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Las tres rosas por Arawn87

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Notas del fanfic:

Hola a todos, voy a partir dando excusas porque tengos muchos fics pendientes de leer y comentar. Resumidamente, me cambié de ciudad hace casi dos meses y aún no consigo instalar internet en mi nuevo hogar, por eso ando ausente y dispersa. Apenas recupere la estabilidad comenzaré a ponerme al día tanto aquí como en otras páginas :)

 

Ahora con respecto a la historia. Es solo algo que se me ocurrió de repente, un nuevo experimento a punto de ver cómo resulta. Todo por Afrodita, su cumpleaños no podía pasar desapercibido.

 

Lo único que adelantaré es que serán varias parejas, la identidad de las mismas prefiero que sea sorpresa :D

 

 

 

* Saint Seiya no me pertenece, es propiedad de Masami Kurumada y Toei animación. 

Notas del capitulo:

Vamos con el primer capítulo de esta nueva ocurrencia. Ustedes juzgarán.


 

Rosa diabólica


 


Pudo ser un atardecer como cualquier otro, nada especial, solo con esa ligera sensación de satisfacción que lo inundaba cada vez que terminaba una exitosa misión. Es lo que pensaba hasta hace unos segundos.


Cuando volviera al Santuario, planearía su cumpleaños con  la única persona a quien podía llamar “amigo”, o lo más parecido a eso que tenía y sabía que tendría en esa vida. Sí, todo iba a ser sencillo, todo debía ser sencillo. No obstante, ahora se encontraba acorralado contra una pared de piedra, con su cuello ligeramente presionado por una furiosa y temblorosa mano helena.


Afrodita veía a Milo con indiferencia, casi aburrimiento, como solía hacerlo desde la primera vez que lo vio. Aquel aprendiz le había causado el mismo nulo interés que el resto de sus compañeros, a los cuales apodaba “cariñosamente” como “los mocosos”, a pesar de no ser más que un par de años mayor, pero esa pequeña diferencia de edad le hacía sentir un tanto superior y le gustaba. Sin embargo, ahora solo intentaba mantener su acostumbrada calma frente a aquella penetrante mirada acusadora, no necesitaba palabras para descifrarla, era clara como el agua, gritaban un “porqué lo hiciste”. El bello santo desvió un momento su atención para fijarse en aquel inerte cuerpo que yacía cerca de ellos. Aquel que hasta hace un par de minutos fuera un poderoso y honorable guerrero, ahora descansaba de espaldas junto a una de sus preciadas rosas diabólicas reales. No pudo evitar esbozar una sonrisa al recordar cómo el portador de la cadena había quedado paralizado con apenas un roce de aquella pequeña flor, le hacía sentir orgulloso de su creación. Lamentablemente, su compañero de armas no lo veía de esa forma y al notar que el mayor dejaba de prestarle atención ejerció un poco más de presión sobre su agarre.


- Eres un desgraciado, Piscis -acusó finalmente, logrando que el aludido volviera a mirarlo- no tenías derecho, no tenías…


- Claro que tenía, Escorpio –respondió tranquilamente- el mismo Patriarca me otorgó ese derecho, pues sabía que tendrías problemas con este… santo de plata –agregó con cierta burla, algo que Milo advirtió.


- No creo que te ordenara interferir –contradijo con los dientes apretados, tentado en presionar aquel delicado cuello con su otra mano también.


- ¿Cuestionas las órdenes de Su Santidad…?


- ¡Te cuestiono a ti, maldito! –estalló finalmente, lanzando un golpe con su mano libre a pocos centímetros del bello rostro de su compañero, partiendo la roca. Respiró profundo antes de volver a hablar- Era una pelea justa y tú la convertiste en algo sucio, ¿cómo pudiste?


Afrodita sintió que hasta ahí llegaba su paciencia, tomó la muñeca que lo sujetaba y en un rápido movimiento lo apartó de él, dándole un fuerte empujón.


- La misión terminó, niño, deja de lloriquear y ve a reportarlo como corresponde –la voz de Afrodita se oía firme y demandante, haciendo que Milo se enojara aún más.


- No quieras darme órdenes, se perfectamente lo que debo hacer, pero primero me vas a explicar porqué interferiste en mi combate –volvió a exigir el griego, para luego suavizar su mirada- Quiero la verdad, Afrodita, ¿por qué lo hiciste? –finalizó llamándolo por su nombre, algo que sorprendió en demasía al otro.


Permanecieron en silencio algunos segundos, observándose con cuidado, hasta que el sueco se animó a responder.


- Fueron órdenes del Patriarca –explicó sonando lo más sincero posible- Me dijo que interfiriera si te veía en problemas y eso hice, ni más ni menos. Ahora por favor termina con el drama, debemos volver al Santuario.


Afrodita hizo ademán de irse, pero un fuerte agarre en su antebrazo lo detuvo. Desvió la mirada hacia aquella mano que nuevamente lo sujetaba impidiéndole escapar y volvió a encontrarse con los ojos de su compañero.


- ¿Tan poca confianza me tienes, Afrodita? –Esta vez no pudo disimular su asombro ante las palabras de Milo. Era segunda vez en ese rato que lo llamaba por su nombre y encima con un tono demasiado familiar para su gusto.


- No se trata de confianza, solo hice lo que me ordenaron ¿por qué insistes con esto? –preguntó frunciendo un poco el ceño. Vio a Milo recuperar su seriedad y voltear lentamente hacia atrás, para mirar el cuerpo de Albiore.


- Él no merecía morir así, era un guerrero honorable, merecía un combate honorable…


Por alguna extraña razón, esas palabras hicieron que Afrodita enfureciera. En un loco impulso, con su mano libre tomó a Milo por el mentón, obligándole a mirarlo.


- Si el Patriarca ordenó su muerte, entonces no era un guerrero honorable, sino un sucio traidor al Santuario y nuestro deber es limpiar la Orden de esos traidores ¿te queda claro, mocoso? –dijo con dureza, para luego soltarlo e intentar liberarse, algo que tras algunos movimientos y por el estado de Milo, finalmente consiguió- ¿Sabes qué? no tengo tiempo ni ganas de seguir escuchando tus lamentos. Quédate aquí si quieres, yo volveré al Santuario para dar el informe.


- ¿Por qué tanta prisa por volver? No es como que el Patriarca nos espere hoy mismo, después de todo, no me dijo que debía regresar de inmediato –cuestionó de inmediato el griego- Además, hay algo que me intriga –agregó suavemente, comenzando a caminar hacia Albiore, bajo la atenta mirada de un intrigado Afrodita.


El sueco formó una expresión de sorpresa cuando vio a Milo detenerse frente al cuerpo del plateado y tomar entre sus dedos la rosa diabólica que yacía junto a él.


- Suelta esa rosa.


- ¿Por qué? ¿Realmente es tan peligrosa? –preguntó un curioso griego, alzándola sobre su cabeza, como si intentara descubrir algún secreto- Albiore era poderoso, no me explico cómo pudo quedar en jaque solo con esto ¿qué tiene de especial? –Milo hablaba consigo mismo, sin notar que cada palabra era como un pequeño pinchazo al orgullo de Afrodita.


- No me digas que eres de los idiotas que juzgan un libro por su portada –las palabras del sueco hicieron reaccionar al menor, sacándolo de una especie de letargo.


- Supongo que no… -dijo con voz ronca, caminando lentamente hacia su compañero- Imgino que subestimar a esta pequeña rosa sería igual de estúpido que subestimarte a ti –continuó hasta detenerse a pocos centímetros del mayor, y este, por una extraña razón, no se apartó– Un lobo vestido de oveja... no, un demonio disfrazado de ángel, el más bello de los ángeles –terminó en un susurro, muy cerca de su oído- ¿Quién eres realmente, Afrodita de Piscis?


Terminada su pregunta, volvió a hundirse en esos profundos ojos celestes, intentando descifrar lo que ocultaban. De manera inconsciente, comenzó a eliminar la distancia que los separaba. Afrodita le devolvió una fría mirada, pero no se movió. Milo no sabía si continuar o apartarse, Afrodita tampoco. Estaban ahí, en medio de una isla destruida, junto al cuerpo sin vida de un guerrero ejecutado por sus propias manos, ¿qué sería lo más sensato en ese momento?


Ninguno se detuvo a reflexionar. De pronto, la pequeña rosa roja caía lentamente a sus pies, mientras ambos guerreros se envolvían en una guerra de voluntades, luchando por el control de aquel apasionado e inesperado beso.


Las armaduras comenzaron a estorbar, se desprendieron de ellas, seguido de la escasa ropa que los cubría, quedando piel contra piel.


Fue Milo quien tomó la iniciativa, se sentía tan excitado como enojado, la ansiedad lo carcomía, quería devorar a esa peligrosa flor que envolvía entre sus brazos, traspasarle su propio veneno y así apoderarse de ella. Deseaba controlarlo, dominarlo, que por una vez hiciera su voluntad.


Con esos pensamientos en mente, Milo alzó a su compañero para tenderlo sin mucha delicadeza sobre el duro suelo. Afrodita, tomado por sorpresa, no fue capaz de reaccionar hasta que se vio acostado y atrapado por el fuerte cuerpo del griego.


No hubo demasiada espera, los gemidos no tardaron en comenzar a emitirse, rompiendo el pesado silencio del lugar. La penetración se produjo en un único y fuerte ataque, causando alaridos de dolor y placer en ambos santos. El sudor pronto cubrió sus excitados cuerpos y se hizo más intenso mientras iba aumentando el ritmo de las embestidas.


Afrodita observó los colores del atardecer reflejados en el cuerpo de su compañero, dándole un aspecto casi celestial. Luego desvió la mirada hacia su izquierda, encontrándose con aquella cabellera rubia, recordándole donde estaban. No le gustó esa sensación.


Miró hacia su derecha, sus ojos fueron recibidos por el brillo de ambas armaduras, el Pez junto al Escorpión, ambas esperando pacientemente a que sus portadores las reclamaras. Decidió volver a concentrarse en el griego, cuyos gemidos captaron su atención en el momento que aumentaron su intensidad.


Milo hundió su rostro en el cuello de Afrodita, dando pequeños mordiscos. Le encantó el sabor, lo sintió tan embriagador que no hizo sino presionar con más fuerza a su compañero e iniciar los últimos movimientos, rápidos, intensos, sin escrúpulos, en busca de la ansiada liberación.


El orgasmo vino pocos segundos después. Primero Milo, llenando hasta el fondo la cavidad del escandinavo. Luego Afrodita, repartiendo su semilla en ambos cuerpos, alcanzando un punto de excitación hasta entonces desconocido por ambos.


Una vez normalizada sus respiraciones, recién entonces notaron que la noche había caído sobre ellos y ahora los cubría un infinito firmamento.


- Vaya, fue aún mejor de lo que soñé –murmuró Milo, sintiendo la garganta seca. Se apoyó sobre sus codos para mirar a Afrodita, deleitándose con aquella imagen- Ni mis mejores fantasías se comparan con esto –agregó mirándolo fijamente. Nunca había temido ser sincero y no comenzaría ahora.


- ¿Debo entender que has tenido fantasías conmigo? –respondió Afrodita, sin demasiado entusiasmo, fijando su atención en las estrellas.


- Me consta que al menos medio Santuario las ha tenido Afrodita –comentó riendo el escorpión, mientras tomaba un mechón de cabello del sueco entre sus dedos- Por algo te llaman “el más bello de los ochenta y ocho”, aunque creo que ni ese apodo te hace justicia.


- Ya veo… -murmuró el mayor, aún sin mirar al otro.


- Por cierto, pronto estarás de cumpleaños ¿verdad? –Esas palabras lograron captar la atención de Afrodita, no esperaba que Milo supiera eso- No soy tan idiota como crees, se algunas cosas de las personas que me rodean –dijo orgulloso. Afrodita le miró arrogante.


- Sabes mucho menos de lo que crees, Milo… no tienes idea –comentó sonriendo con suficiencia.


Milo sintió que había algo grande tras las palabras de Afrodita. Él escondía algo, lo sentía, no era tonto, pero era imposible penetrar la barrera de espinas que rodeaba al sueco. Aun así quería intentarlo. Posó una mano sobre aquella sedosa cabellera y comenzó a acariciarlo con tanta suavidad y ternura que logró desconcertar a su acompañante.


Afrodita supo que aquello debía detenerse en ese momento.


- Afrodita, dime algo… -Milo calló de pronto, sintiendo un repentino cansancio- Tú sabes… -intentó continuar, pero sintió sus párpados pesados y apenas lograba articular palabra- Tú…sabes…


De un segundo a otro, Milo se derrumbó inconsciente sobre Afrodita, quien le dio algunos golpecitos en la cabeza antes de quitárselo de encima.


- Descansa en paz, mocoso –le susurró al oído, con cierta ironía, sin creer que Milo pudiera ser tan confiado.


Afrodita se levantó despacio, recogió sus ropas y se vistió, mirando de reojo al cuerpo que aún yacía junto a ellos. Recién entonces tomó conciencia de lo que habían hecho frente a un muerto y le pareció bastante retorcido, aún para alguien como él.


Llamó a su armadura, la cual acudió de inmediato cubriendo su cuerpo, haciéndolo sentir protegido otra vez.


Miró el firmamento, estaba plagado de estrellas, era hermoso. Entonces divisó la constelación de cáncer y recordó un asunto pendiente en el Santuario.


- Tengo un cumpleaños que planear –dijo en voz alta, sin apartar la vista del cielo. Luego desvió su atención hacia Milo, haciéndolo esbozar una sonrisa- Duerme bien, mocoso, se vienen tiempos difíciles –le dedicó esas palabras finales antes de marcharse.


Emprendió camino evitando volver a mirar a Albiore, no quería que ese fuera su último recuerdo de Isla Andrómeda. Prefería conservar el cuerpo desnudo e inconsciente de Milo en su memoria. Algo agradable para evocar cuando quisiera.


Pensó en cómo reaccionaría el griego al despertar solo junto a los restos del hombre que mató. Sin duda estaría furioso y no le volvería a dirigir la palabra. Eso era precisamente lo que esperaba, no quería tener a alguien como Milo cerca suyo, no podía, mantener distancia era lo mejor, como habían hecho hasta ahora, cada uno por su lado… era lo mejor.


Volvió a buscar la constelación de Cáncer en el cielo, logrando que se relajara un poco.


- Cierto, ese idiota debe estar esperándome -fue lo último que murmuró antes de abandonar para siempre aquel desolado lugar.


Los pétalos rojos flotaban en el aire, aun desprendiendo aquella suave y mortal esencia, rodeando al durmiente, protegiéndolo, asegurándose de que nada le pasara hasta su despertar.  


El veneno de las rosas diabólicas se disiparía durante la noche y los pétalos se volverían indefensos para el amanecer. Ese era su regalo de despedida para Milo de Escorpio, alejarlo de él. 

Notas finales:

Con esto termina la primera mini historia, ¿gustó? ¿no gustó? ¿más o menos? ¿porqué en cualqueira de los casos? Todos los comentarios y críticas constructivas serán bien recibidos.


Nos leemos en el siguiente capítulo el cual espero que venga la próxima semana (o la subsiguiente).


Saludos y gracias de antemano por leer.


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