Era en un bosque: absorto pensaba andaba sin saber ni qué cosa por él buscaba.
“— Nací enfermo, estoy enfermo.”
Blanco. Luces brillando en contraste a los colores que desaparecen.
La cegadora luz dando contra sus parpados le hace a estos apretarse fuerte. El dolor repta desde los dedos de sus pies y muere al principio de su columna. Él suelta un jadeo cuando una sensación abrumadora termina de explotar el nudo que estaba estancado al comienzo de su garganta.
Y llora.
Llora de una manera inexplicable. Su cuerpo va estremeciéndose cada vez que suelta hipidos desesperados, y las lágrimas se encargan de lavar por completo su rostro.
¿Cuántas veces eran en las cuales había acabado teniendo aquel sueño?
Sus ojos heterocromos brillan cuando se han acostumbrado a la luz y, sin embargo, vuelve a cerrarlos para dejarse llevar por los recuerdos diáfanos y difusos del sueño que ha tenido anteriormente.
Él se encuentra perdido entremedio de un mar oscuro, completamente negro, siente la desesperación que esto le causa en cada latir de su desbocado corazón y no hay sensación en algún lugar que le haga tener, en momentos así, tanto temor.
Recuerda una calidez envolverle y aferrarse a su cuerpo. Unos brazos que se sostienen a su cuello como si o les quedara nada más que hacer. Y se siente malditamente bien. De alguna manera ese tacto desesperado que es capaz de percibir le hace entender y encontrar su lugar que estaba tan perdido entre tantas personas que le rodean.
Es maravilloso y abrumador.
Se siente como un montón de espinas pinchando en tu piel y a su vez, como una suave yy fresca brisa de un día cualquiera en primavera.
“—Estoy enfermo. Y me gusta.”
No.
Él no quiere seguir escuchando esa frase que le rompe de mil maneras el alma. La voz distorsionada se encarga de rebotar por sus oídos y la sensación amarga le hace soltar un sollozo aún más lamentable que los que ya ha soltado en momentos anteriores.
“—Me gusta, cariño. Estoy enfermo, y todo lo que hago es para ellos.”
Es melancólico. Esa voz es una mezcla que surge de la tristeza y la alegría. Es un lamento desesperado que le hace doler en lo más profundo. Él lo reconoce como una invitación a un lugar de su pasado que fue —dolorosamente— bueno.Aquel paréntesis que hay entre todas las lagunas que son sus memorias le parece agridulce.
Agridulce como la sensación de no poder recordar.
Pasa sus manos por sus cabellos cobrizos y lleva a estos atrás, peinándolos por un segundo para que vuelvan a su lugar original. Estaba intentando encontrar una respuesta al porqué de sus sueños. Estos solo llegaban desnudos, vacíos y descalzos conduciendo su cabeza a un lugar que se hacía llamar ninguna parte.
Y lo dejaban a él allí, entre medio del blanco y el negro que consumía su mente en ocasiones.Entonces por muy extraño que sonara, una parte de él cada noche rogaba por encontrar a esos sueños de nuevo. Y que estos le dejaran rondando ese color verde de unos ojos preciosos.Brillantes y tristes entremedio de un mundo egoísta.
Él los sentía reales, como respirar profundo luego de correr kilómetros bajo el sol, como la caricia de una persona amada en la mejilla. Él sentía esos ojos verdes reales y le hacían volver a creer en la belleza de algo que ya creía extinto.
Entonces cuando el cielo se cubría de estrellas él cerraba sus ojos y esperaba por ver esos ojos fascinantes. Esperaba, y no iba a importarle todo el tiempo que esto tomara, siempre acababa por encontrarse con esos ojos grandes y tristes que le rompían el alma.
Y tenía miedo de arruinar esa conexión que entre ambos se creaba a través de su sueño.