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Una copa más (Serie Tragos 01) por Alma Bravo

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Notas del capitulo:

Esta novela fue pensada como un oneshot, pero me gustó tanto que decidí volverla una novela, y no sabéis de lo que me ha alegro!! Se ha convertido en una historia actual, donde los personas pueden ser tu hermano, primo o vecino, dentro de la actual España. Manejan problemas normales, con soluciones más fáciles de las que creen y bueno... en general, una novela amena que te hace disfrutar y olvidarte un rato de tus problemas. Así que por favor, dadle una oportunidad, no va a ser muy larga y prometo actualizar por lo menos de dos a tres veces al mes. Si veo que gusta hasta cuatro!!

Capítulo Beteado por Taolee, te adoro nena, a pesar de no tener tiempo me lo miraste, gracias!!!

Agradecimiento especial a Cuqui Luna, porque sin ella esta novela no se hubiera escrito nunca. Gracias, nena.

—Gracias —susurró al recoger su copa.

 

Alex miraba fijamente el color de su bebida, ya empezaba a sentirse mareado. También podía escuchar el ruido de una televisión, emitiendo un partido de fútbol que poco le interesaba, o por lo menos, no en ese momento.

 

Tenía que encontrar una forma de tapar ese agujero que tenía en el pecho. ¿Era desconsuelo? ¿Era frustración? No sabía exactamente cómo definirlo, o puede que no la base, pero sí la desesperación que le dominaba el cuerpo.

 

¿Y ahora qué hacía? Sin contar el seguir bebiendo y pegarse una cogorza lo suficientemente grande como para poder dormir toda aquella noche y parte del día siguiente, claro está.

 

Su maldita novia lo había dejado.

 

Alex sonrió irónicamente mientras agitaba la bebida y observaba el chocar de los cubitos de hielo, que ya empezaban a derretirse.

 

Su primer pensamiento fue culparse a sí mismo. Tanto obligarla y presionarla la había alejado de él, ahora, lo único que le cruzaba la mente es que la muy zorra se fuera a la mierda. O no, peor, con su puñetera madre. Eso sí que sería un castigo apropiado por dejarle allí, solo, con una hipoteca que muy estúpidamente había puesto sólo a su nombre y que ahora tendría que pagar por él.

 

Gracias a Dios que aún no se habían casado. Tener que pagarle una pensión a la muy perra o compartir un hijo hubiera sido demasiado complicado.

 

Aquel pensamiento lo hizo dudar: ¿Estaba siendo mezquino? ¿Era esa una opinión egoísta?

 

De todas formas, a él no le gustaban los críos y tampoco había deseado tener alguno.

 

¿Qué más daba en ese momento?

 

Puede que estuviera mejor sin ella. Eso es. Miraría cuánto dinero tenía en la cartera e iría en busca de cualquier puta, seguro que sería menos quisquillosa que ella.

 

De pronto, negó bruscamente con la cabeza, haciendo que el dueño del bar alzara una ceja y lo mirara mientras intentaba disimular secando un vaso. Alex no se percató de ello y siguió divagando interiormente.

 

No, no haría eso. Nunca había sido partidario de la prostitución, o más bien, nunca le había hecho falta.

 

Maldita sea, ¿qué más podría querer esa zorra de él?

 

Si supiera cuántas mujeres hubieran dado cualquier cosa porque siquiera las volviera a mirar. Era atractivo, tenía un trabajo decente y una posición medianamente segura.

 

Sólo quería un poco de novedad en el sexo. Cada hombre tenía sus preferencias. Era verdad que podía resultar una poco ortodoxa de excitarse y causarle alguna que otra dificultad durante el sexo normal. Pero no era suficiente motivo para gritarle durante un mes y al final cruzar la maldita puerta con un simple: «Ahí te quedas, bastardo pervertido».

 

Era tan jodidamente frustrante.

 

—Vaya, Alex, no sabía que te habías pasado al Sevilla.

 

Alex sólo reaccionó a la voz, ni siquiera sintió la mano que se había apoyado en su hombro a modo de saludo. Levantó la cabeza y lo miró con los ojos un poco nublados.

 

—El Sevilla me importa una mierda y el Barça le está ganando sin dificultades, así que déjame en paz.

 

La respuesta silbada entre dientes y a disgusto, le informó con claridad al visitante de que sobraba. Después de unos segundos de duda, el otro hombre se sentó en el taburete a su lado y, apoyando un codo en la barra, le hizo una indicación al barman para que le pusiera algo. Entre ambos se entendieron, así que simplemente se volvió hacia Alex.

 

—Ah, vale, vale, entonces me puedes explicar a qué viene esa cara de difunto. ¿Se ha muerto tu madre y me he perdido el entierro? Porque si es así, lo siento colega.

 

Alex bufó. 

 

—Mi madre está igual de viva que siempre. Lista para partearte el culo como cuando éramos críos y le pegabas los mocos en la pared de la galería.

 

La ronca risa de su amigo le retumbó en la cabeza.

 

El alcohol estaba comenzando a ganar la batalla, aunque en realidad esta vez no es que se estuviera resistiendo. La risa volvió de nuevo y suspiró. Su amigo Ricardo era como un grano en el culo en aquel momento. Vaya, la última persona con la que hubiera querido encontrarse. Sabía lo pesado que podía llegar a ser cuando se preocupaba por él.

 

Además... levantó la vista para mirar el reloj de propaganda de Coca-Cola que había al lado de las botellas de whisky. ¿Qué hacía alguien como Ricardo en ese bar de mala muerte a esa hora?

 

Un tío soltero, atractivo, alto, fuerte, con esa complexión que siempre había envidiado… bueno, si fuera él y estuviera tan libre como un pájaro, ya se hubiera colado en algún club y estaría ligando con alguna jovencita rubia ataviada con un buen par de tetas.

 

Pues vaya capullo.

 

—¿Y entonces? —Ricardo siguió preguntando—. ¿A qué se debe el honor de tenerte en el bar de debajo de mi casa? Creía que estarías disfrutando la noche con tu novia.

 

Mierda, Alex no se había percatado de ese pequeño detalle, sólo fue allí por costumbre. Se pegaría un puñetazo por tan estúpido despiste.

 

—¿Por qué supones que tendría que pasar cada maldita hora de la noche con esa zorra?

 

Los ojos verdes de Ricardo se abrieron algo sorprendidos y se atrevió a dar un largo silbido de apreciación.

 

—¿Eso que escucho es resentimiento? —cuando recibió una dura mirada de Alex, Ricardo se limitó a sonreír—. No sé, ¿dime tú quién era el bastardo que siempre que nos juntamos presumía de sus proezas sexuales con ella? Novia que por cierto, está bastante maciza y siempre nos has restregado por los hocicos.

 

—Dios, qué incordio más grande —comentó Alex mientras se frotaba la sien. Le dolía inmensamente la cabeza. Seguramente, dentro de una media hora ya estaría vomitando en el baño—. ¿Por qué supones que tiene algo que ver con Sara?

 

Ricardo cogió el vaso que habían colocado frente a él y le dio un pequeño sorbo. Quedó pensativo y al final arqueó los labios.

 

—Bueno, si no es por tu novia, entonces… ¿qué te tiene tan deprimido?

 

—¿Quién dice que estoy deprimido?

 

Alex miró fijamente a Ricardo hasta que este sonrió.

 

—Bueno, tú siempre has sido bastante soso —el gesto ofendido de Alex sólo le hizo ampliar más la sonrisa—, pero… esta forma de hundirte no es normal. Siempre que acudes a este bar es porque algo te ronda la cabeza y la mayoría de las veces no es algo bueno. ¡Ah, espera! —de repente le dio un golpecito compresivo en el hombro—. Te van a embargar el negocio.

 

—¿Cómo puedes llegar a ser tan capullo, tío? —gimió Alex, agarrando su vaso tan fuerte que podría romperlo. Sí, claro, eso es lo único que le faltaba. Su novia lo dejaba porque no estaba de acuerdo con sus gustos durante el sexo y ahora le embargaban el negocio. Nada más de pensarlo se estremecía—. Anda ya, tío. Mi negocio va estupendamente.

 

Ricardo volvió a silbar, esta vez con admiración.

 

Dios… este bastardo no sabía lo mucho que odiaba Alex que hiciera eso.

 

—Eso creía. Nadie que no estuviera bien de pelas se compraría una casa en el Rocío. Aunque a mí personalmente me parece una estupidez gastarse una milloná en eso. Vete a Marbella, hombre.

 

Alex casi podía asegurar que su dolor de cabeza aumentaba con cada palabra de su amigo. Ahora se preguntaba por qué había hecho caso a la tonta de su madre y había mantenido amistad con el vecino de los mocos colgando. ¿Dónde estaba la escopeta de perdigones de su padre cuando más la necesitaba?

 

—¿Quién demonios se ha comprado una casa en el Rocío? —ahora era el turno de Alex para reírse—. Por un lado ya sabes que a mí los santos me la sudan, y por otro, no tengo esa milloná como has dicho. Además, pedazo capullo, si me hubiera comprado algo remotamente parecido ya te lo habría dicho. Nos juntamos la semana pasada, ¿recuerdas? Creo que te faltan dos protuberancias en el pecho para poder cotillear decentemente, macho.

 

Ricardo se hizo el ofendido, pero sin esconder el humor que brillaba en sus claros ojos verdes.

 

—Y yo que creía que la información estaba verificada.

 

—¿Por quién?

 

—Por la vecina de abajo. Creo que es una prima segunda de tu abuela o algo así. Cuando se lo contaba a la del 3º B parecía muy segura.

 

—Dios… —escupió Alex, tocándose la frente y sintiendo unas leves náuseas al mover la cabeza—, ¿a eso le llamas tú verificar?

 

Ricardo movió su bebida, sonriendo y dándole un buen trago. Giró bruscamente la cabeza cuando escuchó varios gritos y quedó mirando fijamente la tele. Oh, estupendo. Había vuelto a marcar el Barça.

 

—Bueno —dijo alegremente alargando la última letra—, ya pensaba yo que resultaba poco creíble. Ya se sabe, la crisis os está pegando duro a los contratistas, ¿no? El rumor del embargo estaba más a la orden del día.

 

Alex rodó los ojos.

 

¿Es que la gente no tenía otra cosa que hacer más que ir inventando tonterías de él? O más bien, ¿era Ricardo lo suficientemente tonto para creérselas? Por supuesto que no, solo estaba intentando tocarle un poco los cojones, tampoco es que fuera nada nuevo viniendo de él.

 

Optó por no perder los nervios y contestarle los más serenamente posible.

 

—La crisis se está portando bien conmigo. Supongo que un segurata como tú no tiene muchos problemas con eso.

 

Ricardo se encogió de hombros como si aquello no fuera con él, pero sus ojos seguían brillando maliciosamente, transmitiendo esa sensación de chico malo que a tantas mujeres atraía y que Alex, tenía que admitir, envidiaba.

 

—Bien, mientras las alemanas y las rusas sigan viniendo, creo que tendré trabajo en el hotel.

 

Alex bebió lo que quedaba de su bebida, poniendo mala cara cuando el alcohol se había mezclado con el exceso de agua producida al derretirse los cubitos.

 

—A no ser que con la crisis empiecen a cerrarlos —sonrió con sorna—, y acabes pegándote de ostias para encontrar un trabajo de horario infinito por una paga de mierda. Pobrecito, ¿qué vas a hacer con las vacaciones de este año?

 

Ricardo abrió la boca impulsivamente para contestar, después volvió a cerrarla ante la mirada juguetona de Alex. Su enfado se fue evaporando pues, esos ojillos marrones, querían bromear.

 

—¿Estás intentado darme un poco por culo, Alex?

 

Al escuchar la frase carraspeó por la sorpresa, sin poder evitar curvar una sospechosa sonrisa. Si su amigo supiera la razón por la que había discutido con Sara no haría esa clase de bromas. Casi resultaba patético sólo el pensarlo. Qué bajo había caído.

 

Cuando su amigo empezó a inspeccionar su expresión, Alejandro reaccionó como se supone que cualquier hombre tendría que hacerlo.

 

—¡Por Dios, deja tus mierdas ya! —rugió apresuradamente e intentando levantarse—. Creo que necesito un cuarto de baño.

 

Ricardo sabía exactamente qué necesitaba, y no era precisamente un baño.

 

Bien, se quedaría allí y esperaría a ver cómo Alejandro tropezaba con cualquier cosa inerte a su paso, caía sobre la taza del váter y hundía la cabeza en ella. Se tomaría varios minutos para reírse de él y después lo llevaría a casa. Ya podía degustar en la boca todas las frases ingeniosas que pasaban por su mente y que le escupiría a su amigo al día siguiente para molestarlo. Cabrear a Alex era algo que siempre había disfrutado desde niño.

 

Si tenía que preguntarse el porqué de sus peleas verbales con Alejandro, en las que en el setenta por ciento de los casos siempre ganaba él, tal vez podía llegar a admitir que era por sentir algo parecido a la envidia.

 

Siempre saliendo con la chica más guapa del barrio. Siempre con un buen fajo de billetes en la cartera. Disfrutando de un negocio heredado de su familia, con total libertad para hacer su vida. Sin obligaciones verdaderas, sin restricciones, sin problemas. Joder, ¿cómo podía un tío con tal suerte emborracharse por cualquier tontería? Este bastardo no sabía lo que era realmente un problema.

 

No poder pagar el alquiler de un piso o pedir unos meses de plazo con riesgo de quedarte en la calle. Ir de un trabajo a otro, siempre causando algún problema y sin poder durar en alguno más de siete meses. Haber vivido solo con un padre que no dudaba en tratarte como una mierda cuando no se hacía lo que él quería. Ser pateado por un par de novias cuando se daban cuenta de su pequeño problema. ¿Para qué le servía ser tan guapo si después no daba la talla? Ese estúpido de Alejando no sabía ni una mierda de lo que era una vida, de verdad, asquerosa.

 

Sin ser capaz de ver el ridículo que seguro iba a hacer Alex, o más bien haciéndose eco de su intermitente conciencia, Ricardo colocó sus manos en los anchos hombros de su amigo y presionó hacia abajo, dejándolo de nuevo sentado en el taburete y sin posibilidades de levantarse.

 

—Quédate ahí un momento. Cuando se te pase el mareo te llevaré a mi casa. Allí podrás sobarla tranquilamente mientras yo juego a la play e intento olvidar que tengo un borracho en mi cama.

 

Alex lanzó una risita irónica, olvidando la protesta que iba a decir anteriormente.

 

—¿A los treinta y cinco años y todavía jugando con consolas? —soltó aire entre dientes—. ¿Nadie te ha dicho que eres patético?

 

Ricardo no se ofendió.

 

—Más patético es pelearse con su novia y venir a emborracharse como un desgraciado. Eso sí que es verdaderamente lamentable.

 

¡Vaya lengua venenosa!

 

Alex se mordió el labio sin nada coherente que le viniera a la mente para contestarle. Nunca había podido ganar a Ricardo en una pelea verbal y aquello le jodía inmensamente. Aunque claro, si no lo conseguía lúcido en aquel estado mucho menos.

 

Antes de que se diera cuenta, las náuseas se fueron calmando. Sentía un delicado masaje en su nuca. Unos dedos algo ásperos, seguramente por trabajar en el campo de joven con su padre, le acariciaban como el aleteo de una mariposa.

 

No pudo evitar gemir cuando presionó más fuerte en los puntos correctos. Lo que no esperaba era el estremecimiento de su cuerpo cuando el fuerte pecho de Ricardo se inclinó un poco sobre su espalda. No le rozaba y aun así podía sentir el calor del cuerpo contrario.

 

Abrió la boca para tomar aire.

 

¡¿Qué coño le pasaba?! ¡Era sólo Ricardo!

 

—No te me pegues tanto —se quejó, impulsando al otro hombre con la mano e intentando levantarse del taburete. Al instante, sintió el brazo de Ricardo enredado en su cintura, sujetándolo. Aquello no le gustaba—. Te acabo de decir…

 

—¿Prefieres que te suelte? —escupió con una sonrisita siniestra cuando al alejarse un poco, el cuerpo de Alex se balanceó peligrosamente hacia delante. Cuando gimió al ver el suelo bastante más cerca de su cara de lo normal, Ricardo volvió a sujetarlo—. Creo que has cambiado de opinión.

 

Alex gruñó como respuesta e intentó moverse al compás de su amigo, cruzando el bar e ignorando las miradas de las demás personas. Eso era para lo último que estaba; para preocuparse de lo que pensaran los demás. Cuando llegaron a la puerta y la abrieron, no pudo resistirlo más.

 

—Eres un capullo y nunca me has caído del todo bien.

 

Su frustración de borracho fue la que habló y esperó una respuesta sarcástica, una burla de Ricardo y, a lo mejor, alguna que otra hostia al soltarlo de golpe.

 

Pero nada ocurrió.

 

Un extraño silencio se hizo a su alrededor, lo único que se escuchó fueron las llaves y la puerta de la calle al abrirse. Era realmente incómodo subir las escaleras y llegar al piso de su amigo sin que hubiera abierto la boca. Lo conocía desde chico y sabía que Ricardo podía bromear, ¡incluso mientras se estaba ahogando con una aceituna!

 

—¿Ricky? —preguntó, llamándolo como siempre desde que eran niños.

 

Ricardo no contestó, simplemente cruzó la habitación y lo tiró en la cama.

 

Alex se quejó cuando algunos muelles del colchón se le clavaron en la espalda, aunque ese malestar no era nada comparado con las vueltas que le dio la cabeza.

 

Levantó la mirada para encontrarse con los profundos ojos verdes de Ricardo mirándolo con una expresión que nunca, nunca había visto. No había ironía, ni humor, ni malicia. Esos hermosos ojos parecían vacíos.

 

—Los borrachos deberían callarse.

 

Y con eso se dio la vuelta, encendiendo la tele y sacando del mueble de abajo un montón de cables que empezó a desenredar.

 

¡Guau! Ricardo estaba enfadado.

 

¿Ricardo enfadado?

 

Ni siquiera podía relacionar una palabra con la otra.

 

Pocas veces había visto a su amigo así y en su mayoría cuando era adolescente. Siempre había mantenido la misma actitud socarrona, desinteresada. Solo cuando era realmente inevitable, Ricky reaccionaba de forma agresiva. Le agradaba su control y como se enfrentaba la vida con valentía cuando era necesario. Admiraba eso en él.

 

Ricardo era alguien tan… extraño. Con esa personalidad tan difícil de descifrar.

 

—¿Ricky? —volvió a preguntar. Al no obtener respuesta y escuchar el sonido de un juego iniciarse, suspiró—. Voy a dormir.

 

Se dio la vuelta y cerró los ojos.

 

Aquella cama era algo incómoda pero tenía un cierto olor agradable. Era un aroma masculino, almizclado pero dulce. Le gustaba y no tardó ni un minuto en quedarse dormido.

 

Se sentía flotar, en un duermevela que nunca le había gustado.

 

Sabía que estaba durmiendo pero su mente funcionaba como si estuviera despierto. Odiaba estar dentro de un sueño y no poder reaccionar. Quería levantarse, intentar mover su cuerpo pero este no respondía. Por fin, sentándose violentamente en la cama se despertó, con el corazón acelerado y sin poder enfocar bien la vista.

 

La habitación estaba a oscuras, sólo el parpadeo de la pantalla del televisor la iluminaba ocasionalmente. Una cabeza a los pies de la cama le llamó la atención. Aún con el mando en la mano, Ricardo se había quedado dormido con la nuca apoyada sobre el colchón y la boca abierta. Parecía incómodo.

 

—Ricky —llamó sintiendo aún un fuerte dolor de cabeza—. Ricky, métete en la cama.

 

Este pareció reaccionar un poco.

 

Ricardo levantó la cabeza y se crujió el cuello mientras soltaba una maldición. Con esa posición y sin saber las horas que habría estado así, no era para menos.

 

—Dormiré en el suelo —fue lo único que contestó.

 

Alex no podía creer lo que oía.

 

Nunca había tenido reparos para meterse en su cama y mucho menos para echarlo de ella. Había provocado a su exnovia, mandándola a dormir a la habitación de invitados, hasta que ésta histérica le había hecho elegir entre ambos, claramente había optado por mandar a la mierda a Ricky, aunque eso solo lo había divertido más.

 

Había pasado toda su infancia molestándolo. ¿Ahora se hacía el recatado?

 

¡El fin del mundo estaba próximo, corred por vuestras vidas!

 

—No seas estúpido. Nunca nos ha importado compartir una cama. Si no quieres ahora, me harás pensar que algo te pasa.

 

La sonrisita irónica de Ricardo se escuchó con total claridad.

 

Alex supo inmediatamente que su amigo se había movido. El parpadeo de la televisión que iluminó la habitación unos instantes, se lo verificó. Estaba parado a su lado y lo miraba con ese brillo malicioso que tanto gustaba a las mujeres.

 

Y maldita sea, a él también.

 

—Olvídalo entonces —pronunció lentamente, a la vez que saltaba sobre Alex para subirse a la cama. No la rodeó, simplemente pasó una pierna sobre Alejandro, que sintió un escalofrío al notar la presión. Fueron unos segundos que lo dejaron helado hasta que este rodó hacia el otro lado de la cama, acostándose rápidamente bajo las sábanas—. Voy a dormir.

 

Alex abrió la boca para responder pero volvió a cerrarla con premura.

 

No sabía muy bien qué decir, así que era mejor prevenir que arriesgarse a soltar cualquier cosa innecesaria. Un rayo peligroso de excitación había recorrido unos segundos su columna.

 

Había sido realmente leve, pero maldita sea si su entrepierna no lo había notado.

 

¿Qué diablos le pasaba?

 

Hace unos momentos estaba durmiendo la borrachera y ahora estaba en la cama con su amigo de la infancia y teniendo una erección.

 

¡Dios, ¿en qué lo había convertido la zorra de su novia?! ¿Tan caliente y desesperado lo tenía como para reaccionar sexualmente hasta con… Ricardo?

 

¡Estaba hablando del estúpido y bicho raro de Ricardo!

 

Tenía que haber algo realmente mal con él.

 

Se removió inquieto, apretándose la entrepierna con ambas manos y pensando en cualquier cosa que no tuviera que ver con sexo. Nunca había tenido que recurrir a algo como eso y no sabía si sentirse avergonzado o frustrado.

 

El frufrú de la sábana sonaba en la silenciosa habitación como una suave conversación.

 

Ricardo se deslizó un poco más cerca, soñoliento. No estaba lo suficientemente próximo para tocarlo pero sí para que algunos cabellos le rozaran la oreja. Olía bien, no sabía qué maldito champú usaba ese bastardo pero sus cabellos castaños claros, bastante más largos de lo habitual, olían afrutados.

 

¡Un momento! ¿Qué diablos pensaba?

 

Dios… ahí iba su erección de nuevo.

 

Aquel estado de permanente excitación lo mataría antes de que llegara la mañana. Pero tampoco podía obviar el hecho de que, aquel cuerpo que desprendía un sorprende calor a su lado, lo ponía caliente. Pensándolo con calma, él nunca se había sentido atraído por un hombre. Demonios, veía pelis pornos y pasaba olímpicamente de los actores masculinos. No, podía estar tranquilo en eso. A él no le ponían los hombres.

 

Bueno, todos menos el rarito de su amigo. ¿En que lo convertía eso? ¿En un fetichista extraño? ¿Era ya un fetichista por su obsesión con el sexo anal?

 

Sexo anal. Ese recordatorio le hizo girar la cabeza.

 

Observó el brazo desnudo de Ricardo posado sobre las sábanas. Como estaba oscuro no se había dado cuenta, pero el ligero movimiento que hizo antes fue para quitarse la ropa. Aprovechó un leve parpadeo de la televisión que, sin darle la más mínima importancia, ambos habían dejado encendida, y levantó la sábana. Dio un suspiro aliviado cuando vio que aún llevaba puesto unos bóxer.

 

Entre estos y sus pantalones vaqueros habría suficiente barrera para mantener controlada su salud mental.

 

«Bien, Alex, sólo cierra los ojos y tranquilízate», se dijo a sí mismo mientras intentaba suavizar su respiración.

 

Ese maldito y delicioso olor almizclado de la cama lo volvió a aturdir más, cuando al tener el cuerpo de Ricardo a su lado, se percató de que ese dulce aroma venía de su amigo.

 

Estupendo, más que estupendo, esto no hacía más que empeorar.

 

No quería, pero al final tendría que levantarse e irse. Hacerlo sería como informar a Ricardo de que le ocurría algo; pero el no hacerlo sólo podía llevar a echarse sobre él y violarlo. Soltó una risilla antes de darse cuenta, ya que el pensamiento más que asustarlo le hizo gracia.

 

Violar a un segurata, sí, seguro.

 

—No te rías en mitad de la noche, es espeluznante —soltó Ricardo con el humor bailando en su voz—. Si necesitas hacerte un apaño en el baño, ya puedes ir corriendo. Pero a mí déjame dormir.

 

Alex se quedó con la boca abierta.

 

Al principio se alarmó, pero después se dio cuenta que Ricardo sólo estaba intentando burlarse de él. Si supiera la verdad no se reiría.

 

Se aclaró la garganta antes de continuar.

 

—Solo estoy frustrado y contigo al lado es aún peor.

 

—¿Frustrado?

 

Ambos se movieron a la vez.

 

Ricardo no logró levantarse y Alex tampoco. Quedaron tendidos de lado, pegados al cuerpo del otro.

 

Alejandro sentía su pecho presionando contra la espalda de su amigo. Ninguno se movía, pero esas nalgas estaban apretadas sobre su entrepierna.

 

Sin duda empezó a sudar.

 

No lo entendía. ¿Por qué ninguno de los dos se movía? La razón de Ricky no la tenía clara pero él podía decirse a sí mismo porqué… estaba cachondo, y con el cuerpo de su amigo pegado a él.

 

¡Maldición, qué trasero se gastaba el condenado!

 

Nunca pensó que un culo apretado y fuerte como el de Ricardo le pondría en un estado de desesperación tal que casi no pudiera controlarse.

 

¿Ahora qué diablos iba a hacer?

 

—Ricky, yo…

 

—¿Por qué estás frustrado? —preguntó Ricardo, su voz sonaba un tanto más ronca de lo normal.

 

Alex estaba confundido.

 

¿Era eso todo lo que tenía que preguntarle cuando tenía a otro hombre, su amigo de la infancia, agarrándolo por detrás y con una erección evidente clavada en su culo?

 

Lo peor de todo es que no podía explicarle lo sucedido a Ricardo en aquella posición. ¿Cómo podía tener treinta y cinco años y sonrojarse como un pipiolo?

 

Daba gracias a Dios por la oscuridad que inundaba la habitación.

 

—Sara y yo llevamos un mes peleándonos. Desde que probamos el sexo anal yo… no paraba de pedírselo. Llegó un momento en que no me ponía duro con nada que no fuera eso. Me llamó bastardo pervertido y se fue.

 

Lo dijo todo corriendo, como si se estuviera quedando sin aire y tuviera que terminar antes de volver a respirar de nuevo.

 

Para su sorpresa, el cuerpo de Ricardo dio un bote en la cama y se levantó. La parpadeante luz dejó que su cara extrañada y su ceja levantada se hicieran visibles para Alex.

 

—¿Eres maricón y me estabas apuntando hace un momento? —preguntó con una voz que Alex no sabría identificar si como enfadada o tremendamente atónita.

 

—¡Diablos, no! —gruñó a la defensiva—. Me gusta joderlas por el culo, ¿y qué?

 

En realidad, Ricardo no tenía nada contra eso. Bajó la mirada hacia las sábanas colocadas sobre la entrepierna de su amigo.

 

—¿Me estás diciendo que esa erección es la normal de un hombre que ha tenido un buen sueño? Y por el tamaño —comentó refiriéndose al sobresaliente bulto—, un maldito buen sueño.

 

Alex se quedó sin palabras.

 

Miró fijamente el brillo de aquellos ojos verdes y cerró la boca sin contestar. No, esa erección no se había producido por ningún sueño, si no por su caliente y perfecto culo presionado contra su polla. Pero eso no podía decírselo, ¿verdad?

 

Tenía que tomar una decisión rápida, ahora.

 

—No soy maricón —volvió a gruñir segundos antes de tirar a Ricardo al colchón y subirse sobre él. Podía ver los ojos alarmados de su amigo cuando aproximó tanto la cara que casi podía rozar su nariz—. No soy maricón, nunca he reaccionado ante ningún tío. Pero tú ahora mismo me has puesto tan caliente que casi no puedo ni pensar.

 

Observó cómo Ricardo cerraba los ojos y tomaba una amplia bocanada de aire. Parecía estar conteniéndose.

 

—Alex, quítate de encima o voy a golpearte —avisó lentamente, con esa tranquilidad que en realidad era una peligrosa advertencia.

 

Alejandro sabía muy bien que aquel tono de voz no presagiaba nada bueno. Aún así, ya había llegado a un punto sin retorno. Pensó un momento cómo seguir, tenía que hacerlo rápido antes de que Ricardo perdiera esa simulada paciencia y en verdad le golpeara.

 

Tampoco creía que tardara mucho en hacerlo.

 

La solución vino rápidamente del cuerpo que estaba debajo del suyo.

 

No se había dado cuenta por el estado de nervios en el que se encontraba pero, bajo su ingle, podía sentir una semierección. Ricardo, queriendo o no, había reaccionado al peso del cuerpo sobre el suyo.

 

Eso significaba que a lo mejor, si lo presionaba un poco más…

 

Ni siquiera sabía si podría follarse a un hombre. Sin embargo, el estado de excitación en el que se encontraba no le dejaba duda de que se arrepentiría si no lo intentaba.

 

Tampoco sabía cómo iba a cambiar eso la vida de ambos. A lo mejor su larga amistad terminaba esa noche o podría convertirse en otra cosa. No quiso pensar sobre ello, tampoco es que fuera el momento más oportuno para hacerlo.

 

—Ricky, sé que te estoy presionando, pero… —susurró suavemente, aproximando la boca a la oreja de su amigo. Sacó la lengua, la lamió, y para su completo regocijo, Ricardo se estremeció violentamente—, por favor, quiero follar contigo.

 

Las palabras no eran realmente lo suyo y lo verificó en sus propias carnes cuando Ricardo se levantó de golpe para sentarse en la cama, mientras que de un tremendo empujón lo lanzaba hacia atrás. Alex quedó con el culo magullado después de que este golpeara contra el colchón.

 

—¿Quieres follarme? Hijo de puta, si te acercas un poco más juro que te daré tal paliza que le dolerá incluso a tus nietos cuando los tengas.

 

Lo gritó todo a tal velocidad que hasta su respiración se vio alterada. Estaba comenzando a sudar y sus ojos brillaban peligrosos. Pero… Alex también podía notar un poco de duda y confusión en ellos. Ricardo no sabía cómo reaccionar realmente a su propuesta. Estaba seguro de que sólo seguía el estereotipo de lo que cualquier hombre haría en una situación así.

 

Sus ojos descendieron a esa semierección que aún se hacía evidente en sus bóxers. Podía ver todo su cuerpo desnudo e iluminado por el televisor que, por algún motivo, había quedado fijo. Ahora la pantalla tenía un azul profundo.

 

A Ricardo no le dio tiempo a seguir su mirada cuando sintió la mano de Alex pegada a su ropa interior. Abrió la boca con un jadeo cuando esos dedos se apretaron a su alrededor. De su boca salió apenas un gruñido antes de que su puño se levantara y fuera directo a la cara de Alex.

 

Faltó poco pero lo evitó, empujando a Ricardo contra la cama y metiendo de lleno la mano bajo el elástico. Se dejó caer completamente sobre su amigo. Esa era la única forma que tenía de retenerlo al ser unos centímetros más alto y varios kilos más pesado.

 

—Suéltame, cabrón. Saca la mano, saca la… —la palabrería se convirtió en un murmullo silbante.

 

Alex levantó la cabeza y lo que observó le dejó completamente impresionado.

 

Ricardo estaba mordiéndose el labio para evitar gemir, con los ojos cerrados y esas enormes pestañas castañas bañándole los párpados. Casi no podía definir el hermoso rubor de sus mejillas.

 

¿Cómo no se había dado cuenta de lo malditamente atractivo que era Ricky?

 

Bien que había admitido que atraía a las mujeres, pero nunca había considerado que aquel atractivo pudiera influirle a él. Su cabeza no le dejaba manejar aquella posibilidad.

 

Pero ahora, realmente creía que ninguna mujer con la que hubiera estado superara a Ricardo en belleza. Ni siquiera la mismísima Sara. Imposible.

 

Lo que antes le pareció una semierección, ahora entre sus dedos pudo descubrir la verdad.

 

Aprovechó la confusión de su amigo para bajarle lo suficiente la ropa interior, de un color caqui, o por lo menos, eso podía apreciar ahora gracias a la leve luz de la televisión.

 

—¿Pero qué diablos? —jadeó cuando la pequeña erección se hizo evidente.

 

Ricardo le golpeó la mano, consiguiendo por fin retirarse y se pegó al cabezal de la cama, mirándolo con furia.

 

Alex seguía sobre sus rodillas frente a él, observándole entre sorprendido y estupefacto.

 

—¿Qué? —amenazó Ricardo, desafiándolo a que hiciera un comentario… si tenía cojones.

 

Alex se lo pensó dos veces.

 

No sabía qué decir ante esas circunstancias y eso le preocupaba. Ricardo no estaba para nada feliz con ese problemilla, lo que era bastante evidente.

 

—¿Es a causa de alguna enfermedad? —intentó avanzar despacio en la conversación.

 

Ricardo levantó el trasero de la cama para subirse los bóxer y giró la cara para no encontrar la mirada de Alejandro.

 

—¿Lo dices por el tamaño? —se rio con ironía—. No, es así desde siempre. Y maldita sea si todas las mujeres con las que he estado no me lo han recordado.

 

¡Guau! Trauma a la vista.

 

Alex suspiró, acariciándose la frente y sentándose completamente rendido en la orilla de la cama. El frío en la planta de los pies le calmó bastante, dándole algo de lucidez a la situación.

 

Él emborrachándose porque su novia le había dejado por su fanatismo por el sexo anal, y ahí tenía a su amigo de la infancia con ese pedazo de problema y ni siquiera se había dado cuenta. Y la forma en que lo había hecho tampoco era la más indicada.

 

Resopló, aquello cada vez iba a peor.

 

—¿Tu última novia? —preguntó, ya que ni siquiera recordaba haberle visto en serio con ninguna mujer.

 

Ricardo pareció también relajarse, ya que se acomodó contra el cabezal de la cama y miró fijamente el techo. Optó por dejar de estar a la defensiva y hablar tranquilamente con su amigo.

 

O eso realmente esperaba Alex.

 

—Cortamos hace un mes. Pero sólo estuve con ella dos meses y nos acostamos por primera vez al principio del segundo —se acarició el flequillo, echándoselo hacia atrás y mirándolo con esos maliciosos ojos verdes que esperaban la burla de Alex—. Yo llamándote patético antes y ahora te dejo ver este lado de mí. Tendrás material para mortificarme por el resto de mi vida. De todas formas, seguramente ya era hora de tomar venganza —intentó reírse, pero se escuchó realmente desgraciado, tanto, que Alex casi sintió su corazón encogerse de dolor.

 

Se aproximó un poco, deteniéndose cuando éste volvió a tensarse. Intentó sonreírle, pero la cara de disgusto de Ricardo le dejó claro que no quería ni una pizca de su lástima.

 

—No creo que sea tan importante.

 

Ricardo no pudo evitar soltar una carcajada.

 

—¿Ahora me vas a venir con que el tamaño no importa? Vamos, que ambos somos hombres, no me jodas. Todas ellas, muchas palabritas bonitas pero se iban antes de que despertara —se hizo el silencio y Alex tragó saliva ante la mirada entre maliciosa y dolida de Ricardo, seguramente ahora vendría uno de sus arranques. Ricky arqueó los labios y tal como Alejandro sospechaba, dijo—: ¿Tú también piensas eso?

 

—¿El qué? —preguntó cauteloso.

 

—Para metérmela por el culo, supongo que no importa mucho el tamaño que yo me gaste. ¿También tienes quejas sobre eso?

 

Alex suspiró.

 

Sí, tendría que haber tirado sus prejuicios a la mierda y haberse buscado una puta. Seguro que sería menos quisquillosa que Sara y menos rara y peligrosa que Ricardo.

 

¿Por qué salía de un fregado para meterse en otro?

 

Miró fijamente a su amigo que esperaba una mala respuesta. Y en algún rincón de su mente tuvo ganas de devolverle el ataque. Sin embargo por otro lado, casi sentía un apretón en el pecho ante tal expresión. Y descubrió algo que hasta ahora había pasado desapercibido para él: a Ricardo le temblaba la mano.

 

Estaba nervioso, asustado.

 

¿Por qué? ¿Era solo rabia o de verdad tenía un severo trauma con el tema?

 

Puede que estuviera aterrado de que por fin hubiera caído su careta...

 

Eso era. Alex sintió la luz cruzando como un rayo su cabeza. Nunca habría imaginado que esa personalidad tan excéntrica que tenía su amigo pudiera ser una coraza para protegerse de los demás. ¿Tan mal lo había pasado? ¿Por qué nunca le había dicho nada? Él le contaba hasta el último detalle de su vida, entonces, ¿por qué no recordaba ninguna confidencia por parte de Ricardo? Ni siquiera le había preguntado nunca por su vida. Su amistad se centraba en las mismas vivencias de Alejandro, quedando Ricardo recluido a un segundo plano.

 

¿Por qué nunca se había dado cuenta de eso? ¿Qué clase de amigo era?

 

Bajó su mirada hacia los bóxer caquis y se relamió inconscientemente los secos labios. Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no escuchó el jadeo ahogado que Ricardo profirió ante el gesto.

 

—Por mí está bien —dijo de nuevo, acercando lentamente su mano a la piel blanca del estómago de Ricardo y tirando de la gomilla de los bóxer. Lo miraba fijamente para predecir su reacción, pero su amigo parecía demasiado confundido para reaccionar de ninguna manera—. Me da igual cómo la tengas, no soy una mujer que imagina lo que desea del sexo y se decepciona después cuando no sale como ella quiere. Me pones cachondo y quiero follarte. La tengas de diez centímetros o de veinte.

 

Ricardo abrió la boca impresionado, bajó la cabeza hasta las vastas manos de Alex y observó cómo intentaba volver a bajarle la ropa interior. ¿Qué reacción debía tener?, ¿qué hacía? Apretó los ojos mientras cogía aire, levantó algo el culo de la cama y los calzoncillos salieron de una vez.

 

Quedó allí sentado, con la respiración alterada y completamente desnudo. ¿Por qué diablos estaba cediendo ante Alex? ¿No odiaba él a este bastardo creído?

 

Entonces… ¿por qué? ¿Era esa sinceridad lo que le estaba confundiendo? ¿Por la ternura que, a diferencia de su aspecto o personalidad, plasmaban sus manos cuando lo tocaban? ¿O era el deseo que desprendía su cuerpo y su compresión para con su complejo?

 

Todas aquellas preguntas le hacían dudar de si alguna vez, en realidad, había odiado a este hombre.

 

Alex desplazó sus manos hacia abajo y con cuidado, casi con recelo, tocó la punta erguida de la erección de Ricardo. Este jadeó y Alejandro sintió sus pantalones un poco más apretados, si eso era posible.

 

—¿Puedo chuparla? —preguntó, dudando él mismo de si sería capaz de hacerlo.

 

No sabía de dónde había salido esa descabellada idea. Él chupándosela a otro hombre...

 

¡Dios, debería estar volviéndose loco!

 

Pero, aunque creía que le daría asco, había una sensación de morbo que le hacía seguir adelante con el incoherente deseo. Ahora mucho más lúcido, solo podía pensar en una cosa.

 

—¿Quieres? —Ricardo parecía, más que asustado, completamente impresionado.

 

Aprovechó la pregunta para volvérselo a cuestionar.

 

¿Quería de verdad?

 

Alex tragó saliva antes de dar el último paso y agarrar lentamente la polla de su amigo con dos dedos. Nada más con dos dedos. Acarició la piel, suave. Volvió a tragar saliva cuando deslizó gradualmente el pellejo hacia arriba un poco para tirar de él bruscamente hacia abajo.

 

Un gemido ronco acompañó el movimiento.

 

Se sentía tan avergonzado que no fue capaz de levantar la cabeza y mirar a Ricardo a los ojos, pero podía ver la indecisión en su cuerpo. Movía las piernas como queriendo abrirlas, pero dejándolas al final nuevamente en el mismo sitio. Sin embargo, los quejidos que salían de aquella boca con intención clara de querer ocultarlos, lo animaban a investigar más.

 

Se atrevió a encerrar la pequeña erección íntegramente en su puño. Quedaba en su totalidad oculta entre sus dedos, era pequeña pero gruesa, dura. Alex se relamió los labios cuando la apretó y pasó su pulgar deliberadamente sobre la rendija superior.

 

—Alex, espera Alex —gimió Ricardo.

 

Ricardo abrió definitivamente las piernas, completamente expuesto.

 

Se sentía avergonzado, hasta podía sentir una chispa de rabia por quedar tan vulnerable ante otro hombre. Pero el deseo y el placer opacaban en gran medida su orgullo masculino.

 

Sabía cómo transcurriría todo y maldita sea si no esperaba por ello.

 

Nunca había pensado qué se sentiría al tener otro cuerpo más grande presionándose contra el suyo, poseyéndole, controlándole.

 

No sabía si iba a gustarle la idea de sentirse dominado, aunque fuera mínimamente por Alejandro. Y sin embargo, la excitación de imaginarle frotándose contra él casi lo volvía loco.

 

¿Qué estaba haciendo con él este borracho frustrado?

 

Debería pararle. Frenar toda esta locura. Dejar de lado el agradable calor de la palma de su mano. Esa mojada… ¿mojada?

 

Ricardo abrió los ojos y saliendo de su ensueño volvió a la realidad. Lo que encontró lo dejó completamente sin aliento. Tensó sus muslos y dio un largo y profundo gemido.

 

Aquello era algo que nunca había sentido.

 

Tanto placer junto era algo completamente nuevo para él. La lengua de Alejandro se enroscaba en su polla, humedeciéndola mientras sus dedos la frotaban, estirándola y encogiéndola mientras se la metía en la boca, succionándola.

 

Se revolvió inquieto y se agarró a las sábanas.

 

Demonios. Malditos demonios. ¿Qué diablos era eso?

 

Otra sacudida de su columna y levantó las piernas hasta apretarlas a cada lado de la cabeza de Alex. Este tenía los ojos cerrados y hacía esos ruidos húmedos con su boca cada vez que lo chupaba...

 

Ricky se estaba volviendo loco.

 

El placer comenzó a subirle por el estómago, inconscientemente bajó la mano y se agarró las pelotas, apretándolas mientras lanzaba un grito.

 

¿Cómo había llegado a ese desenfreno? ¿Cómo podía ser el bastardo de Alejandro tan bueno en eso?

 

Sentía que se corría, por mucho que apretaba sus pelotas y el final de su erección para evitarlo, casi no podía hilar dos pensamientos juntos. Sentía que iba a terminar y no deseaba más que hacerlo en aquella boca que lo tenía atrapado y consumido. Con la última pizca de fuerza de voluntad que le quedaba, cogió la cabeza de Alex con las dos manos y la separó de su polla.

 

—¡Detente, joder!

 

Alejandro se arrodilló frente a él, lamiéndose el hilito de saliva que había caído de sus labios y se escurría por su barbilla. Sus pequeños ojos marrones estaban velados, sus mejillas sonrojadas y sus labios semiabiertos, jadeando visiblemente. Ricardo quedó impresionado por el estado de completa excitación en el que su amigo se encontraba.

 

¡Y todo por una mamada!

 

—Ricky… —gimió Alex roncamente, aún algo atontado por el calentón—, quiero ver cómo te corres, así que… déjame…

 

Ahora fue el turno de Ricardo para tragar saliva, pues solo aquella visión del estado de Alex hizo que su erección vibrara.

 

Con un jadeo, rápidamente se la agarró, apretándola e intentando no correrse. Ni siquiera había hecho falta que Alejandro le tocara para llevarlo al borde.

 

¿Qué demonios estaba mal con él?

 

Alex, con la respiración acelerada, se apresuró a quitarse los pantalones. Cuando estaba a punto de lanzarlos al suelo, los agarró al vuelo y comenzó a buscar de forma frenética en los bolsillos.

 

Sabía que antes de salir de casa, aún dudando sobre la idea de ir de putas, había guardado un pequeño bote de vaselina que solía usar para los labios agrietados. Por lo menos hasta ese momento, ya que Sara odiaba cuando se resfriaba y se le despellejaba la nariz y la boca.

 

En cualquier otro momento sabía que Ricardo se hubiera reído al verle con algo así encima. Hasta lo había llamado con sorna metrosexual alguna que otra vez.

 

Cuando por fin lo sostuvo en la mano, se quedó mirando a Ricardo, que a su vez tenía toda su atención enfocada en el objeto que Alex mantenía en la mano.

 

Ninguno tenía que decir en voz alta para qué lo necesitarían.

 

—Ricky, yo… —se acercó lentamente, acariciándole la mejilla con rudeza y agachando la cabeza hasta que sus caras quedaron demasiado próximas para un gesto casual—, necesito esto como nunca antes había necesitado nada.

 

Esperó la reacción de Ricardo con impaciencia, asustado de un ataque violento y que tuviera que defenderse en una pelea que no deseaba. Sin embargo, su amigo arqueó sus labios de una forma maliciosa pero increíblemente sexy, que dejó a Alex sin respiración.

 

Sintió los largos brazos alrededor de sus hombros, hasta que su nuca fue impulsada hacia delante.

 

Ambas bocas se rozaron, intercambiando rápidos suspiros.

 

—Ninguna delicadeza conmigo, Alex —murmuró Ricardo roncamente en su oído—. Puedo tenerla pequeña, pero no soy una mujer —se deslizó un poco bajo el pesado cuerpo de Alejandro, rozando ambas erecciones a conciencia, con picardía—. Hazlo con rudeza. 

 

Si todavía tenía alguna parte de su cerebro que funcionara, Alex supo rápidamente que ésta se había chamuscado.

 

Sin poder controlarse agarró ambos brazos de Ricardo y los empujó contra la cama sobre su cabeza. Pegó su cara a la de su amigo, mirando en lo más profundo de aquellos ojos verdes.

 

¿Cómo conseguía sólo con dos palabras y esa expresión tan… tan… ponerlo así de loco?

 

—Sentirás tal placer que no podrás ni siquiera hablar. Haré que olvides el desplante que cualquier zorra pueda haberte hecho.

 

Ricardo sonrió ante esas palabras.

 

Había hecho bien en confiar en Alejandro. En dejarse hacer. Podría disfrutar de aquella noche. Sacarle provecho a aquel sexo duro y profundo que, sin duda alguna, iban a tener.

 

El recuerdo de cualquier fémina, ahora mismo, se había ido al fondo de su mente, y esperaba que nunca jamás volviera a emerger.

 

—Fóllame entonces. Tan fuerte y profundo que haga que nunca vuelva a pensar en alguna mujer.

 

Alex soltó un gruñido antes de bajar la cabeza y apretar sus labios contra aquella boca, presionándolos con fuerza. Oprimió su cuerpo contra el de Ricky, haciendo que ambos pechos se frotaran, captando el mutuo calor que desprendían. Arremetió con su lengua, abriéndose paso hasta que Ricardo aceptó separar los labios.

 

Ricky soltó un brusco jadeo cuando sintió su cavidad invadida profundamente.

 

Sus brazos volaron hacia la espalda de Alejandro, apretándola con desesperación, golpeando los fuertes músculos mientras inconscientemente le arañaba los hombros para sujetarse. Sentía una bruma bañando su mente, como si estuviera ahogándose en un placer que no podía controlar.

 

Alex se separó con un quejido. Podía sentir sus brazos ardiendo por las uñas de Ricardo.

 

¡Maldita sea, aquello sólo le calentaba más!

 

Agarrándolo con fuerza por el hombro, Alejandro le dio la vuelta, dejándolo de cara a las sábanas. Este no pareció sorprenderse, simplemente se dejó hacer y giró su cara, mirándolo con aquellos provocadores ojos verdes. Incitándole.

 

Ricky no sabía cómo de cachondo le llegaba a poner a Alex aquel aire de chico malo.

 

Acarició los músculos de aquella amplia espalda, admirando la perfecta forma de sus hombros, la profunda línea de su columna.

 

¡Pero qué cuerpo se gastaba el bastardo!

 

Ricardo era algo más bajo que él, podía pesar algunos kilos menos, pero tenía una constitución admirable. Perfecta, la que cualquier hombre querría.

 

Se sintió algo intimidado por un momento.

 

Él estaba lleno de pelo y tenía una ligera curva en su estómago. No podía llamarse barriga cervecera ni mucho menos, pero en unos años más si no se cuidaba, podría serlo.

 

¿Por qué un hombre tan tremendamente bien parecido como Ricardo estaba dejando que lo tomara de esta manera?

 

Cubrió con ambas manos las perfectas nalgas, notándolas tersas bajo sus palmas. Soltó un jadeo ahogado y tragó saliva. Besó la baja espalda de su amigo, lamiendo el comienzo de las nalgas y disfrutando de los murmullos bajos de anticipación que Ricardo no podía acallar.

 

Estaba tan ansioso como él porque siguiera.

 

Ansioso y con algo de temor pues Ricardo era un hombre fuerte, joder, hacía falta más cojones para estar abajo que arriba, eso estaba claro. Podría resistir cualquier dolor que viniera, porque sabía que por muy experimentando en el sexo anal que estuviera Alex, el dolor aparecería. 

 

Sintió un dedo entre sus nalgas y una mojada lengua frotándose contra su agujero. Se mordió con tanta fuerza el labio para no gritar por la sorpresa, que creyó que hasta podría haberse hecho sangre. Si seguía con los sentidos tan al límite, moriría antes de acabar.

 

Alex lamió los alrededores de aquel agujero, esperando, haciéndose a la idea. La primera lamida a la pequeña polla le había levantado nauseas, ya que la idea de tragarse el miembro de otro hombre lo había congelado en un primer momento.

 

Los gemidos de Ricardo, su sexy expresión, la forma de agarrarse las pelotas, casi lo vuelve loco. Ahora estaba bajo la misma encrucijada. Un beso negro a un hombre no era algo que se hiciera todos los días y tampoco pensó nunca que quisiera hacerlo.

 

Si le hubieran descrito esta situación, con Ricardo bajo él mientras le chupaba el ano, se hubiera echado a reír después de pegarle una hostia a quién se hubiera atrevido siquiera a pensar en tal ocurrencia.

 

Tragó saliva y se atrevió a lamer sobre aquel arrugado agujero, tenía casi el mismo sabor que su erección.

 

Su pecho comenzó a enloquecerse nuevamente, con la respiración fuera de control. Nervioso, pasó un dedo sobre él, frotándolo.

 

Las nalgas se apretaron cerrándole la visión.

 

—¿Ricky? —preguntó cautelosamente.

 

—Hazlo otra vez —gimió, retirando la cara.

 

Alex sonrió interiormente, intentando no mostrarlo en su cara para no ofender a su amigo. Así que, hasta el chico malo de Ricardo podía sentirse avergonzado.

 

Lamiéndose los labios, volvió a separar el duro trasero y acercó la cara. Podía sentir su nariz completamente metida entre las nalgas mientras que su lengua se frotaba bruscamente contra el agujero. A los pocos segundos tuvo que agarrar las caderas de Ricardo, ya que estas no dejaban de sacudirse nerviosas. Alex se dio cuenta rápidamente de que lo que Ricky trataba de hacer; frotar su culo contra su boca.

 

Ricardo jadeó profundamente y golpeó la cama con su puño.

 

Le gustaba. ¡Le gustaba mucho!

 

Nunca le habían hecho nada igual, nunca le había permitido a nadie tocarle en aquel lugar tan íntimo. La lengua de Alex le estaba desesperando. Un placer insoportable que no sabía hacia donde le conduciría. Si no seguía rápido seguro que a la locura.

 

Alex se separó cuando escuchó el gruñido frustrado de Ricardo. No pudo evitar curvar una sonrisa satisfecha. Bien, ahí lo tenía, jadeando rudo sobre la almohada y desesperado por más.

 

Cogió con rapidez la vaselina y se la juntó en las manos, cubriéndose los dedos y frotándolos para posarlos con suavidad sobre el fruncido agujero. Los presionó levemente, metiendo la punta del dedo corazón. Jadeó cuando sintió cómo los músculos se ceñían alrededor de su dedo, succionándolo en lugar de expulsarlo.

 

Ricardo gruñó cuando la punzante molestia se hizo cada vez mayor. Sentía como las falanges de Alex se removían en su interior, húmedas contra la sequedad de su cavidad. Su cabeza no tardó en hundirse contra la almohada cuando sintió su espalda curvarse ante la presión de los dedos en su trasero. Jadeó cuando cada vez iba más profundo, cada vez más lleno. Un escalofrío avanzó por su columna y abrió la boca para tomar aire. Comenzó a frotar bruscamente su erección para buscar alguna clase de alivio.

 

—¿Estás bien? —preguntó Alex, intentando que las palabras sonaran claras.

 

Sacó los dedos y se relamió los labios. Estaba tan nervioso que podía sentir el pulso rebotándole en los oídos.

 

Cogió aire y agarró su propia polla, acercándola peligrosamente al trasero de su amigo. Tragó saliva nuevamente mientras observaba cómo el ano de Ricardo se encogía de anticipación. Seguramente, estaría aún más nervioso que él y, maldición, podía entenderlo.

 

—¿Puedo? —volvió a preguntar, ya que por algún motivo Ricardo no había contestado antes.

 

Escuchó un suave murmullo de sábanas y vio cómo los músculos de la espalda de su amigo se movían en una danza sensual y sumamente masculina. Ricardo levantó el trasero, cogió aire profundamente y giró la cabeza para mirarle. El flequillo castaño caía sobre sus ojos que, con un brillo pícaro, parecían incitarle. Su boca estaba curvada levemente hacia un lado.

 

—¿Quieres que te suplique? ¿Te pone? —la quebrada risita de Ricardo provocó un estremecimiento de placer en Alex—. Te lo dije antes, ¿verdad? Yo no soy una mujer con la que tengas que ser dulce. Pero… —su voz se enronqueció—, si me duele tanto que no puedo soportarlo, me giraré, te golpearé, y después te devolveré el favor. Sólo quería que lo tuvieras en cuenta.

 

Alex se quedó congelado sin saber qué decir. Aunque Ricardo lo exponía todo con ese toque bromista, estaba claro que iba malditamente en serio.

 

—Entonces tendremos que procurar que eso no pase.

 

Ricardo no pudo evitar dar una carcajada.

 

—Tú sí que sabes verificar la información.

 

Una sonrisa se formó en la cara de Alex.

 

Restó completamente la distancia que había entre ellos y se inclinó sobre Ricardo, apoyando su pecho sobre la amplia espalda. Besó su hombro antes de coger con dos dedos su barbilla y girarle la cara lo suficiente para succionar sus labios en un beso hambriento. Gimió dentro de su boca y se restregó contra el culo expuesto bajo su ingle.

 

No había querido nunca estar tan dentro de un culo como en aquel momento. Se separó de su cara con un sonoro chupetón a su lengua y se irguió detrás de Ricky. Tomó aire antes de colocar la cabeza de su erección contra aquella estrecha entrada.

 

Apretó la mandíbula cuando empezó a empujar. Se deslizaba pero aún parecía algo difícil. Mojó sus dedos en la vaselina y la frotó contra los centímetros de polla que aún quedaban fuera. Podía escuchar los sonidos ásperos de la respiración de Ricardo, que parecía intentar controlar el dolor.

 

¡Qué miedo como se revolviera!

 

Tragó saliva e intentó seguir adelante, esta vez también se mordió el labio para no gritar. Estaba tan estrecho que hasta a él comenzaba a dolerle un poco.

 

Desesperado, consiguió entrar por fin de un último empujón.

 

La impresionante presión lo dejó abrumado. Ningún culo en el que hubiera estado era tan asombrosamente ceñido. El placer lo tenía tan cegado que tardó en identificar el sonido vibrante que resonaba en la habitación, como un gruñido desgarrado de Ricardo.

 

Apresuradamente, se echó hacia adelante, previniendo que se moviera mientras le quitaba los cabellos de la cara para poder mirarle. Ricky tenía los ojos cerrados y parecía estar aturdido.

 

—¿Ricky? —preguntó inquieto.

 

Para su sorpresa, esos finos labios se curvaron en una sonrisa vanidosa. 

 

—No te arriesgues a sacarla y que te golpee. Aprovecha y muévete.

 

Alex le mordió con suavidad el hombro cuando deslizó levemente sus caderas hacia atrás. Ricardo no daba segundas oportunidades, así que tendría que aprovecharlo o él sería el que acabaría peor de los dos.

 

Lo escuchó jadear ante el movimiento, así que se apresuró a meterse nuevamente, resoplando ante el esfuerzo de luchar contra tal presión.

 

Su garganta gorjeó de placer y su movimiento se hizo cada vez más rápido.

 

El cuerpo de Ricardo se agitaba hacia delante por culpa de sus embates, pero parecía estar mucho mejor. Lo vio apretar la boca durante unos segundos para después dejar caer la mandíbula y gruñir desesperadamente. Todo su cuerpo se estremeció y Ricardo apretó las nalgas, haciendo a Alex palidecer de placer.

 

—Joder, joder, joder —se quejó, apoyándose en los hombros de su amigo para controlar los movimientos de sus caderas. Creía que iba a enloquecer.

 

Ricardo apretó las sábanas en sus puños y levantó más el culo. Al principio había dolido lo suficiente para salir de debajo de Alex y golpearlo, pero después consiguió acostumbrarse un poco.

 

Era una sensación pesada. Lo llenaba a tal extremo que creía que sus músculos reventarían. Se sentía completamente al límite, era un sentimiento extraño y desesperante. Pero a su vez, caliente. Enloquecidamente caliente. El movimiento de sus pliegues cada vez que la polla de Alex se adentraba en él creaba una fricción exquisita.

 

Gruñó cuando un empujón hizo chocar su cara contra el cabecero de la cama, e iba a girarse para insultarlo cuando un calambrazo de placer le subió por la espalda hasta cegarle la visión. Otro más lo hizo caer contra la almohada, con la mitad del cuerpo apoyado sobre el colchón. ¡Dios!

 

—Haz eso de nuevo —volvió a levantarse sobre sus codos y escupió agresivamente hacia Alex—: ¡Haz eso de nuevo otra vez, ya!

 

Alejandro parecía confundido, pero era tal su nivel de exaltación que no se paró a pensar. Siguió golpeando dentro de él en el mismo ángulo que antes, suponiendo que así conseguiría la misma reacción. Para su completo asombro, Ricardo se retorció y gritó bajo él, tenía los ojos abiertos exageradamente y de su boca un hilito de saliva caía hasta la almohada. Parecía completamente fuera de sí.

 

Ricky se apretó contra su ingle, tirando hacia atrás, empalándose y gimiendo con brusquedad. Apretó las nalgas con tanta fuerza que Alex vio literalmente las estrellas. No pudo soportarlo ni un segundo más. Se agarró a las estrechas caderas y, aferrando las nalgas con sus uñas, comenzó a adentrarse en el apretado culo de la forma más brusca que nunca hubiera imaginado. Ni siquiera en sus fantasías más salvajes.

 

Ricardo gemía como loco, revolviéndose y sintiendo cómo el placer lo ahogaba. Se agarró su propia erección y comenzó a sacudirla con desesperación. Sentía que un hilo de éxtasis se enroscaba alrededor de sus pelotas, se golpeó de nuevo hacia atrás, gritando, cuando su polla comenzó a vibrar y una sustancia pegajosa empezó a salir a borbotones de ella.

 

—La puta hostia —gruñó Alex, sacando su miembro con rapidez del trasero de Ricardo y comenzando a acariciarse él mismo. A la cuarta vez volvió a gruñir, esta vez corriéndose bruscamente en su mano.

 

Cayó sentado de culo en el colchón mientras intentaba mantener la respiración controlada. Unos minutos más y seguro que le habría dado un infarto. Nunca había escuchado su corazón bombear tan fuerte.

 

Ricardo se volvió, sentándose también. Encogió un poco la cara, seguramente cuando su trasero le dio un ligero pinchazo de dolor.

 

Suspiró antes de arquear una sonrisita.

 

—Vaya, vaya. Esto es lo último que hubiera esperado. Ha sido como cuando ves a un borracho comiéndose su propio vómito.

 

Alex abrió la boca y los ojos sorprendido y… asustado.

 

—¿Asqueroso?

 

—Sorprendente —se rio Ricardo. Dejando de lado su negro humor, extendió una mano hacia Alex—. ¿Vamos a la ducha?

 

—¿Juntos? —no podía evitar estar todavía precavido, cualquiera adivinaba los movimientos de alguien como Ricardo.

 

Alejandro le miró, después bajó la vista hacia la mano extendida, y por último, la sostuvo dubitativo.

 

—El señor monosílabos —se burló Ricky—. Siempre supe que tus estudios no eran más que un buen cheque sobre la mesa de la monja que dirigía tu instituto.

 

—Y tu retorcida personalidad, sólo un trauma a raíz de una fijación zoofílica por el perro de tu vecino.

 

—¿Te refieres a ti? —preguntó burlonamente Ricardo, a la vez que alzaba una ceja, provocándolo.

 

Alex abrió la boca completamente ofendido. ¡Ya había vuelto a ganar el muy bastardo!

 

—Me baño contigo si me frotas la espalda —acordó finalmente, dándose por vencido y dirigiéndose a la puerta del baño.

 

—Mientras tú no me frotes el culo, estará bien —se rio Ricardo, cogiendo dos bóxers limpios de la mesilla y siguiéndole.

 

Cuando llegó a la puerta, Alex cogió el pomo pero no la abrió,  se quedó pensativo y giró la cabeza para mirar a Ricardo. A pesar de su edad aún estaba atractivo con las mejillas sonrojadas, o eso pensaba Ricky.

 

—Esto de ahora… que… —Alejandro calló cuando un suave dedo se colocó sobre su boca. Los ojos verdes de Ricardo brillaban divertidos.

 

—La próxima vez que me emborrache, saca de nuevo esta conversación.

 

—¿Entonces me contestarás? —preguntó.

 

Atrevidamente, bastante para su carácter reservado, Alex alargó los brazos y cogió la cintura de Ricardo, pegándola a su cuerpo. 

 

Ricky soltó una ligera risita.

 

—Una copa más —susurró roncamente—. Cuando esté borracho y me invites a una copa más, entonces te contestaré.

 

Alejandro se permitió reír también, se acercó a su oreja y agarró suavemente el lóbulo, chupándolo entre sus dientes. Sintió a Ricardo estremecerse entre sus brazos.

 

Algo en su pecho vibró, sintiéndose pleno y divertido.

 

—Entonces la tendrás. Esa copa más.

Notas finales:

Disfruté mucho escribiéndo este capítulo, sobre todo porque amo la personalidad de Ricardo. Nunca había creado un personaje tan excéntrico, pero que a su vez, uno se puede identificar fácil con él. La historia avanza desarrollando la relación de ambos. Más adelante aparecerán más personajes que serán los protagonistas de las dos novelas posteriores. Por favor, si os gusta, dejadme un comentario, de verdad que anima mucho escuchar opiniones, es uno de los mayores placer de escribir. Gracias. 


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