La gente tan inestable como Daniel Cleaver acaba cayendo en su propio círculo vicioso convirtiéndose en lo que jamás quiso ser, un fracaso... es decir, no es que no lo fuera antes, sino que, al menos, no se daba cuenta de su patética situación social, sentimental y psicológica. Esa rutina de ninfómanía desenfrenada, a priori, parecía llevadera, no obstante, cuando el de orbes celestes descubrió ser un mujeriego empedernido que nunca, y repito, nunca hallaría estabilidad, empezó a beber, y la bebida llevó a drogas, y las drogas a más promiscuidad, y cada mes que se sucedía, caía en lo más hondo de una depresión, punto sin retorno.
Quizá esto explicara la situación actual, el porqué fue a la urbanización más aristócrata de Londres a colgarse de los bolsillos de Mark Darcy, estaba ya desesperado por afecto, y solo le quedaba jugar con él, sabiendo que se había separado de Bridget durante un tiempo; Entró al hogar ajeno susurrando cumplidos y cortejos ebrios a su propietario, instó para que lo devorase y usara a placer. Daniel pensó que quería confirmar rumores, ver si en verdad ese gentleman inglés avisaba cuando se corría, y, por último y no menos importante, quería redimirse, aunque él no supiera pedir perdón, ergo su mejor forma de hacerlo fuera mediante sexo. Recordaba con cariño los tiempos que estuvieron juntos estudiando, quisiera recuperar aquella época, no le importaría, pues tenía en estima esa amistad, podría ser un bastardo integral, pero a leguas se supo y se habló, disimuladamente, de que los sentimientos de un jovencísimo Daniel Cleaver por Mark Darcy no se catalogaban tan solo en términos amistosos.
Volviendo a la situación, para sorpresa de ambos, Darcy cedió con sumisión bestial, fue íntimo y acunaba su rostro antes de besarlo, arrancó suspiros y gemidos quejumbrosos de él, le hizo arquear la espalda repetidas veces, y el cabezal de la cama golpeaba la pared con cada embestida que hacía a su vientre hormiguear y su cuerpo saltar de alegría y éxtasis. Su anfitrión le marcó cada pedazo de piel a fuego, lamidas, mordidas, moratones. Joder, ¿qué clase de hombre con matrícula de honor da tan buenas mamadas?
Cuando prácticamente rozaba el firmamento con los dedos, Darcy le abrazó por la espalda y los rumores se confirmaron, sin embargo, él estaba muy ocupado repitiendo "Markie" una y otra vez hasta convertirlo en algún tipo de rezo.
Finiquitaron respirando como si desconocieran hacerlo, con pesadez y algo sudorosos.
A los escuetos segundos, Mark se alejó, dejando a Daniel recomponerse del orgasmo por sí mismo. Éste, al cabo de un par de minutos se removió, limpió y fue a buscar un cigarro en el bolsillo de sus pantalones.
—No me gusta el olor a tabaco en mi casa —reprochó Darcy, mirando con un odio mutado a cierta lujuria.
—Perdón, iré a fumar al balcón.
—Tampoco lo creo oportuno, Cleaver. Es hora de que te marches —severidad, de espaldas a él, un tono tan firme que le heló los huesos, el mentado dejó la nicotina enrrollada en papel para más tarde.
— ¿Qué?
—Solo ha sido sexo, vamos, te traeré tu abrigo, ponte la ropa.
Exactamente así, así se sentían las, probablemente, cientos de mujeres con las que se acostó alguna vez, así se sintió la amada Bridget Jones de Mark. Si se había bienaventurado era su culpa, si su corazón latió de más esperanzado, también. El de ojos oscuros se acercó por último al entrevistador, depositando una mano en la baja espalda del mismo, apretando para que sintiera ese dolor post-coital tan placentero, y remarcando así su posesión sobre él.
—Nadie te follará como yo lo he hecho —añadió para remate, mediando la sonrisa maquiavélica en su rostro angelical como "hasta nunca".
Y así se vengó Cupido de Daniel Cleaver, pues no volvieron sus ojos a ver el dormitorio de Darcy y, efectivamente, nadie le proporcionaría tal candencia como el señor Darcy hizo.