Y este soy yo…
[1]
Siempre supe que era un Omega.
—Así que este chico tan lindo es Naruto-kun. —Dijo aquella vez una dama de negra cabellera y sonrisa resplandeciente.
Yo sonreí, porque es lo que los niños suelen hacer ante los extraños, y un chico como yo criado en una de las familias más acomodadas de todo Konoha no podía simplemente ser grosero con una mujer de la alta alcurnia.
Porque ella era, después de todo, la madre de mi pareja destinada.
—Oh vamos querida, tomemos una taza de té mientras nos ponemos al día. Naruto, ve a jugar al jardín.
—Si Naruto-kun, mi hijo seguro estará allí.
Obedecí aquella tarde en la que mi madre esbozaba una amplia sonrisa y se encaminaba al comedor junto a la que por quince años ha sido su mejor amiga. Yo nunca desobedecía las ordenes de Kushina, por mucho que estas llevasen impreso un cariño materno.
Afuera hacia mucho calor. Era primero de abril, la canícula se ensañaba en la ciudad y los habitantes vulnerables a climas estivales teníamos que soportarlo con lentes de sol y un poco de protector solar.
Tal vez debí negarme, tal vez debí ser un poco rebelde, como mis primos Deidara e Ino que no se dejaban intimidar por sus padres, tal vez debí ser más yo y menos como Kushina y Minato querían que fuera.
Tal vez así no habría tenido que sufrir tanto como ahora. Nunca comprendí porque mi fortaleza llegó después de que él me abandonara, quizá no era momento de tener temple de acero o quizá yo estaba cegado por una gruesa venda que me impedía ver la realidad tal y como era. No como la pintaban mis progenitores ni mis amigos.
—H-hola.
Recuerdo que en aquel inmenso jardín de narcisos, tulipanes y girasoles, mis favoritos. Caminé a una corta distancia de la puerta y eché una mirada en derredor; absoluta soledad. Tragué saliva y continué caminando, con las manos entrelazadas, dedos moviéndose nerviosos.
— ¿Quién eres? —de pronto, una voz hostil me llamó. Respingué y como pude gire mi cabeza, estaba totalmente asustado.
Una mirada de ojos negros se clavó en mi persona.
Mis padres estaban avergonzados cuando descubrieron que era un Omega, pensaron que mi examen había fallado e intentaron hacerlo de nuevo, con el mismo desastroso resultado.
Minato farfulló un par de cosas a Kushina y posteriormente ambos me miraron con algo de lastima. Yo no comprendí en aquel instante que significaba ser Omega y que consecuencias traería a mi vida.
—Me llamo Naruto Namikaze.
Él frunció el ceño y giro su rostro para que yo no pudiera reconocer el desprecio en sus facciones. Era un niño para comprender que significaba el mohín en sus labios y la manera en la que se cruzaba de brazos.
—Sasuke Uchiha.
[2]
— ¿De verdad te vas? —una súplica, quizá la última. Porque el amor propio es aún más grande que el orgullo.
Sasuke le echa una sencilla mirada por encima del hombro.
—Si —dice con simpleza, termina de cerrar la maleta. Está pesada, lleva ahí dentro todas sus pertenencias. No quiere dejarle nada a Naruto.
Nada con lo que pueda encaramarse cuando vaya a dormir y él no esté allí para consolarle.
—Está bien, dejaré las llaves en la cómoda y no olvides cerrar la puerta cuando te hayas ido.
Lo último que Sasuke alcanza a ver es la espalda estrecha de Naruto cubierta por una llana camiseta de lana de su universidad. Él espera que la esencia de su ahora ex pareja abandone todo rincón de la habitación para poder partir. Le molestaría tener que llevarse el aroma del Omega en la ropa.
Toma la maleta del aza, alzándola en el aire por cinco segundos para después colocarla en el piso. Arrastra junto con ella los recuerdos de todo lo vivido en ese apartamento.
Naruto ya no está, no es necesario comprobarlo, lo sabe de antemano. Naruto se ha ido antes de que él decidiera partir. Aún tiene algo de fuerza de voluntad para no hacerse daño, por eso decidió no esperar para rogarle que se quedara como a él le hubiera gustado que lo hiciera.
—Adiós, Naruto…
Y cierra de un sonoro portazo.