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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del fanfic:

Aquí estoy de nuevo~ No os he dado tiempo ni a echarme de menos. Bueno, como nota del fic diré que está ambientado en el mundo de One Piece de nuestro querido Eiichiro Oda, y que tiene su relación pero que los personajes, exceptuando a Mihawk y alguno otro que haga su aparición, son originales.

Y para situaros os diré que la historia comienza de forma paralela a la historia de Mihawk y Zoro de Desnudo ante los ojos del Halcón, a partir del capítulo 12, titulado "Lazos". 

 No espero que sea un fic demasiado largo y sobre todo espero que lo disfrutéis. 

Notas del capitulo:

Pues aquí está el primer capítulo. Acabé ayer mismo el otro fic y ya estoy aquí, sin dejaros descansar ^^ 

Sólo deciros que aunque sea un fic que tiene mucho de original, de mi propia cosecha y no tanto que ver con One Piece espero que os guste. Tanto si habéis leido el otro como si no, he hecho los arreglos necesarios para que os sea sencillo seguir el hilo de la historia como si fuera independiente, así que no os preocupéis y pasad a leerlo si os animáis <3 

¡Adelaaante y bienvenidos!

Airen tenía la mirada fija en el anillo de plata con una pequeña cruz grabada con el que jugueteaba sobre su escritorio en el cuartel de la guardia ciudadana. Había pertenecido a su madre, Sarah Hawk. El día que murió lo llevaba puesto. No tenía recuerdos nítidos de lo que había pasado después de que su madre le encerrase en el trastero de la casa que tenían bajo una trampilla. Sabía que lo había visto todo. Pero su mente lo había reprimido de una forma tan feroz que le resultaba imposible recordarlo. Cuando lo intentaba, le entraba un dolor de cabeza horrible. Hacía años que había dejado de intentarlo. Esos recuerdos no podían aportar nada bueno a su vida actual, por lo que había dejado de torturarse a sí mismo.

El único recuerdo que tenía lo protagonizaba un hombre pelirrojo. Los brazos de ese pirata le habían envuelto en un calor que parecía haberle rescatado de todo lo malo que había pasado. Así como no lo habían hecho los de su padre, Dracule Mihawk. Él era la razón de que odiase a los piratas. Nunca había comprendido el hecho de que no pudiera proteger a su madre a pesar de la fuerza de la que presumía un hombre como él. Hasta que había llegado a la conclusión de que la muerte de Sarah era culpa de Mihawk. Eso explicaría por qué una mujer como su madre, que nunca había tenido problemas, que jamás hizo nada más malo que enamorarse de Dracule Mihawk, hubiera acabado bajo tierra a la corta edad de veintisiete años, cuando todavía le quedaba más de media vida para sonreír. Odiaba a su padre. Y parecerse tanto a él le hacía no poder casi ni soportar mirar a ese Shichibukai a la cara donde se veía terriblemente reflejado. El pelirrojo era la única excepción en su odio hacia los piratas. A pesar de ser uno de ellos, y uno de los grandes, uno de los Cuatro Emperadores del Nuevo Mundo, un Yonkou, Airen sentía cierto respeto por Akagami Shanks. Él había cogido el anillo de matrimonio del dedo de su madre y lo había puesto entre sus pequeñas manos, haciéndole prometer que nunca se separaría de él.

Desde hacía unos años, Airen llevaba el anillo de su madre en una cadena de plata que llevaba siempre colgada al cuello, por debajo del uniforme. Se lo quitaba de vez en cuando para trastear con él entre los dedos, cuando necesitaba concentrarse o precisamente cuando no podía hacerlo. Estaba tan absorto en la última visita que le había hecho su padre y su estúpida exigencia que no se enteró cuando sus hombres entraron en el cuartel.

- Comandante, todo listo – informó el primero que entró en la sala.

Airen levantó la mirada hacia ellos. Eran cuatro de sus hombres de confianza. Con rangos inferiores al suyo en el escalafón jerárquico, Airen contaba con un teniente y tres sargentos bien preparados y de los más fuertes que tenía la guardia ciudadana. Cada sargento tenía bajo su mando a un equipo de quince guardias, y el teniente a uno de veinte. Airen por su parte era el superior de todos ellos, el que daba las órdenes directas y utilizaba, según la especialización de cada equipo, al que necesitaba en cada momento.

Los tres sargentos entraban en el cuartel con gesto despreocupado y casi contento, como si fuera un día más en la tranquila isla, como si no hubieran tenido que pelear contra una horda de piratas esa misma mañana en el puerto. 

- Hemos terminado de inventariar todo lo que esos piratas tenían – añadió el mismo hombre, de pelo castaño y ojos color verde.

- Buen trabajo, Danny. ¿Dónde lo habéis guardado?

- En los almacenes del final del muelle – le dijo otro de los guardias, un hombre no demasiado alto pero con una penetrante mirada de color chocolate -. Aquí tienes los documentos.

Se acercó al escritorio a dejarle la carpeta.

- El barco ya está en los astilleros, iré a revisarlo esta tarde – añadió. 

- Gracias, Shion.

- Los piratas siguen en las celdas – le comunicó el último de los sargentos, que llevaba el pelo de un color gris plata recogido en una coleta.

- ¿Cuándo llegan los barcos para poder trasladarlos, Ryu? – preguntó Airen.

- Mañana por la mañana, seguramente.

- De acuerdo. Buen trabajo, a todos – repitió el comandante.

Mientras los tres sargentos se sentaban en sus respectivos escritorios, el teniente se acercó a la mesa de Airen. Llevaba el pelo rapado al uno, como buen soldado que había sido antes de alistarse en la guardia ciudadana. Era más mayor que Airen pero respetaba al comandante como su superior sin poner ninguna pega. Tenía un cuerpo atlético y musculado, con un color de piel tirando a moreno oscuro. Sus ojos eran un poco pequeños pero de extraño color granate bastante inquietante, aunque también interesante.

- Gracias por supervisarlo todo, Biel – se adelantó el comandante.

- Bueno, creí que necesitabas estar solo – sonrió el teniente. Las facciones duras de su cara se suavizaron -. ¿Estás bien?

- Sí, no tienes que preocuparte – respondió Airen.

- Hemos visto al Shichibukai hablando contigo – comentó.

- Es solo un maldito pirata caprichoso – gruñó.

- ¿Qué quería esta vez? – se interesó el teniente.

Dracule Mihawk quería que entrenase a Rain, el librero de la isla. ¿Por qué? Era absurdo, ¿para qué necesitaba un librero saber defensa cuerpo a cuerpo? Estaba convencido de que sólo era una excusa para fastidiarle. Además, en la misma medida en que a Mihawk le adoraban en la isla porque su nombre la protegía de muchos piratas, a Rain le odiaban por razones que él desconocía. Había oído los rumores, ni uno solo era bueno. Casi daba miedo acercarse a ese hombre, a pesar de que, en apariencia, parecía ser una persona corriente. Tal vez poseía una belleza más exagerada que la de otros hombres, con aquel pelo azul largo enmarcando un rostro de facciones finas y piel blanquecina coronado por dos ojos azules radiantes como el mismísimo cielo. Aunque nunca se había preocupado de esas cosas, el hecho de que su maldito padre interfiriera con los asuntos de su ciudad, fueran cuales fueran, le molestaba de sobremanera.

- Que no os inquiete. Está controlado – dijo solamente Airen.  

- De acuerdo, si tú lo dices – suspiró Biel -. Yo te dejo por aquí el cuadrante de las patrullas de esta semana – añadió.

- Por cierto, ¿cómo están los heridos de esta mañana? – preguntó entonces Airen.

- Bien, descansando. El médico ha estado en los barracones asistiéndoles y dice que sólo tienen heridas leves, que se pondrán bien pronto. Ya he tenido en cuenta esa situación para hacer los turnos de guardia – indicó el teniente. 

- Me alegro. Estás en todo. Gracias, Biel – repitió el pelinegro.

El teniente pasó al lado del comandante y le dio un apretón amistoso en el hombro. Airen cogió los informes que le habían dejado y los abrió. Empezó a leer el inventario de los piratas, pero sus ojos apenas pasaban por encima de las letras, sin ser capaces de juntarlas en palabras. Y no sería capaz de hacerlo hasta que pusiera en orden sus asuntos personales y pudiera volver a centrar sus neuronas en lo importante.

Exasperado, dejó las carpetas sobre el escritorio y se levantó de un salto. Sus compañeros le miraron.

- ¿Pasa algo, comandante? – preguntó Danny.

- No, no os preocupéis. Voy a salir – informó, mientras cogía las armas y las colocaba en el cinturón.

- ¿Quieres que te acompañemos? – intervino entonces Biel.

- No. Sólo quiero tomar el aire. – Airen nunca daba demasiadas explicaciones.

- De acuerdo – dijo el teniente, aunque no le acababa de convencer la excusa del pelinegro.

Sin embargo, a pesar de que tuvieran la convicción de que era una excusa, ninguno de ellos se atrevería a seguir al comandante, fuera donde fuera que iba. Airen terminó de abrocharse en el pecho la cinta de cuero que lo cruzaba y sujetaba la espada en su espalda y salió del cuartel con el mismo paso firme y decidido de siempre. Callejeó durante un rato, sin cruzarse con demasiada gente. A aquellas horas de la tarde todavía no había mucha actividad en la ciudad. El comandante se deslizó con sigilo en el interior del callejón que daba a la librería de Rain. Llegó frente a la puerta y cogió aire con fuerza antes de entrar.

El olor a cuero, tinta y papel que vagaba por el ambiente dentro de la tienda le obligó a respirar hondo para sentir un ramalazo de nostalgia aferrándose a su pecho. Le encantaban los libros. Su madre le había enseñado a leer a temprana edad y hasta que pudo hacerlo solo, le contaba cuentos e historias de aventuras y héroes, de hombres y mujeres valientes capaces de lograr cualquier milagro. El librero le sacó de su distracción cuando apareció por la puerta que había detrás del mostrador.

- Comandante. Has venido. – Rain no pudo evitar el tono de sorpresa.

Airen carraspeó y atravesó la estancia de unas cuantas zancadas para llegar hasta el otro lado de la enorme mesa de madera. El librero llevaba el pelo recogido en una coleta un poco suelta de la que caían dos mechones enmarcando su rostro. Por un momento, el comandante se quedó mirándole fijamente hasta que reaccionó.  

- Lo siento, pero he venido para decirte que no tengo intención de ceder a los caprichos de ese Shichibukai – atajó Airen.

- ¿Eh? – musitó el librero, mostrando cierto gesto de decepción en la cara.

- No tengo ninguna obligación de hacerlo. Ni él ningún derecho a exigirme nada – añadió el comandante, como si estuviera justificándose.

- No fue una orden, fue una petición y más bien, de tipo personal – hizo notar Rain.

- Peor todavía – reiteró Airen.

- Mira, sé que tu relación con él no es precisamente…

- Tú no sabes nada – le cortó el comandante -. Así que no me vengas con ese rollo de que entiendes lo que siento porque…

- ¿Siempre eres tan maleducado cortando a la gente así cuando intenta hablarte? – gruñó el peliazul de repente.

Airen se quedó chocado por un momento.

- Está claro que no puedo saber lo que sientes, ¿no te parece? – añadió Rain -. Lo que sí sé es que Mihawk tenía razón. Me ha hecho ver que tengo que empezar a plantearme mi situación respecto a los demás, hacer que se acabe lo de ser el marginado y el apaleado de la ciudad porque no tengo razones para soportar todo eso. Y para ello necesito ayuda. La tuya.

- Crees que me necesitas porque él te ha hecho creerlo – insistió Airen.

- No. Creo que eres la persona indicada porque eres el único que lleva hablando conmigo más de diez minutos sin llamarme fulana o demonio.

El comandante no fue lo suficientemente rápido para reaccionar de forma ingeniosa ante aquella afirmación tan contundente.

- Lo siento – dijo al fin -. Pero no puedo hacerlo. Y no tengo por qué darte más explicaciones.

- Eres igual de cabezota que él – masculló el librero con cierta exasperación.

Airen se enfureció ante la comparación, a sabiendas de con quién le estaba equiparando.

- Oye, si lo que pretendes es insultarme por no ceder ante este despropósito, déjame decirte que tienes que buscarte un argumento hiriente mejor que ese.

- Por tu reacción, diría que te ha hecho el daño suficiente – apuntó Rain. Luego suavizó su gesto -. Pero no era un insulto, comandante. Era un apunte. Y deja que te diga más. La cabezonería de Mihawk es algo que admiro. Si no fuera por ella, cualquier otra persona me habría dado por perdido hace mucho tiempo. 

- Entonces no nos parecemos tanto. Yo ya te he dado por perdido – soltó Airen.

Rain suspiró imperceptiblemente. Entendía por qué a Mihawk le resultaba tan complicado enfrentarse cara a cara con Airen. El comandante no era especialmente atento a la hora de escuchar a quien no quería oír.

- ¿Hay algo que pueda hacer para que cambies de opinión? – preguntó entonces.

- No. – Hizo amago de darse media vuelta, zanjando el asunto, pero al final no se movió y preguntó, por curiosidad malsana -. ¿Por qué estás tan empeñado en esto?

El librero se encogió de hombros.

- He decidido que debería hacerme cargo de mí mismo.

- Para eso no hace falta saber luchar – apuntó el comandante.

- Si eres yo, sí que hace falta – insistió el librero -. Y además, no quiero que Mihawk se preocupe más por mí.

- ¿Estás haciendo esto por él? – quiso saber Airen.

- También es por mí. Pero a Mihawk le debo mucho. Al contrario que tú, supongo.

- Mira, me da igual la relación que tengas con ese hombre. – Su tono adquirió un deje despectivo -. No me interesa lo más mínimo. Me basta con que te quede claro que yo no soy su marioneta ni pienso hacer lo que él me diga o lo que tú quieras.

Odiaba que Mihawk estuviera tan presente en su vida. Normalmente nunca hablaba de él, ni nadie le sacaba en ninguna conversación. Era como si no existiera. Sin embargo, Rain le tenía en la boca en todo momento y eso le molestaba. Porque le hacía recordar que, por más que quisiera olvidarlo, ese hombre sí existía. Y todos los sentimientos malos que tenía por él se revolvían como una maldita macedonia amarga, dejándole un mal sabor de boca y un enfado que solía durar unos cuantos días.

- Entonces no vas a ayudarme – resumió Rain.

- No de esa manera. Si tienes problemas, ve al cuartel y pide ayuda como la gente normal. Mis sargentos o incluso el teniente te la darán. Pero no cuentes conmigo para lo que ese Shichibukai pretende.

- Parece que eres tú el que no lo entiende. No puedo hacer eso, Airen. No pertenezco a eso que tú llamas “gente normal”. Y no se trata solo de una pretensión de Mihawk – añadió el librero -. Se trata de que yo, personalmente, sólo puedo contar contigo.

- Pues yo tampoco puedo hacerlo – sentención el comandante -. Lo siento.

Pensando que el asunto quedaba resuelto así, Airen se dio la vuelta, dándole la espalda al librero. Apenas había dado unos pasos cuando la voz de Rain, en una mezcla entre frialdad cortante y sarcasmo divertido, le detuvo. 

- No es sólo por Mihawk, ¿verdad?

El comandante se detuvo en seco. Se volvió a girar a medias para clavar la mirada, de forma fiera, en los ojos azules de Rain. Para su sorpresa, el librero ni siquiera parpadeó, aguatándole la ardiente mirada sin mostrar un ápice de intimidación. 

- ¿Qué quieres decir?

- No quieres que te vean conmigo. No quieres que nos relacionen. Porque, ¿qué pensarían tus compañeros? ¿Y el resto de la isla?

- No me rijo por lo que piensen los demás de mí – gruñó Airen.

- Claro que sí – le contradijo el librero -. La gente te adora, te tiene en un pedestal, eres su héroe. No puedes evitar darle importancia a lo que dirían si te vieran en una mala compañía como la mía. Y tampoco puedes permitirte eso.

Airen estuvo a punto de gritarle que quién se creía que era para asegurar algo como eso. Pero entonces se dio cuenta de que quizá Rain tenía razón. Después de todo, si no le importase lo que pensaban, ¿por qué había mentido a sus compañeros? Aunque solo hubiera ido a zanjar el asunto, no quería que nadie supiera aquello. El librero había estado extraordinariamente rápido para leer tan claramente incluso las intenciones involuntarias de las que ni el propio comandante era consciente. Parecía que Rain tenía experiencia en sentir ese rechazo monumental hacia su persona por parte de todo el mundo.

- Te dejas llevar por los prejuicios que has conocido y me juzgas por ese patrón. Al final, eres como todos los demás – añadió Rain -. Solo lamento que Mihawk piense que eres diferente. 

- Deja de utilizar a ese bastardo para compararnos en todo momento – le exigió -. No te atrevas equipararme con él, porque haciendo eso estás poniendo en entredicho mi integridad como miembro de…

- Creo que no necesitas que te acompañe a la puerta – indicó el librero entonces, cortándole de cuajo.

- ¿Quién es ahora el maleducado que interrumpe, eh? – le espetó.

- Yo no he interrumpido una explicación civilizada, sino un discurso indignado que no es más que un derroche de orgullo pretencioso y pasotismo por tu parte que no estoy dispuesto a aguantar. – Le señaló la puerta con la mano -. Gracias por haber venido. Habría sido terriblemente incómodo para ti que esta zorra se presentase en el cuartel pidiendo verte. Te lo has ahorrado, y me has evitado el ridículo que me habrías hecho sentir al echarme de tu cuartel como si fuera un despojo para quedar bien delante de tus compañeros. Enhorabuena, comandante.

Rain no espero siquiera a que se fuera. Dio media vuelta y se perdió en el interior de la trastienda. Ya no había nada más que hablar. Airen salió de la librería instantes después. Sin embargo, sí que se detuvo en medio del callejón a mirar hacia atrás. Rain era un misterio. El comandante conocía bien a toda la gente de la ciudad y de los pueblos de los alrededores. Eran gente carismática, agradable, sencilla. Pero el librero tenía una reputación que le precedía. Aunque a simple vista no pareciera más que un hombre normal, Airen tenía que admitir que había algo en él que atrapaba. Algo que no se podía entender así sin más. Y tal vez era eso lo que asustaba de él. No poder comprenderle. En ese instante se dio cuenta de que no conocía absolutamente nada sobre Rain. Lo cual dificultaba aún más el cambiar el concepto del renombre con el que la gente le había marcado.

Sacudió la cabeza y echó a andar fuera del callejón. No tenía importancia. Ya no era asunto suyo. Estaba zanjado y no volvería a pensar en ello. Ahora tenía que centrarse en su trabajo. Dirigir a tantos hombres para mantener a salvo la isla y la paz entre sus gentes no era una tarea sencilla, lejos de lo que parecía pensar el Shichibukai al encargarle un trabajo de niñera. Mientras caminaba por las calles de la capital, que ya se habían llenado de gente, todo el mundo le saludaba y él respondía amablemente. Rain tenía razón, todos allí le respetaban y le adoraban. Esa sensación no era para nada desagradable. Aunque por primera vez en mucho tiempo, sintió que algo iba mal. Igual que a él le elogiaban y le saludaban con sonrisas radiantes, a Rain le giraban la cabeza, le insultaban e incluso le agredían, como había dicho Mihawk. Eso tampoco era justo. Pero, si todo el mundo estaba en contra de él, por algo tenía que ser, ¿no? Y Airen lo último que quería meterse en aquellos temas faranduleros y problemáticos de la gente de a pie. Mientras hubiera paz, no le correspondía responsabilizarse de lo que Rain hubiera hecho. 

Andando, Airen llegó hasta el cuartel. Apenas atravesó las puertas, Shion y Ryu se cruzaron con él. Iban armados parecían llevar prisa.

- ¿Qué ha pasado?

- Ven con nosotros – atajó Ryu -. Te informamos por el camino.

- Biel, encárgate del cuartel – le dijo Airen al teniente.

- A sus órdenes, comandante – respondió el interpelado.

Los tres salieron del edificio donde se alojaba el cuartel de la guardia ciudadana con paso ligero.

- ¿A dónde vamos? – quiso saber el comandante.

- ¿Conoces a la señora Gibbs, verdad? – le preguntó Ryu.

- Es la que vive sola cerca de la colina del este, la que está un poco loca – apuntó Shion.

- Sí, sé quién es, ¿por qué? – respondió Airen.

- Una vecina suya acaba de llamar al cuartel. Dice que ha visto salir a la señora Gibbs con un arma esta mañana. Y no sabe dónde puede estar.

- Esa mujer podría ser peligrosa – añadió Shion a las palabras de su compañero -. Tengo entendido que va de depresión en depresión desde que se quedó viuda. El médico y el farmacéutico ya no saben cómo tratar con ella.

- ¿Toma algún tipo de medicación? – preguntó Airen.

- Toda la que puede – contestó Ryu con seriedad.

- ¿Y con un desequilibro semejante tiene un arma en casa? – exclamó el comandante -. ¿Cómo demonios es posible?

- Su marido pertenecía a la guardia ciudadana. Me imagino que tendría algún arma de repuesto que, tras su muerte, no se reclamó – conjeturó Ryu.

- ¿Qué clase de arma es?

- Una pistola. –La respuesta de Shion agravó la situación. 

- Está bien, vayamos a su casa primero. Echaremos un vistazo a ver si encontramos algo que nos diga dónde ha podido ir.

Los tres aceleraron el paso a la vez. La vecina de la señora Gibbs, al verles llegar, salió de su casa para acompañarles hasta la de la mujer armada y desaparecida. Les abrió la puerta mientras soltaba una perorata sobre la señora Gibbs y que parecía que últimamente estaba mejor de su depresión. Airen se quedó en la estancia principal de la casa, la más grande, con el salón y la cocina, mientras Shion y Ryu subían al piso de arriba.

La cocina era un caos. Parecía que la depresión de la señora Gibbs la empujaba a tener la casa patas arriba, dejándola sin ánimo ni ganas de hacer absolutamente nada más que llorar. En la mesa del salón había paquetes de pañuelos, una cantidad innumerable de ellos. Los pañuelos usados para limpiarse las lágrimas estaban desparramados por el suelo, ya que los dos pequeños cubos de basura que tenían estaban hasta arriba de ellos. Sobre uno de los sofás, extendida, estaba el uniforme de la guardia ciudadana, el modelo de hacía años. Seguramente habría pertenecido a su difunto marido. Era lo único en aquel piso de la casa que estaba más cuidado y pulcro. El resto, era un desastre. 

El comandante entonces se acercó a una estantería que había en el salón, al lado de la ventana. También había una mecedora, y justo al lado una cesta llena de hilos y lana. Tanto la silla como la cesta y su contenido estaban llenos de muchísimo polvo, lo que le hizo suponer que allí sería donde la señora Gibbs leía y tejía cuando su marido aún vivía. A aquella mujer parecía que le habían destrozado la vida por completo al arrebatarle a su esposo. Esa fue la conclusión a la que el comandante llegó.

Mientras repasaba con la mirada los objetos de la estantería, escondido entre unos pocos libros y varias fotografías viejas, Airen encontró uno cuyo título llamó su atención. El asesino, rezaba. Curioso libro para una señora como la viuda Gibbs si el argumento trataba realmente sobre un criminal. El comandante lo cogió y le echó un vistazo. El color de su cara se volvió pálido al abrirlo. El libro era en realidad un álbum de recortes del periódico local. Las fechas oscilaban entre varios días de diez años atrás. La noticia era la muerte del señor Leonard Gibbs, sargento de la guardia ciudadana, a los treinta y cinco años de edad, dejando una mujer viuda y ningún hijo. En muchos de los recortes, señalaban la hoja de servicios del guardia, destacando lo bueno que era en su trabajo. Pero en otras, el tono de la noticia resaltaba la razón de que estuviera muerto. Y señalaban al culpable sin ningún tipo de piedad.

- Nada, comandante, arriba no hay nada que… - la voz de Shion resonaba por las paredes de la casa.

El comandante cerró con fuerza el álbum de recortes y se giró hacia sus compañeros, que acababan de bajar las escaleras del segundo piso.

- Creo que sé dónde ha ido – les informó.

 

El cielo despejado permitía, en la oscuridad de la noche que había caído ya, contemplar las estrellas con bastante claridad. Era un espectáculo romántico y bonito que Rain ignoraba por completo. Había aprendido a no dejarse llevar por ideales como esos. Las estrellas estaban ahí y siempre lo estarían. Contemplarlas un día tras otro solo hacía que al final, se volvieran vulgares. Tal y como le consideraban a él, a causa de los rumores que decían que se acostaba con varios hombres un día tras otro después de engatusarlos con sus encantos de demonio seductor.

El librero volvía a casa tras comprar un par de ingredientes para la cena. Al entrar en el callejón, se dio cuenta de que alguien le seguía. Se detuvo y cogió aire con fuerza. Estaba muy harto de aquello. Se giró para enfrentarse a quien le acechaba y se encontró encañonado por un arma de fuego que sostenía una mano temblorosa pero firme. Trató de no mostrar ninguna reacción de alerta ante el arma, aunque le resultó complicado. Por regla general se enfrentaba a manos desnudas o cuchillos como mucho. Pero nunca le habían apuntado con una pistola directamente a la cabeza.

- Señora Gibbs – susurró.

Comprendía lo que estaba haciendo esa mujer allí. Había tardado más años de los que él había calculado en buscar venganza por su marido. Entendía sus sentimientos en ese momento pero Rain no tenía intención alguna de dejarse matar de aquella manera. Eso, lo había aprendido del difunto Leonard Gibbs.  

- ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué él tuvo que morir para que tú siguieras respirando, maldito engendro del demonio!? – gritó la viuda.

Se podía sentir en el ambiente la desesperación de aquella mujer. Rain sintió pena por ella. Hacía diez años que había perdido a la persona que amaba y todavía le dolía como si hubiera sido ayer. Reconocía ese dolor en Mihawk también. Por un instante, pensó que a él también le gustaría sentir de esa manera. Querer de una forma tan profunda a alguien que, con su muerte, te llevase a tu propia destrucción.

- Yo no quería que pasara eso, se lo juro – respondió Rain, tratando de mantenerse sereno -. Leonard me…

- ¡No te atrevas! – le cortó -. ¡No te atrevas a pronunciar su nombre con tu sucia boca!

Las lágrimas empezaron a rodar por el desmejorado y delgado rostro de la viuda.

- Señora Gibbs, por favor…

- A él también le encandilaste, ¿verdad, ramera del infierno? – exclamó de pronto -. ¡Le corrompiste con tus juegos de seducción y le llevaste a su perdición!

- ¿Qué? – Rain mostró su confusión frunciendo levemente el ceño -. No diga barbaridades, por favor. Jamás me habría…

- ¡Lo hiciste! – volvió a interrumpirle -. ¡Le convertiste en un depravado que no era capaz de pensar por sí mismo! ¡Si no ¿por qué iba mi marido a protegerte como lo hizo?! ¿¡Por qué sacrificaría su vida y nuestro futuro por alguien como tú!?

- Porque era un buen hombre, señora Gibbs – respondió el librero -. Y un gran guardia que se tomaba su trabajo muy en serio. Yo nunca quise que le pasara nada, créame. Él fue el único que se atrevió a acercarse a mí cuando todos los demás me trataban como si fuera el diablo. Fue el único capaz de ver algo bueno en mí.

- ¡Y por acercarse a ti, murió! – chilló la mujer, aferrando con más fuerza todavía si era posible el arma -. ¡Todos a tu alrededor mueren! ¡Es por ti, por tu culpa! ¡Tú los mataste!

Rain soltó un suspiro resignado.

- Es inútil hablar con usted y más en estas condiciones – resolvió el librero -. Si lo que quiere hacer de verdad es matarme por venganza, adelante, dispare esa arma. Ya me da igual.

- Arderás en el infierno – siseó la mujer.

Sin ningún asomo de duda, la viuda cargó el arma y apretó el gatillo. La dirección de la bala cambió repentinamente. Airen acababa de atravesar el callejón a toda velocidad y se había lanzado sobre la señora Gibbs. Al tirarse sobre ella para apartarla la trayectoria de la bala pasó de ser de la cabeza de Rain a su costado izquierdo. El librero trastabilló y cayó al suelo al lado de la pared del callejón. Airen se levantó como alma que lleva el diablo para correr junto a Rain. Ryu ocupó el lugar del comandante, sujetando a la mujer. La rodeó con ambos brazos, haciendo fuerza para que se calmase. Ésta se revolvió como pudo, sin soltar la pistola todavía.

- ¡Soltadme! ¡Sois unos bastardos! ¡Deberíais haber tenido las agallas suficientes para ejecutarlo vosotros mismos cuando causó la muerte de Leonard! – chillaba, desgarrada por dentro.

- Basta ya, señora Gibbs. –La voz de Ryu denotaba exigencia -. No cometa una estupidez.

- ¡Déjame, mocoso! ¡Tú no entiendes nada! ¡Tengo que matarlo! ¡Tiene que morir!

- No, no puede matarle – insistió el sargento -. Todo el cuerpo de la guardia ciudadana sintió la muerte del señor Gibbs y es un héroe para los más jóvenes. No manche su memoria haciendo esto por él.

- No puede vivir… - Su voz se redujo una cuarta, dejando de vociferar sin ton ni son -. No puede respirar… mi Leonard se fue… no está por su culpa… - gimoteó.

- Piense que él está vivo gracias al sacrificio de su marido. No permita que su muerte haya sido en vano, por favor.

Las palabras de Ryu parecieron calar en la desesperación de la viuda, que, tras unos instantes de duda, de respiraciones cortadas y lágrimas inundando su rostro, soltó el arma antes de echarse a llorar todavía con más fuerza. Shion, que esperaba al lado de Ryu por si no se bastaba solo para reducirla y detenerla, se agachó rápidamente a recoger el arma. Luego, se giró hacia Airen para indicarle que ya no había peligro.

El comandante por su parte estaba agachado al lado de Rain. La poca luz que había en el callejón no le permitía ver bien si el librero estaba herido. Pasó el brazo derecho con cuidado por su espalda para ayudarle a incorporarse.

- ¿Estás bien? – susurró Airen.

- Suéltame – le pidió Rain con seriedad.

Airen le soltó con cierta resignación. El librero se apoyó en la pared con el brazo izquierdo, llevándose el derecho hacia el costado contrario, e hizo acopio de sus fuerzas para ponerse de pie. Se recostó en el muro y echó la cabeza hacia atrás, respirando hondo un instante.

- Estás sangrando – dijo el comandante, al verle sujetándose el costado, con la mano y la ropa teñida de color escarlata.

- Estoy bien – susurró el librero.

- No, no lo estás, te ha disparado. Hay que llamar al médico. – Se giró hacia sus compañeros -. ¡Shion! Hazme el favor de…

- No llames a nadie – le detuvo Rain, aferrándose a su camiseta con la mano izquierda -. No hace falta – insistió.

- ¿Quién es el cabezota ahora? – le espetó el pelinegro.

Rain hizo una mueca de dolor y presionó más fuerte la herida. Airen quiso rodearle con el brazo para mantenerle en pie pero el librero le puso la mano en el pecho para alejarle, insistiendo en su postura obcecada. El comandante gruñó.

- Haz lo que todos tus ciudadanos quieren… - se quedó sin aliento un momento – y déjame morir.

- ¿Qué mierda es eso? – exclamó Airen -. Deja de decir estupideces y procura respirar despacio.

- Una zorra menos… ellos se alegrarán… - insistió Rain.

- Me importa bien poco quien se alegre de una muerte, pero no seré yo quien permita que eso pase. Quéjate si quieres, pero cuando estés bien – zanjó el pelinegro.

Cuando el comandante volvió a girarse hacia Shion, Rain esbozó una pequeña sonrisa cansada. Por más que quisiera negarlo o que odiara admitirlo, se parecía más de lo que creía a su padre. El librero cerró los ojos, incapaz de mantenerse despierto. Sin sentido, cayó con aplomo sobre Airen. El pelinegro hizo alarde de unos reflejos maravillosos y sostuvo al librero entre sus brazos para evitar que cayese al suelo. La cabeza de Rain quedó apoyada en su pecho. Era la primera vez que Airen veía al librero tan de cerca. Tenía un color de piel sublime. Los rasgos de su rostro eran elegantes y finos, no tanto como los de una dama que se cuida pero lo suficiente como para despertar sus recelos. Su pelo azul resplandecía incluso en medio de la noche más oscura. Recordaba el tono de azul de sus ojos también pero, por un momento, pensó que le gustaría que los abriera para volver a verlos.

Sacudió la cabeza ligeramente y distribuyó su fuerza entre ambos brazos para levantar el cuerpo inconsciente de Rain.

- Shion, ve a buscar a tu hermano, ya – le dijo a su compañero.

Éste sólo asintió y echó a correr. Ryu se quedó con la desconsolada señora Gibbs mientras Airen entraba en la librería con Rain en brazos. Atravesó la estancia y encontró la puerta que daba a la trastienda. Fue fácil encontrar la cama donde tumbar al librero. El comandante se sentó a su lado y presionó la herida sobre la mano del propio Rain. Él hizo un ruido de dolor al notar la presión, pero no abrió los ojos.

- Tranquilo. Estoy aquí. – Lo dijo sin pensar que tal vez, en su inconsciencia, Rain ni siquiera podía escucharle.

Los minutos en el silencio de la trastienda se le hicieron eternos. La frente de Rain estaba perlada en sudor, mojándole el flequillo del pelo y su tez más pálida de lo que debería. A veces, su cuerpo tiritaba y se convulsionaba. Airen hizo un poco más de presión en la herida intentando detener la hemorragia y, con la mano que tenía libre, le acarició la mejilla en un gesto tan sutil y dulce que ni el propio comandante hubiera imaginado que había salido de él.

- Aguanta – le pidió en voz baja -. No mueras así, por favor.  

Notas finales:

¿Y bien? ¿Qué os ha parecido? ¿Os gusta la futura pareja? Lo tienen complicado, ¿verdad?

Bueno, para los que no me conocen, os cuento que normalmente actualizo de semana en semana, no suelo desviarme mucho de ese plazo, y que me encanta recibir comentarios o críticas constructivas sobre mi trabajo, o simplemente compartir un poco de tiempo con vosotros a través de vuestras opiniones ^^ 

Gracias por leer y nos vemos en el siguiente capítulo.

Erza.


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