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Visiting Day por MikitsuLee

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Notas del fanfic:

El 21 es similar o igual al uno vs uno. 

Espero que sea de su agrado y no les llegue a aburrir. 

Notas del capitulo:

La primera parte tiene que ver mucho con la infancia de ellos, y no se me ocurria muchoi, asi que la mayoria es narracion, espero que no les aburra. 

Los personajes no me pertenecen.

Hay adornos en todo el lugar, en la entrada principalmente, el jardín está lleno con comida, bebidas, inclusive juegos.

El día de “la visita” es el más esperado por los niños del lugar. Es cuando la ilusión se hace más grande, la esperanza de poder formar parte de un hogar se fortalece, aunque al final la mayoría no tenga suerte. De hecho, hay muchos que no la tienen.

La mayoría de las personas que van a esos lugares, están interesados por los bebés, por los pequeños que solo duermen, lloran, comen y zurran. Es la idea que tiene uno de los niños con más tiempo ahí. Un niño de 8 años hiperactivo y que siempre es reprendido por la madre superiora.

Ese lugar era un orfanato, si, un buen orfanato, al menos mejor que todos esos de los que veía reportajes en la televisión por las noches, donde golpeaban a los niños, donde sufrían maltratos del peor tipo y en el peor de los casos, abusados.

La historia que las madres y novicias le contaban era la misma, pero no sabía que tan cierta era. A él y al molesto mocoso acosador.

—Era de noche cuando llamaron a la puerta del convento – le decía siempre la madre más anciana de todas ellas, la que preparaba los alimentos –, yo estaba alistando la despensa cuando lo escuche. Estaba lloviendo muy feo esa noche, por ello me apresure. Nunca pensé encontrarme con tal escena; un abrigo enredado donde dentro había un bebé. Eras tú, Daiki, llorabas mucho por el frio y además, estabas resfriado, todas las madres rezaron toda la noche por ti mientras el doctor le decía al padre qué pasaría. Y todas las oraciones llenas de nuestra fe sirvieron, fuiste el primer recién nacido que llego con nosotros.

—Y al parecer, el que siempre se quedara.

Respondía siempre con molestia, aunque la madre sabía que más que molestia era frustración. Daiki no lo daba a demostrar, pero también quería que lo adoptaran, como a los niños del lugar, como a los pocos con los que llegaba a hablarse, quería tener papás. A su lado, el acosador le abrazaba provocando más la molestia del moreno.

Daiki era un niño juguetón, un busca pleitos, pero de buen corazón. Era moreno, sus rasgos eran felinos, bastante ágil, a veces lograba robar  manzanas o panquecitos de la cocina de las hermanas sin que se dieran cuenta, aunque supieran de inmediato quien era el responsable. Estaba lleno de energía, y las madres más ancianas le tenían un cariño singular. Era como una bendición, una tremenda y rara bendición que además de corajes, les brindaba suma alegría. Por ello, sufrían tanto como él al escuchar esas palabras. Sabían con qué ganas deseaba un hogar.

—Daikicchi, vamos a tener papás, vas a ver que sí.

En cambio, el niño empalagoso que siempre estaba a su lado era un caso contrario. Y aún más cruel.

Ryota, así le habían llamado. Como una combinación entre luz y esperanza. El cómo había llegado al orfanato era difícil de contar. El niño había sido abandonado en la basura, lo encontraron porque un perro había arrastrado con el hocico las mantas en las que estaba enredado, de no haber sido por el cachorro, no se hubieran percatado del infante que llevaba días sin alimento ni calor. Una vez en el hospital se dieron cuenta de una muy temprana anemia, problemas de respiración e infección estomacal, seguro por el lugar en el que se encontraba. Llevo varios días controlarle la temperatura y después estabilizarlo del todo para que estuviera fuera de peligro. El niño había sobrevivido después de un mes de tensión. El orfanato de las hermanas se había encargado de él porque ningún otro orfanato del gobierno había querido hacerlo dadas las condiciones del pequeño. Daiki y Ryota diferenciaban apenas por unos meses en edad y en la fecha en que fueron rescatados. Crecieron juntos, jugaron juntos, las primeras experiencias, fueron juntos.

Cuando Ryota comenzaba a gatear, Daiki quería aprender a poder mantenerse en pie. Ryota siempre parecía copiar y aprender en poco tiempo lo que el otro hacía, así que por algunos días, ambos pudieron caminar y por consiguiente, las hermanas tuvieron que estar más al pendiente de ellos porque lo sabían, eran un desastre. No se podía tener sin vigilancia al par porque de lo contrario, una travesura estaría esperando.

Conforme fueron creciendo, también juntos fueron entendiendo las cosas. Entendieron primero, que había niños con una mujer y un hombre que los cuidaba y llevaba al mundo, le llamaban mamá y papá. Entendieron que ellos no los tenían, pero que todas las hermanas del lugar, eran sus mamás, y el sacerdote de la parroquia era su padre. Estaban feliz con ello, los demás niños eran como sus hermanos, pero al mismo tiempo, no parecía bastar. Necesitaban unos brazos más a menos que los que las madres podrían ofrecerles. La frustración al final de cada día de visita conforme pasaban los años se hacía mayor.

Daiki se dio cuenta de que los señores que iban a ver a los niños, siempre adoptaban a los bebés, por parecerles lindos y con una necesidad grande de protección, pero cada vez que veía como se llevaban a uno de los bebés de ahí, se preguntaba, ¿Por qué a él no se lo habían llevado también cuando había sido bebé? ¿Por qué a Ryota tampoco se lo habían llevado? ¿Qué de malo tenían ellos dos?

— ¿Por qué estás tan feliz? – cuestiono el moreno en cuando vio al rubio mirándose al espejo, revisando que su ropa estuviera muy limpia y bien acomodada, mientras que Daiki no se había acomodado la camisa que le habían comprado las hermanas – No nos van a llevar hoy tampoco…

Ryota era un chico muy pero muy alegre, sonreía siempre, sus gestos eran más delicados que los de Daiki, hasta los rasgos, tenía cabello rubio, su piel era tan blanca como la leche y de igual manera delicada, sus ojos eran dorados, mucho. Era como una luz. Siempre estaba junto a Daiki porque así siempre lo había recordado, no podía pensar en algún momento de su vida donde Daiki no estuviera con él, inclusive, desde que habían llegado al orfanato, siempre estuvieron juntos, y esa era la idea que tenía el rubio, estar siempre con Daiki, siempre.

—Claro que sí, hoy nos pueden llevar. ¿No estas emocionado?

La deslumbrante sonrisa del rubio hacia al moreno sentirse muy molesto. 

— ¡Nunca nos van a llevar!

Había dicho furioso el moreno antes de salir corriendo de la habitación. Se mordía el labio inferior fuertemente mientras trataba de no llorar y se iba a la parte más recóndita del patio trasero. Ryota que lo buscaba, no pudo concluir con esa tarea porque una pareja joven y amable se había interceptado en su camino, retrasándolo. Pensando en que Daiki tenía razón, que no podrían llevárselo, que no lo adoptarían, así que se quedó hablando con ellos. Un grave error, quizás.

Ryota continúo con su búsqueda hasta que logro encontrar al moreno en los arbustos, jugando con el lodo.

—Daikicchi, te estuve buscando – dijo el rubio con voz dulzona, el otro hizo un gesto de desagrado mientras el recién llegado iba a su lado.

— ¿Por qué tardaste? ¿Quisieron llevarte?

Ryota sonrió divertido, ablandando un poco el semblante del moreno.

—Tienes razón. Jamás me llevaran.

El moreno gira el rostro evitando mirarlo, quiere ocultar la tristeza de sus ojos. Muy en el fondo, quiere que su compañero tengo papás.

— ¡Daikicchi! Vamos a jugar – dice animado, arrojándole un poco de lodo que hace enfurecer al otro.

Devuelve el gesto para mirarse mutuamente y después reír.

La inocencia a esa edad es genuina. Los sueños parecen no tener fin, el cambio inesperado en la vida de los pequeños a veces es un golpe del que el rastro no se puede eliminar por completo, mucho menos a una temprana edad.

— ¿Qué piensas que es mejor? ¿Estar aquí o salir?

Cuestiona el rubio mientras ambos siguen haciendo añicos la tierra preparada de las plantas.

—Afuera no hay nadie. Aquí tenemos a todas las hermanas.

Contesta sin dudar Daiki, observa al rubio un momento hasta que sus miradas se encuentran.

—Escuche algo… pero no sé si sea cierto – continua el rubio ahora casi en un susurro, desviando la vista interesando al moreno.

— ¿Qué fue?

—Uno de los señores que vienen a ver a la madre superiora, le dijo que nosotros no podíamos estar aquí si cumplíamos 18 años. Si no nos han adoptado, tendremos que irnos de aquí aun así…

El moreno escucha y después frunce el ceño, pensando que él está mintiendo. No quiere dejar ese lugar porque le es difícil pensar en una vida sin la madre superiora y sin todas las personas con las que ha convivido.

—No creo que sea verdad.

—No sé… nosotros somos los únicos que no hemos sido adoptados…

El moreno descubre también la congoja en esas palabras. Sea cual sea el camino, todo parecer ser incierto. Daiki aprieta los puños y la mandíbula, después los afloja.

—Siempre hemos estado juntos… y si nos adoptan, seguiremos estando juntos – el rubio le mira sorprendido por escuchar al moreno, Daiki después le sonríe ampliamente, una de sus sonrisas alegres, picaras, seguras – Aunque seas molesto, estemos juntos siempre, para que cuando salgamos no estemos solos.

— ¡Siempre juntos, Daikicchi!

Celebra el rubio lanzándose a abrazarlo, el otro se fastidia un momento para después corresponder el abrazo mientras ríe. Unos minutos más tarde, son reprendidos por las madres y llevados a la regadera para que tomen un baño, después van a la cama. Daiki se queda despierto otro rato mientras observa al rubio en la litera de al lado. Ha vivido toda su vida en compañía del rubio, desde que usaban pañales… sin duda, si debe dejar ese lugar algún día, espera que enfrente lo que hay afuera con él. De otro modo, no sabe cómo podría hacerlo.

La promesa de infancia se rompe rápidamente cuando avisan a Ryota sobre visitas. Unas inesperadas. Los señores que le habían hecho tardar la vez que buscaba a Daiki han ido porque quieren adoptarlo. La madre superiora lo aprueba también. Ryota llora lejos de sentirse feliz aunque los señores son bastante amables. Se niega a irse con ellos y se encierra en el cuarto que comparte con los otros niños.

— ¡Ryota! – escucha que le llama Daiki, se apresura a la puerta para abrir y dejarle entrar solo a él. El moreno luce molesto – ¡Idiota!

— ¡No te enojes! ¡Yo no quiero irme con ellos! ¡No quiero irme!

 Las lágrimas del rubio hacen que el moreno se enfade más, aprieta los puños para luego tomarle por el cuello de la camisa.

— ¡Pero qué crees que haces! ¡¿Desaprovecharas esta oportunidad?! – Ryota se siente confundido e intimidado, los puños del moreno tiemblan, está muy molesto – Puedes irte, puedes tener unos papás… ¡No lo desaproveches! Qué crees que haces…

Daiki por fin lo suelta, Ryota ahora solo solloza.

—No quiero estar lejos de ti – susurra, sollozando poco a poco más fuerte – ¡Daikicchi! ¡No quiero que nos separen!

Daiki se sorprende al escuchar esas palabras, mira detenidamente al rubio, llora muy fuerte mientras se talla los ojos, él, sin querer, comienza a llorar también. Siempre ha sido una molestia…

—No nos van a separar… – murmura acercándose a abrazarlo, el rubio se sorprende, ahora hipando y sorbiendo la nariz – Idiota, aunque te vayas, nos vamos a encontrar… yo también tengo que salir.

—Pero… Daikicchi…

—Hemos estado juntos desde que éramos unos bebés… solo será por un tiempo…

La sonrisa confiada de Daiki hace sentir confiado también a Ryota. Sonríe, se limpia los ojos y lo abraza con más fuerza mientras Daiki ahora es quien llora.

Esa tarde Ryota se va, la litera a lado de la de Daiki esta vacía y no puede dormir.

No lo puede hacer, porque extraña al rubio idiota.

Nueve años después, Daiki no es más un niño. Ha crecido muchísimo, superando la estatura de todas las hermanas y del padre mismo. Sus facciones se hicieron más amenazantes, en advertencia de lo travieso que sigue siendo. Sin conocerlo, puede dar miedo, pero sigue siendo aquel niño de buen corazón. Como lo temía, nunca lo adoptaron, nunca tuvo padre o madre, si no a todas las hermanas del orfanato. Aprendió a amar algo que lo identificaba y que le hacía sentir que no se encontraba solo cada que lo jugaba: baloncesto. Fue el regalo de la madre que lo encontró cuando lo abandonaron en una noche de lluvia, un balón de baloncesto, el regalo que le brindo antes de abandonar el mundo de los vivos. Un  recuerdo constante de la figura materna que siempre deseo.

Cuando dejo el orfanato, le dieron un apellido para complementar su nombre, Aomine Daiki. Le dan un poco de dinero para conseguir un lugar donde quedarse, después buscara empleo. Aunque realmente no lo quiere hacer, quiere jugar baloncesto todo el día.

Ese deporte quizás fue una bendición, lo piensa así cuando uno de los tanto días en que juega con otros chicos de los alrededores y entrena solo, un hombre se le acerca. Dice ser de una universidad importante donde juegan baloncesto, eso le interesa de inmediato. Lo llevan para realizar unas pruebas y tras un examen, le otorgan una beca deportiva. Las cosas parecen estar bien, salvo una cosa: no lo encuentra. Aun no puede localizar al rubio que dormía en la litera a lado de él.

La hermana que lo encontró en una noche de lluvia parece estar cuidándolo desde el cielo cuando en una práctica con otra escuela, parece verlo. Un rubio con voz chillona que alienta a sus compañeros mientras practica entradas. Daiki piensa que se puede tratar de un delirio, pero se da cuenta de que no es de esa forma en cuanto el rubio le queda clavando la mirada también.

Entonces le sonríe anchamente antes de lanzarse contra él.

— ¡Daikicchi!

Le grita sin más causando sorpresa en los demás presentes. Daiki ríe tan fuerte que el rubio no reconoce la risa. Su voz ha engruesado, es todo un hombre.

— ¡Idiota! ¡Pensé que nunca te volvería a ver!

Daiki le toma de la camiseta para después hacerle cerillito en la cabeza, Ryota se queja y ríe.

— ¡De verdad eres tú!

Vuelve a decir abrazándolo con mucha fuerza.

Daiki en ese momento no sabe que es lo que siente, pero algo extraño comienza a hormiguearle el estómago. Se siente bien. Una sensación bastante diferente a cuando Ryota le abrazaba de niños se desencadena por su cuerpo, pero sabe que no es la misma, es algo más que simple gusto por poderlo encontrar. Algo que no sabe descifrar aun.

Sus entrenadores le reprender y regresar a su formación. Ryota está entusiasmado por ver al moreno, pero al momento de ver su calentamiento poco falto para que alguien le cerrara la boca. Daiki era verdaderamente bueno, demasiado, en realidad, se veía que había entrenado y tampoco sabía si su nivel era tan bueno como el del moreno. Tenía muchísimas ganas de enfrentarlo en la cancha.

—Los señores que me adoptaron, fueron buenos desde el inicio – decía Ryota mientras ambos caminaban para distraerse – Ahora me llamo Kise Ryota.

El moreno enarca una ceja.

—También yo tengo nombre nuevo. Aomine Daiki.

— ¡Aominecchi!

Grita, Aomine refunfuña poco pero ríe después al escuchar el “cchi”, casi había olvidado que el rubio hacia eso con los nombres de las personas que respetaba.

—E y, Kise, ¿Cuándo nos volvemos a ver?

El rubio sonríe ampliamente. Daiki lo nota, su sonrisa no ha cambiado, y por alguna razón, se le hace aún más deslumbrante que antes, como si fuera más fuerte y feliz en ese entonces.

—Cuando quieras. Siempre juntos.

Agrega al final, con la misma sonrisa deslumbrante. Daiki vuelve a sentir esas mariposas en el estómago sin estar seguro de porque las siente. Entonces, el moreno sonríe de igual manera, tan ampliamente que el rubio siente que va a desaparecer en ella. Sin percatarse, el sonrojo aparece.

El inicio de un sentimiento maravilloso.

Los chicos acostumbran a reunirse después de clases para jugar. Kise se da cuenta de que al moreno no parece interesarle otra cosa que no sea el baloncesto, luce tan feliz corriendo mientras driblea, salta manipula el balón como desea. Es cuando el rubio se da cuenta de algo en su peculiar forma de juego; es callejero. No debería de sorprenderle que esa sea la naturaleza de su juego, al contrario, le asombra todavía más.

Kise no entiende que su admiración es más que eso.

Tras un largo 21, ambos descansan en el suelo de la cancha del parque, limpian el sudor con la camiseta y beben agua al hilo por largo rato. Mientras eso pasa, Kise se da cuenta de lo torneado que se han vuelto los músculos del moreno, no es más un niño, eso es meramente evidente, y el pensamiento le invade al reiterarse de que es todo un hombre. ¿Qué significaba exactamente eso? Pasa saliva al darse cuenta de que no ha dejado de ver su dorso descubierto con hilillos de agua escurriéndole producto del refrescon rápido de Aomine. Desvía la mirada azorado al sentir uno de sus fuertes brazos por encima de sus hombros.

—E y, Kise. Eres bueno. Pero te sigo ganando – celebra el otro moviéndolo un par de veces de forma brusca mientras sonríe de esa manera, de la cual le hace sonrojar.

— ¡Te voy a ganar en una, Aominecchi!

Dice el otro, rompiendo el agarre al sentir que sus pulsaciones también aumentan, después le enseña la lengua.

— ¡Malcriado!

Le grita el moreno de hombros anchos de comenzar a hacerle cosquillas. Casi había olvidado lo cosquilludo que era el otro, se tira retorciéndose cual tlaconete con sal, y en esa cercanía, Aomine se da cuenta de la linda cintura del rubio. Se da cuenta de lo plano de su abdomen y sin querer mira debajo de este. Las ganas de quitarle el short aparecen de repente al mirarle el resorte del bóxer. Kise jadea tratando de recuperarse de la risa, el moreno le mira, su expresión le hace morderse el labio porque reprime sus ganas de besarlo. ¿Qué era un beso? Se aleja para beber agua más rápido y se despide con prisa. Mientras lo hace, no puede evitar pensar en lo sucedido y se cuestiona por todos esos que sabe no son normales. Los niños salen con niñas. Él tenía que salir con una mujer… no desear a un chico. El tipo de cosas que se le habían ocurrido poder hacer con el rubio, las tenía que hacer con una chica, por que así era como debían de ser las cosas, eso le habían enseñado en el orfanato.

Al llegar a casa, Kise le cuenta a sus padres adoptivos sobre las practicas con Aomine, sus hermanas le hacen burla, desean que lo lleve a la casa. Él no esta tan seguro. Sus hermanas son demasiado bonitas… y no quiere que el moreno, de ninguna manera, las mire, no por que quisiera protegerlas, sencillamente, porque no quería que el moreno mirara a alguien que no fuera él. Esos celos repentinos no le dejan dormir. ¿Era posible de que gustara de un chico? Él siempre había tenido pretendientes mujeres… había tenido muchas novias… ¿Le gustaba Aomine?

La respuesta llega con el tiempo, cuando Aomine está por terminar la universidad. La cantidad de chicas que han estado en su habitación es tan grande como los puntos que ha podido marcar solo en un partido. Kise lo sabe, sabe que su atracción hacia él no es correspondida aunque lo desea. Poco después de reencontrarse, se dio cuenta de eso, y también de que nada podía pasar dada la personalidad del moreno, esa personalidad que igualmente se le hacía tan irresistible. Se hace de la vista gorda siempre que lleva a una chica al cuarto que comparten en el último año de la carrera. Por las noches, finge dormir mientras ellos se ocupan de sus asuntos. Ojala y pudiera dormir en vez de escuchar los gemidos y palabras obscenas que el moreno brinda a las chicas mientras les separa las piernas.

Muy en el fondo, Kise tiene un deseo por poder estar de esa forma con él, y de igual manera, le hace sentir enfermo. Siente que algo está mal con él. Siente que todo está mal con él.

Los 21 ya no tienen la misma chispa de antes, Aomine ha perdido la alegría cada que toca el balón, hasta parece que lo hace por mero compromiso con el rubio. Por supuesto que esto le hace sentir mal  y decide entonces que no jueguen más. Es cuando el moreno lo nota, algo extraño en él. Sus ojos, su sonrisa, la luz desapareció. No tenían la viveza de hace años y se pregunta qué ha pasado.

La fiesta de graduación fue la fiesta para el olvido. Años después, mientras Kise manipula los mandos de un avión, piensa que entre las nubes es la forma más pacífica de dejar en tierra toda vergüenza, resentimiento y dolor alguna vez sentido. No está más con Aomine. El “siempre juntos” se terminó el día de la graduación, o mejor dicho, un día después.

Notas finales:

Gracias por su tiempo!


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