmada en la amistad que puedes llegar a tener con él. En pocas palabras, el hombre ideal.

Observó cómo Kawahara sirve café en otras dos tazas, así que tomó asiento frente a Fukuda. Ella me mira varios segundos, como si intentará descifrar algo en mi rostro, en mi semblante, pero ahí no hay nada más que confusión. - ¿Qué? – cuestionó luego de recibir la taza que, siempre que vengo, utilizo. Es blanca por fuera y naranja por dentro, en la parte delantera se puede ver un cuadro mediano con la forma de una taza humeante y sobre ella, por la parte interior, se lee la propaganda: Dunkin Donuts.

- No me preguntes qué. ¿Acaso no dirás nada? – me dice con obviedad, pero no tengo idea de a qué se refiere. Ella alza las manos con escepticismo y luego las deja caer sobre sus piernas cubiertas por el pantalón de mezclilla ceniza. Arrugo el entrecejo dando a conocer mi confusión y bebo del caliente café Andatti combinado con vainilla liquida y hervido con trozos de canela. Amo ese café.

- No sé de qué me hablas – le informó dando otro sorbo a mi bebida, Kawahara siempre es atentó y por ello sabe cómo me gusta el café, no muy dulce, pero tampoco muy amargo. Me recuerda a mi hermano mayor.

- ¿Cómo que no sabes de qué hablo? – me reitera Hiromi con la misma expresión con la que me preguntó anteriormente, toma su taza roja, cuadrada y más pequeña que la mía, siendo exhibido en la parte delantera un letrero: Nescafe. – De pronto, apareces a mitad de la madrugada, borracha, a un lado de la puerta y en el suelo. No sé tú, pero eso es raro, sobre todo en ti.

Suelto un suspiro, sé que debo darle una explicación, concreta y precisa, de lo que pasó la noche anterior. Bajo mi taza a la mesa, que es cubierta por el mantel blanco con cuadros de azul cielo, con ambas manos la sujeto para poder calentarlas. Miró que Koichi se dispone a hacer el desayuno haciendo parecer que no presta atención, pero estoy segura que está escuchando todo.

- Está bien – suelto resignada recargando mis antebrazos en la mesa, para luego seguir – Anoche me pase de copas al enterarme que mi jefa tiene pareja. Cuando lo leí en uno de los artículos de noticias de internet me quedé en blanco, me sentía mal porque me gusta mucho, pero al parecer yo a ella no – dije amargamente, sin ninguna otra emoción de por medio. Sólo la cruda y deprimente realidad. – Me bajé en la estación de Shinjuku y me compré una botella de whisky para tomármela en casa. Bueno, ese era el plan, pero terminé en un parque en quién sabe dónde jodidos.

Hiromi me observó detenidamente, siempre que le contaba algo importante lo hacía. Pero en esta ocasión, Kawahara se le unió recargándose en la barra junto a la estufa, esperando a que el huevo se cociera. Tras recibir esas miradas tragué saliva para luego dar otro sorbo al café, cerré los ojos deleitándome con el aroma dulce y el sabor amargo. En su punto.

- Pero entonces, ¿cómo mierda llegaste aquí? – me interrogó Fukuda con impaciencia recibiendo el desayuno, de huevo revuelto, que le preparó su novio. Me encogí de hombros, no lo recordaba muy bien, pero al ver los ojos decididos de mi amiga, opté por contarle lo que evocaba mi mente.

- No sé exactamente cómo – aclaré antes de dar el relato a conocer. Kawahara repetía el proceso para hacerme el desayuno, siempre agradable, siempre atento. – Pero creo que fue cuando estaba en el parque – arrugue mis labios en un esfuerzo por pensar con claridad, el dolor se había ido gracias al café y al poco alcohol que había bebido. – Creo que estaba mega borracha – comenté ganándome una expresión por parte de Hiromi que se traducía como: no me digas con tono sarcástico. – Lo sé, lo sé – bufé, molesta, y proseguí – el punto es que un tipo se me acercó diciendo mi apellido, aunque no lo reconocí. Me quería llevar a casa en taxi, pero creo que no lo dejé. El caso es que estuve a punto de caerme al tratar de despegarme de él y el tipo me sostuvo, así que me quedé dormida.

Ambos me miraron con sorpresa notable. Yo me limité a ver a los lados por el hecho de que no me gusta que me vean tanto y di otro sorbo a mi café. Kawahara apagó la estufa y sirvió en un plato de cerámica la comida, sin decir nada.

-… No mames

- ¡Hiromi! – le regañe, ella sabía que no me gustaba que usará esa frase. Además, mis nervios estaban a todo lo que daban. Después de haber relatado el asunto me di cuenta de que no supe ni cómo supieron dónde dejarme. Quizás, si no fuera yo la que pasará por esto, diría lo mismo.

- Perdón, pero es que… no inventes, Kou. Cuando tocaron a nuestra puerta no había nadie, absolutamente nadie. ¿Y si te secuestraban? Debes ser más cuidadosa – me llamó la atención de manera dulce y comprensiva. Ellos dos conocían mis inclinaciones. ¡De hecho, soy una bisexual declarada! Pero de nada servía, si no podía estar con la persona que amaba. Antes de caer, de nuevo, en mis pensamientos pesimistas, y nada agradables, Hiromi me tomó de la mano para darme confianza con una sonrisa sincera.

- Lo seré. Perdonen que los haya preocupado – me disculpé honestamente. Ellos, ambos, siempre estaban para mí. Cuando fui rechazada por mi primer amor, un chico bastante arrogante. Cuando me perdí en el centro de la ciudad, me había equivocado de estación. Cuando me di cuenta que las mujeres también me gustaban, no fue sencillo de aceptar por mi parte.

Kawahara se acercó para poner mi plato de desayuno frente a mí y me dio un ligero apretón en el hombro con cariño paternal, a pesar de que tenemos la misma edad los tres. Se sentó a mi izquierda, siendo la derecha de Hiromi. - ¿Qué piensas hacer ahora? – me preguntó agarrando uno de los panes dulces que estaban en el medio. Siempre desayunaba eso, y Fukuda siempre le decía que se pondría gordo y ya no lo amaría.

- Tomaré unos días de vacaciones e iré a casa de Kaede para pasar el rato – contesté dando un bocado a la comida. No me importaba, sinceramente no lo hacía. Lo único que deseaba, con fervor, era no encontrarme con Akashi por unos días. No podría verla a la cara sin echarme a llorar. Con el simple hecho de pensar en ella mi pecho se oprimía con dolor patente.

Fukuda pareció leer mis pensamientos, pues, luego de comer hasta la mitad de lo servido, levantó la mirada para encontrarse con la mía. – Ni lo sueñes. Nos iremos a Sapporo – anunció agarrando su taza con tranquilidad y beber de ésta.

- ¿Sapporo? ¿Qué acaso no hace más frío allá? Sabes que no soporto el frío muy frío – le recordé con confusión. ¿A qué venía eso de Sapporo? No se me ocurría nada al pensar en ello. No obstante, Fukuda podía ser toda una caja de sorpresas. Quizás esa era una de las razones por las que Koichi se enamoró de ella. Siempre tan sincera y directa. Haciendo y deshaciendo a su antojo.

- Iremos a las aguas termales. Sólo tú y yo – respondió con emoción y sonrisa que escondía algo más, lo sabía perfectamente ya que la conocía desde hace años. Pero no perdía nada con intentarlo. Di unos cuantos bocados más a mi desayuno mientras meditaba en sus palabras. – Así podrás distraerte, pasamos un tiempo juntas y podríamos pasar a visitar a tu hermano – agregó con felicidad no fingida y rostro risueño.

Me gustaba la idea. Podría tomarme un tiempo para digerir el asunto de Akashi y poder verla a la cara sin tener que correr al baño más cercano para evitar que se dé cuenta del dolor que me causó inconscientemente. Asentí al tragar la comida y tomar un pan del mismo lugar donde había agarrado uno Koichi. – Me parece bien, creo que llamaré para avisar en cuanto llegué a casa.

- Entonces, está decidido. Hoy mismo, en la noche, nos vamos a Sapporo – anunció la conclusión y bebió su taza de café hasta acabarla. 

Notas finales:

¿Qué les pareció? A Fukuda le cambie el nombre (x'''D) me lo imagine como un tipo de Takao o algo así. Y Kawahara ainshh~ el hombre atento y que deja hacer y deshacer a su mujer. 

¿Quién será el tipo que ayudo a Kou? ¿Pasará algo durante el viaje de Hiromi y Kou? ¿Cómo tomará la reacción Sei?

Espero sus reviews con ansias sobre las suposiciones que tengan. ¡Me encantaría saberlas!

Nos vemos en el siguiete capítulo OwO)/"


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