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Sensibilización por Ross Golbach

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Notas del fanfic:

Los personajes le pertenecen a Hidekaz Himaruya.

Llegada.

Continuó su camino por las montañas, en busca de algo de fruta para que su pequeña familia tuviera algo de que alimentarse. Había salido temprano en la madrugada a escondidas de su madre, para sorprenderla a ella y a su hermano con un delicioso desayuno, hecho por él.

Sin embargo, cuando se acercó lo suficiente a la orilla del pequeño risco, vio como los guardianes del palacio tomaban a su madre y su hermano mayor con cadenas, listos para ser transportados a lo que parecía ser una carrosa bastante simple -No como la que utilizaba la reina, estaba claro- algo que le asustó mucho.

Dejó caer los frutos recién recogidos y corrió detrás de la carrosa a una distancia aceptable para no ser descubierto tan pronto. Tras un par de horas de viaje, se dio cuenta que los estaban llevando al palacio, y eso no significaba nada bueno, en lo absoluto.

La gente que era llevada al palacio, solo tenía dos opciones: Obedecer a la reina en todo lo que pidiera, jugar trucos sucios para subir tu rango y así evitar que te corten la cabeza o morir, sin haber intentado nada de nada y sin volver a saborear aquello que era la libertad, ya que una vez dentro del palacio, no podías volver a salir de allí.

La carrosa comenzó su recorrido dentro del palacio y de inmediato supo que todo se había perdido. Si quería reunirse con su madre y su hermano, debía de entrar, aunque eso significara que se volvería un esclavo, prefería eso que abandonar a su única familia. No quería ser igual que su padre.

Se escondió cerca de una bolsa de artesanías traídas de quien-sabe-dónde y caminó con pasos apresurados, sintiendo la adrenalina correr por sus venas cada vez que un guardia real pasaba por su lado. Mordió su labio inferior y siguió su camino hacía un pequeño hueco de donde se encontraban un par de doncellas lavando los vestidos de la reina. Tino deseó algo así para su madre, una fina tela de seda, con un color hermoso, como ella se merecía, porque para él su mamá era la reina.

Sin quererlo se perdió en sus pensamientos de lujos y una vida perfecta para la mujer que le había dado la vida, que no se dio cuenta que la carrosa había desaparecido y ahora no sabía dónde se encontraba y probablemente no quedara más opción que entregarse.

—¡No Tino, debes ser valiente! — Se animó a sí mismo, causando más ruido del necesario, lo que hizo que una de las doncellas soltara un grito de susto al verlo escondido ahí.

La sangre de Tino corrió helada cuando vio dos guardias reales acercarse. Su expresión decía que había llegado su fin y probablemente lo enviaran con la reina para que cortaran su cabeza, sin haber visto a su madre ni hermano por lo menos una vez más.

—¡Ven con nosotros, maldito mocoso! —Los guardias lo tomaron de los brazos sin tener el más mínimo cuidado y lo arrastraron hacia el salón real, donde la reina yacía sentada en su trono, leyendo un libro a su pequeño hijo, parecían disfrutar el momento en familia y Tino por un momento envidió eso.

Los guardias lo tiraron al piso sin delicadeza, llamando la atención de la reina y el niño que nunca había visto antes. No debía de tener más de diez años, su cabello era rubio y sus ojos eran azules, unos hermosos ojos azules. Llevaba puesto un traje azul marino y una corona en su cabeza; pudo deducir que era el príncipe.

—¡Su majestad! —Los guardias se inclinaron, haciendo reverencia a la reina, quien cerró el libro y lo dejó en el regazo del otro niño, quien, por cierto, no apartaba la mirada de Tino.

Se asustó. Nunca había visto una mirada así y le aterraba. El príncipe daba miedo, sin embargo, tenía que evitar hacer cualquier sonido si quería conservar su cuello intacto. Para tener ocho años de edad, su madre le había explicado muy bien cómo debía actuar en caso de que fuese capturado y llevado al palacio.

Los ojos azules penetraban su alma, haciéndole sentir algo en el pecho, que, aparte de miedo, era curiosidad.

—¡A gusto! —La reina alzó su mano, permitiéndoles levantar su cabeza de nuevo.

Sin esperar ningún momento, uno de los guardias tomó a Tino de su brazo y lo jaló hasta dejarlo en frente de la reina. Sintió sus ojos aguarse del miedo que comenzaba a sentir.

—Hemos encontrado a este niño escondido debajo de las prendas de la reina. Las doncellas dieron aviso y lo hemos traído para que, su majestad, le reprenda como es debido —Ambos guardias se sonrieron entre ellos. Hacía mucho que no veían una cabeza ser cortada, mucho menos la de un niño, así que sería interesante verlo y más aún, sabiendo que fue gracias a ellos.

La respiración de Tino comenzó a ser agitada y lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas. Se sentía acorralado, quería correr, pero sabía que eso haría que las cosas empeorasen.

—¿Tienes algo que decir en tu defensa? —La reina le miró, un poco extrañada de verlo así vestido. Por lo general, ella se aseguraba que hasta los esclavos tuvieran una ropa decente y él parecía más bien un niño de las afueras.

—Y-yo… yo no sé, mi mamá y mi hermano fueron traídos aquí, y-yo solo los seguí —Su vos era apenas audible, pero sonaba asustado, tanto así que la reina bajó las pequeñas escaleras que daban a su trono y se hincó enfrente de él.

—Dime ¿Eres nuevo aquí? —Tino asintió —¿Quién es tu mamá?

—Maida… Väinämöinen —Respondió aún más bajo que antes, cerrando sus ojos con el miedo recorriendo cada parte de su cuerpo.

La reina se levantó, tratando de recordar ese nombre, sin embargo, nada vino a su mente.

—Busquen a la madre, mientras tanto, vístanlo con las ropas de esclavo y llévenlo con el guardia Hans —Los dos guardias asintieron, algo decepcionados de no poder ver nada ese día. La reina se estaba volviendo muy comprensiva, desde que su esposo había muerto y los había dejado solos a ella y a su hijo.

Los guardias empezaron a caminar hacia la salida. Tino empezó a seguirlos, no sin antes ver como la reina se volvía a sentar en su trono, tomando de nuevo el libro para poder continuar lo que había dejado con su hijo, el cual le seguía mirando fijamente.

Desvió la mirada y trató de caminar más rápido, no quería más regaños y que castigaran a su madre o hermano por su culpa. A pesar de que no tenía la más mínima idea de su estado, sentía en su corazón que ambos estaban bien. Sabía también que Eduard cuidaría de su madre perfectamente y no dejaría que anda le pasase.

Los dos guardias pronto abrieron unas puertas, que llevaban a una enorme habitación llena de telas y objetos de costura. Las doncellas hicieron una pequeña reverencia a los soldados, quienes la devolvieron y pronto empezaron a hablar acerca de la ropa que le darían. Tino, mientras tanto, observó a su alrededor maravillado, había un montón de vestidos y trajes que estaba seguro eran para el príncipe y su madre.

Nada más recordar los ojos del mayor, hizo que su corazón latiera más rápido de lo normal.

—Niño, aquí está lo que usarás —Tino alzó la mirada y se encontró con una clase de camisa blanca larga con un pantalón ancho negro, el cual tenía unos bordados azules con amarillo, formando la bandera del país en algunos lados. Poseía un cinturón bicolor y unos zapatos blancos.

Le dieron también un sombrero negro que se podía atar debajo de la barbilla.

—Póntelo de inmediato —Dijo el guardia, señalándole un pequeño espacio para que pudiera hacerlo.

Tino no titubeó y fue de inmediato a cambiar sus ropas. La camisa le quedaba bien, al igual que el pantalón y los zapatos, pero el sombrero se le hacía ridículo. Obviamente no era tan estúpido para decirles eso, así que simplemente se lo puso sin rechistar.

Cuando estuvo listo, salió, encontrándose con otro guardia, quien venía acompañado del príncipe y otro niño más que desconocía por completo, Ambos llevaban puestas coronas, de diferente tamaño, claro. Eso demostraba el rango que tenía cada uno, por eso supuso que el otro niño podría ser algún primo del príncipe, por eso el tamaño de las coronas.

El niño era alto -No tanto como el príncipe, pero sí que él- su cabello era rubio y estaba siempre en una forma de pico. Sus ojos eran azules y también pudo notar que tenía una gran energía.

Trató de ignorarlos y pasó directamente con el guardia que los otros dos lo habían dejado. Este sonrió al verlo, ya que el niño se veía bastante adorable vestido así a tan temprana edad. El sombrero le quedaba un poco grande para ser exactos.

—Muy bien, ya que estás listo, te llevaré a que aprendas las reglas dentro del palacio y luego te asignaremos a un taller —Tino asintió y tomó la mano del guardia, listo para salir de la gran habitación.

Volvió a sentir la mirada del príncipe, acompañada por la del otro niño, quienes no dejaron de verlo hasta que desapareció por la puerta. En su mente solo pudo recordar la mirada profunda del príncipe, como lo veía, la forma de hacerlo y supo entonces, que su estancia en el palacio no sería nada fácil.


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