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Secreto a voces por koru-chan

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Notas del capitulo:

En las notas finales les narraré la historia real de forma acotada. Leanla después del Oneshot <3

Secreto a voces

 

Capítulo único

 

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Era 2008 y estaba atrapado en medio de una clase que me era irrelevante; era una especie de tortura que llevaba por nombre: “Recreación y gestión de actividades”, la cual sonaba como si tuviésemos noventa minutos de descanso, mas no. Era una clase, una insufrible asignatura con un maestro de rostro angelical y siempre sonrientes comisuras; el prototipo de chico guapo que todas las chicas deseaban. Asumía también, que era porque utilizaba ropa deportiva y su “amiguito” se le notaba en demasía.

Somnoliento, a las diez de la mañana, pretendía  puntualizar ideas para “dinámicas” que tendríamos que emplear de forma humillante frente a la clase. Era una actividad absurda sin sentido para mí, pero ahí estaba yo intentando ser el proactivo de mi grupo para después tener una excusa y decir: “—Soy la cabeza pensante de este trio de idiotas”. Mi idea era no participar en el menoscabo público; pero no había salvación para mí. Aunque reiteradamente tuviese aquella excusa, el profesor me miraba de mala forma  terminando con un enorme cero en participación.

Procuré concentrarme y obviar que los minutos pasaban lentos y agónicos. Por ello fui apuntando cualquier desfachatez en mi lista. La número uno era matar a Gabriel, lástima que no contaba con una Death Note. Me reí de forma macabra mientras imaginaba su real fallecimiento en mi mente escuchando a Shima murmurar un:

—Éste está cada día más loco—su voz se mezcló con los múltiples gritos, vitoreos, risotadas y cuchicheos álgidos que daban mis compañeros dispersos de forma libre por la sala. En su mayoría, agrupados en diversas áreas de aquel salón borrando la distribución arcaica de las mesas alineadas porque según decía el maestro: “La libertad nos animaba a tener una mente creativa”. En cambio él perdía su tiempo recargado en su cómodo asiento a nada más que a mirar las piernas de mis compañeras que le coqueteaban de forma descarada.

—Akira…

—Mmh—murmuré desinteresado en el sujeto sonriente que estaba delante de mi pupitre.

—Mira… —indicó con su cabeza al centro del aula, en específico, hacia una chica coludida con su entorno cercano quienes se reían al mismo tiempo que la muchacha nos mostraba algo…

Sin entender agudicé mi vista algo astigmática sin captar bien la imagen enmudecida que nos daba un bonito celular de la época, de esos que todos codiciaban por el grado de modernidad que alcanzaba. Era un modelo que se abrían estilo “almeja”. Blanco, con detalles en naranjo metálico y de letras brillantes. Innovador para el año; caro e inaccesible. Estaba seguro que aquel aparato se mofaba de mi ladrillo rectangular de tono gris aburrido olvidado en mi bolsillo.

—¿Qué pasa?—hice mis ojos pequeñitos intentando vislumbrar una imagen algo difusa que la diminuta  pantalla poco dejaba apreciar dada la distancia—. No veo nada—oí como chistó con su  lengua y la chica quien portaba aquel teléfono, que no era de su propiedad, nos hizo una ademán cerrando el artefacto.

—¿Qué tramas, Yutaka?—lo cuestioné viendo como en sus labios se colaba una sonrisa divertida.

—¿Acaso vives en las nubes?—alcé mi ceja sin entender. Estaba algo disperso por el ambiente viendo como el maestro revisaba en su escritorio los apuntes de unas chicas y la sala disgregada, parecía un circo. Todos se movían con autonomía; hablaban fuerte, algunos escuchaban música y los más simplones se carcajeaban con bromas pesadas a los chicos a su alrededor. En resumen: Nadie estaba muy atento a la estúpida clase. Las únicas que estaban con Gabriel distrayéndolo con banalidades propias de niñas de dieciséis años era el grupete de “las chicas pesadas” quienes aprovechaban la instancia para coquetearle e intentar que aquel hombre las mirasen como las “mujeres” que decían ser cuando las pubertas ni siquiera se habían desarrollado completamente.

—Es uno de esos vídeos virales, ¿o algo así?—hablé con desgana viendo como negó con entusiasmo. Suspiré mirándolo sin mucho interés.

—El teléfono es de Matsumoto—sin querer miré al nombrado quien estaba mirando por los cristales charlando y riendo. Rara vez había intercambiado palabra con él. Era el chico popular de la clase sin serlo; simpático, alegre, buen alumno y bonito. Con apenas esas características ya te despojabas del banal montón.

—¿Qué andan haciendo con el? Takanori se va a molestar…—alcé mis hombros pensando que posiblemente habían grabado alguna tontería con su moderna cámara para fastidiar—. No te metas ahí que después si se pierde o rompe no tendrás dinero para comprarle otro; mira que ni tienes celular ahora—lo observé burlesco riéndome mentalmente al recordar que su teléfono, con similares características al mío, pero el de él de segunda mano, se había caído por el inodoro y con suerte le había funcionado un par de días después de eso—. Tampoco Matsumoto debería prestárselos a todos sin discriminación…—dije sabiendo como eran de salvajes todos en el lugar, y claro, más de alguno con características de  entrometido podía leer algún mensaje o hacer llamadas indebidas a organizaciones privadas; si estuviese en su caso, jamás lo prestaría. Bueno obviando el aparato pasado de moda que cabía en uno de mis bolsillos y que de nada servía; a nadie le llamaba, siquiera, la atención.

—¿Cómo es posible que nunca te enteres de nada, Suzuki?—se volteó  desenredando el cable de su mp3. Bufé garabateando en mi supuesta lista de ideas que ni me había molestado en hacer bien.

—No me interesan muchos las bobadas que andan haciendo ustedes...—bramé recordando que muy poco me enteraba de los dramas del curso; todos eran muy idiotas con personalidades comunes.

—¡No tienes idea de lo que te pierdes!—Yutaka se volteó de repente sobresaltándome, no sólo a mí, sino a su compañero de pupitre: Takashima quién jugueteaba con su teléfono completamente ajeno al entorno, y a Shiroyama junto a mí quien leía una revista de bandas. Me miró con los ojos saltones llenos de éxtasis.

—No quiero ser parte de lo que traman…—hablé sin ninguna pisca de interés en mis cuerdas vocales.

—Que aburrido eres…—concluyó pensativo tras mis palabras—. No es nada grave tampoco. Además, si lo presta es por algo— alcé una ceja sin comprender a que iba—. Se lo pediré para el cambio de hora.

Lo que me hizo recordar que nos tocaba biología con la mujer más insufrible del planeta: La maestra Susana. Sé que todos dicen que los profesores, de alguna u otra forma, les guardan algo de rencor; posiblemente aquello sea una exageración, pero en mi caso, era más que cierto. La bruja Susana ya me había mandado dos veces al psicólogo y la segunda había mandado a llamar a mis padres. La señora más blanca que el papel quería lavar mi cerebro y hacerme del montón; jamás entenderé porque lo diferente aterra.

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Me había olvidado por completo del dichoso aparato y su secreto contenido, pretendiendo escuchar de forma atenta la clase. Porque sí, habían veces que ponía atención, meramente porque al saber que a la mujer plantada en medio del aula no era su favorito, tenía que esforzarme un poco más en tener buenas notas. Al menos eso creía, mas no me iba muy bien en ninguna asignatura.

Con la mano sujetando mi rostro anotaba como una autómata lo que la maestra hablaba con mi cerebro pensante en lo que había traído para almorzar. Bostecé acomodando mi cuerpo entumecido recargando mi espalda en la incómoda silla plástica mientras, extrañado, miraba el comportamiento de mis compañeros de adelante. Contraje mis ojos viendo como Yutaka y Takashima estaban hombro con hombro; sus cabezas agachadas mostraban como, claramente, estaban viendo algo de forma discreta. Observé a Yuu junto a mí impulsándose un poco para ver de qué se trataba el profundo interés del dúo terminando por unirme al trio curioso. Toqué la espalda de Tanabe y ambos cuerpo se despegaron develando el punto de interés: El teléfono de Matsumoto. Quedé boquiabierto intentando disimular el asombro, pero mis mejillas rojas me delataban. Pretendí mantenerme impoluto, pero era algo que había superado cualquier tipo de expectativas que había imaginado encontrar en dicho celular.

—¿Qué es eso?—murmuré viendo como Shima situaba su dedo índice en sus labios. Le pasó el dichoso aparato a Yuu y bajo nuestro escritorio unificado pusimos el teléfono viendo como el protagonista de ese lujurioso metraje rebotaba sobre otro hombre con el cabello alborotado y la frente sudorosa. Se podía ver como estaban sobre una cama. Takanori, desnudo  en su totalidad, dejaba apreciar su miembro plenamente erecto el cual rebotaba contra su abdomen. Fruncí mis labios mientras alzaba la mirada hacia aquel bonito sujeto quien anotaba lo que la maestra estaba escribiendo en la pizarra sin sospecha alguna de lo que ocurría a su alrededor

La muchacha en la fila del medio se rio cómplice al darse cuenta que ya habíamos sido partícipes de aquel polémico incidente permitiéndonos ver como articulaba con sus labios sin tono: “—Revisen los demás”. Concluyendo con: “—Es una perra”. Me mordí el labio inferior viendo como Shiroyama se detenía en un vídeo donde claramente Takanori le chupaba el pene a un sujeto que poco y nada se veía en las tomas; él era el único y expuesto involucrado.

—No es él—murmuré introspectivo y algo cortado por lo que acababa de ver. Seguramente  ignorando el hecho de que él era el dueño del aparato y que el personaje en cuestión era, sin ninguna duda, idéntico a él.

—Claro que sí—emitió Yuu mientras lo observaba.

—Es él. No hay dudas—la voz de Yutaka sonó firme. Alcé la vista aún perdida en las imágenes de la diminuta pantalla—. Pásenme el teléfono—nos dijo enloquecido de excitación el vivaz chico.

—¿Te irás a pajear al baño?—emitió mi compañero mientras yo rodaba mis ojos.

—Quiero ver algo— concluyó usurpando de las manos del azabache el codiciado rectángulo. Era obvio que quería consumir todo el contenido, pero para mí ya había sido suficiente.

Giré mí vista sin poder evitar mirar al chico protagonista de aquellas calientes escenas. Jamás me lo había imaginado realizando aquellas acciones; con ese rostro lleno de placer y disfrute. Sí, es obvio que el sexo es algo natural del ser humano, pero hay personas que en definitiva no te las puedes imaginar en ello...

Me sentí extraño cuando el muchacho que observaba se detuvo en su escritura para conseguir un borrador. La chica de su costado derecho le extendió el suyo y al recibirlo él me observó algo sorprendido por mi insidiosa mirada; mas recibí una sonrisa como regalo. Me sentí avergonzado y desvié mis ojos hacia el pizarrón rascándome la nuca seguro rojo como un tomate.

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Había algo que odiaba, bueno, detestaba todo de esta clase, pero que me tocara, por sorpresa, ser el encargado de la limpieza, de limpiar el “corral de los cerdos” como los llamaba coloquialmente, era algo que me encabronaba y más aún cuando coincidía con el día que salíamos algo temprano.

Con fastidio vi como la mayoría salió cuchicheando y riendo locamente de aquel enjaule educativo y yo me quedaba aguardando que el rebaño dejase solitario el lugar. Fui hacia el armario trasero medio estropeado y sustraje una escoba junto a una pala. Miré el basurero repleto y no me quedó de otra más que tomar la bolsa y salir  a tirarla para luego comenzar con mi faena. Pero antes de cruzar el umbral vi como en medio de  una mesa detrás de mi puesto habitual estaba el dichoso celular de Matsumoto, fruncí el ceño.

—Después de toda la diversión ni se molestan en devolverlo—bufé cogiendo el famoso aparato mirando inconscientemente el lugar de  Takanori vacío, pero aún con sus cosas en su lugar. Me extrañé y luego recordé que no lo había visto salir después de la última clase. Como un bobo me quedé con el teléfono en mi zurda y la bolsa de basura en  mi diestra pensativo cuando una voz, que detesto, me crispó los bellos de la nuca.

—Suzuki—me voltee viendo a la mujer de piel arrugada y lechosa mirar con el cuello estirado hacia el aula desocupada.

—No hay nadie—reiteré lo obvio a la quisquillosa maestra.

—¿Te toca hacer el aseo?—asentí de mala gana.

—¿Y tus compañeros?—rodé los ojos.

—No sé. No vinieron o se escaparon de clases—chisté con mi lengua. Recordando que mi escuadrón de limpieza era el más desorganizado de todos.

—Mañana hablaré con ellos—se cruzó de brazos.

—¿Sabe?,  no se preocupe. Estoy bien solo—se me había olvidado que la palabra: “Soledad” era una que esta mujer detestaba y rectifiqué: —… Digo, ellos son algo lentos, puedo hacerlo bien y más rápido—me miró con cara de que: “Tienes una cita pendiente con el psicólogo” y su tópico frunce de labios como si hubiese comido algo amargo le hacían lucir sus líneas de edad aún más marcadas. Bufé con disgusto—.  Tengo que ir a botar…—alcé la bolsa siendo interrumpido.

—Ando en busca de Matsumoto. Necesito aclarar algunas cosas con él, ¿estará aún en el establecimiento?

—No sé dónde está, me acabo de dar cuenta que sus cosas están ahí y tengo su teléfono que estaba tirado sobre un escritorio…—conté viendo, paulatinamente,  como su duro rostro se descomponía.

—Dámelo—ordenó autoritaria. Esa señora parecía militar.

—¿Qué?—fruncí el entre cejo sin comprender.

—El teléfono, Suzuki. Lo necesito.

—Pídaselo al dueño. Él no está así que va a tener que esperar a que vuelva—me miró iracunda.

—¡Soy tú maestra, debes hacerme caso!—la miré con desprecio.

—Lo sé, pero eso no le da derecho a inmiscuir en propiedad privada—finalicé yéndome hacia las escaleras más cercanas para ir a cumplir mi cometido. Cuando ingresé nuevamente al hall central vi a la  longeva profesora  hablando con la directora. Lo cual no le di importancia y subí para concluir lo antes posible para marcharme de una maldita vez de ahí. Claro antes tenía que esperar a Takanori…

Acomodé con agilidad los pupitres y barrí de principio a fin. Recogí papeles y dejé en el cajón de olvidados un par de lápices y una tijera. Terminé de acomodar unas sillas en su lugar y abrí las cortinas cerradas para que entrara la grata luz de la tarde. Para finalizar ordené las pertenencias de Matsumoto echándolas en su bolso y me fui acomodar al final de la sala en mi lugar favorito. Atrás había dos armarios, uno con libros y otros con útiles de limpieza y, en medio de estos, tres grandes mesas con ocho  sillas cada una que se usaban para taller cuando dividían la clase. Me senté en los altos asientos y estiré mis pies colocándolos sobre las otras mientras miraba la vista marina; como los autos y buses transitaban y como las personas iban hacia los juegos infantiles frente al mar. Me quedé un par de minutos sintiendo la briza con la ventana abierta, obviando que ya estaba el clima otoñal y fresco, cuando unas suelas frenéticas entraron al perímetro. Se acercó a su puesto extrañado al ver todo guardado y luego me miró.

—Tú—dijo—… ¿tú fuiste quién—pensativo terminó enlazando cabos en su mente—… Gracias— terminó de decir cuando yo me alcé de mi cómodo trance y caminé sin emisión alguna de léxico hacia él y le tendí el aparato codicioso. Este abrió sus ojos aliviado.

—La maestra Susana te andaba buscando— informé sospechando lo que quería hablar con aquel menudo chico.

—Tuve que ir a hablar con mi madre después del último receso—alcé una ceja—… Problemas familiares. Ya sabes... Cómo ahora no vivo con ella—lo único que sabía del castaño era que vivía solo con su pareja un par de años mayor que él. Jamás pensamos que “ella” era “él”.

—¿Sabes?—lo interrumpí en su relato algo atropellado—, no deberías cedérselo a todos—apunté el artilugio ahora en sus manos.

—¿Eh?—ladeó su cabeza arrugando levemente su frente—. No tengo problemas. Sé que todos no tienen cámara en sus teléfonos y les gusta tomar fotos o jugar—expuso complacido por su buena acción—. Sé que siempre recorre la clase completa y ni me entero quien lo tiene en su poder y ya me he llevado varios sustos porque no sé dónde queda al término de la jornada—se rió muy dulce mientras se me venía a la cabeza las múltiples imágenes mentales de lo que hace unos minutos atrás había visto.

—Yo—dudé. Pero no me podía quedar con lo que sabía. Entonces, terminé revelándoselo—... ¿Sabes por qué todos te piden tu celular?—me miró sin entender.

—¿Qué pasó, le hicieron algo?—cuestionó abriendo la tapa percatándose que todo estaba en orden.

—No sé si eres consciente de esto, pero tienes unos vídeos ahí que ya todos han visto. Todos hablan del tema de hecho— vi como sus orejas enrojecieron y velozmente revisó cada ítem de su teléfono hasta que dio con dichosos archivos—... No sé dónde, ni porqué motivo dieron con ellos, pero tu celular andaba circulando porque tienes varios vídeos bastante… reveladores. Y me incluyo también, porque sin saber caí y lo vi. Lo siento, pero nadie más te iba a decir esto.

—Mierda—se apoyó de las mesas las cuales hicieron un pequeño chirrido al sostener su peso. Me quedé parado al frente suyo sin emitir sonido alguno. ¿Qué podría decir ante lo vivido cuando el hecho ya no tenía forma de rectificarse?

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Había estado a punto de no ir el día siguiente a clases, pero ya era demasiado tarde para arrepentirme porque con monotonía ya me estaba adentrando aquel odioso lugar junto a demás iguales. Con hastío me situé en mi lugar apreciando como el área se comenzaba a llenar y a colocar ruidoso. Shima llegó y se acostó sobre su mochila como un muerto viviente.

—¿Estás bien?

—Estuve jugando vídeo juegos toda la noche, creo que estoy ciego—me carcajee escuchándolo hablar con los ojos cerrados cuando el maestro de turno acudió sentenciando el comienzo de la clase. Era con el único profesor que nos manteníamos callados, pero el silencio se volvió murmuros y risitas cuando miles de ojos se situaron sobre Matsumoto quien se había retrasado en el ingreso. Nadie le quitó la vista de encima mientras caminaba con presura hacia su sitio. Se vislumbraba un poco demacrado; poseía grandes ojeras y sus ojos apagados. Aquello era inaudito en la intachable imagen del bajito que siempre llevaba consigo una sonrisa pintada en sus labios.

—¡Le habrán dado toda la noche!—oí susurros.

—Seguro de esa forma consigue tantas cosas caras y de marca.

—Qué asco da—las palabras volaban por el salón como un virus.

—¡Hey, Takanori!, ¿cuánto cobras?—se carcajeaban a viva voz y el maestro no hacía nada para frenar las palabras que entonaban todos. Éste estaba, más que nada, preocupado de entender que ocurría con el chisme que corría en su clase.

Seguí su andar hasta que llegó a su pupitre. Podría sentir de manera empática como cada palabra lo apuñalaba y con impotencia se dejaba malograr.

—Le pasa por exhibicionista—Yutaka se rió mirándome con disfrute del ambiente al ver lo que estaba aconteciendo.

—Cállate—dije entre dientes dándole un golpecito en su hombro—. No seas hijo de puta cuando tú también tuviste la culpa por andar de fisgón—me miró con desprecio volteándose correctamente en su asiento. Las risotadas siguieron y a esto se sumó el maestro quien les preguntaba a las chicas de más adelante que era lo que acontecía por el reciente revuelo; mas nadie se atrevía a verbalizar lo que había pasado cortándose de inmediato tras la interrogación del mayor.

Tres golpes en la madera desgastada del aula dieron paso a la maestra Susana, quien entró con impronta a interrumpir las risillas de los idiotas del salón.

—Matsumoto—llamó luego de decirle al sujeto encargado de la sala que sacaría a alguien de la clase y con eso ya había terminado de entender que aquel controversial rumor ya había llegado a sus oídos. Todos, incluyéndome, observamos al susodicho quien alzó la vista pálido; parecía que se iba a desmayar.

—¿Qué pasó?—esbozó en un hilo de voz. La mujer presente bufó.

—Vamos y lleva contigo tus pertenencias—el chistosito de la clase amenizó el tenso ambiente con una onomatopeya de alguna melodía tétrica que sonó como: “Uuh” largo y gutural provocando las risotadas de todos. Claro, sin incluirme. Permanecí impávido a la espera que aquella mujer estoica no dijera una desfachatez tópica de las mentes cerradas.

—Pero…

—Inspectoría. Ahora—apuró.

—Señorita, Susana. ¿Qué ocurre con el alumno?—la longeva lo observó expresando un chisteo molesto seguido de un:

—¿No se ha enterado? El menor presente anda mostrándole a medio mundo imágenes de su autoría completamente pornográficas—vi como el chico se hundía cada vez más—la directora está enterada y necesitamos hablar con él para esclarecer los hechos. Además, requerimos saber quién es el otro involucrado. Porque claro, la guinda de la torta acá es que las escenas son homosexuales. ¡No puedo creer el grado de depravación que están teniendo, hoy en día, los jóvenes!—expuso aspirando denotar que ella era la entidad perfecta y que en el mundo no podía haber seres humanos distintos. Pero no me iba a quedar de brazos cruzados. Mientras el muchacho ordenaba sus cosas, que no hace mucho había sacado completamente humillado por algo que únicamente debió quedarse en su intimidad así como todas las facilonas que se estaban haciendo las mojigatas en aquella instancia, me alcé de mi pupitre encabronado haciendo todo el ruido posible con mi silla y golpee la madera que sostenía mi libro y cuaderno de aquella asignatura.

—Yo soy—dije captando la mirada que chirriaba fuego de aquella arrugada persona—… el otro involucrado del vídeo—todos quedaron desencajados hasta el mismo Takanori quien no me dejaba de mirar sin entender que estaba haciendo.

—Toma tus cosas y acompáñanos.

—Esto es demasiado escándalo para algo tan natural como lo es el sexo. ¿Qué importa la orientación sexual?, es SEXO, el cual dudo que usted no lo haya hecho—opiné—. Además ya varias les han abierto las piernas a diferentes sujetos y se hacen las santurronas. Hipócritas— el silencio abundó—. Y usted que se hace tan conservadora, estoy seguro que ni se hace de rogar cuando le piden que la chupe—sentí como la cara de la mujer mayor iba a estallar del cólera que la envolvió tras mis palabras.

—Los espero abajo—se mordió la lengua llena de veneno, y sin querer mientras me colocaba mi mochila tras mi espalda, miré al castaño cabizbajo quien me miró y sonrió levemente hacia mí en forma de agradecimiento. Lo vi caminar y yo lo imité colocándome tras su espalda y acariciando ésta en forma cómplice dejando atrás aún grupo impactado; nadie se esperaba que el “rarito” de la clase se encontrara en una “relación” con Matsumoto.

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Nos dejaron esperando a las afueras de la oficina de la directora. Eché mi cabeza hacia atrás apoyándola en el respaldo del asiento viendo de soslayo como Takanori estaba encogido sin emitir sonido alguno. Estaba Tenso esperando lo que se avecinaría.

—Tranquilo, lo peor es que nos suspendan, aunque no deberían— dije acariciando su brazo—. Bueno, a mí sí o sí por decirle a la maestra que le gusta chupar penes—me carcajee con maldad orgulloso de al fin escupirle en la cara un poco del ácido aquella odiosa fémina.

—No debiste echarte la culpa—me miró con congoja mientras posaba mi diestra sobre la suya la cual estaba aferrada con firmeza contra el borde del sofá. Este me miró extrañado, pero correspondió aquel inocente gesto de confort.

—Estaba harto de ver aquellas venenosas arpías. Siempre actuando amistosas, pero apuñalándote por la espalda cuando menos te lo imaginas. Y todos, de alguna u otra forma le siguen la moción como si aquel trio de infames fuesen líderes del salón.

—Gracias…—formuló en un tono muy bajo y yo acerqué su cabeza a mi hombro para que descansase un poco de su pesar en mí.

—Yo creo que me vendría bien descansar un tiempo—le sonreí viendo sus ojos preocupados.

—Le diré a la maestra que tú no…

—De ninguna forma—lo miré decidido justo cuando la mujer de rostro amargado salió del despacho indicándonos que entrásemos de a uno. La sentencia fue obvia: Me suspendieron y llamaron a mis padres. Nunca he entendido las suspensiones, para una adolescente no son un castigo. ¿A quién no le gustaría estar en pausa de clases por dos semanas fuera de la temporada de vacaciones?

Cuando la reunión se concretó me informaron que mi sentencia sería de cuatro días de expulsión del establecimiento más un castigo por parte de mis progenitores por decirle a la bruja que disfrutaba chuparla. Molesto entendí que Matsumoto me había librado de todo el absurdo cargo.

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Cuando volví todo seguía igual y la controversia, según mis compañeros de puesto, se había dispersado. La mitad del curso, incluyendo a mis cercanos, sabían a ciencia cierta que no era yo el involucrado, la otra mitad creía el hecho de forma ciega y me miraban como un extraño respeto, de hecho sentí que subí de estatus; ya no era el raro al parecer…

Pero las semanas transcurrieron, mi vida escolar continúo intermitente; malas calificaciones, y varias inasistencias, pero Takanori no había vuelto a pesar que sus dos semanas de suspensión de actividades ya había concluido.

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—¿Qué le habrá pasado?—murmuré mirando su lugar vacío a lo lejos.

—¿No te lo coges?—miré de soslayo al dueño de aquel molesto timbre—. Tú mejor que nadie deberías saber—hizo una pausa—. Seguro ya se buscó a otro con mejor pene que el tuyo— resoplé intentando ignorar a Yutaka aunque eso sea inútil; él jamás paraba de hablar.

—Dijeron que después de la suspensión, se retiró del colegio—miré al serio de Yuu estallar con la noticia de forma incrédula, pero era cierto; jamás volvimos a saber de él.

 

Notas finales:

¡Hola!

 

¡Gracias por pasar a leer!

 

<3

 

La verdad no recuerdo por qué me acordé de esta anécdota, seguro vi o leí algo que me  hizo rememorar hacia atrás.

 

Como vieron han pasado demasiados años y los recuerdos son algo difusos, adorné en demasía los hechos, pero lo concreto está tal cual; era el más importante después de todo.

 

La historia real:

 

Transcurrió de forma similar como la planteo en el fanfic ya que me quise aferrar lo más posible a los hechos. Estaba en tercero, tendría dieciséis y me sentaba en un grupo adelante como nerd; éramos cuatro. Y un día ésta chica protagonista llegó con este teléfono espectacular. Al paso de los días sentí que algo extraño le pasaba el grupito que se sentaba en la hilera de en medio, mi compañera de adelante ya sabía lo que ocurría y nos contó con lujo de detalles sobre el “vídeo” y claro, no tardó para conseguírselo y corroborar de forma vívida aquello.

 

Después del receso llegó con este celular. Primero lo vió con su compañera de puesto, y luego lo vi yo y mi compañera (y sí, lo vimos en medio de una clase ._.”) La verdad  que yo ya sabía lo que había en ese celular, así que a pesar de lo que vi  no quedé “choqueada”, pero sí, sentí un poco de empatía con la chica porque nadie debió ver lo que hacía ella en su intimidad.

 

Recuerdo que la chica, después que todos vieron dicho vídeo, andaba muy mal, el bullying en sí era muy sutil, se hablaba más a las espaldas del hecho y ella obviamente escuchaba todo. Luego de un par de días la chica dejó de ir.

 

No supe más de su historia porque yo también faltaba mucho y ese año, que para mí fue muy mierda, terminé de dejar de ir el segundo semestre, repetí el curso; lo cual no me arrepiento. Fue necesario. A veces las cosas pasan porque sí.

 

(Anécdota “x”: en mi curso había un virus llamado “embarazo adolescente” de las 25 niñas que habían diez estaban esperando bebés y como yo me retiré ese año, una compañera que siempre me llamaba por teléfono, me dijo que todos pensaron que yo también estaba embarazada x’DDDDD claro, en el momento me enojé mucho, ahora me da risa porque ya todas tienen bebés y yo no muahahah)

 

Al año siguiente y de forma muy random yo andaba en una feria local (al menos acá en chile, las ferias son lugares al aire libre donde se venden variadas cosas, pero en su mayoría, frutas y verduras) junto con mi madre y vi a la muchacha protagonista de esta historia embarazada…

 

Creo que me choqueó más verla con la super panza que el vídeo en sí. Fin.

 

Y nada gracias por estar atenta a mis escritos; como siempre, es un placer volver. La verdad no pensaba subir nada porque todo lo que tengo escrito está sin concretarse, y esto fue meramente un capricho, el cual disfruté mucho. No me odien por la falta de romance cursi

 

PD: Créditos a mi horrible ex curso de mierda, ojalá todos se hayan muerto incluyendo a esa vieja maldita, porque sí, la señorita Susana existe y me mandó al psicólogo por “rara” ahora que lo pienso debí haber ido…

 

Hahahaha

 

¡Las amo!

 

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