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Las alas del Halcón. por ErzaWilliams

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Notas del capitulo:

Bueno, puesto que me acaba de surgir un pequeño problemilla y no sé si podré actualizar el fic a tiempo de cumplir con el plazo que me doy, he apurado un poco la noche y lo voy a compartir ya :) 

Gracias a los que os habéis animado a leer el fic y espero que os vaya gustando ^^

Aqui os dejo el siguiente capítulo. 

El médico llegó a la trastienda precedido de Shion. El doctor Sho era el hermano mayor del sargento. Aunque no se parecían en mucho, ya que Sho era más alto, atlético y con los ojos color verde esmeralda, ambos eran profesionales muy cualificados y dedicados en sus respectivos trabajos. Rápidamente, el médico se dejó caer de rodillas al otro lado de Rain. Lo primero que hizo fue tomarle el pulso. El gesto preocupado de su rostro al hacerlo puso aún más nervioso a Airen.

- Sho, deprisa – le urgió -. Ha empezado a respirar más despacio y... 

- Ya, ya lo veo, cálmate – le cortó con suavidad.

- Tiene la bala en el costado izquierdo y sigue ahí dentro – siguió Airen, sin saber por qué no podía parar. 

- Me han puesto al día de camino. – Miró de reojo a Shion -. Voy a preparar el material necesario para extraerle la bala, no tardo nada. Sigue presionando.

El tiempo en momentos como aquel era oro. Y al comandante le daba la sensación de que se ralentizaba, como si los minutos no se acabaran nunca.

- Airen, si no hago falta, creo que voy a ir a echarle una mano a Ryu – susurró Shion -. Ya se ha llevado a la señora Gibbs al cuartel.

- Está bien, hablad con ella, tranquilizadla y haced un informe completo para el juez – le pidió -. Será él quien decida qué podemos hacer para ayudar a esa mujer. 

- A la orden, comandante Hawk. 

Shion salió de la trastienda con la misma velocidad que había llegado.

- Mi hermano te admira, ¿sabes? – le dijo entonces Sho.

- Es joven y me tiene idealizado. Se le pasará – aseguró Airen.

- Escucha, no es por alarmarte, pero no puedo hacer esto solo – dijo entonces Sho -. Mi ayudante no ha podido venir así que te toca quedarte y echarme una mano.

El comandante miró un momento a Rain y luego pasó la mirada al médico. Sho se dio cuenta de que parecía reacio.

- Pero yo no sé nada de esto – farfulló Airen.

- No te preocupes, no hace falta. Sólo tienes que limpiarle la herida para que yo pueda ver dónde está la bala y poder sacarla – le explicó.

Airen seguía dudando. Nunca se había parado a pensar en si de verdad tenía tan poca confianza en sí mismo como para hacer aquello.

- Incluso alguien como tú puede hacerlo, señor héroe – insistió Sho -. Y te necesito.

- Está bien, de acuerdo – aceptó, aunque no muy convencido.

- Vale, ya estoy acabando. Tú ve quitándole la ropa para poder ver la herida.

- ¿Dejo de presionar?

- Claro, ¿cuántas manos tienes si no para hacer todo a la vez? – le devolvió la pregunta el médico.

Desde luego, Shion no era digno hermano de Sho. Mientras que Sho tenía ese sentido del humor tan sarcástico como divertido, en ciertas ocasiones, Shion era mucho más serio y pocas veces bromeaba. Eso sí, los dos eran extremadamente directos.  Airen soltó un gruñido molesto.

- Venga, no te agobies – le tranquilizó Sho -. Vamos a salvarle, ya lo verás.

El comandante clavó la mirada en la mano con que presionaba la herida. Despacio, dejó de hacer presión y acercó las manos a la camisa de Rain. Entonces se dio cuenta de que estaba realmente nervioso. Respiró hondo un par de veces y empezó a desabrochar los botones. Uno a uno, fueron dejando paso ante los ojos de Airen la piel blanquecina del torso del librero. Al apartar la tela, el comandante reprimió un grito de asombro. Rain estaba marcado. Por todos lados. Las cicatrices cubrían su piel, incluso superponiéndose unas a otras, como pruebas de que no había tenido precisamente una vida sencilla.

- Parece que te has quedado mudo. –Las palabras del doctor le hicieron reaccionar -. Céntrate. Vamos a empezar.  

Sho había terminado con los materiales e iba a comenzar con la extracción. Le pasó un puñado de gasas a Airen. El comandante las cogió, las separó y usó unas cuantas para empezar a limpiar alrededor de la herida, con mucho cuidado.

- ¿Ves cómo podías? – le dijo Sho, acercando al orificio de la bala un par de pequeñas pinzas metálicas.

- ¿Lo sabías? – le preguntó entonces Airen.

- Yo he curado sus heridas, comandante. Todas. Incluso las que tiene en la espalda – le dijo, sin apartar la mirada de su trabajo.

- ¿Tiene más? – preguntó el comandante.

- Las de la espalda son posteriores a que conociese a Mihawk. Algunas de las que tiene en el pecho son anteriores. De cuando algunos radicales del pueblo le perseguían para castigarle. Y también de cuando estuvo en la institución reformatoria – le contó.

- ¿Que estuvo dónde? – exclamó Airen.

Sho se detuvo un instante y le miró durante unos segundos.

- Tú no sabes nada sobre él, ¿verdad?

El médico volvió a su tarea. El comandante se sintió estúpido por un momento.

- Vaya, esto está bien, parece que no ha afectado a ningún órgano – susurró Sho para sí mismo tras echar un vistazo dentro del agujero de la bala.

- ¿Y tú como sabes tanto de Rain? – gruñó Airen.

- Porque sé escuchar. Y además, comandante, tengo ojos en la cara. Sé cómo le tratan en el pueblo.

- ¿Acaso es de dominio público que se dedican a maltratarle? – exclamó.

- Que tú no lo sepas no significa que sea mentira – le espetó Sho -. Sí, Airen, le maltratan a niveles físicos y psicológicos que no puedes ni imaginar. Le llaman demonio por algo que sucedió hace muchos años. Y le consideran una promiscua ramera barata porque le gustan los hombres. Para la gente que vive aquí, eso es un sacrilegio. Vamos, que este chico lo tiene todo según ellos para ser el mismísimo Belcebú reencarnado. El culpable de que existan los piratas, la gente mala, las plagas, las enfermedades y los desastres naturales también es él, ¿sabes?

Parecía que estuviera hablando de un depredador infernal y no de una persona. Airen cogió al vuelo la exageración, pero los rumores que él conocía decían exactamente eso.

- El defecto de Rain es que ya no se defiende de ellos – añadió Sho -. Y por eso se creen que las supersticiones que llevan recorriendo la isla casi veinte años son razón suficiente para hacerle daño.

- ¿Se ha defendido alguna vez? – quiso saber.

- No me refiero a defenderse físicamente; Rain no sabe pelear. – Airen sintió una punzada de culpabilidad en el pecho -. Quiero decir que ha intentado salir del pozo de oscuridad en el que le lanzaron hace tanto tiempo. Pero creo que al final se ha rendido de una vez.

- He decidido que debería hacerme cargo de mí mismo.

- Para eso no hace falta saber luchar.

- Si eres yo, sí que hace falta.

Las palabras del librero reverberaron en su mente como un peligroso y frío filo. No. Rain quiere seguir luchando, pensó el comandante. Y para eso él me necesita.

- ¿Cómo se puede no juzgar a alguien que no conoces pero el resto del mundo te pinta como una mala persona de la que es mejor mantenerse alejado? – preguntó de repente Airen.

- Pero bueno, ¿tú te estás escuchando? Me decepcionas, comandante – aseguró Sho, mientras trasteaba con las pinzas dentro de la herida.

Ante el silencio de Airen, Sho se detuvo de nuevo a escudriñarle con la mirada. El comandante estaba confuso.  

- Se puede no juzgar erróneamente a alguien conociéndole – respondió entonces a su pregunta -.Yo le conozco porque quise conocerle, Airen. Rain no es la clase de persona que va por ahí haciendo amigos. Si estás dispuesto a saber la verdad sobre los pecados que le han cargado encima durante toda su vida para justificar el trato tan abominable que le dan, entonces lo tienes fácil. Acércate a él.

- No es tan sencillo – masculló el comandante.

- No lo es porque nadie quiere hacerlo. Porque todos se echan para atrás como tú estás haciendo ahora. Por prejuicios. Por el qué dirán. Por miedo a que el resto del pueblo les dé el mismo trato que a él.

El comandante no pudo decir nada ante aquella alegación. Sabía que el médico llevaba razón y eso no le hizo sentir mejor precisamente.

- Acércate a él – insistió Sho -. Y te darás cuenta de que Rain es solo un hombre al que le han pasado cosas malas, muy malas. Y le juzgan como si él se las hubiera buscado o fuera el culpable de ellas.

El médico parecía juguetear con las pinzas dentro de la herida. Rain no había necesitado anestesia para sacarle la bala, puesto que ya estaba completamente inconsciente. Aun así, a veces podían sentir pequeños espasmos en el librero, movimientos reflejos involuntarios.

El gesto de Airen durante el resto de la operación fue un poema que mezcló preocupación, decepción, nerviosismo e incluso rabia. El doctor continuó con su tarea pero a la vez, trató de aliviar la tensión psicológica a la que Airen se estaba sometiendo a sí mismo.

- ¿Qué ha pasado? ¿Por qué de repente pareces tan preocupado por todo esto? – quiso saber el médico.

- Porque nunca antes me había parado a pensar que me importasen las apariencias – confesó en voz baja.  

- Te da miedo que piensen que tú le proteges, ¿verdad? – comprendió Sho. 

- Al principio no lo pensé así, sinceramente. No quería ayudarle porque Mihawk me lo había pedido. Pero luego me di cuenta de que prefería mantenerme alejado de alguien como él.

- ¿Alguien como él? – soltó el doctor -. Por favor, no me hagas pensar que eres un puto cretino, Airen.

- Le he juzgado igual que todos los demás – admitió -. Y que tenga el apoyo de ese pirata ha reforzado mi juicio sobre él. Le he negado ayuda por eso. Me he comportado como un imbécil.  

- ¿Y cómo te hace sentir privar de ayuda a alguien que lo necesita? – le preguntó el médico.

- Horriblemente mal – declaró el comandante -. No sé qué me ha pasado, yo no me dejo llevar por estas cosas. Creo que mi relación con el Shichibukai me ha cegado de primeras y por eso no quería tener nada que ver con él.

- Es posible, pero ese hombre no está aquí, comandante, y no es quien te está suplicando por ayuda – hizo notar el doctor.

- Ya, ya lo sé – farfulló el pelinegro -. Yo solo quiero hacer lo correcto, Sho.

- Pues ya lo estás haciendo, Airen. Aquí y ahora – aseguró el médico -. Dejemos esta charla de momento. Voy a sacarle esa bala y va a sangrar. Estate preparado.

Apenas unos instantes después, Sho tiró de una de las pinzas y extrajo el proyectil del cuerpo de Rain. Airen no pudo contener un suspiro aliviado, mientras seguía limpiando la herida como si se le fuera la vida en ello. El médico cosió con mimo y arte la herida, dejándola perfectamente cerrada y deteniendo de esa manera la hemorragia. Una vez hubo acabado de vendarle, entre los dos levantaron a Rain, cambiaron las sábanas de la cama y le tumbaron en unas limpias para que pudiera descansar.

- ¿Y ahora? – preguntó Airen, después de asearse y quitarse de las manos toda la sangre de Rain.

- Yo tengo que volver a casa, mañana tengo consultas que hacer – le dijo Sho, mientras recogía todo su material.

- ¿Y qué hacemos? - preguntó el comandante.

- Buscar a alguien que se quede con él es inútil, por si todavía te lo estabas planteando. – Sho le había leído el pensamiento -. No podemos dejarle solo, al menos durante esta noche. Es crucial que esté controlado por si acaso su situación empeora.  

- ¿No hay forma de que te quedes con él? Eres el único que no quiere hacerle desaparecer como si fuera una aberración de la naturaleza – apuntó Airen.

- No, yo no puedo – sentenció el médico -. Pero tal vez haya alguien más.

- ¿Quién?

Sho esbozó una sonrisa divertida.

- ¿Qué tal se te da cuidar enfermos?

- ¿¡Qué!? ¿¡Yo!? – exclamó el comandante, con un gesto de profundo estupor.

- Se lo debes. Por haberle juzgado mal – apuntó Sho.  

- Solo le he juzgado antes de tiempo, y es que no me daba la gana de darle el gusto a ese pirata y hacer lo que él quería – trató de explicarse.

- Eso o lo otro me da igual – le cortó el médico.

- Oye, que yo también tengo trabajo – le espetó.

- Pues encárgaselo al cretino de Biel. –Sho dejó patente su odio hacia el teniente -. Te ha tocado, comandante. Pórtate bien con él.

- ¡Pero…!

El doctor se levantó con su bolso de cuero en la mano izquierda y le hizo un gesto de despedida con la otra antes de salir de la trastienda e, instantes después, de la librería. Todo quedó en silencio entonces. Airen se acercó a la cama donde Rain reposaba. Su respiración era lenta pero regular. Parecía que tenía mejor color en la cara, y ya no temblaba. Sólo estaba dormido. El comandante se sentó a su lado en la cama y le miró más de cerca. Sho tenía razón. Que le llamasen demonio no tenía sentido. Con ese color de piel, ese pelo y sobre todo, los ojos transparentes y cristalinos que tenía, Rain parecía más bien un ángel.

Es sólo un hombre al que le han pasado cosas malas, muy malas.

¿Qué cosas eran esas? ¿Mihawk las conocía? ¿Le habían cambiado o le habían convertido en quién era? ¿Qué secretos guardaba bajo aquella apariencia de ser celestial? Airen se descubrió a sí mismo queriendo saber más sobre el librero. Se dijo a sí mismo que hacerse esas preguntas y acceder a quedarse con Rain era solo era por tener la conciencia tranquila. Ya tendría tiempo de pensar demasiado en otro momento. El comandante bajó de la cama y se acostó sobre una manta que extendió al lado del colchón. Miró al techo durante un rato, con un extraño presentimiento en el pecho que no comprendió por más que le dio vueltas. Hasta que se quedó profundamente dormido.

 

Un olor extraño cosquilleó en su nariz. Sintió los párpados pesados. Hizo un sonido de molestia mientras intentaba abrir los ojos. Enfocó el techo de la trastienda a la vez que reconocía el olor a café recién hecho.

Tengo que estar delirando, pensó.

Trató de moverse, pero sentía el cuerpo torpe. ¿Qué había pasado? Sólo recordaba haber sentido un disparo y un dolor que le agarrotó todos los nervios. Después de eso, no era consciente de nada más. Dejó escapar un suspiro suave y cerró otra vez los ojos, tratando de recordar algo.

- Buenos días.

Rain se sobresaltó al escuchar esa voz. Entonces el olor a café no era una alucinación. Trató de incorporarse rápidamente pero sólo pudo soltar un alarido de dolor al doblar el tronco para levantarse. Instantes después, el comandante apareció al lado de la cama.

- Eh, eh, no te muevas todavía – le dijo el pelinegro.

Airen se arrodilló y le sujetó por los hombros. Rain hizo amago de apartarse, pero se quedó quieto cuando los ojos color miel de Airen se clavaron en sus pupilas azules llenas de un comprensible asombro.

- Recuéstate – le recomendó Airen -. O se te abrirá la herida.

- ¿La herida?

Airen le ayudó a sentarse a medias en la cama, apoyado en la cabecera. Verle de aquella manera le hizo pensar que sólo parecía una persona normal herida y vulnerable. ¿Había gente por ahí fuera que serían capaces de entrar y hacerle daño en aquel estado? ¿Por qué? A él solamente le daban ganas de cuidar que no se hiciera daño. El comandante sacudió ligeramente la cabeza y le apartó las sábanas del cuerpo de un tirón. Rain contuvo el aliento un momento. El pelinegro sujetó la parte baja de la camiseta que vestía Rain y la levantó hasta la mitad de su pecho.

- Sí que vas deprisa tú, ¿no? – le dijo, con una sonrisa traviesa asomando en su boca.

Airen notó rápidamente el significado “oscuro” detrás de aquellas palabras. El pelinegro empezó entonces a comprender una de las cualidades que hacía que la gente dijera que el librero era un seductor de hombres salido del infierno. Rain tenía labia. Y seguramente le gustaba jugar con los dobles sentidos de las palabras. Pero eso, para el comandante, no suponía ningún problema. Sabía manejarlo.

- No voy a ver nada que no haya visto ya – respondió el pelinegro con toda confianza.

- ¿Qué dices que has visto, comandante? – exclamó Rain, llevándose una mano al pecho en gesto afectado -. ¿Debo preocuparme? – preguntó, con una congoja más bien fingida.

- Cállate – masculló Airen, al darse cuenta de que sólo le estaba vacilando.

El librero sonrió al ver un gesto divertido aparecer en la cara del comandante. Nunca habría imaginado que vería semejante mueca en el rostro del estirado comandante Hawk.

- No sabía que tenías sentido del humor – apuntó Rain -. Cualquier otro habría salido corriendo.

- Parece que no sabemos mucho el uno del otro.

El ademán de sonrisa de los labios de Airen se hizo más visible. Sus ojos se quedaron en su abdomen. Pasó los dedos despacio sobre la venda que cubría la herida. Rain sintió un inusual cosquilleo en el estómago.

- Está bien, no se ha abierto – le informó, bajándole la camiseta.

- Gracias – susurró el librero. 

El comandante volvió a echarle las sábanas sobre las piernas antes de levantarse. Airen había encontrado una pequeña mesa en el cuarto contiguo y la había llevado hasta la zona del dormitorio. La acercó a la cama y la pegó al colchón.

- Así podrás desayunar mejor – le dijo, ante la mirada interrogante del librero.

Sus miradas se cruzaron un instante. De repente, una lágrima cristalina asomó por el costado de los ojos del peliazul. Airen sintió una repentina preocupación apoderarse de su pecho

- ¿Eh? Esp… ¿Rain? ¿Estás llorando?

El librero, que seguía con la mirada clavada en él, pareció reaccionar y parpadeó varias veces. Al notar las lágrimas queriendo resbalar por sus mejillas, se apresuró a frotarse los ojos con el dorso de la mano.

- ¿Estás bien? ¿Te duele? – le preguntó el comandante.

- No, no es eso. –La sonrisa del peliazul fue deslumbrante -. Es que nunca me había despertado con alguien haciéndome el desayuno. Ya ves tú que estupidez.

Airen sintió un leve alivio al escucharle decir eso. Luego volvió a sus reflexiones internas. Algo tan normal como despertar por la mañana con una persona a tu lado preparando algo para comer. Él lo había vivido en las dos relaciones anteriores que había tenido y la sensación era realmente reconfortante. Para Rain, aquella parecía ser la primera vez. Un pensamiento que no desagradó al comandante.

- Al café, ¿le pones leche? – le preguntó entonces.

No se conocían de nada, eran dos perfectos desconocidos absolutos. Pero por algo había que empezar. En su caso, por saber si Rain tomaba el café con leche o sin ella.

- Sí, un poco – asintió Rain.

- Vale. Estará terminado dentro de poco – le dijo, con un asomo de sonrisa en los labios.

- Gracias – añadió el librero.

Airen volvió a la pequeña cocina. Gracias al espacio diáfano de la trastienda, que era como la planta baja de una casa, Rain podía ver al comandante en la cocina desde la cama. Le asaltaron miles de preguntas, pero se quedó en silencio, observando solamente al pelinegro trastear con los cacharros moviendo aquel culo que estaba claro de quién había heredado.

Diez minutos más tarde, el comandante llevó hasta la cama el desayuno. Una taza de café con leche humeante, un zumo de naranja que tenía pinta de ser recién exprimido y un plato que olía a algo dulce. Cuando lo puso sobre la mesa y vio lo que era, soltó una exclamación.

- ¡Gofres de chocolate! – Luego se relamió.

- ¿Te gustan? ¿He acertado?

- Sí – respondió, asintiendo con vehemencia -. Llevaba años sin comerlos.

- Adelante – le invitó el comandante.

El pelinegro se sentó en una silla al lado de la cama con su propia taza entre las manos. Rain cogió su café y sopló el líquido. Era una manía que tenía, no porque estuviera demasiado caliente. Notó el calor traspasar la taza y llegarle a las manos. Lo agradeció.

Airen por su parte, tras observarle durante unos minutos, no pudo quedarse callado por más tiempo.

- Lo siento, Rain – susurró entonces.

El librero levantó la mirada hacia él.

- No debería haberte negado mi ayuda – añadió -. Y mucho menos haberme puesto como me puse contigo.

- Algo me dice que si estoy vivo es precisamente gracias a tu ayuda – hizo notar Rain -. No le des más vueltas.

- No puedo evitarlo – confesó el comandante -. He visto lo que te han hecho – susurró entonces Airen.

Rain dejó la taza sobre la mesa y empezó a comerse el gofre de chocolate.

- Siento mucho la incompetencia que he tenido contigo. Siento haber cerrado los ojos sin darme siquiera cuenta – añadió Airen.  

El librero se lamió los restos de chocolate de los labios antes de hablar.

- Los secretos a voces a veces solo llegan a los oídos más finos, Airen – le dijo -. Estoy seguro de que tenías cosas mejores que arreglar que estar pendiente de algo que ni siquiera eras consciente de que sucedía.

- Mihawk me lo dijo y no le creí – insistió Airen -. Soy un idiota.

- No lo eres. Estás condicionado por lo que te une a Mihawk, nada más.

- Eso podría haber significado que te dejase morir incluso a sabiendas de que tú no tienes nada que ver con la relación que tengo con ese pirata – alegó Airen -. Me cegó el hecho de que él intentase protegerte. Lo cual sólo me hace peor persona.

- Si fueras mala persona no estarías aquí. –Señaló los gofres -. Y no sabrías cocinar de semejante manera – sonrió.

Que Rain le quitase importancia no le hacía sentir menos culpable, pero sí le reconfortaba el saber que tenía la oportunidad de enmendarlo.

- ¿Por qué dejas que te hagan esto? – preguntó entonces Airen.

- ¿El qué?

- Vamos, Sho me lo ha contado. Dice que te maltratan físicamente, ¿es verdad?

Rain clavó la mirada en el comandante por toda respuesta. Ese hombre no era la clase de persona que se quejaba, ni siquiera se lamentaba de sus desgracias, como si eso fuera sólo un lastre más para él. Airen sintió cierta desesperación.

- ¿Y por qué lo consientes, eh? – le espetó -. No tienes que aguantarlo.

- ¿Y quién va a decirles que soy un buen chico, Airen? – le cortó el librero -. ¿Tú? No hay nada más que puedas hacer que no haya intentado yo antes. ¿O acaso te crees que me he rendido sin luchar por cambiar las cosas?

- Pero no lo entiendo. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta antes? Nosotros protegemos a la gente – insistió Airen.

- Ya te lo dije. Yo no soy “gente normal”. Y tú no eres omnipresente. No puedes estar en cada rincón oscuro de cada callejón de esta ciudad. Lo que yo aguanto no son cosas que hagan a plena vista aunque todo el mundo sepa que ocurren. Y si lo hicieran, no les descubriríais, eso lo he comprobado.

- Estás haciendo que me sienta peor – aseguró el pelinegro.

- También es culpa mía por no quejarme – le dijo entonces -. Es algo que no va conmigo pero supongo que tampoco lo hice porque creí que nadie me escucharía. No pensé que tal vez el nuevo comandante de la guardia ciudadana sería un poco diferente.

- Asumiste que tenías que vivir aguantando el odio de toda la isla. No puedo ni imaginarme lo que supone eso. ¿No estás cansado?

- Hasta cierto punto, sí. He llegado a la conclusión de que, aunque me odien y no pueda hacer nada con eso, me gustaría dejar de soportar agresiones físicas. No sé si realmente merezco todo el dolor, pero no quiero aguantarlo más.

- ¿Por qué no lo has pensado antes? – A pesar de hacer tantas preguntas, el tono de voz del comandante estaba lejos de ser el de interrogatorio.

- Porque creí que, si aprendía a defenderme, ya no me verían como objeto de burla sino como una amenaza real. Alguien que puede hacerles daño. Un monstruo fuerte físicamente capaz de golpear. Y no quería eso.

- ¿Qué ha cambiado ahora? – quiso saber.

- Que alguien me ha hecho darme cuenta de que no se puede pujar toda la vida por una carga como esa. Y que si sigo así, algún día realmente acabarán matándome. Yo no tengo una fuerza sobrehumana como tú o como Mi… - Se interrumpió, mordiéndose el labio inferior -. Perdona.

Airen agradeció el esfuerzo de Rain por no seguir comparándole con el Shichibukai.

- Soy fuerte de otras maneras – añadió entonces -. Pero quiero serlo también para protegerme a mí mismo al menos.

Desde luego, el comandante no podía pensar que ese hombre fuera un cobarde o un débil. Rain se defendía a su manera y sobrevivía de alguna forma que Airen no alcanzaba a comprender. Pero lo hacía. Era mucho más valiente que muchos de los hombres que presumían orgullosamente de ser superiores que él había conocido.

- Airen, ¿puedo preguntarte algo? – preguntó de pronto el peliazul.

- No necesitas pedirme permiso para hablar, Rain. Si puedo, te responderé.

El librero asintió.

- Me gustaría saber qué va a pasar con la señora Gibbs.

El comandante dejó la taza de café sobre la mesa. El tema era bastante escabroso. Pero Rain se merecía que respondiera a sus preguntas.  

- Esa pobre mujer está desequilibrada, Rain. Aunque todo el pueblo quisiera que te hubiera matado, esto es un intento de asesinato como otro cualquiera, y así se va a tratar.

- No me gustaría que le pasara nada malo – añadió el librero.

- Nada te asegura que no vaya a volver a intentarlo. La señora Gibbs es peligrosa.

- Sólo está desesperada, Airen – dijo Rain, con un tono tan comprensivo y empático que sorprendió al comandante.

- Eso no es excusa para matar a nadie. Sé que ha tenido que pasarlo muy mal, pero eso no justifica que te disparase.

- ¿Entonces? ¿Qué va a suceder con ella? – repitió Rain.

- Ni yo mismo lo sé. Pasará a disposición del juez – le informó -. Él decidirá lo que es mejor para ella.

- A veces las cosas no se arreglan así, ¿sabes? El juicio de una sola persona puede estar equivocado.

- Sí, es posible, pero en el sistema de leyes por el que nos regimos, gracias al cual hay orden en la sociedad, es necesario que haya alguien por encima que tome las decisiones.

- Las leyes ordenan la sociedad, pero no la protegen – apuntó Rain -. Sé que tú perteneces a ese lado de la ley que intenta proteger a las personas pero… no es tan sencillo.

- Ya sé que no es sencillo – hizo notar Airen.

Rain no quiso decir nada más. El comandante intuyó que faltaba algo por salir a la luz, pero prefirió no forzarlo demasiado. Ambos cogieron el café y dieron un sorbo lento. El librero aprovechó el silencio para comer un trozo más de su gofre de chocolate. 

- Esta vez soy yo el que quiere preguntar algo – dijo entonces Airen.

- Adelante – sonrió Rain, poniéndose la mano delante de la boca mientras terminaba de masticar el trozo de gofre.

- ¿Qué pasó con la señora Gibbs? – susurró -. Tuvo que ser algo realmente duro para que terminase así.  

El librero cogió esta vez el zumo y, tras un trago corto, lo dejó sobre la mesa. Se aclaró la garganta y levantó la mirada hacia Airen.

- Buscaba venganza por la muerte de su marido – respondió.

- Leonard Gibbs, era agente de la guardia ciudadana – señaló Airen -. Le conocíamos. Desde que estábamos en la academia, Leonard era un héroe.

- Murió como un héroe. Aunque la causa de semejante desgracia, fuera yo.

- Eso es lo que todos dicen – dijo el comandante -. He oído historias. Y he leído periódicos viejos. Pero eso no significa que en ellos esté la verdad. Yo quiero saber lo que pasó. Lo que realmente pasó.

Rain se sorprendió ante la diligencia del comandante. La tarde anterior había sido de lo más cortante y duro con él. Sin embargo, en ese momento, algo parecía haber cambiado en él. No sabía qué podía haber causado semejante giro en la extraña relación que había empezado a fraguarse en aquella trastienda, pero el librero no podía por más que agradecerlo. La compañía de Airen estaba resultando de lo más agradable.

- Sé que no te he dado motivos para confiar en mí, pero me gustaría que me lo contaras – añadió Airen.

- La confianza es solo una ilusión en la que no creo, comandante – respondió el librero -. Pero si de verdad quieres saberlo, te lo contaré.

Airen respondió con su mejor cara de atención. Rain se tomó un momento antes de empezar a hablar. 

- Conocí al señor Gibbs cuando apenas era un niño. Él me salvó la vida, literalmente. Y además cuidó de mí a pesar de la oposición tajante de su esposa a que lo hiciera. Yo le tenía un aprecio casi paternal. Para mí era todo aquello que no había tenido. Pero la carga que yo llevaba encima no hizo sino aumentar con los años. No sabía cómo seguir haciéndole frente a esa situación, estaba perdido, y no vivía, sobrevivía. Y llegó un día en el que yo alcancé el límite de mi cordura. El mismo día que el señor Gibbs murió.

El librero dio otro sorbo al zumo, como si estuviera manteniendo al comandante con un gesto de expectación a propósito.

- Era algo bastante común que llegasen piratas a la isla y que la guardia ciudadana les patease el trasero – continuó -. Leonard fue al puerto esa tarde para hacer su trabajo, como cualquier otro día. Pero yo también estaba allí.

- ¿Qué hacías en el puerto?

Normalmente, cuando se declaraba el estado de sitio por piratas en la isla, la gente se refugiaba rápidamente en la ciudad, la cual los guardias fortificaban para que los ciudadanos estuvieran a salvo y así no hubiera víctimas civiles. Los protocolos de actuación no habían cambiado en esencia durante todos aquellos años.

- No estaba allí. Fui. Me presenté voluntariamente cuando me enteré de que acababan de desembarcar unos piratas.  

- ¿Por qué fuiste?

- Porque quería morir. Fui a que me mataran, Airen – confesó en voz baja.

El comandante contuvo el aliento un instante, pero no le interrumpió.

- Me daba igual quien fuera o cómo lo hiciera, mientras me matase. Yo era demasiado cobarde para enfrentarme a la muerte de mi propia mano.

- Buscar la muerte de semejante manera también es cobardía – dijo el pelinegro, en apenas un murmullo.

- Me daba lo mismo, no importaba – repitió Rain -. Yo no podía soportar seguir viviendo con todas las cargas que tenía encima. Con situaciones como las que la gente del pueblo sigue provocándome hoy en día, mirándome con odio, queriendo matarme pero incapaces de hacerlo porque son unos pusilánimes. Mi existencia iba de golpe en golpe, de sangre y soledad. No podía aguantar más.

- Hicieron que te rindieras – musitó.

Airen no alcanzaba a comprender cómo era posible que un odio semejante hubiera arraigado con tanta fuerza en la gente como para acabar con la determinación y el valor de la vida de un hombre como Rain.

- Sí. Pero el señor Gibbs, la única persona en la que había aprendido a confiar, me devolvió la fe en la humanidad. - Rain esbozó una sonrisa nostálgica -. No quiso dejarme morir. Me protegió de un ataque al que me expuse para que terminara con mi burda y asquerosa existencia. Y fue él quien perdió la vida. Por mi culpa. Eso solo hizo que la gente me odiase todavía más, si es que era posible. Decían que cualquiera que se acercase a mí, moriría, de una forma u otra. Supe que, aunque estaba vivo, mi vida estaba acabada.

- ¿Qué pasó después? – Necesitaba saberlo -. Apenas serías un adolescente por aquel entonces. 

- Tenía diecisiete años. Y un juez tomó la decisión de que, el mejor lugar para alguien como yo, era una institución reformatoria en un pueblo perdido en las montañas del oeste. En ese territorio donde nadie se atreve casi ni a entrar. Una tierra sin ley. De donde no tenían intención de haberme dejado salir nunca más.

Airen encontró entonces el significado de las palabras que Rain le había dicho. Las leyes no le habían protegido cuando debieron hacerlo. La decisión de lo que sería del resto de su vida y de aquel futuro que Leonard Gibbs había muerto por proteger acabó en manos de un juez que se lo había quitado de encima como si fuera una bolsa de basura apestosa. Era lógico que el librero no confiara absolutamente nada en el sistema legal sobre el que trabajaban.

- No te preguntaré qué te pasó allí – dijo Airen.

- Ya has visto las cicatrices, así que sé que te lo imaginas – respondió Rain.

El comandante recordó las marcas redondas de quemaduras, las cicatrices alargadas como si hubieran paseado un cuchillo muy afilado sobre su piel blanquecina. Por algo la tierra del oeste era un lugar oscuro en el que ni siquiera la guardia ciudadana tenía poder. Porque eran monstruos incapaces de comportarse como personas civilizadas, animales que hacían carroña de la gente antes de comérsela. Los bajos fondos de la sociedad estaban allí. Donde Airen no podía alcanzarles, por más que quisiera limpiar la isla de esa bazofia con forma humana.

- Eres de las pocas personas que ha visto mis marcas, debo decir – añadió el librero.

- ¿Sólo tus amantes y yo? – preguntó el comandante, con una mirada pícara.

Rain soltó una carcajada divertida. Airen había cogido rápido el juego de dobles intenciones en el que a Rain le gustaba esconderse.

- No. Mis amantes tampoco han tenido, en su mayoría, semejante privilegio. – Ladeó la cabeza de una forma que al comandante se le antojó adorable y sexy -. Lo hacemos con la ropa puesta – añadió, devolviéndole una mirada más ardiente de lo que Airen esperaba.

Se formó una pequeña tensión momentánea que Rain supo romper con una sonrisa muy dulce. El comandante, para su sorpresa, no se sintió incómodo.

- No me gusta que las vean – dijo el peliazul entonces -. Me hace sentir vulnerable. Como si tuviera la sensación de que cualquier puede dejarme una marca más.

- ¿No significa eso que no te dejas ver porque no confías en nadie?

- Es posible. –El comandante era más empático de lo que Rain había pensado -. Y tampoco quiero que sientan lástima de un dolor que se disipó hace tanto tiempo.

- Dije que no quería preguntar lo que pasó allí, pero sí me causa curiosidad saber cómo saliste de ese sitio – dijo entonces el pelinegro.

- No preguntes cosas de las que ya sabes la respuesta, Airen.

El pelinegro asintió despacio. Mihawk. Él había sacado a Rain, seguramente de alguna forma poco legal, de la institución reformatoria. ¿Por qué lo haría? Conocía lo suficiente al Shichibukai como para saber que un pirata como él sólo salvaría la vida de alguien de esa manera si con ello obtuviera algo a cambio. Pero tampoco quiso preguntar qué era lo que Rain le había dado a Mihawk a cambio de su libertad.

- ¿Por qué volviste aquí? Sabías cómo eran las cosas. Entonces, ¿qué te hizo volver a este lugar?

Rain se quedó pensativo un momento. En su cabeza vio pasar los recuerdos del día en que Mihawk había aparecido en la institución reformatoria para liberarle. Le había dado dos opciones. Alejarse de aquella isla para siempre. O trabajar para ayudarle a proteger a la gente que le odiaba. No es que fuera masoquista, que quizá un poco sí. Pero Rain había decidido quedarse para devolverle a Leonard Gibbs todo cuanto había dado y sacrificado por él. Ese hombre era su referente y quería hacer las cosas bien, ayudar a la gente. Al principio fue duro ayudar a la gente que quería matarle. Luego, poco a poco fue volviéndose más poderoso en su cargo de intermediario, al punto de ser el por quien pasaban todas las transacciones sucias u ocultas entre la gente del pueblo con problemas y las mafias del Oeste.

Pero esa historia no entraba dentro del trozo de su pasado que iba a dejar que Airen conociera.

- No lo sé – respondió al final -. Supongo que la idea romántica y surrealista de que éste es mi hogar. Aunque poco a poco me he ido alejando de ese concepto, hasta creer que no pertenezco a ningún sitio.

- No es justo que te hagan pensar eso – dijo entonces el pelinegro -. Aunque he oído rumores, no sé exactamente qué es lo que les ha llevado a tratarte como te tratan. Pero no tienen derecho a hacerlo.

Cada vez se sentía peor por haber hecho caso de aquellas historias y haber juzgado al librero como lo había hecho.

- ¿No lo tienen porque te parezco buena persona? ¿O si fuera tal y como los rumores cuentan entonces estaría bien ser tratado como basura?

- Tú no eres basura – sentenció Airen -. No mereces que te castiguen de esta manera porque no has hecho nada malo.

- Sólo conoces un trocito de la historia – le advirtió -. No te precipites. Quizá te encuentres con cosas de mí que no puedes defender.

- Eso seguiría sin ser razón suficiente para que te golpeen por diversión a sabiendas de que no te defiendes nunca, maldita sea. ¿Qué somos? ¿Animales salvajes?

El comandante parecía realmente indignado. Y por sus palabras, Rain acababa de descubrir a un Airen adorablemente ingenuo.

- Yo no he dicho que sea una buena persona – apuntó entonces Rain.

- Si no lo fueras, hace tiempo que habrías machacado a los que te hacen daño.

- No sé pelear – le recordó.

- De una forma u otra, sé que habrías encontrado el modo – insistió Airen -. Me pareces una persona con más recursos de lo que aparenta. Pero no lo has hecho. Hay algo que te lo impide. Y creo que eso es lo que te hace, quizá no un santo, pero tampoco mala persona.

Ingenuo e inocente. ¿Cómo podía ser el comandante de la guardia ciudadana un crédulo semejante? Aunque a ojos de Rain, eso le hizo verle como alguien a quien merecía la pena regalarle una sonrisa.

Un pequeño reloj de cuco que había en la pared de la cocina dio de repente las doce en punto de la mañana. Airen se giró hacia él, sobresaltado.

- Mierda, qué tarde – masculló para sí.

Se levantó de un salto y rápidamente recogió el plato, las dos tazas de café y el vaso del zumo. Lo dejó en la cocina todo lo colocado que pudo y volvió hasta la cama.

- Prometo volver a recogerlo – le dijo -. Pero tengo que irme. – Se detuvo un instante en su prisa para mirar fijamente al peliazul -. Gracias por contármelo, Rain – le dijo el pelinegro. 

- Gracias por el desayuno, Airen – le devolvió el librero el agradecimiento. 

- Le diré a Sho que pase a verte esta tarde – añadió el comandante.

- ¿Es necesario? Es que me va a dar otra vez la charla con todo eso de que es injusto que me hagan esto y esas cosas – se quejó Rain.

- Yo no puedo venir, tengo que revisar unas cosas – se disculpó el comandante -. Tal vez mañana – añadió -. Tú ahora sólo preocúpate de descansar. Cuanto menos esfuerzo hagas, antes te recuperarás. Y antes empezaremos con los entrenamientos – sonrió Airen.

- ¡¿Eh?! – exclamó Rain -. ¿Entonces vas a enseñarme?

El rostro de Rain se iluminó, lo cual no pasó desapercibido para el comandante, que sintió una punzada de entusiasmo que el librero le acababa de contagiar.

- Cuando te recuperes por completo – repitió el comandante -. Pero hay algo que tengo que pedirte.

- Tranquilo. Será nuestro secreto – respondió Rain, guiñándole un ojo.

Airen sintió parte de alivio ante esas palabras tranquilizadoras de Rain, y parte de culpa por pedirle que aquello quedase en secreto entre los dos. Era cierto que ahora había cambiado por completo la idea que tenía del librero. Pero el resto del mundo seguía pensando igual de él. Prefería evitar los escándalos. No quería tener que dar ninguna explicación de lo que hacía o dejaba de hacer con Rain. Si alguien se enteraba y corría la voz, tenía dos opciones a las que atenerse. Decir la verdad, que le estaba entrenando, y que la gente empezase a verle como una amenaza, tal y como Rain se temía. O mentir para ocultar el entrenamiento. Y lo único que se le ocurría decir era que se acostaba con él; cosa que sólo llevaría a un escándalo todavía más grande, porque empezarían a pensar que el demonio había sido capaz de corromper incluso a una figura importante en la seguridad de la isla como era el comandante de la guardia ciudadana. Esta vez, que nadie le viera con Rain no era cuestión de prejuicios personales del pelinegro. Era por puro intento de cuidar del librero. Porque ahora, Airen Hawk había hecho de la protección de Rain su propia responsabilidad.   

Notas finales:

Bueno, poco a poco se va sabiendo más de este personaje que hasta ahora parecía misterioso. Como veis, el fic no va demasiado lento, porque quiero que no sea muy largo (a ver ahora hasta cuando estoy publicando capítulos xD).

Como siempre, espero que os haya gustado (al menos, que no os haya dejado indiferentes, me conformo con eso), gracias por leerme y os espero en el próximo. 

Erza.


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