Podía verlo desde que puso un pie en la entrada, normal pues Zen regresó temprano… ¿desde cuándo empezó a llamarlo Zen? Yokozawa No tenía muchas ganas de recordarlo. Se fastidió cuando percibió el aroma que desprendía el cigarrillo que en ese momento era consumido por el castaño. Genial, eso solo significaba una sola cosa y no estaba dispuesto a aquello…
-detente Takafumi – el mencionado detuvo su salida de ese hogar, que casi podría llamar suyo también – ¿por qué te vas?
-¿está Hiyori?
-no
-ahí tienes tu respuesta
El azabache se dispuso a salir, pero esperaba que lo agarraran del brazo, le dijeran que como estaban solos podían disfrutar adultamente del tiempo y… ¡que se fuera al diablo! ¡Se iba a negar rotundamente! Pero… ¿por qué no pasó nada? Con curiosidad, pues era demasiado extraño, se giró a verlo. Ninguna reacción, aquel castaño seguía dándole la espalda. ¿Decepcionado? Tal vez…. ¡pero de sus labios jamás se afirmaría! Yokozawa abrió la puerta, carraspeó ligeramente pero nada… entonces, ¿Qué demonios pasaba allí? ¿Ese infantil, alto y guapo intento de acosador no iba a hablar? Cerró la puerta fingiendo que se fue, pero de nuevo nada. Ahora sí se preocupó.
-¿tienes fiebre? – suspiró acercándose
-no, solo fumo un poco – estaba sentado sobre la mesita del centro de la sala… ¡esperen! ¿Mesa?
-¿estás ebrio?
-no… mucho – esa risita aguda y hasta irritante le dio a Yokozawa una idea de lo que pasaba. Aunque la decena de latas de cerveza también eran una pista importante – necesito cariño y hallé una casa solitaria
-¿dónde está…?
-con su abuela – Zen se giró e hizo una leve mueca que lo hacía ver ¡malditamente idiota! Y ese rubor intenso, por el alcohol, era ¡una sobredosis de infantil estupidez!
Yokozawa iba a irse, pero claro, malditos sentimientos que aparecieron desde hace tiempo. Fastidiado regresó, apagó el cigarrillo, apartó la lata regando un poco de cerveza en su propia ropa, porque riñó con un ebrio Kirishima “falto de amor”. El azabache luchó por mantener estable a un amoroso Kirishima, hasta que logró llevarlo a la habitación. Tal vez era el cansancio pero sintió como si el peso fuera el doble y jadeó al momento de tirarlo a la cama. Odiaba estar en esas situaciones extrañas que le daban el denominativo de “esposa perfecta”
-¿podrías soltarme? – se quejó cuando terminó siendo recostado, con un castaño aprisionándolo con brazos y piernas – pareces un maldito oso, ¡quítate!
-el oso aquí… eres tú –
-¡déjame!
-tus ojos me gustan – el otro se quedó estático, odiaba cuando su pareja actual se ponía en faceta “amante borracho romántico de telenovela” – me gusta tu cabello, tu nariz, cuando frunces el ceño… lo que más me gusta es tu mal humor
-¿podrías callarte? – lo miró, aquellos ojos brillaban con un extraño toque dulce… lleno de amor ¡que se joda su corazón que llevó el calor a sus mejillas! – me enojas
-eso suena a que me amas
-no
-me amas… pero no más de lo que yo te amo
-idiota