Desde pequeño Rogue supo que era diferente.
Cuando los demás niños rogaban a sus padres que les compraran ese juguete que tanto querían, él les exigía a los suyos que le compraran un libro. Cuando los demás niños saltaban de alegría el día en que cumplían años, él rogaba al cielo que todo el mundo olvidara el suyo. Y cuando los demás niños molestaban a las niñas gritándoles “lloronas” o “bobas”, él se limitaba a ignorar su existencia.
Quizá lo que más le diferenciaba era el extraño gusto que había desarrollado hacia lo misterioso. Se dio cuenta de ello cuando cumplió doce años, el mismo día que su madre le regaló un libro titulado “La trampa de las Cartas”, era una historia de misterio con ligeros elementos de terror. Nada que alguien de su edad no pudiera aguantar. Pero allí inicio todo.
Y pasaron los años. Él creció. Y su gusto por lo enigmático también.
Sentía una potente atracción por todo aquello que se mostrara sospechoso e indescifrable. Algo abandonado, una foto en blanco y negro, un libro sin título, incluso encontrar una hoja de papel en el momento y lugar adecuado le resultaba fascinante.
Y era capacidad suya de amar lo misterioso la que le dejaría una marca insuperable.
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Sonó el timbre que anunciaba el fin de clases y junto con el las exclamaciones de felicidad y alivio de los estudiantes al saber que la tediosa jornada llegaba a su fin, al menos por ese día.
-No olviden repasar la página 23 del libro- recordaba en balde en profesor a los apresurados alumnos que corrían con prisa.
Rogue recogió y guardo con calma sus cosas, sin prisa, escuchando a sus compañeros quienes conversaban sobre asuntos triviales. Un momento antes de meter el último cuaderno a la mochila algo capto toda su atención.
-¡¿Escucharon sobre la casa abandonada?!- Natsu Dragneel habló, o mejor dicho, gritó.
-No grites, cerebro calcinado- le gruño Gray.
-¡No estoy gritando!- se defendió sin bajar el tono de voz. Gray, quien había vuelto a abrir la boca para reclamar, se vio interrumpido por su rubia amiga.
-Yo escuche algunas cosas, no mucho- dijo Lucy, frenando cualquier indicio de pelea entre ambos chicos.
-Pues yo no tengo ni idea- se sumó también Erza.
-La encontraron hace poco, en el bosque, es bastante vieja y no se ve muy…acogedora- Lucy compartió la poca información que tenía con la pelirroja.
-Da un miedo terrible- admitió Gray. Natsu lanzo una carcajada y no desperdició la oportunidad de burlarse de su amigo.
-¡¿Te asusta una casa vieja, princesa de hielo?!- Erza cerro los ojos y suspiro cansada, Lucy solo se limitó a lanzar una risa nerviosa.
Y ahí iban de nuevo.
-¡De seguro no te atreves a entrar!- atacó Gray.
-¡Y tú menos!
-¡Yo no soy tan cobarde como tú!-
-¡Pero si eres acabas de decir que te da miedo esa casa!
-¡Eso no…!
¡PUMP!
El puño de Erza golpeó fuertemente la mesa y los tres, Lucy también, pegaron un respingo.
¡Con un demonio! ¡Estaba harta de esas discusiones sin sentido!
-Creo que lo mejor será retirarnos- corto ella. Se levantó, tomo su mochila y salió del aula sin más, siendo perseguida por una apresurada Lucy.
Natsu y Gray se quedaron unos minutos más, murmurando algo inaudible a los oídos de Rogue. Al final el pelirrosa sonrió y le dio un juguetón empujón de hombro a su compañero, este rodó los ojos y abandonó el aula.
Una vez estuvieron solos, Cheney vio una oportunidad de saciar su duda.
-Dragneel- le llamó.
-¿Uh?
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Conducía rápido sobre su motocicleta mientras repasaba mentalmente las palabras de su compañero.
“¿Conoces ese camino que está cerca de la carretera? Ese de tierra que casi nadie usa. Si lo tomas, sigues derecho y luego doblas a la izquierda veras unas señales, síguelas y te llevaran hasta un lago, de ahí solo continua en dirección de la corriente hasta que veas la casa. Es bastante alta”
El cielo se teñía de nubes rojizas y anaranjadas, era tarde y él lo sabía. Toda persona normal, o con sentido común, que se dispusiera a investigar una casa abandonada lo haría de día y a la luz del sol, a esas horas donde podrás ver a todos los insectos que se esconden en la casa y evitar que alguno te muerda.
Pero Rogue no.
¿Era una persona normal? Claro.
¿Tenía sentido común? Por supuesto.
Pero así también era joven, impulsivo, y temerario.
Y es que cuando llego a su casa se puso a dar vueltas como león enjaulado. Su sentido común le gritaba, alto y claro, que no fuera a esas horas, que si quería investigar aquel lugar esperase hasta la madrugada como mínimo. Y su sentido de aventura susurraba, despacio pero firme, diciéndole que si iba de día el asunto perdía toda la gracia, que no era tan tarde, que solo una miradita al exterior y luego se marcharía.
Así que ignorando al sentido común, (como suelen hacer los jóvenes a su edad de diecisiete años), cogió su mochila, quito sus cuadernos y libros y en su lugar cargo una linterna, una botella de agua, una libreta pequeña, y un mazo un tanto grande que su madre utilizaba para aplastar a las arañas del jardín.
“Si sigues mis indicaciones, la dirección no tiene pérdida”
No pudo evitar la emoción cuando vislumbro entre la espesura del bosque a las viejas y elegantes rejas que formaban el portón de la casa.
“Oh, y em…, no le digas a nadie que te di estas indicaciones. Igneel me mataría”
Inconscientemente sonrió bajo su casco.
¡Esa sería una experiencia verdaderamente emocionante!
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“En ocasiones no hay un final feliz”