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Un café para tres por Snake

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Notas del fanfic:

Hola a los que estén leyendo, esta es una historia que estoy resubiendo ya que perdi mi cuenta anterior al no recordar la clave, y el proceso de pedir una nueva me salio algo mal, -ya sabran algunos, no?-  ya ni recuerdo tampoco la clave del correo antiguo asi que en fin. Todo fue engorroso y triste.

Como sea, sin animos de aburrir, comienzo a publicar otra vez la historia kunimi, un muchacho un tanto solitario que lleva consigo una bella responsablidad.

***

Los personajes de Haikyuu no me pertenecen, son propiedad absoluta de Haruichi Furudate.

Notas del capitulo:

Hola! Espero disfruten el capítulo (:

1. FELIZ NAVIDAD.

 

...

 

Desde ahora estaba obligado a permanecer acompañado por siempre, y esa idea le agradaba. Odiaba la soledad aunque mantuviese esa verdad oculta en lo profundo de su corazón. Aun así, le gustaría que las cosas fuesen un tanto diferentes, después de todo, ese incidente no había sucedido de la mejor forma, o al menos, no del modo caprichoso que él hubiese deseado.

En ese momento estaba nervioso, caminando lento, y a pesar de que por dentro estaba hecho un lío, de manera contradictoria su cara decía lo opuesto.

Tan despreocupado, indiferente, con esos toques de displicencia tan típicos de él. Como si su interior y exterior fuesen dos personas distintas, así era Kunimi Akira, un joven muchacho de tan solo 19 años, quien cargaba con una abrumadora noticia dentro de sí.

Detuvo su caminar frente a una cafetería de grandes ventanales y un estilo rústico acogedor. El frío viento invernal de Tokio sacudió sus lacios cabellos oscuros, y en respuesta acomodó su bufanda color azul, y sin más preámbulos ingresó a aquel café tan concurrido, aún más frecuentado ese día; un veinticuatro de diciembre.

—Hola, Oikawa-san.

No bastaron palabras para que Kunimi lo supiera, Oikawa Tooru no esperaba verle, menos ese día, tal vez jamás en toda su vida. Le miró con una estúpida cara que lo decía todo, como si tuviese escrito un disgustado "¿qué haces aquí?", aquella expresión desarmó algo dentro de Akira, más no rompió su mirada impasible, ese rostro que parecía estar sereno, tan tranquilo y discordante para sí mismo. Se lo preguntaba siempre, como es que lograba mantener la compostura de ese modo, y a veces odiaba eso de él.

—¡Wow, Kunimi-chan! Ha sido un tiempo, ¿cómo has estado? —sonrió hermoso para su inusual visita, hermoso pero todo menos genuino.

Guardó silencio mientras observaba a Tooru, sentado victorioso en aquel escritorio que hasta hace algunos meses pertenecía a su padre, quien ahora se tomaba un descanso por su enfermedad. Estaba posicionado con tanta prestancia, con aquella coquetería típica de él, y ese bellísimo cabello marrón chocolatoso. Y aunque sabía muy bien que aquella sonrisa no era cien por ciento auténtica, se perdió en ella algunos segundos.

Mierda, pensó. Definitivamente sus pensamientos se estaban yendo a otro sitio, un lugar al que no quería visitar, menos en ese instante.

—Veo que te está yendo de maravilla administrando el café. —dijo suave con esa mirada imperturbable.

—Así es. —sonrió de forma infantil. —¿Y entonces Kunimi-chan, que te trae por aquí?

—Sé que te acostaste conmigo solo por despecho cuando rompiste con Iwaizumi-san, también sé que... luego regresaron otra vez y de verdad no me importa pero... Estoy esperando.

—¿Esperando? ¿Qué cosa?

—A tu hijo, Oikawa-san.

Algo se quebró para Oikawa en ese momento, o al menos sintió el imaginario sonido de aquella escena rompiéndose tras él, ¿que había soltado sin tacto alguno Kunimi?

Su relajada y siempre seductora expresión se cayó a pedazos, y se puso aún más pálido. Definitivamente ese chico que jamás hacia bromas, estaba haciendo una justo en ese instante, porque... siempre existe una primera vez. ¿Verdad?

Cosas como esas, sin un sentido alguno, colmaban la remecida mente del castaño. Deslizó su mano a través de su frente, hasta tocar su suave cabellera y despeinarla hacia atrás.

—Kunimi-chan... Jajaja, no eres nada bueno haciendo bromas~

—Bien, solo debías saberlo, es todo. Adiós, feliz navidad.

El delgado Akira se dio la media vuelta sin vacilar y abandonó la oficina del nuevo administrador de la cafetería. Dejando así, un Oikawa con cara de idiota que parecía haber caído en un trance, uno que le mantuvo adherido a su cómoda silla de cuero hasta que su jornada laboral acabó.

 

Cuando Kunimi cruzó el umbral de la puerta marchándose de la cafetería algo le sacudió de pronto. Sus esbeltas piernas temblaban y respiraba más rápido de lo normal, estaba alterado mientras oprimía sus labios con fuerza. No pensó que finalmente decir la verdad -que supo hace poco tiempo- le dejaría en tan mal estado, suspiró buscando la calma de alguna manera milagrosa.

Y es que, sabía que toda esa situación estaba mal, realmente mal.

Primero, era joven y venía desde otra ciudad, el dinero apenas y le alcanzaba para el cuarto que rentaba y su universidad.

Segundo, el padre de su hijo amaba a otro, y era un novio del que jamás se despegaría otra vez. Esos molestos amoríos de dos amigos de infancia.

Tercero, él solo fue un simple consuelo de una noche. A quien Oikawa usó para olvidar sus líos amorosos por algunas horas.

Pero él lo sabía, Tooru no era el culpable de aquello, sin duda el de preciosos cabellos color chocolate no le forzó a nada. Fue decisión suya revolcarse con un hombre totalmente despechado que sufría por amor, fue su error aun sabiendo que el mundo, el universo, dios y lo que fuera conspirarían de cualquier modo para juntar a esos dos nuevamente.

Y aquel descuido terminó creando a un bello ser que crecía en su vientre.

—Menuda porquería. —bufo increíblemente molesto, no por su hijo, si no por el sujeto con el cual quiso tener sexo sin precauciones.

Suspiró otra vez, ya resignado, pensando que después de ver esa inútil y entendible forma de reaccionar de Tooru, debería hacerse cargo él solo del hijo que pronto llegaría a este alocado mundo. No iba a imponerle a nadie hacerse cargo de nada, y menos tenía pensado abortar, esa jamás fue una opción para él.

Desde que lo supo, sintió desesperación y miedo, deseos tan insoportables de largarse a llorar en cualquier sitio. Pero se contuvo, y supuso que por algo ese niño -o niña- llegaría a su solitaria vida. Tocó su vientre en medio de una sonrisa melancólica y continuó su camino, continuó alejándose del padre de su hijo.

Y aunque ni en su interior lo admitía, sintió un punzante dolor en su corazón.

 

El tiempo transcurrió lento, y pronto su horario de trabajo se acercaba. No era el mejor empleo de todos, quizá sería el último en su lista de opciones, pero qué más da, era lo único que logró conseguir y eso le bastaba. Al menos pagaba sus cuentas.

 

Una dulce y acogedora Floristería. Fue lo primero que sus ojos vieron al frenar su bicicleta de súbito, sí, Kunimi aun con esa cara inexpresiva y perezosa trabajaba justo ahí. No se adaptaba para nada a ese radiante ambiente conmovedor, era como si una imponente rosa negra fuese puesta en el centro de un delicado ramo de flores rosadas, puras e inocentes. Y él, con su actitud de siempre en medio de todo ese bello paisaje.

Así se sentía, pero al menos le causaba un poco de gracia.

Cuando ingresó a la tienda, se despojó del abrigo y toda la montaña de prendas que llevaba para apalear las bajas temperaturas que comenzaban a gobernar la ciudad. Y aun así, seguía viéndose delgado.

—Al menos con el bebé podré ganar un poco más de peso, ¿no? —susurró para sí mismo. Y hubo un minuto de silencio, que pronto fue escandalosamente interrumpido.

—¡¡BUENAS TARDES KUNIMI-SAAAAAN!!

Un energético muchacho de delantal rojo apareció a su derecha, haciéndole casi caer del susto. Su cabellera desordenada por naturaleza era de un cautivante tono anaranjado, parecía extremadamente feliz por esa amplia y casi interminable sonrisa que llevaba dibujada en la cara, pero la verdad Hinata Shouyou siempre era así. Tan entusiasta y energético, para Kunimi era como si tuviese un radiante y ruidoso sol a centímetros de su cara.

—Ugh, Hinata… eso me asustó en verdad.

—Hoy llegaste un poco tarde, ¿dónde estabas?

El más alto le dio una mirada de disgusto a aquel sol andante, reclamando dentro de su cabeza porque debía darle explicaciones. En respuesta Hinata sonrió aún más, acercando su adorable cara al contrario, insistiendo ferozmente sin pronunciar ninguna palabra.

Akira tenía poca paciencia.

En verdad, cero paciencia.

—Estaba entregando cierto regalo de navidad, a cierta persona. —respondió sin mirarle, mientas ataba su delantal azul.

Hinata solo le entregó una mirada curiosa y no quiso molestar más con ese tema. Pero de inmediato comenzó a balbucear acerca de algo, tan emocionado y ruidoso como siempre solía ser. Sin duda Hinata era alguien que vivía con plenitud cada cosa, sin pensar tanto a futuro, como si los sucesos momentáneos fuesen lo más increíble que le ocurría, disfrutando con cada partícula de su ser cada ocasión de la vida. Como si fuese lo único.

El bello peli naranja poseía una alegría arrolladora, que muchas veces le parecía a Kunimi una luz cegadora que le envolvía a ratos. Él era tan brillante y feliz.

—Rayos... Y de todas las personas con las que podría trabajar... tenías que ser tú, Hinata... ¿incluso de toda la gente de Miyagi, me fui a encontrar contigo?

—¡¿Hah?! ¡Lo dices como algo malo! Kunimi-san, ¡piensa que fue obra del destino! Ambos vinimos de Miyagi, pero nunca nos conocimos allá. ¡Increíble!

Ahí estaba de nuevo, saltando y diciendo tonterías incoherentes con los ojos brillantes y extasiados. Akira no pudo evitar esbozar una sutil sonrisa, después de todo, ese agotador muchacho era una buena persona. Y aunque odiaba admitirlo, le agradaba bastante.

En el fondo, a veces deseaba irradiar la mitad de la felicidad que ese chico emanaba. Pero simplemente su luz era impresionantemente tenue.

 

Y entonces después del trabajo Kunimi se hallaba dentro de una librería. Que por supuesto se encontraba atestada de personas, que en su mayoría compraba regalos para esa noche navideña. Todo estaba -exageradamente- plagado de adornos y decoraciones de navidad, e incluso los empleados llevaban pintorescos disfraces.

Se burló en su mente de ellos, definitivamente había alguien con peor suerte que la suya. Pero se retractó de inmediato, luego de pensar que en unos siete meses él parecería algo aún más extraño cargando una enorme y descomunal panza por su embarazo. Suspiró por enésima vez.

 

Melancólico ahora apreciaba un libro que halló gracias a uno de los empleados de antes, sostenía el ejemplar con fuerza, mientras fruncía él ceño cada vez más. ¿De verdad algo como eso le serviría?

—¡Vaya Kunimi! —una familiar voz masculina le sobresaltó. Y el repentino hombre arrebató el libro de sus manos. —"Preparando la economía para la llegada de mi bebé" Hmm... ¿Piensas obsequiar en navidad un libro con un título tan idiota como este?

—Iwa... ¿Iwaizumi-san...?

—Que hay, Kunimi. Ha sido un largo tiempo.

El tiempo se detuvo frente a Kunimi, todo parecía hacerse borroso, excepto el hombre que tenía en frente, parecía oír con prepotencia los latidos de su alocado corazón.

¿Qué diablos pasaba con el destino? ¿Por qué le ponía todo el tiempo trampas como esas? Se entumeció al acto, al apreciar justo delante de su cara al novio del padre de su hijo. Todo aquel lío era tan enredado que rápidamente comenzó a sentirse abrumado por la situación. Quería ser tragado por la tierra, o caer inconsciente debido a un feroz y desconocido golpe en su cabeza.

¡Algo, lo que sea! Solo deseaba correr justo de ahí.

Maldito día, maldita suerte, ya no sabía si culparse a sí mismo u odiar al destino.

Eso era realmente malo.

Pero entonces algo iluminó su mente de pronto, "El bien y el mal solo son puntos de vista"

¿Sería realmente malo revelar ante Iwaizumi que él esperaba un hijo de Oikawa Tooru? ¿Por qué decir la verdad debería considerarse como algo malo?

¿No era acaso lo correcto soltarlo todo justo en ese instante?

—¿Kunimi? ¿Te ocurre algo?

—Ah... Estoy bien. —respondió esquivando la mirada. —¿Realmente crees que... sería tan malo obsequiar este libro?

—Demonios sí. ¿Crees que un libro con consejos y pautas que seguir con tu dinero, ayudaría a alguien con todos los gastos de un bebé? Simplemente se debe trabajar duro.

—Heh, lo haces sonar tan fácil.

—Bueno, no debe serlo pero...

—Como sea. Gracias por el consejo, no lo llevaré entonces. Envía mis saludos a Oikawa-san. —hizo una reverencia. —Hasta pronto.

Kunimi dejó con torpeza el libro en una bandeja cercana y bajo rápidamente las escaleras de la librería, escapando de ese lugar. Huyendo del amargo encuentro con Iwaizumi, nuevamente solo quería desaparecer y olvidarlo todo.

Pero no podía.

"¿Hasta pronto?" —repitió Iwaizumi observando a Kunimi marcharse.

El rostro de Iwaizumi Hajime invadía la mente de Akira más y más.

¿Por qué? ¿Por qué?

¿Por qué era así desde que todos vivían en Miyagi? ¿Por qué la mirada de Oikawa siempre era atraída por Hajime? ¿Por qué después de todo este tiempo Iwaizumi seguía siendo el único para Tooru?

—¿Por qué no podría ser...? Ah. —Kunimi interrumpió sus palabras al percatarse de la dirección que tomaban sus pensamientos. Un desgarrador nudo se apodero de su garganta, pero contuvo esas rebeldes lágrimas, al menos por ese momento.

...

 

 

Ding ~ Dong

Oikawa se encontraba observando la ciudad a través del enorme ventanal de su apartamento. Se sobresaltó al oír el timbre resonar tras él, o lo correcto sería decir que fue sacado a la fuerza de los profundos pensamientos que le sumergían en un camino sin final aparente. Sacudió la cabeza unos segundos y se acercó a la entrada principal, cuando abrió la bella puerta barnizada, le vio entonces.

Con una sonrisa pequeña, pero maravillosa, con ese corto cabello oscuro y un tanto alocado, con esa piel que parecía estar perfectamente bronceada, pero nació así.

Nació dueño de un atractivo con el que Oikawa cayó enamorado como un idiota.

Pero no era solo eso, esa personalidad de su novio siempre le había tenido embobado, tan endemoniadamente hipnotizado.

—Iwa-chan...

Sintió paz finalmente dentro de sí y olvido las cosas que acechaban su mente. Se lanzó a los brazos de su pareja como un niño que buscaba consuelo, e Iwaizumi le recibió como lo hacía en la infancia. Como cuando su querido Tooru corría hacia él llorando, balbuceando cosas sin sentido que nadie podría entender con facilidad, aquel antiguo recuerdo le llenó de nostalgia y sonrió con dulzura.

—Idiota Oikawa, ¿qué diablos te pasa? —le dio una leve palmada en la espalda al más alto.

Y como era de esperarse, Oikawa fingió a la perfección, diciendo que todo estaba de maravilla. Y sonrió tontamente creyendo el mismo esas falsas palabras, pero aquella atmósfera romántica y libre de problemas que se creaba poco a poco, fue brutalmente destruida de forma inesperada.

—¿Sabes? Me encontré a Kunimi en la librería que solíamos visitar. Fue una súper sorpresa, ¿desde hace cuánto tiempo no veíamos a ese chico eh? Ah, te envió saludos por cierto.

Oh no. ¿Qué clase de pesadilla era esa?

Oikawa se sintió dentro de un abismo, uno donde además jugaba a la ruleta rusa y era su turno de perder.

Se giró, caminando hasta la mesa donde esperaba la cena y un exquisito vino italiano. Solo buscaba ocultar su rostro de Hajime, quien le conocía demasiado, y si veía la más mínima pizca de desesperación en su rostro lo sabría de inmediato. Ya había logrado fingir por los pelos que todo iba bien, y por segunda vez Iwaizumi no caería en el mismo juego.

La única opción era evitar los ojos de su amante hasta que pudiese recuperar la calma por completo.

Pero... ¡por todos los cielos! ¿Por qué justo ellos dos debían encontrarse?

—¿Ah sí? ¿Y... que te dijo Iwa-chan?

—Nada en particular. Se veía un poco raro, bueno ya sabes como es. Pero... Había algo extraño.

—¿De qué hablas?

—Estaba cargando un libro con un título que daba asco. "Preparando la economía para la llegada de mi bebé" ¿quién obsequiaría algo como eso? Jaja, él no ha cambiado ni un poco.

Algo misterioso estremeció a Oikawa al instante que escuchó aquello. No sabía que era, pero de un momento a otro se sentía extrañamente preocupado.

De la nada todo se volvió tan, tan condenadamente pesado a su alrededor. El aire, su cabeza, sus latidos. Su cuerpo entero.

Todo se veía tan borroso. Ya que estaba al tanto, lo sabía bien, que aquella abrumadora felicidad que había logrado recuperar con su amado Iwa-chan pronto podría derrumbarse.

Pero confiaba, confiaba en que Hajime soportaría toda esa confusa situación, o al menos quería creerlo con todo su corazón. Pero antes de aceptar su responsabilidad en todo ese gran lío, quería confirmarlo.

Confirmar si realmente era el padre de ese niño.

¿Estaba en su derecho, verdad?

—Iwa-chan. ¿Me besas por favor?

Finalmente dirigió su mirada a su actual pareja, diciendo aquello con una voz tenue, y un tanto demandante. Pero él era así, suave e impetuoso como nadie más. Iwaizumi hizo una mala cara y le arrojó esos usuales insultos, y obedeció en medio de más quejas. Porque lo amaba, y dentro, muy dentro algo le gritaba que las cosas no estaban del todo bien.

...

 

—¡Mamá! ¡¿Y eso?!

—Es un gran pastel cariño, lo mande a preparar especialmente para ti Akira. Porque hoy es tu día favorito, el día de navidad. —respondió sonriente y hermosa

—¡Uwah! —exclamó el menor con las mejillas encendidas y los ojos brillantes. Con una bella sonrisa inolvidable. —¡Te quiero mucho mamá!

 

—¡Ah...!

De un brusco salto Kunimi escapó de esos sueños que le hacían revivir tiempos de antaño. Luego de pestañear confundido un par de segundos comprendió que eso solo era un recuerdo y ya no había vestigios de ese muchachito dulce que una vez fue. Estaba a oscuras y solo la luz del exterior le otorgaba visibilidad dentro de ese pequeño cuarto.

Contempló su sombrío alrededor, su kotatsu vacío, sin nada más que la sombra encima. Y a él mismo, ahí sólo, durmiendo sobre el asiento de una pequeña butaca.

Se sintió deprimido pero sacudió la cabeza con fuerza.

—No idiota Kunimi. —se reprochó a sí mismo. —No estoy solo, no lo estaré jamás.

 

 

Continuará...

Notas finales:

Gracias por leer!!


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