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Las enfermedades más peligrosas son aquellas que nos hacen creer que estamos sanos.
Proverbio 42,Manual de FSS
Hace sesenta y cuatro años que el presidente y el Consorcio clasificaron el amor como enfermedad, y hace cuarenta y tres que los científicos encontraron una forma de curarlo. A todos los otros miembros de la familia de Tsukishima Kei ya se les ha efectuado la intervención. Su hermano mayor, Akiteru, lleva nueve años libre de la enfermedad. Ha vivido tanto tiempo a salvo del amor que dice que ya ni siquiera se acuerda de los síntomas. Tsukishima tiene cita para su operación dentro de noventa y cinco días; exactamente, el 27 de septiembre. Es su cumpleaños.
A mucha gente le da miedo la intervención. Algunas personas incluso se resisten. Tsukishima Kei no tiene miedo. Está impaciente. Se la haría mañana mismo si pudiera, pero hay que tener dieciocho años, a veces algo más, para que los científicos te curen. Si no, pueden quedarte secuelas. La gente termina con lesiones cerebrales, parálisis parcial, ceguera o cosas peores.
A Kei no le gusta pensar que anda por ahí con la enfermedad en la sangre. A veces juraría que puede sentirla retorciéndose en sus venas, contaminándolo, como leche agria. Se siente sucio. Le recuerda a los niños con rabietas. Le recuerda a las chicas que se resisten, que se aferran a la acera con las uñas, se tiran del pelo y lanzan espumarajos por la boca.
Y, por supuesto, le recuerda a su madre.
Después de la operación, Tsukishima sabe que será feliz y estará a salvo para siempre. Es lo que dice todo el mundo: los científicos y su hermano y la tía Jun. Después de la intervención, los evaluadores lo emparejarán con un chico. Dentro de unos años, se casarán.
Últimamente ha empezado a soñar con su boda. Está bajo un toldo blanco, con flores en el pelo. Va de la mano de alguien, pero cuando se vuelve para mirarlo, su cara se vuelve borrosa, es como una cámara que se desenfoca y le impide distinguir sus rasgos.
Pero sus manos están frescas y secas, y el corazón del rubio late de forma regular en el pecho; y en el sueño sabe que siempre latirá con ese mismo ritmo, que no va a acelerarse, dar un vuelco, brincar, ni hacer tonterías, que simplemente seguirá con su tic-tac-tic-tac hasta que muera.
Estará a salvo y libre de dolor.
Las cosas no siempre han ido tan bien. En la escuela ha aprendido que hace muchos años, en los tiempos oscuros, la gente no era consciente de que el amor era una enfermedad letal.
Durante bastante tiempo, incluso lo vieron como algo bueno, algo que había que buscar y celebrar. Evidentemente, esa es una de las razones por las que resulta tan peligroso. «Afecta a la mente hasta tal punto que impide pensar con claridad o tomar decisiones racionales sobre el propio bienestar». Este es el síntoma número doce, como indica la sección dedicada a los deliria nervosa de amor de la duodécima edición del Manual de felicidad, salud y seguridad; o Manual de FSS, como suelen llamarlo. Sin embargo, la gente de aquella época daba nombres a otras dolencias -estrés, infarto, ansiedad. Depresión, hipertensión, insomnio, trastorno bipolar- sin darse cuenta de que estas enfermedades no eran más que síntomas relacionados, en la mayoría de los casos, con los efectos de los deliria nervosa de amor.
No es que en Japón estén ya totalmente libres de los efectos de los deliria. Hasta que se perfeccione el tratamiento, hasta que se consiga hacerlo seguro para los menores de dieciocho años, no estarán protegidos por completo. Este mal seguirá reptando entre todos con tentáculos invisibles, asfixiándolos.
Kei ha visto muchísimos incurados que tuvieron que ser llevados a rastras a la intervención, tan atormentados por la enfermedad del amor que preferían sacarse los ojos antes que vivir sin él.
Hace varios años, en el día de su operación, una chica consiguió librarse de sus ataduras y llegó hasta la azotea del laboratorio. Se lanzó al vacío inmediatamente, sin gritar. Durante los días siguientes, mostraron en televisión el rostro de la muchacha muerta para recordar a todo el mundo los peligros de los deliria. Tenía los ojos abiertos y el cuello torcido en un ángulo extraño, pero por la forma en que su mejilla reposaba en el suelo de cemento, se podría pensar que se había tumbado a dormir la siesta. Curiosamente, había muy poca sangre, apenas un hilillo oscuro en la comisura de los labios.
Noventa y cinco días más y Tsukishima Kei estará a salvo. Está nervioso, claro. Constantemente se pregunta si la intervención dolerá. Quiere que pase ya. Le cuesta tener paciencia. Es difícil no tener miedo estando aún incurado, aunque lo cierto es que, por el momento, los deliria no le han tocado. Aun así, le preocupa. Dicen que en los viejos tiempos el amor llevaba a la gente a la locura. El Manual de FSS también cuenta historias de personas que murieron por un amor perdido o por uno que nunca llegaron a encontrar, que es lo que más pánico le da.
Amor. La más mortal de todas las cosas mortales. Te mata tanto cuando la tienes como cuando no la tienes.