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Uno para todos. por Raes

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23 de enero, día de locos.

 

O más bien día loco para el teléfono de casa de la familia Yoo.

 

Era la cuarta vez en la misma hora que el teléfono sonaba. La señora de casa recogió el tubo ya sabiendo quién llamaba, puesto que los anteriores llamados también los respondió ella escuchando la misma voz suplicante. Su mirada se posó en su pequeño hijo que disfrutaba de un pedazo de tarta de frutas junto a un vaso de leche. YoungJae no la miró, su concentración estaba en no manchar el mantel blanco por fuera de su individual para comidas con impresiones de conejos.

 

“Oh, hola DaeHyunnie~” cantó al teléfono la señora fingiendo sorpresa “muy bien, gracias, ¿y tú cómo estás?” YoungJae miró a su madre de soslayo y descubrió que seguía mirándole. Inmediatamente negó con su cabeza masticando un pedazo de dulce postre. “Sí, él está aquí pero está merendando” nuevamente volvió a negar pero esta vez tragando lo de su boca. No quería hablar con él, estaba enojado. Mucho. “De acuerdo, él escuchará”

 

  La señora Yoo dejó el tubo telefónico sobre la mesa de la cocina y activó el altavoz, primero dejando escuchar un murmullo lejano de la voz del otro niño  pasando a un titubeo torpe.

 

“YoungJae~ no te enojes” comenzó diciendo “no te enojes conmigo. Vayamos a jugar. ¡Juguemos, juguemos!” pidió rogando.

 

  YoungJae pareció no prestarle atención al mensaje porque no respondió, no miró el teléfono siquiera o a su madre. Con intención de volver a sus bloques de plástico, terminó por beber de su vaso de leche hasta la última gota, sin embargo, para su mala suerte, su madre le indicó que se quedara allí mientras se despedía de la mamá de DaeHyun y daba fin al llamado. Suspiró sacudiendo sus labios al aire provocando un sonido gracioso.

 

            –Jae bebé –las suaves manos de su madre le acariciaron las mejillas– ¿estás enojado con DaeHyun? ¿pelearon? –le acomodó su fino cabello corto que caía sobre sus cejas, manteniendo el silencio esperando a que su hijo le contestara, a su tiempo.

 

  No respondió enseguida, YoungJae se quedó callado perdiéndose entre los objetos de la alacena, haciendo un tour visual por los frascos de café que él no tomaba y el frasco con escasas galletas del supermercado. Estaba muy enojado, incluso en ese momento estaba volviéndose rojo recordando su mediodía de juegos con su amigo vecino de enfrente, el sólo recordar le hacía fruncir los labios en un mohín, una imagen que demostraba más ternura que cualquier otro estado. Finalmente comenzó a jugar con las migas de la tarta haciendo sonar el plato con la cucharilla.

 

            –Siempre quiere ser Darta… ¿Dartanan? –detuvo todo movimiento y miró inclinando su cabeza hacia su madre.

            –¿D’Artagnan? –le ayudó la mujer.

            –Sí, ese –asintió–. Siempre es el mosquetero principal y si le digo que yo quiero ser… ese, él se enoja –la congoja en sus palabras le hizo reducir la intensidad en sus palabras, desviando la mirada de su madre nuevamente al plato con migajas.

            –¿No te gusta ser Porthos, Athos o Aramis?

            –No… Porque el principal es Dartanan y es el que protege al príncipe y alrey, y a todo el reino. Yo quiero ser ese mosquetero y le digo que elija a otro pero no quiere. No voy a jugar más con él –decidido cruzó sus brazos sobre su pecho y negó con ímpetu desarmando el peinado improvisado de su madre.

 

  La señora pensó observando a su hijo. Era entendible el enojo de YoungJae y por qué no quería hablar con DaeHyun por teléfono. Los tres mosqueteros era el cuento preferido de YoungJae y D’Artagnan su mosquetero favorito. Le pedía que le leyera ese libro con dibujos ilustrando cada escena porque así se imaginaba estando allí en esos tiempos donde los caballeros montaban a caballo y luchaban con una espada por lo justo. Por eso también fue que para su cumpleaños número cuatro, pidió como regalo un juego de espada, capa y sombrero -similar al de los dibujos del libro- que había visto unas cuantas veces en el centro comercial. Y como su mejor compañerito de juegos era el niño de enfrente, DaeHyun pidió para su cumpleaños número cinco del mismo año, el mismo juego de vestimenta así se volvían ‘los dos mosqueteros’. Pero el inconveniente había llegado inevitablemente, ambos querían ser el mismo personaje.

 

  Tras una leve caricia en la espalda del niño, la mujer concluyó su silencio.

 

            –¿No han pensado en turnarse? Un día uno hace de D’Artagnan y otro día hace de otro, así se divierten mucho más.

 

Reacio a su petición, YoungJae se mostró indiferente a su propuesta. Dejó las migajas en paz y su inmovilidad hizo suspirar a su madre.

 

  ¿Por qué deberían turnarse, si él fue quien le dijo que Los tres mosqueteros era el mejor cuento que jamás le haya leído su madre? Gracias a él, DaeHyun  había corrido a su padre y le había pedido que le trajera de su trabajo ese libro del que tanto YoungJae le hablaba. Y le había encantado. Tanto que una semana después, ambos niños combatían en el patio del menor, sosteniendo unos palos de madera fingiendo estar en un revuelo a las afueras del castillo, sacudiendo con maestría sus espadas.

  Es por eso que no iba a aceptar soltar a su personaje favorito así como así, porque estaba molesto, como todo niño que no consigue lo que quiere, estaba muy molesto con el niño vecino de enfrente que gesticula en sorpresa por todo y en plenos juegos se la pasa comiendo alguna cosilla que anduviera al alcance de sus manos. Así que no, no lo iba a aceptar.

 

**

 

  Decir que estaba emocionado era poco. Lo primero que hizo al despertar, fue ir enseguida a la bolsa que su madre compró el día anterior con el cotillón especial por día de su cumpleaños. Recibió dos gritos de su madre, a la tercera le fue a buscar al patio encontrando a YoungJae rodeado de seis globos de colores inflados de casi el mismo tamaño mediano.

  Esa tarde le harían su cumpleaños, una fiesta en casa con sus compañeros de escuela y algún niño vecino que asistiera a otra unidad académica. Le entusiasmaba que ya llegara la hora, era la primera vez –en sus largos cinco años de vida– que contrataban un inflable enorme para su pequeña estatura junto a otros objetos para divertirse; pelotas, aros de hula, pizarrón con tizas de colores, todo por supuesto puestos en el patio mientras el sol pegara en el verde espacio. Además, ahora podría responder con su mano extendida enseñando sus cinco dedos cada que alguien le preguntaba por su edad, como lo hacía DaeHyun.

 

  Y hablando de él…

 

  Es cierto, el día anterior estaba enojado y disgustado con el niño vecino de enfrente, pero ahora, mientras saboreaba su chocolatada caliente junto a sus padres, pensó si él vendría a su fiesta. Tal vez él estaba enojado también y no lo visitaría en su cumpleaños, o peor aún, no le volvía a hablar por días, ni siquiera en el recreo de la escuela.

 

  Se quejó suave terminando su desayuno, y para estar tranquilo le preguntó a su madre.

 

            –Vendrán todos mis amigos, ¿no?

            –Claro que sí –le contestó la mujer– todos ellos estarán aquí en la tarde. No te preocupes.

 

  Con la tranquilidad llenando sus oídos, se permitió sonreír sereno.

 

**

 

  Pasada una hora de la hora de iniciación de la fiesta, ya algunos chicos habían llegado cargando sus obsequios envueltos en papeles de colores o con dibujos de autitos. YoungJae estaba perdido en el patio correteando de aquí para allá soltando risas estruendosas. Lo único que ocupaba su mente en ese momento era no permitir que el chico con los guantes rojos enormes lo alcanzara y tocara congelándolo, porque eso significaba que perdería y por nada del mundo eso estaba en sus planes. Así continuó saltando y corriendo, brincando en el inflable con los rayos del sol sobre sus cabellos, saltando obstáculos en una carrera improvisada por ellos mismos. Los jugos en la mesa de comida estaban todos mezclados, a medio tomar, y los snacks bailaban sobre el mantel fuera del plato.

 

  El tiempo avanzó y el sol comenzó a descender, obligando  los niños a dejar el patio e ingresar a la sala a continuar su diversión con más calma.

 

  La torta aguardaba en la cocina, una de dos piezas montadas una encima de la otra con adornos en merengue coloreados de amarillo. Era gracioso para su madre, el pastel sólo poseía dos colores y un muñeco de adorno, pero los adornos de cumpleaños eran multicolores. Era justo como su hijo; por un lado era así, alocado, ruidoso, sorpresivo y juguetón, terco también, y por el otro era tranquilo, ordenado, detallista a pesar de su edad. Era un combo.

 

  La hora de cortar la torta se acercaba y con ello el final de la fiesta. Fue entonces que YoungJae comenzó a sentirse incómodo. DaeHyun no había llegado.

 

  Una semana atrás, cuando el niño levemente mayor se enteró de la fiesta cumpleaños de YoungJae, le dijo que iría seguro y se comería hasta el último pedazo de pastel que tendría, que jugaría con él toda la tarde y le hablarían a los demás niños sobre su reinado que protegían con sus espadas. Claro que los únicos mosqueteros iban a ser ellos, no los demás. También le dijo que su regalo sería el mejor de todos y que sería el primero en llegar y el último en irse.

 

  Pero no cumplió. Él no estaba en su cumpleaños. Él no le saludó.

 

**

 

  Lo típico era comer la torta de cumpleaños y fin de la fiesta, sin embargo YoungJae pidió si por favor podía abrir los regalos. En realidad no lo pensó demasiado, ni qué estaría logrando con eso, en el fondo quizá creyó que así le daría tiempo extra a su niño vecino de enfrente para que cruzara y asistiera a su fiesta aunque sea unos cuantos minutos. Tenía esperanzas.

 

  Ya no estaba enojado con él. Nada de nada.

 

  Una pelota, un juego de ladrillos, una pistola de agua (para verano), un set de seis autitos de carrera, un oso de peluche (seguramente ese haya sido regalo de las únicas tres niñas que asistieron sólo porque eran vecinas de YoungJae), y así los juguetes fueron siendo depositados en una mesa apartada, con los envoltorios todos desparramados por el suelo bajo la atenta mirada de muchos niños. El último obsequio fue el de su abuela, que como esperaba… era ropa. Todos aplaudieron, no sólo por los regalos sino también porque lo mejor se acercó al fin: el pastel de cumpleaños.

 

  Repentinamente, el timbre de la casa sonó. Sus ojos enseguida se voltearon hacia la puerta expectante por quién aparecería por ella.

 

  No podía ser… ¿o sí? Esperaba que sí.

 

  En cuanto la puerta se abrió, DaeHyun apareció  empujando una caja grande para su tamaño de cuerpo, envuelto en un papel azul horriblemente plegado. Los ojos de YoungJae se iluminaron enseguida, casi grita emocionado porque su amigo había llegado. Tarde pero seguro. Con fuerza y determinación, DaeHyun empujó la caja sin recibir la ayuda de nadie, ni de la señora Yoo quien se ofreció amablemente. Todos los niños se acercaron hasta la puerta, incluso los que ya habían corrido hacia la cocina. Lo más llamativo tal vez, fue el disfraz que llevaba puesto DaeHyun, ya que ninguno de los presentes asistió siquiera portando una máscara, al menos. Traía puesto su sombrero con grandes plumas rojas apuntando hacia el techo, su espada de plástico descansaba colgando del cinturón negro y la capa roja y negra cubría por completo su espalda hasta por debajo de sus rodillas; estaba vestido como mosquetero.

 

            –DaeHyunnie –le llamó la madre de YoungJae sorprendida por su repentina aparición. Detrás del niño, su madre le acompañaba sosteniéndole su abrigo en los brazos.

            –¡Viniste! –gritó alegre el cumpleañero, riendo por cómo el gran sombrero tapaba parte del rostro de su amigo. Rió contagiando su risa al resto de los niños, pero el recién llegado se mantuvo calmo. Una vez la madre del niño ingresó permitiendo cerrar la puerta, se dispuso a hablar, dudando de cómo comenzar.

            –Perdón por llegar tarde, pero no conseguía una caja así de grande –YoungJae miró el objeto y luego devuelta a DaeHyun– ¡Ábrelo, ábrelo!

 

  Con mucho más entusiasmo del que había demostrado en la tarde, YoungJae despedazó el envoltorio revelando una simple caja color marrón recortada en sus lados con formas similares a un cuadrado, o más bien luciendo como ventanas. Por fuera estaba pintada con fibras los detalles de lo que parecía ser una torre y una puerta elevadiza con cadenas. Dentro, encontró una caja más pequeña y la abrió, descubriendo el atuendo de un hombre de la realeza.

 

            –La caja es tu castillo –cantó DaeHyun señalando la puerta diminuta– es más grande pero esto es… –dubitativo, llevó sus manos a su rostro achicando los ojos tratando de recordar la palabra exacta, fallando en su intento. Buscó en un segundo la mirada de su madre en ayuda y regresó su atención a YoungJae– simbólico.

 

  Con paciencia, despejó lo que traía el set de ropa, descubriendo que había una corona allí dentro; el atuendo era el de un príncipe. Una capa larga dorada y blanca, una espada con pequeñas piedras plásticas añadidas en la empuñadura, un par de guantes a juego con la capa y una corona dorada que calzaba perfecta en la cabeza de YoungJae. Era un auténtico príncipe.

 

  El niño más lindo de la fiesta.

 

            –Peleamos porque los dos queríamos ser el mismo mosquetero que cuida al reino y a su rey. Pero mejor si tú eres el príncipe, así también cuidarás a tu reino. Y yo cuidaré de ti

 

  La sonrisa formada en YoungJae fue tan amplia que emocionó a su propia madre. Lo había visto muy serio y agobiado el día anterior, más cuando le contó sobre su pelea con DaeHyun. Desde que sus madres habían descubierto la completa compatibilidad en varios gustos que poseían sus hijos, los había vuelto muy cercanos. Pasaban los días libres jugando en la casa de uno de ellos y otras veces hasta se quedaban a dormir. Tal vez por eso fue que YoungJae se sintió un poquito mal al notar que su amigo de siempre no se aparecía en su cumpleaños, el enojo le pudo haber durado todo un día, sin embargo eran enojos pasajeros propios de un niño, esos que duran hasta que el sueño te vence y te limpia el alma de cosas innecesarias.

 

            –Y ahora… –susurró YoungJae elevando su espada y nueva adquisición de nobleza– ¡el pastel!

            –¡Sí! –lo acompañó un bullicioso DaeHyun imitando su gesto en el aire.

 

  Enseguida fueron resonando sus pasos hasta la cocina dándole por finalizada a la tortura que fue esperar por esa delicia de chocolate y crema.

 

 

**

 

 

            –Siempre fui un príncipe.

            –¿Tan seguro?

            –¿Entonces por qué me has regalado ese juego de ropa de príncipe cuando cumplí cinco años?

            –Lo hice porque te enojabas todo el tiempo. Eras irritante.

            –Como digas.

 

  El oscuro cielo azulado les cubría en completa totalidad, libre de nubes paseándose por ahí o una luna a medio menguar, salvo alguna estrella desperdigada en el firmamento sirviendo como una lucecita de adorno en una pared inmensa. YoungJae se quedó contemplando una en el lapso  de tiempo que se mantuvieron callados. El silencio propio de la noche, pasada la medianoche, traía consigo el leve murmullo de las hojas del árbol crecido de la casa de los Yoo que se mecía con la leve brisa invernal. Hacía frío, pero lo suficiente como para ser tolerado por ambos chicos subidos al techo de casa aun si este ni siquiera fuese una terraza.

 

  DaeHyun también observaba una estrella… una humana.

 

  Ahora, en sus veintitrés años, seguían igual de juntos. Vivían en el mismo lugar y YoungJae seguía llamando ‘niño vecino de enfrente’ a DaeHyun porque eso era lo que era, valga la redundancia, un niño. Gritaba como uno y hasta le peleaba como uno. Tenían incluso discusiones absurdas a veces, aunque a diferencias de cuando eran pequeños, no terminaban enfadados sino envueltos en risas por las incoherencias que soltaban.

 

            –¿Recuerdas ese cumpleaños? –preguntó de pronto DaeHyun frotando sus manos sobre sus pantalones para así lograr calentarlos–. Yo sólo recuerdo que jugábamos con esas ropas hasta que se rompieron por tanto uso…

            –Sí lo recuerdo –le interrumpió YoungJae, frenando la risa que se aproximaba por la boca del de al lado–. Creo que es el recuerdo más lejano que poseo. Llegaste tarde a mi cumpleaños, por cierto.

            –Hm –asintió el mayor apenado por los recuerdos removidos– perdón por eso. Y por muchas otras que te he hecho cuando fui un niño.

            –Oh, ya pasó –YoungJae intentó restarle importante a sus palabras porque no salieron con la intención de recordarle sus faltas. Sacudiendo sus manos en el aire disipando lo dicho, soltó una risita ligera al aire, cuando de pronto sintió la cabeza de DaeHyun apoyarse en su hombro delicadamente.

            –Sí eres un príncipe, YoungJae –susurró calmando los movimientos bruscos en el menor, como si sus palabras lo arrullaran tranquilizándole– y yo con gusto te seguiré protegiendo, fiel a ti y a mi reino de sentimientos.

 

  Doce con quince minutos…

 

  La mano de DaeHyun viajó hasta las piernas de YoungJae donde descansaban las suyas enroscadas en las mangas de su camiseta de lana. Tanteó dando leves golpecitos sobre una de sus manos buscando que aflojara su agarre porque quería sostenerle por unos segundos mientras le deseaba feliz cumpleaños. Así, entrelazó sus dedos con los tibios de YoungJae y se lo acercó a los labios brindando calor a la unión.

 

            –Uno para todos –comenzó diciendo YoungJae.

            –Pero yo no quiero compartirte con nadie más.

            –No arruines la frase –se quejó sacudiendo suave sus hombros formando una sonrisa en DaeHyun que no pudo ver por el ángulo pero que de todas formas allí se quedó–. Uno para todos… –insistió.

            –Y todos para uno –completó DaeHyun, posteriormente añadiendo su toque personal– todos mis besos serán sólo para uno: tú.

 

  YoungJae sonrió también, sintiendo un tibio beso sobre su mano cosquilleándole la piel por los labios de DaeHyun. Volteó hacia él y besó sus cabellos por sobre su frente por unos cuantos segundos, cerrando los ojos en el proceso.

 

            –Feliz cumpleaños, Prince Yoo.

            –Gracias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

 

Feliz cumpleaños a esta preciosidad de persona♥

 

De la nada comencé a escribir esto por el cumple de Jae. Estoy oxidada en cosas de niños, pero quería ambientarlo así de peques skcnjckm salvo el final que fue un extra jojo(¿?)

 

Ya que estamos robándole espacio a este shot, ¿qué les parece la idea de mezclar vampiros con era western? Es que son dos de mis amores,ay.

 

Espero que les haya gustado♥
Nos vimos(?)


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