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Imperio por TheSexiestDiva

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Notas del fanfic:

Hola y mil gracias por darle la oportunidad a la historia (n.n). Nuestro primer trabajo de YOI
Diva: aunque sinceramente no fue la primera idea de FanFic que tuvimos
Eh… pues no lo fue, pero equis, no nos enrollaremos platicando aquí de cosas que no van, así que dejaremos las advertencias y el disclaimer; nos leemos haya abajo :)

Advertencias:Omegaverse, AU, posiblemente OoC y tal vez (aun no lo decido) Lemon, ciencia ficción, fantasía, magia y mucho-mucho más. Advierto también que se me fue la cabeza demasiado, pero eso no se notara hasta próximos capítulos (=P)

Disclaimer: Yuri!! On Ice no nos pertenece, que si fuera nuestro (jojojojo XD). Todos los derechos reservados para Sayo Yamamoto y el estudio MAPPA. Nosotras tan solo creamos esta historia por pura diversión

Imperio
Y Así Comenzó Su Reinado

En medio de la guerra, de los juegos mayores, les tomó desprevenidos el estallido de una tonta rebelión. Un absurdo combate interno. Un capricho estúpido, de quienes creyeron tener una solución definitiva para la guerra, de quienes creyeron tener derecho a regir. Una guerra diminuta en aras de la estupidez. Un chiste sin gracia delante del verdadero enemigo. El combate no trajo nada más que devastación, los rebeldes fueron derrotados, pero a que costo, la familia real fue aniquilada, una dinastía de más de mil años destruida. Los ejércitos fueron despedazados y, qué quedaba para las ligas mayores: nada, el verdadero enemigo podía declararse vencedor sin haber movido un solo dedo, sin una sola baja.

- Katsuki Yuri- el último de su dinastía, el último con sangre real corriendo por sus venas- ahora te nombro príncipe- hablo con solemnidad el sacerdote, para posteriormente colocarle sobre la cabeza la tiara que una vez fue de su prima.

El primer movimiento que hicieron los grandes señores fue tomar al pobre niño* y coronarlo, aun antes del funeral de su familia. Minako estuvo de acuerdo con el acto, aunque no con la hosca realización. Ella era una noble menor, que siempre estuvo a las órdenes de la familia Katsuki, fue la maestra del ahora príncipe, lo conocía antes aun de que joven naciera; ella fue la primera en acentuar que debían actuar con premura, pero la culminación le parecía de mal gusto y sobretodo un insulto.

Apenas el hombre mayor se apartó, dejando a la vista al confundido joven, un coro atronador de aplausos lleno la amplia estancia del trono, con el sonido de una tormenta descomunal, que en cualquier otra ocasión habría hecho que Yuri se encogiera sobre sí mismo, pero el omega sentado en el exquisito trono de madera oscura, tan solo miraba hacía los asistentes, como si no pudiese distinguirlos, como si el mismo no se encontrase en el lugar, hecho que por supuesto no pasó desapercibido por Minako. La omega noble se acercó al trono, cuando la lluvia de aplausos hubo cesado, ayudo al nuevo príncipe a ponerse de pie y apartándolo de la hipocresía de los demás nobles lo guió hasta la salida, de la sala del trono y del palacio.

Los demás no tardaron en entender las intenciones de la omega, por lo que presurosos siguieron sus pasos, irritado a la fémina con el furibundo golpeteo de pies sobre la duela de mármol. Al salir pudo sonreír, viendo su automóvil justo delante de las cortas escaleras. Bajo estas presurosamente, sin perder la clase que su sangre noble le exigía. Abrió la puerta trasera del elegante y presuntuoso rolls royce, sin soltar su agarre sobre los finos hombros del omega menor. Ayudo al príncipe a subir y ella se apresuró a tomar el asiento del piloto. Podía costearse un chofe, Yuri tenía uno, antes de toda aquella locura de rebelión, pero a ella siempre le había gustado conducir y no quería dejar al niño solo. Era una de las pocas personas que mantenían un vínculo personal e íntimo con el omega, una de las pocas personas que le quedaban en el mundo, uno de los que realmente le querían y se preocupaban por él.

Encendió el motor y se apresuró a salir de los perímetros del castillo, se detuvo un momento frente a las gloriosas rejas de acero bruñido, esperando que estas se terminaran de abrir y ellos pudiesen proseguir con su camino. En esos breves segundos, acomodó el espejo retrovisor, tan solo para enfocar al joven recién coronado, ante la imagen su corazón se detuvo por un instante. Yuri estaba ahí, simplemente sentado como una muñeca, sin ninguna expresión en el rostro o en sus bellos y enormes ojos castaños.

Se distrajo por un instante en el indiscreto brillo de la tiara que el menor portaba, el fino diseño del oro blanco, los diamantes que destellaban queriendo llamar la atención, aunque no conseguían opacar al enorme zafiro que se encontraba en el centro. Yuri jamás debió portar aquel accesorio, y mucho menos hacerse responsable de todo lo que esa pieza de joyería conllevaba.

Continuó con la marcha, sin poder evitar mandarle miradas a través del espejo al omega menor. Desde que la noticia les había llegado hacía cuatro días Yuri no había dicho nada, no había hecho ninguna mueca, no se había movido de su lugar, ni tan siquiera pestañeo, era obvio que el chico había entrado en estado de shock. De eso hacía ya cuatro días, y el nuevo príncipe aun o daba señales de querer decir nada, ni de moverse por su propia voluntad.

Minako no quería ni imaginarse cómo reaccionaría Yuri al ver los cuerpos de su familia, en ese momento la mujer odio haber dejado a Takeshi y a Yuko en Hasetsu, pero alguien debía mantener las cosas bajo control allá, sobre todo ahora que Yuri y ella se mudarían a la capital, para que el joven pudiese desempeñar su papel como príncipe. Pero odiaba no haberlos traído, junto a sus tres hijas, le hubiera gustado poder dejar a Yuri con ellos, mientras ella iba a comprobar el estado de los cuerpos de los demás Katsuki. Habían muerto en una guerra, había sido brutal y, no quería que su pupilo sufriera aún más, mirando las imágenes más dantescas en las que alguien podría ver a sus padres, a su hermana, a sus tíos y tías, a sus primos y primas.

Recordaba aquella declaración de guerra, de nefasta rebelión, que acabo con el legado más grande que el mundo jamás conoció o conocería; un bombazo en el palacio de Misaki Katsuki, tío segundo de Yuri, la explosión desmaterializo su castillo y a todos sus residentes; hacía ya un año de ese evento. Las guerras eran crueles, todos nacían y crecían sabiéndolo, después de todo vivían en una, pero lo que paso, la guerra interna fue devastadora, aniquilando a los únicos gobernantes que verdaderamente merecieron el puesto.

- Yuri… llegamos- anunció con voz delicada, mirando por el espejo el rostro vacuo del menor. Yuri no reacciono de ninguna manera a sus palabras, solo permaneció ahí sentado, mirando a la nada.

Minako ahogó un suspiro y apretó con fuerza sus dedos entorno al volante de su vehículo, la impotencia quería disolver su entereza, habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo, demasiado horribles, demasiado inesperadas, imposibles incluso. Pero no iba de eso la vida, una red de situaciones azarosas imposibles de controlar. Sacó las llaves y salió del automóvil, no sin cierta violencia, que no pudo contener. Miró un instante el sitio, el perímetro que rodeaba la inmensa abadía, el sitio estaba repleto de soldados, así como todo su camino hasta el lugar, apretó la mandíbula y le lanzó las llaves de su auto al mozo del ballet-parking.

- Quiero verlo aquí, justo a las puertas, en  cuanto la ceremonia termine- le ordenó al chiquillo que ninguna culpa tenía. El joven beta atrapó las llaves al vuelo y asintió mansamente, ciertamente la ira de la omega no era tan asfixiante como la de un alfa, pero era igual de intensa y abrasadora.

La mujer rodeó el auto velozmente, abrió suavemente la puerta trasera y sacó cuidadosamente al príncipe del vehículo.

Yuri se dejó hacer y, se dejó guiar por el tacto conocido y cariñoso que su maestra tenía. Lo único que lo mantenía en ese momento era el suave aroma conocido y reconfortante de la omega, el olor que le brindaba tranquilidad, que lo transportaba en el tiempo y era como si nada en esos meses hubiese ocurrido. No podía escuchar los pasos de ambos, las voces que susurraban en las esquinas, ni siquiera podía enfocar bien, solo el aroma de Minako penetraba en su conciencia y le asía precariamente al mundo. Frunció la nariz al entrar a una enorme habitación, que tan solo por el aroma reconoció, apretó los ojos, pero no hizo ni tan siquiera el intento por detenerse, continuó dejándose llevar.

Al irse aproximando al centro de la amplia habitación sus pasos iban ralentizándose paulatinamente, hasta que al final Minako frenó y por ende Yuri lo hizo igual. La omega mayor no pudo evitar la mueca de horror que le cruzo por la cara, sabía que la imagen sería terrible, pero esto lo supero con insultante facilidad, como si sus pensamientos hubiesen sido los de una pequeña e inocente niña, ignorante de la crueldad de la guerra. Giró con preocupación el rostro, mirando a Yuri, quién apretaba con fuerza los ojos y mantenía los labios fuertemente cerrados, haciendo que su boca luciese como una suave línea tenuemente dibujada sobre su rostro. Yuri no tenía siquiera que mirar, pues el inconfundible aroma ya se lo gritaba en la cara.

Los restos de cinco Katsuki yacían ahí, sobre planchas de mármol, sobre sabanas finas, vestidos con sus ropas más elegantes, como si tan solo durmiesen, si es que la ominosa imagen podía permitir que aquella idílica ilusión engañase a los asistentes, y no lo haría. Sobre una de esas planchas solo quedaba el antebrazo de la princesa Hanabi, reconocible únicamente por el anillo real que le obsequiaron en su décimo cumpleaños y, que ahora (a sus veinticinco años) solo podía usar en su dedo meñique. Otro primo de Yuri, que por suerte se veía en mejores condiciones. El cuerpo del hermano menor del rey estaba hecho pedazos, pobremente armado y vestido para disimular. Y finalmente y los más alejados de ellos, Mari y Hiroko, la hermana y la madre de Yuri, que por suerte estaban completas y sus ropajes cubrían las heridas que seguramente tenían.

Minako no consiguió evitar estremecerse y, apretar sus dedos con demasiada fuerza entorno al hombro del menor, había conocido a esas dos mujeres, a Hiroko prácticamente toda su vida y a Mari, desde que la alfa nació y, ahora yacían allí: muertas. Cerró con fuerza los ojos y respiró hondamente, lentamente, asfixiándose con el aroma a muerte mesclado con el aroma de ellos cinco, y por su cercanía a ellas, resaltaba horripilantemente el de aquellas dos mujeres. Repitió la acción algunas veces, hasta que el picor de las lágrimas ceso y el nudo en su garganta se deshizo, entonces atrajo un poco más el cuerpo del príncipe al suyo. Yuri se dejó hacer, sin emitir sonido alguno o movimiento mayor al que le obligan a efectuar, aunque internamente agradeció la calidez que el cuerpo de Minako le compartía, el apoyo de la omega en esos momentos.

La abadía no tardo en llenarse de personas, muchas solo estaban ahí para quedar bien, no es que realmente quisiesen presentar sus respetos para los muertos. La ceremonia fue pasmosamente lenta, fue solmene y oscura, pero por sobre todo desoladora, al menos así lo sintió Minako. Cuando la ceremonia concluyo los cuerpos fueron retirados, uno por uno, entonces todos los asistentes se acercaron a darle sus condolencias a su nuevo príncipe, Yuri ni tan siquiera asentía o murmuraba un gracias, todos lo dejaban pasar, creían entender lo que le ocurría al joven, pero estaban muy lejos de realmente entenderlo.

Al concluir las formalidades Minako se llevó a Yuri de vuelta. No lo había soltado desde que entraron a la abadía, le fue en demasía doloroso tener que apartarse de él para conducir su vehículo, que como había ordenado ya estaba ahí, predispuesto para su salida. Después de colocar al príncipe en el asiento trasero, el beta le entrego sus llaves y ella se subió apresurada, encendió este y partió velozmente, de vuelta al castillo, su nuevo hogar. Al atravesar las verjas, Minako supo que estas se quedarían abiertas, muchos nobles habían venido de muy lejos para el funeral, muchos de ellos, prácticamente todos, se quedarían en el palacio como sus invitados.

Salió de su auto entregándole las llaves al único cochero con el que contaba el castillo, había muy poca servidumbre en el palacio, después de la rebelión y aun en guerra el dinero se escurría de entre sus dedos como el agua, aun para los nobles era doloroso ponerlo de sus propios bolcillos, pero debían hacerlo, sobre todo si querían sobrevivir a la guerra. Los armamentos, mantener a las personas y a un ejército era extremadamente caro, sobre todo las armas, ahora la servidumbre no era una prioridad, tal vez cuando se pudiesen recuperar, si es que lo conseguían antes de caer.

Como hizo antes ayudo al omega menor a bajar del vehículo y, abrazándole por los hombros lo guío al interior del palacio. Sabiéndose el camino hasta las habitaciones que les sugirieron tomar, ella se encargó de llevar a Yuri hasta allá, a la habitación que alguna vez fue de sus tíos, el rey y la reina. Subieron por largas escaleras y cruzaron interminables pasillos, hasta que llegaron delante de aquellas puertas de madera blanca, finamente talladas con elegantes grabados, la fémina abrió estas y pasó junto al menor. Durante los últimos cuatro días no se había atrevido a dejar solo al príncipe, incluso había terminado durmiendo en una incómoda silla al lado del lecho de Yuri, velando celosamente su sueño y cada paso que había tomado en esos días.

Sentó al menor en el borde de la cama y se acercó a los pies de esta, sabiendo que allí hallaría el pijama del príncipe, volvió sobre sus pasos y colocó ésta al lado del omega. Estaba dispuesta a desabotonar los botones de oro del extravagante atuendo del príncipe, cuando su vocecilla la hizo detenerse, con sus manos a medio camino, acariciando fantasmalmente el primero de los botones.

- Está bien Minako-Sensei, lo hare yo- murmuró suavemente.

- ¿Yuri?- le sorprendió escuchar la voz del príncipe, que sonaba extrañamente calmada. No era una novedad la fragilidad mental del omega, por lo que encontrarlo tan calmado, en tales momentos, después de lo acontecido, le desconcertó apoteósicamente- ¿Estás seguro?- culminó preguntando, pues no quería dejarle solo; también se abstuvo de preguntar algo estúpido, pues resultaba obvio, y es que el príncipe no se encontraba bien.

Yuri asintió con la cabeza, en un movimiento terriblemente débil- sí, quiero estar solo.

Minako apretó los labios, devorada por la impotencia, horrorizada y furiosa por qué no podía hacer nada por él. No quería imponerse delante de Yuri, y aunque no lo consideraba alguien débil, el niño de veintitrés era terriblemente frágil, incluso más que el cristal. Así que tan solo beso cariñosamente la frente del niño, apartando la fina tiara del lugar, para dejarla de nuevo en su citó al apartarse de él- duerme bien.

- También tú- respondió suavemente, apenas consiguiendo ser escuchado por ella, pues la omega mayor estaba por cruzar el umbral de la habitación. La dama noble no dijo más, salió de la habitación del menor y cerró delicadamente las puertas, sin causar el menor sonido, tendría que disculparse por su príncipe a la hora del banquete, aunque sabía que nadie sería tan estúpido como para culpar de cualquier cosa al joven.

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Al quedarse solo, se mantuvo totalmente estático por unos segundos, como si el tiempo a su alrededor se hubiese estancado, reaccionó unos minutos después, sin saber realmente porqué. La reluciente luz anaranjada del ocaso se colaba por entre los finos cortinajes abiertos, que dejaban al descubierto los enormes ventanales y el amplio balcón al que estos daban, aunque Yuri le daba la espalda a aquella porción de su gigantesca alcoba, podía apreciar los destellos anaranjados danzar en el aire. Se levantó de su sito y camino hasta los ventanales, miró por un momento los reflejos de luz sobre el cristal y, una pequeña porción de los jardines delanteros del castillo, pero sin prestarle realmente atención a nada tomo los cortinajes y tiró de ellos, cerrándolos, impidiendo que la luz continuase filtrándose al interior.

El príncipe volvió sobre sus pasos y miró un instante el inmenso lecho y, su pijama ordenadamente colocada allí para él. Realmente no tenía sueño, pero se sentía agotado, así que intentaría dormir. Con eso en mente se dispuso a quitarse la ropa. Apenas se había desecho del primer botón de su atuendo cuando sus brazos cayeron sin fuerzas a los costados de su cuerpo, las imágenes de lo sucedido, las palabras de sus amigos, de los nobles, de los sacerdotes, todo comenzaba a solidificarse con la noción de la realidad y comenzaba a golpearlo, con tal fuerza, que cada golpe le hacía brincar en su sitio.

Había estado en negación hasta hacia unos segundos, desde hacía meses, cuando la noticia de la muerte de su padre llego, no, incluso desde antes, cuando les anunciaron de la rebelión y de la muerte de su tío Misaki. Había deseado mantener los ojos cerrados y que cuando los abriese todo fuese como siempre, tropas corriendo de aquí para allá, su tío Kaname reinando y su prima Hanabi lista para asumir el trono; quería a sus padres gobernando Hasetsu y a su hermana (la heredera) comandando algún escuadrón como la hábil capitana que era. Él no quería la corona ni el trono, quería regresar en el tiempo, quería que su vida siguiera su tranquilo y mesurado curso.

Era el decimoséptimo heredero del trono, jamás debió acceder a él, no lo quería, no estaba listo. En ese momento Yuri se rompió, con el conocimiento abrasándole el cuerpo y echando raíces podridas en su cabeza, su vida tal y como la conocía había acabado, y todo se sentía tan fuera de su sitio. El joven príncipe se sentía en el ojo del huracán, con todo lo que le rodeaba girando frenéticamente a su alrededor y sin ningún punto del cual sostenerse antes de salir despedido por los aires, como parecía haber hecho el resto de su habitación.

Comenzó a llorar, las lágrimas calientes bajaban como una cascada salina por sobre sus mejillas, acompañando a las imágenes que había vislumbrado por apenas un instante en la abadía, a su madre, a su hermana, a sus primos (la mano de su prima, que fue todo lo que quedo de ella) y a uno de sus tíos, todos muertos. Aun ahora podía percibir su aroma tan característico, mesclado nefastamente con el aroma estancado de la muerte. Su madre, por dios su madre estaba muerta, su hermana estaba muerta, su padre estaba muerto, toda su familia estaba muerta. La palabra empezó a repetirse en su cabeza una y otra vez “Muertos” “Muertos” “Muertos” “Muertos” seguida de aquellas inefables imágenes; el cuerpo de su madre, el cuerpo de su hermana y, aunque no había visto a su padre, su mente se había ofrecido a crearle una imagen espeluznante de él.

Ni siquiera intento mesurar sus lastimeros gemidos de dolor. No es que antes hubiese querido mostrarse fuerte, no es que hubiese querido esconder sus lágrimas, es que simplemente estaba en shock, en negación. Hasta ahora que se encontró completamente solo, sintiéndose abandonado, todo se desplomo encima de él, como si un edificio antiquísimo e inmenso se hubiese colapsado sin sus cimientos encima suyo. Chilló con todas sus fuerzas, desesperado y  furioso, dolido con el mundo. El aire le faltaba, no podía respirar adecuadamente y no le importaba, el dolor interno era mucho mayor.

El omega cayó de rodillas, abatido y sin fuerzas, ahogándose en sus propias lágrimas, gimoteando por un poco de aire entre hipido e hipido. Alzó una mano, dejando de sostenerse con esta del suelo, atrapando con desesperación la tela de sus ropas, sobre el pecho, donde su corazón dolía, sentía que aquel órgano le iba a explotar, mientras que sus pulmones ardían por la falta de oxígeno. Nunca sabría que aconteció primero, si es que su brazo dejo de poder sostenerlo o si su sistema colapso por completo, y él cayó allí mismo, inconsciente, solo supo que el dolor le venció y le arrastró consigo, desvaneciéndolo todo tras un telón negro.

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Minako le encontró ahí al día siguiente, inconsciente sobre el suelo, aun vestido, mostrándole la imagen más triste y desoladora que la dama jamás vio. La omega enterró la desesperación y el dolor con cabalidad y gran porte, cerró las puertas a su espalda y sabiéndose segura, oculta de miradas ajenas, sin meditarlo, se lanzó hacia donde yacía él cuerpo desmadejado de su príncipe. Se golpeó fuertemente las rodillas contra el suelo de mármol, pero poco o nada le importo, terriblemente preocupada por Yuri ni siquiera se detuvo para resentir su propio dolor.

Tomó por los hombros al joven y le hizo girar, encontrando los restos de lágrimas secas por todo su rostro, además de la mejilla izquierda extremadamente roja, dada la impropia posición en la que el omega “durmió”. Ella sabía que tarde o temprano el niño se quebraría, y ahora que estaba hecho, ya no había vuelta atrás y ella no sabía qué hacer. ¿Qué podía decir? ¿Qué podía hacer? Apenas hacía unas horas habían estado en el funeral de la madre y la hermana del joven. Todos habían perdido algo importante en esa estúpida rebelión, pero Yuri había perdido a toda su familia y eso lo había convertido en el único heredero del trono, no solo debía dolerle, si no que la sapiencia de las muertes y, de lo que estas le conllevaban, debía estarle matando.

Yuri… Yuri, despierta- comenzó a remover con suavidad el cuerpo del príncipe, al tiempo que le llamaba con voz sedosa, después de haber apoyado la espalda de este sobre su regazo.

El joven no tardo en despertar y abrir los ojos con pesadumbre y, algo de trabajo, sus lágrimas secas le habían pegado sus pestañas superiores a las inferiores. No tardo en hallarse a sí mismo. Todavía inmerso en la espesa bruma de la inconciencia, apresuradamente se apartó de la mujer de cabellera castaña, como si su tacto le quemase. Minako no se sorprendió por el acto, así que tan solo se quedó ahí en el suelo, arrodillada, al lado del príncipe, que también estaba arrodillado, indignamente en el suelo. Miró intensamente a Yuri, entendiendo al instante la lucha interna que estaba librando en esos momentos, con los labios fruncidos y los ojos apretados fuertemente.

El príncipe se había girado, queriendo esconderse de los sagaces ojos de la mayor, pero sabía que era un acto inútil, la omega mayor podía leerlo como  si fuese un libro, además de que el aroma a omega alterado debía inundar ominosamente la habitación. Exactamente ser un omega estaba siendo un problema en ese preciso momento, pues poseer aquellos sentidos perrunos le estaba alterando y, demoliendo su poca estabilidad mental. Minako apestaba a preocupación, a tibia y reconfortante preocupación maternal, y su mero aroma, grabado a fuego en su memoria a través de los años, lo volvía loco, no solo es que le trajera a la memoria recuerdos preciados, si no es que le estaba haciendo vivirlos una vez más y aquello era terriblemente cruel, pues dolía como si algo intentase arrancarle el corazón del pecho, utilizando únicamente sus hoscas manos.

No solo eran bellos los recuerdos y dolorosos por la imposibilidad de ser repetidos, era el conocimiento, la realización solida e inmensa como una montaña, nunca volvería a ver a su madre sonreírle, a escuchar la voz suave y ver la amable expresión de su padre, o sentir el apoyo incondicional que su hermana le brindaba con una sola mirada. No podía, no quería aceptar que ya no estaban, que jamás los escucharía, que nunca volvería a verlos, no los volvería a abrazar, no podría aspirar su inconfundible aroma, que le tranquilizaba como un narcótico, que le hacía sentir que todo estaba bien aunque no lo estuviera. En un momento, en apenas un segundo su mundo se había quebrado. Había sido todo tan rápido que era difícil de explicar, difícil de entender, imposible de aceptar.

Pero aquella era su realidad, sus padres habían muerto, así como su hermana y el resto de sus familiares. Y el familiar y nostálgico aroma de Minako solo le hacía más doloroso todo. Peor aún, le recordaba la noche anterior, el momento en el que vio lo poco que había quedado de su familia, pero más que la pobre imagen que sus ojos aguados y sin sus gafas le habían brindado, había sido el olor, el aroma de su madre y hermana, escueto y débil, apagándose tristemente, la connotación de la muerte danzaba un vals lento y pausado.

Las emociones lo vencieron (como siempre hacían, sin importar que tanto luchase en su contra) las lágrimas brotaron de sus ojos y recorrieron lentamente sus mejillas, como una cálida caricia que buscaba reconfortarlo, y aquellas gotitas salinas acabaron estrellándose escandalosamente contra el suelo. Por supuesto que nada de eso pasó desapercibido para los agudos sentidos de la omega castaña. Pero antes de que ella pudiese hacer cualquier cosa Yuri se giró y, se sostuvo de ella desesperado, ansioso; el príncipe tan solo tomo entre sus manos los antebrazos de la mujer, asiéndose a ella con todas sus fuerzas (aunque ni aun así consiguió dañar a la omega, aunque por supuesto lastimarla no era su intención), necesitaba un punto de apoyo, o se partiría en miles de pedazos.

En un primer momento Minako no supo cómo reaccionar, Yuri era un llorón, siempre lo había sido, pero nunca le había gustado compartir sus lágrimas con nadie, no quería mostrarse débil ante nadie, aunque nunca nadie le considero débil tampoco jamás le consideraron alguien fuerte. La omega se quedó petrificada un instante, hasta que sin poderlo evitar abrazó al menor y lo atrajo hacía sí, permitiéndole llorar en su hombro. No había podido soportar aquella desgarradora escena, las lágrimas inundaban los ojos del niño y, bañaban sus mejillas sonrojadas, su boca entreabierta captaba todo el oxígeno que podía y gemía patéticamente, dolorosamente. Yuri estaba roto, pero ahí mismo se estaba desmoronando y eso ella no podía soportarlo, ni tampoco permitirlo.

- Vas a estar bien; todo va a estar bien- no se le ocurrió nada más que mentir, buscando calmar, aunque fuese por muy poco al príncipe. No sabía si todo estaría bien, probablemente serían invadidos y conquistados en unas pocas semanas, tal vez mañana mismo, quién sabe, pero era un hecho que no les quedaba con que defenderse.

Yuri gimoteó, sorbiendo los mocos como una respuesta. Ella sabía que él no le creía, pero lucharía por que el niño aceptase la ilusión. Apretó su agarre sobre los finos hombros del menor, procurando no lastimarlo por supuesto, mientras cerraba los ojos con impotencia; escuchado el desgarrador llanto de su pobre niño, el sonido roto que brotaba de sus labios y sus incontenibles lágrimas, que habían traspasado su fina blusa y ahora tocaban su piel sin recato. No podía sino odiar al mundo y sentirse desesperada, no podía hacer nada por el joven, tan solo sostenerle.

Así comenzó el reinado de Yuri Katsuki, el último de su dinastía, el que jamás debió sentarse en el trono, entre lágrimas de dolor y gemidos desgarradores.

Continuará.

Notas finales:

*: Nuestro Yuri de veintitrés años, pero es que lo veo, y aunque es mayor que yo, veo a un niño, tipo Yurio, ambos súper adorables (nwn), aunque claro cada uno a su propio estilo

Muchas gracias a todos los que han llegado hasta aquí (;3) valen mil
Diva: si, se lo que están pensando y la respuesta es sencilla, es que somos malas
Yo me considero más una drama Queen, amante del gore y de los adorables ukes llorones (*w*)

En otras cosas, la idea de este fanfic viene de otro fanfic, que aún no hemos publicado (ewe) basado en “Game Of Thrones”, pensaba hacer una serie de fanfics basados en la cultura e idiosincrasia de la serie, esa era mi intención, pero vamos que esto ya no se parece en nada a “Game of Thrones” o tal vez sí.
Diva: bien deja de liarte nena, que ya termino yo. Un punto que siempre tuvimos claro fue el omegaverse, siempre quisimos que este fic fuese uno y ¡yey! Nuestro primer omegaverse (:D). En un bonus les diré que la a primer  idea, con la que nació esta historia, además de que si, queríamos un AU a lo “Game of Throns” un Prince´s AU, fue una frase que se nos vinos a la mente pensando en este royo de príncipes y esas cosas, y ya la han leído, fue lo primero que leyeron realmente y ¡hela aquí!: “Era el decimoséptimo en línea para el trono”
Fue tan raro, pero simplemente fue así, la frase vino sola y yo me enamore (nwn). “El decimoséptimo heredero al trono” y es que la frase mola por si sola. Releyendo el capítulo note que se siente un tanto como el primer capítulo de YOI, con Yuri devastado por la muerte de Vicchan y, todo el rollo de haber quedado en último en el Grand Prix Final; por supuesto que elevado a la millonésima potencia (:P)
Diva: y ya fue demasiado vomito verbal. Esperamos que hayan disfrutado de la lectura tanto como nosotras disfrutamos escribirla (y sufrimos corrigiéndola 7-7) y, esperamos que les interese saber que ocurre después. Nos vemos en la siguiente ;)
Besos
Diva: abrazos
Diva y Yo: ¡Ciao-ciao! <3


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