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Todo lo que debes saber acerca de dormir por neusa chan

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Notas del fanfic:

BTS no me pertenece.

Este texto es de fans para fans. 

Notas del capitulo:

Hola!!

Esta historia es la primera de la serie de “Historias de Amor” en las que he estado trabajando desde el año pasado. Estoy muy contenta de traerla por fin!!

Como el nombre de la serie dice, son historias de amor que son simplemente eso: de amor. Así que no hay mucho para investigar aquí. Son un montón de One-shots que subiré cada dos meses más o menos sobre dos parejas VKook/KookV de BTS y ChanBaek de EXO.

Esta vez es un VKook/KookV de BTS. Espero que les guste mucho. Yo disfruté mucho escribiendo, aunque fue un trabajo grande y largo:’D

Parejas:

VKook/KookV

YoonSeok (leve)

J

 Todo lo que debes saber acerca de dormir

 

 

Alguien, alguna vez, le había dicho a Taehyung que la vida iba mal cuando dormías más. Durante muchos años, tal vez más de los que se sentiría orgulloso, no lo entendió. Al menos, no hasta ahora.

Le habían ofrecido una película en Inglaterra. Namjoon, su mánager, había insistido en lo importante que era que aceptara la oferta. Taehyung no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Había firmado el contrato y había viajado hasta el frío Londres, donde un equipo de cámaras, director y técnicos de todo tipo revolotearon a su alrededor como moscas en un día de verano.

Grabó durante muchos meses. Hacía frío y llovía la mayoría del tiempo. La gente era una masa amorfa y anónima que iba y venía de un lado a otro sin objetivo. Era, francamente, un viaje desolador.

Su personaje era un hombre depresivo, gris; Taehyung había perdido más de 9 kilos para personificarlo mejor. Según el guion, se había casado tres veces, tres veces le habían sido infiel, tres veces había intentado acabar con su vida. La moraleja de la película era que no había moraleja. “A la tumba nos vamos todos”, decía su personaje, “así que no importa cómo vivas”.

Y todo habría ido bien si se hubiese acabado ahí, pero Taehyung, siempre tan bueno en su trabajo, se había llevado a su personaje consigo hasta Los Ángeles, dónde vivía. Kim Taehyung, a quién le salía luz del sol por el trasero –según Namjoon, que gustaba de hacer comparaciones extremas-, se había convertido en una sombra de sí mismo.

Al principio no se había dado cuenta. Era fácil ignorar que dejaba de ver a sus amantes, a sus amigos, a otras personas; le sucedía algunas veces, cuando dejaba de grabar una película. Era la misma sensación de vacío que debía sentir alguien que terminaba un buen libro.

Sin embargo, un día abrió los ojos y se dio cuenta que se había dormido dentro de la tina. Así, sin más, como si fuera su cama. El agua se había enfriado hasta ser incómodo y él se preguntó cómo era posible que no se hubiera despertado antes.

Como esa ocasión, le siguieron otras: se dormía en la mesa del comedor, en el sofá, en la encimera. Sólo aceptó que tenía un problema cuando abrió los ojos para encontrarse con la cabeza descansando en las rodillas mientras estaba sentado en el inodoro.

Decidió hablar con Namjoon.

—Creo que tengo un problema— le dijo.

Namjoon tenía la cara de quienes no han dormido bien. Todo lo contrario a Taehyung, cuyo rostro y párpados estaban inflamados por el exceso de sueño.

—¿Y esta vez cuál es?— preguntó Namjoon. Usó el tono de amigo, no el de mánager, por lo que Taehyung le sonrió—. La película no se estrenará hasta el próximo año. ¿Es eso lo que te preocupa?

—Oh, no, eso no— murmuró Taehyung—. Es sólo que… he estado durmiendo mucho.

Namjoon arqueó las cejas. Su frente se arrugó como una manta mal doblada. Taehyung quiso golpearse al darse cuenta que todas sus comparaciones tenían que ver con camas y almohadas y dormir en general.

—Yo no veo cómo puede ser eso un problema.

—Oh, pero lo es.

—Explícame— pidió Namjoon. Se notaba a leguas que prefería estar en cualquier otro lugar. Quizá tenía una cita. Taehyung no sabía sobre la vida de un mánager, pero suponía que debían estar siempre yendo de fiesta en fiesta conociendo personas. La reunión con su alocado actor no era más que una de las muchas en la agenda de Namjoon.

—Estoy durmiendo demasiado.

—¿Cuánto?

—Más de doce horas diarias, Namjoon— Él iba a hablar y Taehyung se apresuró a continuar para no ser interrumpido—. Sabes que eso no está bien. Digo yo, lo sería si lo hiciera para descansar. Pero no lo hago. Simplemente me duermo porque no tengo nada más que hacer.

—No entiendo.

—Duermo porque no tengo nada más que hacer, Namjoon. No estoy haciendo nada más que eso: dormir.

—¿Has ido al doctor?— preguntó Namjoon, frunciendo el ceño con preocupación.

—Sí, pero no hay nada malo con mi cuerpo. O al menos eso parece. Simplemente, duermo mucho— Taehyung cerró los ojos y puso las palmas de las manos hacia arriba—. Ni siquiera me siento cansado, todo lo contrario. Pero me duermo en todas partes.

Namjoon se mordió el interior de la mejilla. Los grandes pensadores tenían un hábito que los ayudaba a reflexionar con más claridad o rapidez. Namjoon hacía eso, L, de Death Note, se sentaba raro. Taehyung los ponía a ambos en la misma categoría de genios.

—¿Y no has intentado…?

—¿Recuerdas a Nagisa Nishikino?— lo interrumpió Taehyung.

—Sí, tu coestrella en tu anterior película— respondió Namjoon, sin titubear—. ¿Qué pasa con ella?

—La invité a cenar. Comimos comida italiana, la toqué en el coche, fuimos a su penthouse  y nos metimos juntos a la cama.

—¿Y qué pasó?

—Me dormí.

—Debes estar bromeando.

—Me dijo: “espérame un momento” y se fue al baño a ponerse lencería y cuando regresó yo ya estaba muerto para el mundo. Recuerdo que me echó sin pensárselo dos veces.

—Y te lo tenías merecido.

—Lo sé— se quejó Taehyung, poniendo morros—. ¡Y no entiendo qué es lo que pasa!

—Quizá necesitas un cambio de aires.

—Sí, tienes razón, haré eso.

Taehyung se fue, entonces, a los Alpes Suizos y esquió, tuvo sexo con varias personas y asistió a muchas fiestas.

La película se estrenó a finales del año siguiente, como Namjoon le había asegurado, y Taehyung caminó por la alfombra roja con su coestrella colgando del brazo como un bonito accesorio incrustado de diamantes -¿o habían sido esmeraldas? Taehyung no había escuchado a la chica cuando ella intentó hablarle sobre las joyas y piedras preciosas que llevaba encima-.

Hizo todo lo que pudo. Y el mundo parecía ayudarle. Fue nominado –no era su primera vez-, pero, esta vez, sí se ganó el Oscar por Mejor actor protagonista. Su discurso fue tan lleno de clichés como todos estaban esperando: “quiero agradecer a mi madre y a mi padre, al director, a mi coestrella, a mi mánager…” y quizá sonrió mucho y se rio un poco. La película ganó otros dos por Mejor guión y Mejor banda sonora. Al final fue a una fiesta, cuidó que su estatuilla no se quedara atrás –como había hecho antes DiCaprio y Taehyung pensaba: “¿en serio?”- y regresó a casa solo y eufórico.

Y todo eso había ocurrido para nada, porque Taehyung siguió durmiendo.

Todo parecía sueño, pues, de tanto dormir, le costaba distinguir cuando estaba despierto o dormido. Al menos al principio. Después de pasar así un año, dejó, incluso, de soñar y sus noches y días fueron más como enormes lagunas negras de borracheras. La ceremonia de los Oscar había quedado oculta por un sueño constante, como el ruido de la ciudad, que le impidió disfrutarla del todo.

Durmió en los Alpes; antes, durante y después de tener sexo; mientras iba en la limusina para la alfombra roja; en el baño en la ceremonia de los Oscar; en una esquina oscura de la fiesta. Durmió y durmió sin parar.

Namjoon lo arrastró, tres meses después de la premiación, al psicólogo. En América eso de que te abrieran la cabeza con una pica y una pala para husmear en tu cerebro estaba de moda. Era igual que hacerse un blanqueo dental, todos lo hacían. No fue una sorpresa para Taehyung ir, pero sí el diagnóstico.

—¿Depresión?— preguntó, atónito—. ¿Cómo voy a tener depresión? ¿Yo? ¿Yo, que acabo de ganar un Oscar?

—Taehyung, para— lo amonestó Namjoon.

Iban de camino a su casa después de la consulta, y Taehyung no se había dormido por puro milagro. No había dejado de hablar y repetir como un disco rayado lo que el psicólogo le había dicho.

—Pero es que no lo entiendo, Namjoon. Soy una de las personas más famosas del mundo, he ganado uno de los mayores galardones que pueden darse en mi profesión, tengo todo lo que necesito y todo lo que quiero. ¿Por qué yo? ¿Qué es lo que me pasa?

—Puedes dejar de hablar un momento. Estoy tratando de pensar.

Taehyung calló. Pronto se durmió. Lo despertó la voz de Namjoon.

—… y decirle a otras personas…

—Perdona, no estaba escuchando, me dormí.

Namjoon le dio una mirada por el rabillo del ojo.

—Te estaba diciendo que deberías hablar con tus padres.

Taehyung cerró los ojos y dejó salir un gemido lastimero. Una de las cosas que menos le gustaba era preocupar a otras personas. Por eso había esperado tanto tiempo para hablar con Namjoon después de darse cuenta de su problemita -¿depresión? ¿Cómo iba a ser depresión?-. Él era el único que lo sabía.  A Taehyung le habría gustado que se quedara así, pero entendía a Namjoon. Además, él amaba con locura a su familia. No sería propio de él que callara algo así.

—Dijo que estoy durmiendo tanto porque no quiero vivir— repitió, mirando el paisaje pasar. Hacía calor y los rayos del sol iluminaban todo como si de repente todos los objetos del mundo tuvieran un halo—. Dime que no es cierto, Namjoon, que me lo he imaginado.

—No dijo eso exactamente, Taehyung. No creo que tenga permitido decir algo…

—¡Pero eso es lo que significa!— exclamó él—. ¡Estoy huyendo de la vida al dormir!

—Taehyung, estás exagerando. El terapeuta no dijo eso sobre ti y lo que deberías hacer es hablar con tus padres y descansar mucho.

—Descansar es lo que he estado haciendo desde hace mucho— respondió él, cínico—. ¡Desde esa maldita película! ¿Habré pescado la depresión desde Londres?

—La depresión no se pesca, Taehyung, no es un resfriado.

—Pues lo parece.

—Regresa a casa y piensa muy bien qué es lo que vas a hacer de ahora en adelante.

—¿A qué te refieres con eso?

Namjoon tardó en contestar. Giraron hacia la izquierda y Taehyung vio la parte de atrás de su cabeza y los cabellos cortos y un poco desordenados por apoyar la nuca en el espaldar.

 Taehyung no tenía muchos amigos. Era la maldición de ser un actor famoso; las personas se acercaban para conocer a quien ellos creían era el verdadero Kim Taehyung, el que brillaba en las alfombras rojas y respondía con una sonrisa blanquísima las preguntas de las atractivas periodistas de los grandes canales de televisión mundiales. Y todos estaban, ¡oh!, tan equivocados sobre quién era él.

Cuando lo conocían de verdad, los que se tomaban el tiempo de escuchar sus tonterías y seguirlo en sus salidas por la ciudad, preferían alejarse. Kim Taehyung estaba realmente muy lejos de su personalidad como actor. Era, más bien, un niño muy grande con ganas de comerse al mundo.

Una de las pocas personas que podía considerar amigo era Namjoon, y aun así estaba muy lejos de serlo completamente. A veces tenía la sensación de que lo soportaba solamente porque era su mánager. Parecía que se divertía más con otras personas, haciendo otras cosas.

—Sabes a lo que me refiero— respondió, al fin—. Voy a dejarte en tu casa y espero que me des un plan para los próximos meses.

—Un plan— repitió Taehyung de manera monótona.

—Sí, un plan— dijo Namjoon—. Después de ganar el Oscar, has recibido más de diez ofertas de futuras películas. Y aunque me gustaría todo el dinero extra que podría entrar a nuestros bolsillos si hicieras un par de esas, como tu amigo debo pedirte que reflexiones muy bien.

—¿Como mi amigo?

—Tienes dos opciones— continuó, ignorando su pregunta y las implicaciones que esta tenía—. La primera es que sigas trabajando y continúes con el tratamiento psicológico mientras lo haces. Quizá así puedas superar todo este episodio narcolepsico que tienes…

—¿Narco… qué?— preguntó Taehyung, consternado—. ¿De dónde sacas tú esas palabras? ¿Eso existe?

—Puede que no exista. Ya déjalo.

—¿Y la segunda opción? No me malinterpretes, la primera suena bien hasta la parte en la que pongo mi cabeza para que un doctor intente adivinar por qué me gusta el color azul sobre el rojo, como si eso tuviera una razón más profunda que…

—No hay necesidad de tanto sarcasmo— lo interrumpió Namjoon—. La segunda opción la debes buscar tú. No sé de qué manera crees que sea bueno para ti superar la depresión, pero te daré la oportunidad de que la escojas. ¿Quién sabe? Quizá te conviertas en el siguiente protagonista de Eat, Pray and Love. Otro Oscar, facilísimo.

Cállate, Namjoon.

Y aunque le parecía que todo el discurso de Namjoon y, ¿por qué no?, el de su psicólogo sonaban a mentiras, se tomó mucho tiempo para pensar qué hacer con su vida. La reflexión le llevó la increíble cantidad de dos horas, hasta que le dolió la cabeza y le dieron ganas de ser un niño otra vez para que alguien más le dijera qué es lo que más le convenía. Al darse cuenta que no quería seguir pensando, se echó en su cama y se durmió. No fue hasta después, cuando se levantó para ir al baño y vio en el espejo sobre el lavamanos sus párpados hinchados y las mejillas rojas, que se dio cuenta que la cosa iba en serio.

Taehyung dormía porque era la manera más fácil de pasar el tiempo.

Se apertrechó en su cama con un montón de comida chatarra y botellas de Coca Cola y empezó a investigar en Internet. Leyó muchos artículos sobre la depresión y entró, incluso, en foros para suicidas. Mientras más sabía, más se sentía obligado a encontrar una solución a su situación. Se veía a sí mismo como una persona privilegiada que pasaba por un mal momento y tenía las herramientas para salir de él. En cambio, había tantas personas en el mundo que no podían hacer nada más que hundirse hasta la coronilla en la depresión. Era injusto; él debía tomar su oportunidad y usarla.

Por dos días, estudió todo lo que no había estudiado en muchos años. Finalmente, después de un maratón de películas que Namjoon calificaba como chick flicks y llorar hasta quedarse seco, tomó el teléfono y llamó de memoria.

¿Hola?

La línea tenía un constate ruido de fondo de estática, pero la voz hizo que su decisión tuviera más fuerza.

—Hola, mamá— dijo él, tratando de enmascarar la emoción que le embargaba hablar con ella después de tanto tiempo. Habían pasado casi dos años y medio desde la última llamada. La grabación de la película y el premio que vino después, sumados a su nuevo pasatiempo de dormir hasta el cansancio, le habían impedido comunicarse antes con su familia.

—¡Taehyungie!— exclamó ella. Casi podía imaginársela en Corea, sonriendo. La nostalgia y el arrepentimiento fueron tales que tuvo ganas de colgar y echarse a dormir. Así no habría que lidiar con emociones tan fuertes—. ¿Cómo has estado?

—Bien— respondió él.

—¡Te vimos en televisión!— continuó su madre—. ¡Cuando ganaste el premio! Lloré tanto, hijo, no te lo puedes imaginar. Tu padre dijo que desde que naciste sabía que harías cosas grandes. Estamos muy orgullosos de ti, todos; tu hermana menor se la pasa hablando de ti en el colegio.

—Gracias, mamá— murmuró.

Nos entrevistaron un montón de periódicos y canales de televisión. Yo no podía creer que éramos los padres de uno de los ganadores del Oscar.

Taehyung se rio mientras ella continuaba con su monólogo de la vida en Corea. La dejó hablar y hablar sin detenerse, porque extrañaba el sonido de su voz. Además, quería demorar el momento en el que le informara de su decisión. Aunque se había tomado mucho tiempo para elegirla, la idea le parecía ajena y extraña.

Pero dejemos de hablar sobre nosotros, aquí es aburrido. ¿Qué has hecho tú, hijo?—. Y luego agregó—: No nos llamas por tonterías, claro, siempre estás muy ocupado. Y yo aquí gastando tu tiempo.

—¡Oh, no!, nunca más pienses algo así. Sí, puede que esté ocupado, pero siempre tendré tiempo para ustedes. ¡Especialmente para ti!— Su madre soltó una de esas risitas que tenía cuando se sentía halagada. Punto para Taehyung—. Llamaba para decirte algo…

—¿Y qué puede ser eso?— preguntó ella, usando el mismo tono que usaba cuando él era un niño y temía confesarle sus travesuras—. ¿Qué puede ser eso que tiene a mi pequeño Taehyungie tan preocupado?

—¡No soy tan pequeño!

Siempre te veré como mi bebé.

Taehyung suspiró, pero sonreía. Extrañaba eso, extrañaba a su familia. La conversación le aseguraba que la decisión era la mejor que había tomado en muchísimos años.

—Mamá, voy a regresar a Corea.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—¿Estás seguro de que lo llevas todo?— preguntó Namjoon por décima vez.

—Sí— respondió Taehyung poniendo los ojos en blanco—. Sí, mamá.

—No te burles de mí, ¿recuerdas hace tres años, cuando tuvimos que viajar a Finlandia para filmar una película?— rememoró—. Se te quedó el equipaje. El equipaje, Taehyung.

—Esta vez no va a pasar. Lo tengo todo controlado— le aseguró—. Yo me encargo de los preparativos menores, como la maleta y esas cosas pequeñas, y tú planeas todo mi viaje de regreso a casa.

—Incluyendo mantenerlo oculto de la prensa.

—Claro, porque no quiero a E!News metiendo sus largas y operadas narices en mi vuelo.

Taehyung se echó a reír. Le esperaba un largo vuelo que, estaba seguro, pasaría durmiendo. Cerraría los ojos en Estados Unidos y los abriría en Seúl, Corea del Sur.

—¿Alguien te está esperando en el aeropuerto?— preguntó Namjoon, mientras escribía algo en su teléfono.

—No. Va a ser una sorpresa.

Namjoon suspiró, cansado, y se frotó las sienes con una mano. Siempre hacía eso cuando Taehyung soltaba algo particularmente estúpido o tomaba decisiones que lo meterían en problemas.

—¿Qué le dijiste a tu familia?

—Les dije que regresaría a Corea…— respondió Taehyung, cuidadosamente.

—Bien.

—… el próximo año.

Ante la respuesta, Namjoon dejó caer el teléfono al suelo. La bonita pantalla se partió en pedacitos, pero a él no le importó; miraba a Taehyung con algo parecido al hartazgo. Namjoon siempre había sido un poco torpe, Taehyung tenía un montón de historias almacenadas en la memoria que su mánager le había confesado en las innumerables noches de borrachera que habían pasado juntos. Este había sido uno de sus momentos típicos de su versión torpe.

—¿Cómo les dijiste eso?— lo riñó Namjoon—. ¿Qué crees que estás haciendo? Voy a llamar a tu madre y le diré la verdad.

—No, no, no, por favor— le pidió Taehyung, poniendo su mejor cara de cachorro. Namjoon era débil por las actuaciones adorables. Sus parejas, que no habían sido demasiadas desde que ambos se conocían, solían ser personas tiernas con aura maternal—. Te dije que quiero que sea una sorpresa. No entiendo por qué no te parece una buena idea.

—Vas a ir a Corea del Sur a la casa de tus padres esta noche y ellos te están esperando para el próximo año. Yo no entiendo cómo te parece a ti eso una buena sorpresa.

—Es una maravillosa sorpresa. Imagínalo— Taehyung le pasó un brazo por los hombros y extendió el otro frente a sus caras para hacer gestos que acompañaran su explicación—: mi madre y mi padre sentados en su preciosa casa en Gangnam, que yo mismo me encargué de comprar, tomando vino francés y viendo Netflix. Y, de pronto, alguien toca el timbre. ¿Quién será?

—Taehyung…

—Exactamente, Namjoon, ¡yo! Es increíble. Se van a sorprender muchísimo.

—No creo que salga bien.

—Estoy apostando por llanto, ¿tú qué dices?— continuó Taehyung, ignorándolo—. ¿Crees que llorarán?

—Eres incorregible— murmuró Namjoon, negando con la cabeza y suspirando después—. Entonces es ese tu plan.

—Ese es mi plan.

Namjoon se soltó de su medio abrazo y tomó el teléfono del suelo. Taehyung lo escuchó quejarse en voz baja mientras llamaba a alguien que le dijera dónde se podía reparar la pantalla del teléfono. Hasta que no terminó con la llamada, no regresó a ayudarle.

—¿Qué es eso?— inquirió Namjoon, señalando con un gesto despectivo una maleta sobre la espaciosa cama—. ¿Qué llevas ahí?

—El Oscar.

—¿Vas a llevar el Oscar a Corea? ¿En serio?

—Por supuesto, te aseguro que mis padres querrán verlo y tocarlo. Quizá pueda convencerlos para que se tomen una foto dándole un beso.

—Yo no voy a decir nada más.

Taehyung se rio.  

—¿Al menos sabes dónde queda la casa de tus padres?

—Pensé que no ibas a decir nada más— se burló Taehyung, medio cantando. Esperó el suspiro de Namjoon para continuar. No se tardó mucho—: Ya te dije que yo la compré. Sé cuál es la clave de la cerradura electrónica. Estoy listo para regresar al nido. Soy un ave que…

—Detente, por favor. Mejor llámame cuando llegues y luego cuando estés en casa de tus padres.

—Lo haré, mamá.

Namjoon le dio un golpe seco en la nuca que lo dejó aturdido sobre el colchón. Después de gemir como un niño y amenazar con llamar a la policía por maltrato, Taehyung cerró los ojos y murmuró con los labios pegados a las mantas de seda:

—¿Crees que regresar a Corea será suficiente para superar mi depresión?

—No lo sé, Tae. Pero creo que vale la pena intentarlo.

—Yo también creo lo mismo.

—Ahora levántate, porque lo que menos necesitamos es que te quedes dormido de nuevo.

—¿De nuevo?— preguntó Taehyung, ofendido—. Hablas como si yo me pasara todo el tiempo con los ojos…

Namjooon le dio una mirada que lo invitaba a terminar esa frase. Por más que buscó cómo hacerlo sin quedar como un tonto, Taehyung no encontró nada. Así que apretó los labios en una línea y ocultó la cara en los brazos.

—¡Voy a demandarte, Kim Namjoon!

—Hazlo— dijo él, calmado—. A ver si encuentras otro mánager que te aguante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Faltando cuatro calles para llegar a su destino, se desató la lluvia. En menos de dos minutos, las calles estaban llenas de charcos y la lluvia salpicaba en los porches de las cafeterías y las residencias. Taehyung se quedó atrapado, con sus maletas de marca y una bufanda que le cubría la mitad del rostro, frente a un edificio de aspecto sospechoso lleno de letreros que en la noche debían brillar como luciérnagas.

Todavía estaba un poco atontado por el vuelo y el sueño. Tenía muchas ganas de llegar a casa de sus padres, darles una sorpresa e irse a dormir lo más pronto posible. Sin embargo, era imposible moverse. De todas las cosas que había empacado, lo que menos se le había ocurrido llevar era una sombrilla. Podía imaginarse a Namjoon riéndose de él a kilómetros de distancia.

—Te pregunté varias veces si lo llevabas todo— habría dicho.

Taehyung no estaba de ánimos para la lluvia. Se suponía que su llegada a Corea debía ser una fiesta llena de bombos y platillos, con personas alineándose en el aeropuerto para recibir su autógrafo y un montón de fotógrafos cegándolo con las luces de las cámaras. Y, estaba bien, él mismo le había pedido a Namjoon que lo arreglara todo para viajar en el mayor anonimato. El mayor lujo que se había permitido había sido un asiento en primera clase. Pero al menos el clima podría haber sido más benevolente.

Ahora tenía los zapatos y las botas del pantalón empapadas. No quería ni hablar de sus maletas. Lo peor es que no veía un vendedor de sombrillas en algún lugar. Toda la población de Seúl parecía haberse guardado de la lluvia antes de que Taehyung se percatara.

Suspirando, acomodó sus maletas para que se mojaran lo menos posible en el espacio que había conseguido para él y esperó.

Estaba mirando al cielo cuando escuchó que alguien le hablaba.

—¿Perdón?— preguntó Taehyung, en inglés.

—¿Necesita ayuda?

Frente a él se había detenido un chico vestido de negro de pies a cabeza, incluyendo la bufanda que se había calado hasta la nariz. De uno de los brazos le colgaba una bolsa de plástico con lo que parecía un grupo de vegetales; con el otro sostenía una sombrilla.  Tenía los ojos grandes y expresivos, como de ciervo asustado, y el cabello muy negro.

El coreano de Taehyung estaba, en el mejor de los casos, oxidado. La verdad es que había tomado un par de clases de su idioma natal en Youtube con una guapa chica rubia que lo pronunciaba todo como si tuviera una papa dentro de la boca, y esperaba que con eso fuera suficiente. Pero si su experiencia en el aeropuerto pidiendo indicaciones le dijera algo, sería que había sido una mala idea.

—¿Necesito ayuda?— repitió Taehyung, cuidadosamente.

—Sí, eso fue lo que pregunté— dijo el chico, usando el mismo tono lento y frunciendo el entrecejo. Uno de sus pies se movió hacia el lado, como si estuviera pensando en huir, y antes de que Taehyung pudiera detenerse a sí mismo, lo tomó del brazo con el que sujetaba las compras.

—¡Sí! ¡Necesito ayuda!— exclamó, en un coreano que esperaba que el otro entendiera—. ¡Quedé atrapado aquí por la lluvia!

—Oh.

El chico abrió mucho los ojos, lo que acentuaba su apariencia de cervatillo asustado. Con los ojos así se veía muy joven, aunque era de la misma altura que Taehyung y se notaba que ya había salido de la escuela.

—¿A dónde va?— preguntó finalmente el chico, después de una pausa incómoda en la que sólo se escuchó la lluvia cayendo sin parar en el asfalto y el techo del pequeño porche en el que Taehyung se había refugiado.

—Voy bastante cerca— respondió Taehyung—. Hacía allí— Señaló—. Fue… feo que lloviera antes de que llegara.

—Feo— repitió el chico, sonriendo. Los ojos se le curvaron como dos media lunas.

—Quizá no es la palabra correcta, pero sé que va por ahí.

—Sabes que va por ahí— continuó el chico, sin borrar la sonrisa que Taehyung no podía ver, pero adivinaba.

—¿Vas a ayudarme?

El chico se encogió de hombros e hizo un gesto con la mano que sostenía Taehyung.

—Déjame ayudarte con unas maletas— dijo—. Tienes suerte de que vayamos en la misma dirección.

—¡Oh! ¿Vives por ahí?— preguntó Taehyung, dejándole las maletas más pesadas sin remordimientos—. ¡Qué coincidencia! ¡Qué suerte tengo!— finalizó en inglés.

—Eh, sí.

Taehyung enganchó su brazo con el del chico y sonrió. Estaba muy agradecido por llegar por fin a su casa, pues tenía muchas ganas de dormir. El deseo de poner la cabeza en una almohada se había hecho cada vez más apremiante a medida que pasaba el tiempo y la lluvia seguía cayendo. Ahora era su oportunidad de ver a su familia otra vez y, claro, dormir después.

Caminaron muy juntos bajo la sombrilla por las calles inundadas. El chico usaba botas, por lo que los charcos no eran un problema para él. Pero Taehyung había utilizado unas sandalias que, aunque cómodas –y muy caras-, no hacían nada por cubrir sus pies del agua. No pudo evitar hacer un comentario sobre eso.

—¿Y qué quieres que haga yo?— se burló el chico—. ¿Quieres que te lleve en mi espalda?

—Bueno, ahora que lo mencionas…

—No. Me rehúso.

—¡Vamos, mira mis pies! Se van a poner azules.

—¡Nos acabamos de conocer!— graznó el chico, con los ojos muy abiertos. Aun así, no hizo ningún movimiento que pudiera dejar a Taehyung fuera de la sombrilla.

—Está bien, pero podrías llevar más maletas. ¿No crees?— dijo Taehyung, mirándolo seriamente.

—Pareces muy acostumbrado a que la gente haga lo que quieres.

—Oh, no tienes ni idea— murmuró Taehyung, críptico—. Entonces, ¿lo harás?

—Prefiero que me digas hacia dónde vas para poder dejarte frente a tu casa y luego olvidar que esto sucedió.

Taehyung puso morros, aunque el otro no podía ver la cara que estaba haciendo, y lo jaló del brazo que tenía enganchado.

—Vamos en la dirección correcta— dijo.

—Ah, ¿sí?— preguntó el chico, arqueando las cejas.

—Sí, por aquí.

El chico se tensó y Taehyung pudo sentir sus músculos a través de la ropa. Debía ser uno de esos que se pasaba metido en el gimnasio dos horas cada día para tener un cuerpo envidiable que lucir en la playa. Taehyung podría haber sido así, pero algunos de sus papeles requerían cierta apariencia que lo obligaba a mantener un cuerpo promedio que adelgazara o engordara en poco tiempo.

—¿Todavía vamos en la dirección correcta?— preguntó el chico con un hilo de voz.

—Claro que sí— respondió Taehyung, feliz—. Es mi primera vez en Corea después de muchísimo tiempo, ¿sabes? Voy a sorprender a mis padres.

—¿Dónde vivías?

—Oh, en América.

A lo lejos, Taehyung vio, en medio de la lluvia, la casa que había comprado para sus padres. Solamente la conocía a través de las fotos que le habían enviado por Internet, pues por ese entonces se encontraba en Ghana grabando una película. Así que se sorprendió de sobremanera al descubrir que era bastante grande y acogedora. Definitivamente valía todo el dinero que le había costado.

Sin poderse contener, apretó el paso, llevándose al chico con él. Sonreía tanto que los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Oye, no, espera— Lo detuvo el chico, plantando los talones firmemente frente al portal. Taehyung, aún junto a él, lo miró con una mezcla de exasperación y emoción—. ¿Vienes aquí?— preguntó con voz temblorosa.

—Sí, aquí es.

Taehyung lo acercó al porche, donde empezó a organizar las maletas lejos de los charcos y le dio un par de palmaditas al chico en el hombro.

—¡Eres de lo mejor!— exclamó—. Gracias por traerme hasta mi casa. Te ofrecería pasar, pero no sé si mis padres quieren visitas ahora. Ya me tienen a mí— finalizó con una broma.

El chico no se movió. Sus ojos, que en estado normal eran bastante grandes, estaban tan abiertos que parecían a punto de salirse de sus cuencas. Taehyung se preguntó si tenía algo en la ropa, porque no solía pasarle eso a menos que lo reconocieran y se quedaran sin palabras. Para asegurarse de que no era eso, se tocó la bufanda que le cubría la cara y la apretó un poco más.

—No puede ser— dijo el chico, sin parpadear.

—Sí, vivo aquí— le aseguró Taehyung. Miró a ambos lados de la calle. Estaba totalmente desierta. ¿Qué le pasaba al chico? Si de pronto Taehyung se había topado con un psicópata, gritaría. Las casas parecían un poco alejadas entre sí, pero él confiaba en la curiosidad malsana de las personas de la ciudad, que no dejaban pasar un escándalo por nada del mundo, ni siquiera por la lluvia.

—No puede ser— repitió el chico.

—Eh, sí— Taehyung estaba seguro: el chico era un psicópata y lo había ayudado sólo para saber dónde vivía y luego matarlo y robarlo. Dio un paso atrás, procurando hacer el menor ruido y añadió—: Yo voy a entrar, porque…

—¿Kim Taehyung?

Taehyung se quedó muy quieto. Entonces el comportamiento extraño del chico era porque lo había reconocido. Una ola de alivio lo envolvió y se recostó en la puerta para calmar su acelerado corazón. Se había dado a sí mismo un gran susto.

—Sí, soy yo. No vayas a gritar— dijo, después de respirar profundo un par de veces—. ¿Qué quieres? ¿Un autógrafo? ¿Una fotografía? Sólo dímelo pronto, porque nos vamos a mojar aquí y tú tienes que ir a tu casa a llevar las compras, ¿no?— Se irguió y buscó en sus bolsillos por la plumilla que siempre llevaba consigo para momentos como este—. ¿Tienes dónde firmar?

—¿No me reconoces?— preguntó, en cambio, el chico.

Taehyung levantó la mirada y sonrió. Ya se sabía ese truco. En Nueva York más de 30 personas habían tratado de engañarlo así, asegurando que eran viejos conocidos o amigos. Le dio otra palmadita en el hombro al chico como respuesta.

—Vamos, dime dónde firmar y puedes irte en paz.

—Taehyung, soy yo— continuó el chico.

Y antes de que Taehyung pudiera decirle que se dejara de bromas, el chico, con cuidado de no soltar la bolsa de compra, se desenrolló la bufanda de la cara. A Taehyung le tomó solamente un par de segundos mirarlo para reconocerlo y la ola de nostalgia que lo golpeó fue tan fuerte que dio un tembloroso paso hacia atrás. Aunque no era igual que antes, había cierto aire que era familiar, conocido.

No se percató que se había cubierto la boca con las manos hasta que su voz, ahogada, dijo el nombre.

—¿Jeonggukie?

Jeon Jeongguk. Cabello negro, ojos y nariz grandes, dientes de conejo. Solía correr detrás de Taehyung y sentarse a su lado para que le leyera cuentos. Aseguraba que Taehyung era la encarnación de todo lo que era hermoso y bueno en el mundo. Habían sido amigos desde que Taehyung tenía memoria. La última vez que lo había visto, Jeongguk tenía los ojos anegados en lágrimas y media dos cabezas menos. Le había gritado que lo odiaba con tanto rencor que Taehyung se lo había creído.

Jeongguk sonrió, tímido, y asintió.

—No puede ser— dijo Taehyung, esta vez. Intentó recomponerse y tuvo éxito. No se había ganado el Oscar por nada—. ¿Qué…? ¿Qué haces aquí?

Jeongguk abrió la boca varias veces, pero parecía incapaz de hablar. Taehyung esperó pacientemente. También se sentía como si toda su vida antes de Estados Unidos y la fama y la fortuna lo hubiese atropellado de lleno. Sin embargo, a él le habían enseñado a fingir que no tenía emociones más allá de sus personajes. Jeongguk no había tenido esa oportunidad.

—Eh… estoy viviendo aquí— dijo Jeongguk, al fin—. Temporalmente— aclaró.

—¿Cómo que estás viviendo aquí?— preguntó él—. ¿Y mis padres?

Jeongguk abrió más los ojos. Taehyung quiso pedirle que no siguiera haciendo eso, porque lo ponía nervioso, pero se calló. Esas cosas no tendrían que pasar, se dijo, si estuvieras dormido.

—¿No lo sabes?— preguntó Jeongguk, frunciendo el entrecejo. Y Taehyung no era ciego. Tuvo que admitirse a sí mismo que su pequeño Jeonggukie, que alguna vez lloraba porque no podría ser Haku de Spirited Away y luego parecía cantante de banda emo, había crecido muy bien y ahora era un guapo joven que todavía no podía hablar seguido—. Ellos, eh, ellos… ¿no te lo dijeron?

—Digamos que he sido bastante estúpido. Gracias, Namjoon, lo sé— murmuró.

—¿Namjoon?

Taehyung se pasó una mano por la cara cubierta. El corazón le latía acelerado y estaba tan cansado que podría echarse a dormir ahí mismo. Ya que Jeongguk sabía quién era, se dio cuenta que no importaba si se descubría o no. Entonces bajó la bufanda y dejó salir una risita.

—Es una historia muy graciosa— empezó, mirando a Jeongguk adulto con su ropa negra, su sombrilla que todavía recibía la lluvia, su bolsa de compras, y recordándolo como el pequeño de ocho años y rodillas raspadas y el adolescente de 15 que le había gritado cuánto lo odiaba—. Me gané el Oscar.

—Lo supe— dijo Jeongguk, rápidamente. Al darse cuenta que lo había interrumpido, se sonrojó hasta las orejas—. Lo siento.

Era el mismo Jeongguk de antes, muy tímido y adorable, pero al mismo tiempo tan diferente. ¿Todavía odiaría a Taehyung?

—¡Qué bien!— dijo Taehyung para aliviar el ambiente—. Para celebrarlo decidí venir de visita y le dije a mis padres que me esperaran el próximo año. Planeaba darles una sorpresa. Parece que el sorprendido he sido yo— mintió—. Namjoon es el nombre de mi mánager en Hollywood. Él me advirtió que debí haberles dicho que vendría hoy, pero… ya sabes cómo soy.

Jeongguk asintió, entendiendo, y le sonrió con pena.

—Sé cómo eres— dijo Jeongguk, sin un tono en especial.

—Lo sabes— repitió Taehyung, en inglés.

—Mi historia también es corta— se apresuró en explicar el chico—. Tus padres querían ir a los Alpes a esquiar y me pidieron que cuidara la casa hasta que regresaran. Les dije que sí y aquí estoy— hizo un gesto incómodo con las manos ocupadas y suspiró—. Compré vegetales.

Taehyung asintió. Se miraron en silencio, incómodos, sin saber qué hacer. La lluvia seguía cayendo implacable sobre el techo del porche y la sombrilla. Una gota, dos gotas.

—Mira, Taehyung, si te molesta, me voy— dijo Jeongguk, adoptando un tono lejano y frío—. Sé que es tu casa, que la compraste para tus padres, y yo sólo estoy aquí porque quería hacerles el favor. No quiero incomodarte. Puedo pedirle a Yoongi que…

—No me molestas— susurró Taehyung.

—La nevera está llena. Puedes quedarte con los vegetales. Sólo déjame recoger mis cosas y podré…

—Dije que no me molestas, Jeon Jeongguk.

Jeongguk se interrumpió, resoplando, y miró hacia cualquier sitio menos a Taehyung. Si eso no era prueba de que seguía odiándolo, no sabía entonces qué era. Suponía que se lo merecía. ¡Tenía muchas ganas de dormir!

—Qué pequeño es el mundo— comentó, midiendo a Jeongguk con la mirada. No podía creer que había estado pegado a él hacía poco tiempo y habían caminado juntos por las calles lluviosas de Seúl. Había sentido su brazo y su calor y se habían cubierto con la misma sombrilla. Jeongguk ahora era lejano, una sombra negra en el porche de sus padres que emanaba odio e incomodidad por todos sus poros—. Entremos, Jeonggukie, está lloviendo y podemos hablar adentro.

—No me llames así— dijo Jeongguk, tenso.

Taehyung dio un saltito, pero asintió.

—Está bien— concedió, incapaz de continuar con el conflicto. Tenía ganas de irse a dormir y nada más—. No te diré así otra vez.

—Gracias— graznó Jeongguk, como si se hubiera fumado más de una cajetilla de cigarrillos antes de responder.

—Entremos— dijo Taehyung, de nuevo, y se hizo a un lado.

Jeongguk se tomó mucho tiempo para actuar. Mientras tanto, sus ojos se movían de un lado a otro, como si en vez de sugerirle que entraran a la casa, Taehyung le hubiera pedido que desconectara una bomba. Él, en cambio, apoyó la cabeza en la pared junto al timbre y esperó. Se durmió sin problemas hasta que las ruedas de sus maletas lo despertaron al ser arrastradas por el suelo.

Jeongguk había dejado la sombrilla en el porche para que se secara y la puerta estaba abierta. El recibidor de la casa y su cálido interior le daban la bienvenida. Algunas de sus maletas estaban ya apiladas junto al armario de los zapatos.

—¿Qué…?— dijo Taehyung, con la voz pastosa.

Jeongguk apareció a su lado llevándose otra maleta. Todo su cuerpo estaba tenso, como si en cualquier momento pudiera salir corriendo de allí. A Taehyung le pareció un gato a punto de saltar al escuchar el menor ruido.

A pesar de que se notaba a leguas que Jeongguk no quería estar ahí, ayudó a Taehyung con las maletas y cerró la puerta después de que ambos entraron. Siempre había sido caballeroso. Su madre lo había criado bien. Aunque a veces solía comportarse como un mocoso insoportable, sus primeras reacciones siempre lo llevaban a hacer el bien.

—Vamos a hablar— anunció Taehyung. Si hubiese estado solo, o al menos con su familia, se habría detenido para observar la decoración, los muebles, las fotografías. Pero, en cambio, estaba con Jeon Jeongguk, su amigo de la infancia que lo odiaba—. Tengo ganas de irme a dormir.

Jeongguk le dio una sola mirada interrogante, pero no dijo nada. Se sentó en los muebles americanos que Taehyung había cambiado hacía un par de años, pues a su madre le habían gustado mucho al verlos en un catálogo, y él lo siguió.

—Bien, yo puedo irme a un hotel— se ofreció Taehyung.

—No, yo me iré— dijo Jeongguk, frunciendo el ceño.

—Mis padres creen que tú estás aquí, no yo, así que creo que es lo más justo.

—Ya te dije que me iré yo. Sólo déjame recoger mis cosas, no demoraré nada.

—¡Oh, por el amor de Dios!— exclamó Taehyung en inglés—. Tú, cállate, mocoso. ¡Nunca me haces caso!

Jeongguk se quedó muy quieto, con los ojos muy abiertos. Así se parecía más a su yo adolescente, el que más le dolía a Taehyung. Si hubiera sabido que tendría que lidiar con esto al regresar a Corea, se habría quedado en Los Ángeles.

—¿Sabes qué? Estoy muy cansado y ambos sabemos que no llegaremos a un acuerdo— dijo Taehyung, frotándose las sienes. Sabía que ese era un gesto que Namjoon hacía constantemente cuando hablaba con él. Ahora entendía que era su respuesta a todo lo que Taehyung lo hacía sufrir. Era un poco terapéutico—. Ambos somos adultos. Tú ya no tienes 15 y yo no tengo 17. Así que enfrentémonos a la situación como lo que somos y vivamos ambos aquí. Hay suficientes habitaciones. Lo sé porque yo compré la maldita casa. Entonces, buenas noches, Jeongguk. Nos vemos mañana.

 

 

 

 

 

 

 

 

Al día siguiente, como Taehyung esperaba, Jeongguk no estaba en casa. Sin embargo, él continuó como si nada hubiera pasado. Era extraño leer coreano en las etiquetas de los alimentos y escucharlo cuando encendía el televisor. Pero, al mismo tiempo, le tranquilizaba.

Dio un paseo por la casa, descubriendo las fotografías de la familia en las paredes y las puertas pulidas. Todo estaba bien decorado, seguramente por alguien que sus padres habían contratado, y algunas de las habitaciones tenían rastros de personas que Taehyung conocía. Una de las habitaciones era de su hermana, la otra de su hermano. Incluso había una guardada especialmente para Taehyung, con sus animales de felpa y los afiches de las bandas que le gustaban antes de irse a Estados Unidos a buscar fortuna. Se quedó un rato repasándolo todo con la mirada y sonriendo para sí mismo.

Sus padres estaban en los Alpes, justo como él hacía unos meses. Su suerte no era muy buena, porque pudo habérselos encontrado, sino allí, al menos en casa. Ahora tenía que averiguar qué hacía con Jeon Jeongguk. ¿Por qué sus padres habían decidido dejarle la casa? Sin poder evitarlo, se sintió como si ellos hubieran adoptado al otro chico para suplir la falta de Taehyung en sus vidas.

La casa era más grande de lo que Taehyung se había imaginado y eso le enorgulleció. A pesar de que no estaba junto a sus padres, su trabajo duro había dado frutos en forma de objetos materiales. Esperaba que ellos sintieran cuánto los quería a través de los regalos que hacía a distancia, ya que no tenía tiempo para pasar con ellos. Era un hombre muy ocupado.

Llevó sus maletas a su habitación y empezó a desempacar hasta que le dio hambre. Un vistazo al reloj le recordó que ya era por la tarde y todavía no había señales de Jeongguk. Encogiéndose de hombros, caminó hasta la cocina y empezó a intentar preparar algo de comer.

Nunca había sido un buen cocinero. Explotaba lo que ponía en los fogones y hasta el agua hervida se le evaporaba. Sus experiencias tampoco le ayudaban. Alguna vez había salido con una alemana más alta que él y con un par de pechos tan grandes como su cabeza. Taehyung había cometido el error de preguntarle si en una de sus recetas podía reemplazar el tocino por pollo, ya que él lo prefería así, y desde entonces Taehyung tenía miedo de los cuchillos de sierra y las batidoras. Al parecer, a los alemanes no les gustaba cambiar sus recetas. Otra vez, él y Namjoon habían prendido en fuego un huevo frito.

Aun así, se dirigió a la nevera y sacó un par de vegetales irreconocibles y la carne. No llegó más lejos.

Lo despertó un suave toque en el hombro.

—¿Taehyung?

Taehyung abrió los ojos y vio frente a su nariz una zanahoria y un tomate. Estaban tan cerca que no podía distinguir bien sus bordes y ambos se fusionaban en uno solo. Sentía la cara entumecida, fría. El toque en su hombro se repitió.

—¿Taehyung, estás vivo?

Era Jeongguk y sonaba vagamente preocupado.

Taehyung tamborileó con la mano que tenía sobre la encimera y luego se irguió. Le dolía la baja espalda y el cuello. Definitivamente tenía que trabajar en su depresión.

—Oh, vaya, debí quedarme dormido— dijo, frotándose la parte de la cara que había aterrizado sobre la tabla de cortar.

—¿Sobre la encimera de la cocina?— preguntó Jeongguk, con una expresión que gritaba “¿en serio?”.

—Estaba cansado.

—Claro.

La casa estaba oscura. La única luz encendida era la que venía del pasillo hacia la sala de estar. Jeongguk estaba enfundado en un suéter tan negro como su cabello y se veía suave, como el compañero perfecto para irse a dormir.

—Regresaste— dijo Taehyung, intentando cambiar de tema. Eligió algo que hiciera a Jeongguk incómodo, porque así tendría más éxito—. Pensé que habrías huido hasta Daegu.

Como esperaba, Jeongguk dio un paso atrás y se frotó la barbilla, incómodo. Lucía como si en la mañana no hubiera tenido tiempo de afeitarse y eso le molestara.

—Yo no hago eso— dijo, al fin. Cuando Taehyung ya había encendido la luz y estaba organizando los vegetales que iba a cortar.

—¿Qué? ¿Huir?— preguntó Taehyung, dándole la espalda.

—Eso suena como algo que harías tú.

Taehyung se quedó quieto con una hoja de lechuga en la mano. Eso había golpeado muy cerca de casa; Jeongguk tenía un punto. Además, seguía odiándolo. Habían pasado más de 10 años y Jeon Jeongguk todavía no lo perdonaba por haberse ido a Hollywood a convertirse en el gran actor que era ahora.

—¿Qué estás cocinando?— inquirió Jeongguk, después de una pausa silenciosa e incómoda.

—No lo sé— murmuró Taehyung. Suspiró y dejó la hoja de lechuga sobre la tabla de cortar. Si tuviera a su ama de llaves aquí, ya habría comido hasta cuatro platos de hamburguesa.

—Déjamelo a mí. Tú siempre fuiste un desastre en la cocina, de todas maneras.

Con un empujón que pudo haber sido mucho más fuerte, Jeongguk lo obligó a apartarse de la encimera y tomó él los vegetales. Con la pericia de un experto, los puso sobre la tabla y empezó a cortarlos con velocidad.

—Llamé a tus padres— dijo.

Taehyung gruñó y se cruzó de brazos.

—¿Y qué les dijiste?— preguntó, hosco. Sabía que no debía sentirse disgustado por la manera de actuar de Jeongguk, pero no podía evitar la molestia. Hacía mucho tiempo que no se veían y Taehyung esperaba que, al menos, Jeongguk lo tratara como lo que eran: amigos de la infancia. Por el contrario, el chico no hacía más que recordarle con todos sus gestos que, de alguna manera, Taehyung lo había abandonado.

—Si hipotéticamente tú llegaras a casa antes de tiempo, ¿qué es lo que yo debería hacer?— dijo Jeongguk, respondiendo a su pregunta—. Y tu madre habló sobre un tour por Europa que habían planeado para celebrar tu Oscar y que tardarían un año en regresar. “No puede ser que él llegue antes. Es un buen chico, nos hubiera avisado”— la imitó, deteniéndose momentáneamente en su trabajo de asesinar los vegetales—. En conclusión, estamos atrapados aquí juntos, porque ellos no regresarán hasta que les hayan tomado una fotografía a todas las capitales del viejo continente.

—El viejo continente— resopló Taehyung—. ¿Quién te ha enseñado a hablar así?

—Deja de preguntar cosas que no te importan.

—Está decidido, me voy a un hotel— Taehyung se mesó el cabello y se despidió con la mano—. Fue un placer verte. Ha pasado mucho tiempo. Pero ahora me he dado cuenta que yo también quiero hacer un pequeño tour por Seúl y…

—No, no, Taehyung…

—… es un poco difícil si tú…

—No te vayas, Taehyung. Es tu casa.

—Bueno, pero no quiero que te vayas tú y evidentemente no eres capaz de soportarme. Así que seré el adulto aquí y…

Jeongguk rodó los ojos.

—No me vengas con eso de ser adultos— se quejó.

—¡Pero es cierto!— gimoteó Taehyung, señalándolo con el dedo—. No me soportas y actúas como si tuvieras 15 años de nuevo.

—Taehyung, yo no…

—”Tú no me entiendes”. “Me abandonaste”. “¿Acaso es más importante tu sueño que yo?”— lo imitó Taehyung—. ¡Justo así!

—¡Yo no he dicho eso!— gritó Jeongguk, dejando de cortar del todo y frunciendo el entrecejo—. ¿Cuándo he dicho eso?

—¡Cuando tenías 15 años!

—¡Eso fue hace 11 años, idiota!

—Pues parece que eso no ha sido suficiente para ti, porque aún estás…

—Tú, eres…— Y Jeongguk se lanzó de lleno en una letanía en coreano que Taehyung no pudo entender por lo rápido que iba. Sabía que más de la mitad eran insultos, así que optó por hacer un gesto negativo con la cabeza y despedirse con la mano.

Corrió hasta su habitación y cerró la puerta tras de sí. A esas alturas, ya no le importaba ser el más infantil. Su viaje de relajación y curación se deslizaba inexorablemente al desastre. Empezó a desempacar y, cuando menos lo pensó, se quedó dormido.

Lo despertó el sonido de su teléfono celular. Abrió los ojos y la luz del sol entrando por las cortinas hizo que gimiera. ¿Cuánto tiempo había dormido? Respondió la llamada sin ver el remitente, pero sabiendo de quién se trataba.

—Hola, Namjoon, sí, olvidé llamarte— dijo, con la voz pastosa. Sentía la lengua como una esponja pegada al paladar y tenía la mitad del cuerpo metido en una maleta. Si seguía durmiendo en posiciones tan incómodas, se iba a lesionar.

¿Te parece eso suficiente?— preguntó Namjoon, desde Estados Unidos—. Estoy esperando una disculpa.

Perdón— gimió Taehyung, alargando las sílabas en inglés—. Han pasado tantas cosas y yo…

¿Qué ha pasado?—Taehyung pudo imaginárselo en ese momento: frotándose las sienes con hastío y preguntándose por qué Taehyung le causaba tantas preocupaciones. Decidió no molestarlo más de lo que ya estaba.

—Oh, solamente se me ha hecho difícil entender el idioma.

Puede ser difícil al principio, pero recuerda que tú creciste hablando coreano y, si le das tiempo, regresará.

—Sí, gracias, Namjoon.

Bueno, ahora que sé que estás bien, puedo irme tranquilo.

—Adiós— dijo Taehyung, saboreando las palabras en ese idioma que no iba a poder hablar en mucho tiempo.

Cuídate, por favor.

Namjoon colgó y él se quedó con el teléfono en la oreja, escuchando el pitido del fin de la llamada. Después de un rato, cuando no pudo soportar más el hambre, se puso de pie y se dirigió a la puerta. Tenía pensado ir por algo rápido a la cocina y luego regresar a su habitación. Jeongguk no tendría ni idea de que todavía estaba en casa. Pero apenas entreabrió la puerta, el corazón se le disparó al verlo ahí de pie con una bandeja.

—Ya iba a irme— se excusó Taehyung, abriendo la puerta sólo lo suficiente para poderlo ver completamente—, solamente me quedé dormido.

—Está bien— dijo Jeongguk, después de un suspiro. Levantó la bandeja un poco, para que Taehyung se fijara en ella, y sonrió, tímido—. Es una oferta de paz.

—¿Estás ofreciéndome paz con comida?

—Exactamente.

—Ahora estamos hablando el mismo idioma.

Taehyung abrió la puerta del todo y se apresuró a tomar la bandeja. Olía familiar y la boca se le hizo agua.

—Eh— empezó Jeongguk, mirando a cualquier lugar menos a sus ojos—, investigué un poco sobre desayunos americanos y lo preparé para pedirte perdón. Sé que he actuado de manera inmadura desde que supe que eras tú, pero… digamos que aún no puedo creer que… es decir, yo creo que…

—Lo siento— dijo Taehyung, interrumpiéndolo. Jeongguk lo miró con los ojos muy abiertos y fijos. Taehyung le ofreció una sonrisa que esperaba fuera cálida—. Lo siento mucho por haberme ido hace 10 años…

—11— lo corrigió Jeongguk, sin parpadear.

—…11 años. Sabías que era mi sueño, Jeongguk. Yo quería ser un gran actor.

—Y lo conseguiste— murmuró Jeongguk, bajando la mirada.

—Lo conseguí— repitió Taehyung. Con esa expresión derrotada y rendida, Jeongguk se parecía mucho a sí mismo cuando tenía 15 años, el día que Taehyung le había dejado llorando para ir a cumplir su sueño. Incapaz de contenerse, Taehyung dejó la bandeja en el suelo y tomó a Jeongguk de los hombros—. Nunca quise dejarte. Fue algo que ocurrió en el camino para cumplir mi sueño, pero no fue algo que yo quisiera. Por favor, perdóname. Di que me perdonas.

La situación era muy parecida a muchas que habían vivido juntos cuando eran niños. Para Jeongguk siempre había sido difícil expresar sus sentimientos y Taehyung le ayudaba. Ahora era igual, y eso le hizo sentirse como antes, como cuando su única preocupación era que Jeongguk no se ahogara en un vaso lleno de sus propias emociones.

—Te perdono— susurró Jeongguk.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vivir con Jeongguk era, cuanto menos, incómodo. Ambos habían acordado que ninguno se iría, sin importar las peleas que pudieran surgir. Pero ni él ni Jeongguk habían pensado qué tan fácil, o difícil, sería convivir bajo el mismo techo. Aunque la casa era grande y Jeongguk salía casi todo el día, para Taehyung era obvio que no podían pasar más de cinco minutos en la misma habitación sin que esta se llenara de una energía extraña. Ojalá todo hubiera sido más fácil, se decía a sí mismo, pedir perdón y ser perdonado. Pero no.

Entonces, para evitar los momentos incómodos, Taehyung dormía. Dentro del baño y en su habitación eran sus favoritos; incluso había llegado a caer en la cama de sus padres. Siempre despertaba cuando Jeongguk no estaba en casa y se dormía cuando llegaba. Si alguna vez se encontraban en los pasillos o en alguna de las salas, intentaban entablar una conversación llena de monosílabos y temas clichés. Incomodísimo, respondería si le preguntaran.

Taehyung aguantó hasta lo que pudo, pero no fue demasiado tiempo.

—No está funcionando— se dijo a sí mismo, después de despertar la tercera tarde consecutiva sobre la barra de las escaleras—. Voy a caerme un día de estos y Jeongguk encontrará mi cadáver por la noche. ¿No podría ser más incómodo entonces?

Si todavía era como recordaba, Jeongguk era una persona difícil, y arreglar la situación estaría solamente en las manos de Taehyung. Así que, armándose de valor, esperó a Jeongguk, una noche, en la sala de estar. Sus intenciones habían sido buenas: había preparado té y rebuscado en los armarios de la alacena hasta encontrar galletitas. Tenía todo preparado. Pero como siempre, se había dormido.

Lo despertó Jeongguk agitándolo suavemente de un hombro.

—Oh, ya abriste los ojos— dijo, soltándole. Siempre se vestía de negro, como si todos los días tuviera un funeral—. Pensé que habías muerto.

—No aún, Satanás— murmuró Taehyung en inglés.

Jeongguk ladeó la cabeza, pero no dijo nada más. Miró, mientras se mordisqueaba los labios, la mesa de café.

—Eran para ti— dijo Taehyung, irguiéndose. Se estiró como un gato y gruñó—: ¡Maltita sea, se enfrió el té!

—Gracias, no tenías que hacerlo— murmuró Jeongguk, sin mirarle, incómodo. Taehyung se sentía igual, pero hizo un esfuerzo en sonreír—. Té y galletas, vaya.

—Y dulces.

—Sí, dulces— repitió el chico, sacudiendo la cabeza. Al ver ese gesto, Taehyung se transportó a sus recuerdos, cuando Jeongguk tenía nueve años y se sacudía la arena del cabello moviéndose así—. Tenías la vajilla de porcelana y la cubertería de plata y…— Jeongguk frunció el ceño y entrecerró los ojos—. Y eso. ¿Qué es eso?

—El Oscar.

—El Oscar— volvió a repetir él, con un tono de voz monocorde—. El Oscar.

—El mismísimo Oscar.

Entonces, la boca de Jeongguk se abrió. Estaba estupefacto; ni se movía.

—¿Qué te parece?— preguntó Taehyung—. Bonito, ¿no?

—No puede ser el Oscar.

—¿Por qué no? Yo me lo gané— le recordó Taehyung.

—Claro, te lo ganaste. Pero no puede estar ahí, porque las personas como yo no tenemos la oportunidad de ver un Oscar en toda nuestra vida.

Jeongguk dio un par de pasos hacia la estatua que Taehyung había dejado junto a la tetera y luego se arrepintió. Empezó a caminar en círculos junto a la mesa.

—No puedo creerlo— dijo, recordándole a Taehyung el día que se habían reencontrado. Parecía hacía mucho tiempo.

—¡Te digo que es el Oscar!— exclamó Taehyung, ampliando la sonrisa. Estaba decidido a acabar con la incomodidad entre ambos e iba a hacer todo lo posible por lograrlo. Si habían sido buenos amigos cuando niños, ¿qué es lo que evitaba que lo fueran ahora?—. Vamos, Jeonggukie, tócalo.

—¿Puedo tocarlo?— preguntó Jeongguk con la voz hecha un hilo. Parecía un niño en navidad, como él mismo hacía muchos años, muchas veces, cuando veía los regalos bajo el árbol.

—Claro que puedes tocarlo— le aseguró, sonriendo—. Vamos, seré bueno y te dejaré tomarte una foto con él.

—Debes estar bromeando— dijo Jeongguk, lanzándose hacia la estatua.

Estuvo un rato jugando con ella, pesándola y cambiándola de mano; todo el tiempo mirándola como si se tratara de un gran tesoro. Luego, sacó su teléfono del bolsillo y empezó a tomarse fotografías.

—Ayúdame aquí— le dijo a Taehyung, pasándole el móvil—. Toma una fotografía.

Taehyung le tomó varias. En todas, Jeongguk salía con una sonrisa grandísima que le cruzaba la cara casi de lado a lado y le dejaba los ojos como medialunas. Sostenía el Oscar como si hubiera sido él el ganador, como si ya hubiera hecho lo mismo antes. Luego Taehyung, le pasó el móvil para que pudiera subir la fotografía a sus redes sociales.

Jeongguk se sentó junto a él irradiando felicidad, como cuando eran niños, y le permitió ver lo que hacía en la pantalla del teléfono. Eligió una de las fotografías para su historia de Snapchat y otra, de las que Taehyung había tomado, para Twitter e Instagram. En todas anunció que era el Oscar de verdad, que sus manos habían sido bendecidas con la oportunidad de tocar una de las famosas estatuillas.

—Esto es lo mejor que me ha pasado en la vida— dijo, con los ojos brillantes.

Taehyung le sonrió y le revolvió el cabello. Aunque se tensó ante el gesto, Jeongguk no lo apartó, ni cambió su expresión. Para Taehyung, eso fue suficiente. Ya había dado el primer paso para acercarse a Jeongguk, esperaba que los siguientes fueran más sencillos.

—Jimin no puede creerlo, tampoco— dijo Jeongguk. Taehyung no lo conocía, pero asintió—. Sí, muérete de la envidia.

—Suenas como un niño.

—No me importa. Yo tengo una foto con el Oscar y tú…— Jeongguk se interrumpió a mitad de la frase y lo miró de soslayo—, bueno, tú te lo ganaste.

Taehyung se echó a reír, haciendo un show de ello. Molesto y avergonzado, Jeongguk lo empujó. Esto fue suficiente para interrumpir su risa. ¿Cuándo Jeongguk se había vuelto tan fuerte? Cuando lo había dejado, Jeongguk apenas había empezado a cambiar la voz y sus impulsos sexuales eran más grandes que él. A veces, Taehyung lo había descubierto mirando escotes y minifaldas sin percatarse que eso molestaba a algunas de las chicas. Ahora, Jeongguk, con un solo brazo, había logrado que abandonara su lugar en el sofá y cayera justo al lado del apoyabrazos.

—Impresionante— dijo, sin pensar.

—Sí, no te sientas tan importante solamente porque te ganaste un Oscar— murmuró Jeongguk, sin apartar la mirada de la pantalla de su teléfono. Este vibraba con cada notificación, que no paraban de llegar.

—Lo dice quien estaba tomándose las fotos con la estatua hace unos minutos. Es, claramente, un objeto sin importancia.

—Eres terrible, ¿lo sabías?

—Namjoon suele decir eso.

Jeongguk suspiró, agitando la cabeza, y se puso de pie. Sin poder evitarlo, Taehyung se puso derecho en su lugar y lo miró.

—¿A dónde vas?— preguntó. “Pensé que estábamos llegando, por fin, a algún sitio”.

—Voy a calentar el té— respondió Jeongguk, tomando la tetera—. No sé tú, pero aquí lo tomamos caliente.

—Quiero que sepas que el té frío está de moda.

—Seguramente no se preparará así como tú has preparado este— dijo, señalándole la jarra de té—. Voy a ir a calentarlo. Ya regreso.

—Podemos ver una película.

Ambos se miraron en silencio; Jeongguk parecía experto en las batallas de miradas, porque en todo el tiempo que duró, no parpadeó. Finalmente, se dio la vuelta y asintió.

—Está bien. Veremos una película— accedió—. ¿Alguna petición?

—Por favor— dijo Taehyung, poniéndose una mano en el pecho—. ¿Acaso la película con la que me gané el Oscar no te parece una buena idea?

—Eres terrible.

—Vamos a tener una divertidísima noche de películas, como cuando éramos niños, con té y galletas.

—¿Comías té y galletas en América?— preguntó Jeongguk, antes de salir de la habitación.

—Si el té y galletas lo puedes traducir a hamburguesas y Coca Cola, sí, por supuesto, yo comía bastante de eso.

Jeongguk se fue riéndose. Taehyung pensó: victoria.

 

 

 

 

 

 

 

 

El siguiente paso llegó un par de días después. Luego de la noche de películas, su convivencia en la casa había pasado a ser más soportable. Sin embargo, no era perfecta. Jeongguk todavía andaba a su alrededor como si Taehyung fuera una bomba a punto de explotar y cualquier paso en falso fuera el detonante. Él ya se había cansado de que Jeongguk se paseara por ahí en las puntas de los pies, tratando de no hacer ruido, pero no sabía muy bien qué hacer.

Fue entonces que Jeongguk actuó raro: un día durmió hasta tarde y se levantó justamente para almorzar.

—Hoy vas un poco tarde— comentó Taehyung, mirándolo de soslayo desde el sofá, mientras Jeongguk se atragantaba con arroz.

—Pedí permiso hoy— dijo Jeongguk, más preocupado por la comida que por él.

Jeongguk trabajaba. Aunque ya se lo imaginaba, no dejaba de sorprender a Taehyung. Jeongguk siempre había sido el bebé de su casa, a veces, también, de la casa de Taehyung. Y verlo todo responsable, con su ropa negra de sepulturero y pidiendo permisos, lo hacía sentirse viejo.

—¿Por qué pediste permiso?— preguntó, incapaz de contener su curiosidad. Namjoon solía decirle que el refrán del gato que muere por curioso había sido creado expresamente para Taehyung. Él sabía que no era cierto, porque, por lo que le concernía, este había existido mucho antes de que él naciera.

—Quería pasar por mi apartamento a recoger unas cosas.

—¿Tienes un apartamento?— continuó Taehyung, arrodillándose en el sofá.

—No pongas los pies sobre la tapicería. A tu madre no le gusta.

—Lo siento.

Todo el tiempo que había pasado lejos de casa pareció hacerse físico frente a Taehyung. No sabía muy bien qué había ocurrido en esos 11 años en los que él construyó su carrera y se labró paso hasta el Oscar. Al parecer, sus padres y Jeon Jeongguk habían seguido en contacto, pues ahí estaba él, cuidando de su casa, como si fuera el mayordomo. Era como si hubiesen convertido a Jeongguk en el hijo del que habían quedado privados al irse Taehyung.

—Sí, tengo un apartamento— dijo Jeongguk, súbitamente avergonzado. Se aclaró la garganta y miró su plato—. Un apartamento.

—¡Genial!— exclamó Taehyung, aplaudiendo—. ¡Yo también tengo uno en Nueva York!

—Eh, ¿te felicito?

—Eres parte de la fila de los adultos ahora, Jeonggukie. Estoy muy orgulloso de ti.

Jeongguk se sonrojó y utilizó el plato como barrera entre él y Taehyung. Su intento infructuoso de ocultarse detrás de la comida le pareció adorable.

—No es para tanto— dijo, antes de meterse lo que quedaba de arroz en la boca.

—¡Sí lo es!

Su única respuesta fue Jeongguk desapareciendo por el pasillo y regresando varios minutos después con una bufanda en la mano y toda la pinta de haberse lavado los dientes.

—Voy a salir ya— le anunció a Taehyung.

—Espera— pidió él, echando a correr.

Era su oportunidad para estrechar lazos. Subió lo más rápido que pudo a su habitación y buscó lo que Namjoon llamaba el kit de actor. Cuando bajó, llevaba puesto un tapabocas, unas gafas de sol y un sombrero que, según él, ocultaban su identidad como no lo haría nunca nada más.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó Jeongguk, sorprendido y con los ojos muy abiertos.

—¿Tú que crees? Voy a ir contigo.

—Pero… ¿por qué?— dijo, con la voz ahogada.

—No puedo creer que tengas un apartamento en Seúl y no me lo hayas enseñado. Eres el peor amigo de la infancia del mundo— respondió Taehyung, dirigiéndose a la puerta—. Vamos a ver, ¿te parezco alguien conocido?

—¿Qué?

—Si me miras fijamente pensarías: ¡Vaya, pero si es Kim Taehyung!        

—¿Qué?— repitió Jeongguk, estupefacto.

—No eres muy bueno hablando— lo riñó Taehyung, en inglés, y se encogió de hombros—. Supongo que esto será suficiente.

Jeongguk no fue capaz de decirle que no.

Por eso, ahora se encontraban frente a un edificio de apartamentos en una parte de Seúl que Taehyung no conocía. Estaba tan eufórico, recordando su viaje en metro, que no se percató de lo raído de la estructura, lo vacía que estaba la calle, lo desgastado que se veía todo.

—¿Viste a todas esas personas que se quedaron mirándome?— preguntó Taehyung, soltando risitas.

—Sí las vi— respondió Jeongguk en un suspiro. Desde que habían entrado al transporte público, habían llamado la atención de una gran multitud. Pero es que Taehyung no podía verse más sospechoso de lo que ya estaba.

—Todos se estaban preguntando quién era yo— continuó, divertido—. Escuché a alguien que susurró: ¿acaso no es G-Dragon?

—Eso no es cierto, mentiroso— dijo Jeongguk, dándole un golpe en el hombro—. Yo no escuché nada.

—La razón es muy sencilla, Jeonggukie. Tú intentaste hacerte lo más alejado de mí que pudiste. No creas que no me di cuenta. Así es imposible que escucharas lo que me dijeron.

—Eres terrible.

—Otra chica me preguntó cuándo iba a debutar— Taehyung hizo una pose junto al porche del edificio—. ¿De verdad me veo tan joven?

Jeongguk puso los ojos en blanco y lo ignoró a favor de abrir la puerta. Solamente cuando lo siguió, se percató Taehyung de la clase de sitio en el que estaban. El lugar no era, claro, uno de los mejores de Seúl. Por la noche debía ser un foco de inseguridad, lleno de ladrones y pandillas y sabría Taehyung qué más. A él no le gustaba juzgar, pero después de haber pasado tanto tiempo entre el lujo y la belleza, no podía evitar el repudio que le causaban los barrios bajos.

—Eh, Jeonggukie, ¿dónde estamos?

El edificio tenía un recibidor, al menos, pero el escritorio de seguridad estaba vacío. En cambio, un gato con manchas negras dormitaba sobre el mostrador, con la cola curvada junto al cuerpo. Al fondo, un elevador como una jaula tenía un letrero que había visto tiempos mejores: “FUERA DE SERVICIO”.

—Dijiste que querías ver mi apartamento, así que aquí estamos— dijo Jeongguk, acercándose a un hueco oscuro junto al elevador.

Tanteó un poco con la mano en la oscuridad y encontró lo que buscaba, pues sonrió, y justo después encendió la luz de lo que eran unas escaleras descuidadas y sucias.

—¿Aquí?— preguntó Taehyung. Y odió la manera en la que le tembló la voz.

—Aquí— aseguró Jeongguk, dándole una mirada por encima del hombro—. Sorpresa.

Taehyung lo siguió por las escaleras. Las barandillas estaban llenas de textos garabateados en esfero y algunas cortaduras. Con el corazón en la garganta, Taehyung descubrió uno que debía haber sido escrito hacía años y aseguraba que Jeon Jeongguk daba unas increíbles mamadas, con varias faltas de ortografía y una caricatura con enormes ojos llena de salpicaduras. Los demás mensajes no estaban mejor, así como el estado en general del lugar. En una esquina, incluso creyó ver un condón usado y desechado, sin siquiera un nudo.

—Por aquí— dijo Jeongguk, después de un rato, cuando se detuvieron en una de las plantas. Para ese entonces, a Taehyung las piernas le dolían y la respiración le fallaba. Sin embargo, no se alejaba de Jeongguk. Llegó a agarrarlo de la punta del abrigo para no perderlo.

Entraron a lo que era el cuarto piso y otro gato salió disparado hacia las escaleras por la puerta que habían abierto. Las paredes, como de papel, no eran suficientes para ahogar el sonido de los diferentes residentes de los apartamentos. En uno de ellos, unos niños peleaban, en otro, alguien veía un programa de variedades.

—Sígueme— dijo Jeongguk, andando hacia la derecha.

No tuvo que decirlo dos veces. Taehyung caminó detrás de él, sintiéndose avergonzado al dar saltitos cada vez que algún ruido lo asustaba. Él nunca había sido así, como si fuera la realeza y los demás, campesinos. Y su reacción era penosa. Lo peor es que, por más que intentaba, no podía deshacerse del todo de la sensación de inquietud que lo llenaba.

Finalmente, llegaron al apartamento de Jeongguk. Tenía la misma puerta que todos los demás, con una ficha en lo alto que indicaba que era el número 401. Jeongguk jugueteó un poco con el manojo de llaves que tenía en el bolsillo y no miró a Taehyung cuando dijo:

—Eh, si quieres, puedes quedarte aquí afuera. Yo entraré y recogeré todo lo que…

—¿Te da vergüenza dejarme entrar?— preguntó Taehyung.

Jeongguk se tensó de inmediato y sus ojos se abrieron. Daba pena verlo tan asustado, como un ciervo frente a los faros de un coche. Todo su lenguaje corporal decía: “me has descubierto”.

—Lo siento— dijo Taehyung, bajando la mirada—. ¿Es por como he actuado desde que entramos?— No esperó respuesta y añadió—: Porque si es eso, quiero que sepas que trataré de mejorar. Hace mucho tiempo que no estoy en lugares como estos y no lo estoy pasando muy bien. Me esforzaré, te lo prometo.

—No quería que vinieras.

En ese momento, alguien salió de uno de los apartamentos y se acercó a ellos. Taehyung se apartó un poco para que el recién llegado le diera a Jeongguk una caricia en la nuca.

—Pensé que no te vería hasta el próximo año— dijo, como saludo—. ¿Qué es lo que te ha traído al hueco otra vez?

Jeongguk lo miró y sonrió, todo rastro de incomodidad olvidado. El extraño y él parecían cercanos, a juzgar por la cantidad de contacto que había. La mano que había usado para acariciarle se quedó ahí, en su hombro, como si estuviera acostumbrado.

—Yo le había dicho a Jimin que estabas de vacaciones en Gangnam. Estábamos seguros que te quedarías allí hasta que salieras echando brillantina y caviar por la nariz.

—¿Caviar?— preguntó Jeongguk, sonriendo más amplio.

Si había algo que no le gustaba nada a Taehyung era ser ignorado. Por eso se había ido a Hollywood y se había ganado un Oscar. Se suponía que los tiempos en los que se quedaba a un lado sin hablar, como un objeto decorativo, se habían acabado hacía mucho. Le dieron ganas de regresar a las mugrosas escaleras, acomodarse en uno de los rellanos y dormir toda esa conversación.

Como no podía, en cambio, se aclaró la garganta con fuerza y movió las manos como un saludo.

—Qué extraño— fue lo primero que le dijo el recién llegado.

Era alto y guapo, con los hombros tan anchos que, probablemente, se podría dormir ahí cómodamente. Taehyung casi escuchó a Namjoon riñéndole: “debiste haberte quedado en América. Al menos, aquí había un psicólogo que podía ayudarte”.

—Dime cuándo te hiciste amigo de un idol— dijo el vecino de Jeongguk al chico—. No te juzgaré por no habérmelo dicho antes.

—No, Seokjin, no es un idol— se apresuró a corregirlo Jeongguk.

—Entonces, ¿por qué tiene puesto eso?— Miró a Taehyung y frunció el ceño—. No quiero ser impertinente, pero es demasiado sospechoso.

—¿Imperti… qué?— preguntó Taehyung, confundido.

—No es un idol— repitió Jeongguk, frotándose la cara con una mano—. Es un… amigo de la infancia.

—¿Amigo de la infancia?— preguntó Seokjin, sonriendo—. Haberlo dicho antes. ¿Vienes a quedarte?

—¿Quedarme?— dijo Taehyung, señalándose—. ¿Aquí?

—Sí, aquí— y, como si no quisiera que Taehyung lo escuchara, se acercó a Jeongguk y susurró—: ¿Acaso es tonto?

—Te oí— masculló Taehyung.

—Lo siento.

—Perdonado.

Jeongguk suspiró y se apoyó en la puerta, como si estuviera tan cansado que las piernas no le respondieran. Aprovechando su falta de atención, Seokjin se inclinó y se presentó, tratando de calmar los ánimos.

—Mi nombre es Kim Seokjin, el vecino de Jeongguk. También preparo su comida diariamente. Si te quedas aquí, nos veremos constantemente.

Taehyung se inclinó a su vez, sonriendo detrás de la máscara.

—Oh, yo soy Kim Taehyung. Hasta hace poco vivía en América, pues…

Jeongguk se abalanzó tan rápido que ambos se tambalearon hacia la barandilla que daba a la calle y quedaron en precario equilibrio. A pesar de que le había cubierto la boca, la expresión asustada de su cara lo decía todo.

—¿Kim Taehyung?— casi chilló Seokjin.

—Bueno, Seokjin, fue un gusto verte. Mi amigo y yo vamos a entrar ya. ¡Adiós!— lo interrumpió Jeongguk, jalando a Taehyung de un brazo.

Abrió la puerta a una velocidad casi imposible y empujó a Taehyung dentro, como si este no pesara más que un saco de harina. Finalmente, cerró la puerta detrás de ambos con tanta fuerza que una parte de la pintura desconchada junto a ella se desprendió y cayó al suelo en decenas de pedacitos.

—¿En serio?— gruñó Jeongguk.

Taehyung aspiró, sintiéndose de pronto muy caliente. Le gustaba muchísimo cuando lo trataban con fuerza en la cama. Ser levantado en volandas y obligado a mantenerse en una sola posición eran algunos de sus tratos favoritos. Jeongguk había hecho bastante con él en poco tiempo, lo que le sorprendía, porque ambos estaban, sí, totalmente vestidos, y Jeongguk, con su cara de niño y los recuerdos sobre su cabeza, era la imagen menos sexualmente atractiva del mundo.

Intentó calmarse respirando profundo y lo único que logró fue una risita nerviosa.

—¿Siempre andas diciéndole a todo el mundo quién eres?— preguntó Jeongguk. Usaba un tono de voz tan recriminatorio que Taehyung se sintió como un niño pequeño. Al menos, eso le ayudó a olvidar la ola de calor interno que le había recordado que era un adulto sexualmente activo.

—Si recuerdas nuestro primer encuentro, Jeonggukie, te aseguro que esta vez fue un terrible accidente.

—Un terrible accidente— repitió el chico, sin podérselo creer.

—No creo que tu amigo, Seokjin, ¿no?, hubiera hecho mucho escándalo al saber que soy yo.

—Tú no conoces a Seokjin— dijo, lúgubre.

—Está bien, no lo conozco, pero no creo que sea tan malo.

—No debí haberte dejado venir.

Taehyung perdió cierta emoción al escucharlo, pero recordó que Jeongguk no sabía usar muy bien las palabras. Lo más probable es que no quisiera decir lo que había salido de su boca.

—Te apuesto un helado a que no te habrías divertido tanto si yo no estuviera aquí— y añadió, porque podía—: contigo.

—Eres terrible— dijo Jeongguk, pero había una sonrisa que le levantaba una de las comisuras de los labios hacia arriba. Eso fue suficiente para Taehyung.

—Muy bien, niño grande, ahora podrás enseñarme tu mansión.

—No te burles.

—No es una burla— dijo Taehyung, y se acercó para repetir la caricia que Seokjin le había hecho a Jeongguk en el cuello. El chico se tensó como una cuerda.

—¿Taehyung?— preguntó.

Sabía a qué se refería con eso. Cuando eran niños, Taehyung solía jugar con su cabello. Le gustaba porque era suave y Jeongguk se ponía como un gatito cuando lo hacía, todo relajado y adormilado.

Entonces, Taehyung subió la mano y le despeinó los cabellos sobre la nuca.

—¿Vas a mostrarme tu casa?— preguntó, en un susurro. No solía hablar en ese tono de voz, pero el momento era muy íntimo y se sintió como si fuese lo correcto. Jeongguk lo miraba con los ojos ligeramente apagados, como si estuviera recordando todas las veces que Taehyung había jugado con su cabello justo así.

—No hay mucho que ver— respondió el chico, en el mismo tono ahogado.

—Estará bien. Vamos.

Como si no quisiera, Jeongguk se apartó de él y empezó a enseñarle la casa. Era un apartamento bastante pequeño y estaba muy sucio. Seguramente Jeongguk no se preocupaba por limpiarlo ya que no vivía ahí en el momento. Sin embargo, se sonrojó hasta las orejas. Taehyung se quitó el kit de actor de la cara cuando se movieron un poco a la izquierda, justo al lado de la cocina.   

—Perdona el desorden— le dijo.

Taehyung se rio y le despeinó el cabello sin pensarlo.

—Si vieras mi penthouse en París, sabrías lo que es el desorden de verdad.

La cocina apenas tenía espacio para una estufa, una encimera y el lavaplatos. La sala de estar, que se convertía en habitación al desenfundar un colchón inflable, no era más grande que el armario de los trastos que Taehyung tenía en su casa de Los Ángeles. El baño era aún más triste.

—Sé que no es mucho— dijo Jeongguk, como si tuviera que disculparse por ello—, pero lo he pagado yo solo y, si no lo piensas mucho, es cómodo para vivir.

—Te creo— respondió Taehyung.

—No es como todo lo que tú tienes— Jeongguk soltó una risita sarcástica—. Ni siquiera es como la casa de tus padres. Pero es mío, ¿entiendes? Mío.

—Tuve mucha suerte— murmuró Taehyung, sintiéndose, de alguna manera, atacado—. Me pagan bastante, pero no es así para todo el mundo. Sé que soy un privilegiado, no lo dudes. Y creo que no debo recordarte todo lo que perdí para llegar a donde estoy ahora.

Jeongguk lo miró fijamente. ¿Incluyéndome?, parecía preguntar. Aunque no había dicho nada, Taehyung asintió.

—¿En qué trabajas, Jeonggukie? — añadió, cambiando de tema—. Es injusto que tú sepas qué hago yo y yo no tenga ni la más mínima idea de lo que tú sales a hacer todos los días.

—¿No sabes?— preguntó Jeongguk, como si él mismo no lo hubiera pensado antes—. ¡Tienes razón!

—Siempre la tengo— bromeó Taehyung, haciéndolo sonreír.

—Eh, hago algunos tatuajes…

—Vaya, quédate ahí, amigo— lo interrumpió Taehyung, señalándolo con un dedo—. ¿Eres tatuador?

—Se podría decir eso, sí— dijo Jeongguk, incómodo.

—¡Pensé que eras operador de funerarias o algo así!

—¿Cómo?— Jeongguk frunció el ceño, aunque sonreía.

—Siempre te vistes de negro— le explicó—. Sí, sé que es estúpido. No lo volveré a repetir. En realidad, es mucho más genial ser tatuador. Te da cierta aura— finalizó, en inglés.

—¿Que me da qué?

—No sé cómo decirlo en coreano— dijo Taehyung, poniendo morros—. Ya mejoraré, tengo dos años para practicar.

Jeongguk se rio, arrugando la nariz y mostrando los dientes. Taehyung se sintió bien. Era una de las sonrisas que le daba antes de entrar a la pubertad, cuando casi todo lo que Taehyung hacía le molestaba y prefería estar con sus amigos de edad similar. Era su sonrisa de niño. Se miraron en silencio, quizá atrapados en sus propios recuerdos, hasta que Jeongguk dijo:

—¿Quieres sentarte?

—¿Dónde?— bromeó Taehyung—. No tienes muebles, Jeonggukie.

—No son necesarios— respondió Jeongguk, sin pestañear—. Ayúdame a inflar el colchón y nos podremos sentar. No tengo nada de tomar, pero será más cómodo.

—¿Así tratas a todas tus visitas?

Jeongguk lo ignoró, sonriente, y ambos se pusieron manos a la obra. Se sentía como los viejos tiempos, como si fueran dos niños otra vez mientras construían fuertes de almohadas. Finalmente, tuvieron el colchón inflado y Taehyung se echó sin ceremonias en él. Jeongguk, de pie frente a él, le sonrió.

—¿Quién diría que el gran Kim Taehyung estaría conmigo aquí en Seúl, inflando un colchón con sus propias manos?

—Ten cuidado, podría demandarte por trabajos forzados— dijo Taehyung.

Se puso de pie solamente para amenazar a Jeongguk con un puño, pero el chico lo apartó riéndose.

—Muy bien, señor tatuador, no te creeré del todo si no me enseñas tus tatuajes— dijo Taehyung, interrumpiéndolo y subiendo y bajando las cejas.

—¿Mis tatuajes?

—¡No me digas que no tienes! Si los haces, los tienes. No creas que nací ayer. He estado en America, niño.

Jeongguk negó con la cabeza, todavía sin dejar de sonreír. Era el mayor tiempo que Taehyung lo había visto con esa expresión en su presencia. Sí, era como en los viejos tiempos. Una ola de afecto como un tsunami lo dejó con ganas de echarse a llorar.

—Tengo unos…

—¡Enséñalos!

—Pero no están en un sitio fácil de ver.

—No me digas que te tatuaste el pene, Jeon Jeongguk— dijo Taehyung, frunciendo el ceño y haciendo una mueca con la boca—. Qué asco.

—¡No!— gritó Jeongguk, enrojeciendo—. ¿De dónde sacaste eso?

—América— respondió él, y volvió a subir y bajar las cejas.

—Claro.

—Ya que no es el pene, yo creo que estamos bien. No te dejaré salir de aquí hasta que me los enseñes.

—Eres terrible— dijo Jeongguk.

Pero no se negó. Sin avisarle antes, se deslizó el abrigo por los hombros y miró a Taehyung bajo las pestañas cuando este cayó al suelo.

—¿Estás seguro que quieres ver?— susurró.

Taehyung quiso preguntarle: “¿por qué susurras?”, pero había algo en el ambiente que era raro, así que se decantó por un asentimiento y un gesto con la mano que lo instaba a continuar.

Jeongguk se encogió de hombros y bajó los ojos. Tomó el borde de su suéter y se lo sacó sobre la cabeza. Tenía una camisa blanquísima que brillaba con toda su limpieza en medio de la sucia habitación. Parecía una escena de película y Taehyung casi se echó a reír.

—No te rías— lo amonestó Jeongguk, en el mismo tono.

No había nada en sus brazos. Así que Taehyung supuso que tendría que quitarse más ropa para enseñarle sus tatuajes. La perspectiva lo emocionó. Se vio incapaz de detenerse, como muchas otras veces, al decir:

—Vamos, estás alargándolo mucho. ¿Es acaso un show privado?

Las cejas de Jeongguk se elevaron tanto que quedaron ocultas por su cabello largo en la frente. Sin embargo, todavía sonreía.

—Eres terrible— le recordó.

Y empezó a sacarse la camisa.

Lo primero que pensó Taehyung fue: abdominales, luego vio el tatuaje en sus costillas. Era una fecha bastante pequeña, pero conocida.

—¿Pero qué…?— murmuró Taehyung, acercándose. Puso sus dedos donde los números empezaban y su cabeza se iluminó—. ¿No fue ese día la ceremonia de los Oscar?

Jeongguk no le respondió. En cambio, terminó de sacarse la ropa y se dio media vuelta. Sobre los músculos de su espalda, a la altura de los omoplatos, tenía tatuadas dos grandes alas. A simple vista, era obvio que quien lo había hecho tenía mucho talento. Cada pluma tenía detalles únicos y estaba muy bien dibujada. Las puntas de las alas rozaban el cinturón del pantalón.

—Impresionante— susurró Taehyung.

—Lo sé— dijo Jeongguk, imitando su tono.

—¿Sólo dos?

—Sólo dos— repitió.

Quitarse la ropa había dejado a Jeongguk con el cabello en todas las direcciones. Sin pensar, Taehyung estiró la mano y empezó a peinárselo. Jeongguk giró sólo un poco la cabeza hacia su mano y lo miró de soslayo.

—Oh, mierda— dijo Taehyung en inglés, sabiendo lo que iba a suceder.

Luego, Jeongguk lo empotró contra la pared y le besó la boca.

Un calor como fuego le lamió las entrañas y se vio a sí mismo respondiendo el beso y rodeándole el cuello con los brazos. Jeongguk siguió besándole una y otra y otra y otra vez, con tanta urgencia que parecía que el mundo se fuera a acabar.

—Tranquilo— murmuró Taehyung, en medio de uno de los besos.

El aliento de Jeongguk le llenó la boca y Taehyung gimió con los labios pegados a los suyos. Tuvo la claridad mental para preguntarse a sí mismo qué es lo que estaba haciendo, pero luego le metió la mano a Jeongguk en los pantalones y empezó a tocarlo. Enredó la otra mano en sus cabellos y tiró suavemente de él, indicándole que quería que hiciera lo mismo.

A Jeongguk le faltó tiempo para jalar sus pantalones hacia abajo, dejándolos caer hasta sus rodillas, lo suficiente para empezar a masturbarlo. Taehyung ocultó la cara en su cuello y le peinó el cabello con los dedos en un movimiento automático. Trataba de ahogar los gemidos contra su piel, pues recordaba que las paredes eran finas y no quería, sin saber por qué, que Seokjin escuchara lo que estaban haciendo en ese apartamento tan grande como una caja de zapatos.

Todo el cuerpo de Jeongguk se cerró cuando eyaculó, y soltó un suspiro que parecía más de alivio que de placer. Taehyung lo siguió poco después con el orgasmo más fuerte que había tenido en toda su vida y la boca ocupada en uno de sus besos.

En algún momento cayeron en el colchón, y, cuando menos lo pensó Taehyung, empezaron una segunda vez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Levantarse de la cama era una tarea titánica cuando Jeongguk lo atrapaba por la cintura y le regaba besos en los hombros. Taehyung era débil y el chico ya había descubierto lo mucho que le gustaba que lo tratara con fuerza en la cama. Apenas se habían puesto de pie para ir al baño y habían comido en la cama, dejando sobre las mantas manchas de todo tipo.

—Tienes que ir a trabajar— le recordó Taehyung el tercer día. Se sentía como si estuviera en su propio paraíso, dentro de la habitación de Jeongguk y a medias sobre su cuerpo—. ¿No tienes responsabilidades o algo así?

Jeongguk le ignoró, besándole la boca.

—Oh, para, no me dejas pensar— dijo Taehyung en inglés, poniendo los ojos en blanco por el placer.

Namjoon había llamado un par de veces preguntando cómo estaba. Taehyung no había tenido el valor de decirle que los últimos días no había dormido nada porque estaba en una especie extraña de luna de miel con todo el sexo incluido. La mayoría de las veces respondía sus llamadas con Jeongguk esperando pacientemente entre sus piernas, y a Taehyung le daban ganas de que Namjoon dejara de preocuparse al menos por una semana o dos para que lo dejara estar con el otro chico en paz.

Jeongguk, en cambio, había roto todo contacto con el exterior. El mundo ocurría dentro de las cuatro paredes de la habitación. Su teléfono apagado descansaba sobre la mesita de noche junto a las botellas de lubricante y los condones que habían comprado con prisa en grandes cantidades en una de las tiendas cerca de la casa. El dependiente había mirado a Taehyung vestido con su kit de actor y no había movido ni una pestaña, como si estuviera acostumbrado a que personas de tapabocas y gafas de sol sospechosas compraran eso todos los días. Jeongguk no había ido a trabajar, tampoco. De su ropa negra de funeral y sus largas jornadas fuera de casa, no quedaban más que las prendas de ropa de la primera vez tiradas en el suelo de cualquier manera y la culpa en la parte de atrás de la cabeza de Taehyung.

Si era un tatuador, Jeongguk no debía ganar mucho. A juzgar por su pequeño departamento y su guardarropa monocorde, era un chico que tenía apenas el dinero suficiente para vivir. Y Taehyung, con su inexplicable apetito sexual recién descubierto, se había convertido en la razón por la que no estaba ganando más.

Sin embargo, Jeongguk rodaba por la cama con la sonrisa más grande del mundo y una felicidad tan contagiosa que Taehyung no podía evitar dejar que se le subiera encima o subirse él y todo volvía de nuevo a ser sólo piel y calor y más sexo. Si seguía así, no dormiría en mucho tiempo. Era el remedio perfecto.

Por eso, el cuarto día, hizo un acopio de toda su fuerza de voluntad y obligó a Jeongguk a tomar un baño. Por supuesto, terminaron teniendo sexo ahí también, pero el resultado fue satisfactorio: Jeongguk, con ojeras bajo los ojos y una expresión mareada en la cara, estaba listo para ir a trabajar.

—¿Qué estás haciendo?— le preguntó, atrapando a Taehyung en un abrazo por la espalda y tratando de jalarlo de regreso a su habitación.

Taehyung plantó los talones en el suelo y abrió las piernas para evitar que lo llevara consigo. Estaba tratando de ponerse el kit de actor, pero Jeongguk se lo hacía muy difícil.

—Taehyung— se quejó Jeongguk, sabiéndose ignorado—, ¿por qué te estás vistiendo?

—Ya tendremos tiempo para eso— respondió Taehyung, con la boca mal cubierta por el tapabocas—. Ahora hay que ir a tu trabajo para que le pintes anclas y símbolos de infinito a la gente.

—¿Anclas y símbolos de infinito?— preguntó Jeongguk, y Taehyung no tuvo que mirarlo para saber que estaba sonriendo.

—Eso es lo que todos se tatúan.

—Tienes razón.

Antes de salir, Taehyung se bajó el tapabocas y le dio un largo y húmedo beso a Jeongguk.

—Más tarde— le prometió.

Jeongguk lo llevó por toda la ciudad con el ceño fruncido. Era obvio que odiaba estar en la calle cuando habían estado tan bien juntos en la cama. Taehyung lo entendía, pero sabía que el trabajo de Jeongguk, donde quiera que fuera, también era importante. Además, no es como si ellos hubiesen prometido no volver a tocarse una vez regresaran a casa. Más bien todo lo contrario.

Subieron en el metro, donde obtuvieron la misma reacción que su último viaje, cuando fueron al apartamento de Jeongguk, y llegaron a otra parte de Seúl que Taehyung no conocía. La verdad es que tenía mucho tiempo libre, pero no le apetecía recorrer la ciudad. Había viajado tanto y por tanto tiempo que ahora disfrutaba estar en casa viendo dramas o películas en su idioma materno. Era nostálgico y agradable.

Finalmente, Jeongguk lo llevó a un pequeño local oculto en un centro comercial lleno de chucherías. Era el tipo de sitio que pasarías de largo si no supieras que estaba ahí. A simple vista parecía una peluquería, con las sillas giratorias y el olor a cabello quemado, pero había un mostrador, con un gato durmiente encima, y una puerta oscura al fondo.

—¿Jeongguk?— preguntó alguien, cuando entraron.

Había una chica con el cabello azul a medio pintar que ojeaba una revista sobre una de las sillas. El que había hablado era el que estaba decolorándole el cabello. Tenía un tapabocas y largos guantes de látex de color azul. Sonreía tan amplio que los ojos se le encogían.

—Pero, ¿dónde estabas?— preguntó, dándole un jalón a la chica—. Pensé que no iba a volver a verte.

—Muy gracioso, Hoseok— dijo Jeongguk, poniendo los ojos en blanco.

—Yoongi está en la parte de atrás.

—Gracias, iré a verlo.

Hoseok asintió, moviendo el pie al ritmo de una canción que sólo él podía escuchar. Miró a Taehyung cuando este pasó a su lado.

—¿Un idol?— preguntó—. ¿Quieres un tatuaje?

—No es un idol— respondió Jeongguk por él.

—¿Entonces qué es?

—Algo parecido a un idol.

Hoseok arqueó las cejas y encogió los hombros. “Está bien”, parecía decir. Y Jeongguk se llevó a Taehyung a la habitación de atrás. Cuando pasaron junto al gato, Taehyung vio que tenía la punta de la cola pintada de verde.

Detrás de la puerta se abría otro local sacado de una película de Tim Burton. Las paredes y el suelo, negras, lucían como la guarida de un vampiro. Había letreros de neón de color rojo y azul que anunciaban los precios de los tatuajes. Una chica y su novio esperaban sentados sobre un sofá mientras hablaban en voz baja.

—Pero mira quién está aquí— dijo la chica, cuando los vio entrar. Enarcó una de sus perfectas cejas y le mostró a Jeongguk el dedo del medio—. ¡He estado esperando por ti, pequeña mierda!

—Hola, Hyuna— respondió Jeongguk, estoico—. Hola, Hyunseung.

—Nada de hola, mocoso. ¿Cuándo planeas tatuarme?— continuó ella—. Me diste una cita hace dos días. ¡Dos días!

—Lo siento— dijo el chico, en el mismo tono falto de emoción.

—Hay que tener mucha vergüenza— dijo ella, poniendo los ojos en blanco—. ¿Y tú qué estás mirando?— inquirió a Taehyung.

—No te estoy mirando— dijo él, a la defensiva.

—Los tipos como tú se ponen esas gafas de sol en interiores para mirar a las chicas sin que ellas se den cuenta. A mí no me engañas— lo encaró ella, balanceando un dedo con una uña larguísima—. Ah, Yoongi, mira quién regresó.

Taehyung se giró y un chico pálido y aterrador entró a la pequeña sala. Se quitaba los guantes de látex con un gesto hosco, mientras evaluaba a Jeongguk con un ojo crítico. Era el rey vampiro, seguramente el dueño del lugar.

—Jeon Jeongguk— dijo, con una voz de borracho—. ¿Te divertiste en tu luna de miel?

Jeongguk se sonrojó hasta las orejas.

—Yo no estaba… Yo no… ¿Luna de miel?— preguntó con un hilo de voz.

—Apagaste tu celular por cuatro días y traes a alguien— Jeongguk abrió la boca, a punto de protestar, pero Yoongi lo calló con un gesto de la mano y añadió—: Además hablé con Seokjin hace un par de días y me dijo que te escuchó montártela en tu apartamento con… ¿Kim Taehyung?— finalizó, arqueando las cejas en un gesto incrédulo—. ¿El actor?

—¿Kim Taehyung?— preguntó Hyuna, en voz muy alta.

Jeongguk soltó una risa forzada y empezó a empujar a Taehyung hacia la puerta.

—Seokjin tiene una imaginación muy grande, ¿no?— Luego, pegó su boca a la oreja de Taehyung y susurró—: ¿Te presentaré otro día?

Taehyung asintió.

—Ya sé quién te dio el Oscar con el que te tomaste todas esas fotos— continuó Yoongi—. Si estabas intentando mantenerlo en secreto, vas muy mal.

—Él no es Kim Taehyung.

—¿Si Brad Pitt llega y te dice “me llamo Brad Pitt, el de América”, tú que piensas?— le preguntó Yoongi, negando—. Cuando estábamos viendo la ceremonia en televisión, dijiste que tú lo conocías.

Jeongguk, mortificado, se cubrió la cara con las manos.

—Sólo quería impresionar a Hoseok.

—¿Y por eso te trajiste a Kim Taehyung a Corea?— preguntó Yoongi, sonriendo al fin. Disfrutaba viendo la incomodidad de Jeongguk, así que Taehyung intervino.

—Me gustaría que mi identidad quedara en secreto, gracias— dijo—. No queremos que la gente se entere que hay una tienda de tatuajes aquí atrás, ¿no?

A Yoongi se le borró la sonrisa de la cara. Hyuna, que había estado preguntando en voz alta todo el tiempo, enmudeció y le dedicó un par de miradas a Yoongi y Taehyung, como si estuviera viendo un partido de tenis.

—¿Es de verdad?— preguntó Yoongi.

Taehyung se quitó los lentes y el tapabocas.

—Hola— dijo, sonriendo.

Yoongi se puso aún más pálido, si eso era posible. Taehyung iba a decir algo más, pero alguien gritando a su espalda hizo que diera un salto y tomara a Jeongguk de un brazo para ocultarse tras de él.

—¡Pero si es Kim Taehyung!— exclamó Hoseok, tomándose el cabello naranja—. ¡El de verdad!

—Hola— repitió Taehyung.

—¡Te dije que era el Oscar real!— le gritó a Yoongi—. ¡Yo también quiero verlo!

—Hoseok, no seas grosero. Ni lo conoces— dijo Yoongi, sin parpadear ni moverse—. No puedo creer que esto esté ocurriendo.

—Lamento haberte dicho que no me miraras— soltó Hyuna, poniéndose una mano sobre el pecho—. Puedes mirarme todo lo que quieras.

—¿Alguien va a hacer tatuajes aquí?— preguntó Hyunseung, inmutable.

Taehyung miró a Jeongguk con la boca entreabierta. El chico estaba pálido, pero sonreía. Parecía no entender cómo, en tan poco tiempo, se había creado el caos en el lugar.

—¡Todos cállense!— gritó, al final, Yoongi—. Tú—dijo, señalando a Jeongguk—, irás a tatuar a Hyuna, como lo habíamos acordado. Hoseok, también te irás a trabajar. Yo continuaré con el cliente que tengo en la parte de atrás y espero que todos sepan comportarse. No todos los días tenemos un invitado tan distinguido en nuestra humilde casa.

Como por arte de magia, el rey vampiro hizo que todos se pusieran manos a la obra. Jeongguk soltó a Taehyung y se fue, seguido de la pareja, a la parte de atrás del lugar. Allí debía tener su estudio. Sin embargo, Taehyung, molesto por haber sido abandonado sin miramientos, dio media vuelta y, poniéndose de nuevo el kit de actor, siguió a Hoseok a la parte de adelante. La chica con el cabello azul seguía sentada pacientemente con las raíces envueltas en papel aluminio.

Hoseok se sorprendió de verlo detrás de él, pero permitió que se sentara en la silla junto a la chica. A esa hora no había muchos clientes, ni ruido. Sólo estaban ellos tres mirándose. La chica, quizá acostumbrada a esperar mucho para tener el cabello pintado de la manera que quería, estaba concentrada en la pantalla de su teléfono.

—Entonces…— empezó Taehyung, y Hoseok dejó de dar vueltas por ahí y arqueó una ceja—. ¿Eres Hoseok?

—Sí, Jung Hoseok, a tu servicio. Si quieres cambiar tu cabello, yo soy el indicado— se presentó él, sonriendo—. He hecho esto desde que salí de la escuela.

—Eso es impresionante— lo halagó él.

—¿Te lo ha dicho Jeongguk?— Y ante su negativa, Hoseok se llevó una mano al pecho, fingiendo ofenderse, y añadió—: Ese mocoso no sabe hablar con los demás.

—No sabe, es cierto.

—Estudié en la escuela de belleza durante bastante tiempo. Peluquería y maquillaje son mis especialidades— le explicó, sentándose frente a él e ignorando a su cliente—. Intenté tatuar, porque a Yoongi le gusta, pero no pude sostener la pata de cerdo por más de dos minutos antes de gritar.

—¿Pata de cerdo?

—La piel de los cerdos es la más parecida a la humana. Yoongi intentó enseñarme a tatuar sobre la pata de uno. Muerto, claro— aclaró, guiñándole un ojo—. Pero no sé si has tocado una… ¡es horrible! El tacto… ¡horrible! Tuve que soltarla y gritar y luego huir por mi equilibrio mental.

—Suena interesante— dijo Taehyung, sincero—. ¡Ojalá algún día tenga que interpretar a un tatuador!

—La mayoría piensa que esto no es una buena opción de vida— manifestó Hoseok, haciendo un gesto amplio con los brazos—. Pero yo pienso, vamos, que siempre se necesitará de alguien que te corte el cabello, o esté dispuesto a escribir el nombre de tu última pareja en tu brazo.

Taehyung se rio, sujetándose el estómago sobre la ropa. La chica de azul les dedicó una mirada mordaz antes de ponerse con cuidado un par de audífonos en las orejas.

—Así que, Kim Taehyung, actor, ganador del Oscar— enumeró Hoseok, arqueando las cejas.

—El mismo. Te enseñaría el Oscar, pero lo dejé en casa.

—No importa— Hoseok movió la mano de arriba abajo, restándole importancia—. Tenemos las fotos de Jeongguk. Se ve muy bien que ese es el Oscar. Yoongi pensó que lo había comprado en alguna tienda china. Yo le dije: “No, Yoongi, mira bien. Es el Oscar real. Nunca he tocado uno, pero es obvio que es el Oscar real”.

—Tenías razón— concedió Taehyung, sonriendo bajo la máscara—. Lo traje para que todos pudieran tomarse fotos con él. Ya sabes, dándole besos y eso— Hizo una pausa—. ¿Sabes? Ahora que lo tengo en mis manos, no sé muy bien qué hacer con él. Es una estatua bonita, pero no es muy útil. Durante un tiempo la usé como sujetapapeles de los guiones que ya había recibido. Ahora pueden tomarse fotos con él.

—No puedo creer que seas tú— dijo Hoseok, antes de cubrirse las manos y soltar un gritito que hizo saltar a Taehyung en su silla—. Lo siento, tenía que hacer eso.

—No hay problema.

—Deberías traer el Oscar aquí— le pidió, poniéndole una mano sobre la rodilla—. Haré que Yoongi la ponga sobre el mostrador y todos entrarán y preguntarán: “¿qué es eso?” y les responderemos que es el Oscar real. Quiero ver sus caras.

—Me gusta como piensas.

El gato que dormitaba sobre el escritorio se estiró perezosamente y decidió que había mejores lugares para echarse una siesta. Ambos lo vieron caminar lentamente, como si estuviera cansado, hasta las sillas en las que estaban sentados y subirse al regazo de Taehyung con elegancia. No le tomó más de cuatro segundos enroscarse y cerrar los ojos.

Hoseok usó la mano que había puesto en su rodilla para rascarle al gato detrás de las orejas.

—Pensé que Jeongguk mentía cuando dijo que te conocía— dijo de manera distraída.

Taehyung, inquieto por tener por primera vez en la vida un gato sobre las piernas, se irguió y lo miró fijamente. De repente, el tema de conversación se había vuelto tres veces más interesante.

—¿Qué decía de mí?— preguntó, enmascarando su curiosidad casi malsana con un tono neutro.

—Conocimos a Jeongguk cuando estaba todavía en la escuela. Tuvo dificultades para graduarse, ya sabes, con todos los problemas de dinero de sus padres— Taehyung no tenía idea, pero asintió—. Yoongi y yo, bueno, lo adoptamos, o algo así. Y Yoongi le enseñó a tatuar mientras todavía estudiaba. Desde entonces, Jeongguk no quiso hacer más que eso— Hoseok se interrumpió con una risita y se disculpó—. No debería estar diciéndote esto. Tú ya debes saberlo. ¿Te aburro?

—No, continúa— Y como una manera de hacerlo hablar más, agregó—: Siempre soy yo el que hace toda la charla. Ya sabes, entrevistas aquí y allá. Es genial escuchar a alguien más de vez en cuando.

—Kookie se pasaba todo el día en la parte de atrás escribiendo y dibujando cosas en la piel de los clientes. A mí me hizo unos tres tatuajes en sitios que no puedo mostrarte. Es muy bueno. No tanto como Yoongi, pero se acerca— Hoseok cerró los ojos un par de segundos, pensando—. Tienen estilos diferentes, es todo. Si quieres dibujos realistas, vas con Yoongi. Todo lo demás lo diseña Jeongguk. A veces pienso que podría haber sido un buen artista, pero no todos seguimos nuestros sueños.

—¿A qué te refieres?

—A mí nunca me lo dijo— confesó Hoseok—. Yoongi lo ha mencionado un par de veces. Creo que tú sabes ya. Jeongguk quería dibujar. Quiero decir, quería hacerlo de manera profesional. Pero no había dinero suficiente para su universidad. Y, aunque después lo consiguiera, sus prioridades cambiaron completamente. Se compró ese horrible apartamento y ahorró mucho para ello. Nunca estudió.

—Por supuesto— mintió Taehyung, como un experto.

—Es un poco triste, ¿no crees? Yoongi habló con él sobre eso. Le dijo que no era necesario que Jeongguk se quedara aquí con él, perdiendo el tiempo y arruinando su futuro. Pero Kookie le dijo que no se iría a la universidad si eso lo obligaba a alejarse de nosotros— Hoseok negó con la cabeza—. Tiene esta absurda idea de que abandonará a alguien si hace las cosas que le gustan. Así que siempre está por ahí tratando de ayudar en todo y metiendo la nariz en los asuntos de los demás, olvidándose completamente de lo que quiere.

Taehyung hizo una mueca que, gracias a la máscara, pasó desapercibida.

—Pudo haber sido un buen artista, pero está tatuando— finalizó Hoseok, suspirando.

—Sin embargo, está feliz— aventuró Taehyung, rogando porque fuera cierto lo que había dicho.

—¡Claro que está feliz!— exclamó Hoseok, dando una palmada que asustó al gato. Taehyung suspiró, aliviado—. ¡Me encanta la cara que pone cuando está todo concentrado sobre su trabajo! Hace con los labios así— dijo, imitándolo— y frunce las cejas como si le doliera algo. ¡Tan adorable!

Taehyung asintió varias veces, como los juguetes cabezones que había visto en los museos de América.

—En fin, he hablado tanto— Hoseok sonrió, mostrando todos los dientes, y miró el reloj en su muñeca—. ¡Y no he dicho lo más importante!

—Te perdono— bromeó Taehyung.

—Kookie hablaba de ti cada vez que podía. Taehyung aquí, Taehyung allá. Nos arrastraba al cine cuando salía alguna película en la que estuvieras, aunque él mismo no tuviera dinero para comprar las entradas. Era muy tierno, pero nos preocupaba. Pensábamos que todo ese asunto de su amistad se lo estaba inventando. No le decíamos eso, claro. Estaba tan feliz hablando de ti que no pudimos, ¿sí?

—Entiendo. Entiendo cómo se pone.

—Creo que sé tanto de ti que siento que te conozco personalmente— Se detuvo, frunciendo el ceño—. Espero que eso no haya sonado aterrador.

—¿Quieres la verdad o…?

Hoseok le dio un golpe en el hombro, riéndose.

—¡Te crees muy gracioso!

—¿Quién crees que soy?— dijo Taehyung, levantando la barbilla—. Me gané el Oscar.

—Con un papel que no era muy alegre, si quieres mi opinión— Hoseok se puso de pie y se sacudió los pantalones, aunque no había suciedad visible sobre ellos—. Es momento de lavarle el cabello— murmuró, señalando a la chica con un movimiento de la cabeza—. ¿Quieres escuchar la primera vez que le decoloré el cabello a Yoongi? Se quejó por seis meses.

—Me apunto.

Para cuando Jeongguk emergió de las sombras junto a una pareja alegre con su tatuaje, Taehyung estaba llorando de la risa junto a Hoseok en las sillas de la peluquería. Había entrado otro cliente, pidiéndole a Hoseok una tintura fantasía. Estaban ambos de pie junto a él, mientras el chicho dejaba que le embarraran químicos en el cabello.

—¿Taehyung?— preguntó Jeongguk, con el ceño fruncido—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Taehyung interrumpió sus carcajadas, respirando fuerte por la nariz.

—¿Qué clase de pregunta es esa?— se burló—. ¡Estoy esperándote!

—Pensé que habrías regresado a casa.

—A casa, dice. ¿Están casados?— preguntó el rey vampiro, apareciendo también. Se limpiaba las manos con un trapo y le dio a Taehyung un susto de muerte—. Ya que parece que Jeongguk ha hecho una regresión a su adolescencia…

—¿Regre… qué?— preguntó Taehyung, poniéndose una mano sobre el pecho—. ¿Es eso un insulto nuevo?

—… haré responsable a Taehyung de su asistencia al trabajo, ¿está claro?— finalizó, mirándolos a ambos—. Quiero a Jeongguk aquí en su horario de siempre, no importa lo interesante que sea lo que ustedes hagan en casa.

—En casa— repitió Hoseok, sin dejar de trabajar, y luego rio.

—No me parece gracioso— se quejó Jeongguk.

Hyuna, con la cara roja, se acercó de manera tímida y le dio un toque muy suave a Taehyung en el hombro para llamar su atención.

—Disculpa, Kim Taehyung, nos gustaría tomarnos una fotografía contigo— dijo, en inglés—. ¿No hay problema?

—¡Para nada!— exclamó él, y se quitó el kit de actor.

Dejó que le tomaran fotos en muchas poses. El nuevo cliente lo miraba todo con los ojos muy abiertos y la boca desencajada, pero no hacía ningún movimiento para unirse a ellos. Terminaron cuando Jeongguk, cansado de sostener celulares, los devolvió todos y se llevó a Taehyung de un brazo.

—¡Jin se va a enterar!— los amenazó Hoseok, antes de salir.

Caminaron tomados del brazo hasta la estación de metro. Debajo de la máscara, Taehyung sonreía. Jeongguk, en cambio, estaba tenso, como si estuviera a punto de saltar.

—No puedo creer que les dijeras quién eres. ¿Acaso estás loco?— dijo, después de un rato.

Taehyung le dio un apretón a su brazo y movió las cejas. Supo que Jeongguk había visto el gesto, aunque estaba oculto por las gafas de sol demasiado grandes para su cara.

—Parece que no soy muy bueno en esto de mantener una identidad oculta— Tarareó la cancioncita, esperando que Jeongguk la reconociera, y dijo en inglés—: Misión imposible.

Jeongguk puso los ojos en blanco, pero sonrió. La tensión se deslizó hacia fuera de su cuerpo, dejándolo relajado y caliente junto a Taehyung. De repente, él recordó los tres días que había pasado en la cama de Jeongguk y decidió que eso sería lo primero que harían al regresar a casa. La mano que sostenía el brazo de Jeongguk empezó a sudar.

—Por favor, no intentes nunca actuar a un agente secreto— pidió Jeongguk, burlándose—. Serás un fracaso.

—Jeongguk…

—Serás tan malo que te llamarán de la Academia y te dirán: “por favor, señor Kim, devuélvanos el Oscar que le dimos”. El mundo entero se reirá de ti.

Taehyung le dio dos apretones en el brazo, justo en los músculos que le gustaba ver en Jeongguk cuando lo levantaba en vilo.

—¡No puedo creer que hayas dicho eso, mocoso malcriado!— exclamó, fingiendo indignación—. ¡Ahora mismo le escribiré a mi mánager y le diré que busque al director de la próxima película de James Bond!

—James Bond no es asiático.

—¡Pelea conmigo!

—Probablemente perderías, pero está bien. Peleemos— respondió Jeongguk, encogiéndose de hombros.

Taehyung forcejeó con él, riéndose tanto que era más como una especie extraña de baile en vez de una pelea. Finalmente, Jeongguk le hizo una llave que lo dejó imposibilitado de moverse.

—¿Cuánto creciste tanto?— se quejó Taehyung, recuperando el aliento que había perdido por la risa.

—Tengo muchas ganas de besarte—le dijo Jeongguk. Luego lo soltó para que pudiera verlo a los ojos, aunque todavía tenía esas ridículas gafas oscuras—. Tengo muchas ganas de besarte.

—Te escuché la primera vez—susurró Taehyung, mirando alrededor y rogando para que nadie lo escuchara.

—Pero es que, en serio, tengo muchas ganas de besarte—continuó Jeongguk, ignorándolo—. No quería ir a trabajar, porque ahora podríamos estar haciendo eso y no aquí, en la calle.

—Puedes esperar—le respondió él, empujándolo suave en el hombro.

Jeongguk lo tomó de la nuca. A Taehyung se le aceleró el pulso. No iba a besarlo ahí, ¿o sí? ¿Estaba volviéndose loco?

—Tengo ganas de besarte—repitió, sin parpadear—. ¿Por qué me hiciste venir?

—¿Por qué no le das un beso y ya?—preguntó una mujer.

Al instante, Jeongguk lo soltó como si se hubiera quemado. Las puntas de sus orejas se pusieron rojas y bajó la cabeza de la misma manera que solía hacerlo cuando era un niño y se encontraba atrapado en una situación embarazosa. Taehyung miró a la mujer que había hablado. Era bastante mayor y sostenía una sombrilla que podía convertirse en un arma peligrosa si la provocaban.

—¿Por qué no lo besas?—continuó ella, señalando a Jeongguk con un dedo corto—. Dices todo eso y luego te acobardas. Es sólo un beso. Los jóvenes de ahora hacen un alboroto por nada.

Finalmente, el tren llegó y ambos esperaron a que la mujer entrara primero que ellos. Cuando estuvieron en el vagón, tuvieron que quedarse de pie. Jeongguk seguía en silencio, mordisqueándose los labios, claramente avergonzado. Taehyung se inclinó hacia él y habló en voz baja. No quería que alguien más escuchara sus conversaciones. Si seguían así, toda Corea se enteraría de que él estaba en Seúl.

—¿Puedes creer que nos pidió que nos besáramos?—dijo, antes de soltar una risita—. “Dale un beso”—la imitó.

Jeongguk lo miró por debajo de las pestañas, todavía con la cabeza hacia abajo, pero tenía una sonrisa muy pequeña.

—Creo que no sabía de qué clase de beso estábamos hablando—respondió, casi en un murmullo.

—Quizá pensó que éramos un par de amigos afectuosos—dijo Taehyung, riéndose después, esta vez, abiertamente—. Es mejor que nunca se entere.

—Quería un beso en la mejilla, eso es lo que quería.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—¿Qué te parece esta?—preguntó Taehyung, poniéndole un fajo de papeles en la cara.

—Podría darte una opinión, pero no puedo leer si me pones las cosas en la nariz.

—Lo siento—murmuró él, sin prestar atención, y metiéndose un dulce a la boca.

Jeongguk refunfuñó, pero tomó los papeles y les echó un vistazo. Al instante, frunció el ceño y entrecerró los ojos, como si tuviera problemas para ver las letras, y Taehyung se echó a reír.

—¿Y qué te parece?—preguntó, arqueando las cejas.

Jeongguk encogió un hombro. Miró hacia ambos lados antes de responder.

—Tan terrible como los demás.

Taehyung se echó a reír, dejándose caer de espaldas en la cama de Jeongguk y sujetándose el vientre. Jeongguk lo miró con el ceño fruncido, sin quitar de su cara la mueca en los labios que parecía disgusto. Pero no, Taehyung sabía bien qué era lo que Jeongguk sentía por él, y no era algo como el disgusto.

—¡No has leído ninguno!—lo acusó, burlándose de él.

Estiró los brazos sobre su cabeza cuando vio la mirada de Jeongguk deslizarse por su cuerpo hasta el ombligo. Así le daría más piel que mirar. Desde que habían empezado a tener sexo, Taehyung llevaba menos ropa por la casa. Y, si usaba, eran prendas grandes, más de dos veces su talla, porque eran más fáciles de quitar, y si había algo que Jeongguk no soportaba era esperar para desnudarlo.

—¡Sí los he leído!—respondió Jeongguk, defendiéndose—. ¡Los leí todos!

—¿Todos? ¿Los 10?—preguntó él, usando el mismo tono burlón de antes.

—¡Los 10!

Taehyung ladeó la cabeza, con una sonrisita bailándole en los labios, y se apoyó en los codos para verlo mejor.

—No has entendido nada—dijo, seguro de que decía la verdad.

Jeongguk se sonrojó, pero no movió ni un solo músculo de la cara que lo delatara más.

—Por supuesto que entendí—casi gruñó, intentando doblegar a Taehyung con la mirada.

—Te pasé 10 guiones para que me dieras tu opinión y no has entendido nada—repitió Taehyung, tamborileando con los dedos la bolsa de dulces que había quedado, convenientemente, a su alcance en la cama.

—¡Entendí!—insistió Jeongguk—. ¡Todos son horribles!

—No entendiste—canturreó Taehyung—, porque están en inglés.

Jeongguk soltó un quejido, como si no pudiera creer que estuviera metido en semejante situación, pero no dijo nada más. Sabía que lo habían atrapado. Taehyung se había dado cuenta desde el tercer guion.

Había querido que Jeongguk lo ayudara a elegir una de las películas que Namjoon le había enviado por correo electrónico y lo había llenado de hojas y más hojas con historias escritas en inglés. Pudo entender que las 2 primeras fueran una basura, pero no las 8 siguientes; después de la quinta, sólo le pasaba los guiones para reírse de su expresión de absoluto horror al ver el alfabeto regado por ahí.

—¿No dices nada?—continuó Taehyung, y se irguió para rascarle bajo la barbilla, como tantas veces había hecho antes, hace mucho tiempo—. ¡Tengo razón!

—Cállate—masculló Jeongguk, dejándose hacer.

—De todas maneras, no importa si son buenas o malas—murmuró. Tomó uno de los dulces de la bolsa y lo sostuvo frente a la nariz de Jeongguk hasta que este puso los ojos bizcos al mirarlo—, le voy a decir a Namjoon que no.

—¿Por qué?—preguntó Jeongguk, abriendo mucho los ojos y regresando la atención a su cara.

Taehyung chasqueó la lengua y negó. No quería decirle a Jeongguk sobre su problema con el sueño, porque ahora estaba casi olvidado.

—Porque no quiero trabajar—respondió.

—¡Tú me obligaste ir a trabajar la otra vez!—siseó Jeongguk, entrecerrando los ojos—. Eres terrible.

Taehyung le acarició el labio inferior con el pulgar, aplacando a Jeongguk de inmediato. Hizo un poco de presión hacia abajo y el interior de su labio, húmedo y rosado, sobresalió.

—Abre—murmuró Taehyung.

Jeongguk abrió la boca lentamente y sacó la lengua para pasarla sobre la yema de su dedo. Taehyung lo empujó adentro y, casi al instante, él cerró la boca y succionó. A Taehyung le bajó una corriente por toda la espalda hasta la ingle y sonrió de medio lado.

—Buen chico.

Jeongguk abrió la boca de nuevo cuando Taehyung levantó la mano que tenía el dulce y la balanceó frente a su cara. Cuando lo puso sobre su lengua, Jeongguk cerró los ojos e hizo un gemido de placer desde el pecho.

—Así es bastante difícil irse a dormir—susurró para sí mismo Taehyung, en inglés—. La mejor medicina.

Una de las comisuras de los labios de Jeongguk se levantó. Sus cejas se arquearon, también. Parecía preguntarle en silencio por lo que había dicho, pero Taehyung no quiso responderle. En cambio, esperó pacientemente a que se acabara el dulce. Cuando lo hizo, Taehyung se lamió los labios.

—Abre la boca y saca la lengua—le ordenó.

Jeongguk sonrió antes de hacerlo. Su lengua estaba verde por el caramelo.

—Pensé que iba a quedar azul. Qué decepción—dijo Taehyung.

Luego, se inclinó hacia delante y tomó la lengua de Jeongguk para succionarla. Se besaron lentamente, casi con pereza, la mitad del tiempo sólo respirándose mutuamente cerca de la boca. A veces los labios de Taehyung se alejaban, jugando, y Jeongguk lo seguía. Ambos sonreían al separarse.

—Deberíamos hacer algo más—murmuró Taehyung, dejando que Jeongguk le diera besos húmedos alrededor de la oreja. La sensación lo hacía apretar los dedos de los pies y perder el foco de la visión.

—¿Algo como qué?—preguntó Jeongguk en el mismo tono. Puso las palmas de las manos abiertas en los muslos de Taehyung y las subió, tomándose mucho tiempo, hasta su cadera.

Taehyung luchó contra el placer para recordar qué es lo que quería decir. Dormir junto a Jeongguk era difícil; a veces, también, pensar.

—¿Recuerdas cuando jugábamos a eso como… mmm… ya sabes?—Jadeó cuando Jeongguk le succionó una marca en el cuello.

—No recuerdo—respondió Jeongguk, sin prestarle atención.

—¡No me dejas pensar!—exclamó Taehyung, en inglés—. ¡Quédate quieto!

Apartó a Jeongguk con una mano cubriéndole la boca y el brazo extendido. Cuando lo tuvo lejos, sintió un escalofrío y cerró los ojos.

—Me haces perder la paciencia—se quejó en un gemido—. ¿Por qué eres tan malo?

Jeongguk sonrió bajo la palma de su mano y se encogió de hombros.

—¿Qué es lo que querías decir?—dijo, cuando Taehyung lo soltó—. No estabas hablando muy bien ha…

Taehyung le dio un golpe en el hombro con el puño cerrado y se enfurruñó, poniendo morros. Ignoró los intentos de Jeongguk de tocarlo al empezar a levantar todos los guiones que había impreso en la mañana.

Los dos habían dejado un desorden terrible sobre la cama. Sería muy difícil tener sexo sobre un montón de papeles.

—Vamos, Tae, dímelo.

—No te lo diré.

—¿Ahora quién es el que se comporta como un niño?—preguntó Jeongguk, sonriendo.

—¡Tú! ¡Tú eres el niño!

Jeongguk puso los ojos en blanco, pero no dejó que Taehyung le lanzara los papeles a la cara. Los rechazó con un gesto del brazo que los dejó esparcidos en la cama, donde Taehyung había querido quitarlos al principio. Uno de ellos cayó con gracia en la alfombra y se quedó ahí, con las páginas abiertas.

—¿Me vas a decir ya qué es lo que quieres?—preguntó él de nuevo.

Taehyung fingió que se lo pensaba, pero no quiso alargarlo más. Se estiró hacia la mesa de noche y tomó sus audífonos y el teléfono.

—Vamos a jugar a lo que jugábamos de niños—le dijo a Jeongguk, poniéndose los auriculares en las orejas—. ¡Adivina qué canción estoy imitando!

Jeongguk abrió mucho los ojos y la boca. Se quedó en silencio un buen rato.

—¿Lo recuerdas?—preguntó Taehyung, poniéndole una mano sobre la rodilla.

—Sí, lo recuerdo—susurró Jeongguk, antes de sonreír.

—Pensé que te había perdido por un momento. Pensé: “vaya, parece que los años le han sentado mal a Jeonggukie. Tiene muy mala memoria”.

Jeongguk no lo dejó continuar. Se lanzó sobre él como un león a su presa y lo besó hasta dejarlo mareado.

—Jeongguk, así no vamos a poder jugar.

Esa noche no jugaron.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando entraron a la peluquería, había más clientes que la primera vez. Todos esperaban pacientemente, ojeando unas revistas, a que la tintura hiciera efecto en su cabello. Hoseok no aparecía por ningún lado.

Jeongguk saludó a un par de los chicos que estaban ahí sentados y se llevó a Taehyung de la mano hasta la habitación de atrás. Esta seguía en toda su oscura gloria, como la guarida de seres del infierno que era.

—¿Dónde está Hoseok?—preguntó Taehyung, dándole un apretón a la mano de Jeongguk.

—Debe estar con Yoongi—respondió él, mordisqueándose el labio distraídamente—. Siempre que no sepas dónde está Hoseok, busca a Yoongi. Seguramente están juntos.

—Parece que es algo común.

—Desde que los conozco son así—Jeongguk se encogió de hombros—. Oye, ¿quieres ver mi lugar?

—Claro.

Lo siguió hasta una de las puertas que daban a la salita donde Jeongguk hacía los tatuajes. Era igual de negra que la anterior, pero había muchísima más luz. A Taehyung le sorprendió la cantidad de habitaciones escondidas que había en el lugar, como si se tratara de una guarida de criminales más que un salón de tatuajes. Sin embargo, entendía por qué era así. Evaluó con ojo crítico todo lo que había, desde las herramientas hasta el póster de una de las películas que Taehyung había hecho cuando era mucho más joven, y le pareció que no era tan malo. Aún parecía el escenario de una película de Tim Burton, pero tenía estilo.

—¡Eh, ése soy yo!—dijo, señalando el cartel con su cara en expresión pensativa—. No es una de mis mejores películas.

—A mí me gusta.

—Ah, Jeonggukie, siempre tan… Jeonggukie—le reclamó, dándole un golpe con la mano libre.

Jeongguk le sonrió, mostrando todos los dientes, y lo empujó con el hombro.

—Pensé que te había quedado claro que soy tu mayor fan—respondió.

—¿Cuándo me dijiste eso?—preguntó Taehyung. Hizo un esfuerzo por recordar, pero lo único que llegaba a su mente era el cuerpo de Jeongguk desnudo en una cama para que él lo disfrutara—. Si fue antes, durante o después de tener sexo, probablemente no te haya escuchado. Estaba ocupado.

—¿Ocupado?—preguntó Jeongguk, soltando una risita—. ¿Ocupado con qué?

—Qué pregunta tan estúpida.

—Dime en qué estabas ocupado, vamos. Prometo que no voy a reírme. Debió haber sido algo muy bueno—finalizó, subiendo y bajando las cejas.

—Tú, cállate, tienes como 12 años—lo espetó Taehyung—. ¿Desde cuándo eres mi mayor fan?

—El número 1.

—¿El número 1?—inquirió, arqueando las cejas, aunque Jeongguk no podía verlo.

—He visto todas tus películas, incluyendo las primeras que hiciste con Disney.

—No me las recuerdes—lo interrumpió, cubriéndose los lentes de sol con las manos—. Qué horribles eran.

—Que tú me abandonaras no me hacía odiarte.

Taehyung ladeó la cabeza, sin creerle en lo más mínimo.

—Sé lo que piensas—se apresuró a decir Jeongguk, poniendo la mano libre en posición de defensiva frente a su torso—, pero, en serio, no te odié. No puedo odiarte. Sí me dolió muchísimo, y por eso actué como lo hice cuando te vi de nuevo.

—¿No me odiaste?

—¿Cómo puede odiarte tu mayor fan?

Taehyung se apartó para quitarse el kit de actor. Después de sacudirse el cabello por el gorro de lana que había elegido para esconderse esa vez, se encontró empotrado contra la pared. Fue igual a aquella vez en el apartamento de Jeongguk, y a él le dio risa.

—¿De qué te ríes?—preguntó Jeongguk tomándolo de uno de los muslos y obligándolo a abrir las piernas para que pudiera meterse entre ellas—. ¿Qué es tan divertido?

—Ten cuidado conmigo, Jeonggukie—dijo él, sin borrar la sonrisa. Al instante, Jeongguk empezó a frotarse contra él y entreabrió la boca. Tenía una expresión concentrada muy atractiva—. ¿No crees que voy a romperme algo si me sigues estampando contra las paredes?

—¿Cuándo te vas a callar?

—¿Por qué?

Jeongguk resopló por la nariz y le mordió el cuello. Taehyung dejó salir una risita que fue puro aire, antes de apretar los labios y pasarle los brazos alrededor del cuello. Se sentía bastante bien. Incluso era un buen cambio, hacerlo ahí y no en la casa. Gimió y miró por encima del hombro la camilla donde Jeongguk debía poner a sus clientes antes de tatuarlos. Quizá, si no eran muy rudos, podían usarla para tener sexo de manera más cómoda. Parecía lo suficientemente resistente, con sus patas de metal y el apoyabrazos de cuero.

—Bésame—le pidió a Jeongguk. Y no tuvo que hacerlo dos veces.

El calor se extendió como un incendio por todo su cuerpo. Jeongguk sostuvo su muslo a una altura que era incómoda, pero él lo resistió porque el contacto se sentía muy, muy bien. Dejó que Jeongguk lo apretara cada vez con más fuerza contra la pared.

—¿Cuál es tu película favorita?—preguntó Taehyung, en un jadeo.

—¿Cómo?

—Tu película favorita, Jeonggukie. Una de las muchas que has visto en las que yo actúo. ¿No dijiste que eres mi fan número 1?

Jeongguk gruñó, embistiéndolo contra la pared, antes de responderle. Para cuando lo hizo, a Taehyung casi se le había olvidado que había hecho una pregunta.

—Me gustaste en esa en la que actuabas con el chico vietnamita—susurró, pegándole los labios al cuello—. Nunca recuerdo el nombre, pero sí cómo te veías. Adoré todas sus escenas. Te veías muy sexi.

—¿Sexi?—preguntó Taehyung, riéndose de nuevo—. ¿De verdad?

—Muchísimo—respondió—. No sabes cuánto fantaseé contigo desde ese día.

Taehyung gimió y cerró los ojos. Intentó recordar, y, aunque le costó mucho, pudo recrear la película en su cabeza. La había grabado en Tailandia, la mitad del tiempo con la camisa pegada al torso por el sudor. El género había sido Acción y Taehyung había tenido que escalar muros, pelear con los malos y, en su escena favorita, cauterizarse una herida –muy, muy falsa, pero bastante convincente- con un par de fósforos. Su coestrella había sido el vietnamita que nunca le dio a Taehyung el tiempo de un día. Por eso, él no se molestaba en recordar su nombre.

—Debieron haber sido muchas fantasías—dijo, en inglés.

—No te entiendo nada cuando hablas así—se quejó Jeongguk, moviendo sus caderas en círculos y mareándolo—, pero está bien, sigue haciéndolo. Me da escalofríos.

Eso hizo que Taehyung riera otra vez, echando la cabeza hacia atrás y dándose un golpe suave en la coronilla. Con la pierna que Jeongguk tenía alzada, le dio una patada a la mesa llena de instrumentos de metal que, probablemente, Jeongguk había dejado ahí el día anterior. Esta se echó hacia un lado con un tintineo metálico y la amenaza de volcarse.

—Suéltame la pierna, vamos—dijo Taehyung, después de un rato, jadeando—. ¿Quién crees que soy? ¿Simone Biles?

—¿Quién?—preguntó Jeongguk, igual de agitado.

—Sólo déjame ir. Sabes que no hago ejercicio. Me duele.

Jeongguk lo soltó, gruñendo, pero Taehyung lo compensó metiéndole las manos bajo la camisa y paseándole los dedos por la espalda. Había descubierto que a Jeongguk se le ponía la piel de gallina cuando lo rozaba con la punta de las uñas. Él le respondió metiendo la mano en su pantalón y apretándolo sobre la ropa interior. Taehyung jadeó.

Y entonces alguien abrió la puerta.

—¿En el trabajo? ¿En serio?

Ambos se alejaron como si los hubiera atravesado un rayo. Jeongguk se giró con la cara roja y la camisa amarrada de mala manera sobre el esternón para enseñar el vientre. No había manera de ocultar su erección y la boca mordida que eran la mayor evidencia de que había estado a punto de hacerlo con Taehyung contra la pared.

Yoongi lo miró de arriba abajo desde su lugar en la puerta y arqueó las cejas.

—Cuando dije que tenías que venir a trabajar sin importar lo que hacías en casa, no pensé que lo traerías aquí a seguir en tu eterna luna de miel—Hizo una pausa para negar con la cabeza—. Debí haberlo predicho.

—Yo no… Yo… Oh, lo siento… Yo no quería…— balbuceó Jeongguk, cada vez más rojo—. No sé… Es que no… ¿No sé qué me pasó?

—¿Es una pregunta o una afirmación?

—Una afirmación—respondió Jeongguk al instante.

—Yo sé qué te pasó— lo acusó Yoongi, entrecerrando los ojos—, y tú, también, pequeña mierda.

Jeongguk tragó saliva.

—Hola, Yoongi—dijo Taehyung. No se había movido ni un milímetro desde que los habían descubierto, y ahora le daba a Yoongi una sonrisita de vergüenza.

—Tú no me hables.

—Qué grosero—susurró Taehyung.

Jeongguk vio el intercambio con expresión pasmada. Al notar que nadie más diría nada, se aclaró la garganta.

—¿Te pintaste el cabello?—preguntó.

Por primera vez, Taehyung notó que la cabeza de Yoongi era verde menta. Soltó un silbido de apreciación y le mostró los pulgares.

—¿Hoseok?—preguntó Jeongguk, de nuevo.

Esto pareció distraer a Yoongi, quien se pasó los dedos por el cabello y sonrió suave. Tenía esa cara que ponían los padres orgullosos cuando se les hablaba de sus hijos, o, más familiar para Taehyung, los dueños de los perros después de que estos hicieran alguna acción especialmente adorable. No sabía qué relación tenían Hoseok y Yoongi, pero parecía una muy buena.

—Insistió en este color. ¿Crees que se ve bien?—preguntó Yoongi, apretando entre sus dedos un mechón color menta de su cabello—. Lo prefiero negro. He soportado demasiado de esto.

—Yo creo que está bien—respondió Jeongguk, dándole una breve mirada a Taehyung. Él le hizo saber que entendía con un asentimiento. Sí, si seguían por ese camino, Yoongi se olvidaría de que habían estado a punto de contaminar la sala de tatuajes.

—He sido el conejillo de indias de Hoseok por muchos años—continuó Yoongi, sin percatarse de su intercambio de miradas—. Si sigo así, me voy a quedar calvo.

—Pero habrás tenido el cabello verde menta—dijo Taehyung, en inglés, cuando se dio cuenta de que era incapaz de recordar los colores en coreano. Quizá era por la adrenalina—. Creo que eso es genial.

—Lo que tú creas que es genial no me interesa.

—Oye, no le hables así—dijo Jeongguk, frunciendo el ceño—. Sí es genial.

Yoongi se quedó quieto, recordando por qué estaban ahí en esa situación, y apretó los labios antes de darle un golpe a Jeongguk en la coronilla.

—Qué astuto, mocoso. Sabes que, si me hablas así, me distraigo. Deja de poner tu cara de: “Yoongi es genial y todo lo que dice me interesa”, ya puedo leer a través de ella. No voy a perdonarte por traer a tu…

—Taehyung—se apresuró a decir Taehyung, sin saber muy bien qué quería que dijera el rey vampiro en cambio.

—… traer a tu Taehyung—continuó Yoongi, arqueando una ceja, indeciso—, y casi contaminar mi sagrada tienda de tatuajes. ¡Voy a…!

Hoseok decidió entrar en ese momento, llevando consigo un par de latas de cerveza en cada mano. Le puso una, todavía húmeda por la condensación, en la frente a Yoongi, y sonrió.

—No le hagan caso—les dijo a todos, guiñando un ojo—. Está molesto porque no quise pintarle el cabello de plateado.

—¿Pla… qué?—preguntó Taehyung, en un susurro.

—Y sí, es genial, Yoongi—añadió, dándole la lata que le había puesto encima—. Tu cabello está genial. Deja de comportarte como un anciano y no te metas en la vida amorosa de Kookie. Él sabe lo que hace.

Los tres se miraron brevemente, y Taehyung se sintió, de alguna manera, apartado de ellos, como si tuvieran un secreto que no se hubieran molestado en compartirle. Hizo una mueca cuando Jeongguk fingió que él no estaba ahí y puso la mesita de trabajo que había pateado en su sitio. A Jeongguk se le hacía bastante fácil ignorarlo como si no existiera, y eso le molestaba a Taehyung, porque, por el contrario, a él se le dificultaba fingir que no estaba ahí.

—Bueno—dijo Hoseok, después de aclararse la garganta. Taehyung fruncía el ceño y no podía evitarlo—, ¿qué te parece si vienes conmigo a la parte de adelante y los dejamos trabajar?

Taehyung abrió la boca varias veces, pensando qué decir. Le dio una última mirada a Jeongguk, para darse cuenta de que él seguía rebuscando entre sus cosas y evitaba sus ojos. Finalmente, resopló y se cruzó de brazos.

—Me voy a casa—anunció, con dramatismo.

Y así, ante la mirada de los tres, se abrió paso como la estrella que era y salió de la tienda. Se puso el kit de actor por el camino, refunfuñando para sí mismo, y caminó hasta la estación de metro. Una parte de él quería que Jeongguk apareciera y lo tomara de la muñeca para detenerlo, pero la otra le decía que dejara de ser tan iluso. Cosas así sólo pasaban en las películas, ¿cómo no lo sabía él? Había sido protagonista de numerosas escenas en las que detenía a su interés romántico de alguna manera escandalosa que hacía que las mujeres del mundo se derritieran por él.

Cuando llegó a casa, cansado, se dio cuenta que Jeongguk le había enviado un mensaje de texto. No era nada más que un corazón rojo, pero Taehyung supo cuánto trabajo le había llevado al otro chico enviarlo, así que decidió perdonarlo. Sorprendentemente, no tenía sueño. Feliz, llegó a la habitación de Jeongguk, donde dormía últimamente con el legítimo dueño, y se inclinó junto a la cama para ver un par de películas.

A pesar de que era actor y vivía justo al lado de Hollywood, no tenía mucho tiempo para estar al corriente de las últimas películas publicadas en las carteleras del mundo. Ni hablar de aquellas que estaban en su país de origen. Estaba eligiendo una cuando pisó el guion que hacía un par de días habían olvidado en el suelo de la alfombra.

Lo levantó con los dedos del pie enfundados en calcetines y lo tomó en sus manos para echarle una ojeada. Era una de las historias que Jeongguk no había leído. El guionista era alguien con quien Taehyung había trabajado antes. Gracias a esa película, Taehyung había alcanzado el estrellato. Aún podía recordar la primera vez que todos los importantes canales de noticias occidentales lo habían llamado para sus primeras entrevistas como actor. Había llorado como un niño en el hombro de Namjoon durante muchas horas.

La historia era compleja, adulta, de las que Taehyung prefería ahora que pasaba la mitad de sus veintes. Namjoon tenía muy buen ojo para esas cosas. El protagonista parecía estar escrito para que Taehyung lo interpretara, y se echó a reír cuando leyó su profesión. “Si Jeongguk supiera”, pensó, “le daría un ataque”.

Tomó el teléfono de su bolsillo y lo sostuvo frente a su cara, junto al guion. Vaciló un momento, ¿estaba seguro de hacerlo? Lo pensó muy bien. Podría ver a sus padres después, cuando acabara, y podría poner su nombre de nuevo en los titulares de los periódicos y noticiarios del mundo. Casi podía saborear la champaña de las fiestas y escuchar el frufrú de la ropa cara al caminar.

Cerró los ojos un momento y respiró. Todo olía a Jeongguk. ¿Y él? ¿Se pondría feliz? Al menos, Taehyung sabía que sí lo estaba. No había pensado mucho en la clase de relación que ambos llevaban. De amigos de la infancia, habían llegado a ser amantes. No era algo que hubiera creído que pasaría, pero no se quejaba. Jeongguk era justo como hacía muchos años: el mejor amigo que Taehyung pudiera tener, y, había que agregarle ahora, un increíble amante. El chico lo hacía feliz de todas las maneras posibles. Y lo mejor es que ambos seguían siendo amigos. Taehyung lo apoyaba cuando Jeongguk tenía que pintarle cosas a la gente en la piel, y Jeongguk era, según él, su mayor fan. Todavía eran los mejores amigos del mundo.

Y la película…

Antes de que pudiera arrepentirse, marcó el número de Namjoon y se puso el teléfono en la oreja.

—¿Taehyung?—preguntó su mánager, desde Estados Unidos.

—Bien, he estado mirando lo que me enviaste y creo que he tomado una decisión.

—¿En serio? ¿Tan pronto?—continuó Namjoon, incrédulo—. ¿Qué hay de tu… problema?

—¿Hablas de mi depresión?—Taehyung hizo una pausa en la que se miró las uñas. ¿Tenía sueño?, se preguntó de nuevo. La respuesta era no—. ¡Estoy perfectamente!

No sé… Tae…

—Te lo digo en serio. Es más, creo que podría intentar dormir un poco más—Soltó una risita y subió y bajo las cejas—, si sabes a lo que me refiero.

No quiero saber sobre eso—lo cortó Namjoon, quizá frotándose las sienes a su manera cuando Taehyung lo exasperaba—. No me hables sobre eso.

—No he estado mejor desde que empecé a grabar la película con la que gané el Oscar. Corea me ha hecho bien. Encontrarme con mis padres—mintió—, y viejos amigos… es la mejor terapia. ¡Puedo ir a grabar una nueva película ahora mismo!

No te emociones—lo interrumpió su mánager—. Esas ofertas fueron después de que te ganaras el Oscar, así que ahora quizá sea un poco tarde para aceptarlas.

—¿Crees que no me han esperado?—preguntó Taehyung, sonriendo, malicioso—. ¿Crees que se han dado el lujo de adelantarse al Mejor Actor según La Academia?

No sé, Tae…

—Yo te diré: no. Están esperando aún por mí. Ahora pregúntame cuál guion he elegido.

Namjoon suspiró. Sobre la mesita de noche, el reloj que Jeongguk tenía, lleno de máscaras de Iron Man tan grandes como la uña de su pulgar, marcó diez segundos.

—¿Cuál película decidiste actuar?—preguntó, finalmente.

Taehyung le respondió y esperó mordiéndose los labios. Sentía una energía familiar, tan vieja como él mismo, corriéndole por las venas. Era la misma que había sentido el día que había tomado la decisión de irse de Corea a buscar fortuna en Hollywood, la misma que había tenido al subir a dar su discurso como ganador de un Oscar.

—¿Qué han dicho tus padres?—dijo Namjoon, con un tono que difícilmente ocultaba su emoción. Había esperado muchos meses para ponerlo a trabajar—. ¿Están de acuerdo? ¿No quieren tenerte allí con ellos un poco más?

Taehyung miró al techo, pensando. Sus padres entenderían. Jeongguk entendería. Todos lo harían porque sabían que lo que más amaba Taehyung en el mundo era actuar y por fin podía hacerlo de nuevo. Ya no tenía sueño, ya no tenía depresión.

—Están de acuerdo—respondió, sonriente—. Están de acuerdo y yo quiero que tú hagas toda tu magia, porque quiero ir a París a grabar esa película.

Estoy a tus órdenes—dijo Namjoon, solemne, y Taehyung casi pudo imaginárselo en su penthouse, con una copa de vino tinto en la mano, listo para empezar con su trabajo.

—Voy a ser el mejor agente secreto que Francia haya visto.

No podía esperar a contárselo a Jeongguk.

 

 

 

 

 

 

 

 

Taehyung siempre había sido así: actuaba por impulsos, por corazonadas. No se detenía a pensar bien las cosas. Y a veces, cuando sí lo hacía, por falta de práctica, se equivocaba peor.

Días después de que hablara con Namjoon, Jeongguk lo arrastró hasta su edificio de apartamentos. Seguía igual que antes: andrajoso, sucio, a punto de derrumbarse. Taehyung ocultó su mueca de disgusto como pudo y dejó que Jeongguk lo llevara de la mano por las escaleras que ya eran familiares. Esta vez, se detuvo frente al mensaje que había visto en su primera visita y le pidió a Jeongguk un rotulador.

—¿Para qué quieres tú uno de esos?—dijo Jeongguk, buscando en sus bolsillos. Siempre tenía uno cerca, porque había empezado a dibujarle a Taehyung en los antebrazos y los muslos, como si él fuera uno de sus clientes y la tinta, sus tatuajes—. ¿Vas a vandalizar aún más este pobre lugar?

Finalmente encontró lo que buscaba y se lo dio a Taehyung con una sonrisa de medio lado.

—Soy un chico malo—respondió Taehyung, en inglés—. Que se joda la policía.

Bajo el mensaje que aseguraba que Jeongguk daba excelentes mamadas, Taehyung garabateó: “sí, puedo jurarlo frente a la corte”. Jeongguk se echó a reír al verlo.

—¿Qué estás haciendo?—dijo, entre risas.

—¿No ves? Respondo—masculló Taehyung, como pudo, con la tapa del rotulador en la boca—. Hablando de esto, ¿por qué está aquí?

Jeongguk lo ayudó a ponerse de pie y se encogió de hombros.

—Una vez, se la chupé a alguien aquí—confesó, mirando hacia otro lado—. No fue uno de mis mejores momentos. Pensamos que sería muy gracioso marcarlo ahí.

—Este sitio nunca olvidará que lo has mancillado—dijo Taehyung, solemne—. Tendremos que lavarlo de arriba abajo con agua bendita y entonces…

Jeongguk le dio un empujón y, riendo, lo obligó a subir las escaleras que quedaban.

—Pero, oye, ¿a quién se la chupaste?—continuó Taehyung, curioso—. ¿A quién le debemos ese maravilloso mensaje para la posteridad?

—No recuerdo—contestó Jeongguk, después de una pausa—. Te dije que no fue uno de mis mejores momentos.

—¿Y cuál momento es ese? ¿Eh? ¿Sí puedo saberlo?

Jeongguk se tropezó, pero respondió al instante, en un susurro.

—Después de que tú te fuiste.

Taehyung clavó los talones en el suelo y lo detuvo. Se miraron en silencio frente a la puerta que daba al cuarto piso, donde estaba el apartamento tan pequeño como una caja de zapatos.

—¿Cuántos años tenías?—preguntó Taehyung en voz baja.

—No sé—respondió Jeongguk, como si no quisiera responder—. No sé, ¿quizá 16?

—Tú no vivías aquí cuando tenías 16.

—Yo no tenía que vivir aquí para venir—dijo el chico, arqueando una ceja—. Me gustó el sitio y por eso me compré un apartamento aquí.

—Pero tú…

—Mira, está en el pasado. No hablemos de eso. No estoy orgulloso de mí mismo en esa época.

—Jeon…

Jeongguk gruñó, echando la cabeza hacia atrás. Luego, se miró el reloj en la muñeca, mientras se mordisqueaba los labios, y pareció debatir consigo mismo antes de añadir algo más.

—Está bien, ¿quieres que lo diga?—preguntó, entrelazando su mano con la de Taehyung—. Tuve depresión. Estuve muy, muy triste cuando te fuiste. No sé qué fue de mí aquellos primeros años. Pero ya te he perdonado, y ahora estás aquí. Estamos juntos. Estoy feliz, ¿ves?—Se inclinó y le dio un beso suave, como de niños, en la boca—. ¿Ahora podemos ir a almorzar? Seokjin nos está esperando desde hace media hora.

Taehyung lo miró con los ojos muy abiertos, pensando a toda velocidad. ¿Depresión? ¿Él también? ¿Cómo podía ser?

—¿Juntos?—graznó, sintiendo que se le cerraba la garganta—. ¿Estamos juntos aquí?

—Sí, Tae, ahora vamos.

Taehyung se dejó llevar hasta el apartamento junto al de Jeongguk. Un sonriente Seokjin les dio la bienvenida y golpeó a Jeongguk en la nuca cuando pensó que Taehyung no miraba.

—¿Por qué llegas tarde?—le preguntó, con un tono infantil—. ¡Todo se va a enfriar!

—Tú no dejarías que pasara eso—respondió Jeongguk, ganándose otro golpe en la nuca.

En la diminuta sala de estar, sentados en la mesita frente a un montón de platos coreanos, estaban Yoongi y Hoseok, quienes los saludaron con la mano y se burlaron.

—Mira la cara de Taehyung—dijo Yoongi—. A saber qué estaban haciendo. Por eso es que demoraron tanto.

—No los molestes—lo riñó Hoseok.

Taehyung se sentó junto a él con expresión ausente y vio todo frente a él como si se tratara de una película. Todos se sirvieron de los platos y comieron y hablaron y rieron. Y Taehyung sólo estuvo. No podía evitar pensar en lo que había dicho Jeongguk en las escaleras. Era horrible. Lo que significaba era horrible. Lo que Taehyung iba a hacer era aún más malo.

—¿No te gusta la comida coreana?—preguntó Seokjin, llamando su atención.

—¿Cómo?

Jeongguk se sonrojó y trató de ocultar su cara tras el plato de comida.

—¿Tienes que decir algo, Kookie?—dijo Hoseok, poniéndole una mano en el hombro—. ¿Algo que debas compartir con nosotros?

—¿Yo?—casi chilló el chico—. Yo, no.

—Yo creo que sí—canturreó Hoseok.

—Está bien. He estado cocinando comida americana para Taehyung. Le gustan mucho las hamburguesas.

Taehyung los vio casi lanzarse sobre Jeongguk para apretar sus mejillas, encontrándolo adorable. Él sólo podía ver, como el espectador de una de sus películas. Celebraron las dotes culinarias de Jeongguk y sus habilidades de investigación. Le pidieron recetas. Preguntaron sobre la comida americana.

—¿Entonces desayunan sólo eso?—preguntó Seokjin, con tono ofendido—. ¿Qué clase de desayuno es ese?

Le tomó una hora a Jeongguk darse cuenta que Taehyung no estaba ahí realmente. Finalmente, se despidió de todos, prometiendo volver otro día, y salieron del apartamento en dirección a las escaleras.

Después de que la puerta del cuarto piso se cerrara a su espalda, Taehyung no resistió más. Pensó que su vida era muy parecida a una película, que quizá sería mejor si llegaba al clímax con una gran explosión, al estilo de Hollywood.

—Jeongguk, tú y yo no podemos estar juntos aquí—salió de su boca, a borbotones.

—¿De qué hablas?—preguntó Jeongguk, un escalón más abajo.

—Hablo de que voy a volverlo a hacer.

—No te entiendo—Pero había en los ojos de Jeongguk algo que le decía a Taehyung que sí, claro que sí sabía de lo que estaba hablando.

—No quiero hacer esto, porque tú me ayudaste a superar mi depresión, y ahora yo, quizá, no sé, ¿te cause una a ti?

El labio inferior de Jeongugk tembló y sus ojos se abrieron mucho, como el primer encuentro después de tantos años. Jeongguk volvía a verse como sí mismo a los 8 años, a los 15 años, a los 26 años.

—No me gusta esta broma—murmuró, dibujando una sonrisa de medio lado—. Si no quieres volver aquí, sólo dime. No me enojaré contigo. Podemos invitar a los chicos a comer en casa. Es más grande, de todas maneras.

—¡Me dijiste que eras mi fan número 1!—lo acusó Taehyung, apuntándolo con un dedo. Hacía muchos años, había gritado algo diferente: “Dijiste que eras mi mejor amigo, entonces… tú vas…”—-. ¡… a apoyarme”

Jeongguk no respondió nada. Sus ojos seguían del mismo tamaño. Era un ciervo frente a los faros de un coche y se veía mortalmente pálido.

—Y yo decidí, yo pensé… ¡Oh, Jeongguk! ¿Por qué siempre tiene que ser así?—le preguntó, apretando las palmas de sus manos sobre sus párpados—. ¿Por qué? ¿Por qué?

Hubo una pausa larguísima. Taehyung deseó no estar ahí cuando escuchó la respiración trabajosa de Jeongguk, luego, sus sollozos.

—¿Vas a irte?—preguntó, con un hilo de voz—. ¿Vas a irte otra vez?

Taehyung se descubrió los ojos y lo miró. Jeongguk estaba llorando en silencio. Aún lo miraba con los ojos muy abiertos y muy húmedos. Brillaban como si tuvieran luz propia en la mugrienta escalera.

—Fue el guion…— se defendió Taehyung, sin saber qué hacer con sus manos—. Estaba en el suelo. Y yo lo leí, ¿sí? Y hablaba sobre este agente secreto francés y yo pensé: “joder, hablé de esto con Jeongguk. Él cree que yo no puedo. Pero yo sí puedo, yo puedo actuar como un buen agente secreto”. Además, estoy muy bien. Estoy bien. ¿Por qué, entonces, no actuar? ¿Por qué? ¿Por qué? Yo quería que tú, yo quería que fueras… feliz conmigo.

—No puedo ser feliz contigo—dijo Jeongguk, antes de apretar la boca hasta que sus labios desaparecieron.

—Soy el ganador del Oscar, soy… un actor. Debo actuar, debo hacer películas. Y esa película es… Yo ya acepté—Jeongguk dejó salir un gemido lastimero que hizo que Taehyung lo rodeara con los brazos y apretara. Habló en un susurro, junto a su oreja—: Pensé que ibas a estar feliz por mí. Yo estoy feliz, estoy feliz. Estoy bien. No tengo sueño.

—No entiendo—gimió Jeongguk—. No entiendo lo que dices.

—Es mi sueño—Siguió susurrando, sin detenerse. Su cuerpo reaccionaba extraño y tampoco entendía. Se le cerraba la garganta, a veces, y también la nariz. Sólo podía respirar por la boca—. Voy a actuar. Yo le dije a Namjoon y tengo fecha para mi vuelo. He hablado con el guionista y el director y los actores… Yo iba a decirte. Iba a decirte.

—No te vayas—murmuró él, moviendo la cara hasta que sus labios le rozaron el cuello—. No te vayas, por favor, no te vayas. Te amo. Te amé entonces, te amo ahora.

—¡Es que yo ya no tengo sueño!—exclamó Taehyung, apretando los brazos alrededor del chico que temblaba—. ¡Ya no tengo sueño! Si estoy bien, ¿por qué no voy a actuar?

Jeongguk gimió de nuevo. Era un animal herido en los brazos de Taehyung y él lo abrazó con fuerza, intentando mantenerlo en pie. Sin embargo, después se preguntaría si no sería él quién necesitaba que lo sostuvieran.

—Ya me has roto el corazón dos veces—dijo Jeongguk, con una voz como un ruido blando y apacible—, no sucederá una tercera.

La respiración de Taehyung se detuvo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Faltaban tres meses para París. Jeongguk y Taehyung regresaron a la casilla de inicio.

Pasaron tres días para que Jeongguk regresara a casa. Taehyung lo esperaba en su habitación, sentado sobre su cama. Cuando entró, se miraron.

—¿Dónde estabas?—preguntó Taehyung, como si no se hubieran separado en esas escaleras con la ligereza de una corriente de agua, suavecito.

—En mi apartamento—respondió el chico, sin mirarlo.

—Regresaste—continuó Taehyung, después de un rato en el que Jeongguk abrió su ropero y revisó sus cosas.

—Sí.

Taehyung se puso de pie. Las piernas le temblaban. Se sentía como un animal recién nacido.

—¿Qué haces en mi habitación?—preguntó Jeongguk—. ¿No crees que ya estás muy grande para dormir acompañado?

—¡Eso fue hace años!—dijo Taehyung, con los dientes apretados—. ¡Sabes por qué estoy aquí!

—¡Sal de mi habitación!—exclamó él, girándose y apretando los puños.

—¡No, hasta que hablemos!

—¡Sal ahora!

—¡No quiero!

Jeongguk le dio un golpe a la puerta del armario y resopló.

—Bien, no quiero pelear. Ya he discutido demasiado por un año—dijo, como si se hablara a sí mismo—. Si tú no te vas, me iré yo.

Taehyung se quedó congelado. Reaccionó al verlo recoger algunas cosas en una pequeña mochila y colgársela al hombro.

—¿A dónde vas?—preguntó, trotando detrás de él.

—A otra habitación—respondió Jeongguk.

—¿No te vas?

—¿No lo recuerdas, Kim?—Y luego lo imitó, arqueando las cejas—: “Vamos a vivir juntos, no importa cuántas peleas tengamos”. Ahora, déjame en paz.

Taehyung se detuvo en el pasillo, viendo a Jeongguk meterse en una de las muchas habitaciones para huéspedes de la casa que él había comprado. Tomó aire varias veces para calmarse. Había tenido intención de hablar con Jeongguk, de hacerle entender por qué quería irse, pero el otro chico parecía que no quería cooperar.

Dio media vuelta, enfadado y aliviado de verlo de nuevo, y entró a su propia habitación. Al meterse bajo las mantas, se sintió extraño. Era la primera vez en meses que estaba en su cama. Era un mundo nuevo, diferente. Pensó que no iba a dormirse fácilmente.

Pero no fue así.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alguien, alguna vez, le había dicho a Taehyung que la vida iba mal cuando dormías más.

Taehyung volvió a dormir. Y no era exactamente feliz, pero tampoco estaba muy triste. Entonces, pensó, así funcionaba para él. Estaba bien.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El timbre despertó a Taehyung en la bañera. El agua estaba muy fría y su cuerpo se había deslizado hasta que su cuello había quedado en una posición incómoda en el borde. Cuando se puso de pie, había un dolor agudo que le bajaba por toda la espalda y no le permitía moverse con tranquilidad. Calculó que tendría que dormir otro día para que el dolor desapareciera. Habría que encontrar un buen lugar, uno cómodo, uno donde no siguiera lastimándose.

Quien estuviera llamando a la puerta tenía mucha prisa por entrar. Por una de las ventanas de las escaleras, Taehyung vio que afuera llovía y era de noche. El visitante no podía ser Jeongguk, porque él siempre llevaba su sombrilla consigo y regresaba un poco más tarde. Así que se tomó su tiempo para bajar.

Se sentía aletargado, como un largo bostezo, y sus días y noches de lagunas negras de borrachera habían regresado para quedarse definitivamente. Abrió la puerta con la bata de baño puesta, frotándose un ojo con la mano.

Ahí, en el umbral, había alguien a quien Taehyung no había visto nunca antes. Se sorprendió con el extraño, animándose un poco. El otro chico, más sorprendido que él, se quedó de piedra frente a la puerta.

—Kim Taehyung—susurró—, el actor.

—El mismo—respondió él, acostumbrado—. ¿Quieres un autógrafo? ¿Una fotografía?

—Yo…

Taehyung bostezó antes de frotarse el cuello, donde le dolía. Era horrible. Hacía un par de días que no tenía un dolor físico como ese. Había aprendido a dormir en lugares extraños y ahora era un profesional. Si hubiera Juegos Olímpicos que involucraran dormir y sueño, él sería el mejor medallista. Había, incluso, adquirido pericia en el noble arte de dormir medio colgado en la barandilla de la escalera que antes le daba tanto miedo. ¿Quién se rompería el cuello descansando ahí? No sería Taehyung.

—Pero, ¿quién eres tú?—preguntó Taehyung. Tanto sueño le dejaba el cerebro lento, lleno de brea caliente. Le daban ganas de echarse en el porche y seguir, continuar, en negro—. ¿Qué haces en mi casa?

—Lo siento mucho—se apresuró en decir el extraño, haciendo una reverencia de noventa grados. Su cabello naranja, seguramente tinturado, revotó de arriba abajo. Taehyung recordó a Hoseok y a Yoongi. ¿Qué estarían haciendo esos dos? ¿Aún pintarían cabellos y pieles como antes? La vida en la que los conocía parecía ajena, como si ese Taehyung no fuese más que un personaje de los muchos que había interpretado—. Pensé que era la casa de alguien más.

—No hay problema—dijo, encogiéndose de hombros de manera perezosa—. Ahora, si me disculpas… voy a…

El mundo se fundió a negro. Hubo calma absoluta. Luego…

—¿Kim Taehyung? ¿Kim Taehyung?—repitieron—. ¿Está usted bien?

Taehyung abrió los ojos y se encontró apoyado en el marco de la puerta y a punto de deslizarse hacia el suelo.

—Lo siento, me dormí—le dijo al chico, quien lo miraba preocupado—. ¿Qué decías?

—Decía que…— titubeó—. ¿Está seguro de que está bien?

—Perfectamente—canturreó él, sonriendo lentamente—. Dime qué es lo que quieres. Necesito volver adentro.

El chico lo evaluó con la mirada un poco más, poco convencido, pero finalmente se rindió y bajó los hombros, derrotado.

—Revisé y estoy seguro de que esta es la dirección—dijo.

—¿La dirección de qué?—preguntó Taehyung, ya harto de hacer tantas preguntas y recibir pocas respuestas—. Tengo sueño—se quejó, suavecito, para sí mismo.

—Jeongguk me dijo que lo encontraría aquí, pero seguramente debí haberme equivocado.

El cuerpo de Taehyung se encendió como si alguien hubiera apretado un interruptor dentro. Miró al chico en su porche con su cabello naranja y su ropa negra de trabajador de servicios fúnebres. Tenía toda la pinta de ser amigo de Jeongguk, como el rey vampiro, Yoongi, y el peluquero de arcoíris, Hoseok.

—Es aquí—dijo, más alerta—. ¿Él te pidió que vinieras?

—Sí, ¡qué alivio! Pensé que me había perdido—el chico se inclinó de nuevo—. Mi nombre es Park Jimin. Es un gusto conocerte.

Park Jimin. Debía ser el Jimin del que Jeongguk había hablado aquella vez que se había tomado las fotografías con el Oscar. La estatuilla estaba ahora en el baño junto al champú y el jabón líquido para el cuerpo. La había escondido muy bien. Alguna vez, medio dormido, había intentado abrirle la cabeza, pensando que era la botella del acondicionador. Su estatuilla del Oscar debía oler ahora a producto de baño. Suponía que no muchas terminaban así, pero algo parecido debía sucederles.

—Un gusto—respondió Taehyung, haciéndose a un lado para dejarlo pasar. Si Jeongguk lo había invitado, no sería él el que dejara a Park Jimin esperando afuera. Su madre le había enseñado mejor que eso—. ¿Park Jimin?

—Sí, exactamente. Tienes acento—comentó Jimin, dando un par de pasitos tímidos dentro de la casa. Aunque intentó ocultar su asombro al ver el recibidor, Taehyung leyó en sus ojos lo maravillado que estaba con la decoración y el estilo en general. Era muy americano y bonito. También, bastante caro.

—He estado viviendo en Estados Unidos desde que tenía 17 años, creo—respondió Taehyung, explicándose. Le hizo un gesto a Jimin para que lo siguiera y se lo llevó a la sala de estar. Por muy bonito que fuera el recibidor, Park Jimin podía incomodarse si no lo invitaba a tomar asiento—. En todos estos años no tuve que decir ni una sola palabra de coreano.

Park Jimin sonrió hasta que sus ojos parecieron dos finas líneas sobre sus mejillas. Era bastante adorable, pero no el tipo de Taehyung. Si lo viera por la calle, probablemente no voltearía dos veces.

—¿En serio?—preguntó Park Jimin.

Taehyung sabía que nadie le había pedido que hiciera de anfitrión –Jeongguk ni siquiera le había dicho que había invitado a alguien-, pero era eso mismo lo que le molestaba. Esta era, en parte, su casa, y debía ser él quien conociera a las personas que de allí entraran y salieran, fueran amigos de Jeongguk o no.

Por eso, se sentó frente a Park Jimin, en uno de los sofás, y se frotó distraídamente el cuello, donde le dolía, por dormir en posiciones extrañas.

—He hecho películas en varios idiomas, pero no, nunca coreano—respondió—. Ahora que lo menciono, es bastante raro. Pero ya sabes lo que dicen: “nadie es profeta en su tierra”. Me pasa a mí, le pasó a Jesús.

—Le pasó a Jesús—repitió Jimin, arqueando las cejas—. Jeongguk me había dicho que hacías comentarios extraños, pero no pensé que tanto.

—¿Jeongguk te ha hablado de mí?—preguntó Taehyung, inclinándose hacia delante en su asiento—. Vaya, qué extraño.

Jimin asintió varias veces con la cabeza, con la emoción de un cachorro que ve llegar a su amo.

—En realidad, yo sabía que ustedes eran amigos, pero no pensé que estarías también aquí. Debí haberlo imaginado—continuó, después de una pausa—: que los Kim que siempre regalaban cosas bonitas a Jeongguk en su cumpleaños o en Navidad debían ser sus padres, Kim Taehyung.

Taehyung abrió la boca, buscando qué decir, y se decidió por no soltar nada. Eso no lo sabía. Según él, sus padres habían cortado cualquier relación con Jeon Jeongguk y su familia cuando Taehyung había salido volando hasta América en una aerolínea barata. Pensaba, quizá tontamente, que, si su relación de amistad con Jeongguk se rompía, también sería igual con los demás. Ahora parecía que había estado muy equivocado. Sus padres y Jeongguk habían mantenido el contacto por 11 años, hasta el punto en que le pidieron que cuidara de su casa cuando se fueron de vacaciones. Si eso no era confianza, y signo de que eran muy cercanos, Taehyung no sabía lo que era.

Darse cuenta de esto lo hizo sentirse triste. Él había fallado en mantener su amistad, pero Jeongguk y sus padres seguían igual. Era como si Taehyung fuera la variable que nadie necesitaba en la ecuación, la que podía cancelarse sin preocuparse por afectar el resultado. Le dieron ganas de dormir hasta el año siguiente.

—¿Desde hace cuánto eres amigo de Jeongguk?—preguntó Jimin, poniendo las manos sobre las rodillas y tamborileando con sus dedos.

Taehyung lo miró de arriba abajo. Estaba muy triste y no le gustaba tener a Jimin ahí, porque se sentía con la responsabilidad de entretenerlo mientras Jeongguk llegaba. Así no podía irse a dormir, como tanto quería.

Además, Jimin era bastante extraño. Había actuado como si se sorprendiera mucho de ver a Taehyung ahí, siendo el actor famoso que era, pero luego había dicho abiertamente que sabía que Jeongguk y él eran amigos. Conociendo a Jeongguk, era imposible que no se imaginara que la casa no le pertenecía, que debía, entonces, ser de alguien que tuviera mucho dinero y lo gastara en tonterías poco tradicionales, como los banderines de los pasillos o las máscaras africanas que Taehyung había enviado desde algunos de sus rodajes en ese continente. Jimin sabía, pero actuaba como si no. Eso no era algo que le gustara a Taehyung.

—Sabes desde cuándo soy amigo de Jeongguk—respondió Taehyung, frunciendo el ceño.

Jimin sonrió entonces, de medio lado, como si se burlara, y puso los ojos en blanco.

—Está bien, sí sé. Estaba esperando a que tú me lo repitieras—confesó—. Sé bastante sobre ti.

—Muchas personas saben mucho sobre mí. Tengo una página en Wikipedia—agregó, inflando el pecho. No cualquier persona podía tener una entrada en la biblioteca virtual, o, al menos, no una tan completa como la suya, una tan seria.

—No tuve que leer tu página de Wikipedia para saber sobre ti—respondió Jimin, sin pestañear—. Sólo tengo que preguntarle a Jeongguk. Él es como una enciclopedia andante de ti. Sabe incluso tu color favorito y lo que más te gustaba comer cuando vivías en Corea. Información que, vaya, no está en tu página de Wikipedia.

Taehyung frunció aún más el ceño. ¿A dónde quería llegar Park Jimin? ¿Cómo habían terminado hablando de esto?

—Te felicito por saber tantas cosas—dijo, cauteloso. Se sentía ridículo, pero no podía dejar de pensar que, de alguna manera, Jimin y él se estaban enfrentando en un duelo—-. Yo, en cambio, no sé nada sobre ti.

—Jeongguk no tiene por qué andar diciéndole a todo el mundo lo bien que nos conocemos—respondió Jimin suavemente, como si hablara del clima. Taehyung abrió la boca, sintiéndose molesto y traicionado, sin entender muy bien porqué—. La única razón es que yo soy su amigo. Su amigo real. Mientras que tú, bueno, tú eres solamente su actor favorito.

Fue un golpe bajo, y Taehyung lo sintió muy adentro. “Estas cosas no pasarían si yo estuviera dormido”, pensó. Y se sentó muy erguido en el sofá, para parecer muy intimidante, antes de responderle a Jimin.

—¿Por qué estamos hablando de Jeongguk?—preguntó, levantando la barbilla. Jeongguk era tema tabú en ese momento. Sería tema tabú hasta que Taehyung estuviera bien seguro en su avión hacia Paris. Sería tema tabú, ¿quién sabe?, hasta el fin de los días.

—¿Por qué no?—dijo Jimin, casi saboreando las palabras.

Taehyung se puso de pie, resoplando.

—Agradece que eres un invitado de Jeongguk, porque, si fuera por mí, ya estarías en la calle—masculló, molesto—. Ahora, si me disculpas…

—Claro, adelante, puedes irte—dijo Jimin, poniéndose de pie y haciendo varias inclinaciones—. No quiero molestar. Yo sólo vine a bajarme los pantalones.

Taehyung se quedó de piedra junto a una de las muchas mesas de caoba en las que su madre ponía los jarrones chinos. Tuvo una imagen mental, como una escena de película, en la que tomaba el jarrón pintado delicadamente y se lo lanzaba a Park Jimin en la cabeza, mientras gritaba y lloraba. Pero no. Él era mejor que eso.

Él podía ser cualquier cosa, pero no estúpido. “Yo sólo vine a bajarme los pantalones” podía significar una cosa y nada más que una cosa. Y eso explicaría también la tensión y el comportamiento extraño que había tenido Jimin al verlo en la casa. Siempre había un ambiente intranquilo -y eso Taehyung lo sabía porque había actuado en suficientes películas, muchas gracias- cuando dos personas se encontraban y una de ellas sabía que la otra se había acostado con su amante.

No quería pensarlo, pero era así. Jeongguk había invitado a Park Jimin a su casa, a la casa de sus padres, que la habían dejado con toda la confianza del mundo para que la cuidara en su ausencia, para follárselo. Lo iba a meter en su cama, en la cama que Taehyung y él habían compartido, donde se habían besado y tocado, mientras el mismo Taehyung estaba ahí. Iba tener sexo con él, iba a hacerlo gritar, iba a amarlo. Y Jimin lo sabía, claro que lo sabía.

Un frío extraño, como si la sangre en las venas se le hubiera congelado, le llenó todo el cuerpo. Girarse para mirar a Park Jimin, con quien Jeongguk iba a acostarse esa misma noche, fue el gesto más difícil que tuvo que hacer en su vida. Se dio cuenta de que nunca iba a olvidar ese sentimiento, esa sensación de que se le escapaba el poco calor que tenía por los poros de la piel. Así debían sentirse muchos de sus personajes. Así debió sentirse quien Taehyung interpretó en su última película, en sus tres separaciones. Ahora que lo sabía, casi quiso enfrentarse a la Academia. No le habrían dado el Oscar si supieran que antes no entendía cómo se sentía la desesperación. Ahora sí, ahora sí podía sentirse merecedor del Oscar.

¿Se habría sentido así Jeongguk?

Park Jimin estaba junto al sofá, devolviéndole la mirada con expresión inocente. Sin embargo, había algo en sus hombros, la tensión en sus muslos, que traicionaba su exterior calmado. Él estaba tan afectado como Taehyung.

—¿Cuánto sabes?—preguntó, en cambio, cuando lo que quería era hacerse un ovillo en el suelo y no despertar jamás—. ¿Qué es lo que sabes?

—Sé que fueron amigos—respondió Jimin, en el mismo tono asustado—. Sé que Jeongguk… Sé que él… Cuando tenía 15 años… Lo dejaste…— Tragó saliva y abrió mucho los ojos—. Yo lo vi. Vi lo que le hiciste. ¿Cómo pudiste? Él pudo haber sido tan grande como tú, pero no lo dejaste.

—¡Yo no hice nada!—chilló Taehyung, perdiendo los nervios. Ya había perdido mucho en poco tiempo, pero quizá aún quedaba. No conocía su propio límite y Jimin estaba probándolo.

—Lo abandonaste. ¡Y él te quería!—gritó Jimin, acusándolo. Lo hizo retroceder dos pasos—. ¡Te quería tanto! ¡Todavía! Todavía… Odio que me lleve a ver tus películas. Lo odio tanto. Cualquier persona que quiera a Jeongguk lo odiaría. No sé cómo Yoongi, Hoseok y Jin pueden hablar contigo como si no pasara nada.

Taehyung abrió la boca, pero se interrumpió al escuchar la puerta principal. Alguien había entrado, alguien que tenía llaves. La expresión urgente de Jimin cambió automáticamente. Taehyung supuso que la suya también, por algo era él el gran actor, y ambos miraron a Jeongguk, con su ropa negra y sus ojos grandes, llegar a la sala de estar.

Tenía, como la primera vez que Taehyung lo había visto, una bolsa llena de vegetales. Sonreía. Para él ya no existía Kim Taehyung. De él sólo quedaba su cuerpo, que también se iría en tres meses, a París. Entonces, ya no habría nada para el resto de los días.

—¿Jimin?—preguntó, al verlo—. Pensé que llegarías más tarde.

—Quise sorprenderte—respondió el chico, sonriendo tan amplio que parecía el payaso de Batman. Taehyung lo odió con tanta fuerza que se sorprendió a sí mismo. Debería estar enojado con Jeongguk, era él quien estaba metiendo a otra persona en su casa, debería estar lanzándole el jarrón chino en la cabeza—. Pero no recordaba que trabajabas hasta tarde. Debí haber pasado por el salón de tatuajes.

—Sabes que a Yoongi no le gusta que estés por ahí—dijo Jeongguk, antes de reírse.

—¡Sólo dejé caer las cosas una vez!—se defendió Jimin, como un niño—. ¡Una vez!

—Suficientes veces para Yoongi.

Jeongguk puso la bolsa en la mesita del café.

—Tenemos que hablar—dijo Taehyung, y su voz fue tan grave que él mismo se tensó. Jeongguk lo ignoró, poniendo la mochila que traía en el sofá y metiendo los brazos hasta el codo dentro de la bolsa principal—. Jeongguk, tenemos que hablar.

—Te oí la primera vez—respondió Jeongguk, molesto—. Ya voy.

Taehyung esperó hasta que Jeongguk encontró lo que buscaba. Antes de salir, le hizo unas muecas a Jimin que lo hicieron reír. Taehyung hizo un rápido inventario en su cabeza. En esa sala, sólo en esa sala, había suficientes jarrones chinos para romperles la cabeza a ambos tres veces.

—¿Qué quieres?—preguntó Jeongguk, cuando lo llevó hasta el piso de arriba, donde Jimin no podría escucharlos aunque gritaran—. Voy a estar ocupado.

Había muchas cosas que Taehyung podía decir, pero decidió ser igual que muchos otros antes que él, como muchos otros que lo precederían. Miró a Jeongguk directamente a los ojos al hablar. Iba a hacer un escándalo.

—¿Quién es él?

—¿Quién es él? ¿Él?—preguntó Jeongguk—. Park Jimin.

A Taehyung le dieron ganas de jalarse el cabello de la frustración. ¿Era sólo Park Jimin? ¿O era algo más? ¿No le faltaba a Jeongguk agregar algo tan minúsculo como el hecho de que hoy se iba a acostar con él?

—No lo quiero en mi casa.

Jeongguk pareció sorprenderse, porque su expresión molesta dio paso a los ojos abiertos de más y la boca apretada.

—¿Qué dices?—preguntó, estúpidamente.

—Digo que no lo quiero aquí. Sácalo—ordenó Taehyung. Si iba a follárselo, porque iba a hacerlo, aunque Taehyung no lo quisiera, no lo haría ahí, no lo haría en su cama. Tendría que irse a su maldito apartamento para metérsela a Park Jimin. Si tenía un poco de suerte, podría morderlos una rata o una cucaracha y ambos morirían en su asqueroso nido de amor.

—¿Sacarlo?—repitió Jeongguk, incrédulo—. No. No voy a hacer eso.

—¡Tú vas a hacer lo que yo te diga, porque esta es mi maldita casa!—chilló Taehyung, apuntándolo con un dedo sobre el pecho. Quiso que le doliera. Ojalá su dedo fuera un cuchillo y pudiera apuñalarlo. No quedaría nada de Jeon Jeongguk que Park Jimin pudiera tener—. ¡Yo pagué por ella y yo decido quién entra y quién sale!

Jeongguk lo miró por varios segundos con su cara de sorpresa antes de negar lentamente y alejarse un par de pasos.

—Estás loco—murmuró—. No voy a hacerte caso.

Dio media vuelta y, sin mirar atrás, regresó a la sala de estar.

Taehyung se derrumbó. Lloró un par de minutos de rodillas junto a la barandilla de las escaleras. Ahogaba los sollozos poniéndose una mano en la boca. Cuando aún tenía la cara llena de lágrimas y mocos se arrastró junto al arco que daba a la sala de estar y los espió.

Jeongguk se había quitado el abrigo y Jimin estaba sentado en el sofá. Hablaban y se reían. Parecía la escena de una película. Era perfecto, incluyendo a Taehyung en el suelo, de rodillas, con la cara hecha un desastre.

—¿Dónde quieres hacer esto?—preguntó Jeongguk.

—Aquí, ¿no?—respondió Jimin—. Si subimos, puede que…

—Sí, sí.

Jimin se puso de pie y empezó a quitarse el cinturón.

—No puedo creer que esté haciendo esto—dijo, medio riéndose—. ¡Voy a recordarlo toda mi vida!

—Me llevarás contigo ahí a donde vayas.

—No me parece una buena idea.

—Nunca fue una buena idea—canturreó Jeongguk—. Eso lo hace más divertido.

Finalmente, Jimin pudo con su propia ropa y se bajó los pantalones dándole la espalda a Jeongguk.

—Déjame ver—le dijo Jeongguk, levantándole la camisa. Su trasero quedó al aire y él le dio una palmada—. Esto es con lo que voy a trabajar hoy.

—No voy a bajarlo completo—anunció Jimin—. No quiero tocar nada más.

—Tú has lo que quieras.

—Podríamos haberlo hecho en el salón de tatuajes, pero Yoongi es un aguafiestas—se quejó Jimin, acostándose boca abajo en el sofá—. Ahora mi vida está en tus manos en este ambiente infectado.

Taehyung no quiso escuchar más. Se puso de pie con dificultad, sin ver muy bien a donde iba a causa de las lágrimas, y subió las escaleras a trompicones. Su habitación nunca le había parecido tan acogedora, como los brazos de su madre. Entonces quiso que ella lo arreglara. Deseó que sus padres regresaran intempestivamente de sus vacaciones en los Alpes y descubrieran lo que Jeongguk estaba haciendo en su sala de estar con Park Jimin.

Pensó que lloraría más, así que se metió en el ropero. Era su escondite favorito cuando era niño. Y Jeongguk solía fingir que no lo sabía. Jugaban a las escondidas y Jeongguk tardaba horas en encontrarlo, fingiendo que Taehyung no estaba donde siempre, y lo dejaba ganar.

Cerró los ojos e imaginó que se escondía de Jeongguk como cuando eran niños.

Cuando llegara a París, hablaría con el guionista y le propondría hacer una película.  Otra cinta, para después. Incluiría esa escena de él hincado junto a la puerta y Jimin y Jeongguk en el sofá. Jimin se bajaría los pantalones. El actor sería pequeño, más que Taehyung, y se vestiría de negro. Diría: “Podríamos haberlo hecho en el salón de tatuajes”, y entonces la gente en la sala de cine, viendo la película, lloraría, así como lo había hecho Taehyung. Sería una gran historia. Podría, incluso, ganarse otro Oscar.

Taehyung hundió la cabeza en los brazos y, tal como esperaba, se durmió. Soñó que Jeongguk y él caminaban por las concurridas calles de París. Y eran felices.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El teléfono se coló en su sueño. En este, estaba hablando con Namjoon sobre Corea. El otro chico nunca había conocido el país a pesar de que sus padres venían de ahí. Taehyung le describía las calles de Seúl cuando el timbre los interrumpió.

—¿Puedes contestar?—preguntó Taehyung, molesto por la interrupción.

—No puedo.

—¿Por qué no?

—Porque tienes que hacerlo tú—respondió Namjoon.

El timbre de la llamada seguía sonando. Taehyung se puso de pie y tomó el auricular de un teléfono tan anticuado que estaba conectado a la pared. En su oreja, seguía el mismo tono insistente.

—¿Hola? ¿Hola?—repitió. Pero este seguía haciendo ese ruido infernal.

Fue entonces que se despertó. Lo primero que sintió fue el hambre como un animal que se le comía las entrañas. Se preguntó cuánto tiempo llevaría sin comer. La última vez, había dormido dos días seguidos sin parar. Ahora era de noche y hacía mucho frío. Renuente, Taehyung se acercó al teléfono, que todavía sonaba en el escritorio junto al ropero, y lo contestó.

No había salido de su habitación más que para robarle comida a Jeongguk. Cuando él no estaba, se arrastraba como podía hasta la cocina y se atragantaba con lo que hubiera. Finalmente regresaba a su cueva con la seguridad de que, para cuando Jeongguk se diera cuenta que la comida que había dejado para su cena no estaba, Taehyung ya estaría dormido.

Maldijo a todo el mundo y habló por el auricular.

—¿Sí?

—¿Taehyung?

Era Jeongguk. Sintió náuseas y tuvo que agarrarse del escritorio para no caerse. Quizá estaba soñando, aunque el hambre y las ganas de ir al baño eran muy reales. No sería la primera vez que había tenido un sueño dentro de otro sueño. Por eso respondió con la energía que no sentía. El Jeongguk de su sueño se merecía ser tratado con cariño, él no lo había engañado con Park Jimin.

—Oh, Jeonggukie, ¿qué pasa? ¿Por qué llamas a esta hora?—dijo, mirando el reloj. Eran las 8, cuando Jeongguk trabajaba. No se habían vuelto a ver en la vida real desde la tormentosa llegada de Park Jimin, así que sí, debía ser un sueño.

Lo bueno de los sueños es que Taehyung no debía explicarlos. Las cosas simplemente pasaban. Que Jeongguk llamara del trabajo no era extraño mientras Taehyung dormía.

—¿Jeonggukie?—insistió, al no escuchar nada desde el otro lado.

Taehyung, necesito tu ayuda—respondió Jeongguk, titubeando—. Yo… Yo… Necesito tu ayuda.

—No hay problema. Dime qué es lo que quieres y te lo doy.

Jeongguk volvió a demorarse en responder, pero esta vez Taehyung pudo escuchar su respiración, un poco acelerada, en su oreja.

Taehyung, necesito que vengas por mí—dijo, finalmente.

—¿Ir por ti?—preguntó Taehyung, frunciendo el ceño. Normalmente, en su sueño, Jeongguk ya le habría dicho que Park Jimin se había casado y estaba pasando su luna de miel en algún país del caribe, muy lejos de allí—. ¿Ir a dónde? ¿A México?

—¿A México?—repitió Jeongguk, incrédulo—. ¿Por qué a México?

—Porque es un país del caribe, idiota.

Jeongguk soltó un “¿qué?” que Taehyung, quizá, no debió haber escuchado. Luego, alguien habló allí donde él estaba.

—… sí, ya voy…— lo escuchó murmurar. Luego de una pequeña discusión, Jeongguk regresó su atención al teléfono—: Eh, ¿sigues ahí?

—Sí, todavía aquí—respondió Taehyung, en inglés.

Taehyung, estoy en la cárcel.

Vaya, qué sueño más extraño. Sin embargo, Taehyung se encogió de hombros y se apoyó completamente en el escritorio. La cabeza le daba vueltas, como un carrusel, y temía caerse en el suelo. Aunque fuera un golpe de mentiras, podría asustarse y despertarse.

—Ajá, ¿y qué hiciste?

Jeongguk suspiró antes de responder.

Alguien nos denunció—Soltó una maldición—. La policía llegó al salón de tatuajes y Yoongi intentó convencerlos de que solamente éramos ilustradores, pero, claro, no nos creyeron, y aquí estoy. ¿Podrías venir por mí?

—Sí, sí, por supuesto. Ya voy. Espérame.

Taehyung colgó y se quedó un rato medio acostado sobre el escritorio. Luego, se metió en el baño y se duchó con languidez, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Esperaba que Jeongguk tuviera preparada una buena sorpresa en la estación de policía. Quizá una bonita cena romántica, con camino de pétalos de rosa incluido, o una orquesta filarmónica para un baile.

Se lo imaginaba vestido de traje, con una corbata verde, su color favorito. Nada más alejado de la realidad. Cuando entró a la comisaría, el policía lo obligó a pagar una multa para ver a Jeongguk.

—¿Y por qué estoy pagando otra vez?—le repitió al agente, arqueando las cejas. El hombre había tenido el susto de su vida al verlo aparecer. Además de su dinero, se había llevado un autógrafo y una fotografía—. ¿Qué es esto?

—Una multa por trabajar con tatuajes.

—Ah, claro. Porque es ilegal, ¿no?

—Sí, señor—le respondió el policía, asintiendo solícito.

—Claro, ¿y cuándo sale Jeonggukie?

—Ya lo sacaremos.

Tardaron más de media hora en traer a Jeongguk. Cuando apareció, tenía el labio partido y una expresión glacial en la cara. Intentaba alejarse de la policía con gestos hoscos, como un gato, y las aletas de la nariz le latían.

—Hola, Jeonggukie. Tuve que pagar tu multa—dijo, saludándolo.

El Jeongguk de su sueño se avergonzó, sonrojándose. Taehyung le respondió con una palmadita en una de las mejillas.

—Tengo muchísima hambre—anunció, al aire.

Un policía se apresuró a ofrecerle un paquete de frituras.

—Lo teníamos aquí por si alguien quería—le explicó—. Podemos dárselas.

—Muchas gracias—dijo Taehyung, sonriéndoles—. Es el sueño más surrealista que he tenido.

Los policías se miraron de soslayo.

—Nos vamos a ir cuando acabe con esto—le ordenó a Jeongguk—. Estos amables agentes nos dejarán sentarnos aquí y podrás esperarme.

Nadie dijo nada mientras él se echaba de cualquier manera en las banquetas de la comisaría y empezaba a comerse las frituras. Jeongguk se sentó, después de un rato, a su lado, y dejó que Taehyung le pasara los dedos en el cabello. Se quedaron mucho tiempo. Taehyung firmó algunos autógrafos y se tomó unas cuantas fotos. Era la sensación del lugar.

Finalmente, acabó con su comida y se limpió los dedos con la manga del uniforme de uno de los oficiales. El hombre no le dio más que una mirada.

—Bueno, ya es hora de irnos, Jeonggukie—lo llamó, despidiéndose de todos con la mano—. Espero que todos vean mi próxima película.

Los policías asintieron. Pero antes de que pudiera irse y regresar con Jeongguk a casa, el chico lo detuvo.

—Debemos sacar a Yoongi y Hoseok—le dijo, negando. Lo miraba con ojos serios y muy oscuros—. Todavía están ahí y no tengo suficiente para pagar sus multas.

—Ah, claro, no sé por qué los olvidé—agregó Taehyung, sintiéndolo obvio—. Vamos, tenemos que pagar por Yoongi y Hoseok.

Regresaron a la comisaría y pagaron y se sentaron a esperar a que trajeran a Hoseok y Yoongi. Mientras tanto, Taehyung tomó la cara de Jeongguk en sus manos y le tocó la boca.

—¿Qué te pasó?—preguntó, en un murmullo.

Jeongguk estaba tenso, pero no lo apartaba ni le quitaba la mirada de encima.

—Me resistí al arresto—respondió, en el mismo tono íntimo.

Taehyung le sonrió y se inclinó para dejarle un beso en la herida. Los policías miraron hacia otro lado. Había tanto silencio que podían escuchar los carros afuera y a la gente en las aceras.

—No deberías hacer eso—lo reprendió Taehyung, juntando sus frentes y frotándose contra él—. Sabes que hacer tatuajes es ilegal en Corea, así que tienes que asumir las consecuencias de tus actos. Si te golpea la policía, ¿qué diría tu madre de ti?

—No le gustaría—murmuró Jeongguk.

—Exactamente. ¡Qué bueno que yo estaba aquí! Porque pude pagar por todos ustedes. ¿Ves por qué tengo que hacer todas esas películas? ¿Quién más va a dar tanto dinero por ustedes, manada de vagos, si no soy yo? Podrían haberse quedado todos aquí en la cárcel hasta el fin del mundo.

—¿El fin del mundo?—preguntó Jeongguk, antes de reírse suavecito.

—El fin del mundo—repitió Taehyung, con seguridad—. Soy tu gran salvador. Merezco un beso.

—Un beso—suspiró Jeongguk, cerrando los ojos y haciéndose a un lado.

Taehyung se quedó con las manos vacías y los labios apretados en la forma de un beso. Así no es como se suponía que debía ser. El Jeongguk de su sueño estaba resistiéndose demasiado. Quizá, si hacía fuerza con la mente…

Hoseok y Yoongi aparecieron en ese momento. Ambos tenían idénticas expresiones de cansancio y ayudaron a Jeongguk a que se pusiera de pie.

—Gracias, Taehyung—dijo Hoseok. Yoongi ni lo miró.

Taehyung terminó siguiéndolos hacia la salida, despidiéndose de todos los policías otra vez. Nadie habló en el camino. En la calle, Jeongguk dio media vuelta y se quitó el abrigo para ponérselo a Taehyung en la cabeza.

—¿Qué haces?—preguntó él, sacando la cara al aire para poder verlo.

—Si vas así por la calle, te van a descubrir.

—Esto es un sueño. Esas cosas no pasan—dijo Taehyung, intentando quitarse el abrigo.

Jeongguk lo obligó a quedarse con la prenda en la cabeza. Los otros dos los miraron forcejear, pero no interrumpieron. Yoongi encendió un cigarrillo y se quedó a un par de metros. Les daban privacidad, pero estaba claro que esperaban a Jeongguk.

—No es un sueño—masculló Jeongguk—. No sé qué te pasa. Pensé que estabas bromeando allí en la comisaría, pero ya es demasiado. Ponte esto y regresa a casa.

—¿No es un sueño?—preguntó Taehyung, frunciendo el ceño. Intentó tomar la cara de Jeongguk de nuevo, pero él no lo dejó. Cuando bajó las manos hasta sus costados, se dio cuenta que tenía sentido—. No es un sueño.

—No es un sueño. Ahora, ¿me harías el favor de regresar a casa?

Taehyung se quedó muy quieto, todavía asimilando la situación. Había salido de casa sin su kit de actor y se había metido a la comisaría para pagar la multa de Jeongguk, Hoseok y Yoongi pensando que estaba en uno de sus muchos sueños. Era la realidad. Y ahora un montón de policías en Corea del Sur tenían fotografías de él en sus teléfonos y, seguramente, las subirían a sus redes sociales. Sus padres se enterarían de que estuvo en el país.

—Taehyung, regresa a casa.

—¿No vienes conmigo?—preguntó, levantando la cara. Jeongguk hizo una mueca de mortificación y negó con la cabeza.

—Me voy con Yoongi y Hoseok.

—Dejaste que te diera un beso, hijo de puta—siseó—. Hijo de puta.

—No fue un beso, no pasó nada ahí dentro…

—Pagué por ustedes—le recordó—, di mi dinero por tus amigos. Tú te vienes conmigo. ¡Te ordeno que vengas conmigo!

—No.

—¡No estaríamos hablando si no me hubieras llamado!—gritó, sin importarle que Yoongi y Hoseok pudieran escucharlos—. ¡Es tu culpa! ¡Podría estar durmiendo ahora mismo!

—Me voy con Yoongi y Hoseok—repitió Jeongguk, paciente. Le dio a Taehyung una mirada torva—. Sólo te necesitaba para que pagaras la multa. Puedes regresar.

Taehyung dio un paso atrás y golpeó con el puño a Jeongguk con todas sus fuerzas. A su costado, Hoseok se estremeció, pero ni él ni Yoongi dijeron nada. Jeongguk se tambaleó un poco, pero luego se irguió y negó.

—Me voy con ellos.

—No debí haber venido por ti—susurró Taehyung, para sí—. No puedo creer que me hayas hecho esto.

—¿Qué? ¿Abandonarte?—preguntó, mofándose—. ¿Así como tú hiciste conmigo?

—¡Pensé que éramos amigos!

—Éramos amigos—dijo Jeongguk, encogiéndose de hombros, como si no importara—. Fuiste muchas cosas para mí. Pero ya no más. Regresa a casa.

Al ver que Taehyung no se movía, Jeongguk se mesó el cabello. Fue entonces que Yoongi intervino. Se había acabado su cigarrillo y tenía una mano entrelazada con Hoseok.

—Vámonos—le ordenó a Jeongguk—. Ya está grande. Es capaz de regresar a casa solo.

Jeongguk dudó por un par de segundos, pero, finalmente, caminó hacia ellos y todos empezaron a alejarse. Taehyung se quedó muy quieto, con el abrigo colgándole de mala manera de la cabeza, y un dolor sordo en el pecho. Aún tenía mucha hambre.

Con movimientos mecánicos, sacó su móvil y se lo puso en la oreja.

—¿Taehyung?

Jeongguk y los otros dos eran tres figuras a lo lejos, casi a punto de perderse de su visión. Taehyung utilizó la mano libre para tomar las puntas del abrigo de Jeongguk y apretarlas alrededor de su cuerpo.

—Namjoon, quiero regresar a Estados Unidos.

—¿Cómo?—preguntó su mánager, un poco sorprendido, quizá asustado.

—¿Puedes encontrar un vuelo mañana?—preguntó. Los tres doblaron una esquina y desaparecieron. Jeongguk nunca miró atrás. Taehyung cerró los ojos—. Quiero volver a casa.

¿No estás con tus padres?

—Quiero volver a mi casa de verdad.

—¿Estás bien?

—¿Puedes o no conseguir lo que te pido?— le soltó, perdiendo la paciencia—. Sólo quiero un maldito vuelo a Los Ángeles. ¿Es tan difícil?

Ambos se quedaron en silencio. Después de un rato, que pareció más largo que nunca, Namjoon se aclaró la garganta.

¿Primera clase?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Namjoon supo que algo andaba muy mal al verlo bajar del avión. No pudieron ocultar su llegada al aeropuerto, por lo que no tuvo oportunidad de decirle algo hasta que estuvieron en la limusina que lo llevaría a su casa. Los paparazis se habían convertido en animales de presa y Taehyung había pasado mucho tiempo sin lidiar con ellos. Se sentía ligeramente separado de su cuerpo, como si estuviera drogado.

—Bienvenido—dijo Namjoon, en un inglés tan perfecto que casi lo hizo llorar.

Taehyung hizo un sonidito desde la garganta y cerró los ojos.

Los próximos días, sólo se despertó para escuchar los sermones de Namjoon, quien se preocupaba cada vez más por él. No supo cuántas veces intentó, pero por fin, una tarde, lo tuvo a su disposición.

—¿Qué pasó en Corea, Taehyung Kim?

Taehyung puso los ojos en blanco.

—No sé. Creo que dormí todo ese viaje. Trágico, ¿no te parece?

Namjoon fruncía el ceño como aquella primera vez que Taehyung le había hablado de su problema, era una manta arrugada, una muy fea.

—Llamé a tus padres.

—¿Por qué lo hiciste?—soltó Taehyung, ofendido—. ¡Dímelo! ¡Pensé que confiabas en mí!

—Confío en ti—le recordó Namjoon—, pero me preocupas. Y soy tu amigo antes que cualquier otra cosa. Así que llamé a tus padres y les pregunté qué es lo que te había pasado en Corea para que llegaras en este horrible estado. Qué sorpresa la mía cuando ellos me dijeron que estaban en un tour por Europa y de ti no habían visto más que el discurso de los Oscar.

—No quería que nadie lo supiera—murmuró Taehyung, furioso—. Lo has arruinado todo.

—Me dijeron que ellos no habían estado en casa, pero que tú, seguramente, habías ido a otro lugar, porque ellos estaban seguros, y no sé por qué, de que tú no llegaste ahí—continuó, como si no lo hubiera escuchado—. Fue Corea, lo sé porque desde allí querías irte a París. Pero quiero saber con quién estabas. No voy a reñirte. Sólo lo necesito para intentar arreglarte.

—No estoy dañado.

—No digo que estés dañado, pero no estás bien. Tienes que ayudarme, Taehyung. No puedes hacer nada así. Eres como un oso hibernando.

—No sé de qué hablas—Negó Taehyung, sonriendo—. No soy un oso.

—Esto es todo. Nos vamos.

Namjoon lo arrastró al psicólogo, justo como antes. Y el hombre le dijo exactamente lo mismo a Taehyung.

—Depresión, ¿ves?—le dijo él a Namjoon, adormilado, cuando regresaban en su coche—. No ha cambiado nada.

—Estás peor que antes—respondió Namjoon, con tono grave.

—Igual que antes. La depresión es sólo estar un poco triste.

—¿Y tú qué sabes?

—¿Quién tiene depresión? ¿Tú o yo?—Esperó a que Namjoon dijera algo, sabiendo que no lo haría, y sonrió para sí mismo—. Yo sé, porque sé…

Se durmió a mitad de la frase y Namjoon tuvo que despertarlo en el siguiente semáforo.

—…Me dormí—anunció, como si fuera un niño—. Pero estoy bien.

—Me doy cuenta—masculló Namjoon, apretando las manos en el volante tan fuerte que sus nudillos estaban blancos.

—Llévame a casa, vamos, y déjame descansar. Tengo una grabación en París dentro de dos meses y quiero estar listo cuando llegue el momento.

Pasó un rato y Taehyung consiguió dormirse, pero la voz de Namjoon lo sacó de la tierra de los sueños.

—… y será el mejor profesional de todo el estado—decía—. Pagaremos lo que sea necesario y tú estarás bien para grabar. Ganarás mil Oscar, serás muy feliz. Yo estaré contigo y te ayudaré. Voy a hacer lo mejor para ti, aunque tú no quieras.

Taehyung lo miró conducir en medio de la niebla que le dejaba el sueño. Tenía los sentidos embotados, pero lo que decía Namjoon sonaba como una sentencia.

Y así fue. Su mánager lo arrastró por la consulta de decenas de especialistas de la mente. Desde psicólogos a psíquicos. Hasta que una de las amigas actrices de Taehyung le recomendó al terapeuta de moda de los famosos.

El hombre tenía un consultorio en un rascacielos y tentempiés servidos en platitos de metal. Mientras Namjoon esperaba afuera, Taehyung se quedaba horas echado en el diván, como el de las películas, donde se dormía sin problemas.

—No puedo hacer nada por usted, señor Kim, si no me ayuda—decía el terapeuta.

Taehyung se estiraba un poco, sólo lo suficiente para verlo con un ojo entrecerrado en medio del sueño, y le sonreía, burlón.

—No va a poder hacer nada por mí—respondía—. Sólo tengo mucho sueño, nada más y nada menos. ¿No entiendo por qué todos están actuando como si fuera el siguiente Hannibal Lecter?

—¿Siempre es así, señor Kim?—Así lo llamaba: “Señor Kim”, y Taehyung se sentía como su padre—. ¿Huye de sus problemas antes de enfrentarlos?

—No sé de dónde ha sacado semejante locura. Yo soy un hombre muy valiente.

—Yo no lo veo así. Su comportamiento dice una cosa completamente diferente de usted. Duerme porque prefiere eso a enfrentarse a su vida. ¿Qué es lo que no le gusta?

Taehyung se reía, burlándose de él, porque cada día lo cansaba más. No le gustaba ir al terapeuta. El hombre no hacía más que desangrar su cuenta bancaria –porque cobraba como si el diván en el que Taehyung descansaba estuviera hecho de pelos de unicornio- e incordiarle durante horas.

—Dígame, doctor, ¿alguna vez ha hecho algo por amor?

—¿Hacer algo por amor?—preguntó el terapeuta. Así le decían en América: terapeuta, como si fuera algo tan importante como ir al spa. Sonaba a masaje—. No entiendo qué tiene que ver eso con su problema, señor Kim.

—Respóndame. Le pago lo suficiente.

El terapeuta se quedó callado en su sillón junto al diván. Taehyung preferiría estar durmiendo, pero no todos podían tener lo que querían. Su terapeuta tendría que conformarse con su conversación, a su parecer, insulsa, antes que sus secretos más íntimos.

—Le compré un caballo a mi esposa—respondió, al fin.

—Oh, vaya, ¡qué locura!—se mofó Taehyung—. ¡Que alguien detenga a este hombre! Es usted un aventurero. Yo preferiría cosas más jugosas, si sabe a lo que me refiero. Si le compra un caballo a su esposa, será la persona número ¿qué se yo?, ¿4 mil? ¿5 mil?, en hacerlo. Nada extraño.

El reloj marcaba los segundos. Cada minuto eran miles de dólares que pasaban de la cuenta de Taehyung a los bolsillos hambrientos de su terapeuta.

—Le compré una casa a mi amante—añadió el hombre, después de una pausa—. Una muy bonita.

—¿Una casa?—repitió Taehyung, cubriéndose los ojos con un antebrazo delgado y enfermizo—. ¿A su amante? Eso es otro nivel. Ahora lo respeto un poco más. Su mujer tiene un caballo, y su amante…

—Juan.

—Juan, claro, una casa. Juan es un tipo con suerte, sí señor.

El terapeuta tamborileó con los dedos, nervioso, sobre la mesa junto al sillón. Tenía un montón de hojas donde tomaba nota de los pacientes. No había tocado ninguna de esas cuando estaba con él.

—¿Y usted, señor Kim?—preguntó, finalmente. Parecía que le había tomado mucho tiempo darse valor para hacer la pregunta. Pero cuando lo hizo, recuperó el vigor—. ¿Ha hecho algo por amor?

Taehyung apretó el antebrazo sobre su cara. Sonrió, sin saber que lo hacía como si le doliera.

—Fui de vacaciones hace poco, ¿sabe? A mi país de origen—le explicó a su terapeuta—. Me reencontré con mi mejor amigo de la infancia. Fue bastante difícil que me perdonara. Para convertirme en quien soy ahora, tuve que dejarlo allí, solo, hace 11 años. Y eso lo marcó mucho.

—¿Le pidió perdón?

—¡Claro que le pedí perdón! ¿Por quién me toma? Y él… Él me perdonó. Porque es una buena persona. No sé cómo pasó, pero empezamos a salir.

—Ya veo—comentó el terapeuta. Su dedo rosó una de las hojas sobre la mesita.

—Éramos adultos, así que fue cuestión de tiempo para que nuestra relación avanzara—Taehyung se encogió de hombros, soltando una risita sarcástica—. Y luego me fui de nuevo. Lo abandoné otra vez.

—No entiendo qué tiene que ver eso con la pregunta. ¿Podría explicarme mejor?

Taehyung se irguió un poco en el diván, pero no se descubrió la cara. ¿Para qué? Él lo sabía, su terapeuta lo sabía, Namjoon lo sabía: ahí no llegarían a nada. Taehyung se iría igual que como había llegado: con sueño, con tristeza. No había nada que ese hombre pudiera hacer.

—Yo… por él… Yo…

—Continúe, lo estoy escuchando.

Taehyung tragó saliva. De repente tenía la garganta seca.

—Yo lo amo—confesó, con un hilo de voz—. Lo amo mucho.

—Señor Kim…

—Pregúnteme cómo supe que lo amaba.

Su terapeuta dudó, pero hizo la pregunta al final.

—Porque fui por él a esa mugrosa comisaría y pagué su multa y la multa de sus amigos y le di un beso donde lo habían golpeado—soltó, como una retahíla—. Fui por él a esa mugrosa comisaría cuando a mí ya no me quedaba nada. Todo me lo había quitado. Hijo de puta—se apoyó en el codo y miró al terapeuta a los ojos. Era la primera vez que pasaba y Taehyung se dio cuenta de que eran azules, como el océano—. ¿Recuerda cuando le dije que era una buena persona? Olvídelo. No, él no es una buena persona. Metió a ese otro hombre a mi casa, a mi casa, ¿puede creerlo?, para acostarse con él. No, no es una buena persona. No me quedaba nada cuando me destruyó—Hizo una pausa en que se echó de nuevo en el diván—. Pero supongo que me lo merecía, ¿no? Me abandonó aquella noche, así como yo lo abandoné hace 11 años.

—Señor Kim…

—Hágame un favor: envíe a Juan a la mierda y dígale la verdad a su esposa. Las personas como usted me dan asco.

El terapeuta lo envío a un psiquiatra que le recetó un montón de pastillas de colores que valían tanto como la joyería que le enviaba a su madre cada Navidad.

—¿Crees que funcione?—le preguntaba a Namjoon, cuando este le entregaba algunas de las píldoras con un vaso de agua en su casa. Su mánager se había mudado con él hasta nuevo aviso. “Hasta que te pongas bien”, era lo que no decía.

—Tómate tu medicina. Verás cómo te pones mejor.

Taehyung fingía que no veía a Namjoon intercambiar las pastillas por dulces, que eran del mismo color, pero más ricos, porque él tampoco creía que la medicina le hiciera bien. El psiquiatra sólo quería más dinero, más fama. Podría volverse loco si tomaba todas esas cosas que le habían recetado. No le había hecho siquiera un diagnóstico.

—Quiero estar bien cuando vaya a Paris—le murmuraba a Namjoon, cuando se quedaba dormido en la tina y su mánager lo encontraba a punto de ahogarse—. Quiero ser el mejor agente secreto que el mundo haya visto.

—Todo va a mejorar.

—¿Cómo lo sabes?—preguntaba Taehyung.

—Porque no puede ir peor.

 

 

 

 

 

 

 

 

París estaba llena de nieve.

Las grabaciones empezaron después de Navidad. Taehyung les envió a sus padres un montón de regalos que Namjoon compró en su nombre y durmió por dos días. No soportaba pasar las fiestas solo. Dormía más cuando no tenía a alguien cerca, por lo que Namjoon se mudó con él definitivamente y lo acompañó hasta la grabación.

—¿Puedo confiar en que todo saldrá bien a partir de ahora?—le preguntó a Taehyung antes de irse. Namjoon tenía que ir a Viena, Taehyung no sabía por qué, y no podía quedarse en el rodaje.

—Irá bien, porque no puede ir peor—respondió Taehyung, citándolo.

Su coestrella era una adolescente malhumorada y diva que no hacía más que darle dolores de cabeza a los miembros del equipo. Fiel a sí mismo, Taehyung le habló al guionista de su idea de una película con la escena en la que le habían roto el corazón.

—Es bastante buena—había dicho el hombre—. Intentaré agregarla a la película.

—¿Qué? ¿A esta?

—¿Por qué no?

—Pero es una escena de amor—se quejó Taehyung, sin ánimos.

—No todo tiene que ser amor, Kim. Piensa en grande.

Al parecer, Taehyung era un buen agente secreto. Si su coestrella de 16 años, como su Jeonggukie hacía mucho tiempo, lo miraba como si de su trasero saliera el arcoíris, era porque estaba haciendo las cosas bien.

Grabaron la escena y Taehyung, ¡qué ironía!, hizo de Jimin. Su coestrella, con el cabello pegado a la cara por las lágrimas falsas, lo interpretó a él en su momento más bajo.

Por las noches, después del rodaje, todos regresaban al hotel. Taehyung tenía una cama espaciosa, comodísima, en la que dormía las penas. Habían contratado a alguien especialmente para despertarlo por las mañanas. La rutina era tranquilizante. Ayudaba a su depresión.

“Todo iría bien”, se repetía Taehyung cuando necesitaba fuerzas para continuar, “porque no podía ir peor”.

—Hoy estás bastante distraído, si me preguntas—le dijo Bella, la adolescente, después de la última escena de ese día. ¿Qué tenían los padres con los nombres de sus hijos? La pobre chica no les había hecho nada, pero ahí estaba, como la protagonista de Crepúsculo, sufriendo.

—No he dormido lo suficiente—respondió él, dándole un golpecito en la frente. Ella le había enseñado algunas palabras en francés, más que todo insultos, y Taehyung disfrutaba hablando de los miembros del equipo a sus espaldas con ella.

—Siempre que no estás actuando, duermes. ¿Es el alcoholismo del siglo XXI?—preguntó la chica, arqueando las cejas.

Taehyung la atrapó en un abrazo que la hizo chillar.

—¿Quién te ha enseñado a hablar así?—fue su respuesta—. ¿Todos los chicos de tu edad preguntan cosas como esa?

—Mi mánager dice que soy bastante madura para mi edad.

—Por supuesto, Bella. ¿Cuándo llega Edward?

—Muy gracioso, Tae—refunfuñó ella—. Mira cómo me río.

—¡Yo soy muy gracioso! Para que sepas: me llamaron de cuatro películas cómicas hace tres días.

Bella puso los ojos en blanco y lo ignoró. “Los niños de ahora”, pensó Taehyung, pero le sonrió.

—¿Dónde está tu mánager?—preguntó ella—. No lo he visto desde que llegaste.

—Namjoon no es tan guapo. Además, está muy viejo para ti—dijo Taehyung, mordiéndose la lengua. La chica chilló y le dio un par de palmadas en el estómago—. No sé, ¿quizá en Polonia? La última vez que pregunté, me dijo que estaba en Berlín.

—Berlín—suspiró Bella—. Hermosa ciudad.

—Sí, hermosa.

Regresaron al hotel hablando entre ellos, seguidos del equipo de rodaje. El productor tenía la cara roja de tanto gritar. Caía nieve del cielo a tantas cantidades que los cristales de las ventanas se congelaron. Era una bonita escena, el lugar perfecto para filmar la película que sería el gran regreso de Kim Taehyung a la pantalla grande después de casi dos años de descanso.

—¿Estás seguro de que no sabes dónde está tu mánager?—preguntó ella, mientras esperaban el ascensor.

—No sé. Voy a preguntarle.

Taehyung le envió un mensaje de texto a Namjoon, esperando que respondiera pronto, y le sonrió a Bella antes de entrar al ascensor.

—Me preocupa que estés tan interesada en mi mánager. ¿Te gustan mayores?—se burló.

La chica le dio otro golpe y cruzó los brazos frente al pecho.

—Tienes suerte de ser un gran actor, porque ya habría hecho que te enviaran de regreso a Estados Unidos.

Taehyung se rio casi al mismo tiempo que Namjoon respondió al mensaje.

—Dice que está en Murmansk. ¿Dónde queda eso?

—Rusia—respondió Bella rápidamente, sin pestañear—. Es Rusia.

—Sabes bastante—Se rascó la cabeza, pensativo, y señaló el móvil en su mano—. Dice que los rascacielos son muy altos.

—Murmansk no tiene rascacielos—dijo ella. Lo miraba seriamente con sus ojos verdes muy abiertos—. No tiene, Taehyung.

—¿Qué pasa ahora contigo?

—Sólo quiero que sepas que no es normal que tu mánager se vaya sin ti cuando estás grabando una película.

El ascensor se detuvo y ella le dio un beso en la mejilla antes de salir disparada por las puertas. El productor y el director miraban el suelo. Eran los únicos que lo acompañaban.

—¿Saben qué le pasa?—preguntó Taehyung, extrañado, señalando la puerta del elevador que se cerraba.

Los dos miraron a cualquier lugar menos a su cara. Taehyung se sintió mal, quiso dormir.

—¿Qué es lo que les pasa a todos de repente?—se quejó—. ¿Qué les hice?

Llegaron a su piso y Taehyung se bajó refunfuñando. Cuando llegó a su puerta, hablaba en voz baja para sí mismo.

—Namjoon me deja aquí sin decirme para donde va, y cuando me dice, me miente. Bella es un pedacito de mierda, pero hoy estuvo especialmente extraña. Y nadie quiere decirme qué pasa. ¿Qué tiene que hacer un ganador del Oscar aquí para que le digan las cosas?

Entró a su suite poniendo morros.

—¿Qué es lo que tengo que hacer?—preguntó, quitándose la bufanda con un gesto brusco.

—Preguntar.

Taehyung se quedó a medio camino de lanzar la prenda a uno de los muebles de su habitación. La bufanda cayó sin ceremonias al suelo, hecha un montoncito de nada. Él miró con los ojos asustados hacia la cama.

Allí, todavía vestido de negro, pero esta vez en ropa de invierno, estaba Jeongguk.

—Oh—dijo Taehyung.

Jeongguk tragó saliva y miró a la ventana, luego a la cama, ahora a la alfombra a sus pies.

—No puedo hacer esto—murmuró Taehyung, dando media vuelta.

Había soñado varias veces con Jeongguk. Siempre se despertaba con ese dolor en el pecho que ya era tan familiar y las manos cerradas como garras sobre las mantas. No le gustaba pensar en él, porque debía ser feliz en Corea con sus padres y sus amigos, mientras Taehyung sólo tenía su trabajo y París como una bonita postal navideña.

Lo peor eran las alucinaciones. Dormía tanto que se lo imaginaba a veces en las esquinas de las calles, junto a los técnicos de sonido, cuando los seguidores de Bella se reunían en silencio junto al personal de seguridad a verlos actuar. Jeongguk se veía tan real, como el que ahora estaba sentado en su cama, y a él le dolía mucho.

—Voy a ir por una pastilla para dormir y la tomaré y regresaré cuan…

—Taehyung—repitió el Jeongguk de su cama. Su voz sonaba tentativa, como si temiera asustarlo, pero ya era demasiado tarde. Taehyung quería salir corriendo.

—Puedes quedarte ahí—le dijo a la alucinación—. Ya regresaré.

El Jeongguk de la cama se puso de pie de inmediato y, en dos grandes zancadas, alcanzó a Taehyung. Su toque fue muy real y Taehyung se tomó un par de segundos para maravillarse ante el poder de su mente. Ahora sí que podía decirle a Namjoon que le diera todas las pastillas que le había recetado el psiquiatra. Se estaba volviendo loco.

—Taehyung, Taehyung—repitió la alucinación.

—¿Qué? Espera—Taehyung levantó la mano que Jeongguk no sostenía y agarró la punta de su bufanda—. Esto es asombroso. Pareces de verdad.

—Es porque soy de verdad.

—Siempre dices lo mismo, pero estás en Corea—le recordó Taehyung—. Ahora déjame ir por una pastilla, porque hoy voy a necesitar algo un poco más fuerte para descansar esta noche.

Jeongguk lo apretó con más fuerza.

—Soy real—repitió, lento—. Muy real.

—Oh—soltó Taehyung.

—Sí, eh, hola.

Taehyung cerró los ojos.

—Sigo sin poder hacer esto—confesó—. Necesitaré dos semanas para poder verte a la cara.

Cuando los abrió de nuevo, Jeongguk seguía ahí, pero estaba triste. Tenía la mirada vidriosa, como si fuera a llorar. Y a Taehyung no le sorprendería si llegara a hacerlo. Jeongguk siempre había sido más emocional que él.

—¿Qué haces aquí?—preguntó en un susurro.

Dudó al principio, pero luego levantó una mano y la puso en la nuca de Jeongguk. Se sintió bien y él dejó que lo hiciera.

—Vine a verte—confesó Jeongguk, sin mirarlo—. Y a pedirte perdón.

—¿Por qué?

—Porque Namjoon fue a buscarme.

Taehyung sonrió. Por supuesto, había sido Namjoon. Le había dicho que se había ido a Viena y luego a otros sitios, pero era seguro que había volado a Corea a investigar lo que Taehyung había hecho. Por eso es que todos actuaban tan extraños, incluyendo a Bella. Era una buena actriz, pero aún le faltaba un largo camino para aprender a guardar secretos.

—¿Qué te parece mi mánager?—preguntó a Jeongguk, sonriendo—. ¿No es increíble?

—¿Cómo tuviste tanta suerte?—murmuró Jeongguk.

—No sé. Pero fue gracias a él que llegué a trabajar en Estados Unidos.

Jeongguk se relajó frente a él, dejando que lo acariciara como un gato. Fue muy parecido a lo que habían hecho en el destartalado apartamento de Jeongguk hacía mucho tiempo.

—¿Qué pasó? ¿Cómo pasó?

Jeongguk respiró profundo antes de hablar.

—Un día llegó este hombre a la casa y preguntó por ti. Yo pensé que estabas en problemas, porque tenía tu acento, como si tuviera enredado un pedazo de espagueti en la boca—narró, cerrando los ojos—. No quería saber nada de él, porque no quería saber nada de ti. Pero él insistió y no pasó mucho tiempo para que supiera quién era yo y qué hacía ahí. Es el mejor investigador privado que haya visto.

—Es Namjoon.

—Lo supo todo y me pidió que viniera a arreglarlo—confesó Jeongguk—. Entonces, estoy aquí. Lo siento. Sé lo qué te pasa y creo que puede ayudarte saber que lo lamento muchísimo.

Taehyung sonrió, palmeándole lentamente la parte de atrás de la cabeza. Su cabello era tan suave como lo recordaba, y aún se dejaba acariciar como una mascota. Sintió la nostalgia llenarlo y quiso dormir para dejar de sentirla.

—No tienes que pedir perdón, está bien—dijo, peinándole el cabello con los dedos—. Entiendo por qué pasó todo.

—¿Sí?

—Me lo merecía, iba a dejarte de nuevo. Era justo que tú lo hicieras esta vez—aceptó. Lo soltó lento, sin querer hacerlo—. Puedes decirle a Namjoon que todo está bien. Voy mejorando. Yo… agradezco mucho que hayas venido hasta aquí. Después de todo lo que pasó, es lo que menos nos merecíamos: hablar de esto. Yo también lo siento mucho. Te hice mucho daño. Creo que ahora estamos a mano y podemos irnos por caminos diferentes sin arrepentirnos—Hizo una pausa, suspirando—. Estuvo muy bien, lo que vivimos, digo. Gracias también por eso. Puedes regresar a Corea. Seguramente Namjoon estará esperándote para llevarte de vuelta. 

Esquivó a Jeongguk para adentrarse en su habitación y empezó a quitarse la ropa que sobraba. Sentía el sonido de la puerta cerrándose como una sentencia, pero sabía que eso era lo que tenía que pasar. Que Jeongguk apareciera ahora era un milagro. Sin embargo, había quedado claro por qué estaba ahí.

Sin Namjoon, probablemente nunca se habrían encontrado de nuevo. Habrían seguido con sus vidas, como si nunca se hubieran conocido. Y estaría bien. Pero ahora estaba mejor, porque Taehyung sería capaz de cerrar el capítulo en el que lo amaba.

Ya Jeongguk no tenía nada más que hacer ahí.

—Debí esperar que no quisieras hablar conmigo—dijo Jeongguk. Taehyung dio un saltito, pensando que ya debía haberse ido. Mas el chico estaba ahí, apoyado en la puerta, y sonreía melancólico—. De todas maneras, duele un poco.

—¿Jeongguk?—preguntó Taehyung, y odió cómo le tembló la voz—. ¿Por qué no te has ido?

—Porque no hemos terminado de hablar—se excusó, encogiéndose de hombros—. No sé… no sé por qué no me he ido.

—Namjoon estará esperándote.

—Lo sé—susurró Jeongguk, y levantó la cara. Tenía los ojos húmedos y Taehyung luchó contra sí mismo para no ir a secárselos. Había perdido ese derecho hacía meses.

—Bueno, él tiene paciencia.

Jeongguk le sonrió, pero sus ojos seguían igual de tristes.

—Hablemos—dijo Taehyung, después de un silencio muy largo—. Si quieres hablar, hablemos.

—¿Y tú? ¿Quieres hablar?—preguntó Jeongguk, sin moverse.

—Quiero hablar. ¿Quieres hablar tú?

—Vine hasta París para hablar contigo. Qué pregunta tan estúpida.

—Creo que no querías venir.

—Es cierto—confesó Jeongguk, mirando el techo—, yo no quería saber nada de ti. Pero Namjoon tiene un poder de convencimiento que no había visto nunca en otra persona.

—Lo sé, es el mejor.

Jeongguk se mordió el labio, pensativo.

—Es un buen hombre, si es con quien quieres quedarte, no me enojaré—murmuró.

Taehyung sonrió, incrédulo.

—¿Qué? ¿Yo y Namjoon?—preguntó—. ¡No! Nunca va a pasar.

—Pero tú… y él…

—Es la mejor persona que puedes conocer en el mundo. Además, es mánager. Dos en uno.

Se miraron desde lejos y Jeongguk tragó saliva. La bufanda que llevaba no ocultaba su garganta, demasiado pálida en la oscuridad de su habitación. Taehyung todavía tenía una pequeña parte en su mente que le aseguraba que estaba soñando. Jeongguk, su Jeongguk, no podía estar en París con él.

—Jimin me dijo lo mismo, pero no quise creerle—dijo Jeongguk, como si se burlara de sí mismo—. Pensé que era tu prometido o algo así. Se comporta como uno—Hizo una pausa corta, distraído—. Pensé que te ibas a casar con él y yo no había sido más que una aventura…

—¿Jimin?—preguntó Taehyung, sin ocultar el dolor en su voz.

—Sí, Jimin. Sé que lo recuerdas. Lo invité a casa y tú te enojaste conmigo. Sé que no debí hacerlo.

—No debiste—murmuró, con rencor.

—Pero Yoongi no me dejaría hacerle un tatuaje a Jimin en el culo en el salón de tatuajes.

—Espera, ¿qué?

—Le hice a Jimin un tatuaje en el culo en la sala de la casa de tus padres—repitió Jeongguk, lento—. Lo siento. No debería haber hecho eso.

Taehyung se echó a reír de alivio. Y él que había pensado que Jimin y Jeongguk se habían acostado por todo el lugar. No había podido volver a entrar a la sala de estar después de eso. Tuvo que inclinarse junto a la cama por la fuerza de sus carcajadas.

—No puedo creer que estés aquí—dijo, entre risas—. ¿Por qué quería Jimin un tatuaje en el culo?

—Perdió una apuesta contra Jin.

—Pensé que ibas a tener sexo con él.

Jeongguk se sorprendió mucho, poniendo esa cara.

—¿Por eso estabas tan molesto?

—Por eso—corroboró Taehyung—. Por esa estupidez me enojé contigo.

Jeongguk empezó a reírse con él. Pronto estuvieron ambos acurrucados en el suelo, sosteniéndose el estómago por los estertores de la risa. Taehyung miró el techo de su hermosa suite en París y no pudo creerse que eso estuviera pasando.

—No puedo creer que estés aquí—repitió.

El otro chico siguió riéndose, hasta que sus risas se convirtieron en una especie de jadeo ahogado que parecía más llanto que risa. Taehyung lo miró y se sintió demasiado triste, tanto, que no sabía cómo soportarlo. Anhelaba acercarse y apretarlo entre sus brazos. Quizá hacerle el amor hasta el año siguiente, para recuperar el tiempo perdido. Pero todo parecía tan irreal. Temía abrir los ojos y despertarse en algún sitio del rodaje, donde se había quedado dormido.

La risa de Jeongguk se convirtió en palabras.

—Te amo tanto, ¿por qué? ¿Por qué? ¿Por qué te amo tanto?

—Jeongguk—gimió Taehyung, apretando la cara contra la cama—. ¿Qué dices?

—Te amo muchísimo—siguió diciendo—. Te amo tanto que me duele. Desde siempre, desde antes de que te fueras la primera vez. Y seguí amándote incluso después de eso—soltó, como si no pudiera soportarlo más—. Espere por ti cada día durante 11 años. Sabía que tendrías que regresar, que vendrías a mí y yo podría amarte como siempre quise. Así funcionan las películas, ¿no? Y tú eres un actor. Debía funcionar así también para mí. Era lo único que me mantenía cuerdo.

—Jeonggukie—repitió él.

—Tú vendrías, vendrías algún día, y serías mío. Fuiste mío por seis meses—La cara de Jeongguk cambió y se echó a llorar sin parar. Gruesos lagrimones se deslizaban por sus mejillas como ríos—. Los mejores seis meses de mi vida.

—Jeonggukie…

—Te vi en los Oscar y pensé que ya no había más esperanza. Ya no había manera en este mundo en la que tú regresaras a Corea después de haberte ganado ese premio. Por eso me tatué la fecha. Quería recordar para siempre el momento en que me di cuenta que no podría…— Jeongguk miró el techo, recordando—. Pero luego llegaste. Y fuiste mío, mío, sólo mío. ¿Por qué tengo que amarte tanto?

Taehyung se arrastró, tembloroso, hasta él. Y lo rodeó con los brazos.

—No llores, Jeonggukie, por favor. No me gusta que llores. No hay razón para llorar.

—¿Y ahora qué vamos a hacer?—continuaba Jeongguk, ignorándolo—. ¿Qué voy a hacer yo? Yo tengo amigos en Corea, tengo un trabajo que amo, tengo tanto que hacer ahí. Pero tú no estás en Corea. ¿Qué voy a hacer? Tú no vas a dejar de hacer esto. Es parte de ti. Nunca vas a dejar esto. Nunca, nunca.

—Jeonggukie—dijo Taehyung, más firme, apretándolo con fuerza—, para, hazlo ya.

—¿Cómo puedo elegir?

Jeongguk dejó de llorar después de un rato, esnifando por la nariz. Tenía la cara muy roja y los ojos muy abiertos cuando empezó a hablar de nuevo.

—Siempre he sabido que te amo más a ti. Siempre. No sé por qué actúo como si no lo supiera—Parpadeó varias veces con lentitud, como si estuviera cansado—. Yoongi se despidió de mí, también. Ellos también lo sabían. Los tenía hartos al hablar tanto de ti.

—Jeonggukie.

—¿Qué?

—Yo también te amo mucho.

Jeongguk hizo una mueca y hundió su cabeza en el hombro de Taehyung.

—Eres muy cruel—susurró.

—Y como te amo—continuó Taehyung—, no puedo pedirte que elijas entre tu vida y yo. ¿Qué clase de persona sería?

—Deberías decirme que me quede contigo.

—¿En quién me convertiría al decirte eso? No, Jeonggukie, te amo, pero no soy tu dueño. Tú tienes una vida a la que debes regresar.

El móvil de Taehyung sonó en su bolsillo, pero él no hizo ningún movimiento para responderlo. Dejó que Jeongguk recuperara la compostura en sus brazos y le limpió la cara con las mangas de su suéter. Si ponía un poco de imaginación, podía creer que ambos estaban en la casa de sus padres en Corea, cuando eran amantes, y ninguno había pasado por malos momentos.

—Tú no lo entiendes, Taehyung—murmuró Jeongguk, de repente—. Yo ya estoy aquí. Sólo pídemelo—ordenó—. Soy yo quien siempre te ha seguido.

—Viniste a pedirme perdón, tú mismo lo dijiste.

—¿Venir hasta París sólo a pedirte perdón? ¿Por quién me tomas?

Taehyung cerró los ojos, demasiado cansado. Quería dormir. Era más de lo que podía soportar.

—Ahora tú eres cruel—dijo.

—Pídemelo.

—Te amo.

—Pídelo, Tae.

—Quédate conmigo.

Jeongguk cerró los ojos.

—Eso es todo lo que quería. ¿Fue tan difícil? Creo que me dolió más a mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Epílogo

Levantarse de la cama era una tarea titánica cuando Jeongguk lo atrapaba por la cintura y le regaba besos en los hombros.

—Si sigues haciendo eso—murmuró Taehyung, en inglés—, vamos a causar un accidente.

—¿Un accidente? ¿Cuál accidente?—lo imitó Jeongguk, con los labios pegados a su cuello—. Te he extrañado mucho, esposo, es la primera vez que te veo desde que llegaste de Argentina.

Taehyung puso los ojos en blanco, quizá porque le gustaban los besos, y respondió.

—Mira dónde está mi pie—Hubo una pausa en la que ambos bajaron la mirada por toda su pierna—. Exactamente, Jeonggukie. Si vuelves a besarme, voy a patear tus preciados marcos de Tiffany’s al suelo y todo explotará como en Transformers.

Jeongguk se echó hacia un lado para reírse. El cuerpo le temblaba tanto que Taehyung tuvo que alejarse. Eso no le gustó.

—¿Qué tienen esas fotografías que pueden explotar como bombas?—preguntó Jeongguk, después de que se hubo calmado. Apoyaba los brazos sobre la almohada y miraba a Taehyung con sus grandes ojos muy abiertos.

—Para empezar—dramatizó Taehyung, acercándose a él hasta que sus hombros se tocaron—, está Jimin. Eso ya es razón suficiente para que el marco estalle en combustión espontánea.

Mientras Jeongguk reía de nuevo, Taehyung se apoyó en los codos y tomó el primer marco. Era la fotografía en la que salían todos, incluyendo a Namjoon. Jimin había insistido, después de que Hoseok llamara a gritos con su mal inglés a la actriz que hacía de Elsa de Frozen, que se tomaran una foto para recordar su primer viaje a Disneylandia. La expresión de perpetuo fastidio de Yoongi era un recuerdo con copias en Corea del Sur, Estados Unidos y Rusia.

Había sido idea de Namjoon ir a un lugar todos juntos como una familia. “Quiero celebrar el segundo Oscar de mi maravilloso primer actor y el posible Oscar de mi actor favorito”.

—¿Puedes creer que Namjoon prefiera a Seokjin?—se quejó Taehyung, pateando las mantas de seda—. Lo conoce por menos tiempo que a mí. Es muy injusto.

—Seokjin siempre quiso ser actor.

—Pues lo es ahora, pero Namjoon sigue siendo mío.

Jeongguk le dio una mirada burlona con una ceja arqueada.

—¿Qué quieres decirme con esos ojos?—ronroneó Taehyung, en francés—. Yo te diré, voy a traducirlo: “Oh, esposo mío, no importa qué tan bueno sea Seokjin Kim, tú sigues teniendo mi corazón, dos premios Oscar y la mejor interpretación de un agente secreto que exista”.

—Creo que alguien aquí no conoce a James Bond…

—¡El mejor agente secreto del mundo!

Jeongguk le pasó un brazo por los hombros y lo empujó hacia la cama. Taehyung sintió el tacto frío del anillo de matrimonio en la mano de Jeongguk contra su brazo y sonrió. Rodaron por un par de segundos mientras forcejeaban, hasta que Jeongguk se cansó y lo apresó con sus brazos.

—Tú no puedes abrazarme, mentiroso—murmuró Taehyung, tratando de zafarse sin fuerzas.

—¿Y ahora qué hice?

—Tú me dijiste que me seguirías para siempre, pero me abandonaste.

—Tae, no exageres—le pidió, con un inglés acentuado—. Te dije que no iría contigo a ese tonto viaje a Argentina para firmar el contrato de la próxima película y regresar porque era demasiado tiempo en un avión para hacer algo que puede hacerse en Internet.

—Me mentiste—se quejó, paseándole los dedos de una mano por la espalda—. Me hiciste viajar solo.

—Tenía cosas que hacer, esposo—respondió Jeongguk, sonriendo—. Radiohead tiene un nuevo álbum y yo fui elegido como el ilustrador de la portada. Sé que puedo trabajar desde cualquier lugar, pero no me gustan los aviones.

—Eres un arrogante. ¿Qué vas a dibujar para ellos?

—Un símbolo de infinito.

—No te alejas de tus raíces de tatuador, ¿no?

—Nunca.

Un mensaje llegó al teléfono de Jeongguk y él lo abrió sin soltar a Taehyung.

—Es una fotografía de Seokjin—informó.

—Déjame ver.

Taehyung se giró y miró la pantalla. En la imagen, Seokjin, cubierto de pies a cabeza con ropa de invierno, le pasaba un brazo a Jimin por los hombros y sonreía. Namjoon estaba de pie un par de metros a la izquierda, señalando atrás, hacia la mitad de la fotografía. En el centro, alejada, había una estatua de un lobo gris que era más alta que los tres. Seokjin había escrito un comentario: “encontramos el gemelo del tatuaje que Jimin tiene en el culo”. La ubicación de la fotografía rezaba Murmansk, Rusia.

—Deberías dejar que te haga un tatuaje—susurró Jeongguk, dejando el celular hacia abajo en el colchón y apretando sus brazos alrededor--. Dejaste que Hoseok te pintara el cabello de ese horrible color verde cuando estuvimos en Corea…

—No fuiste conmigo a Argentina, esposo, así que no tienes derecho a marcarme para siempre—respondió Taehyung, dándose la vuelta para quedar frente a frente.

Se miraron en silencio, mientras Jeongguk le acariciaba la ceja con la actitud que siempre tomaba cuando quería ponerse a dibujar. Era como si sus dedos temblaran de anticipación, sin control, con el deseo de cerrarse alrededor de un lápiz, o una plumilla. Solía decir que, después de su matrimonio, no se le acababan las ideas.

—Cierra los ojos, esposo—susurró.

—¿Por qué?—preguntó Taehyung, pero lo hizo lento, disfrutando esa última imagen de Jeongguk tan cerca, en su cama.

—Porque estás cansado, lo sé. ¿No fue difícil ir hasta Argentina y volver en un solo día?

Taehyung le sonrió, hundiendo la cara en la almohada y recibiendo el beso que Jeongguk le dejó con los labios entreabiertos.

—Sí, esposo.

Y, como no podía ser de otra forma, Taehyung se durmió. Pero esta vez, no podía esperar para despertar de nuevo.

 

 

 FIN

Notas finales:

Normalmente no escribo One-shots tan largos. Normalmente no escribo One-shots :’D

Tengo mucho que decir sobre este AU, así que lo organizaré por puntos:

1. El título de la historia lo encontré estampado en una pijama jajajaja :’D Yo sé, pero es que la frase me gustó muchísimo. La leí y fue como: “Aleluya, hay título”.

2. No investigué sobre husos horarios cuando escribí, así que puede haber problemas en cuanto a los tiempos de las llamadas entre los personajes. Así que, quizá, no sé, cuando Tae llamaba a Namjoon a Estados Unidos, fuera muy tarde allí (?)

3. El tatuaje de las alas en la espalda de Jeongguk lo hizo Yoongi :DDD

4. El tatuaje en el trasero de Jimin era un lobo :DDD

5. El gran sueño de Seokjin era ser actor y nunca pudo conseguirlo hasta que Taehyung le presentó a Namjoon.  

6. Nunca le puse nombre a las películas en las que actuó Taehyung porque no sabía si debía hacerlo en español, inglés o francés (?) :’D

7. Leí un artículo que decía que tener tatuajes en Corea no es ilegal, pero sí ser tatuador. Así que, por eso, tenemos a Jungkook y Yoongi en la cárcel (Hoseok sólo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado lol)

Tenía más curiosidades, pero ya no recuerdo :’D

¡Muchas gracias por leer! La siguiente historia de la serie será un ChanBaek (EXO)

Hasta la próxima. 

J


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