"Ten cuidado con la oscuridad Jiminie."
Crecí escuchando eso en la pequeña comunidad rural donde había nacido. Cuando la noche empezaba a caer, el pueblo literalmente parecía morir. Luego de las 6 de la tarde, no había nadie en las calles. Dentro de las casas el ambiente en la noche era sombrío; no había pláticas amenas, no había música, no encendían el televisor. Era comer la cena e irse a dormir, quizá darse el lujo de leer un poco hasta que la luz se acabase.
"¿Por qué no puedo simplemente encender una vela y seguir con el cuento?" Una vez se me ocurrió preguntar a mi madre, quien me miró con reproche y simplemente me dio una respuesta aún más confusa que si me hubiera dicho "Porque soy tu madre y yo lo digo." Así como contestaban todas las mamás. No. No me dijo eso y las únicas palabras que me dejó mientras me sumía en la oscuridad de la noche, protegido por una casa de campaña hecha de cobijas, fueron incluso más crípticas que si me pusieran a leer los jeroglíficos de ese cuento egipcio que yo quería seguir leyendo:
"Porque entonces invitarás a las sombras a entrar a la casa."
No tuve valor para preguntar. No quería que me contara cosas que no me dejasen dormir después. Simplemente seguí la corriente de esa comunidad pequeña, curiosa y supersticiosa de la cual salí cuando tuve la primera oportunidad. Estudié en la ciudad, conocí lo que era leer hasta que se me cerraran los ojos, ver TV y jugar videojuegos por horas, caminar en la calle libre de madrugada. El pequeño pueblo y sus reglas habían quedado atrás, casi me había olvidado de ellos hasta que recibí una llamada de un familiar que me hizo recordar todo de golpe.
"Tu abuela ha muerto."
Frío, sin un toque de tristeza siquiera. Había quizá miedo en aquella voz de mi tía quien colgó enseguida, después de decirme: "Dice tu madre que no enciendas las luces hoy en la noche. Las sombras están sueltas."
Me quedé caminando por las calles de la ciudad casi en automático, con la bolsa de mi comida de supermercado en la mano. Me sentí asustado, mi corazón se oprimía, mi respiración se hacía más y más rápida. Luego llegó la risa.
La gente se detenía a mirarme y algunos se alejaban a pasos grandes, evitándome pensando que era un tipo de lunático del que debían huir antes que les hiciera daño.
¿Cómo podía ser tan idiota? Era una persona con educación, que poseía conocimientos científicos que me hacían descartar de primera instancia que una simple sombra pudiese hacer algún daño.
7:40PM
Me he quedado dormido. Es de noche y toda mi habitación está a oscuras. Comí hasta saciarme y luego el cansancio me venció, estiro mi cuerpo para desperezarme y con un gran suspiro me decido a empezar con mis tareas para el lunes. ¿Pueden esperar? Claro que si, es viernes por la noche y tengo el fin de semana entero para hacerlas pero no quiero. Deseo pasear todo el día sin preocuparme por nada.
"No enciendas la luz Jimin. Las sombras están sueltas." La voz de mi madre suena en mi cabeza, clara como si estuviera a mi lado, como aquella noche en la cual me retiró el libro de las manos y me hizo dormir.
Enciendo la luz.
Soy una persona independiente. No tengo que seguir creyendo en cuentos de fantasmas. Cuando volteo para tomar mis libros de escuela entonces logro verlas. Dos sombras, hombre y mujer con ojos brillantes como diamantes y sin su figura completamente definida, sin embargo me observan. Me estudian fijamente y se mueven. Mientras retrocedo mi mente trata de pensar en algo racional que me saque de esa alucinación que estoy teniendo.
"Es imposible" Hablo en voz alta para mí mismo "Las sombras son solo el reflejo de objetos que en verdad existen" Más mi razonamiento entonces, es ahora el objeto de mi miedo. Retrocedo otro paso, chocando con dos figuras que antes de encender mi luz, no estaban ahí...