La oscuridad invadía el pequeño hogar, dando la impresión de abandono; recorriendo las habitaciones, los pasillos, todo…todo estaba en penumbras. La tenue luz de la luna se colaba por solo una de las ventanas en la sala de estar, donde un hombre se encontraba sentado en uno de los sofás.
Sus rubios y largos cabellos brillaban con los rayos nocturnos, su piel cremosa resplandecía casi en luz propia. Parecía un ángel, uno que sufría inmensamente pues en sus ojos dorados solo reflejaba melancolía, profunda tristeza y pesar.
¿Cuántos días habían pasado desde que una guerra pisoteó sus sueños? ¿Cuántas horas había caminado sin rumbo, con los escombros de lo que fue su ideal bajo sus pies? No tenía respuesta a esas preguntas, nadie las tenía pues en todo ese tiempo lo único que le acompañó fue la soledad.
-¡Maldita sea, Cross! ¡Enciende ya las putas luces! – La habitación se iluminó y el aludido giró su rostro sorprendido.
-¡Ya-Yagari! – Una enorme sonrisa surcó sus labios, tan falsa que ni siquiera dio un pequeño brillo a sus preciosas orbes. - ¡Qué sorpresa! que… ¿Qué te trae por acá?– Sus dedos buscaron, nerviosos y avergonzados, borrar los rastros de sus lágrimas; pero entre torpes movimientos sus gafas se precipitaron al suelo.
Los ojos dorados siguieron el artefacto y observaron como el otro hombre pudo cogerlo al vuelo.
-No tienes por qué fingir. – Aquellas cálidas palabras rompieron algo en su interior. Esa barrera que construyó con tanto esfuerzo durante esos días, fácilmente fue derribada con tan solo escuchar a ese hombre.
-¿Luzco patético, verdad?- Cogió las gafas de la mano que gentilmente las ofrecía y dejó su vista prendida de ellas.
-Tu nunca has sido de los hombres que les gusta dar lástima, no comiences ahora…- Una cálida sonrisa se asomó de aquellos labios frente a él, una que no se había fijado en mucho tiempo, una de verdad, lo que pareció obligarle a desviar su mirada y agregar. – Pero si buscas mi opinión, si, luces patético. Has lucido así los últimos cuarenta y dos días; y mucho más en esas infernales cuatro horas que caminabas diario.-
La mirada dorada se elevó, encontrándose con aquel profundo azul.
-¿T-Tú…? – La sorpresa no cabía en su rostro, más allá del sosiego que entraba en su solitario ser.
- ¡Por supuesto, estúpido! ¿Acaso crees que te dejaría solo después de lo que ocurrió? ¡Eras capaz de matarte un día de éstos! – Gruñó con fastidio.
- Yagari…tu…- En sus ojos comenzó a acumular lágrimas y aquel angelical rostro comenzó a descomponerse en llanto. - ¡¡Buaah Yagari!! –
Al menos durante ese momento parecía haber vuelto el revoltoso e inmaduro Kaien Cross, ese que le fastidiaba y que, aunque le costase bastante admitirlo, le gustaba tanto.
No había perdido cuarenta y dos días de su vida cuidando desde las sombras al ex cazador; no había desperdiciado 168 horas siguiendo aquellos pasos trastabillados, oculto entre los árboles. No, todo lo contrario, había degustado aquella aura de amargura que arrastraba tras él y así había aprendido más de aquel hombre, así como de él mismo.
-Kaien…- El dramático Cross se detuvo un momento luego de oír su nombre salir con aquella encantadora voz y solo pudo abrir sus ojos enormemente al recibir un rudo beso sobre sus labios; uno que decididamente se abrió paso dentro de su cavidad, robándole el aliento. Lentamente aquellas cortinas de terciopelo cubrieron sus orbes, dejándose llevar por aquellos tímidos pero eróticos movimientos. Sus lenguas danzaron en un compás lento, conociéndose por primera vez; saborearon su gusto, indagaron en lo más íntimo; ahogaron más que solo suspiros entre sus bocas.
Touga le tomó por los hombros, aún sin deshacer el beso, bajo lentamente hasta encontrarse con las manos de su acompañante para así llevarlas atrás de su propio cuerpo, rodeándose en un cálido abrazo. Ahora sus dedos viajaron a tomar las húmedas mejillas del rubio, acariciándolas de manera tranquila.
El beso cedió ante el oxígeno, separándose solo lo necesario pues Kaien se negó a deshacer el abrazo. Aquella azulina mirada estaba prendida de él y deseaba seguir apreciándola lo más cerca posible, aún si se encontraba aturdido por el sorpresivo acto de su compañero.
Touga no dijo nada, no había nada que decir; tan solo dejó que asimilara lo sucedido y sacara sus propias conclusiones. Por su parte, él se permitiría amarle y dejaría que esos sentimientos que se incubaron en tan vulnerable momento florecieran.
Al diablo el estigma y tabúes; él lo amaba y no iba a negarlo; sus sentimientos por ese hombre eran tan fuertes que no valía ocultarlos, y no lo haría. Simplemente se dejaría llevar por ese sopor del amor que alivia los malos ratos y funge en un anhelo para querer continuar.
-Yagari.- Le llamó.- Gracias.- Nuevamente aquella sonrisa se hizo presente; las varoniles manos que tenía sobre sus mejillas nuevamente le brindaron suaves caricias, con tal delicadeza que parecía que podría romperse.
-No tienes porque.- Touga rompió el abrazo y le tomó por la cintura, halándole hasta que él mismo pudo acomodarse en el mullido sofá y dejar a Cross sobre su cuerpo a horcajadas. – Mejor dime lo que quiero escuchar.- Aquella voz, quizá más ronca de lo usual, le aturdía con solo escucharla.
Kaien le miró, no pudiendo evitar sonreír por lo que estaba presenciando. Él era el causante, eso era difícil de asimilar; nunca había visto a su compañero como algo más, sin embargo no negaría el hecho de que sintió algo con ese beso y deseaba sentir más. Era algo nacido tan repentinamente que parecía haber estado ahí todo el tiempo y que sin eso, realmente se irían todas sus ganas de vivir.
-Ámame…- Dijo quedamente, pero sin ninguna muestra de duda.- Ámame y permite que yo te ame. – Aquellos dorados ojos brillaban nuevamente.
Y por esas mismas palabras, Cross sería honesto y dejaría que aquellos sentimientos que le eran profesados de manera silenciosa entraran a su corazón envolviéndole en un cálido sentimiento que acogería con cariño hasta que él mismo se permita amarle.