donde te extraño más de lo que debería.
Era completamente injusto que me quedara mirando su cara de esa manera. Era injusto para mí, no ganaba nada si no tenía una mirada de vuelta. Sus ojos eran tan preciosos ese día de Mayo.
Todas las mañanas y todas las noches me preguntaba si él sabía que yo existía. Todo el mundo siempre me dijo que era muy pequeño —insignificante, en otras palabras— para este mundo.
Quería ser algo para él, o todo. Y que no se sintiera culpable por eso.
La clase de Historia estaba por acabar, pero había algo que no me dejaba despertar, estaba meramente perdido en él. ¿Por qué tenía que estar tan enamorado? No podía ni pensar de manera correcta.
Escuché un estruendoso sonido. Todos, incluso él, giraron la cabeza y me miraron. Nuevamente mi libro había caído al suelo y no estaba consciente de eso. Creían que era un estúpido —y lo era— pero estaba esa razón con nombre y apellido.
Choi SeungCheol. Se sentía muy bien decir su nombre, saborear cada sílaba lentamente.
Me pasaba repitiendo su nombre en la soledad de mi habitación, cuando los blues en mis auriculares eran lo único que tenía. Dibujaba su rostro desde todos los ángulos que me había pasado mirándolo los últimos meses.
Después llegó el mes de Junio, y con él los días de calidez.
Más tarde, las vacaciones de verano.
No lo vi por dos semanas completas, era como si una cosa de otro planeta se lo hubiera llevado lejos de mí. Me estaba volviendo loco. Iba a la biblioteca para intentar calmarme. Leía hasta que mis ojos ardían.
Justo cuando la ansiedad me comía por dentro, su figura se posó frente a mí en medio de los muebles de una librería. Y me sonrió, condenándome a escribir cada detalle sobre su cara, sobre su voz.
Porque me habló, y me preguntó dónde se encuentran los libros sobre el romanticismo. Y me llené de valor, y tomé su mano, y me sentí enorme para el mundo. Me sentí explotar de felicidad y amor.
Tendí un grueso libro frente a él. Gracias, Lee JiHoon. Sabía mi nombre, me pregunté por un segundo si también lo saboreaba al decirlo, y si estaba tan loco por mí, como yo lo estaba por él.
Mis ojos brillaban como dos estelas ante su sonrisa.
Sentí un chispeo cuando nos quedamos así, su mirada sobre mí y todo lo que me pertenecía, a su mereced. La mano con el enorme lunar se posó en mi mejilla, y su pequeña boquita dejó un beso sobre mi nariz.
Se fue, dejándome sin aire. Dándome razones para escribir un libro completo de cómo se sentía estar enamorado. Desde ese día, mi nariz fue la parte favorita de mi cara, incluso si antes me gustaban mis ojos.
No pasaron ni tres días cuando lo vi sentado en la mesa que me sentaba yo en aquel decrepito café con asientos desgastados y luz mediocre. Él lo sabía, y me robo una de millón sonrisas.
Nuevamente algo me dio las fuerzas y el valor para hacer cosas que jamás habría hecho. Me senté frente a él. Tardaste muchísimo en venir. No dijo nada más, dio un sorbo de su café y me besó.
Besos sabor a café, los mejores de la historia.
Desde ese día no nos separamos ni un segundo. El verano se convirtió en el único testigo de cómo me fui enamorando más y más de sus orejas, de sus paletas, de sus ojos, de su cabello.
El mar nos hizo una tira cinematográfica caminando por la arena y riendo. Sus sábanas me envolvieron cuando estuve triste. Su voz fue mi canción de cuna cuando mi cabeza decidía que estaba bien extrañar a mi difunta madre.
SeungCheol lo fue todo para mi ese verano.
Pero todo lo bueno acaba, siempre lo hace.
Nadie le puede decir que no al final de las cosas.
Ni yo, que me sentía mágico y enorme en el mundo.
Él se fue. Se despidió con un beso en mi nariz y una triste sonrisa en aquel pasillo de la librería que se había convertido en mi tesoro. No sé lo que sintió al dejarme ahí, más pequeño de lo que en realidad era.
Solo sé que sentí como bruscamente todos los pilares fuertes que se habían construido en mi interior, eran demolidos con un adiós. La calidez que sentí alguna vez en aquel verano, fue reemplazada por tristes hojas de otoño.
Más tarde por la nieve, y aún sentía sus dedos en mis costados, sus palabras de amor cuando estábamos a oscuras. Su risa suave en mi oreja, su tenue voz cuando me amaba un poco más que el día anterior.
Sigue siendo duro, no soy capaz de levantar mi mirada, a veces creo que lo voy a encontrar en el reflejo de la lluvia o en asiento de adelante del cine. Pero tengo que hacerme a la idea de que está lejos.
Ahora estoy sentado en este parque, no hay nadie, ha llovido antes. No sé por qué la gente le teme tanto al agua, no es tan peligrosa como ellos creen. Irónico, creía lo mismo de SeungCheol.
Es letal. Pero espero recuperarme para cuando las flores comiencen a nacer.
También lo espero —tontamente—, a él. Porque me quedaron algunos lunares por contar en su espalda. Porque me quedaron besos por darle y palabras que susurrarle.
Cosas que confesarle, poemas que leerle, risas que dedicarle, planes que mostrarle. No pude decirle que era mi mundo entero. No pude hacerle saber cuánto amaba su forma de concentrarse.
Tal vez lo espere por días, meses, años e incluso toda la vida.
Mientras, solo tengo sombras del verano en que me amó.