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Dernière Danse por Killary

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Flores de color rosa y arcos

Es todo lo que deberías conocer

Y días de verano

Porque lo que tú eres es un hermoso niño

No hay nada que pudieran cambiar

No hay nada que deberías esconder

Eres un hermoso niño

Y ellos nunca lo sabrán

(They’ll Never Know – Ross Copperman)

 

 

 

1. Paso Uno: Una princesa, un princeso

 

 

 

“Mi hermosa princesa”  Siempre mi madre me repetía eso una y otra vez mientras cepillaba mi largo cabello negro todas las mañanas. “Eres mi hermosa princesa” Por las noches me cantaba dulces canciones de amor,  contándome cuentos de príncipes perfectos y mágicos. Y yo le creía. Creía fervientemente que era una princesa, que algún día me casaría con un príncipe y viviría en un castillo lleno de flores.

 

 

Me trenzaba el cabello con lindas cintas, me vestía con delicados vestidos con vuelos, me calzaba con mis zapatitos de bailarina. Y yo con tan sólo 6 años vivía en un mundo de ensueño. Empecé  la escuela,  jugaba con mis amiguitas a las muñecas, reía y cantaba. Por las tardes mi madre me llevaba a clases de ballet. Vivíamos en un pueblito pequeño en medio de verdes campos lleno de agricultores, donde todos nos conocíamos.

 

 

Y así fui creciendo. Y así fui dándome cuenta que era diferente. Que no era como mis amiguitas. Que mi cuerpo era distinto... Claro que era diferente... Yo era niño. Pero creía inocentemente que era una niña. Que mi cuerpo era igual a los de mis amiguitas. No sabía la diferencia. Nunca vi a otra niña desnuda. Ni siquiera a mi madre. Pero eso cambió en mi segundo año de escuela.

 

 

Tenía 7 años cuando llegué corriendo a casa, llorando.

 

— ¿Qué pasa mi pequeña? —  Mi madre me tomó en brazos tratando de calmarme.

 

— ¿Por qué soy diferente, mamá? — Pregunté entre lágrimas mientras escondía mi rostro en su falda.

 

— ¿Diferente?

 

—Mi cuerpo no es igual al de mis amigas… Ellas se asustaron… Me dijeron que era… Era… Un fenómeno…

 

 

Al día siguiente no fui a la escuela, mi madre no me dejó. A la semana me sacó de allí. Nos mudamos a otro pueblo, más grande, cerca al mar. Abandonamos el mundo que conocía. No me dio explicaciones, por más que se las pedí. Pero quería saber…

 

 

Empecé a asistir a una nueva escuela. Aquí los niños eran diferentes. Mucho más bulliciosos. Mucho más parlanchines. Y las clases eran distintas.  Y así lo supe. Yo era un niño… Espié a mis compañeritos en los vestidores… Tenía el cuerpo igual que los demás niños… Y los niños no usaban vestidos. No jugaban con muñecas. No se peinaban con lazos… No soñaban con casarse con un príncipe y vivir en un castillo lleno de flores… ¿Por qué?... ¿Por qué mi madre me vestía con lazos y cintas si yo era un niño?...

 

Cuando se lo pregunté a mamá… Me abofeteó… La primera vez en mi vida que me golpeaban…

 

“No vuelvas a decir jamás eso. Eres una princesa, mi princesa, mi niña…”

 

Pero insistí e insistí hasta que, cansada, me do una paliza. Y así cada vez que abría la boca para cuestionarle. Entonces dejé de hacerlo… Dejé de preguntarle… No le dije nada a nadie. Dejé que me siga vistiendo con lazos en el cabello. Además, yo no sabía ser de otra forma… Me sentía una princesa a pesar de todo… Volví a asistir a clases de danza. Me encantaba bailar. Ante los ojos de todos yo era una niña. Pequeña Eti, me decían.

 

Los años pasaron y me convertí en un agraciado jovencito de 13 años. Con una figura esbelta y delicada gracias a la danza. Mi madre quería seguir poniendo lazos en mi cabello y discutíamos porque yo me oponía. No quería ni lazos, ni vestidos de niñitas. Ya no era una pequeña. Quería mandar todo a la mierda y mostrarme tal cual… Sin embargo seguí con la farsa y el teatro… Para hacerla feliz aun llevaba el cabello largo pero ahora casi siempre lo usaba suelto. Y cambié los vestiditos por cortas y coquetas faldas a su pedido. Adoraba ser el centro de atención, los halagos y las miradas de admiración. Que mi madre me halagara y me dijera que era hermosa. Ante todos era una adolescente, una señorita… Una mujer… Pero en la soledad de mi habitación podía ser realmente yo. Un simple muchacho, confundido, temeroso, inseguro…

 

 

Mi madre conoció a un hombre. Se hicieron muy cercanos. Marcel empezó a visitarnos a diario. Y una noche  se quedó a dormir… Así, sin explicaciones ni permisos, este hombre entró a nuestras vidas. Mi madre se veía feliz. Y yo simplemente callé.

 

 

Un día llegué de las clases de danza. Como se había hecho costumbre desde que Marcel apareció, la casa estaba en silencio. Generalmente ellos llegaban de trabajar muy entrada la noche. Mi madre lo ayudaba en su negocio, una bodega en el centro del pueblo que era muy concurrida. Entré al baño a ducharme antes de irme a la cama. Cuando terminé e iba a salir me encontré cara a cara con Marcel. Él me miraba con los ojos abiertos de par en par llenos de sorpresa. Yo estaba desnudo. Cogí rápidamente la toalla, tapándome como pude.

 

— ¡¿Qué haces aquí?! ¡Vete!

 

—Por la santa mierda… ¡Eres un jodido hombre! — Enrojecí de furia y desconcierto. Traté se salir del baño rápidamente para ir a encerrarme a mi habitación. No me dejo.

 

— ¡Suéltame! —  Intenté liberar mi brazo con desesperación.

 

— ¿Por qué te vistes como mujer si eres un hombre? — No le respondí. Seguí forcejeando tratando de liberarme.  — ¿Acaso eres uno de esos tipos que les gusta ser follados como nenas?

 

—Por favor… Sólo le doy gusto a mamá… Suéltame…—  Había empezado a sollozar…

 

—Hasta lloras como ellas… — Se acercó a mi cuello, olfateándolo… Temblé de miedo… — Y hueles igual que una hembra… —  Sentí su lengua pasearse por mi cuello. Me quedé petrificado… Estaba aterrado… Una de sus manos acarició mi espalda y bajo hasta posarse sobre mi trasero… Cuando la sentí apretar, reaccioné.

 

— ¡No! — Lo empujé con fuerza, logrando soltarme y corrí a encerrarme en la habitación. Marcel corrió tras de mi pero  no logró alcanzarme.

 

— ¡Abre la maldita puerta! — Pateaba con furia. Yo estaba sentado en un rincón, llorando  sin poder dejar de temblar mientras me cubría con la toalla cogiéndola con fuerza. — ¡Abre maldito marica! — Mis sollozos aumentaban, intentaba taparme los oídos para dejar de escuchar sus gritos sin éxito.  Luego de un buen rato, los golpes y los gritos cesaron. Un silencio de varios minutos hizo que poco a poco me tranquilizara. Me arrastré hasta mi cama, cogí el pijama y me lo puse rápidamente. Todo este tiempo había permanecido desnudo en el rincón escondido entre la pared y mi armario. — Vamos Eti… — Volví a escucharlo tras la puerta. Se había calmado, su voz sonaba tranquila, casi conciliadora. — Espero que no le cuentes nada a Juliette… No queremos que nada malo le pase a tu madre, ¿verdad? — Me llevé las manos a mi boca, ocultando un jadeo… ¿me estaba amenazando?... — Tenemos que cuidarla mucho ahora que te dará un hermanito… — Me congelé… ¿Qué había dicho?...

 

No tuve tiempo de pensar, escuché la voz de mi madre llegando. Unos suaves golpecitos y su melodiosa voz llamándome hicieron que obligue a mi cuerpo a moverse. Abrí encontrándome con el sonriente rostro de la mujer que me trajo al mundo.

 

—Oh mi amor — Me fundió en un abrazo que torpemente correspondí esbozando una forzada sonrisa. — Tengo algo importante que decirte… — Me sentó la banquita del tocador y cogiendo un cepillo empezó a peinarme. — Mi Eti…

 

 

Escuchar la alegría de mi madre al comunicarme emocionada que estaba embarazada, que tendría una hermanita… Porque eso dijo “hermanita” muy segura… Contándome planes sobre el futuro bebé, sobre nuestra vida, sobre casarse con Marcel… Era demasiado. Pero aun así, traté de mostrar felicidad con la noticia, de comportarme adecuadamente, de mostrar entusiasmo con lo que me decía…

 

 

No le dije nada de lo que había ocurrido. Recordaba perfectamente las palabras de Marcel “No queremos que nada malo le pase a tu madre, ¿verdad?”… Y tenía miedo. Miedo de que hiciera algo si es que lo delataba.

 

 

Los días pasaban lentos y angustiantes. La mirada de aquel hombre sobre mí me asqueaba. No volvió a intentar sobrepasarse. Sobre todo porque mi madre pasaba mucho más tiempo en casa ahora que el médico le había recomendado reposo.

 

 

Un mes después se casaron por civil. Fue casi todo el pueblo, mi madre y Marcel eran muy conocidos. Hubo una gran celebración. Tuve que sonreír y mostrar una alegría que estaba muy lejos de sentir. Felizmente mis dos mejores amigos, Amélie y Gaël estuvieron a mi lado.  Ellos sin saber me brindaron las fuerzas para poder pasar por todo ese momento.

 

 

Cuando cumplió 4 meses de embarazo, mamá pudo comprobar con total seguridad que esperaba una niña. Una verdadera niña.

 

 

Todo a partir de ese día fue una locura. Mi madre se la pasaba preparando la habitación de Madeleine. Sí, ya le había puesto nombre y todo. Yo la ayudaba a comprar y decorar el cuarto con mariposas y flores de suaves colores pastel.

 

 

Dejé de ser su princesita para pasar a ser simplemente Eti o Etienne… Ya no le molestaba llamarme por mi nombre completo. Antes lo evitaba, según me decía porque era masculino.  Ella siempre odió que use pantalones, pero ahora si me los ponía no decía nada. Comencé a salir de noche con la excusa de que iba a reuniones de estudio con amigos, a usar tacones y ropa ceñida. A maquillarme…  Trataba de mostrarle que aun podía ser su princesa… Trataba de evitar que se aleje... Simplemente me ignoraba... Dolía...

 

 

—Eti, ¿vienes a la fiesta de esta noche? — Gaël estaba sentado junto a mí en el receso. Yo mordisqueaba distraídamente una manzana mientras observaba a algunos chicos jugar futbol… Pensando por qué simplemente no podía ser un chico más… 

 

—No lo sé… No creo que mi mamá me dé permiso… — Que mentira más grande… Podía mudarme y seguro que ni cuenta se daría…

 

—Vamos… Por favor… — Giré a verlo con curiosidad por la insistencia.  Bajó avergonzado sus bonitos ojos verde oscuros y puedo jurar que se sonrojó. Sonreí divertido.

 

—Lo intentaré…  — Respondí usando mi voz suave y ligeramente aflautada a la que me había acostumbrado. Su sonrisa de dientes perfectos le iluminó la cara. Se aclaró la garganta y tímidamente puso una mano sobre la mía… Abrí los ojos sorprendido…

 

—Eti… yo… — El timbre anunciando el fin del receso hizo que peguemos un brinco poniéndonos de pie. Empezamos a reír sin dejar de mirarnos. Me alisé la falda y empecé a caminar rumbo a mi aula. Gaël apresuró el paso y caminó conmigo. Ya en la puerta de mi clase nos despedimos con una sonrisa cómplice. Él iba a otra clase superior… Era dos años mayor que yo…

 

 

Ni bien me senté en mi lugar las chicas se me acercaron alborotadas aprovechando que el maestro aun no llegaba.  Todas querían saber si Gaël se me había declarado… ¿Declarado?... Me dijeron que los chicos les habían contado que lo haría, por eso me habían dejado sola durante el receso… Ya me parecía raro que todas tuvieran algo que hacer en ese momento… Mientras hablaban de todo lo que sabían, yo reía nervioso… ¿Novio?... ¿Gaël quería ser mi… novio?...  Pero… Siempre pensé que Gaël se le declararía a Amélie, ella estaba enamorada de él desde que éramos niños…

 

 

El profesor por fin entró y todos nos dispersamos ocupando nuestros asientos.  La clase empezó pero no podía prestar atención. Mi mente estaba en otro lado… No podía dejar de pensar en lo que me habían dicho… Amélie,  la única persona a la que le confesé mi secreto, se sentó junto a mí. 

 

— ¿Qué piensas hacer? — Susurró mientras el maestro escribía en el pizarrón de espaldas a nosotros.

 

— ¿Cómo que qué pienso?... Tú estás enamorada de él, no hay nada que pensar…

 

— ¿Enamorada? — Se rio bajito cubriéndose la boca con una mano. — Eso pensaba cuando era una niñita… Es pasado.

 

— ¿En serio?

 

—Sí, sólo lo veo como un amigo… Además él está coladito por ti… — Me guiña un ojo y siento mis mejillas arder, — Entonces… No le dirás que en verdad eres un chico, ¿eh?

 

—Shhh… Te van a escuchar… — Miré asustado a todos lados, pero nadie nos prestaba atención. — Claro que no lo diré…

 

—Pero… ¿Él te gusta?...

 

—Qué dices, cómo crees eso… — Murmuré inquieto…

 

—Te gusta… ¡Te gusta!...

 

—Madame Lefévre, madame Dubois, al parecer tiene algo importante que compartir con la clase… — Bajamos la vista avergonzadas al ser descubiertas murmurando. — ¿Y bien?

 

—Lo sentimos professeur Tolvert… — Dijimos a la vez.

 

 

 

Por la noche estaba nervioso. Con varias amigas, Amélie incluida,  habíamos puesto un punto de encuentro para ir juntas a la fiesta de Noah. Estaba dando vueltas en mi habitación sin animarme a salir y pedirle permiso a mi madre. Me miré por enésima vez al espejo… Había elegido un pantalón pegado de mezclilla  junto a una blusa suelta de encaje y mis infaltables botas cortas de tacón.  Llevaba el cabello suelto y me había delineado los ojos.

 

— ¡Etienne! — La voz fuerte de Marcel llamándome me llenó de terror. Abrí con cuidado la puerta y con pasos inseguros me dirigí hacia la sala.  Me lo encontré parado abrazando a mi madre que estaba apoyado en él. Me miró de arriba abajo enarcando una ceja. — ¿Vas a algún lado?

 

—No… yo… — Intenté responder con un hilo de voz.

 

—Vamos al hospital. Julie se siente mal…

 

—Voy con ustedes…

 

—No Eti, quédate aquí, no te preocupes… Creo que tu hermanita ya viene… — Habló mi madre con voz suave.

 

—Pero Julie… — Empezó a protestar Marcel.

 

—No Marcel, mejor que se quede en casa…  — Soltó un gemido mientras apretaba el brazo de aquel hombre. — Vámonos por favor…

 

—Mamá…

 

—Te llamaremos, no te preocupes hijo… — Los vi desaparecer tras la puerta.

 

 

No dije nada más. Las palabras de mi madre… Me dijo hijo… Hijo… Jamás me había llamado hijo… Sentí una fuerte opresión en el pecho.

 

 

Mi móvil sonó, era Amélie. Le dije que me dieran 20 minutos, que mi madre había salido y podría ir. No quería quedarme en casa solo. Cogí mi pequeño bolso cruzándomelo, cerré muy bien la puerta y salí de casa.

 

 

La fiesta estaba a reventar. Noah sabía bien como divertirse cada vez que sus padres viajaban. Bailábamos, bebíamos y reíamos sin parar. Había olvidado ya lo ocurrido en casa. Había olvidado a Marcel. Y había olvidado a mi madre. Gaël estaba pegado a mí como goma de mascar. No me dejaba solo ni un segundo. Amélie nos miraba fijamente  y nos daba de empujones haciendo que muchas veces termine en brazos de Gaël. Sabía que eso me ponía nervioso. Tuve que casi escapar para ir al baño jalando a mi mejor amiga de la mano.

 

— ¡Meli! — Cerré la puerta con seguro, comprobando antes de que estábamos solas. — ¿Qué crees que estás haciendo?...

 

— ¿Yo? — Preguntó haciendo un gesto de inocencia. — ¿Yooooooo?... Nadaaaaaa…

 

— ¿Nada?... Empujarme y hacer que Gaël me abrace ¿es nada?... ¡Casi nos besamos!

 

—Oh… ¿sí? — Enarqué una ceja moviendo de un lado a otro la cabeza. Soltó una carcajada. — Vamos Eti, tú lo quieres, él lo quiere…

 

—No podemos… Olvidas que soy…

 

— ¿Un chico?... ¿Y qué?...

 

— ¿Cómo que  qué?... — Me giré hacía el espejo y observé mi reflejo. Era una chica, por donde me mirara era una chica. Nadie jamás notaría que era hombre… A menos que se lo confesara…

 

—Inténtalo… No tienes nada que perder… Podrías llevarte una sorpresa…

 

—No… No así… — Volteé nuevamente y posé mis manos en los hombros de Amélie. — Quiero gustar por quien soy realmente… No por…  — Me señalé de arriba abajo. — No por este disfraz…

 

—Eti… — Me dio un par de palmaditas. — Eres perfecto… — Suspiró profundamente. — Todos te quieren, es imposible que alguien te odie…

 

 

Regresamos a la fiesta. Gaël volvió a mi lado y nada pudo apartarlo de allí. Aunque sólo bailamos. Amélie nos dejó solos. De vez en cuando la veía al otro lado del salón, mirándome. Le sonreía y ella me devolvía la sonrisa a lo lejos. Estaba con un grupo de chicos y chicas, bebiendo.  No me preocupé porque ella siempre tenía buena cabeza cuando bebía.

 

Cuando pasaba de la medianoche me despedí de Meli, debía regresar a casa. Gaël se ofreció a acompañarme y aunque intenté persuadirlo, fue imposible. Caminamos uno al lado del otro, conversando de cosas sin importancia. Bromeando y riendo. Cuando llegamos a mi destino, me despedí con una sonrisa, agradeciéndole el haberme acompañado. Él me tomó de la mano…  he intentó besarme.

 

—No… — Lo empujé suavemente, liberándome de su agarre.

 

—Eti… Me gustas mucho… — Negué con la cabeza bajando la mirada.

 

—Lo siento…

 

— ¿Te gusta alguien más? ¿Es eso? — Preguntó abatido.

 

—No… Gaël… — Inspiré con fuerza… ¿Y si le decía?... ¿Si me sinceraba?... Lo conocía desde que había llegado aquí hace casi 7 años… ¿Lo entendería?... ¿Tendría el valor suficiente?... — Yo… Yo soy… — Alguien me toma del brazo fuertemente y tira de mí. Levanto la vista desconcertado y me topo con la mirada furiosa de Marcel. Abro la boca queriendo decir algo pero el miedo fluye por cada parte de mi cuerpo y no logro articular palabra.

 

—Maldito mocoso, tu madre en el hospital y tú te largas a putear… — Me jala hacía la casa sin que pueda evitarlo. Miro con vergüenza a Gaël.

 

— ¡Eti!... — Veo reflejado desconcierto, asombro, impotencia en su rostro. Gesticulo un “lo siento” antes de verme empujado dentro de la casa. La puerta se cierra con un golpe sordo.

 

 

Intento soltarme y correr a mi habitación pero no puedo. Marcel me toma de los cabellos y me arrastra al baño.  Abre el grifo de la ducha y me lanza dentro. Sale furioso y yo me quedo llorando pegado a la pared. El agua fría cae y yo sólo puedo pensar en que me dijo mocoso delante de Gaël… Varios minutos pasan antes de que me anime a salir de allí. Me saco las botas y busco una toalla.  Miro mi rostro reflejado en el espejo con el maquillaje corrido. Me froto la cara con rabia hasta desaparecer todo rastro de pintura. Aun con la ropa mojada puesta asomo la cabeza por la puerta abierta con cuidado. Al no ver a mi padrastro cerca corro a mi habitación. Entro y me congelo. Marcel está sentado sobre mi cama. Retrocedo con rapidez pero no es suficiente. Llega a cogerme del brazo y tira de mí hasta que caigo en el suelo. Se sienta sobre mi abdomen bruscamente haciendo que pierda el aire. No dice nada. Sólo está concentrado en quitarme la blusa, arrancándola sin cuidado.  Doy manotazos e intento arañarlo mientras grito que me suelte. Dos bofetadas logran dejarme algo aturdido.

 

 

Siento el torso desnudo y sus toscas manos se pasean por el.  Intento enfocar mi mirada en su rostro y llego a ver los ojos lujuriosos y una sonrisa retorcida. Sollozo con impotencia intentando alejarlo con mis manos sin conseguirlo. Cuando siento que intenta desabrochar mis vaqueros, una total desesperación hace que reaccione. Grito con todas mis fuerzas. Un guantazo me calla. El sabor metálico de la sangre inunda mi boca. Cierro los ojos sintiéndome morir.

 

 

Un golpe, un gemido, el peso de su cuerpo sobre mi… Deja de moverse, deja de tocarme… Abro los ojos y veo  a Gaël parado a un lado con el bate de béisbol de mi padrastro.  Marcel está inconsciente. Tira a un lado el madero y se apresura a liberarme, empujando a mi padrastro a un lado. Mira con asombro mi torso desnudo pero no dice nada. Me ayuda a ponerme de pie. Me cubro instintivamente aun atontado con lo ocurrido sin poder apartar los ojos del cuerpo tendido en el suelo.

 

— ¿Está…  muerto?... — Pregunto con miedo. Gaël se acerca a él y le coloca dos dedos en el cuello.

 

—No, estará bien… — Me mira por unos segundos y aparta la vista. — Vístete… estás mojado…

 

 

Busco una polera con capucha dentro del closet y me la coloco. Cojo unos pantalones de chándal y de espaldas sin mirar a ningún lado me cambio los vaqueros mojados y la ropa interior. Me calzo mis viejas tenis y salgo de mi habitación. Siento que Gaël sale detrás de mí.  Camino fuera de casa sin rumbo fijo. Me cubro con la capucha de la polera. No quiero que nadie más me vea. Mientras doy pasos sin destino, espero que Gaël diga algo. O que simplemente desaparezca sin palabras. Me ha visto. Sabe quién soy. Sabe qué soy.  Pero me sigue sin decir nada.

 

 

Mis pasos me conducen al malecón. El mar está algo movido y el viento frío me golpea. Inhalo con fuerza ese aroma familiar. Me siento en el muro mirando el vaivén de las olas.

 

— ¿Cómo entraste a mi casa? — Suelto sin más.

 

—Se dónde deja tu madre la llave de repuesto…  Te escuché gritar y yo…

 

—Gracias… No tienes que quedarte conmigo. Estoy bien… — Le doy una salida. Que no se sienta comprometido a acompañarme. Que se vaya sin remordimiento.

 

— ¿Por qué no me lo dijiste? — Pregunta de pronto.

 

— ¿El qué?... ¿Qué soy un chico?... — No filtro bien lo que digo. Aún estoy algo atontado por todo lo ocurrido. No lo proceso… Él me mira expectante y me decido a lanzarme con todo… Total, ya no tengo nada que perder… — No es fácil… Es una historia larga…

 

—Tengo tiempo para escucharla… — Se sienta a mi lado y lo miro de reojo. Suspiro y empiezo a narrarle mi vida. No lo encaro en ningún momento. Me dedico a hablar y hablar sin detenerme. No me preocupo por modular mi voz. Salé un poco más grave que la que acostumbro a usar.  Pero con todo igual siempre fue más suave  que la de un chico normal. Suelto todo sin pensar. Sentimientos, emociones, deseos, anhelos, todo sale fluidamente.  Por primera vez en mi vida. Ni a Amélie le he contado mi historia de esta forma. 

 

 

Termino de hablar y el silencio cae pesado sobre nosotros. Gaël no dice nada y yo ya no tengo más palabras. Mis ojos siguen sobre el mar. Se mueve suavemente, se nota más calmo. Pequeñas olas van y vienen ahora, meciendo las embarcaciones. Mi corazón al igual que el mar, también se ha tranquilizado. Comienzo a sentir dolor de los golpes recibidos. Paso mi lengua por mi labio inferior sintiéndolo hinchado. Me late el lado izquierdo del ojo, creo que allí la bofetada fue más fuerte. Me llevo la mano a ese lugar y me estremezco con una punzada. Esta caliente y duele. Suspiro y vuelvo a concentrarme en la vista. El silencio se ha vuelto demasiado incómodo. Creo que lo mejor será irme… ¿A dónde? No sé… Quizá si llamo a Amélie… Deben ser casi las 2 de la madrugada…  Quizá no tenga otra opción que quedarme aquí…

 

—Eti… — Levanto la vista mientras giro. Gaël está de pie a un lado. — Vamos a mi casa, hay que curarte esos golpes…

 

—No te preocupes… — Niego. — Voy a regresar a casa… Seguro Marcel ya se fue nuevamente y…

 

—No. — Su voz suena firme y decidida. — No vas a regresar hoy, es peligroso… — Lo quedo mirando incrédulo y sin poder evitarlo suelto una risa amarga.

 

—Basta Gaël… No tienes que seguir con esto. — Me molesta su pasividad. Le acabo de revelar algo importante y se comporta como si no le importara. — Creo que no te has dado cuenta de lo que acabo de decirte…

 

—Ya lo sabía… — Enmudezco y lo miro sin entender del todo sus palabras. — Hace más de un año que Meli me lo dijo… Que tu…

 

—Cállate… — Levanto una mano sintiendo que el aire abandona mis pulmones… — Mientes…

 

—No te mentiría Eti… Juré no decir nada a nadie… Jamás lo he hecho… — Niego repetidas veces con la cabeza… Amélie… Como fue capaz de decirle… De contarle… — No te disgustes con ella… Yo tuve la culpa… Le dije que me gustabas… Ella dijo que era imposible, que no me haga ilusiones… Yo insistí que me dijera por qué… No quería pero… Le rogué… Le rogué tanto… — Entonces… Él lo sabía… Lo sabía y… Y aun así… Lo sabía y… Abro la boca intentando decir algo…

 

 

Gaël sonríe viéndome fijamente. Como si supiera lo que estoy pensando. Da un paso, y otro… y un tercero… Esta frente a mi… Tan cerca que puedo sentir su aliento… Tan cerca que puedo sentir su calor… Tan cerca que casi puedo sentir sus latidos… Cierro los ojos… Se lo que hará… Quiero que lo haga… Quiero…

 

 

Sus labios se posan sobre los míos, suavemente.  Mi corazón late acelerado. Mi cuerpo tiembla. Sus manos me toman de la cintura terminando con ese escaso par de centímetros que nos separaban. Con timidez coloco mis manos sobre sus brazos. Lo siento sonreír en el beso. Idiota. Pero sonrío también… Un dolor punzante llega a mi labio herido. Suelto un quejido. Gaël se separa preocupado.

 

— ¿Estás bien?... — Observa mi labio con un gesto de disgusto. — Vamos a mi casa, hay que curarte.

 

 

Toma fuertemente mi mano y me conduce a su casa. Entramos con cuidado de no ser vistos. No sería correcto que me descubrieran, a fin de cuentas yo era una chica a los ojos de todos.  Me cura la herida del labio y unta un poco de pomada en el golpe de mi rostro. Cubre mis ojos con unos lentes oscuros, me acomoda la capucha y salimos de nuevo.

 

—Tengo una idea… Sé dónde podemos descansar… Sólo mantente a mi lado y no digas nada…

 

 

Caminamos en silencio. Al rato pude adivinar hacia donde nos dirigíamos. La casa de Noah. Aun se escuchaba música y cuando llegamos descubrimos que muchos chicos permanecían dentro. Gaël buscó a Noah y hablo con él unos minutos. Yo me había quedado en una esquina, con el rostro oculto tras los anteojos y la capucha. Regresó a mi lado y tomándome nuevamente de la mano me condujo escaleras arriba hasta una de las múltiples habitaciones de aquella gran casa. Entramos y cierra la puerta con seguro.

 

—Podemos descansar aquí… Mañana te llevaré a tu casa. — Mira alrededor. — Usa la cama, dormiré en el suelo…

 

—No… — Lo tomo del brazo… — Podemos dormir los dos en la cama… Es grande… — La vergüenza hace que susurre las últimas palabras.

 

— ¿No te molesta?

 

—No…

 

 

Terminamos durmiendo en la misma cama, cada uno a un extremo por supuesto. El cansancio hizo que cayéramos rendidos.  A primera hora de la mañana ya estábamos abandonando el lugar rumbo a mi casa. Al llegar no encontramos a nadie. Aproveché para darme una ducha, cambiarme y maquillar los golpes. Unos vaqueros y una camiseta suelta de manga larga servirían. Bajé y me encontré a Gaël asaltando la nevera.

 

—Lo siento… Es que muero de hambre…

 

—Yo también… — Respondí sonriendo. Sacó el jugo dejándolo sobre la mesa mientras me apresuraba con los vasos. Un par de huevos revueltos rápidamente completaron el desayuno. No teníamos mucho de donde escoger, se supone que recién haríamos hoy las compras semanales…

 

—Tienes que decirle a tu madre… — Di un salto al escucharlo. Estaba de espaldas terminando de secar los vasos.

 

—No…

 

— ¿No?... Esto no es un juego Eti… ¿Qué hubiera pasado si yo no llegaba?...

 

—No puedo…

 

—Se lo tienes que decir… O se lo digo yo, tú elige… Pero no voy a permitir que te expongas más… — Abrí la boca dispuesto a replicar… Pero no lo hice. Estaba seguro que dijera lo que dijera no lo haría cambiar de opinión.

 

—Lo haré… — Mentí. — Vamos a ver a mi madre…

 

 

Fue fácil encontrarla en el hospital. Estaba en el área de maternidad, Madeleine había nacido un mes antes de lo previsto. Cuando entramos a la habitación nos dimos cara a cara con Marcel. Saludé en un murmullo y me acerqué a mi madre que tenía un  pequeño bultito en su regazo. Le di un beso haciendo esfuerzos por no llorar. Ella estaba más que feliz. “Saluda a tu hermanita” me dijo acercándome a la niña. La tomé con el corazón oprimido. Era hermosa. Una mata de cabello marrón decoraba su cabecita. “Hola bebé” llegué a susurrarle.

 

 

Los siguientes meses estuve rodeado de una sospechosa tranquilidad. Marcel no se me acercaba, no me miraba y en lo posible no me dirigía la palabra más allá del saludo. Cosa que agradecía enormemente. Mi madre se abocó completamente a la niña. No conversaba de otra cosa que no fuera de ella. Me sentía completamente solo… Pero allí estaba Gaël. Siempre preocupándose, siempre a mi lado, siempre haciéndome reír… Siempre exigiéndome que le cuente las cosas a mamá… Le daba largas, le ponía excusas… Le prometía que lo haría… Creo que se cansó de pedírmelo. Ahora era como mi guardaespaldas. Vivía pegado a mí la mayor parte del tiempo. Nos habíamos convertido en novios. Él y Amélie eran mi pilar, la fuerza que me permitía seguir adelante. Y por supuesto estaba la danza. Bailar era parte fundamental de mi vida. Participaba en todas las presentaciones que se desarrollaban en el instituto. Me sentía realmente feliz sobre el escenario.  Donde sólo existía mi baile y yo.

 

 

Madie cumplió un año.  Era sábado. Mi madre la llevo a su control y sus vacunas. Yo estaba con Gaël en mi habitación, me ayudaba a estudiar para los exámenes finales. Estábamos sentados uno al lado del otro en el piso rodeados de libros, tenía la cabeza apoyada en su hombro y Gaël tomaba mi mano. Repetía de memoria nombres, fechas y acontecimientos mientras él me corregía una que otra cosa. Marcel llegó de improviso. Abrió la puerta de mi habitación de una patada. Al vernos comenzó a gritarnos. “Puta de mierda” “Maricones malnacidos” “Largo de mi casa enfermos”… Marcel intentó cogerme y Gaël no se lo permitió.  Se paró a la defensiva, colocándome tras de él en un gesto protector. Empezaron a golpearse. Mi padrastro era más tosco, más grande, pero   Gaël  era muy escurridizo. Terminé en una esquina gritando por ayuda. Llegó mi madre.  Se acercó alertada por mis gritos. De inmediato Marcel se detuvo.  Le dijo a mi madre que nos había encontrado manoseándonos en la habitación. No podía creer su descaro. Grité que era mentira… Pero mi madre le creyó. Le gritó a Gaël que se fuera. Cuando intente ir tras de él, me detuvo bruscamente dándome una bofetada.  “Estoy decepcionada de ti, Etienne”  Sus palabras se clavaban como dagas. “No quiero verte nuevamente con ese muchacho. Estas castigado.” No reproché nada.

 

 

Los días pasaron. Sólo podía verme con Gaël en el instituto. Pasábamos juntos todo el tiempo posible. Insistía en que le diga la verdad a mi madre. Y al final lo hice… Se lo dije… Pero no sirvió de nada. “Sabía que habías cambiado Etienne, pero no pensé que caerías tan bajo… ¡Calumniar a Marcel!... Lárgate a tu cuarto y no salgas hasta mañana.”  No me creía. Mi propia madre no me creía.

 

 

El año escolar terminó. No sabía que pasaría durante las vacaciones. Sólo pensaba en cómo ver a Gaël… Dos días después mamá me dio la noticia. Iría a Italia a pasar las vacaciones con mi tía Solange. Me horroricé… Iba a separarme de Gaël… Me mandaba con una total desconocida…  Intenté protestar pero, como ya se había hecho costumbre, me calló de una bofetada. Hablé con Meli que era la única con la que podía comunicarme sin levantar sospechas y la única a la que mi madre le permitía la entrada. Le conté  todo. Le pedí que me ayudara a encontrarme de alguna manera con Gaël… Me aconsejo que no lo haga, que era mejor que no se enterase, que podría cometer una locura… “Escríbele” me dijo… Así que escribí una carta  para Gaël y le pedí que se la entregue cuando me haya ido. No quería que vaya al aeropuerto y arriesgarlo a que Marcel le haga algo.

 

 

Una semana después estaba rumbo a Italia. Con el corazón en un puño y los ojos llenos de lágrimas.

 

 

Sólo serán 3 meses. El tiempo pasa rápido. 3 meses pasan rápido.  Repetía una y otra vez.

 

 

Como un mantra que me mantendría con esperanzas.

 

 

 

Notas finales:

Hola :)

Bueno, aqui vamos con la historia de Etienne, el amigo de Ezio de EG. Ultimo Baile significa. Ya saben, no escribire en frances porq vive en Francia y luego en italiano xq se muda a Italia... En mi mundo imginario sigue existiendo el traductor magico y todo se lee en español xD Salvo algunas palabritas sueltas.  Y será una historia corta :)

Ahora, antes de cuestionar como no se daban cuenta en la escuela q Etienne era varon, pues acuerdense q viven en pueblos pequeños donde no piden mayor cosa q la palabra d la madre y un documento fraudulento muy bien hecho. Ademas, no le den tantas vueltas al asunto...

Ah, seguro ya se dieron cuenta que apesto para hacer resumenes xD Si me ilumino en el camino pondre algo decente.

 

XOXO


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