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Hajime (Nanbaka) por Pasitea

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Notas del fanfic:

Mi primer texto sobre la serie.

Aunque algo sosa en verdad. 

Espero saber sus opiniones con respecto a la trama. 

 

Notas del capitulo:

Los personajes no son míos, sólo los uso con fines recreativos. 

Camina pausadamente al ayuntamiento, entre las oscuras puertas de las celdas del largo pasillo; sus dos subyugados lo escoltan en ambos lados.

Los pasos retumban ante el silencio y el sonido de sus manos esposadas al seguir el ritmo.

Tiene baja la mirada.

En otro tiempo, caminó altivo en los corredores de la cárcel.

Omnipotente.

Omnipresente.

¿Y por qué no? Omnisciente.

 

Siente como un escupitajo se adhiere a su mejilla izquierda; Seitaro, desentendido, permite el acto. Él, un poco sorprendido, comprende la indiferencia del joven peliazul; de verdad, nunca creyó que el tan hocicón chico tuviera una mínima de seriedad en la sangre.

Se equivocó: luce como el real carcelero que siempre debió ser.  

El aura de Yamato la percibe inestable.

En cualquier momento podría matarlo…

 

Los llantos de un muchacho de cabello verde se cuelan hasta lo profundo del tímpano.

Y las palabras de consuelo del forzudo con corte mohicano.

 

Hasta hace poco, lo único que se podía oír en esa celda en especial, eran risas, berrinches, malas palabras y una que otra frase de cariño.

 

¿Qué había pasado?

 

Las luces al salir al estadio literalmente lo ciegan; es ahí donde se llevará acabo el espectáculo cuando termine el debate sobre qué hacer con él.

Ya entiende: los muy malditos le dan vistas del probable resolutivo a su caso.

Sádicos.

Jugar así.

 

La marcha prosigue hasta la unidad administrativa en el que la alcaidesa domina la zona.

 

Y en el gran salón de juntas…

 

-Supervisor Sugoroku, levante la cabeza.- le indica la escolta.

 

Chasquea la lengua al ver a todos los que antaño fueron sus compañeros o al menos, aquellos que no habían sido apresados por participar en la revuelta luego de que Enki escapara de las catacumbas.

 

Hyakushiki Momoko le fulmina imperiosa para hacerlo avanzar hasta el centro de la explanada. Ella, se levanta con el corazón muerto y la ira en sus labios.

 

-Sugoroku Hajime, supervisor del Ala 13.-

 

-¡Presente!- responde sin verla.

 

-Supervisor Sugoroku, es el último día de audiencia y el único para dictaminar la sanción que se le ha de imputar a consecuencia de los delitos de los que se encuentra acusado.-

 

No dice nada ¿Para qué?

 

En área de fumadores, espera.

En medio del caos mental del que es preso, intercepta los alegatos del mono y del faisán; el raro sentimiento de agradecimiento le supo amargo.

Definitivamente en la última hora sabes de quienes te puedes confiar.

 

-… insisto en que no es suficiente alcaldesa. Hajime es un bruto, pero incapaz de un acto tan atroz.-

-Concuerdo con Kiji. El gorila y lo sabemos todos, no haría algo así sin haber agotado los últimos recursos.-

 

Sonríe.

 

-… pero que no se les olvide que entre las cosas que mejor sabe hacer están las del exterminio y el asesinato…-

-Maldito perro, es tu envidia la que habla.-

-Tú, Samon, eres testigo de ello: la única forma en que se recapturó a tu hermano, fue porque Hajime casi lo mata… otra vez.-

-Tanabata.-

-Sí, directora. Durante el lamentable suceso, las cámaras de vigilancia del Ala 13 fueron interferidas, sin que los guardias, el supervisor adjunto de dicha zona y yo pudiéramos recuperar la señal. Aunado a eso, las puertas de todas las celdas se abrieron, dejando escapar a los reclusos, mientras que la de la oficina 13 fue bloqueada, ni el mismo Yamato pudo derribarla. Lo raro del asunto, es que el oficial Hajime no se hallaba en la supervisión…-

-Hitokoe.-

-Sí, alcaldesa. Después de recibir el reporte del escape de los prisioneros, el resto de las alas tuvieron la igual dificultad con los mismos. Los supervisores en jefe fueron recluidos quien sabe como en este edificio mientras estábamos en junta, y los supervisores adjuntos de igual forma que Seitaro, encerrados en las oficinas. Se intentó de recuperar el control del sistema de seguridad, pero, la computadora madre fue hackeada, por lo cual se debió de reiniciar el software.-

-¿Y?-

-… la intervención se hizo en algún punto de la zona 13.-

-…-

-… Yozakura.-

-Con su permiso, jefa. Una vez que los supervisores y compañía lograron salir del claustro, iniciaron con el procedimiento de devolución de presos. Hajime seguía sin aparecer y tampoco uno de los reclusos de la celda 13. Al buscar en las jaulas subterráneas, pues… nos encontramos con un Sugoroku desaliñado, nervioso, agitado y en sus ropas había sangre… sangre del reincidente número 1315, que yacía sin vida al fondo… desnudo.-

-Y se presume violación, falta la confirmación con la autopsia.- la alcaldesa. – El oficial en cuestión no da argumentos válidos sobre los hechos. No tiene ninguna coartada. Dice no recordar nada. Y omite cualquier clase de relación extraoficial con el matriculado.-

 

Violación.

Esa palabra hace eco.

 

-Jyugo…- susurra.

 

¿Qué será de los otros?

 

El cenicero desborda de colillas y la discusión ha levantado el volumen.

Está solo: bien puede escapar.

“-Como que si pudiera…-“

Si hay algo que lo caracteriza, es el férreo sentido de la responsabilidad, así como: “Si lo hice y se demuestra, lo pago.”

 

Los contras y los pros bajan de tono: ha llegado la hora.

 

La voz de la superiora resuella gélida.

-Tráiganlo…-

 

 

Da igual la manera en que se dictaminó la sentencia: al entrar al despacho de la alcaldesa, en privado, le puso en las manos el archivo del lío legal y la palabra “positivo” en rojo.

Sabe lo que significa.

 

 

Han transcurrido 15 días desde el careo con sus ahora ex compañeros.

Ansiedad y tristeza, juntas.

No ha visto a su hermanito en mucho tiempo.

Y por primera vez, desea poder contar la verdad.

“La verdad es relativa.”

Bastante.

 

Kiji y Samon le han ido a visitar algunas ocasiones, jurando hallar el culpable entre maldiciones y unas cuantas lágrimas.

No pudo sonreír ni una sola vez.

 

Los rayos de Luna le recuerdan a cierta piel de crema, un tanto lacerada por los constantes intentos de escape de Nanba.

La negrura de la noche, a ciertos hilos de ébano.

Y las estrellas que parpadean, a los destellos de esos ojos sin igual.

 

Por órdenes de la alcaidesa, se le otorga la gracia de llevar el uniforme: “En pago de tan valiosos servicios a la comunidad.”

 

El sendero se la hace asfixiante; el mono y el faisán van de lado a lado, sellados.

Yamato fue ascendido y Seitaro presentó la dimisión después de la resolución de su anterior jefe.

 

A estas alturas no se permitirá vacilar. ¡Nunca lo hizo!

 

 

… es absorbido por las remembranzas conforme camina al banquillo.

 

El roce de unos finos labios contra su frente.

Las caricias de unas pequeñas manos entre las suyas.

Y ese suave aroma.

 

A reventar el coliseo. Traga saliva ajenja.

Escucha a Hitoshi, que es retenido por varios guardas. El tonto conejo tiene fuerza sobre humana.

Oprimido está su pecho; su hermanito no cesa en los desgarradores gritos.

“-Papá, mamá…-“

 

Nunca le agradó verle llorar.

Era todo lo que le quedaba de familia… eh iba a perderlo.

La conmoción aumenta cuando lo nota correr hasta él… pero Kenshiro lo atrapa con el látigo, quedando a escasos centímetros de su hermano mayor, con los brazos extendidos.

 

-¡Hermano! ¡Hermano! ¡Hermano!- ruega desconsolado.

-¡Prometieron no llamarlo!-

-Lo siento, está prohibido todo contacto con los sentenciados…-

-¡Hermano! ¡No me dejes!-

-… Hito… perdóname… Llévenselo.-

-¡No! ¡Hermano! ¡No me dejes!- anhelante, con el alma en el suelo y arrastras- ¡Malditos! ¡Es inocente! ¡Inocente!- …-¡Hajime!-

 

No va a llorar.

Se le indica estar en la posición de firmes.

Un grupo de oficiales se colocan frente a él, cargando escopetas de grueso calibre.

Los lamentos de Hitoshi atraviesan el estadio.

 

“Uno” es parte de los espectadores.

No desea nada más que verle pagar.

 

La directora se alza de la silla y con potente autoridad, dice:

 

-Sugoroku Hajime, se le acusa del asesinato del recluso número 1315. La Audiencia le encuentra culpable del cargo… el dictamen: sentencia de muerte.-

 

El conejo grita.

Aúlla.

Se desgarra la garganta.

 

-¡Firmes!-

 

Da gracias que antes de estos malditos eventos, se le haya ocurrido hacer testamento. El seguro de vida pasaría a manos del pequeño. La pensión, la casa y los ahorros e inversiones del banco también. Su abogada de familia, anciana de confianza, procuró arreglar el asunto antes de llevar la etiqueta de delincuente.

Conciso y rápido.

Así, el Sugoroku menor queda protegido hasta el fin de sus días.  

 

Enarca una ceja, irónico: esperaba morir en ejercicio del puesto.

Diablos.

Recuerda los primeros pasos del rubio: torpes y decididos y los ojos cristales al tropezar por correr.

La claridad de los mismos al sonreír por verlo. Los pucheros de infante y llantos cuando él debía salir a trabajar.

La risa de campanas en la adolescencia; la impresión al verle por vez primera con la ropa que conservaban de la madre.

Una vez, en la graduación de la secundaria, un grupo de chicas le había humillado debido a su orientación y el travestismo; una de ellas le rasgó el vestido en los baños.

Una llamada y él llegó como un rayo; con un hermoso conjunto y maquillaje.

Enjugando las lágrimas, lo hizo entrar regiamente al salón donde estaba la fiesta. Llevándolo del brazo hasta el centro de la pista, ambos hermanos bailaron.

Tiernos.

Ajenos.

Sublimes.

 

Y el mundo se volcó: gracias a que no existen similitudes físicas entre ellos, salvo el apellido, todos murmuraron de ser pareja. “Maravillosa”

Nostálgico, evoca la sonrisa y risas de esa noche. La felicidad del menor cuando otro chico lo sacó a bailar. El sonrojo de sus dulces mejillas y la suavidad del “Gracias” amoroso que depositó en la nariz del mayor.

Fuerza.

 

-¡Preparen!-

 

Le hubiera gustado alguna vez entregarlo al hombre que prometiera (y que él aprobara) cuidarlo.

Sus padres; él tan estricto y amable. Ella tan cálida y alegre.

Y un par de lápidas que no volverá a visitar.

 

-¡Apunten!-

 

Jyugo.

Sorbe el aire queriendo capturar su aroma y se estremece a percibir lo tenue de su presencia.

Jyugo.

Las palmas de sus manos cosquillean, mandando señales que trocan en imágenes.

Justo ese día…

Pasaban un rato junto; vedado ante las miradas del resto.

Y es que una relación oficial-preso es castigada.

 

Luchan por tomar el control, siendo el pelinegro el vencido.

Risas inaudibles. Besos ansiosos. Recorridos sobre ese delicado torso, que se erizaba al toque de sus yemas.

La tibieza del aliento al chocar con la espalda.

El sabor de su piel nívea.

Las mejillas bermejas…

Los gemidos discordantes; ahí es donde dejaba la mascarada de “gorila” y no era más que un ser humano.

Encantado con el ser apresado entre sus brazos, se hizo la promesa dentro de sí de velar por el bienestar del chico.

Le amaba.

Y se sabía amado por el más joven.

Aquellos que fueran muy observadores, bien podrían tener sospechas del cambio de actitud en ambos.

De pronto visualiza algunas palabras que el japonés pequeño le murmuró alguna vez.

 

Atónito, da cuenta de sendas gotas de sal rodar de sus pupilas.

 

“Si te hubieras quedado…”

 

-¡FUEGO!-

 

Silencio.

Y el lastimero llanto del rubio atraviesa las gruesas paredes del estadio.

 

 

Queridos amigos ¿Alguien puede explicar los trastornos que lleva a cabo el amor?

Si, ya todos sabemos que alguna vez hicimos cosas “que jurábamos no hacer” mientras estamos lúcidos. Quien diga que no, se equivoca.

Tarde o temprano caerá.

Ahora ¿Enamorados?

¿Y nunca confesados? Es más, hasta sentirnos traicionados por esas personas a quienes tenemos por “nuestras”.

Ridículo ¿No? Pero así funciona esto.

Bueno, para ciertas personas, esa tensión les lleva a realizar engañifas y actividades un tanto melodramáticas… y si le incluimos un montón egoísmo…

¡Bum!

Obsesión, odio, amargura, destrucción…

 

Yo, Hitokoe Mitsuru, he visto demasiadas cosas en mi vida.

Nuestra pequeña directora colapsó ante el cariño no correspondido que le profesaba al calvo.

Y al comprobar que este mantenía idilio con el chico-grilletes.

Ya saben, aparte de la carga que representa dirigir al más poderoso centro penitenciario del mundo; ni siquiera con los rutinarios encuentros sexuales con el perro la apaciguaron, mucho menos el intento de este para desviar el interés de la jefa… en realidad, sí lo hizo, sin embargo, le ha costado innumerables cicatrices en la morena espalda al peliblanco-rosa.

¡Jaaaaaa!

 

La pequeña directora asesinó al joven Jyugo, para quedarse con aquel.

¿Cómo?

Usó somníferos para tumbar a ambos.

Sin embargo, con poca inteligencia y con más instinto, ha terminado por llevarse entre las patas la vida de su adorado.

¿Qué podría salvarle? Sí, pero el miedo producido por la psicosis le hizo actuar contra ella misma.

Para perderlo todo.

Dios.

¿Cómo lo sé?

Créanme, aunque estalle una bomba en la prisión, la seguridad falle y el pánico domine, siempre habrá alguien viendo.

 

Y bueno… Adivinen quien interfirió la señal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Gracias por leer.

Hasta pronto. 


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