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Un acto de bondad (crush/sekai) por Broknyouth

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Notas del capitulo:

No me juzguen por amar el fluff y el drama.

Prólogo:

 

Hay gente que definitivamente es problemática. Viene y va entregando su vida a la tragedia o causando desastre en donde se involucre. Dentro de este grupo de gente problemática, existe el peligroso y gran conjunto de quienes están conscientes del daño que hacen y aún así, siguen causándolo. Y más al interior, siendo más estúpidos; está el subconjunto de quienes hacen daño, lo saben, se arrepienten, se lamentan, y con todo y eso no se detienen tampoco. Esos que adoran llevar la culpa encima porque creen que así esta disminuye, cuando es todo lo contrario.

Kim Jongin era de ese último tipo de gente, al menos, para la perspectiva de Oh Sehun. De hecho, este mismo se incluía con el primer nombrado.

Él había odiado a Jongin durante un tiempo y luego se dedicó a volver a amarlo. Se mentía de esta forma para aliviarse, puesto la realidad era que nunca dejó de sentir ese tan extraño amor por el otro. Le molestaba de vez en cuando, pero estando a su lado, ese detalle se fugaba de su mente y acababan besándose y tocándose hasta llegar al cielo.

Jongin siempre le había dado la impresión de pertenecer a un mundo aparte, a uno muy distinto al suyo. Y Sehun, definitivamente era un ángel para el primero, su ángel salvador aunque le hubiera hecho pecar como nadie.

—Sehunnie ¿crees que estemos siendo bondadosos?

—No. En realidad no. Para nada. —aclaró el más joven, haciendo un puchero y con la cabeza recostada en el hombro de quien le hablaba.

Parecía que había una fiesta celebrándose a lo lejos, o tal vez más a lo cerca. Una ceremonia que seguro no significaba demasiado para los dos que ahora se sentaban en el suelo de césped del patio, ya que después de todo, ninguno llevaba el anillo que debería llevar.

—¿Tú crees? —le miró Jongin, mas no esperó su respuesta. —Bueno. Para ellos, los ajenos, para quienes tendremos que aguantar a partir de ahora, puede seguir siendo un acto de bondad. —concluyó seguro.

Era hasta cómico. Hablar de bondad cuando compartías tu cuerpo con tu amante eterno y la vez, con la mujer con la que te habías casado.

Sehun resopló, y a fin de cuentas, se rió de la mala broma para no llorar. Recibió un beso en sus lacios cabellos, por parte de su acompañante y después, le abrazó. Ya sabía que no podría hacerlo el resto de la noche, ni por otras muchas más.

 

 

 

 

Capítulo I:

 

La primera vez que Sehun le vio, en el 92, supo al instante que era extraño. 

El chico andaba en bicicleta, una amarilla que se veía como nueva y resaltaba ante su piel morena, tenía el cabello castaño y ondulado, era guapo pero desaliñado. Él paseaba por la calle en frente de la casa de Sehun, llegando hasta la esquina de la cuadra y devolviéndose para repetir lo mismo, resultando obvio su coqueteo a las chicas que vivían al lado pues les guiñaba el ojo y ellas se echaban a reír. En esos tiempos, relajados y apenas recordables, Oh tenía un cachorro llamado Vivi, muy tranquilo y blanco, que le acompañaba mientras estaba sentado en la acera,  y el chico, sin conocerlo de nada o por lo menos saludarlo, se detuvo a preguntarle si podía acariciar al animal. Vivi lo mordió.

A Jongin no le gustaban los dulces y mucho menos los pasteles. Se vestía con ropa fuera de lugar, pintaba su cabello de marrón clarito ya que según se veía galán y bailaba creyéndose Michael Jackson en las fiestas. A Sehun le daba risa, así que se tapaba la boca cuando salía con sus amigos y lo encontraban o cuando iba a comer en la cafetería donde el peculiar chico trabajaba. Debía admitir que le llamaba la atención.

—¿Eres el chico del perrito? Vaya que es ruda tu mascota, eh. —el moreno traía una bandeja con un desayuno.

—Es rudo con los desconocidos nada más.

—Ah pues, tendré que hacerme tu amigo entonces, guapo.

—Será. —respondía lo más secamente posible.

*

En el 95, cuando Jongin tenía veinte años; Toy Story se estaba estrenando en el cine que quedaba cerca de la plaza y la moda era llevar pantalones anchos. Justo en esa época reunió todo lo que consiguió después de pasar por veinte trabajos y veinte hambres. Compró los anillos más bonitos que vio en esa tienda cara que todos conocían, montó su ya no tan radiante bicicleta y pedaleó como un lunático por la ciudad, evitando a los coches y a la gente hasta llegar a casa del muchacho que le ponía el mundo de cabeza.

Sehun era precioso, dramático y no tan fácil de complacer, lo tenía claro. Por eso mismo había comprado los anillos que creyó más le gustarían a ambos. Porque él conocía a Sehun y sabía que justo esos, los adornados con piedras blanquecinas, le encantarían. Otros creerían que lucían femeninos, o que en realidad no eran nada especiales, pero él estaba seguro de que su novio sí vería lo que él vio en ellos.

Llegó atardeciendo y tocó la puerta de la residencia, cual era enorme y eso era de esperar al ser propiedad de unos clase alta. Unas cuantas señoras pasaban cerca, su pierna no paraba de moverse y agradeció la casualidad de que justo quien esperaba le abriera, Sehun entregándole un pestañeo curioso.

Con mente y cuerpo queriendo explotar, él resistía con toda la capacidad que pudiera tener. Preguntó si estaban los padres y ante la negativa, tomó la mano contraria, pasando tal cual perro por su casa. La puerta se cerró de un golpe y él se llevó al menor de la mano hasta el patio trasero de su bonito hogar. El jardín sí no era muy grande, mas había muchos arbustos. Sehun le miró como si observara un ejercicio de matemáticas que ni sabía por dónde empezar a resolver, tal vez justo porque resolvía tarea de la universidad antes de la repentina visita.

—Vengo a pedirte... —de pronto se detuvo Jongin, aún hablando a mitad del patio. Él tenía un complejo de poeta que exclusivamente sacaba a luz frente a Sehun. Irónico y cómico, puesto jamás fue un estudiante siquiera. —Que te cases conmigo, mi cielo. —se arrodilló, mostrándole los anillos en sus manos desde su posición. Y es que se había quedado en la quiebra literal porque ni para una cajita de regalo le alcanzó.

La escena era por demás una locura sin para nada de sentido, pero Sehun, que estaba tan loco como su novio, solo deformó su seriedad para sonreír extenso y mostrarle esos ojitos, los que se achinaban hasta parecer dos medias lunas, esas que tanto le gustaba ver al que era más bajo por unos centímetros. Sehun quería controlar sus gestos frente a Jongin, en lo que falló y se limitó a bajar torpemente el rostro para esconder sus ruborizadas mejillas. Eran tan bonitas que el otro se antojaba de morderlas.

Sus corazones eran jóvenes y estaban en sincronía. Una vez puesto el anillo en el dedo anular del más alto, éste colocó el suyo al moreno y ambos rebosaron de felicidad.

El visitante acortó la distancia entre ellos para darle un beso y Sehun fue desde el inicio con más necesidad, dejando sus manos reposar sobre los otros hombros durante el contacto. Por esto Jongin le rodeó con sus brazos, sosteniendo su cintura y pegando sus pechos. Y antes de que se fuera a inspirar, el de tez clara miró a sus lados, incluso sabiendo que estaban solos.

—¿Quieres venir a mi cuarto? —interrogó y Jongin, no hizo más que asentir boquiabierto.

No era la primera vez que iba a su habitación, pero sí era la primera vez que entraba comiéndole la boca mientras aprisionaba su cintura. Cayeron en la cama y la ropa desapareció por completo en cuestión de segundos; primero la de Sehun, quitándosela él mismo con el objetivo de provocar, no tardándose en ir por la tela que rodeaba a su prometido tampoco. Reconocían el incesante cosquilleo que empezaba a atacarlos conforme se abrazaban y chocaban sus labios y sabían que no se debía a las sábanas de colores que se enrollaban alrededor de sus cuerpos.

Querían hacerlo.

—Sí sabes que te amo, ¿verdad? —susurraba Jongin a los oídos de Sehun y éste sonreía, haciendo que sus cuerpos rozaran aun más. Y es que le encantaba.

Jongin le encantaba.

—Sí, sí lo sé. —hablaba bajo también, sin razón. —Pero yo te amo más, Jonginnie. —confesaba antes de volver a besarle, curvando su espalda y soltando un quejido al notar, que el otro presionaba los botones rosados de su pecho con fuerza. El idiota a veces se convertía en bestia.

El cuarto no tardó en llenarse de suspiros, jadeos y cada tanto, de una risa traviesa de alguno de los dos. Sehun sentía a Jongin apretando, pellizcando, a fin de cuentas jugando con su trasero y él por su lado se frotaba contra la pierna del moreno. Volvían a besarse y entrelazaban sus manos tan perfectamente, que daba la impresión de que formaban un rompecabezas que encajaba preciso entre sí. Entonces sentían los anillos en sus dedos y al resto de sus seres derretirse para mezclarse uno con el otro. Como si bailaran, las caderas de Jongin empezaban a moverse y de a poco las piernas de Sehun le respondían temblando, estremeciéndose por el placer que se le entregaba. Murmuraban frases que únicamente ellos descifraban y llamaban sus nombres, un escalofrío se compartía entre sus interiores, como si fueran a electrocutarse por alguna mística energía y después desaparecer. Se sentía en absoluto bien y allí iban, directo al paraíso.

Desde la primera vez que se tocaron fue así. Incluso si la verdad era que hacían unos tres años que perdieron la virginidad juntos por una calentura.

Sehun se encontraba a Jongin en la cafetería, le sonreía y él le correspondía con cara de estúpido el gesto. El segundo tenía fama de Don Juan, pero luego de conocer al primero a su totalidad, se convirtió en un pobre intento de Romeo. Le habría gustado ser uno de verdad, no obstante, era difícil cuando el menor le repetía que lo de ellos era un secreto, que debía guardarse si quería siguiera teniendo significado. Pasaba que su Julieta era más alto y tenía hasta más cuerpo que él, y además, no confiaba en la palabra de alguien que recitaba a Hamlet, siendo éste quien dejó sola a Ofelia a manos del delirio. No era un secreto que Jongin además de extraño, era apasionado y dedicado, solo que él no quería sentirse ilusionado por ello.

Por lo que bueno, no les quedaba de otra que conformarse con sexo. Y siguieron de esa forma, colocándose algodones imaginarios en el pecho para sentirse rellenos, aguantándose besos en las mejillas y piropos quizás muy dedicados, hasta que Sehun le preguntó si en serio le quería una tarde del 93.

—Te quiero como a nadie más, bonito. Y podría demostrarlo. —sinceró.

—A ver... Demuestrámelo. —le desafió desde su ventana, donde solían hablarse cada que él no podía salir. —Dile a tus padres que eres homosexual y te aceptaré porque... —aunque sonara como alguien exigente, estaba nervioso y apretaba sus labios. Su enamoramiento se reflejaba en su voz. — ...Yo también te quiero.

Jongin se llevó el sermón de su vida esa noche, pero como el más alto sabía, sus padres no le tratarían mal y no se alejarían de él. La familia Kim se quería y su único hijo iba a estar bien con la decisión que le hiciera más feliz.

Eso fue lo único que Sehun alguna vez le pidió a Jongin, y ambos estuvieron de acuerdo en que valió la pena.

Ellos eran de ese tipo de parejas que todo el mundo en realidad conocía y nadie comentaba al respecto, no al principio al menos. Se les veía andar en bicicleta por el centro, regalándose sonrisas y de vez en cuando miradas desconcertantes. El castaño buscaba a Sehun luego de sus clases en la universidad y se iban a la librería del padre de su amigo Junmyeon para leer algo, sino pedaleaban hasta el parque para echarse y mirar las nubes en busca de figuras inexistentes, en caso de que el cielo estuviera nublado o fuera muy tarde, acababan en algún karaoke con otros amigos llamados Chanyeol y Baekhyun. También, siempre que estaba la oportunidad, hacían el amor en el departamento de Jongin, hasta que ya no podían más y se quedaban dormidos.

Los rumores fueron esparciéndose. La inexperiencia les delató sin que soltaran una palabra. En consecuencia, la familia de Sehun tuvo que acercarse alarmada, desesperada a pedir una explicación de algo que él mismo había estado ignorando. Él no lo comprendía, pero a la gente no parecía agradarle su romance y eso era lo que angustiaba a su familia. Le decían, que si seguía jugando con el "oscuro", más adelante se arrepentiría.

Su madre le lloró, haciéndole jurar que no los humillaría, a los Oh no los dejarían mal.

Y tragando saliva una noche del 97, Jongin vio el anillo que una vez regaló en sus manos, sintiéndose mucho más en la quiebra que cuando lo entregó.

—No creo que esto vaya a funcionar.

—¿No lo crees tú o no lo creen ellos?

—Ya, Jongin. Intenta ponerte en mi lugar. —desvió la mirada al hablar.

Pasaron cinco minutos buscando algo que nunca se encontró.

—Toma. —y aunque Kim parecía enojado, solo tomó la mano contraria y la abrió, para volver a entregarle el regalo que antes simbolizó que compartían almas. —Mira pues. A mí no me vas a dejar esta responsabilidad. —se encargó de hacerle cerrarla, aún con su propio aro en su propio dedo. —Si vas a acabar con lo nuestro, quédate con tu parte.

—No la quiero.... —Jongin le apretó con más fuerza.

—Quedátela. Y haz con ella lo que te dé en gana. —el otro quiso que se callara. Él continuó. —Lánzala al río o véndela. Porque si me quedo con algo tuyo, con más fuerza voy a querer volver a ti.

—Jongin, ya te dije. —retó.

—...Y al parecer, ya nadie quiere eso. Sé bueno, Sehun. Sé bueno y piensa en tus padres, sé bondadoso con ellos y pasa de mí, como estás haciendo ahora.

En ese momento Sehun se dio cuenta. Jongin no utilizaba el término "bondad" inclinándose hacia el bien, lo usaba para describir una estupidez, dado que según, lo que él estaba haciendo era una. Sacrificando su amor por complacer a la multitud, porque por eso se alarmaban sus familiares, cuando ninguno de los dos había hecho daño a alguien. Se pasaba de bueno, se pasaba de estúpido. El más joven arrugó la nariz. 

¿Lo estaba juzgando? ¿Quién diablos se creía?

Quiso llorar, pero como Jongin también quería, se quedó ahí, con el anillo en la mano mientras el otro marchaba sin voltear a verle.

—Eres un maldito desconsiderado, nunca piensas en los demás. Siempre estás en tu mundo... Debería odiarte. —susurró en la soledad de su mesa en la cafetería, sabiendo que la frase no iba dedicada a la sortija.

 

 

 

 


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