Existen momentos y situaciones en el día que lo volvían una buena o mala experiencia en nuestra vida.
Eran estos momentos los que definían si valía la pena seguir con aquella rutina. Pues para bien o para mal marcarían un significativo cambio en la vida de cada persona, especialmente de aquellos que les gustaba vivir tal y como era su día a día.
Para Aomine Daiki la situación no era diferente.
¿Quién hubiera dicho que un choque para nada planeado cambiaria completamente su vida? Y es que el, un hombre ya de 27 años, con una prospera carrera y una estabilidad económica aceptable había caído sin querer en las redes del amor de un chico bajito y “sin mucha gracia” –según las palabras de uno de sus amigos- hace ya más de 5 años atrás.
Lo conoció un día cualquiera, la lluvia hacía estragos en la ciudad y el como buen oficial corría hacia el peligro con tal de que la ciudadanía estuviera bien protegida. Fue ahí cuando en su carrera por perseguir a un ladrón de relojes que había chocado con quien hasta la fecha seguía siendo su pareja.
¿Amor a primera vista? Quizá.
¿Accidente del destino? Posiblemente.
¿Noche desenfrenada de sexo? 100% confirmada.
Chocar con aquel chico fue… mágico, no iba a negarlo. Saberse el primero en tocarlo, robarle un beso, el primero en su cama, le hacían sentir el jodido hombre más afortunado del maldito planeta.
La mañana siguiente después de su primera vez despertó con la agradable sensación de una suave respiración rozando su pecho desnudo, sus brazos ceñidos en la cintura ajena con posesividad. Dios, en su vida había sentido tan agradable sensación invadiendo su mente y pecho. Por primera vez sentía que podía decir que estaba vivo.
Viviendo el momento más agradable de toda su existencia.
Y luego de esa noche vinieron mucho más, unas felices, otras no tanto y algunas más que preferiría olvidar más por nada por su inseguridad y celos que por poco perdía aquella persona que le levantaba la libido con solo pasar cinco segundos a su lado.
Momentos al fin y al cabo.
Y ahora podía afirmar a viva voz que estaba viviendo el momento más importante de toda su vida. Tanto en lo personal como en lo profesional.
-Estoy en casa- se anunció, aventando a un lado del recibidor su mochila con las cosas de la comisaria y un sinfín de cachivaches más que sinceramente no tenía intenciones de ver.
-Bienvenido Aomine-san- le respondieron desde la sala de su departamento. Con rapidez camino hasta ahí para ser testigo de una tierna escena que difícilmente podría quitársela de la cabeza –lamento no poder recibirlo como quisiera pero mi estado no me lo permite-
-No importa- le restó importancia al asunto, sentados a un lado de su pareja en el sofá, besando en el proceso los cabellos castaños del menor -¿se portó bien?- pregunto con ilusión, poniendo sus manos en el abultado vientre de su pareja.
-Es igual que su padre- contesto el castaño con una suave sonrisa –no está quieto por más que se lo pido- termino con una tierna risa, poniendo sus manos en su estómago, viendo con cariño al moreno que tenía por novio.
-Eso no es bueno- murmuro con una leve sonrisa, recargo su cabeza en el lugar donde crecía su hijo, sin atreverse a retirar sus manos de ese lugar –no molestes a mamá, hace todo lo posible para concertinos a ti y a mí y no parece correcto que le pagues así- le hablo con cariño a su bebé, recibiendo como respuesta una leve patadita de su primogénito.
-No está de acuerdo contigo Daiki- rio ante lo cariñoso que podía llegar a ser el a veces impulsivo oficial del que se enamoró. Una nueva patadita se hizo presente al punto de hacerle brincar un poco por el repentino movimiento –parece que habrá una rivalidad aproximándose-
-No es así- se negó Daiki –mamá es de papá y eso es definitivo campeón- el castaño sonrió antes las ocurrencias de su pareja.
Acaricio los cabellos azules con cariño, disfrutando de las caricias y mimos de su pareja. Respirando pausadamente como le había enseñado el médico para tranquilizar al bebé.
Para Sakurai Ryou eran esos momentos los que valían mucho la pena. Más que cualquier cosa en la tierra.
-Ryou- le llamo el moreno desde su posición, oyendo con tranquilidad y cuidado los latidos del corazón de su hijo y novio -¿te casarías conmigo?-
Y ahí fue cuando supo que todo por lo que había vivido tendría sentido en ese mismo instante.