Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

No lo quiero por aries_orion

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Los personajes son de Tadatoshi Fujimaki, mía es la historia.

 

Los gemidos resonaban cual sinfonía acompañada de jadeos. Lo batuta era libre de mover a sus músicos en la dirección que él lo deseara. Le miraba con hambre, deseo y lujuria animal. La sonrisa, que se modificaba según los patrones, era cínica o dulce. El éxtasis acompañaba a la euforia ante tal concierto producido y guiado por él. El morbo de ver como los instrumentos se abrían ante su presencia era sublime. Sus oídos recibían las notas musicales con ansias y placer. Su cuerpo constataba el calor producido por sus instrumentos.

– ¡Ah!

El olor tenue de la sangre se empalmaba con el ya existente. Sus ojos no podían apartarse de lo que tenía enfrente, una imagen hecha por y para él. Cansado de sólo admirar, comenzó a tocar, suave, lento, como si se tratara de un instrumento viejo y el último en su clase.

–Ma-más… lento, ve más… lento, mgh…

El sudor corría libremente por aquel cuerpo sumiso, primero en contra, después, entregado en una voluntad total y abrumadora. Cada parte que tocaba se tensaba cual cuerda de violín produciendo un magnífico sonido, nacido de esos labios hinchados y rojos por su causa. Cada terminación nerviosa sabía cómo, dónde y en qué momento tocarlas para provocar la reacción que quería de él. Un hilillo de saliva se escurría por la comisura de la boca al igual que él, salivaba por ello. El pecho subiendo y bajando según los movimientos de su cadera, sus manos no tocaban sus partes íntimas, las ignoraba deliberadamente causando pucheros de segundos de parte del dueño del cuerpo bajo suyo.

­–Me encantas precioso… mgh, aprietas delicioso.

Los ojos reflejaban el deseo por sus palabras y acciones, los labios después de ello gritaban por ser mordidos y sumergidos en un ósculo fuerte, profundo. Animal. Eran esos momentos cuando los dedos contrarios dejaban el soporte de las sábanas para aferrarse a su piel, su espalda terminaría con marcas en un claro mensaje que no pensaba desmentir y mucho menos negar.

Sus dedos se deslizaban cual serpientes en los costados de su compañero mientras sus bocas seguían una batalla que nunca daba por finalizada la guerra. Los gemidos opacados eran deliciosos, sus ojos siempre en una lucha por cerrarse, pero la orden de su rey era clara “se prohibía hasta terminar el acto”, ¿La razón? Simple. Quería grabar cada expresión, jadeo y, sobre todo, los iris, esos ojos preciosos cual gemas recién pulidas le fascinaban. Haría cualquier cosa porque estos nunca se opacarán, no de nuevo… no como aquel veinte de septiembre, donde por primera vez, sus hermosas gemas perdieron su brillo marino.

 

-------2-------

 

Él detestaba el calor y él el frío. Amaba el chocolate y él las fresas. Detestaba lo salado y él el dulce. El demostraba sus emociones con palabras o gestos, él con acciones.

Diferentes como iguales.

Fuego y agua. Calor y frío. Negro y blanco.

Todo en un balance que no entendía como lo hacían, el miedo le carcomía las entrañas cada vez que veía la inclinación de la balanza. Sin embargo, su pareja venía, le miraba por segundos eternos para acto seguido sonreí y besarle, algunas veces terminaban en la cama, otras abrazados repartiendo caricias en el cuerpo contrario o simplemente sintiéndose.

Su relación se dio tan natural que cuando menos se dieron cuenta ya se encontraban perdidos en los ojos contrarios, en las acciones contrarias y, sin quererlo, en una batalla de poderío en un ósculo mágico apoyado por la misma naturaleza. La complicidad del acto fue interesante y divertido para ellos, pero no para sus compañeros que, perplejos les miraban sin entender qué pasaba.

En la casa del pelirrojo concluyeron su acto para darle pase al central. Ambos aceptaban al otro como pareja.

Los primeros meses fueron extraños pues aún les costaba asimilar que se encontraban en una relación. Tuvo que llegar una chica con claras intenciones de alejar al moreno de Kagami para que por fin a ambos les cayera el veinte de su estado. La reconciliación fue volver el cuarto en la representación de Kansas después de un remolino, con las respiraciones aceleradas, el cuerpo cubierto de sustancias y manos entrelazadas marcaron al contrario como suyo.

Kagami le pidió llevar las riendas en la noche de su primer aniversario como pareja, Aomine no se negó, pues, desde hace un tiempo tenía la curiosidad de sentir lo que el pelirrojo. Después de esa noche nada volvió a ser lo mismo.

Aomine no deseo regresar al mando del lecho, con el corazón latiendo desbocado junto con la vergüenza recorriendo su cuerpo, le dijo a su chico que le gustaría seguir siendo el pasivo en la cama, y, que si en algún momento él deseaba su puesto de regreso se lo cedería. Importándole tres cuartos quien tenía que, Taiga arrastró al moreno en una especie de luna de miel, no dejándole salir de su casa –mucho menos de la cama– para nada. Afortunadamente eran vacaciones de verano y tenía a una pareja exigente que complacer.

El tiempo pasó. Septiembre llegó y con ello el retorno a clases, sin embargo, el moreno comenzó a sentirse mal, algunos olores le daban ganas de vomitar, otros le hacían agua la boca y otros de plano causaban que regresara hasta la tráquea en el retrete. Pero, donde ya se asustó fue al casi desmayarse en plena calle, que, de no haber sido por un par de oficiales que pasaban por el lugar hubiera terminado en el hospital o muerto.

Pensó que sería sólo una infección o alguna enfermedad, pero nada le preparó para el diagnóstico que recibió.

–Debiste haber nacido como mujer, pero por alguna razón terminaste naciendo como hombre, tu cuerpo trabajaba para formarte como tal, dado que comenzaste a practicar deportes la testosterona ganó, tienes ambos aparatos reproductores que se encuentran acomodados de tal forma que no interfieren con las funciones de los demás ni entre ellos. Pero, ahora que has comenzado con tu vida sexual, protagonizando el papel de mujer… Joven Aomine, se encuentra en estado de gravidez, un mes recién cumplido. Felicidades.

 

-------3-------

 

Aomine no dijo la verdad. La negaba. Su mente asociaba sus malestares a una enfermedad o virus, pero no al diagnóstico real. Los papeles de sus resultados fueron guardados con candados y mentiras. Gracias a la exigencia de su respectiva carrera dejó de pensar. Sin embargo, el tiempo hizo su jugada. Las palabras en broma de parte de su familia, amigos y pareja le dañaban, se callaba todo, comía y dormía poco. Apenas y dejaba que Taiga le tocará, darle un beso era un esfuerzo sobrehumano, pero por más que intentaba alejarse de él, su cuerpo no hacía caso. Necesitaba a su pareja, el temor de aceptar y decir sobre aquel septiembre le tenía lleno de pánico.

No era miedo y mucho menos terror.

El pavor que sentía cuando alguien le miraba de más el torso le hacía colocar sus manos alrededor en una especie de protección, una creciente necesidad de ocultarse con lo que fuera le invadía, había buscado en la web algo que le ayudará a comprender mejor su situación, pero lo único que consiguió fueron innumerables páginas y blogs en relación a su sentir, los cambios en su cuerpo, el cómo adornar el cuarto entre otras cosas. Se sentía perdido, sólo y un fenómeno de circo.

A finales de octubre, tanto su cuerpo como mente, colapsaron.

Al despertar tenía dos agujas en cada brazo, una con sangre y la otra con suero. Su mente era un caos, su cuerpo se sentía pesado, tenía demasiado sueño como para intentar pensar en lo sucedido.

En su segundo despertar, una mujer de pelo negro ondulado le miraba mientras anotaba en su cuaderno. Un botón fue presionado y en minutos el mismo doctor que le atendió, apareció por la puerta.

–Veo que has despertado, ¿cómo te siente?

– ¿Qué pasó? – Su voz salió rasposa, como si en un buen tiempo no la hubiera usado.

–Sometiste a tu cuerpo a estrés y depresión graves, tu falta de alimentación, poco sueño y realizar actividades sin descanso provoco un colapso… Aomine casi sufres un aborto.

El moreno escuchaba atento. Ante las afirmaciones del médico no pudo refutar nada pues todo era verdad. Lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas, no fue consciente hasta que los sollozos se hicieron audibles hasta para él mismo.

–Aomine, ella es la doctora Stella, te ayudará en lo que tú le…

El moreno no le dejó terminar, entre balbuceos les dijo su sentir, el pavor que sentía, las palabras recibidas, las acciones, todo. Les contó absolutamente todo, segundos de terminar su relato cayó al mundo de Morfeo.

Al tercer despertar tenía a un Kagami abrazándolo mientras le acariciaba el cabello, algo que le encantaba sentir, le beso y las caricias pararon. No le miro.

–Los doctores nos han dicho, – Ante la oración del pelirrojo, Daiki se tensó. – nos han regañado a todos por la forma en la que te hemos tratado, nos dijeron que anteriormente habías venido para pedir un chequeo y que los resultados fueron… demasiado para ti, no nos quisieron decir que tenías, era tú decisión y ellos no tenían autorización… nos han advertido que la próxima vez que terminaras en el hospital íbamos a perderte.

Las lágrimas de Taiga caían sobre su cabeza, más no dijo nada. Su silencio no fue sólo para su pareja sino para sus amigos y familia.

La doctora le ayudó durante su estancia en ese cuarto blanco con olor a desinfectante y medicamentos. Antes de ser dado de alta, el doctor Shima le realizó una ecografía, el golpe fue duro, pero medianamente lo acepto. La doctora le dio varios consejos para revelar la verdad, además de darle su tarjeta por si llegara a necesitarla.

Regreso a casa en silencio. Por las noches se aferraba a Taiga y otras se quedaba contemplando la nada o el manto nocturno. No hablaba más de lo necesario con sus amigos y familia, ellos no exigían más de lo que él podía dar. Agradecía el regaño de parte de los doctores pues el silencio de parte de ellos le ayudaba a pensar.

 

-------4-------

 

Noviembre llegó tan rápido como se fue.

Los adornos navideños plagaban la ciudad, todos los negocios vendían con referencia navideña, aquello le causaba nostalgia como alegría pues era la única fecha, aparte de su cumpleaños, que le gustaba. Cada que pasaba por un puesto de dulces o juguetes sonreía o se acariciaba su pequeño vientre. Cuando no se encontraba Taiga, ponía seguro a la puerta para ponerse frente al espejo analizando su cuerpo. Sus abdominales iban desapareciendo, sus caderas –antes visibles y marcadas– comenzaban a ocultarse.

Sus ropas le lastimaban. Se frustraba cuando tenía cambios de humor, unos momentos tenía ganas de gritar y al otro de llorar, odiaba por segundos y a los siguientes ya reía como loco. No se entendía ni él mismo. Suspiro. Aún no había dicho nada pero tenía una idea para esa navidad.

Todos reunidos en la casa de Akashi, tanto familia como amigos y sus respectivas parejas, espero hasta el intercambio de regalos.

Con un gran tazón lleno de fresas y duraznos bañados en chocolate esperó por las reacciones. Todos confundidos le miraron, le interrogaron y él, tan calmado como si hablara del clima reveló su verdad.

El silencio reino por minutos, sus expresiones eran divertidas pero su antojo comenzaba a escasear. Al regresar tenía a una manada preguntando o gritando quién sabe qué, apenas entendida la pregunta contestaba tan relajado como nunca lo había estado. Les dejó hacer. Ni siquiera se preocupó por la reacción de su pareja.

Al regresar a casa Taiga le levantó la camisa, su vientre fue expuesto, un fuerte sonrojo apareció, le dio un manotazo al insolente para después echarse a llorar del miedo y la vergüenza. Se refugió en su habitación. El pelirrojo le hablaba tras la puerta, pero le ignoró. Se hizo un ovillo bajo las mantas, no creía a su pareja de insultarle de tal forma. Dudar de su palabra, buscar pruebas en su cuerpo como si le estuviera jugando alguna especie de broma, le desilusionó. El hecho estable de un abandono inminente le aterro más.

Se aferró a un peluche de conejo –primer regalo de Taiga para con él– cuando escuchó la puerta ser abierta. Su encogimiento se vio tras las sábanas, espero por las acciones del pelirrojo, pero estas no llegaron; sin darse cuenta cayó dormido.

Al despertar, la luz solar apenas se filtraba por la ventana, se giró dándole la espalda, pero antes de siquiera caer de nuevo al mundo onírico, una risilla se escuchó. Se tallo los ojos para despejarse.

–No sé si agradecer o maldecir a las hormonas por semejante espectáculo.

Aomine observó a Taiga, quien, recargado con las almohadas en la cabecera, le miraba con ternura. – Perdón por lo de anoche, me sacaste de línea. – Le beso. – Sigo sorprendido. – Le tomó del mentón elevando su rostro para quedar enganchado en los ojos rojizos. –Sin embargo, estoy sumamente feliz porque algo mágico nos esté ocurriendo, apóyate más en mi Daiki.

El beso suave muto a uno pasional. Las manos tomaron con confianza el cuerpo contrario forjándolo a su antojo. Los sonidos comenzaron a tomar posesión de la recámara y, por un momento, Aomine tocó el universo con sus dedos.

Después, un rico desayuno le esperaba en la cocina, principalmente, duraznos con chocolate.

 

-------5-------

 

El río toma su camino sin importar cuánta oposición se encuentre a su paso. Así, el pequeño se manifestó en un febrero loco. Los adornos navideños pasaron a ser rosas, los juguetes a chocolates o globos, los hoteles, restaurantes y cafeterías se encontraban a su máxima capacidad. Daiki detestaba salir ese día porque recibía un sinfín de cartas, regalos o bolsas llenas de chocolates de todos los sabores y formas existentes.

Lo odiaba porque su pareja también recibía. Sin embargo, el único capaz de borrarle su torcida sonrisa para colocarle un sonrojo enorme en compañía de una sonrisa de colegiala enamorada, era el regalo de parte de su chico. Aunque aquel día se vería opacado, no sólo por lo que acontece a su alrededor, sino, porque, mientras escogía manzanas, un golpe en su costado izquierdo logró detener su mundo.

Por primera vez, tenía una prueba innegable de la existencia de su… bebé. Esa cosa parecida a un melón se atrevió a mostrarse, a gritar, a hacerse notar.

Aomine no podía procesar lo que pasaba a su alrededor, no escuchaba sonido alguno salvo el aumento de palpitaciones de su corazón. La boca se le secó, un agujero de gusano se instaló en su estómago. Sin darse cuenta, una mano se fue al lugar donde el dolor se hizo presente.

–Daiki ¿sucede algo? ¿Te encuentras bie…? – Un golpe en el rostro y el pelirrojo calló. El moreno le veía furioso, pero con unos ojos brillosos. Apenas comprendía el porqué de la agresión.  –Oye ¿qué demonios…? – Pero nuevamente fue interrumpido.

–Es tu culpa. – Aomine metió a la bolsa varias manzanas para después arrojarlas al carrito. –Es tu maldita culpa, bastardo. – Se ocultó en el pecho contrario, no quería que lo viera tan vulnerable, no cuando se suponía debía sentirse emocionado por sentir al bebé.

Unos brazos le apachurraron contra el muro sólido de músculos que era su pareja para después recibir un par de besos en sus cabellos. – Eres todo un caso amor.

–Imbécil.

 

-------6-------

 

Le habían advertido que los cambios en su cuerpo serían totalmente diferentes porque su situación era algo surrealista y, sobre todo, porque era hombre; su organismo estaba acostumbrado a cierto ritmo, no al que ahora se le exigía.

Se encontraba con una simple camisa, la cual tenía el apellido, número y nombre de la escuela de su chico pintadas en ella, toda una delicia para su hormonado cuerpo. Aún recordaba la escena que le protagonizó a Kagami al negarle regresar a la universidad, al menos no en su estado. Refuto, grito, acusó, golpeo para terminar peor que una magdalena sin consuelo. Eran en esos momentos en los cuales se odiaba porque esa no era su forma de ser, él no actuaba así y mucho menos lloraba hasta por el pobre mosquito chamuscado de la lámpara.

Moqueaba cada vez que la cosa se hacía presente en su vida. Pero lo peor no era eso, lo siniestro era sentir su cuerpo tan caliente que a veces se sentía dentro de un volcán o el mismo núcleo de la tierra. Su pareja se encontraba en exámenes, no quería molestarlo con algo con lo que él podía lidiar e incluso con algo que antes controlaba a su antojo. Pero ahora, como en esta ocasión, no podría. Sus fuerzas eran drenadas, su mente sólo tenía una imagen en ella, su anatomía se estimulaba con cualquier roce. Patético.

Harto de todo, camino hasta el cuarto, se acomodó en medio; se subió la camisa y abrió sus piernas. Sus manos cobraron vida al igual que sus dedos. Aquello no era suficiente. Sus falanges no eran el miembro de Taiga, no le saciaban, no le llenaban. Siguió tocándose tan lento y sensual que incluso Narciso se hubiera enamorado de él. Con la respiración acelerada tomo su celular llamando al culpable de sus delirios.

–Dime Da…

–No es suficiente. – Sus manos recorrieron su pecho, un par de dedos se movieron con delicadeza sobre su pezón. – Mgh… No me importa si estás a mitad de una clase o examen, – La excitación comenzaba a tomar las riendas de su cuerpo, sus caderas cobraban vida y su nariz la hunde en la almohada de Kagami. – Quiero… ah – Tiembla, sus piernas vibran, su respiración cambia de ritmo como su corazón. – Estoy tan excitado que lo único que quiero es tu pene enterrado… – Gime, le llama, su dedo roza su punto, su miembro grita por atención. Cierra los ojos mientras imagina que sus manos son las de Kagami, siente la respiración golpeado en su oreja sin el celular de por medio. – hasta hacerme desfallecer de placer… Taig ¡ah!

Cuelga. Su sonrisa es envidiada por el gato Cheshire, pues sabe que con esa llamada su chico dejara lo que está haciendo para llegar a saciarlo en pocos minutos. Maldecía por momentos su estado, pero otros, como ese, lo agradecía porque podía hacer y decir cuánto quisiera sin la vergüenza fluyendo por su sistema.

Aunque ese poder era opacado con el odio a sí mismo por rogar caricias cuando antes él sólo las tomaba.

 

-------7-------

 

Abril. Segundo mes de primavera, la naturaleza se mostraba en todo su esplendor. Botones floreciendo, árboles frondosos, pastos verdes y suaves, ríos brillantes; el cielo azul plagado de pequeñas bolas de algodón. Toda una vista maravillosa.

Toda una mierda si a Daiki se lo preguntan.

En su mente no hacía otra cosa que maldecir a quien controlara el destino o universo, todo era amor y felicidad a su alrededor, pero lo único que él sentía y no quería, era el dolor en ninguna parte de su cuerpo, mucho menos en sus piernas. Vale aceptaba que poseía cierta vena masoquista, pero eso ya sobrepasaba sus límites, no podía caminar más de cuatro cuadras porque sentía sus piernas temblar, sus pulmones exigir aire y su corazón bombear como loco. No. Él no podía más con la situación. A veces, sólo a veces, hubiera preferido perder el parásito cuando colapsó, se hubiera ahorrado tantos malos ratos, gestos o acciones de las personas que lo rodeaban, y, sobre todo, la maldita abstinencia de su vida diaria y sexual.

Su autoestima comenzaba a ser nula, su cuerpo de dios había desaparecido totalmente para dar paso a una pelota de playa con patas. ¡Por Hades! No recordaba cuántas veces había llorado en los últimos meses por culpa de los cambios químicos en su cuerpo, sin contar que él rara vez derramaba una lágrima. Inhalo y exhalo. Se dio un pequeño masaje en cada pantorrilla –suerte que aún las podía alcanzar– para seguir su camino.

Paso por un establecimiento donde vendían malteadas y smoothie, dando como resultado un batido en su mano izquierda y la correa de Tai en la derecha. Porque si, un perro había sido el elegido para sustituir a su novio cuando él no estaba. Un regalo particular para el día del amor y la amistad.

Sonríe ante el recuerdo de ese día.

Kagami llegando con esa enorme caja, su discurso de “sé que te sientes sólo y no te atreves a llamar a ninguno de los chicos o tus padres”, para después pedirle abrir esa caja café con moño tinto. Su sorpresa fue grande al ver unos ojos desiguales, uno café claro y otro azul asemejando a un cielo despejado. El cachorro movía la cola mientras le veía sin hacer ningún movimiento más, como si le estuviera estudiando, esperó algún movimiento suyo para hacer algo. Aomine se sentía impresionado, ligeramente choqueado por lo que tenía enfrente. Su mano temblorosa acaricio al cachorro, la suavidad del pelaje le dio cosquillas en sus dedos, el calor le recorrió el cuerpo, un calor agradable. No podía describir lo sentido, su enojo se había disipado.

Con sumo cuidado cargo el can hasta el sofá donde se dio cuenta era una hembra. La pequeña le olfateo hasta restregarse cual gato en su vientre para terminar boca abajo sobre sus piernas y mirarle. Sonrió de lado, su mano viajó desde la panza hasta la garganta, ida y vuelta.

–¿Cómo se llamará? – No despego su vista del cachorro. El silencio reinó por unos minutos pues su cerebro apenas podía procesar lo ocurrido, miró a Kagami, esos ojos fuego que le incendiaban cual leña seca le miraban con ternura y amor. Un amor donde la venganza era el plato principal.

–Tai. –  No escucho réplica ante su respuesta, pero si recibió un beso largo y asfixiante.

La pequeña integrante de la familia resultó ser todo un huracán, mayormente se la pasaba en el jardín o pegada a los pies del moreno, gruñía cuando Kagami tocaba por mucho tiempo a Daiki o cuando le gritaba o molestaba, Tai salía quien sabe de dónde para brincarle al pelirrojo alejándolo de su amo. En esos momentos Taiga maldecía la hora de haberle regalado el cachorro.

Ahora Tai y él caminaban rumbo a la universidad de su pareja para entregarle una carpeta y USB para un trabajo que debía entregar hoy. Suspiro. Tai le ladro ladeando la cabeza y él sonrió porque, aunque sonara extraño, el can nunca le jalaba, siempre le obedecía o aparecía silenciosamente cuando él se encontraba decaído; como si le dijera que ella estaba con él, que no llorara o incluso –como en ese momento– que si se encontraba bien. La pequeña nunca jugaba tosco con él, pero si con Taiga. Ahí es cuando se maravillaba de lo sabía que era la naturaleza. Su pequeña cachorra era una mezcla de Husky y lobo, sus patas eran largas y enormes, una cola blanca muy esponjosa, orejas puntiagudas siempre en movimiento. Amaba ese animal.

–Estoy bien, sigamos o el tonto de Taiga reprobara.

Un ladrido se escuchó, ambos se pusieron en marcha mientras Daiki analizaba las diez cuadra que aún le quedaban por recorrer hasta la universidad.

Malditos dolores de espalda. Malditos dolores de pies. Maldito sol. Maldito Taiga que no tenía consideración con su adolorido cuerpo.

Taiga ya le esperaba fuera de la universidad. Se veía impaciente, se movía de un lado al otro, sus ojos de igual forma, pero a veces se quedaban en la pantalla de su celular. Sonrió. Ese hombre no cambiaba. Se acercó para ser recibido por un estupefacto pelirrojo.

–¿Has venido caminando?

–Me apetecía caminar. – Elevo los hombros para restarle importancia.

–¡Por dios Daiki! No puedes hacer eso, es mucha distancia pensé que vendrías en taxi.

Chasqueo los dientes. Giro su rostro observando una banca, camino a ella.

–¿A dónde vas?

–A sentarme. – Unos brazos se ciñeron a su cintura y un cuerpo se adhirió a su espalda cual garrapata. – Suéltame.

–Perdón. – Besó su coronilla. – Sólo no me asustes así.

–Mhm.

Se sentó, estiró sus pies, sus brazos se doblaron sobre el respaldo y su cabeza quedó colgando; el cachorro se echó a sus pies mientras bebía agua. Cerró los ojos, el viento y la sombra eran deliciosos para su cansado cuerpo. Sin embargo, tuvo que contener una sonrisa al sentir como unas manos le abrían las piernas, una rodilla se posiciona delante de su zona íntima sobre la banca, brazos a cada lado de su cuerpo y unos labios en su cuello.

–Tus cosas están en la mochila.

Esa fue su señal para alejar a Taiga de su cuerpo, ambos se miraron, sonrieron, un último beso y retorno a la universidad.

Daiki se quedó un poco más, pero antes de levantarse una punzada en su vientre se hizo presente, espero a que pasara, se levantó y comenzó a caminar.

Cinco cuadras bastaron para que el dolor fuera tan insoportable como opresivo. Su mano se aferró a un poste de luz mientras la otra sostenía su vientre, apenas pudo hablar, pero una mirada bastó para que Tai retornara en busca de su otro dueño.

 

-------8-------

 

Junio, mes del comienzo del calor. Maldito y sofocante calor, lo detestaba igual o más que el invierno. No obstante, eso no lo tenía de mal humor, sino las constantes críticas de sus amigos y familia, ni se diga de la decepción o desilusión de parte de su pareja.

Él trataba por todos los medios de distraerse, de ignorar su entorno o si podía dormir hasta que su cuerpo le gritara por movimiento. A veces – no sabía porque – su mente se perdía ante cualquier paisaje, podía pasar horas mirando el cielo, el infinito o el constante ajetreo de la naturaleza. Pese a ello, lo que más le afectaba era ver a mujeres u hombres con niños a sus lados o en brazos. Por instantes derramaba lágrimas, pero ningún sollozo era producido. También, se reproducía una y otra y otra vez como un disco rayado el día en que una enfermera entró sonriente a su cuarto para llevar al nuevo integrante de su pequeña familia.

Todos en ese espacio de siete por siete, amigos y familia, se empujaban o gritaban turnos para ver o cargar a un bulto envuelto en amarillo. Los miraba pasándolo de brazos en brazos, pero nada sentía, no comprendía por qué tanta felicidad por algo que le había dañado en varias formas. Al llegar su turno, la algarabía fue sepultada por un silencio cruel y lleno de incertidumbre, sus ojos no perdieron detalle de esa cosa en los brazos de Taiga, quien después decidió actuar acercándose a él. Al verlo a unos cuantos centímetros de su persona no pudo evitar gritar.

–¡No te acerques! – Un nudo horrible se instaló tanto en su estómago como en su garganta. Se aferró a las sábanas como si estas fueran un escudo de hierro, Taiga volvió a acercarse tendiendole la cosa. Recibió un manotazo de su parte, se deslizó hacia atrás todo lo que las almohadas se lo permitieron, pero el constante parloteo a su alrededor comenzaba a crisparle los nervios, buscaba en el suelo a su cachorra. Su escudo. Eso se acercaba y Taiga no se detenía. –Basta. Basta, entiende… comprende que no lo quiero. ¡No lo quiero!

Sus gritos fueron lo suficiente para que su médico, seguido de varias enfermeras, desalojara su cuarto. Le dieron tranquilizantes, pero ni con todas esas pastillas, miradas o sermones lograron que cambiara de opinión.

Él no quería aquello que se alimentó de su cuerpo.

Ahora no soportaba ni estar en la misma habitación que él, su llanto le taladraba el cráneo y los oídos, no tocaba nada que le perteneciera. Kagami le había hablado de tantas formas y maneras, pero su respuesta era la misma. Sus amigos y familia, de igual forma, trataron de hacerle ver su error, pero el resultado fue el mismo.

Él no deseaba, ni quería tocar esa cosa.

Kagami le dio un ultimátum. Tai se volvió su soporte, su presencia le tranquilizaba.

 

-------9-------

 

Agosto.

El único mes de su agrado. Ni muy caluroso ni muy frío o lluvioso, era un tiempo donde se la pasaba contemplando el mar o en la playa, ya sea sentado, caminando o comiendo. Amaba el mar porque era lo único en toda la faz de la tierra que lograba calmar sus bestias.

Kagami le había seguido en compañía de la cosa aún en contra de su voluntad y la de su grupo, pero ahí estaban. Él perdiéndose en aguas turbias mientras su acompañante cambiaba desechos, preparaba alimentos o dormía. Mentiría si dijera que no extrañaba su presencia, pero el silencio se había vuelto su protección después de aquel día de abril. Callar era lo mejor que sabía hacer; e ignorar era mejor que enfrentar una realidad no deseada mientras sus manos recorrían el suave pelaje de su can.

Desde hacía un tiempo la curiosidad comenzaba a crecer como una hiedra, se filtraba por su mente como la humedad sin importar nada. Sus ojos se movían sin su consentimiento hacia esa cosa y Taiga. Tai casi no se apartaba de él, como si estuviera en espera de un colapso para salir en su rescate.

Pese a ello, su inminente derrumbe fue un día lluvioso, en el cual Taiga tuvo que salir en busca de suministros para los tres. Un llanto se manifestó en la casa, lo ignoro. Prendió la televisión e intentó perderse en la estampa tras la ventana, pero nada fue efectivo. El llanto seguía, sin misericordia apuñalaba sus canales auditivos, su irritación subía como la marea. Harto del ruido se paró, con pasos fuertes se dirigió a la habitación donde provenía tal sinfonía de martirio.

Conforme se acercaba el enojo y la determinación a callar el suplicio se iban aminorando, su corazón comenzaba a tornarse en un palpitar frenético, sus piernas se dejaban de sentir por cada paso dado, su respiración se hacía débil. El silencio se volvió sofocante y aturdidor. Su mano se detuvo en el picaporte temblando, su mente en blanco no podía formular la necesitada orden. El grito de Taiga llamándole le regreso sus sentidos, ofuscado y enojado consigo mismo retrocedió, miro la puerta como si esta aguardará los secretos más valiosos del universo para girar los pies e irse de ahí. Se topó con un pelirrojo empapado subiendo las escaleras, pero le ignoró. Se refugió bajo las mantas y el ventanal de la sala mientras era acribillado por la naturaleza bajo un cielo luminoso por instantes. A sus pies o al lado, Tai se echó.

Después de aquella noche, Daiki busco los brazos de Kagami bajo cualquier pretexto, pero estos le eran negados. Dolido por su rechazo comenzó a perder el apetito, su mente se sumergió en un trance, su cuerpo débil y sus ojos no podían apartarse de la nada, como aquel abril.

Otra tormenta. Otra noche sin poder dormir. Otra noche contemplando a su pareja agotada.

La sinfonía natural fue interrumpida por un nuevo llanto, le escuchaba lejano pero nítido, observó a Kagami más sumergido en los mares del sueño que en el intento de despertar. Cansado de su mundo sin ton ni son se levantó. Al estar frente aquella puerta, se sintió peor que Alicia tras la pequeña puerta, salvo que detrás de la suya no le esperaba un mundo surrealista ni un conejo al cual seguir. Inhalo y exhalo. Su corazón galopaba cual salvaje. Sus piernas se movieron sin comprender del todo las órdenes de un rey blanco.

Un espacio rodeado de oscuridad, alumbrado por los relámpagos y la luz de la calle, una cuna se dejaba ver en el centro. El llanto se hacía fuerte por instantes para después ser un mero murmullo. Lento, inseguro, temeroso de lo resguardado por los barrotes de madera se acercó, sus ojos se toparon con unos pequeños luminosos, ningún sonido se reprodujo de ambos dueños.

Daiki se perdió en ellos como solía hacerlo con los de Taiga. Poco a poco fue descendiendo, analizando, comprendiendo eso que se encontraba acostado en la pequeña cama, un par de brazos pequeños como sus dedos, un cuerpo cual bellota, un par de piernas delgadas como si rara vez le dieran alimento. Un rayo conecto con otro y la luz duró diez segundos, los más sorpresivos y hermosos diez segundos, pues esos ojos eran una copia de su delirio personal. Intensos, profundos y maravillosos.

Curioso cual zorro prendió la pequeña lámpara que se encontraba a un lado de la cuna. La luz fue tenue pero suficiente para apreciar a la cosa, quien poseía su mismo tono de piel y cabello, sus rasgos aún no podía identificarlos así que extendió sus manos a él. Nervioso sus brazos se comenzaron a acomodar para tomarlo, pero se detuvo a milímetros ante la sonrisa y los balbuceos dados como si intentara hablarle, una manita le extendía la pata de un peluche.

La ternura fue sustituida por el asco, las ganas de tocarlo se esfumaron como humo. Observó esa cosa moviéndose cual babosa en sal, era algo… grotesco pero hermoso. Ver a ese ser que durante meses le chupo nutrientes, le alteró su sistema y vida, le provocaba cosas que no sabía cómo definir. Abrumado por la vorágine de sentimientos se aferró al barandal de la cuna. Analizó cuál científico el cuerpo contrario, y, mientras más lo hacía su río interior se sosegaba. El pequeño se llevaba la pata del muñeco a la boca balbuceando, sus ojitos se movían a él y al peluche.

Le retiro con sumo cuidado el mono para tomarlo en brazos, el calor le recorrió como un rayo, su corazón latía lento como su respiración, sus ojos observaban un descubrimiento sublime. Su dedo fue apresado por una manita suave, sonrió ante la acción para ser recompensado por una risilla infantil. Por primera vez el sentimiento de protección hacia alguien se volvió tan fuerte como abrumador, el nudo que hacía tiempo no sentía regreso. El asco y la repulsión aminoraban ante la ebullición de añoranza y alegría.

No se movió de su lugar, sólo miraba las acciones de aquello en sus brazos. Alguien le llamó más no prestó atención pues no quería dejar de mirar lo que en sus brazos yacía. Se sobresaltó al sentir unas caricias en su cadera para después ser jalado con extrema suavidad hasta quedar sentado en algo duro. Levantó la mirada para toparse con otros ojos rojos. Se sumergió sin pena ni gloria en ellos al igual que en los labios.

Sólo miradas. Solo caricias. Sólo pequeñas acciones se necesitaban para comprenderse y decirse todo aquello que en su momento no se dijo.

 

-------10-------

 

Nuevamente octubre se hizo presente.

Un eterno ciclo, pero con nuevo tiempo a devorar.

Kagami no paraba de reír internamente ante el constante movimiento y parloteo que sostenía Daiki con su madre a través del móvil. ¿Quién hubiera pensado que detrás de una fachada ruda e indiferente se encontraba un ser con un corazón de pollo? Nadie. Esa fachada era tan sólida que incluso a él le costaba penetrar. Tuvo que llegar un pequeño cachorro para resquebrajarla. Divertido y un tanto impaciente se paró de la mesa, con cuidado le quitó el teléfono para hablar él.

–Eres madre también, cuídalo por favor. – Su moreno le veía incrédulo, a punto de replicarle le tomó de la nuca para comenzar un beso prohíbo para menores de quince. – Él estará bien, ella es tu madre, amor.

–¿Por qué teníamos que viajar sin ellos?

–Porque me quería acercar a ti sin tener que recibir una mordedura o de que me dejarás prendido sin meterte a bañar por atender un llanto.

–Eres un idiota.

Kagami le sonrió, le besó, sus dedos bajaron hasta los amarres del pantalón contrario para abrirlos, después, sacó la camisa y acto seguido un par de piernas y brazos ya se cernían a su cuerpo cual koala.

Camino escaleras arriba hasta la habitación donde con sumo cuidado depositó su carga. Le vio, analizó y sonrió ante la imagen en la cama. Daiki con una sonrisa preciosa, un sonrojo igual a una fresa madura, su pecho subía y baja irregularmente; su vientre marcado con una pequeña línea vertical, su miembro erguido cual mástil y unas piernas tonificadas y abiertas en espera de recibir atención. Toda una imagen que llevaría a caer en el pecado más placentero y bajo. Incluso Dios caería ante la tentación.

Lástima que ese demonio ya tenía dueño, uno al cual no le gustaba compartir.

Los besos buscaban extraer todo del contrario, sus pieles se friccionaban al igual que sus miembros, el placer comenzaba a tomar la batuta de esa orquesta, pero el recibidor no cedía.

–Deja de pensar en él.

–No puedo, quiero estar con él Taiga.

–Lo harás cuando regresemos.

–Pe…

No le dejó continuar. Acaricio y beso hasta lograr controlar a su instrumento salvaje. Como pudo se deshizo de sus ropas y de las contrarias. Se colocó encima de él deseoso de comenzar a tocarlo, de escuchar las notas entrar por sus oídos mientras presionaba los botones necesarios para dirigir la orquesta.

Se encargó de afinar esos labios carnosos, de preparar ese cuerpo candente, de tranquilizarse para no dañar su instrumento favorito porque eso no se lo perdonaría, aunque este le pedía en susurros suaves que lo hiciera sangrar. Lo provocaba con las ondulaciones de cadera, lo seducía con esos pares de iris brillosos por la lujuria naciente.

Sonríe ante la invitación descarada para comenzar la función a puertas cerradas. Las órdenes estaban dadas para ese mecanismo exigente que no se permite tocar por cualquiera. Se droga ante el olor producido por los primeros toques, las notas comienzan a nacer y danzar a su alrededor. Sus dedos cosquillean, tiemblan por la exquisitez que puede tocar sin restricciones.

Sus caricias y besos se detienen, se eleva sobre sus piernas cual rey admirando el paisaje sublime. Sonríe ante la exclamación de respiro de parte de su instrumento predilecto. La alegría recorre su cuerpo al ver el cambio, la transformación de su chico.

El miedo, el rechazo y otros sentimientos más que no puede recordar, pero que estuvieron ahí, fueron asesinados por su pequeña cosita frágil.

Ahora Taiga no sólo tenía que cuidarse de recibir una mordedura, ahora, debía cuidar de no recibir el abandono instantáneo de sus preciosos ojos marinos por acudir al llamado de su hijo.

Sonríe ante el recuerdo pues por las próximas horas su instrumento se volverá exclusivo.

Sólo para él. Sólo de él.

 

Notas finales:

Espero os haya gustado. Nos seguimos leyendo en otra historia loca producida por mi cabecita loca. Gracias por leer.

Yanne. :D


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).