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Gimme some sugar, Daddy por Mrs Caulfield

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Notas del fanfic:

Advertencia: Esta historia contiene relaciones con diferencia de edad, escenas de sexo y consumición de drogas y alcohol, así como violencia verbal y física. Por favor, leer bajo discreción.

Eran las tres de la madrugada y la ciudad que nunca duerme se vestía de luces centelleantes. Para ese entonces Erik ya llevaba varias horas de fiesta, por lo que ya le había dado tiempo de sobra para pasar aquella fina línea que había entre lo legal y lo ilegal. Poco tardó la policía en llegar al lugar donde él y sus amigos se reunían, y donde aquella noche habían decidido poner la música tan fuerte como les fue posible y beber todo lo que pudieron.


Y siendo una zona residencial, eso no estaba permitido.


El policía lo puso contra el coche, dándole un fuerte empujón, y rápidamente le colocó las esposas.


—¡Eh! ¡¿Qué crees que haces?! —exclamó el chico, retorciéndose con vehemencia.


—Te estoy arrestando. Vendrás con nosotros a la comisaría y llamaremos a tus padres—explicó el policía, con una calma que contrastaba a la perfección con la brusquedad de sus acciones.


—¡Y una mierda!


Decir que Erik estaba enfadado sería decir poco. No podía creerse que la noche en la que casi, casi se acuesta con Kevin, hubiese acabado de aquella manera antes de que tuviera la oportunidad de ponerle una mano encima. Y todo estaba tan bien preparado...


Hacía tres años que se había acostado con Kevin por primera y última vez, y a pesar de que en aquellos tres años muchos otros chicos habían pasado por su cama, él seguía teniendo el deseo de acostarse una segunda vez con Kevin y enseñarle de la única forma que se le ocurría todas las cosas que había aprendido con los años.


Pero el plan se había ido a la mierda, definitivamente, y ahora encima sus padres se enterarían de todo.


Estaban a punto de meterlo a la fuerza en el coche de policía cuando otro coche paró justo al lado, haciendo tanto ruido que no pudo pasar desapercibido. Era un lamborghini huracán GMG, en un intenso negro mate y con las ventanillas tintadas. A Erik casi se le cae la baba al ver aquella máquina, pues era un fanático de los deportivos, y sin duda lamborghini era su marca favorita. Cuando la ventanilla bajó el joven pudo ver el rostro de un hombre de facciones fuertes, la piel nívea, un pelo corto completamente blanco y unos ojos que se clavaban como cristales de hielo.


—¿Puedo hablar con el chico? —a pesar de que, gramáticamente, su inglés era perfecto su fuerte acento delataba que su origen no era anglosajón.


—¿Quién es usted? —preguntó el oficial, que a pesar de la pregunta ya tenía la llave de las esposas preparadas. Si tenía ese cochazo debía ser alguien importante.


—Soy su tío—la cara de Erik al escuchar aquello fue un completo cuadro, suerte que el policía no le pudo ver—. ¿Puedo hablar con él o no? Tengo prisa.


El oficial dudó un momento, solo un poco, y finalmente soltó a Erik. Le dio un golpe para que se moviera, pues el chico se había quedado de piedra, y observó con detención la escena. Erik empezó a andar, temblando por la mezcla de miedo, emoción y nervios. Llegó hasta el coche y se agachó un poco para poder hablar al hombre.


—Sube al coche—exigió este, con la vista fija en frente.


—¿Qué? Si no te conozco de nada—se apresuró a decir Erik, que no era capaz de entender la situación en la que se encontraba.


—¿Quieres pasar la noche en comisaría?


—Ehm... no...—contestó ante la pregunta, lanzando una ceja.


—Entonces sube al coche y cierra esa boquita.


Erik miró de reojo al policía, que seguía observándoles atentamente, y pensó un momento las opciones que tenía. Al su parecer, subir a aquel coche era la mejor. Sonrió emocionado, mordiéndose el labio, y le dio la vuelta corriendo al coche para subirse y sentarse en el asiento del copiloto. Pudo escuchar los gritos, que avisaba a sus compañeros de lo que sus ojos acababan de presenciar, pero el hombre fue más rápido, y acelerando a casi la máxima velocidad del deportivo se alejó de aquel lugar. Erik miró hacia atrás, viendo cómo los coches de policías les perseguían, y rió como si su garganta estuviera hecha de cascabeles. El tiempo que tardaron en que les perdieran de vista fue ridículo, y cuando ya estuvieron a salvo el hombre estacionó un momento en coche para responder a las preguntas que, seguramente, el chico tendría.


—¿Por qué has hecho eso? Me has salvado de una buena así porque sí.


—Déjame follarte—soltó el hombre, tan directo que daba miedo.


Erik lo miró por un momento y luego rió.


—Sí, claro, menudo topicazo. Va, ahora en serio, ¿por qué lo has hecho?


Mientras Erik hablaba, insistiendo en que le dijera lo que ya le había dicho, el hombre sacó un fajo de billetes y se lo lanzó sobre el regazo. Erik cogió el fajo y lo miró, incrédulo. ¿Esto era real?


—Me gusta tu culo y quiero follarte. Decide ahora, como entenderás tengo prisa. Ahí tienes 1.000 dólares, te daré el resto cuando acabes.


Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Erik. ¿1.000 dólares por tener sexo? Era cierto que debía dejar su orgullo de lado, su queridísimo orgullo, pero solo un imbécil rechazaría la oportunidad. Acarició, olió y contó los billetes, haciendo como si se lo pensara, cuando ya lo tenía más que claro.


—¿El resto? ¿De cuánto dinero estamos hablando? —ronroneó, alzando una ceja.


—1.000 más.


—Que sean 2.000.


El hombre suspiró.


—Está bien... pero tienes que hacerme una mamada. Ahora—Erik rió suavemente y llevó sus manos al pantalón del mayor, desabrochando el cinturón y sobando lentamente la entrepierna de este.


—Trato hecho. Por cierto, ¿cómo te llamas?


—Asbjörn Jörgen Leifsson, pero llámame Björn.


—Björn, qué nombre más curioso...—se quedó un momento pensativo—. ¿No vas a preguntarme cómo me llamo yo, señor Leifsson? —preguntó juguetón.


—Cállate—espetó el empresario, cogiendo a Erik por la nuca y presionando para que el chico bajara la cabeza, quedando con su erección a escasos centímetros de su rostro.


Erik decidió que era hora de dejar de bromear y sacó el miembro de Björn de su ropa interior. Lamió de la base a la punta unas cuantas veces y luego lo metió en su boca, succionando. Mientras, el mayor echó la cabeza hacia atrás y cerró sus ojos. Sus labios quedaron entreabiertos, y por ellos escaparon algunos jadeos. Para qué mentir, Erik lo hacía mejor de lo que había imaginado en un principio. Se aferró al pelo del chico y marcó el ritmo de su boca, obteniendo el control de la situación. Y Erik, muy lejos de ser sumiso, siguió con el ritmo que él quería emplear, y no el que las manos y las caderas de Björn marcaban. Estuvieron un momento así hasta que el empresario sintió que estaba cerca del orgasmo, y entonces apartó al chico de un empujón.


—¿Qué pasa? —jadeó Erik, desorientado, y con los labios llenos de saliva.


—Vamos a mi apartamento, no aguanto más.


Erik sonrió travieso y se acomodó en el asiento, contento de haber conseguido ponerle tan caliente. Björn condujo rápido, olvidando por completo el límite de velocidad, y en un abrir y cerrar de ojos estaba aparcando frente a un monstruoso rascacielos. Bajaron del coche y Erik, lejos de tener prisa, se quedó mirando el edificio con la cabeza inclinada hacia atrás.


—¿Vives aquí? Pensé que era una empresa.


—Lo es, es mi empresa. Pero los dos últimos pisos son una suite dúplex, es ahí donde vivo.


El chico silbó, impresionado por lo que Björn le explicaba, y le siguió cuando vio que se dirigía a la puerta del enorme edificio. A pesar de las altas horas de la madrugada aún había gente deambulando por el hall, y a juzgar por cómo todos se apartaban del camino del empresario Erik dedujo que no debía ser un jefe muy amigable. El hombre se mantuvo serio, con el semblante duro, hasta que entraron en el ascensor. Entonces su autocontrol cayó y se lanzó sobre Erik, probando aquellos besos que tantas ganas tenía de saborear. Erik se sintió un poco abrumado al principio, pero siguió el beso tan bien como pudo. Las manos del empresario recorrieron el cuerpo del chico, deleitándose con su figura, y en un arrebato de impaciencia le bajó los pantalones y empezó a amasar su trasero.


—Espera... espera...—pidió Erik, jadeante, intentando apartarlo de él.


—Ya he esperado mucho, lo siento—mordió su cuello, succionando y dejando una notable marca, y con una de sus manos empezó a masturbar al chico.


—Para, en serio, no quiero hacerlo en el ascensor...


Entonces el empresario se detuvo, mirando a Erik a los ojos con el ceño fruncido. Se separó y acomodó su corbata, un tic nervioso que llevaba arrastrando desde joven, y todo volvió a estar en silencio. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ya en la última planta de este, Björn salió a paso rápido. Entraron en la suite y el mayor cerró la puerta casi con rabia, aprisionando a Erik rápidamente entre sus brazos. El chico rió y siguió con el beso de hace un momento, mordiendo juguetón el labio inferior del hombre y dejando que este le desnudara con impaciencia.


—Hey, hombretón, ¿qué te parece si hacemos esto un poco más divertido?


—¿A qué te refieres? —gruñó Björn, que ya estaba a punto de empezar a preparar al menor.


—Bueno, es que me pongo más cachondo si estoy colocado... Eres rico, ¿no? Seguro que tienes de todo.


Y esta vez, en vez de mostrarse molesto, sonrió de medio lado y fue a buscar lo que aquel chiquillo le había pedido. Volvió a la entrada con un pequeño maletín, el cual abrió y dejó a la vista del más joven un surtido de los mejores narcóticos.


—Yo suelo consumir cocaína, para aguantar las largas jornadas, pero puedes escoger lo que quieras.


Y Erik, emocionado, fue directo a los cuadraditos de LSD que había en una de las esquinas del maletín, dentro de un bolsillito. Miró a Björn, travieso, y le estregó una de las dosis. Entonces abrió la boca y sacó la lengua. Björn colocó la dosis de droga sobre la punta de la húmeda lengua del menor, y luego aprovechó para darle un intenso beso. Una vez la sustancia dentro del cuerpo de Erik los dos siguieron con los besos fogosos, las caricias en lugares íntimos y los sucios jadeos que escapaban de los labios de ambos. Pero pronto Erik empezó a darse cuenta que algo no andaba bien, pues en vez de sentirse eufórico como siempre se sentía al consumir aquella droga, empezó a sentirse mareado, desorientado y débil. Un sudor frío comenzó a recorrerle la espalda, y entre jadeos intentó poner distancia entre él y Björn.


—Para... No me encuentro bien...


—¡Oh, venga ya! No jodas, eh, no te he pagado para que me hagas esperar y ahora me dejes con las ganas.


—Björn, no puedo... ¿Enserio me has dado LSD?


—Claro que te he dado LSD, 98% puro—masculló, siguiendo con los besos en el cuello del chico.


—Oh, joder... Nunca me he metido nada tan puro...—poco a poco Erik fue perdiendo el conocimiento, dejándose caer en los brazos del empresario.


—Venga ya...—lo sacudió, pero no obtuvo respuesta—. ¿Oye? Chico, ¿estás bien? ¡Oye! —se quedó un momento callado, quieto, dándose cuenta de la situación.


Y cuando todo estuvo claro, el pánico llegó.


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