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El miedo a las cucarachas voladoras por Sherezade2

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Notas del fanfic:

Segundo fic de la saga omegaverse, "Celos descontrolados". El protagonista está inspirado en el rubio exhuberante del anime "All Out", Oharano. *.* Espero les guste.

Notas del capitulo:

Hola, bienvenidos a esta segunda entrega. Espero les guste también. Un abrazo para todos los que me acompañaron desde "Objeción denegada" y a los que llegan por primera vez. Besitos gigantes.

Capitulo 1.

Hay cosas que  el dinero no puede comprar. Para todo lo demás…

 

 

   Corbata de diseñador, doscientos cincuenta pesos; zapatos italianos de diseño exclusivo; quinientos setenta; el mejor traje de la última colección de la temporada de Armani; mil doscientos, pisador de corbata a juego de oro puro: tres mil.

   Estar sentado frente a su abogado, relatar la forma cómo había preñado a un crio de dieciséis años, tener que aguantar la vergüenza y la mirada punzante del otro Alpha: No tenía precio.

   Sí, definitivamente, había cosas que el dinero no podía comprar, para todo lo demás existía su chequera.  

   Arturo Cisneros se estaba dando cuenta de ello, quizás, por primera vez en su vida. El abogado que tenía frente al él lo estaba mirando con rabia, con ira… con asco. Lo notó por su aroma y su aura. Se dio cuenta de la razón cuando vio la fotografía de un adolescente de la misma edad de Camilo en la mesa del hombre. ¡Maldita la burra! Estaba jodido.

   —¡No me mire así! ¡Ya le dije que no fue mi culpa! ¡El chico estaba en celo y salió como si nada por allí! ¡No lo forcé ni nada como eso! ¡No soporto que todo el mundo me mire como si fuera un criminal! ¡Pare con esto, por favor!

   Antonio despegó los ojos del hombre y abrió su laptop. Atento, comenzó a teclear los pormenores del caso. No sentía ni la más mínima empatía con su nuevo cliente, y mucho menos, las más remotas ganas de apoyarlo en su demanda. El tipo era un completo cretino; un imbécil total. Ni por un instante había hablado de llegar a un acuerdo con el omega al que había embarazado, ni mucho menos de considerar una paternidad compartida. El tipo quería quedarse con el bebé a como diera lugar, arrebatar al recién nacido de los brazos de su papá apenas naciera.

   —Que ese chico tenga dieciséis años no será razón suficiente para que un juez se lo quite. ¿Comprende eso, verdad?

   El otro Alpha asintió, ahora con una mirada de superioridad.

   —Pero que sea un chico con trastornos mentales sí —dijo con una sonrisa. Una carpeta fue puesta sobre el escritorio de Antonio y de inmediato, el abogado frunció el ceño.

   —¿Qué es esto? —inquirió, tomando los documentos en sus manos.

   Arturo sonrió con autosuficiencia, seguro de que el otro hombre no se esperaba eso.

   —Es nuestro boleto ganador —afirmó, recostándose con toda  el relajo del mundo contra el sillón donde estaba sentado—. Ningún juez con dos dedos de frente dejaría a un recién nacido con alguien así. Ninguno.

 

 

 

   —Sabes por qué estás aquí de nuevo, ¿cierto, Camilo?

   El adolescente, quien se concentró en mirar detenidamente a la directora de su instituto, asintió con la cabeza. No era la primera vez que se hallaba ante aquella Alpha ni sería la última. Por supuesto que sabía por qué estaba en aquella oficina otra vez. Y no se arrepentía por ello.

   —Le rompí la boca a Vince.

   —¿Y por qué hiciste eso? —preguntó de nuevo la mujer.

   —Porque me llamó puto —respondió tranquilamente el chico—. Nadie me llama puto y se queda tan campante. Tenía que partirle la cara.

   La mujer suspiró. Era duro tener que dirigir un colegio lleno de críos ricos y mimados, y lo era mucho más con chicos como Camilo causando líos por doquier. Camilo era un verdadero dolor en el culo.  ¡Joder! Sí que lo era. Ya había perdido la cuenta de las veces que lo había sancionado y expulsado del instituto.

   Pero siempre volvía. La chequera de sus padres era demasiado abultada como para dejarlo fuera del colegio por más de tres días. Hasta los maestros suspiraban apenados cada vez que veían al chico sentado de nuevo en el salón como si nada hubiera pasado. Aún no entendían cómo un chico así no estaba recluido en una correccional. Era obvio que no podía vivir en comunidad.

   —Ese no es motivo para darle un puñetazo a ese muchacho, Camilo. Tu comportamiento es inaceptable.

   —No lo siento, si es lo que quiere escuchar.

   —Se que no lo haces —asintió la directora, negando con la cabeza—. Y eso es justo lo que me molesta de ti.

   —¿Puedo irme entonces? —desafió el muchacho. Cosa tremenda en un omega adolescente contra una Alpha adulta.

   —No, no puedes —contestó la mujer—. Llamaré a tus padres ahora mismo. Estás suspendió otra vez.

   Dos toques en la puerta sorprendieron a la directora. Un beta de unos treinta años, bajito y de lentes, asomó su cabeza por la puerta antes de excusarse por la interrupción. Detrás de él se veía la figura de un chico más, un omega para ser preciosos. El joven fue reconocido de inmediato por la directora, era uno de sus alumnos favoritos, tan diferente al que tenía sentado frente a ella: Era Santiago Olivares, el niño más brillante y juicioso de su escuela. Su consentido.

   —Perdone, directora. Pero también hemos tenido un problema con Santiago.  

    La mujer espabiló un par de veces.  ¿Qué? ¿Perdón? ¿Había escuchado bien? ¿Qué estaba diciendo ese maestro? Eso no era posible. Santiago entró a la oficina principal con sus ojos fijos en la baldosa; su cara era un poema de emociones, especialmente de vergüenza.  La directora le hizo un gesto para que se acercaran, tanto Santiago como el maestro lo hicieron enseguida. El beta suspiró.

   —Encontré esto en su chamarra —acusó, extendiendo una pequeña hoja llena de funciones matemáticas y formulas—. No me lo podía creer. Nunca lo había pillado haciendo trampa. Espero que sea la primera vez que hace algo así.

   —¡Es la primera vez que lo hago! —se defendió Santiago, alzando por primera vez la vista—. Lo juro, directora.

   —No te he dado permiso de hablar —lo riño la Alpha, molesta luego de ver aquello—. Sin embargo, es fácil creerte sabiendo cómo ha sido tu desempeño todos estos años —concedió—. Me decepcionas, Santiago. No lo puedo creer.

   Camilo miró a su compañero de escuela. Algo parecido al interés pasó por sus ojos. Hasta ese momento, Santiago Olivares no había sido para él más que un niño bueno de papá, una cosa insípida y aburrida. Un niño tonto. Que se hubiese atrevido a copiar un examen; que hubiese siquiera llegado a un examen sin estudiar, eran signos de algo que, a su modo de ver, era positivo. Posiblemente su noviazgo con ese otro cerebrito de sexto año le estuviera distrayendo y espabilando un poco. Quizás el celo lo estaba cambiando.

   El celo. Qué rara cosa era eso. Jodida también. Su papá omega le había explicado de qué se trataba y los riesgos que corría, pero él no esperaba que sucediera algo así en ese momento; justo con ese tipo de visita en su casa.

   No pudo creerlo cuando la vio entrar por la ventana y pegarse con sus horrendas patas en el espejo de su habitación. Su impulso fue correr fuera de su cuarto, que milagrosamente no tenía llave.

   Los Alphas adultos estaban obligados por la ley a echar llave en los cuartos de sus hijos omegas cuando estos estuvieran en celo y hubiese visitas de otros Alphas en casa. Supuso que sus padres lo olvidaron, cosa que agradeció cuando pudo verse libre de ese engendro con alas que se quedó volando por su cuarto toda esa noche.

   Lo malo fue encontrarse con ese sujeto en medio de la sala. El tipo se había tenido que quedar hospedado allí gracias a una tremenda tormenta que estaba cayendo. Estaba parado en todo el inicio de la escalera cuando Camilo bajó,  y nada más olerlo se lo llevó consigo a la pieza que le fue dispuesta en la planta baja, acabando con su ropa, con su peinado y con su virginidad, todo en cuestión de minutos.

   Cuando los ruidos alertaron a sus padres y a los demás empleados de la casa; ya el mal estaba hecho. Camilo fue llevado por sus padres al médico; el amigo de su padre también, pues estaba en shock. Cuando el Alpha se enteró de su embarazo, les dijo a sus padres que demandaría por la custodia total del niño y sus padres le respondieron que no los apartaría de su nieto. El escándalo no iba a favorecer a nadie, pensaba Camilo. Pero sus padres y el Alpha ese eran unos idiotas.

   Ahora sólo quedaba recordar lo bueno. Y eso había sido el placer. Había sido genial y perfecto; delicioso. Iba a repetir la experiencia con cada celo que tuviera. Ni loco se pasaría ni un solo celo solo como seguramente hacía el querubín insípido de Santiago Olivares. Por eso necesitaba que sus padres se dejaran de tonterías y le dieran la autorización para sacarse rápido a esa cosa que estaba gestando y que por nada del mundo pensaba parir.

   Qué mierda tener que estar cambiando pañales e hirviendo biberones a su edad. Si no le firmaban el permiso, entonces acudiría a algún sitio clandestino para hacerlo. Si dejaban avanzar más el asunto, dentro de poco tendría que decir en el colegio que estaba embarazado por culpa de un celo fuera de control y no quería tener que vivir semejante humillación.

   No entendía a sus padres. ¿Acaso lo culpaban por lo sucedido? Posiblemente, si. Pero no le importaba. No había podido evitarlo, tenía demasiado pánico a esos bichos. Su papá omega había puesto el grito en el cielo cuando le habló de abortar y enseguida su padre lo apoyó. Por lo menos su embarazo había servido para que ese par se pusieran de acuerdo en algo por primera vez en años. Le daba igual. No estaba feliz por ellos.  Eran una mierda de hipócritas religiosos que ya ni siquiera se querían y sólo seguían juntos por guardar las apariencias.  Sabía perfectamente que la única razón por la que querían conservar el crio a como diera lugar, era para llenar el vacío del otro niño que habían perdido hacía años.

   Trago seco ante ese pensamiento. Su pecho se contrajo sin que lo pudiera evitar. Habían pasado muchos años, pero pese a ello, la muerte de su hermano menor seguía siendo una pesadilla terrible en sus vidas.

   La voz de la directora lo sacó de sus cavilaciones. La mujer lo miraba entre extrañada y exasperada. Camilo alzó una de sus cejas rubias y miró a su otro compañero de clases, encogiéndose de hombros. ¿Qué había dicho esa mujer?

   —Como lo oyeron, Santiago y tú se encargarán de organizar la feria científica intercolegial de este año. Harán el cronograma de actividades, escogerán las mejores exposiciones, invitaran a las otras escuelas, pondrán la decoración.  En fin, todo. Se encargarán de absolutamente todo ¡Y tienen dos semanas para hacerlo!

   —Directora, es demasiado… no creo que…

   —Eso debiste pensar antes de ponerte a redactar ese “machete”, Santiago —sentenció la mujer, antes de cruzarse de brazos y señalarles con la cabeza la puerta de salida—. Será mejor que empiecen desde ya porque si no lo logran estarán suspendidos todo un mes  y esta vez, ninguna chequera abultada va a salvarlos del castigo. No llamaré a sus padres por el momento, pero como escuche por ahí que están haciendo el vago, ya verán. Antonio te encerraría tres meses como mínimo y lo sabes, Santiago. Tu padre no es tan flexible como los papás de Camilo.    

   —Mis padres no son flexibles, sólo están hartos de mi —se crispó el  incorregible omega, harto también del sermón. —Buena suerte con la feria, niño —le susurró a Santiago antes de ponerse de pie con intensión de partir—. No pienso hacer ni un comino de esa feria escolar. En un mes regreso.

   Santiago apretó sus manos con ira al escuchar eso. Tendría que organizar una feria intercolegial sólo y todo por el capricho de ese odioso indeseable. La directora iba a increpar de nuevo a su indisciplinado alumno, pero antes de que lo lograra fue el mismo Santiago quien detuvo la marcha del otro omega con una simple pregunta. No iba a dejar que lo dejaran solo con todo el lio.

   —¿Estás seguro de que un mes regresarás a la escuelas? ¿De veras crees que podrás hacerlo?

   Camilo palideció cuando vio los ojos de Santiago desplazándose hasta su vientre. Creyó que ese idiota había olvidado por completo lo de su embarazo y ya no pensaba en ello, pero parecía que no era así. Ese niño idiota iba a delatarlo sino le ayudaba y era claro que eso era lo que le estaba insinuado.

   Resoplando de rabia, dio medio vuelta de nuevo y le hizo un guiño con la mano para que lo siguiera. Santiago sonrió y luego miró a la directora que lo escrutaba también con gesto de estupor.

   —Supongo que ya lo convencí —anotó, enfilando también sus pasos con miras a las afueras de la oficina.

   La directora abrió mucho sus ojos, mirando asombrada al maestro beta, quien también estaba boquiabierto. ¿Por fin habían encontrado a alguien capaz de amedrentar a ese niñato odioso?

   Parecía que sí.

 

 

   Antonio y Nicolás estaban cenando fuera de casa. Desde hacía días estaban esperando una oportunidad para celebrar a solas la llegada de su nuevo bebé, pero no habían tenido ocasión de hacerlo.

   Ahora por fin podía hacerlo. Y ambos estaban contentos por ello. La brisa nocturna mecía los cabellos de Nicolás mientras éste apuraba un vaso de agua. El lugar era realmente una belleza y el omega estaba muy feliz por la linda vista que tenía antes sus ojos. Adoraba la brisa contra su piel; el olor de la montaña en su nariz.

   —No conocía este lugar, es realmente bonito.

   —Tuve una reunión aquí hace algunos meses y enseguida pensé en traerte —comentó Antonio—. Sé que te gustan los espacios altos y abiertos. Sin duda este lugar tiene una de las mejores vistas de la ciudad.

   —Sin duda la tiene.

   Un mensaje de texto interrumpió la conversación. Antonio no solía dejar su celular de trabajo prendido cuando estaba con su familia, pero esta vez necesitó hacerlo. Arturo le pidió estar atento porque le enviaría unas nuevas pruebas del caso. La demanda tenía que ser interpuesta lo más pronto posible, ya que se debía evitar que los padres del chico le autorizaran abortar.

   Antonio chasqueó la lengua, irritado. Definitivamente, ese caso le gustaba cada vez menos. Había algo raro allí, algo que sentía que no le estaban contando bien o sólo a medias. No le gustaba sentirse manejado por sus clientes y esta vez no sería la excepción. O le contaban todo al pie de la letra o no aceptaría el caso. Nicolás lo notó enseguida y sonriendo lo tomó de la mano. Si Antonio no quería tomar ese caso que no lo tomara, él lo apoyaría.

   —Mándalo al carajo, cielo. No me gusta verte tan irritado.

   —No estoy tan irritado ya, sólo me siento inquieto —anotó Antonio, besándole la mano—. Este caso tiene un cabo suelto que me gustaría atar antes de irme a juicio. Eso es todo.

   —¿Quieres hablar al respecto? Soy todo oídos. Puedes contarme lo que sea y te escucharé. No prometo ser de mucha ayuda pero por lo menos puedo ayudarte a tomar una decisión. No quiero que te de jaqueca. Siempre te da cuando piensas demasiado.

   Antonio sonrió, asintiendo con la cabeza. En pocas palabras resumió el complejo caso de su cliente, hablando también sobre el historial médico del que sería su demandado. Al parecer, el niño tenía un amplio expediente psiquiátrico con varios ingresos a clínicas de reposo mental. Sus padres mantenían el asunto en la más absoluta reserva, sin embargo, para un hombre tan poderoso como Arturo Cisneros, dar con esa historia clínica había sido un juego de niños.

   —Entonces les pasó como a nosotros —concluyó Nicolás, comenzando a tantear su plato.

   —Sí y no —respondió Antonio, intentado explicarse—. Mira, en términos legales la cosa es un poco más compleja por ser el chico un menor de edad. Mirémoslo así: en nuestro caso, tú me abriste la puerta estando en celo y lo hiciste en pleno uso de tus facultades mentales y sin coacción de terceros. No hay forma de que hubieses podido exigir derechos de paternidad sobre mí si yo voluntariamente no te los hubiera dado. En el caso de este chico, el Alpha estaba en su casa cuando el muchacho entró en celo; el chico tenía que ser resguardado por sus padres y éstos fueron negligentes al dejar la puerta de su cuarto abierta. Los derechos del menor priman sobre los de los demás adultos que estaban allí y por lo tanto, el juez lo considerará completamente inocente de toda responsabilidad. ¿Entiendes ahora?

   Nicolás asintió con la cabeza. El asunto era más peliagudo de lo que se imaginaba en un principio. Ahora entendía porque ese magnate había hurgado en el historial clínico de aquella familia.  Debía estar desesperado por encontrar algo que le diera la ventaja.

  —Entonces… necesita declararlo no apto para criar.

  —Exacto, así es.

   —¿Y cómo lo logará?

   —El niño tiene un amplio historia psiquiátrico a sus espaldas —confirmó Antonio—. Los diagnósticos van desde crisis de ansiedad, ataques de pánico, fobias varias, stress agudo, trastorno de personalidad, pobre control de impulsos, irritabilidad, conducta desafiante, trastorno del sueño y el más extraño de todos… trastorno de stress postraumático.

   —Dioses.

   —Así es —afirmó el Alpha—. Y justo allí es donde pienso que está el meollo de todo esto. Hay algo turbio en esa familia que no ha salido a la luz todavía y que creo que ayudará a darle nueva luz a este caso. Arturo Cisneros me parece un patán, pero entiendo que le preocupe que su primogénito se crie en un ambiente tan denso y raro. Sólo por eso he decidido que tomaré su caso.

   —Y yo te apoyo en esa decisión si es lo que quieres —sonrió con dulzura Nicolás—. Es un caso muy interesante. Espero que se resuelva en bienestar de los dos menores. Comprendo que sea difícil para ti teniendo un hijo de la misma edad.

   Antonio asintió. Eso era justo lo que le pasaba. Cuando pensaba en ese niño, Camilo Arciniegas, no podía dejar de pensar en su propio Santiago. Si algo así le llegase a pasar a su pequeño, se moriría. Que los dioses protegieran a su niño.

   En esas estaban cuando su celular sonó otra vez. Esta vez, el número de su primo Jorge era el que aparecía en su línea privada. Descolgó saludando al otro Alpha de forma casual. Jorge no sólo era su primo; era su mejor amigo Alpha.

   —Jorge, ¿cómo vas? ¿Ya termino tu congreso en Italia?

   La voz taciturna al otro lado de la línea lo sorprendió. Jorge solía ser muy jovial en persona y por teléfono, pero esta vez su voz sonaba parca y distante. Casi no parecía él.

   —Necesito verlos en mi consultorio lo antes posible, ¿tiene tiempo mañana temprano?

   —¿Ocurre algo malo? —se alarmó Antonio, atrayendo la atención de Nicolás.

   —Es mejor hablarlo en persona —replicó Jorge, segurísimo de que no podía decir algo tan horrible por teléfono.

   —Entonces, ya vamos para allá. ¿Tienes tiempo ahora?

   Ante la afirmación de su primo, Antonio pagó la cuenta y se fue junto a Nicolás hacía la clínica donde en ese momento estaba de guardia el galeno. Habían quedado demasiado alarmados como para esperar hasta el día siguiente y Jorge comprendió que mejor no dilataba más el asunto.

   El verlos llegar vestidos de gala lo puso peor. Iba a arruinarles por completo lo que posiblemente había iniciado como una hermosa velada. ¡Qué putada!

   —Bien, somos todo oídos, Jorge. Por favor dinos qué está pasado —exigió Antonio una vez estuvieron dentro del consultorio de su primo. El otro Alpha le hizo tomar asiento y luego explicó con calma.

   Nicolás sintió que se desmayaba. ¿Que el problema de su sangre había empeorado? ¡Pero si dos semanas atrás le habían dicho que todo iba de maravilla! ¿Qué estaba pasando? ¡Tenía que ser un error!

   —¿Estás seguro de lo que nos estás diciendo, Jorge? —indagó Antonio, acercándose para abrazar y sostener a su esposo.

   —Por desgracia sí  —respondió el facultativo—, conozco al bacteriólogo y me dijo que había repetido las pruebas tres veces antes de confirmar los resultados. Los siento, chicos. La situación de Nicolás es muy grave. Debe empezar lo antes posible un tratamiento más agresivo y para ello debe estar lo más optimo posible. Es una pena, los quiero mucho y odio tener que estarles dando esta noticia tan fuerte pero no hay otra opción. Nicolás debe interrumpir de inmediato su embarazo, no hay otra opción. Si no lo hace, las consecuencias podrían ser fatales. Nicolás, tu vida puede peligrar. Podrías morir.

   —¿No hay otra opción? ¿En serio? —La voz quebrada del omega y sus siguientes sollozos rompieron el corazón de los Alphas. Antonio estaba frio y rígido como una estatua de hielo mientras abrazaba el cuerpo tembloroso de su esposo. Nicolás rompió en llanto cuando Jorge negó con la cabeza, buscando refugio en el pecho de su marido. El total desconcierto cayó sobre el recinto, dejando solo de fondo el inconsolable pesar de Nicolás.  ¡No podía ser! ¡No podía ser cierto!

 

 

   Continuará…

  

   

  

  

  

 

   

Notas finales:

Bueno, un poco dramática la introducción. Vermos cómo sigue. Muchas gracias por leer.


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