Los rayos del sol iluminaron su habitación. Era temprano, casi las ocho de la mañana.
KyuHyun se estiró en la cama como un gato, y luego se quedó quieto. Parpadeó un par de veces y contuvo las ganas de estirar su brazo a su costado. Simplemente contrajo sus dedos.
Un suspiro salió de sus labios.
Resignado se sentó en la cama y restregó sus ojos con el dorso de su mano. Estaba en ropa interior.
Se puso de pie y caminó hasta el baño donde lavó su rostro y cepilló sus dientes. Se dirigió hasta el armario de dónde sacó un jean negro y una camisa rosa. El color favorito del mayor. Vistió todo eso y luego arregló un poco su cabello frente al espejo en el armario. Lo arregló poco ya que al mayor le gustaba con ese look rebelde, según él.
SungMin.
Su nombre salió de sus labios como si tan sólo pronunciarlo doliera hasta el fondo del alma. Y dolía. Dolía como si un millón de estacas se clavaran en el corazón.
Tratando de contener sus lágrimas fue a la sala y tomó su billetera y su teléfono. Con los zapatos de suela puestos, salió del apartamento con el mismo destino de todos los días.
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Saludó a SooYoung al entrar. La castaña le sonrió con dulzura al ver las flores en su mano. KyuHyun le devolvió el gesto.
Subió al ascensor y apretó el botón del piso 7. Y, cuando las puertas se cerraron, y se pudo reflejar en las paredes, la sonrisa que su rostro tenía desapareció por completo. Sus ojos se apagaron y apretó las flores, inconsciente de sus ganas de llorar como un niño buscando consuelo.
Cuando el ascensor llegó a su destino y las puertas lo dejaron salir, caminó despacio a la habitación 140.
Ahí lo estaría esperando.
Tomo la puerta y la rodó, para entrar y cerrarla tras de sí.
—Hola, hyung —dijo mientras se acercaba a la cama de SungMin. Retiró las flores marchitas del velador y colocó las nuevas.
SungMin dormía plácidamente.
KyuHyun tomó una silla y la acercó a la cama. Luego, tomó la mano del mayor entre las suyas y la acarició con su pulgar.
Y, después de pasar casi media hora a su lado hablándole de su vida, como si el mayor lo escuchara atento, rompió en llanto sin contener nada de su dolor. Soltó todo ese dolor que estaba acumulado en su pecho.
Habían sido los dos años más largos de su vida. Y sin él se sentía morir. Se sentía vacío. Solo. Y no poder hacer nada lo llenaba de una impotencia infinita.
—Por favor —habló entre hipidos—, regresa. No sé qué hacer sin ti —y las lágrimas sellaron esa frase.
En aquella habitación sólo se podía escuchar la respiración de un hombre dormido y el llanto de un hombre destrozado.
Ya que la página no permite escritos menores de 500 palabras, el texto que están leyendo ahora es de relleno. Es sólo de relleno.